DIUTURNUM ILLUD


Carta Encíclica de Sumo Pontífice León XIII

A los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados,
Arzobispos y Obispos del mundo católico
en paz y comunión con la Sede Apostólica.

Sobre el origen del poder

Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica

INTRODUCCIÓN
La lucha contra la Iglesia, destruye la sociedad civil.
La prolongada y terrible guerra emprendida contra la autoridad divina de la Iglesia, llegó al punto a que de suyo se dirigía; a saber, a poner en común peligro la sociedad humana, y principalmente la autoridad civil, en que estriba ante todo la salud pública; lo cual parece haberse verificado principalísimamente en Nuestros tiempos. Porque las pasiones del pueblo rehúsan, hoy más que antes, toda clase de autoridad y es tan grande la general licencia, tan continuas las sediciones y turbulencias, que no solamente se ha negado muchas veces la obediencia a los gobernantes, sino que parece que ni aun les ha quedado un refugio cierto para su propia seguridad. Se ha trabajado, ciertamente, largo tiempo con el fin de que ellos caigan en el desprecio y odio de la multitud, y estallando las llamas de la envidia así fomentada apenas ha pasado un pequeño lapso de tiempo, que vimos que la vida de los príncipes más poderosos corría muchas veces peligro de muerte, sea por asechanzas ocultas, sea por manifiestos y mortales atentados. Poco ha, se horrorizó toda la Europa al saber el sacrílego asesinato de un emperador poderosísimo; y atónitos todavía los ánimos con la magnitud de semejante delito, no reparan hombres malvados en lanzar abiertamente generales amenazas y terrores contra los demás príncipes de Europa.

La Religión es el fundamento del orden
Estos grandes peligros públicos, que están a la vista, llenan a Nos con grave preocupación, al ver peligrar casi a toda hora la seguridad de los príncipes y la tranquilidad de los imperios, juntamente con la salud de los pueblos. Sin embargo, la virtud divina de la Religión cristiana engendró la egregia firmeza de la estabilidad y del orden de las repúblicas al tiempo que impregnaba las costumbres e instituciones de las naciones. No es el más pequeño y último fruto de su fuerza el justo y sabio equilibrio de derechos y deberes en los soberanos y en los pueblos. Porque en los preceptos y ejemplos de Cristo Señor Nuestro vive una fuerza admirable para mantener en sus deberes, tanto a los que obedecen, como a los que mandan, y conservar entre los mismos aquella unión y como armonía de voluntades, que es muy conforme con la naturaleza, de donde nace el curso tranquilo, carente de perturbaciones en los negocios públicos. Por lo cual, habiéndonos sido confiados, por la gracia de Dios, el gobierno de la Iglesia católica, la custodia e interpretación de la doctrina de Cristo, juzgamos, Venerables Hermanos, que incumbe a Nuestra autoridad decir públicamente, qué exige la verdad católica de cada uno en este género de deber de donde surgirá también el modo y la manera con que en tan deplorable estado de cosas haya de atenderse a la salud pública.

A) Doctrina de la Iglesia acerca de la autoridad
Necesidad de una autoridad
Aunque el hombre, incitado por cierta arrogancia y tozudez, intenta muchas veces romper los frenos de la autoridad, jamás, sin embargo, pudo conseguir sustraerse por completo a toda obediencia. En toda agrupación y comunidad de hombres, la misma necesidad obliga a que haya algunos que manden, con el fin de que, la sociedad, destituida de principio o cabeza que la rija, no se disuelva y se vea privada de lograr el fin para que nació y fue constituida.

I - Origen Divino
Errores sobre el origen de la autoridad
Pero si no pudo suceder que la potestad política se quitase de en medio de las naciones, lo tentó ciertamente a algunos a emplear todas las artes y medios para debilitar su fuerza y disminuir la autoridad; esto sucedió principalísimamente en el siglo XVI, cuando una perniciosa novedad de opiniones envaneció a muchísimos. Desde aquel tiempo, la multitud pretendió, no sólo que le otorgasen la libertad con mayor amplitud de lo que era justo, sino que también establecieron a su arbitrio que se hallaba en ella el origen y la constitución de sociedad civil. Aún más: muchos modernos, siguiendo las pisadas de aquellos, que en el siglo anterior se dieron el nombre de filósofos, dicen que toda potestad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen la autoridad civil, no la ejercen como suya, sino como otorgada por el pueblo; con esta norma, la misma voluntad del pueblo, que delegó la potestad, puede revocar su acuerdo. Los católicos discrepan de esta opinión al derivar de Dios como de su principio natural y necesario, el derecho de mandar.
La voluntad del pueblo y la doctrina católica. Formas de gobierno

Importa que anotemos aquí que los que han de gobernar las repúblicas, pueden en algunos casos ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud, sin que a ello se oponga ni le repugne la doctrina católica. Con esa elección se designa ciertamente al gobernante, mas no se confieren los derechos de gobierno, ni se da la autoridad, sino que se establece quién la ha de ejercer.
Aquí no tratamos las formas de gobierno; pues nada impide que la Iglesia apruebe el gobierno de uno solo o de muchos, con tal que sea justo y tienda al bien común. Por eso, salva la justicia, no se prohibe a los pueblos el que sea más apto y conveniente a su carácter o los institutos y costumbres de sus antepasados.

Pero por lo que respecta a la autoridad pública, la Iglesia enseña rectamente que éste viene de Dios; pues ella misma lo encuentra claramente atestiguado en las Sagradas Letras y en los monumentos de la antigüedad cristiana, y además no puede excogitarse ninguna doctrina que sea, o más conveniente a la razón, o más conforme a los intereses de los soberanos y de los pueblos.

En el Antiguo Testamento. El poder de Dios
En realidad, los libros del Antiguo Testamento confirman muy claramente en muchos lugares que en Dios está la fuente de la potestad humana. Por mí reinan los reyes... por mí los príncipes imperan, y los jueces administran la justicia. Y en otra parte: Escuchad los que gobernáis las naciones... porque de Dios os ha venido la potestad y del Altísimo la fuerza. Lo cual se contiene asimismo en el libro del Eclesiástico: A cada nación puso Dios quien la gobernase. Sin embargo, las cosas que los hombres habían aprendido enseñándoselas Dios, poco a poco, entregados a las supersticiones paganas, las fueron olvidando; así como corrompieron muchas verdades y nociones de las cosas, así también adulteraron la verdadera idea y hermosura de la autoridad.

En el Nuevo Testamento
Después, cuando brilló la luz del Evangelio cristiano, la vanidad cedía su puesto a la verdad, y de nuevo empezó a dilucidarse de donde manaba toda autoridad, principio nobilísimo y divino. Cristo Señor Nuestro respondió al Presidente Romano que hacía alarde y se arrogaba la potestad de absolverlo o de condenarlo: No tendrías poder alguno sobre mí, si no se te hubiese dado de arriba. SAN AGUSTÍN comentando este pasaje dice: Aprendamos lo que dijo, que es lo mismo que enseñó por el Apóstol, a saber, que no hay potestad sino de Dios. A la doctrina, pues, y a los preceptos de Jesucristo correspondió la voz incorrupta de los Apóstoles, como una imagen a su original. Excelsa y llena de gravedad es la sentencia que SAN PABLO escribe a los Romanos sujetos al imperio de los príncipes paganos: no hay potestad si no viene de Dios: de lo cual, como de una causa deduce y concluye: el príncipe es ministro de Dios.

Los Padres de la Iglesia
Los Padres de la Iglesia procuraron con toda diligencia profesar y propagar esta misma doctrina, en la que habían sido instruidos: No atribuimos sino al verdadero Dios la potestad de dar el reino y el imperio. SAN JUAN CRISÓSTOMO dice, siguiendo la misma sentencia: Que haya principados, y que unos manden y otros sean súbditos, y que todo no suceda al azar y fortuitamente lo atribuyo a la divina sabiduría. Lo mismo atestiguó SAN GREGORIO MAGNO con estas palabras: Confesamos que la potestad les viene del cielo a los emperadores y reyes. Y aun los Santos Doctores tomaron a su cargo el ilustrar los mismos preceptos, hasta con la luz natural de la razón, de suerte que deben parecer rectos y verdaderos a los que no tienen otro guía que la razón.

La razón Nos enseña lo mismo
En efecto, la naturaleza, o más bien Dios autor de la naturaleza, impulsa a los hombres a que vivan en sociedad civil: así nos lo demuestran muy claramente ya la facultad de hablar, fuerza unitiva muy grande de la sociedad, y además, muchísimas ansias innatas del ánimo como también muchas cosas necesarias y de gran importancia que los hombres aislados no pueden conseguir, y que sólo obtienen unidos y asociados unos con otros. Ahora bien; ni puede existir, ni concebirse esta sociedad, si alguien no coordina todas las voluntades, para que de muchas se haga como una sola y las obligue con rectitud y orden al bien común; quiso, pues, Dios que en la sociedad civil hubiese quienes mandasen a la multitud. He aquí otra razón poderosa que los que tienen la autoridad en la república, deben poder obligar a los ciudadanos a la obediencia de tal manera, que la desobediencia sea un manifiesto pecado. Ahora bien, ningún hombre tiene en sí o por sí la facultad de obligar en conciencia la voluntad libre de los demás con los vínculos de tal autoridad. Únicamente tiene esta potestad Dios Creador y Legislador de todas las cosas: los que esta potestad ejercen deben necesariamente ejercerla como comunicada por Dios. Uno solo es el Legislador y es Juez que puede perder y salvar.

Toda potestad es de Dios
Lo cual se ve también en otro género de potestad. La potestad que hay en los Sacerdotes dimana tan manifiestamente de Dios, que todos los pueblos los llaman Ministros de Dios, y los tienen por tales. Igualmente la potestad de los padres de familia tiene expresa cierta imagen y forma de la autoridad que hay en Dios, de quien trae su nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra. Y de este modo los diversos géneros de potestad tienen entre sí maravillosas semejanzas, de modo que todo poder y autoridad que hay en cualquier parte, trae su origen de uno solo y mismo Creador y Señor del mundo, que es Dios.

II - Errores acerca de la autoridad

El pacto social
Los que pretenden que la sociedad civil se ha originado en el libre consentimiento de los hombres, al atribuir el origen de la autoridad a esa misma fuente dicen que cada uno cedió parte de su derecho y que voluntariamente se sometieron al derecho de aquel que hubiese reunido en sí la suma de aquellos derechos. Pero es un grande error no ver lo que es manifiesto, a saber: que los hombres, no siendo una raza de vagos solitarios, independientemente de su libre voluntad, han nacido para una natural comunidad; y además, el pacto que predican es claramente un invento y una ficción, y no sirve para dar a la potestad política tan grande fuerza, dignidad y firmeza, cuanta requieren la defensa de la república y las utilidades comunes de los ciudadanos. Y el principado sólo tendrá esta majestad y sostén universal, si se entiende que dimana de Dios, fuente augusta y santísima.

B) Frutos de la doctrina de la Iglesia
Dignifica el poder
Ninguna opinión o sentencia puede hallarse, no sólo más verdadera, pero ni más provechosa. Pues, si la potestad de los que gobiernan los estados es cierta comunicación de la potestad divina, por esta misma causa la autoridad logra, al punto una dignidad mayor que la humana, no aquella impía y absurdísima, reclamada por los emperadores paganos, que pretendían algunas veces honores divinos, sino verdadera y sólida, y ésta recibida por cierto don y merced divina. Por lo cual deberán los ciudadanos estar sujetos y obedecer a los príncipes, como a Dios, no tanto por el temor del castigos cuanto por la reverencia a la majestad, y no por adulación, sino por la conciencia del deber. Con esto, la autoridad colocada en su sitio estará mucho más firmemente cimentada. Pues sintiendo los ciudadanos la fuerza de este deber, necesariamente huirán de la maldad y de la contumacia; porque deben estar persuadidos de que los que resisten a la potestad política, resisten a la divina voluntad, y los que rehúsan honrar a los soberanos, rehúsan honrar a Dios.

San Pablo y la potestad humana.
En esta doctrina instruyó particularmente el Apóstol SAN PABLO a los romanos, a quienes escribió sobre la reverencia que se debe a los supremos poderes con tanta autoridad y peso, que nada parece poder mandarse con más severidad: Todos están sujetos a las potestades superiores: pues no hay potestad que no provenga de Dios: las cosas que son, por Dios son ordenadas. Por lo tanto quien resiste a la potestad resiste a la ordenación de Dios. Mas los que resisten se hacen reos de condenación... Por tanto debéis estarle sujetos no sólo por el castigo, sino también por conciencia. Con este mismo sentido está del todo conforme la nobilísima sentencia de SAN PEDRO, príncipe de los Apóstoles: Estad sujetos a toda humana criatura (constituida sobre vosotros) por respeto a Dios, ya sea el rey como el que ocupa el primer lugar, ya sean los gobernadores, como puestos por Dios para castigo de los malhechores y la alabanza de los buenos; porque así es la voluntad de Dios.

Cuándo no se debe obedecer
Una sola causa tienen los hombres para no obedecer, y es, cuando se les pide algo que repugne abiertamente al derecho natural o divino; pues en todas aquellas cosas en que se infringe la ley natural o la voluntad de Dios, es tan ilícito el mandarlas como el hacerlas. Si, pues, aconteciere que alguien fuere obligado a elegir una de dos cosas, a saber, o despreciar los mandatos de Dios o los de los príncipes, se debe obedecer a Jesucristo que manda dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y a ejemplo de los Apóstoles responder animosamente: conviene obedecer a Dios antes que a los hombres. Sin embargo, no hay por qué acusar a los que se portan de este modo de que quebrantan la obediencia; pues si la voluntad de los príncipes pugna con la voluntad y las leyes de Dios, ellos sobrepasan los límites de su poder y trastornan la justicia: ni entonces puede valer su autoridad, la cual es nula, donde no hay justicia.

Protege al súbdito. El modo de ejercer el poder
Mas para que en el ejercicio de la autoridad se conserve la justicia importa mucho que los gobernantes comprendan que el poder político no nació para el provecho de ninguna persona particular y que las funciones del gobierno de la república no deben desempeñarse para bien de los que gobiernan sino para bien de los gobernados. Los soberanos deben tomar como ejemplo a Dios óptimo máximo, de quien desciende toda autoridad: deben proponerse su acción como modelo; presidan al pueblo con equidad y fidelidad, y apliquen la caridad paternal junto con la severidad que es necesaria. Por este motivo, las Sagradas Letras les advierten que ellos mismos tienen que dar cuenta un día al Rey de los Señores: si abandonaren su deber, no podrán evitar en modo alguno la severidad de Dios. El Altísimo examinará nuestras obras y escudriñará los pensamientos. Porque siendo ministros de su reino, no juzgasteis con rectitud... se os presentará espantosa y repentinamente, pues el juicio será durísimo para los que presiden a los demás... Que no exceptuará Dios persona alguna, ni respetará la grandeza de nadie, porque lo mismo hizo al pequeño y al grande y de todos cuida igualmente. Mas a los mayores les reserva una sanción más severa.

Para bien de los soberanos y de los ciudadanos. Frutos del buen gobierno
Dado que estos preceptos protegen a la república, se quita toda causa o ansia de levantamientos; y estarán bien defendidos el honor y la seguridad de los soberanos y la paz y el bienestar de la sociedad. También la dignidad de los ciudadanos estará garantizada en la mejor forma; pues, aun obedeciendo podrán conservar aquel decoro que es propio de la grandeza del hombre, por cuanto entienden que según el criterio de Dios no hay siervo ni libre sino que uno es el Señor de todos, el cual es rico para todos los que le invocan y que ellos están sujetos y obedecen a los príncipes solo porque en cierto modo representan la imagen de Dios, a quien servir es reinar.

Doctrina que la Iglesia -aun bajo los Emperadores Romanos- siempre enseñó y practicó
En todos los tiempos ha trabajado la Iglesia a fin de que esta concepción cristiana no sólo impregnara las mentes sino que se manifestara también en la vida pública y las costumbres de los pueblos. Mientras que los emperadores paganos tuvieron en sus manos el timón para gobernar el Imperio, los cuales no podían, debido a la supersticiosa religión en que vivían, elevarse hasta aquella forma de la autoridad que hemos bosquejado, procuró la Iglesia infiltrarla en las mentes de los pueblos, los que, junto con aceptar los principios cristianos, debían tratar de ajustar su vida a los mismos. Y así los pastores de las almas, renovando los ejemplos del Apóstol SAN PABLO, acostumbraron con sumo cuidado y diligencia mandar a los pueblos que estuviesen sujetos y obedeciesen a los príncipes y potestades, asimismo que orasen a Dios por todos los hombres, pero especialmente por los reyes y por todos aquellos que están en el poder, porque esto es acepto ante nuestro Salvador Dios. Los primeros cristianos Nos dejaron de todo ello brillantísimos ejemplos, pues siendo atormentados en forma injustísima y crudelísima por los emperadores paganos, jamás llegaron a negarles la obediencia y sumisión, hasta el extremo que parecía haberse entablado una lucha entre la crueldad de aquellos y la sumisión de éstos.

La doctrina vivida ejemplarmente por los primeros cristianos
Tanta modestia y tan firme voluntad de obedecer eran tan bien conocidas que la calumnia y la malicia de sus enemigos eran incapaces de obscurecerlas. Por lo cual los que ante los Emperadores defendían públicamente la causa del nombre cristiano, con este argumento principalmente los convencían de que era inicuo castigar a los cristianos por medio de leyes porque a la vista de todos vivían conforme a las leyes como convenía. Así habló ATHENÁGORAS con toda confianza a MARCO AURELIO ANTONIO y a su hijo LUCIO AURELIO CÓMODO: Permitís que nosotros, que ningún mal hacemos, antes bien nos conducimos con toda reverencia y justicia, no sólo respecto a Dios, sino también respecto al imperio, seamos perseguidos, despojados, desterrados. Del mismo modo alababa públicamente TERTULIANO a los cristianos, porque eran entre todos los demás, los mejores y más seguros amigos del imperio. El cristiano no es enemigo de nadie, ni del emperador a quien sabiendo que está constituido por Dios, debe amar, respetar, honrar y querer que se salve con todo el romano Imperio, y no dudaba afirmar que en los confines del imperio, tanto más disminuía el número de sus enemigos, cuanto más crecía el de los cristianos: Ahora tenéis pocos enemigos por la multitud de los cristianos, siendo cristianos en casi todas las ciudades casi todos los ciudadanos. También hay un insigne documento de esto mismo en la Epístola a DIOGNETO, la cual confirma que en aquel tiempo los cristianos habíanse acostumbrado, no a servir y obedecer a las leyes, sino que satisfacían a todos sus deberes con mayor perfección de lo que eran obligados por las leyes: Los cristianos obedecen las leyes promulgadas, y con su género de vida aun pasan más allá de lo que las leyes mandan.

No se rebelaron contra las leyes inicuas
A la verdad, otra cosa era cuando los edictos imperiales, de mancomún con las amenazas de los pretores, los constreñían a abjurar del la fe cristiana o abandonar otro cualquiera de sus deberes; entonces no vacilaron en desobedecer a los hombres para obedecer y agradar a Dios. Sin embargo, a pesar de la crueldad de los tiempos y circunstancias, no hubo quien tratase de promover sediciones ni de menoscabar la majestad del príncipe, ni jamás pretendían otra cosa que confesarse cristianos, serlo realmente y conservar incólume su fe: tan distante se hallaba de su ánimo el pensamiento de oponer en ninguna ocasión resistencia, que se encaminaban contentos y gozosos, como nunca, al cruento potro, donde la grandeza de su alma vencía la magnitud de los tormentos. Por esta razón se llegó a estimarse en aquel tiempo el denuedo de los cristianos alistados en la milicia, porque era cualidad sobresaliente del soldado cristiano, hermanar con el valor a toda prueba, el perfecto conocimiento de la disciplina militar y mantener, unida con su valentía, la inalterable fidelidad al emperador; sólo cuando se exigía de ellos algo que no fuese honesto, como la violación de los mandatos divinos, o que volviesen el acero contra indefensos y pacíficos discípulos de Cristo; sólo entonces rehusaban la obediencia al príncipe, y aun así, preferían abandonar las armas y dejarse matar por la Religión antes que destronar la autoridad pública con motines y sediciones.

Con los príncipes cristianos
Después cuando los Estados pasaron a manos de príncipes cristianos, la Iglesia puso más empeño en declarar y enseñar cuanto tiene de divino la autoridad de los primeros gobernantes: de donde forzosamente había de resultar que los pueblos se acostumbrasen a ver en ellos cierta majestad divina, que les llenaría de mayor respeto y amor hacia sus personas. Por lo mismo sabiamente dispuso que los reyes se consagrasen con las ceremonias solemnes como estaba mandado por el mismo Dios en el Antiguo Testamento.

En el Sacro Imperio
Más adelante, cuando la sociedad civil surgida de entre las ruinas del Imperio revivió en brazos de la esperanza cristiana, y una vez constituido el sacro imperio, los Romanos Pontífices consagraron la potestad civil con singular esplendor, por cuyo medio la autoridad adquirió una máxima nobleza, y no hay duda que esto habría sido grandemente provechoso, tanto a la sociedad civil como a la religiosa, si los príncipes y los pueblos hubiesen sabido apreciar lo que tanto apreciaba la Iglesia; y las cosas se desarrollaban en forma pacifica y bastante próspera mientras entre ambos poderes reinaba una amistosa concordia. Cuando los pueblos pecaban originando tumultos al punto acudía la Iglesia, restauradora de la tranquilidad, llamando a todos al cumplimiento del deber y refrenando las más vehementes pasiones en parte por la suavidad y en parte mediante su autoridad. Del mismo modo, cuando se excedían en las medidas de gobierno, entonces ella misma acudía a los príncipes tanto para recordarles los derechos de los pueblos, sus necesidades y legítimas aspiraciones como para persuadirlos a emplear la equidad, la clemencia y la benignidad. Por esta razón se logró varias veces impedir las sediciones y los peligros de una guerra Civil.

En los tiempos modernos. Perniciosos frutos de sus doctrinas
Por el contrario, las doctrinas inventadas por los modernos acerca de la autoridad civil, han acarreado ya grandes males y es de temer que andando el tiempo nos arrastrarán a mayores males. Pues, no querer atribuir el derecho de mandar a Dios como a su autor no es sino desear ver destruido el más bello esplendor de la autoridad política y enervado su vigor. Respecto a lo que dicen que la autoridad civil dependa de la voluntad del pueblo, se comete primero un error de principio, y en segundo lugar la erigen sobre un fundamento demasiado frágil e inconsistente. Porque estas doctrinas como otros tantos acicates estimulan las pasiones populares, que engreídas se insolentan precipitándose para gran daño del Estado por la fácil pendiente a los ciegos movimientos y abiertas sediciones. En efecto, la llamada Reforma cuyos favorecedores y jefes mediante nuevas doctrinas atacaron a fondo la autoridad religiosa y civil, fue lograda principalmente en Alemania por revueltas repentinas y rebeliones sumamente audaces: y con tanta furia y muertes se cebó la guerra intestina que casi ningún lugar parecía quedar libre de hordas y masacres.

El "derecho nuevo"
De aquella herejía nació en el siglo pasado la mal llamada filosofía, el llamado derecho nuevo, la soberanía popular y esa licencia que no conoce freno y que es lo único que muchísimos entienden por la libertad. De allí se llegó a las últimas plagas, a saber, el comunismo, el socialismo y el nihilismo, horribles monstruos de la sociedad humana y casi su muerte. Y, sin embargo, demasiados hombres se empeñan en propagar la fuerza de tantos males y so capa de ayudar a las masas han causado ya no pequeños incendios de miserias. Lo que aquí sólo de paso recordamos no son sucesos ni desconocidos ni muy lejanos.

C) Necesidad de la Doctrina católica
Mayor necesidad de la doctrina católica
Y esto es tanto más grave, cuanto que los reyes, en medio de tantos peligros, carecen de remedios eficaces para restablecer la disciplina pública y pacificar los ánimos; se arman con la autoridad de las leyes y piensan reprimir a los revoltosos con la severidad de las penas. Esto está muy bien; pero seriamente ha de tomarse en cuenta que ninguna pena futura hace en los ánimos tanta fuerza que ella sola podrá conservar el orden de las repúblicas. Pues, el miedo como luminosamente enseña SANTO TOMÁS es un fundamento muy débil porque los que por el temor se someten, cuando ven la ocasión de escapar impunes, se levantan contra príncipes y soberanos, con tanto mayor ardor cuanta haya sido la sujeción impuesta por el miedo, fuera de que el miedo exagerado arrastra a muchos a la desesperación, y la desesperación se lanza impávida a las más atroces resoluciones.

Solamente la Iglesia logra la disciplina y la paz
Cuán cierto sea esto, lo hemos visto suficientemente por experiencia; de modo que es necesario emplear motivos más elevados y eficaces para la obediencia y hemos de establecer en forma absoluta que no puede haber fructuosa severidad en las leyes mientras los hombres no sean impulsados por el deber y movidos por el saludable temor a Dios. Esto puede lograrlo en intensidad máxima la Religión que por fuerza propia ejerce su influjo en las almas y doblega las mismas voluntades de los hombres para que se adhieran a sus gobernantes no sólo por obediencia, sino también por benevolencia y amor que son en toda sociedad humana la mejor garantía de bienestar.

Los Romanos Pontífices y las falsas doctrina
Por tanto es menester confesar que los Romanos Pontífices han rendido un egregio servicio a la sociedad al procurar siempre quebrantar los espíritus ensoberbecidos e inquietos de los Novadores y muy a menudo advirtieron cuán peligrosos eran aun para la sociedad civil. Es digna de mención una afirmación de CLEMENTE VII al dirigirse a FERNANDO, rey de Bohemia y Hungría: Este asunto de fe entraña también tu dignidad y utilidad, lo mismo que de los demás soberanos, pues no es posible atacar a aquélla sin grave detrimento de vuestros intereses, según se ha experimentado recientemente en estas comarcase. Por el mismo estilo brilla la providencia y firmeza de Nuestros predecesores, en especial de CLEMENTE XII, BENEDICTO XIV y LEÓN XII, quienes, como cundiese extraordinariamente la peste de las malas doctrinas y se acrecentase la audacia de las sectas, tuvieron que hacer uso de su autoridad para cortarles el paso e interceptar su entrada.

Los gobernantes y la Religión
Nos mismo hemos denunciado muchas veces los peligros que Nos amenazan, y hemos indicado cuál es el mejor modo para conjurarlos; hemos ofrecido el apoyo de la Religión a los príncipes y otros gobernantes y exhortamos a los pueblos a que aprovechen en toda su extensión, la abundancia de los bienes supremos que la Iglesia ofrenda. Los príncipes entiendan lo que ahora estamos haciendo es volver a ofrecerles ese mismo apoyo, más solido que otro alguno; al paso que los exhortamos con la mayor vehemencia en el Señor a que amparen la Religión y, según lo reclama el mismo interés de la república, permitan gozar a la Iglesia de aquella libertad de que, sin injusticia y perdición de todos, ella no puede ser despojada. En manera alguna puede la Iglesia ser sospechosa a los príncipes ni odiosa a los pueblos. A los soberanos, por cierto, los exhorta para que ejerzan la justicia y no se aparten en lo más mínimo de sus deberes, mas al mismo tiempo por muchos conceptos robustece y fomenta su autoridad. Reconoce y proclama que todo lo que pertenece al orden civil cae bajo la jurisdicción, la soberanía de ellos; en aquellos asuntos cuya jurisdicción, por diversas causas, pertenecen a la potestad civil, y eclesiástica, desea que exista la concordia entre ambas con lo cual se evitan contiendas, que serían funestas para ambas.

La Iglesia, salud de los pueblos y garantía de la libertad
Por lo que a los pueblos se refiere, la Iglesia se ha fundado para la salvación de todos los hombres, y los ha amado siempre como una madre; ella, pues, es quien, haciéndose preceder por las obras de caridad, comunicó la mansedumbre a los ánimos, la humanidad a las costumbres, la equidad a las leyes; y, nunca enemiga de la legítima libertad, solía siempre abominar de la tiranía. Esta costumbre, innata en la Iglesia de merecer bien la señala en forma preclara y concisa SAN AGUSTÍN al decir: enseña la Iglesia a los reyes que cuiden de los pueblos, que todos los pueblos se sujeten a los reyes; manifestando como no todo se debe a todos, pero a todos la caridad y a nadie la injusticia.

CONCLUSIÓN
Obligación de los Obispos. Exhortación
Por estas razones, Venerables Hermanos, vuestra obra será grandemente provechosa y saludable, si consultáis con Nos todas las empresas que por encargo divino habéis de llevar a cabo para conjurar peligros y remover obstáculos.
Procurad y esmeraos que los preceptos establecidos por la Iglesia respecto de la autoridad pública y del deber de la obediencia, se tengan presentes y se cumplan diligentemente por todos; como censores y maestros que sois, amonestad incesantemente a los pueblos para que huyan de las sectas prohibidas, abominen las conjuraciones y que nada intenten por medio de la sedición, y entiendan que al obedecer por causa de Dios a los gobernantes, su obediencia es un obsequio razonable, porque Dios es quien da la salud a los reyes y concede a los pueblos el descanso en la hermosura de la paz y en los tabernáculos de la fidelidad y en regalado reposo.

Para que la esperanza en la oración sea más firme, pongamos por intercesores y abogados a la Virgen MARÍA, ínclita Madre de Dios, auxilio de los cristianos y égida del genero humano; a SAN JOSÉ, su esposo castísimo, en cuyo patrocinio confía grandemente toda la a Iglesia; a los Apóstoles SAN PEDRO y SAN PABLO, centinelas y defensores del nombre cristiano.

Entre tanto y como augurio del galardón divino, os damos, afectuosamente a vosotros, Venerables Hermanos, Clero y pueblo confiado a vuestro cuidado, Nuestra Bendición Apostólica.
Dado en Roma, en San Pedro a 29 de junio de 1881, año cuarto de Nuestro Pontificado.


Leonis pp. XIII

LIBERTATIS NUNTIUS



Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe

Sobre algunos aspectos de la "Teología de la liberación"

6-8-1984

INTRODUCCIÓN

El Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación. En los últimos años esta verdad esencial ha sido objeto de reflexión por parte de los teólogos, con una nueva atención rica de promesas.
La liberación es ante todo y principalmente liberación de la esclavitud radical del pecado. Su fin y su término es la libertad de los hijos de Dios, don de la gracia. Lógicamente reclama la liberación de múltiples esclavitudes de orden cultural, económico, social y político, que, en definitiva, derivan del pecado, y constituyen tantos obstáculos que impiden a los hombres vivir según su dignidad. Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las consecuencias es una condición indispensable para una reflexión teológica sobre la liberación.
En efecto, ante la urgencia de los problemas, algunos se sienten tentados a poner el acento de modo unilateral sobre la liberación de las esclavitudes de orden terrenal y temporal, de tal manera que parecen hacer pasar a un segundo plano la liberación del pecado, y por ello no se le atribuye prácticamente la importancia primaria que le es propia. La presentación que proponen de los problemas resulta así confusa y ambigua. Además, con la intención de adquirir un conocimiento más exacto de las causas de las esclavitudes que quieren suprimir, se sirven, sin suficiente precaución crítica, de instrumentos de pensamiento que es difícil, e incluso imposible, purificar de una inspiración ideológica incompatible con la fe cristiana y con las exigencias éticas que de ella derivan.

La Congregación para la Doctrina de la Fe no se propone tratar aquí el vasto tema de la libertad cristiana y de la liberación. Lo hará en un documento posterior que pondrá en evidencia, de modo positivo, todas sus riquezas tanto doctrinales como prácticas.
La presente Instrucción tiene un fin más preciso y limitado: atraer la atención de los pastores, de los teólogos y de todos los fieles, sobre las desviaciones y los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y para la vida cristiana, que implican ciertas formas de teología de la liberación que recurren, de modo insuficientemente crítico, a conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista.
Esta llamada de atención de ninguna manera debe interpretarse como una desautorización de todos aquellos que quieren responder generosamente y con auténtico espíritu evangélico a «la opción preferencial por los pobres». De ninguna manera podrá servir de pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad y de indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y de la injusticia. Al contrario, obedece a la certeza de que las graves desviaciones ideológicas que señala conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres. Hoy más que nunca, es necesario que la fe de numerosos cristianos sea iluminada y que éstos estén resueltos a vivir la vida cristiana integralmente, comprometiéndose en la lucha por la justicia, la libertad y la dignidad humana, por amor a sus hermanos desheredados, oprimidos o perseguidos. Más que nunca, la Iglesia se propone condenar los abusos, las injusticias y los ataques a la libertad, donde se registren y de donde provengan, y luchar, con sus propios medios, por la defensa y promoción de los derechos del hombre, especialmente en la persona de los pobres.

I - UNA ASPIRACIÓN

1. La poderosa y casi irresistible aspiración de los pueblos a una liberación constituye uno de los principales signos de los tiempos que la Iglesia debe discernir e interpretar a la luz del Evangelio. 1 Este importante fenómeno de nuestra época tiene una amplitud universal, pero se manifiesta bajo formas y grados diferentes según los pueblos. Es una aspiración que se expresa con fuerza, sobre todo en los pueblos que conocen el peso de la miseria y en el seno de los estratos sociales desheredados.
2. Esta aspiración traduce la percepción auténtica, aunque oscura, de la dignidad del hombre, creado «a imagen y semejanza de Dios» (Gén 1, 26-27), ultrajada y despreciada por las múltiples opresiones culturales, políticas, raciales, sociales y económicas, que a menudo se acumulan.
3. Al descubrirles su vocación de hijos de Dios, el Evangelio ha suscitado en el corazón de los hombres la exigencia y la voluntad positiva de una vida fraterna, justa y pacífica, en la que cada uno encontrará el respeto y las condiciones de su desarrollo espiritual y material. Esta exigencia es sin duda la fuente de la aspiración de que hablamos.
4. Consecuentemente, el hombre no quiere sufrir ya pasivamente el aplastamiento de la miseria con sus secuelas de muerte, enfermedades y decadencias. Siente hondamente esta miseria como una violación intolerable de su dignidad natural. Varios factores, entre los cuales hay que contar la levadura evangélica, han contribuido al despertar de la conciencia de los oprimidos.
5. Ya no se ignora, aun en los sectores todavía analfabetos de la población, que, gracias al prodigioso desarrollo de las ciencias y de las técnicas, la humanidad, en constante crecimiento demográfico, seria capaz de asegurar a cada ser humano el mínimo de los bienes requeridos por su dignidad de persona humana.
6. El escándalo de irritantes desigualdades entre ricos y pobres ya no se tolera, sea que se trate de desigualdades entre países ricos y países pobres o entre estratos sociales en el interior de un mismo territorio nacional. Por una parte, se ha alcanzado una abundancia, jamás conocida hasta ahora, que favorece el despilfarro; por otra, se vive todavía en un estado de indigencia marcado por la privación de los bienes de estricta necesidad, de suerte que no es posible contar el número de las víctimas de la mala alimentación.
7. La ausencia de equidad y de sentido de la solidaridad en los intercambios internacionales se vuelve ventajosa para los países industrializados, de modo que la distancia entre ricos y pobres no deja de crecer. De ahí, el sentimiento de frustración en los pueblos del Tercer Mundo, y la acusación de explotación y de colonialismo dirigida contra los países industrializados.
8. El recuerdo de los daños de un cierto colonialismo y de sus secuelas crea a menudo heridas y traumatismos.
9. La Sede Apostólica, en la línea del Concilio Vaticano II, así como las Conferencias Episcopales, no han dejado de denunciar el escándalo que constituye la gigantesca carrera de armamentos que, junto a las amenazas contra la paz, acapara sumas enormes de las cuales una parte solamente bastaría para responder a las necesidades más urgentes de las poblaciones privadas de lo necesario.

II - EXPRESIONES DE ESTA ASPIRACIÓN

1. La aspiración a la justicia y al reconocimiento efectivo de la dignidad de cada ser humano requiere, como toda aspiración profunda, ser iluminada y guiada.
2. En efecto, se debe ejercer el discernimiento de las expresiones, teóricas y prácticas, de esta aspiración. Pues son numerosos los movimientos políticos y sociales que se presentan como portavoces auténticos de la aspiración de los pobres, y como capacitados, también por el recurso a los medios violentos, a realizar los cambios radicales que pondrán fin a la opresión y a la miseria del pueblo.
3. De este modo con frecuencia la aspiración a la justicia se encuentra acaparada por ideologías que ocultan o pervierten el sentido de la misma, proponiendo a la lucha de los pueblos para su liberación fines opuestos a la verdadera finalidad de la vida humana, y predicando caminos de acción que implican el recurso sistemático a la violencia, contrarios a una ética respetuosa de las personas.
4. La interpretación de los signos de los tiempos a la luz del Evangelio exige, pues, que se descubra el sentido de la aspiración profunda de los pueblos a la justicia, pero igualmente que se examine, con un discernimiento crítico, las expresiones, teóricas y prácticas, que son datos de esta aspiración.

III - LA LIBERACIÓN, TEMA CRISTIANO

1. Tomada en sí misma, la aspiración a la liberación no puede dejar de encontrar un eco amplio y fraternal en el corazón y en el espíritu de los cristianos.
2. Así, en consonancia con esta aspiración, ha nacido el movimiento teológico y pastoral conocido con el nombre de «teología de la liberación», en primer lugar en los países de América Latina, marcados por la herencia religiosa y cultural del cristianismo, y luego en otras regiones del Tercer Mundo, como también en ciertos ambientes de los países industrializados.
3. La expresión «teología de la liberación» designa en primer lugar una preocupación privilegiada, generadora del compromiso por la justicia, proyectada sobre los pobres y las víctimas de la opresión. A partir de esta aproximación, se pueden distinguir varias maneras, a menudo inconciliables, de concebir la significación cristiana de la pobreza y el tipo de compromiso por la justicia que ella requiere. Como todo movimiento de ideas, las «teologías de la liberación» encubren posiciones teológicas diversas; sus fronteras doctrinales están mal definidas.
4. La aspiración a la liberación, como el mismo término sugiere, toca un tema fundamental del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto, tomada en sí misma, la expresión «teología de la liberación» es una expresión plenamente válida: designa entonces una reflexión teológica centrada sobre el tema bíblico de la liberación y de la libertad, y sobre la urgencia de sus incidencias prácticas. El encuentro de la aspiración a la liberación y de las teologías de la liberación no es pues fortuito. La significación de este encuentro no puede ser comprendida correctamente sino a la luz de la especificidad del mensaje de la Revelación, auténticamente interpretado por el Magisterio de la Iglesia. 2

IV - FUNDAMENTOS BÍBLICOS

1. Así una teología de la liberación correctamente entendida constituye una invitación a los teólogos a profundizar ciertos temas bíblicos esenciales, con la preocupación de las cuestiones graves y urgentes que plantean a la Iglesia tanto la aspiración contemporánea a la liberación como los movimientos de liberación que le hacen eco más o menos fielmente. No es posible olvidar ni un sólo instante las situaciones de miseria dramática de donde brota la interpelación así lanzada a los teólogos.
2. La experiencia radical de la libertad cristiana 3 constituye aquí el primer punto de referencia. Cristo, nuestro Liberador, nos ha librado del pecado, y de la esclavitud de la ley y de la carne, que es la señal de la condición del hombre pecador. Es pues la vida nueva de gracia, fruto de la justificación, la que nos hace libres. Esto significa que la esclavitud más radical es la esclavitud del pecado. Las otras formas de esclavitud encuentran pues en la esclavitud del pecado su última raíz. Por esto la libertad en pleno sentido cristiano, caracterizada por la vida en el Espíritu, no podrá ser confundida con la licencia de ceder a los deseos de la carne. Ella es vida nueva en la caridad.
3. Las «teologías de la liberación» tienen en cuenta ampliamente la narración del Éxodo. En efecto, éste constituye el acontecimiento fundamental en la formación del pueblo elegido. Es la liberación de la dominación extranjera y de la esclavitud. Se considera que la significación especifica del acontecimiento le viene de su finalidad, pues esta liberación está ordenada a la fundación del pueblo de Dios y al culto de la Alianza celebrado en el Monte Sinaí. 4 Por esto la liberación del Éxodo no puede referirse a una liberación de naturaleza principal y exclusivamente política. Por otra parte es significativo que el término liberación sea a veces reemplazado en la Escritura por el otro, muy cercano, de redención.
4. El episodio que originó el Éxodo jamás se borrará de la memoria de Israel. A él se hace referencia cuando, después de la ruina de Jerusalén y el Exilio a Babilonia, se vive en la esperanza de una nueva liberación y, más allá, en la espera de una liberación definitiva. En esta experiencia, Dios es reconocido como el Liberador. El sellará con su pueblo una Nueva Alianza, marcada con el don de su Espíritu y la conversión de los corazones. 5
5. Las múltiples angustias y miserias experimentadas por el hombre fiel al Dios de la Alianza proporcionan el tema a varios salmos: lamentos, llamadas de socorro, acciones de gracias hacen mención de la salvación religiosa y de la liberación. En este contexto, la angustia no se identifica pura y simplemente con una condición social de miseria o con la de quien sufre la opresión política. Contiene además la hostilidad de los enemigos, la injusticia, la muerte, la falta. Los salmos nos remiten a una experiencia religiosa esencial: sólo de Dios se espera la salvación y el remedio. Dios, y no el hombre, tiene el poder de cambiar las situaciones de angustia. Así los «pobres del Señor» viven en una dependencia total y de confianza en la providencia amorosa de Dios. 6 Y por otra parte, durante toda la travesía del desierto, el Señor no ha dejado de proveer a la liberación y la purificación espiritual de su pueblo.
6. En el Antiguo Testamento los Profetas, después de Amós, no dejan de recordar, con particular vigor, las exigencias de la justicia y de la solidaridad, y de hacer un juicio extremamente severo sobre los ricos que oprimen al pobre. Toman la defensa de la viuda y del huérfano. Lanzan amenazas contra los poderosos: la acumulación de iniquidades no puede conducir más que a terribles castigos. Por esto la fidelidad a la Alianza no se concibe sin la práctica de la justicia. La justicia con respecto a Dios y la justicia con respecto a los hombres son inseparables. Dios es el defensor y el liberador del pobre.
7. Tales exigencias se encuentran en el Nuevo Testamento. Aún más, están radicalizadas, como lo muestra el discurso sobre las Bienaventuranzas. La conversión y la renovación se deben realizar en lo más hondo del corazón.
8. Ya anunciado en el Antiguo Testamento, el mandamiento del amor fraterno extendido a todos los hombres constituye la regla suprema de la vida social. 7 No hay discriminaciones o límites que puedan oponerse al reconocimiento de todo hombre como el prójimo. 8
9. La pobreza por el Reino es magnificada. Y en la figura del Pobre, somos llevados a reconocer la imagen y como la presencia misteriosa del Hijo de Dios que se ha hecho pobre por amor hacia nosotros. 9 Tal es el fundamento de las palabras inagotables de Jesús sobre el Juicio en Mt 25, 31-46. Nuestro Señor es solidario con toda miseria: toda miseria está marcada por su presencia.
10. Al mismo tiempo, las exigencias de la justicia y de la misericordia, ya anunciadas en el Antiguo Testamento, se profundizan hasta el punto de revestir en el Nuevo Testamento una significación nueva. Los que sufren o están perseguidos son identificados con Cristo. 10 La perfección que Jesús pide a sus discípulos (Mt 5, 18) consiste en el deber de ser misericordioso «como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
11. A la luz de la vocación cristiana al amor fraterno y a la misericordia, los ricos son severamente llamados a su deber. 11 San Pablo, ante los desórdenes de la Iglesia de Corinto, subraya con fuerza el vínculo que existe entre la participación en el sacramento del amor y el compartir con el hermano que está en la necesidad. 12

12. La Revelación del Nuevo Testamento nos enseña que el pecado es el mal más profundo, que alcanza al hombre en lo más íntimo de su personalidad. La primera liberación, a la que han de hacer referencia todas las otras, es la del pecado.
13. Sin duda, para señalar el carácter radical de la liberación traída por Cristo, ofrecida a todos los hombres, ya sean políticamente libres o esclavos, el Nuevo Testamento no exige en primer lugar, como presupuesto para la entrada en esta libertad, un cambio de condición política y social. Sin embargo, la Carta a Filemón muestra que la nueva libertad, traída por la gracia de Cristo, debe tener necesariamente repercusiones en el plano social.
14. Consecuentemente no se puede restringir el campo del pecado, cuyo primer efecto es introducir el desorden en la relación entre el hombre y Dios, a lo que se denomina «pecado social». En realidad, sólo una justa doctrina del pecado permite insistir sobre la gravedad de sus efectos sociales.
15. No se puede tampoco localizar el mal principal y únicamente en las «estructuras» económicas, sociales o políticas malas, como si todos los otros males se derivasen, como de su causa, de estas estructuras, de suerte que la creación de un «hombre nuevo» dependiera de la instauración de estructuras económicas y sociopolíticas diferentes. Ciertamente hay estructuras inicuas y generadoras de iniquidades, que es preciso tener la valentía de cambiar. Frutos de la acción del hombre, las estructuras, buenas o malas, son consecuencias antes de ser causas. La raíz del mal reside, pues, en las personas libres y responsables, que deben ser convertidas por la gracia de Jesucristo, para vivir y actuar como criaturas nuevas, en el amor al prójimo, la búsqueda eficaz de la justicia, del dominio de sí y del ejercicio de las virtudes. 13
Cuando se pone como primer imperativo la revolución radical de las relaciones sociales y se cuestiona, a partir de aquí, la búsqueda de la perfección personal, se entra en el camino de la negación del sentido de la persona y de su trascendencia, y se arruina la ética y su fundamento que es el carácter absoluto de la distinción entre el bien y el mal. Por otra parte, siendo la caridad el principio de la auténtica perfección, esta última no puede concebirse sin apertura a los otros y sin espíritu de servicio.

V - LA VOZ DEL MAGISTERIO

1. Para responder al desafío lanzado a nuestra época por la opresión y el hambre, el Magisterio de la Iglesia, preocupado por despertar las conciencias cristianas en el sentido de la justicia, de la responsabilidad social y de la solidaridad con los pobres y oprimidos, ha recordado repetidas veces la actualidad y la urgencia de la doctrina y de los imperativos contenidos en la Revelación.
2. Contentémonos con mencionar aquí algunas de estas intervenciones: los documentos pontificios más recientes: Mater et Magistra y Pacem in terris , Populorum progressio , Evangelii nuntiandi. Mencionemos igualmente la Carta al Cardenal Roy, Octogesima adveniens .
3. El Concilio Vaticano II, a su vez, ha abordado las cuestiones de la justicia y de la libertad en la Constitución pastoral Gaudium et spes .
4. El Santo Padre ha insistido en varias ocasiones sobre estos temas, especialmente en las Encíclicas Redemptor hominis, Dives in misericordia y Laborem exercens . Las numerosas intervenciones recordando la doctrina de los derechos del hombre tocan directamente los problemas de la liberación de la persona humana respecto a los diversos tipos de opresión de la que es víctima. A este propósito es necesario mencionar especialmente el Discurso pronunciado ante la XXXVI Asamblea general de la O.N.U. en Nueva York, el 2 de octubre de 1979. 14 El 28 de enero del mismo año, Juan Pablo II, al inaugurar la III Conferencia del CELAM en Puebla, había recordado que la verdad sobre el hombre es la base de la verdadera liberación. 15 Este texto constituye un documento de referencia directa para la teología de la liberación.
5. Por dos veces, en 1971 y 1974, el Sínodo de los Obispos ha abordado temas que se refieren directamente a una concepción cristiana de la liberación: el de la justicia en el mundo y el de la relación entre la liberación de las opresiones y la liberación integral o la salvación del hombre. Los trabajos de los Sínodos de 1971 y de 1974 llevaron a Pablo VI a precisar en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi los lazos entre evangelización y liberación o promoción humana. 16
6. La preocupación de la Iglesia por la liberación y por la promoción humana se ha manifestado también mediante la constitución de la Comisión Pontificia Justicia y Paz.
7. Numerosos son los Episcopados que, de acuerdo con la Santa Sede, han recordado también la urgencia y los caminos de una auténtica liberación cristiana. En este contexto, conviene hacer una mención especial de los documentos de las Conferencias Generales del Episcopado latinoamericano en Medellín en 1968 y en Puebla en 1979. Pablo VI estuvo presente en la apertura de Medellín, Juan Pablo II en la de Puebla. Uno y otro abordaron el tema de la conversión y de la liberación.

8. En la línea de Pablo VI, insistiendo sobre la especificidad del mensaje del Evangelio, 17 especificidad que deriva de su origen divino, Juan Pablo II, en el discurso de Puebla, ha recordado cuáles son los tres pilares sobre los que debe apoyarse toda teología de la liberación auténtica: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre. 18

VI - UNA NUEVA INTERPRETACIÓN DEL CRISTIANISMO

l. No se puede olvidar el ingente trabajo desinteresado desarrollado por cristianos, pastores, sacerdotes, religiosos o laicos que, impulsados por el amor a sus hermanos que viven en condiciones inhumanas, se esfuerzan en llevar ayuda y alivio a las innumerables angustias que son fruto de la miseria. Entre ellos, algunos se preocupan de encontrar medios eficaces que permitan poner fin lo más rápidamente posible a una situación intolerable.
2. El celo y la compasión que deben estar presentes en el corazón de todos los pastores corren el riesgo de ser desviados y proyectados hacia empresas tan ruinosas para el hombre y su dignidad como la miseria que se combate, si no se presta suficiente atención a ciertas tentaciones.
3. El angustioso sentimiento de la urgencia de los problemas no debe hacer perder de vista lo esencial, ni hacer olvidar la respuesta de Jesús al Tentador (Mt 4, 4): «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3). Así, ante la urgencia de compartir el pan, algunos se ven tentados a poner entre paréntesis y a dejar para el mañana la evangelización: en primer lugar el pan, la Palabra para más tarde. Es un error mortal el separar ambas cosas hasta oponerlas entre sí. Por otra parte, el sentido cristiano sugiere espontáneamente lo mucho que hay que hacer en uno y otro sentido. 19
4. Para otros, parece que la lucha necesaria por la justicia y la libertad humanas, entendidas en su sentido económico y político, constituye lo esencial y el todo de la salvación. Para éstos, el Evangelio se reduce a un evangelio puramente terrestre.
5. Las diversas teologías de la liberación se sitúan, por una parte, en relación con la opción preferencial por los pobres reafirmada con fuerza y sin ambigüedades, después de Medellín, en la Conferencia de Puebla, 20 y por otra, en la tentación de reducir el Evangelio de la salvación a un evangelio terrestre.
6. Recordemos que la opción preferencial definida en Puebla es doble: por los pobres y por los jóvenes. 21 Es significativo que la opción por la juventud se haya mantenido totalmente en silencio.

7. Anteriormente hemos dicho (cf. IV, 3) que hay una auténtica «teología de la liberación», la que está enraizada en la Palabra de Dios, debidamente interpretada.
8. Pero, desde un punto de vista descriptivo, conviene hablar de las teologías de la liberación, ya que la expresión encubre posiciones teológicas, o a veces también ideológicas, no solamente diferentes, sino también a menudo incompatibles entre sí.
9. El presente documento sólo tratará de las producciones de la corriente del pensamiento que, bajo el nombre de «teología de la liberación» proponen una interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de la Iglesia, aún más, que constituye la negación práctica de la misma.
10. Préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo son la raíz de la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial en favor de los pobres.
VII - EL ANÁLISIS MARXISTA
1. La impaciencia y una voluntad de eficacia han conducido a ciertos cristianos, desconfiando de todo otro método, a refugiarse en lo que ellos llaman «el análisis marxista».
2. Su razonamiento es el siguiente: una situación intolerable y explosiva exige una acción eficaz que no puede esperar más. Una acción eficaz supone un análisis científico de las causas estructurales de la miseria. Ahora bien, el marxismo ha puesto a punto los instrumentos de tal análisis. Basta pues aplicarlos a la situación del Tercer Mundo, y en especial a la de América Latina.
3. Es evidente que el conocimiento científico de la situación y de los posibles caminos de transformación social es el presupuesto para una acción capaz de conseguir los fines que se han fijado. En ello hay una señal de la seriedad del compromiso.
4. Pero el término «científico» ejerce una fascinación casi mítica, y todo lo que lleva la etiqueta de científico no es de por sí realmente científico. Por esto precisamente la utilización de un método de aproximación a la realidad debe estar precedido de un examen crítico de naturaleza epistemológica. Este previo examen crítico le falta a más de una «teología de la liberación».

5. En las ciencias humanas y sociales, conviene ante todo estar atento a la pluralidad de los métodos y de los puntos de vista, de los que cada uno no pone en evidencia más que un aspecto de una realidad que, en virtud de su complejidad, escapa a la explicación unitaria y unívoca.
6. En el caso del marxismo , tal como se intenta utilizar, la crítica previa se impone tanto más cuanto que el pensamiento de Marx constituye una concepción totalizante del mundo en la cual numerosos datos de observación y de análisis descriptivo son integrados en una estructura filosófico-ideológica, que impone la significación y la importancia relativa que se les reconoce. Los a priori ideológicos son presupuestos para la lectura de la realidad social. Así, la disociación de los elementos heterogéneos que componen esta amalgama epistemológicamente híbrida llega a ser imposible, de tal modo que creyendo aceptar solamente lo que se presenta como un análisis, resulta obligado aceptar al mismo tiempo la ideología. Así no es raro que sean los aspectos ideológicos los que predominan en los préstamos que muchos de los «teólogos de la liberación» toman de los autores marxistas.
7. La llamada de atención de Pablo VI sigue siendo hoy plenamente actual: a través del marxismo, tal como es vivido concretamente, se pueden distinguir diversos aspectos y diversas cuestiones planteadas a los cristianos para la reflexión y la acción. Sin embargo, «seria ilusorio y peligroso llegar a olvidar el íntimo vínculo que los une radicalmente, aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista dejando de percibir el tipo de sociedad totalitaria a la cual conduce este proceso».22
8. Es verdad que desde los orígenes, pero de manera más acentuada en los últimos años, el pensamiento marxista se ha diversificado para dar nacimiento a varias corrientes que divergen notablemente unas de otras. En la medida en que permanecen realmente marxistas, estas corrientes continúan sujetas a un cierto número de tesis fundamentales que no son compatibles con la concepción cristiana del hombre y de la sociedad. En este contexto, algunas fórmulas no son neutras, pues conservan la significación que han recibido en la doctrina marxista. «La lucha de clases» es un ejemplo. Esta expresión conserva la interpretación que Marx le dio, y no puede en consecuencia ser considerada como un equivalente, con alcance empírico, de la expresión «conflicto social agudo». Quienes utilizan semejantes fórmulas, pretendiendo sólo mantener algunos elementos del análisis marxista, por otra parte rechazado en su totalidad, suscitan por lo menos una grave ambigüedad en el espíritu de sus lectores.

9. Recordemos que el ateísmo y la negación de la persona humana, de su libertad y de sus derechos, están en el centro de la concepción marxista. Esta contiene pues errores que amenazan directamente las verdades de la fe sobre el destino eterno de las personas. Aún más, querer integrar en la teología un «análisis» cuyos criterios de interpretación dependen de esta concepción atea, es encerrarse en ruinosas contradicciones. El desconocimiento de la naturaleza espiritual de la persona conduce a subordinarla totalmente a la colectividad y, por tanto, a negar los principios de una vida social y política conforme con la dignidad humana.
10. El examen crítico de los métodos de análisis tomados de otras disciplinas se impone de modo especial al teólogo. La luz de la fe es la que provee a la teología sus principios. Por esto la utilización por la teología de aportes filosóficos o de las ciencias humanas tiene un valor «instrumental» y debe ser objeto de un discernimiento crítico de naturaleza teológica. Con otras palabras, el criterio último y decisivo de verdad no puede ser otro, en última instancia, que un criterio teológico. La validez o grado de validez de todo lo que las otras disciplinas proponen, a menudo por otra parte de modo conjetural, como verdades sobre el hombre, su historia y su destino, hay que juzgarla a la luz de la fe y de lo que ésta nos enseña acerca de la verdad del hombre y del sentido último de su destino.
11. La aplicación a la realidad económica, social y política de hoy de esquemas de interpretación tomados de la corriente del pensamiento marxista puede presentar a primera vista alguna verosimilitud, en la medida en que la situación de ciertos países ofrezca algunas analogías con la que Marx describió e interpretó a mediados del siglo pasado. Sobre la base de estas analogías se hacen simplificaciones que, al hacer abstracción de factores esenciales específicos, impiden de hecho un análisis verdaderamente riguroso de las causas de la miseria, y mantienen las confusiones.
12. En ciertas regiones de América Latina, el acaparamiento de la gran mayoría de las riquezas por una oligarquía de propietarios sin conciencia social, la casi ausencia o las carencias del Estado de derecho, las dictaduras militares que ultrajan los derechos elementales del hombre, la corrupción de ciertos dirigentes en el poder, las prácticas salvajes de cierto capital extranjero, constituyen otros tantos factores que alimentan un violento sentimiento de revolución en quienes se consideran víctimas impotentes de un nuevo colonialismo de orden tecnológico, financiero, monetario o económico. La toma de conciencia de las injusticias está acompañada de un pathos que toma prestado a menudo su razonamiento del marxismo , presentado abusivamente como un razonamiento «científico».

13. La primera condición de un análisis es la total docilidad respecto a la realidad que se describe. Por esto una conciencia crítica debe acompañar el uso de las hipótesis de trabajo que se adoptan. Es necesario saber que éstas corresponden a un punto de vista particular, lo cual tiene como consecuencia inevitable subrayar unilateralmente algunos aspectos de la realidad, dejando los otros en la sombra. Esta limitación, que fluye de la naturaleza de las ciencias sociales, es ignorada por quienes, a manera de hipótesis reconocidas como tales, recurren a una concepción totalizante como es el pensamiento de Marx .

VIII - SUBVERSIÓN DEL SENTIDO DE LA VERDAD Y VIOLENCIA

1. Esta concepción totalizante impone su lógica y arrastra las «teologías de la liberación» a aceptar un conjunto de posiciones incompatibles con la visión cristiana del hombre. En efecto, el núcleo ideológico, tomado del marxismo , al cual hace referencia, ejerce la función de un principio determinante. Esta función se le ha dado en virtud de la calificación de científico, es decir, de necesariamente verdadero, que se le ha atribuido. En este núcleo se pueden distinguir varios componentes.
2. En la lógica del pensamiento marxista, «el análisis» no es separable de la praxis y de la concepción de la historia a la cual está unida esta praxis. El análisis es así un instrumento de crítica, y la crítica no es más que un momento de combate revolucionario. Este combate es el de la clase del Proletariado investido de su misión histórica.
3. En consecuencia sólo quien participa en este combate puede hacer un análisis correcto.
4. La conciencia verdadera es así una conciencia partidaria. Se ve que la concepción misma de la verdad en cuestión es la que se encuentra totalmente subvertida: se pretende que sólo hay verdad en y por la praxis partidaria.
5. La praxis, y la verdad que de ella deriva, son praxis y verdad partidarias, ya que la estructura fundamental de la historia está marcada por la lucha de clases. Hay pues una necesidad objetiva de entrar en la lucha de clases (la cual es el reverso dialéctico de la relación de explotación que se denuncia). La verdad es verdad de clase, no hay verdad sino en el combate de la clase revolucionaria.
6. La ley fundamental de la historia que es la ley de la lucha de clases implica que la sociedad está fundada sobre la violencia. A la violencia que constituye la relación de dominación de los ricos sobre los pobres deberá responder la contra-violencia revolucionaria mediante la cual se invertirá esta relación.

7. La lucha de clases es pues presentada como una ley objetiva, necesaria. Entrando en su proceso, al lado de los oprimidos, se «hace» la verdad, se actúa «científicamente». En consecuencia, la concepción de la verdad va a la par con la afirmación de la violencia necesaria, y por ello con la del amoralismo político. En estas perspectivas, pierde todo sentido la referencia a las exigencias éticas que ordenan reformas estructurales e institucionales radicales y valerosas.
8. La ley fundamental de la lucha de clases tiene un carácter de globalidad y de universalidad. Se refleja en todos los campos de la existencia, religiosos, éticos, culturales e institucionales. Con relación a esta ley, ninguno de estos campos es autónomo. Esta ley constituye el elemento determinante en cada uno.
9. Por concesión hecha a las tesis de origen marxista, se pone radicalmente en duda la naturaleza misma de la ética. De hecho, el carácter trascendente de la distinción entre el bien y el mal, principio de la moralidad, se encuentra implícitamente negado en la óptica de la lucha de clases.

IX - TRADUCCIÓN «TEOLÓGICA» DE ESTE NÚCLEO

1. Las posiciones presentadas aquí se encuentran a veces tal cual en algunos escritos de los «teólogos de la liberación». En otros, proceden lógicamente de sus premisas. Por otra parte, en ellas se basan algunas prácticas litúrgicas, como por ejemplo «la Eucaristía» transformada en celebración del pueblo en lucha, aunque quienes participan en estas prácticas no sean plenamente conscientes de ello. Uno se encuentra pues delante de un verdadero sistema, aun cuando algunos duden de seguir la lógica hasta el final. Este sistema como tal es una perversión del mensaje cristiano tal como Dios lo ha confiado a su Iglesia. Así, pues, este mensaje se encuentra cuestionado en su globalidad por las «teologías de la liberación».
2. Lo que estas «teologías de la liberación» han acogido como un principio, no es el hecho de las estratificaciones sociales con las desigualdades e injusticias que se les agregan, sino la teoría de la lucha de clases como ley estructural fundamental de la historia. Se saca la conclusión de que la lucha de clases entendida así divide a la Iglesia y que en función de ella hay que juzgar las realidades eclesiales. También se pretende que es mantener, con mala fe, una ilusión engañosa el afirmar que el amor, en su universalidad, puede vencer lo que constituye la ley estructural primera de la sociedad capitalista.
3. En esta concepción, la lucha de clases es el motor de la historia. La historia llega a ser así una noción central. Se afirmará que Dios se hace historia. Se añadirá que no hay más que una sola historia, en la cual no hay que distinguir ya entre historia de la salvación e historia profana. Mantener la distinción sería caer en el «dualismo». Semejantes afirmaciones reflejan un inmanentismo historicista. Por esto se tiende a identificar el Reino de Dios y su devenir con el movimiento de la liberación humana, y a hacer de la historia misma el sujeto de su propio desarrollo como proceso de la autorredención del hombre a través de la lucha de clases. Esta identificación está en oposición con la fe de la Iglesia, tal como la ha recordado el Concilio Vaticano II. 23
4. En esta línea, algunos llegan hasta el límite de identificar a Dios y la historia, y a definir la fe como «fidelidad a la historia», lo cual significa fidelidad comprometida en una práctica política conforme a la concepción del devenir de la humanidad concebido como un mesianismo puramente temporal.
5. En consecuencia, la fe, la esperanza y la caridad reciben un nuevo contenido: ellas son «fidelidad a la historia», «confianza en el futuro», «opción por los pobres»: que es como negarlas en su realidad teologal.
6. De esta nueva concepción se sigue inevitablemente una politización radical de las afirmaciones de la fe y de los juicios teológicos. Ya no se trata solamente de atraer la atención sobre las consecuencias e incidencias políticas de las verdades de fe, las que serían respetadas ante todo por su valor trascendente. Se trata más bien de la subordinación de toda afirmación de la fe o de la teología a un criterio político dependiente de la teoría de la lucha de clases, motor de la historia.
7. En consecuencia, se presenta la entrada en la lucha de clases como una exigencia de la caridad como tal; se denuncia como una actitud estática y contraria al amor a los pobres la voluntad de amar desde ahora a todo hombre, cualquiera que sea su pertenencia de clase, y de ir a su encuentro por los caminos no violentos del diálogo y de la persuasión. Si se afirma que el hombre no debe ser objeto de odio, se afirma igualmente que en virtud de su pertenencia objetiva al mundo de los ricos, él es ante todo un enemigo de clase que hay que combatir. Consecuentemente la universalidad del amor al prójimo y la fraternidad llegan a ser un principio escatológico, válido sólo para el «hombre nuevo» que surgirá de la revolución victoriosa.
8. En cuanto a la Iglesia, se tiende a ver en ella sólo una realidad interior de la historia, que obedece también a las leyes que se suponen dirigen el devenir histórico en su inmanencia. Esta reducción vacía la realidad específica de la Iglesia, don de la gracia de Dios y misterio de fe. Igualmente, se niega que tenga todavía sentido la participación en la misma Mesa eucarística de cristianos que por otra parte pertenecen a clases opuestas.

9. En su significación positiva, la Iglesia de los pobres significa la preferencia, no exclusiva, dada a los pobres, según todas las formas de miseria humana, ya que ellos son los preferidos de Dios. La expresión significa también la toma de conciencia de las exigencias de la pobreza evangélica en nuestro tiempo, por parte de la Iglesia, -como comunión y como institución- así como por parte de sus miembros.
10. Pero las «teologías de la liberación», que tienen el mérito de haber valorado los grandes textos de los Profetas y del Evangelio sobre la defensa de los pobres, conducen a un amalgama ruinosa entre el pobre de la Escritura y el proletariado de Marx. Por ello el sentido cristiano del pobre se pervierte y el combate por los derechos de los pobres se transforma en combate de clase en la perspectiva ideológica de la lucha de clases. La Iglesia de los pobres significa así una Iglesia de clase, que ha tomado conciencia de las necesidades de la lucha revolucionaria como etapa hacia la liberación y que celebra esta liberación en su liturgia.
11. Es necesario hacer una observación análoga respecto a la expresión Iglesia del pueblo. Desde el punto de vista pastoral, se puede entender por ésta los destinatarios prioritarios de la evangelización, aquellos hacia los cuales, en virtud de su condición, se dirige ante todo el amor pastoral de la Iglesia. Se puede también referir a la Iglesia como «pueblo de Dios», es decir, como el pueblo de la Nueva Alianza sellada en Cristo. 24
12. Pero las «teologías de la liberación», de las que hablamos, entienden por Iglesia del pueblo una Iglesia de clase, la Iglesia del pueblo oprimido que hay que «concientizar» en vista de la lucha liberadora organizada. El pueblo así entendido llega a ser también para algunos, objeto de la fe.
13. A partir de tal concepción de la Iglesia del pueblo, se desarrolla una crítica de las estructuras mismas de la Iglesia. No se trata solamente de una corrección fraternal respecto a los pastores de la Iglesia cuyo comportamiento no refleja el espíritu evangélico de servicio y se une a signos anacrónicos de autoridad que escandalizan a los pobres. Se trata de poner en duda la estructura sacramental y jerárquica de la Iglesia, tal como la ha querido el Señor. Se denuncia la jerarquía y el Magisterio como representantes objetivos de la clase dominante que es necesario combatir. Teológicamente, esta posición vuelve a decir que el pueblo es la fuente de los ministerios y que se puede dotar de ministros a elección propia, según las necesidades de su misión revolucionaria histórica.

X - UNA NUEVA HERMENÉUTICA

1. La concepción partidaria de la verdad que se manifiesta en la praxis revolucionaria de clase corrobora esta posición. Los teólogos que no comparten las tesis de la «teología de la liberación», la jerarquía, y sobre todo el Magisterio romano son así desacreditados a priori, como pertenecientes a la clase de los opresores. Su teología es una teología de clase. Argumentos y enseñanzas no son examinados en sí mismos, pues sólo reflejan los intereses de clase. Por ello, su contenido es decretado, en principio, falso.
2. Aquí aparece el carácter global y totalizante de la «teología de la liberación». Esta, en consecuencia, debe ser criticada, no en tal o cual de sus afirmaciones, sino a nivel del punto de vista de clase que adopta a priori y que funciona en ella como un principio hermenéutico determinante.
3. A causa de este presupuesto clasista, se hace extremamente difícil, por no decir imposible, obtener de algunos «teólogos de la liberación» un verdadero diálogo en el cual el interlocutor sea escuchado y sus argumentos sean discutidos objetivamente y con atención. Porque estos teólogos parten, más o menos conscientemente, del presupuesto de que el punto de vista de la clase oprimida y revolucionaria, que sería la suya, constituye el único punto de vista de la verdad. Los criterios teológicos de verdad se encuentran así relativizados y subordinados a los imperativos de la lucha de clases. En esta perspectiva, se substituye la ortodoxia como recta regla de la fe, por la idea de ortopraxis como criterio de verdad. A este respecto, no hay que confundir la orientación práctica, propia de la teología tradicional al igual y con el mismo título que la orientación especulativa, con un primado privilegiado reconocido a un cierto tipo de praxis. De hecho, esta última es la praxis revolucionaria que llegaría a ser el supremo criterio de la verdad teológica. Una sana metodología teológica tiene en cuenta sin duda la praxis de la Iglesia en donde encuentra uno de sus fundamentos, en cuanto que deriva de la fe y es su expresión vivida.
4. La doctrina social de la Iglesia es rechazada con desdén. Se dice que procede de la ilusión de un posible compromiso, propio de las clases medias que no tienen destino histórico.
5. La nueva hermenéutica inscrita en las «teologías de la liberación» conduce a una relectura esencialmente política de la Escritura. Por tanto se da mayor importancia al acontecimiento del Éxodo en cuanto que es liberación de la esclavitud política. Se propone igualmente una lectura política del Magnificat. El error no está aquí en prestarle atención a una dimensión política de los relatos bíblicos. Está en hacer de esta dimensión la dimensión principal y exclusiva, que conduce a una lectura reductora de la Escritura.

6. Igualmente, se sitúa en la perspectiva de un mesianismo temporal, el cual es una de las expresiones más radicales de la secularización del Reino de Dios y de su absorción en la inmanencia de la historia humana.
7. Privilegiando de esta manera la dimensión política, se ha llegado a negar la radical novedad del Nuevo Testamento y, ante todo, a desconocer la persona de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, al igual que el carácter específico de la liberación que nos aporta, y que es ante todo liberación del pecado, el cual es la fuente de todos los males.
8. Por otra parte, al dejar a un lado la interpretación autorizada del Magisterio, denunciada como interpretación de clase, se descarta al mismo tiempo la Tradición. Por esto, se priva de un criterio teológico esencial de interpretación y, en el vacío así creado, se acogen las tesis más radicales de la exégesis racionalista. Sin espíritu crítico se vuelve a la oposición entre el «Jesús de la historia» y el «Jesús de la fe».
9. Es cierto que se conservan literalmente las fórmulas de la fe, en particular la de Calcedonia, pero se le atribuye una nueva significación, lo cual es una negación de la fe de la Iglesia. Por un lado se rechaza la doctrina cristológica ofrecida por la Tradición, en nombre del criterio de clase; por otro, se pretende alcanzar el «Jesús de la historia» a partir de la experiencia revolucionaria de la lucha de los pobres por su liberación.
10. Se pretende revivir una experiencia análoga a la que habría sido la de Jesús. La experiencia de los pobres que luchan por su liberación -la cual habría sido la de Jesús-, revelaría ella sola el conocimiento del verdadero Dios y del Reino.
11. Está claro que se niega la fe en el Verbo encarnado, muerto y resucitado por todos los hombres, y que «Dios ha hecho Señor y Cristo».25 Se le substituye por una «figura» de Jesús que es una especie de símbolo que recapitula en sí las exigencias de la lucha de los oprimidos.
12. Así se da una interpretación exclusivamente política de la muerte de Cristo. Por ello se niega su valor salvífico y toda la economía de la redención.
13. La nueva interpretación abarca así el conjunto del misterio cristiano.
14. De manera general, opera lo que se puede llamar una inversión de los símbolos. En lugar de ver con S. Pablo, en el Éxodo, una figura del bautismo, 26 se llega al límite de hacer de él un símbolo de la liberación política del pueblo.

15. Al aplicar el mismo criterio hermenéutico a la vida eclesial y a la constitución jerárquica de la Iglesia, las relaciones entre la jerarquía y la «base» llegan a ser relaciones de dominación que obedecen a la ley de la lucha de clases. Se ignora simplemente la sacramentalidad que está en la raíz de los ministerios eclesiales y que hace de la Iglesia una realidad espiritual irreductible a un análisis puramente sociológico.
16. La inversión de los símbolos se constata también en el campo de los sacramentos. La Eucaristía ya no es comprendida en su verdad de presencia sacramental del sacrificio reconciliador, y como el don del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Se convierte en celebración del pueblo que lucha. En consecuencia, se niega radicalmente la unidad de la Iglesia. La unidad, la reconciliación, la comunión en el amor ya no se conciben como don que recibimos de Cristo. 27 La clase histórica de los pobres es la que construye la unidad, a través de su lucha. La lucha de clases es el camino para esta unidad. La Eucaristía llega a ser así Eucaristía de clase. Al mismo tiempo se niega la fuerza triunfante del amor de Dios que se nos ha dado.
XI - ORIENTACIONES
1. La llamada de atención contra las graves desviaciones de ciertas «teologías de la liberación» de ninguna manera debe ser interpretada como una aprobación, aun indirecta, dada a quienes contribuyen al mantenimiento de la miseria de los pueblos, a quienes se aprovechan de ella, a quienes se resignan o a quienes deja indiferentes esta miseria. La Iglesia, guiada por el Evangelio de la Misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia 28 y quiere responder a él con todas sus fuerzas.
2. Por tanto, se hace a la Iglesia un profundo llamamiento. Con audacia y valentía, con clarividencia y prudencia, con celo y fuerza de ánimo, con amor a los pobres hasta el sacrificio, los pastores -como muchos ya lo hacen-, considerarán tarea prioritaria el responder a esta llamada.
3. Todos los sacerdotes, religiosos y laicos que, escuchando el clamor por la justicia, quieran trabajar en la evangelización y en la promoción humana, lo harán en comunión con sus obispos y con la Iglesia, cada uno en la línea de su específica vocación eclesial.
4. Conscientes del carácter eclesial de su vocación, los teólogos colaborarán lealmente y en espíritu de diálogo con el Magisterio de la Iglesia. Sabrán reconocer en el Magisterio un don de Cristo a su Iglesia 29 y acogerán su palabra y sus instrucciones con respeto filial.
5. Las exigencias de la promoción humana y de una liberación auténtica, solamente se comprenden a partir de la tarea evangelizadora tomada en su integridad. Esta liberación tiene como pilares indispensables la verdad sobre Jesucristo el Salvador, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre y sobre su dignidad. 30 La Iglesia, que quiere ser en el mundo entero la Iglesia de los pobres, intenta servir a la noble lucha por la verdad y por la justicia, a la luz de las Bienaventuranzas, y ante todo de la bienaventuranza de los pobres de corazón. La Iglesia habla a cada hombre y, por lo tanto, a todos los hombres. Es «la Iglesia universal. La Iglesia del misterio de la encarnación. No es la Iglesia de una clase o de una sola casta. Ella habla en nombre de la verdad misma. Esta verdad es realista». Ella conduce a tener en cuenta «toda realidad humana, toda injusticia, toda tensión, toda lucha».31
6. Una defensa eficaz de la justicia se debe apoyar sobre la verdad del hombre, creado a imagen de Dios y llamado a la gracia de la filiación divina. El reconocimiento de la verdadera relación del hombre con Dios constituye el fundamento de la justicia que regula las relaciones entre los hombres. Por esta razón la lucha por los derechos del hombre, que la Iglesia no cesa de recordar, constituye el auténtico combate por la justicia.
7. La verdad del hombre exige que este combate se lleve a cabo por medios conformes a la dignidad humana. Por esta razón el recurso sistemático y deliberado a la violencia ciega, venga de donde venga, debe ser condenado. 32 El tener confianza en los medios violentos con la esperanza de instaurar más justicia es ser víctima de una ilusión mortal. La violencia engendra violencia y degrada al hombre. Ultraja la dignidad del hombre en la persona de las víctimas y envilece esta misma dignidad en quienes la practican.
8. La urgencia de reformas radicales de las estructuras que producen la miseria y constituyen ellas mismas formas de violencia no puede hacer perder de vista que la fuente de las injusticias está en el corazón de los hombres. Solamente recurriendo a las capacidades éticas de la persona y a la perpetua necesidad de conversión interior se obtendrán los cambios sociales que estarán verdaderamente al servicio del hombre. 33 Pues a medida que los hombres, conscientes del sentido de su responsabilidad, colaboran libremente, con su iniciativa y solidaridad, en los cambios necesarios, crecerán en humanidad. La inversión entre moralidad y estructuras conlleva una antropología materialista incompatible con la verdad del hombre.

9. Igualmente es una ilusión mortal creer que las nuevas estructuras por sí mismas darán origen a un «hombre nuevo», en el sentido de la verdad del hombre. El cristiano no puede desconocer que el Espíritu Santo, que nos ha sido dado, es la fuente de toda verdadera novedad y que Dios es el señor de la historia.
10. Igualmente, la inversión por la violencia revolucionaria de las estructuras generadoras de injusticia no es ipso facto el comienzo de la instauración de un régimen justo. Un hecho notable de nuestra época debe ser objeto de la reflexión de todos aquellos que quieren sinceramente la verdadera liberación de sus hermanos. Millones de nuestros contemporáneos aspiran legítimamente a recuperar las libertades fundamentales de las que han sido privados por regímenes totalitarios y ateos que se han apoderado del poder por caminos revolucionarios y violentos, precisamente en nombre de la liberación del pueblo. No se puede ignorar esta vergüenza de nuestro tiempo: pretendiendo aportar la libertad se mantiene a naciones enteras en condiciones de esclavitud indignas del hombre. Quienes se vuelven cómplices de semejantes esclavitudes, tal vez inconscientemente, traicionan a los pobres que intentan servir.
11. La lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un mito que impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias. Quienes se dejan fascinar por este mito deberían reflexionar sobre las amargas experiencias históricas a las cuales ha conducido. Comprenderán entonces que no se trata de ninguna manera de abandonar un camino eficaz de lucha en favor de los pobres en beneficio de un ideal sin efectos. Se trata, al contrario, de liberarse de un espejismo para apoyarse sobre el Evangelio y su fuerza de realización.
12. Una de las condiciones para el necesario enderezamiento teológico es la recuperación del valor de la enseñanza social de la Iglesia. Esta enseñanza de ningún modo es cerrada. Al contrario, está abierta a todas las cuestiones nuevas que no dejan de surgir en el curso de los tiempos. En esta perspectiva, la contribución de los teólogos y pensadores de todas las regiones del mundo a la reflexión de la Iglesia es hoy indispensable.
13. Igualmente, la experiencia de quienes trabajan directamente en la evangelización y promoción de los pobres y oprimidos es necesaria para la reflexión doctrinal y pastoral de la Iglesia. En este sentido, hay que decir que se tome conciencia de ciertos aspectos de la verdad a partir de la praxis, si por ésta se entiende la práctica pastoral y una práctica social de inspiración evangélica.
14. La enseñanza de la Iglesia en materia social aporta las grandes orientaciones éticas. Pero, para que ella pueda guiar directamente la acción, exige personalidades competentes, tanto desde el punto de vista científico y técnico como en el campo de las ciencias humanas o de la política. Los pastores estarán atentos a la formación de tales personalidades competentes, viviendo profundamente del Evangelio. A los laicos, cuya misión propia es construir la sociedad, corresponde aquí el primer puesto.
15. Las tesis de las «teologías de la liberación» son ampliamente difundidas, bajo una forma todavía simplificada, en sesiones de formación o en grupos de base que carecen de preparación catequética y teológica. Son así aceptadas, sin que resulte posible un juicio crítico, por hombres y mujeres generosos.
16. Por esto los pastores deben vigilar la calidad y el convenido de la catequesis y de la formación que siempre debe presentar la integridad del mensaje de la salvación y los imperativos de la verdadera liberación humana en el marco de este mensaje integral.
17. En esta presentación integral del misterio cristiano, será oportuno acentuar los aspectos esenciales que las «teologías de la liberación» tienden especialmente a desconocer o eliminar: trascendencia y gratuidad de la liberación en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, soberanía de su gracia, verdadera naturaleza de los medios de salvación, y en particular de la Iglesia y de los sacramentos. Se recordará la verdadera significación de la ética para la cual la distinción entre el bien y el mal no podrá ser relativizada, el sentido auténtico del pecado, la necesidad de la conversión y la universalidad de la ley del amor fraterno. Se pondrá en guardia contra una politización de la existencia que, desconociendo a un tiempo la especificidad del Reino de Dios y la trascendencia de la persona, conduce a sacralizar la política y a captar la religiosidad del pueblo en beneficio de empresas revolucionarias.
18. A los defensores de «la ortodoxia», se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y de los regímenes políticos que las mantienen. La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos, y especialmente a los pastores y a los responsables. La preocupación por la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido. Con el testimonio de su fuerza de amar, dinámica y constructiva, los cristianos pondrán así las bases de aquella «civilización del amor» de la cual ha hablado, después de Pablo VI, la Conferencia de Puebla. 34 Por otra parte, son muchos, sacerdotes, religiosos y laicos, los que se consagran de manera verdaderamente evangélica a la creación de una sociedad justa.

CONCLUSIÓN

Las palabras de Pablo VI, en el Credo del pueblo de Dios, expresan con plena claridad la fe de la Iglesia, de la cual no se puede apartar sin provocar, con la ruina espiritual, nuevas miserias y nuevas esclavitudes.
«Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo en la Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que su crecimiento propio no puede confundirse con el progreso de la civilización, de la ciencia o de la técnica humanas, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al Amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la gracia y la santidad entre los hombres. Es este mismo amor el que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del verdadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una morada permanente en este mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y los medios de cada uno, a contribuir al bien de su ciudad terrenal, a promover la justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a los más pobres y desgraciados. La intensa solicitud de la Iglesia, Esposa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en Él, su único Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia se conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera de su Señor y del Reino eterno».35

El Santo Padre Juan Pablo II, en el transcurso de una Audiencia concedida al infrascrito Prefecto, ha aprobado esta Instrucción, cuya preparación fue decidida en una reunión ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el día 6 de agosto de 1984, fiesta de la Transfiguración del Señor.

JOSEPH Card. RATZINGER
Prefecto