Encíclica de S.S. Pío XI
para la Acción Católica de Italia
29 -6-1931
No es necesario, Venerables Hermanos, anunciaros los
acontecimientos, que en los últimos tiempos se han desarrollado en esta ciudad
de Roma, Nuestra Sede episcopal, y en toda Italia, que es decir, en Nuestra
propia circunscripción Primacial, acontecimientos que han tenido tan amplia y
profunda repercusión en el mundo entero, y con mayores efectos, en todas y cada
una de las diócesis de Italia y del mundo católico. Pocas y tristes palabras
las resumen: Se ha intentado herir de muerte todo cuanto allí era y será
siempre lo más querido por Nuestro corazón de Padre y Pastor de almas... -y podemos
bien, y aun debemos, añadir: "y más ofende aún el modo".
En presencia y bajo la presión de estos
acontecimientos sentimos Nos la necesidad y el deber de dirigirnos -y por
decirlo así, venir en espíritu- a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, ante
todo para cumplir un grave y ya obligado deber de gratitud fraterna; en segundo
lugar, para satisfacer un deber no menos grave y no menos apremiante de
defender la verdad y la justicia en una materia que, por referirse a vitales
intereses y derechos de la Santa Iglesia, os toca también a todos y cada uno de
vosotros, dondequiera que el Espíritu Santo os haya colocado para gobernarla en
unión con Nos; en tercer lugar, queremos exponeros las conclusiones y
reflexiones que los acontecimientos Nos parecen imponer; en cuarto lugar,
queremos confiaros Nuestras preocupaciones para lo por venir, y, finalmente, os
invitaremos a compartir Nuestras esperanzas y a rogar con Nos y con el mundo
católico por su realización.
I. DEBER DE GRATITUD
2. La paz interior, esa paz que nace de la plena y
clara conciencia de estar del lado de la verdad y de la justicia, y de combatir
y sufrir por ellas, esa paz que solamente puede darla el Rey divino, y que el
mundo es completamente incapaz de dar y quitar, esa paz bendita y bienhechora,
gracias a la bondad y misericordia de Dios, no Nos ha abandonado ni un solo
instante, y abrigamos la firme esperanza de que, suceda lo que suceda, no Nos
abandonará jamás, pero bien sabéis vosotros, Venerables Hermanos, que esa paz
deja libre acceso a los más amargos sinsabores. Así lo experimentó el inflamado
Corazón de Jesús, lo mismo experimentan los corazones de sus fieles servidores,
y Nos también hemos experimentado la verdad de aquella misteriosa palabra: Ecce
in pace amaritudo mea amarissima[i]. Vuestra intervención tan rápida como
profundamente generosa y afectuosa, que no ha cesado todavía, Venerables
Hermanos, los sentimientos fraternos y filiales, y, por encima de todo, ese
sentido de alta y sobrenatural solidaridad, de íntima unión de pensamientos y
de sentimientos, de inteligencias y de voluntades que respiran vuestras
comunicaciones tan llenas de amor, Nos han llenado el alma de consuelos
indecibles y muchas veces han hecho subir de Nuestro corazón a Nuestros labios
las palabras del salmo[ii]: Secundum multitudinem dolorum meorum in corde meo,
consolationes tuae laetificaverunt animam meam. De todos estos consuelos,
después de Dios, os damos gracias de todo corazón, Venerables Hermanos, a
vosotros, a quienes también Nos podemos repetir la palabra de Jesús a los
Apóstoles, vuestros predecesores: Vos qui permansistis mecum in tentationibus
meis[iii].
Sentimos también y queremos cumplir el deber tan dulce
para el corazón paternal de dar las gracias junto con vosotros, Venerables
Hermanos, a tantos de vuestros buenos y dignos hijos que, individual y
colectivamente, en su propio nombre o en el de las más diversas organizaciones
y asociaciones consagradas al bien, y en mayor número, de las Asociaciones de
Acción Católica y de la Juventud Católica, Nos han enviado tantas y tan
filialmente afectuosas expresiones de condolencia, de devoción, y de generosa y
eficaz conformidad a Nuestras normas directivas, como a Nuestros deseos.
Singularmente bello y consolador para Nos ha sido el contemplar a las
"Acciones Católicas" de todos los países, desde los más próximos
hasta los más remotos, contemplarlas -decimos- reunidas en torno al Padre
común, animadas y como impulsadas por un mismo espíritu de fe, de piedad
filial, de generosos propósitos en los que se expresa unánimemente la penosa
sorpresa de ver perseguida y herida la Acción Católica precisamente en el
Centro del Apostolado jerárquico, allí donde más razón de ser tiene -esa Acción
Católica que en Italia, como en todas las partes del mundo, según su auténtica
y esencial definición y según Nuestras asiduas y vigilantes normas tan
generosamente secundadas por vosotros, Venerables Hermanos, ni quiere ni puede
ser otra cosa sino la participación y colaboración de los seglares en el
Apostolado jerárquico.
Vosotros mismos, Venerables Hermanos, llevaréis la
expresión de Nuestra paternal gratitud a todos los hijos vuestros y Nuestros en
Jesucristo, que se han mostrado formados tan bien en vuestra escuela y tan
buenos y piadosos hacia su Padre común, que Nos hacen exclamar: Superabundo
gaudio in tribulatione nostra[iv].
3. A vosotros, Obispos de todas y cada una de las
diócesis de esta querida Italia, a vosotros os debemos no sólo la expresión -de
Nuestra gratitud por los consuelos que en noble y santa porfía Nos habéis
prodigado tan generosamente con vuestras cartas durante todo el pasado mes y
singularmente en este mismo día de los Santos Apóstoles con vuestros delicados
y elocuentes telegramas, pero también os debemos dirigir el pésame por todo
cuanto cada uno de vosotros ha sufrido, al ver cómo de repente caía devastadora
la tempestad sobre las parcelas más ricamente floridas y prometedoras de los
jardines espirituales que el Espíritu Santo ha confiado a vuestra solicitud y
que veníais vosotros cultivando con tanto celo y con tan gran provecho para las
almas. Vuestro corazón, Venerables Hermanos, se ha vuelto en seguida hacia el
Nuestro para participar en Nuestra pena, en la cual sentíais converger como en
su centro, encontrarse y multiplicarse todas las vuestras: es lo que Nos habéis
mostrado en los testimonios más claros y afectuosos, y por ello con todo
corazón os damos las gracias. Particularmente os agradecemos el unánime y
verdaderamente grandioso testimonio que habéis dado a la Acción Católica italiana
y precisamente a las Asociaciones Juveniles, por haber permanecido fieles a
Nuestras normas y a las vuestras que excluyen toda actividad política de
partido. Al mismo tiempo damos las gracias también a todos vuestros sacerdotes
y fieles, a vuestros religiosos y religiosas, que se han unido a vosotros con
tan gran impulso de fe y de piedad filial. Damos las gracias especialmente a
vuestras asociaciones de Acción Católica, y en primer lugar a las Juveniles de
todas las categorías, hasta las más pequeñas benjaminas y los más pequeños
niños, tanto más queridos cuanto más pequeños son, en cuyas plegarias tenemos
especial confianza y esperanza.
Vosotros habéis comprendido, Venerables Hermanos, que
Nuestro corazón estaba y está con vosotros, con cada uno de vosotros, sufriendo
con vosotros, orando por vosotros y con vosotros, a fin de que Dios, en su
infinita misericordia, Nos socorra y aun haga salir de este gran mal,
desencadenado por el antiguo enemigo del bien, una nueva floración de bienes, y
de grandes bienes.
II. LA ACCIÓN CATÓLICA NO ES POLÍTICA
4. Satisfecha ya la deuda de gratitud por los
consuelos recibidos en medio de dolor tan grande, debemos satisfacer las
obligaciones que el ministerio apostólico Nos impone para con la verdad y la
justicia.
Ya muchas veces, Venerables Hermanos, de la manera más
explícita y asumiendo toda la responsabilidad de lo que decíamos, hemos
significado Nos y hemos protestado contra la campaña de falsas e injustas
acusaciones que precedió a la disolución de las Asociaciones Juveniles y
Universitarias de la Acción Católica, disolución ejecutada por vías de hecho y
con procedimientos que daban la impresión de que se actuaba contra una vasta y
peligrosa asociación delincuente. Y, sin embargo, se trataba de jóvenes y de
niños que son ciertamente los mejores entre los buenos, y de los cuales tenemos
la satisfacción y el orgullo de poder una vez más dar este testimonio. Parecía
como si aun los mismos ejecutores (no la mayoría, pero sí muchos) de tales
procedimientos tuvieran asimismo esta impresión y no la ocultaran, empleando,
en el cumplimiento de su cometido, expresiones y delicadezas con las cuales
parecían pedir excusa y querer hacerse perdonar por lo que se les obligaba a
hacer: Nos los hemos tenido en cuenta y les reservamos especiales bendiciones.
Pero, como por dolorosa compensación, cuánta crueldad
y violencia, hasta las heridas y la sangre, cuántas irreverencias de prensa, de
palabras y de hechos contra las cosas y contra las personas, incluso la
Nuestra, han precedido, acompañado y seguido a la ejecución de la repentina
medida policíaca! Y ésta con gran frecuencia se ha extendido, por ignorancia o
por un celo malévolo, a ciertas asociaciones e instituciones ni siquiera
comprendidas en las órdenes superiores, como los oratorios de los niños y las
piadosas congregaciones de las Hijas de María.
Todo este lamentable conjunto de irreverencias y de
violencias tenía que ser con una tal intervención de miembros e insignias del
partido, con tal uniformidad de un extremo a otro de Italia y con tal
condescendencia de las Autoridades y de las fuerzas de seguridad pública, que
necesariamente hacían pensar en disposiciones venidas de arriba. Fácilmente admitimos,
como era fácil de prever, que estas disposiciones pudieron y hasta debieron
necesariamente ser sobrepasadas. Hemos debido recordar estas cosas antipáticas
y penosas, porque se ha intentado hacer creer al público y al mundo que la
deplorable disolución de las Asociaciones a Nos tan queridas se había llevado a
cabo sin incidentes y casi como una cosa normal.
5. Pero la realidad es que se ha atentado muy de otro
modo y en las más vastas proporciones contra la verdad y la justicia. Si no
todas, ciertamente las principales falsedades y verdaderas calumnias esparcidas
por la prensa hostil de partido -la única libre, y con frecuencia mandada o
casi obligada, para hablar de todo y atreverse a todo- han sido recogidas en un
mensaje, aunque "no oficial" (cautelosa calificación) y suministradas
al público por los más poderosos medios de difusión que al presente se conocen.
La historia de los documentos, redactados no para servir a la verdad y a la
justicia sino para ofenderla, es una larga y triste historia, y Nos debemos
decir, con la más profunda amargura, que en los muchos años de Nuestra
actividad de bibliotecario rara vez hemos encontrado un documento tan
tendencioso y tan contrario a la verdad y a la justicia con relación a la Santa
Sede, a la Acción Católica y más particularmente a las Asociaciones Católicas,
tan duramente castigadas. Si calláramos, si dejáramos pasar, es decir, si
permitiéramos creer todas esas cosas, vendríamos a ser aun más indignos de lo
que ya somos, de ocupar esta augusta Sede Apostólica, indignos de la filial y
generosa devoción con la cual siempre Nos han consolado y Nos consuelan hoy más
que nunca Nuestros queridos hijos de la Acción Católica, y más particularmente
aquellos Nuestros hijos e hijas, tan numerosos, gracias a Dios, que por su
religiosa fidelidad a Nuestros mandatos y normas tanto han sufrido y tanto
sufren, honrando tanto más así la escuela en que se han formado como al Divino
Maestro y a su indigno Vicario, cuanto más luminosamente han demostrado con su
cristiana actitud, aun frente a las amenazas y a las violencias, de qué lado se
encuentra la verdadera dignidad de carácter, la verdadera fuerza de alma, el
verdadero valor y aun la misma civilización.
Procuraremos ser muy breves al rectificar las fáciles
afirmaciones del aludido mensaje. Y decimos fáciles por no decir audaces, pues
les constaba que el gran público se encontraba en la casi imposibilidad de
comprobarlas en modo alguno. Seremos breves, tanto más cuanto que muchas veces,
sobre todo en los últimos tiempos, hemos tratado asuntos que vuelven a
presentarse hoy, y Nuestra palabra, Venerables Hermanos, ha podido llegar hasta
vosotros y por vosotros a vuestros y a Nuestros queridos hijos en Jesucristo,
como esperamos sucederá con la carta presente.
El mensaje en cuestión decía, entre otras cosas, que
las revelaciones de la prensa, que era contraria del partido, habían sido
confirmadas casi en su totalidad, en sustancia, por lo menos, precisamente por
el Observatore Romano. La verdad es que el Observatore Romano ha demostrado,
cuando la ocasión lo requería, que las pretendidas revelaciones eran otras
tantas invenciones o en todo y por todo, o al menos en la interpretación dada a
los hechos. Basta leer sin mala fe y con la más modesta capacidad de
comprensión.
El mensaje decía también que era una tentativa
ridícula la de hacer pasar a la Santa Sede como víctima en un país donde miles
de viajeros pueden dar testimonio del respeto mostrado a Sacerdotes, a
Prelados, a la Iglesia y a las ceremonias religiosas. Sí, Venerables Hermanos,
desgraciadamente sería una tentativa harto ridícula, como lo sería la de quien
quisiera derribar una puerta abierta, porque los millares de viajeros
extranjeros, que nunca faltan en Italia y en Roma, han podido,
desgraciadamente, ver con sus propios ojos las irreverencias frecuentemente
impías y blasfemas, las violencias, los ultrajes, los vandalismos cometidos
contra lugares, cosas y personas en todo el País y en esta Nuestra misma Sede
episcopal, cosas todas ella deploradas por Nos varias veces después de
informaciones ciertas y precisas.
El mensaje insiste en la "negra ingratitud"
de los Sacerdotes que se ponen contra el partido, el cual ha sido -dice- para
toda Italia la garantía de la libertad religiosa. El Clero, el Episcopado y
esta misma Santa Sede nunca han dejado de apreciar la importancia de todo
cuanto en estos años se ha hecho, en beneficio de la religión, y frecuentemente
han manifestado vivo y sincero reconocimiento por ello. Pero con Nos, el
Episcopado, el Clero y todos los verdaderos fieles, y hasta los ciudadanos
amantes del orden y de la paz, se han llenado de pena y preocupación ante los
atentados sistemáticos, comenzados demasiado pronto, contra las más sanas y
preciosas libertades de la Religión y de las conciencias, a saber, todos los
atentados contra la Acción Católica y contra sus diferentes Asociaciones, sobre
todo contra las juveniles, atentados que culminaron en las medidas policíacas
realizadas contra ellas y en las formas ya indicadas; atentados y medidas, que
hacen dudar seriamente de que las primeras actitudes benévolas y bienhechoras
provinieran exclusivamente de un sincero amor y celo por la religión. Si se
quiere hablar de ingratitud, la ingratitud ha sido y sigue siendo -para con la
Santa Sede- la de un partido y la de un régimen que, a juicio del mundo entero,
ha sacado de sus relaciones amistosas con la Santa Sede, en la nación y fuera
de ella, un aumento de prestigio y de crédito que a muchos en Italia y en el
extranjero les parecían excesivos, como les parecía demasiado grande el favor y
demasiado amplia la confianza por parte Nuestra.
6. Cumplida ya la medida policíaca y cumplida con
aquel aparato y con aquel séquito de violencias, irreverencias y
-desgraciadamente- de tolerancia y connivencia de las autoridades de seguridad
pública, Nos suspendimos tanto el envío de un Cardenal Legado Nuestro a las
fiestas centenarias de Padua como las procesiones solemnes en Roma y en Italia.
Disposición que era evidentemente de Nuestra competencia y para la cual teníamos
motivos tan graves y urgentes que Nos creaban el deber de adoptarla, aun
sabiendo los grandes sacrificios que con ella imponíamos a los fieles, y que a
nadie resultaba tan dolorosa como a Nos mismo. Pero ¿cómo podían celebrarse,
según costumbre, aquellas alegres y festivas solemnidades en medio del duelo y
pena tan grandes en que estaban sumergidos el corazón del Padre común de todos
los fieles y el corazón maternal de la Santa Madre Iglesia en Roma, en Italia,
y hasta en todo el mundo católico, como se ha demostrado luego por la
participación universal y verdaderamente mundial a cuya cabeza, Venerables
Hermanos, figuráis vosotros? Y ¿cómo podíamos no temer por el respeto e
incolumidad misma de las personas y de las cosas más sagradas, dada la actitud
de las autoridades y de la fuerza pública ante tantas irreverencias y
violencias?
Doquier que pudieron llegar Nuestras disposiciones,
así los sacerdotes como los buenos fieles tuvieron las mismas impresiones y los
mismos sentimientos; y, allí donde no fueron intimidados, amenazados o peor
todavía, dieron pruebas magníficas, y para Nos muy consoladoras, sustituyendo
las solemnidades exteriores por horas de oración, de adoración y de reparación,
en unión de sufrimientos y de intenciones con el Santo Padre, y ello siempre
con un concurso del pueblo como jamás se había visto.
Sabemos bien cómo se desarrollaron las cosas allí
donde Nuestras disposiciones no pudieron llegar a tiempo, con la intervención
de autoridades que destaca el mensaje, aquellas mismas autoridades del gobierno
y del partido que ya habían asistido o muy en breve habían de asistir mudas y
tolerantes a la realización de hechos netamente anticatólicos y
antirreligiosos; pero de esto calla el mensaje. Dice, en cambio, que hubo
autoridades eclesiásticas locales que se creyeron en el deber de "no tener
en cuenta" Nuestra prohibición. Nos no conocemos autoridad alguna
eclesiástica local que haya merecido la afrenta y la ofensa que tales palabras
envuelven. Pero sabemos muy bien y deploramos vivamente las imposiciones, a
veces llenas de amenaza y de violencia, hechas o dejadas hacer contra las
autoridades locales eclesiásticas; conocemos impías parodias de cánticos
sagrados y de sacras procesiones, completamente consentidas con profundo dolor
de todos los buenos fieles y con verdadera angustia de todos los ciudadanos
amantes de la paz y del orden que a la una y al otro veían indefensos y aun
peor, precisamente por parte de quienes en defenderlos tienen un deber tan
gravísimo como vital interés.
El mensaje recuerda la comparación, pregonada ya
tantas veces, entre Italia y los demás Estados en los que la Iglesia se halla
realmente perseguida, y contra los cuales no se han escuchado palabras como las
pronunciadas contra Italia donde (dice) la Religión ha sido restablecida. Ya
hemos dicho que guardamos y guardaremos perenne gratitud y memoria por todo
cuanto en Italia se ha hecho en beneficio de la Religión, aunque también en
beneficio, si no simultáneo al menos no menor, y tal vez mayor, del partido y
del régimen. Hemos también dicho y repetido que no es necesario (a veces sería
asaz nocivo a los fines deseados) el que todos sienten y sepan lo que Nos y la
Santa Sede por medio de Nuestros representantes y Nuestros hermanos en el
Episcopado, venimos diciendo y demostrando doquier que los intereses de la
religión lo requieren, y en la medida que juzgamos necesario, principalmente
donde la Iglesia se halla verdaderamente perseguida.
7. Con indecible dolor vemos cómo en Italia, y aun en
esta nuestra Roma, se desencadena una verdadera y real persecución contra lo
que la Iglesia y su Jefe consideran como más precioso y más querido en materia
de su libertad y de sus derechos, libertad y derechos que son también los de
las almas, y más especialmente los de las almas de los jóvenes, particularmente
confiados a la Iglesia y a su Cabeza por el Divino Creador y Redentor.
Como es notorio, repetida y solemnemente hemos Nos
afirmado y declarado que la Acción Católica, tanto por su naturaleza y su
esencia (participación y colaboración del estado seglar en el apostolado
jerárquico) como por Nuestras precisas y categóricas normas y prescripciones,
está fuera y por encima de toda política de partido. Al mismo tiempo hemos
afirmado y declarado que sabíamos de ciencia cierta que Nuestras normas y
prescripciones habían sido fielmente obedecidas y cumplidas en Italia. El
mensaje dice que la afirmación de que la Acción Católica no ha tenido un
verdadero carácter político es completamente falsa. No queremos poner de
relieve todo cuanto de irrespetuoso hay en semejante afirmación; hasta los
motivos que el mensaje alega demuestran toda su falsedad y la ligereza, que en
verdad podría decirse ridícula, si el caso no fuera tan digno de llorarse.
La Acción Católica tenía -dice el mensaje- banderas,
insignias, tarjetas de adheridos y todos los demás signos exteriores de un
partido político. Como si las banderas, las insignias, las tarjetas de
adheridos y otras parecidas formalidades exteriores no fuesen hoy día comunes,
en todos los países del mundo, a las más variadas asociaciones y actividades
que nada tienen ni quieren tener de común con la política: deportivas y
profesionales, civiles y militares, comerciales e industriales, escolares hasta
de niños pequeños, religioas con religiosidad la más piadosa y devota y casi
infantil, como la de los Cruzados de la Eucaristía.
8. El mensaje ha comprendido toda la debilidad e
inconsistencia del motivo aducido; y como tratando de defender su
argumentación, aún añade otros tres nuevos motivos.
El primero es que los jefes de la Acción Católica eran
casi todos miembros y hasta jefes del Partido Popular, que ha sido -dice- uno
de los más acérrimos enemigos del partido fascista. Esta acusación ha sido
lanzada más de una vez contra la Acción Católica Italiana, pero siempre en
términos generales y sin precisar nombre alguno. En cada caso hemos invitado a
que se dieran nombres precisos; pero en vano. Tan sólo un poco antes de las
medidas de policía tomadas contra la Acción Católica y en evidente preparación
para aquéllas, la prensa enemiga, dependiendo sin duda de los informes de la
policía, ha publicado algunos hechos y algunos nombres: tales son las
pretendidas revelaciones a que alude el mensaje en su preámbulo, y que el
Observatore Romano ha desmentido y rectificado plenamente, lejos de
confirmarlas, como afirma el mensaje, engañando lastimosamente al gran público.
Por lo que a Nos toca, Venerables Hermanos, además de
las informaciones reunidas desde hace tiempo y de investigaciones personales
hechas ya mucho antes, hemos creído que era Nuestro deber el procurarnos nuevas
informaciones y proceder a nuevas investigaciones, y he aquí, Venerables
Hermanos, los resultados positivos obtenidos. Ante todo hemos comprobado que,
cuando aún subsistía el Partido Popular -y cuando el nuevo partido no existía
en modo alguno-, según disposiciones publicadas en 1919, quien hubiese ocupado
cargos directivos en el Partido Popular no podía ocupar al mismo tiempo
funciones directivas en la Acción Católica.
También hemos comprobado, Venerables Hermanos, que los
casos de ex-dirigentes locales (seglares) del Partido Popular, llegados a ser
más tarde directivos locales de Acción Católica, entre los señalados -como más
arriba hemos dicho- por la prensa enemiga, se reducen a cuatro, repetimos,
cuatro: exiguo número, comparado con las 250 Juntas Diocesanas, 4.000 Secciones
de hombres católicos y más de 5.000 Círculos de la Juventud Católica masculina.
Y aun debemos añadir que en los cuatro casos notados se trata siempre de individuos
que jamás dieron lugar a dificultad alguna y de los que algunos simpatizan
francamente con el régimen y con el partido fascista, siendo bien vistos por
éstos.
Y no queremos omitir aquella otra garantía de
religiosidad apolítica de la Acción Católica que bien conocéis vosotros,
Venerables Hermanos, Obispos de Italia: la de que la Acción Católica estuvo,
está y estará siempre dependiendo del Episcopado -de vosotros-, a los cuales
pertenecía siempre la elección de los sacerdotes "Consiliarios" y el
nombramiento de los "Presidentes de las Juntas Diocesanas"; de donde
aparece claro que, al poner en vuestras manos y al recomendaros las
asociaciones perseguidas, no hemos ordenado ni dispuesto nada nuevo
sustancialmente. Disuelto y desaparecido el Partido Popular, los que ya
pertenecían a la Acción Católica, continuaron perteneciendo a ella,
sometiéndose con perfecta disciplina a su ley fundamental, es decir,
absteniéndose de toda actividad política; y esto mismo hicieron los que
entonces solicitaron afiliarse a aquélla.
¿Con qué justicia, pues, y con qué caridad hubieran
podido ser expulsados o no admitidos todos aquellos que a las cualidades
requeridas unían el someterse voluntariamente a aquella ley (de la
apoliticidad)? El régimen y el partido, que parecen atribuir una fuerza tan
temible y tan temida a los miembros del Partido Popular en el terreno político,
debían mostrarse agradecidos a la Acción Católica, que ha sabido retirarles de
ese terreno, bajo su promesa formal de no ejercitar actividad política alguna,
sino tan sólo religiosa.
Por lo contrario, Nos, la Iglesia, la Religión, los
fieles cristianos (y no solamente Nos) no podemos estar agradecidos a quien,
después de haber disuelto el socialismo y la masonería, enemigos Nuestros (pero
no sólo Nuestros) declarados, les ha abierto una amplia entrada, como todos ven
y deploran, haciéndose ellos tanto más fuertes, peligrosos y nocivos cuanto más
ocultos, a la vez que más favorecidos por el nuevo uniforme.
No raras veces se Nos ha hablado de infracciones de
aquel compromiso empeñado; siempre hemos solicitado nombres y hechos concretos,
dispuestos Nos siempre a intervenir y proveer; nunca jamás se respondió a
Nuestra demanda.
9. El mensaje denuncia que una parte considerable de
los actos y de la organización (en la Acción Católica) eran de naturaleza
política, y no tenían nada que ver con la "educación religiosa y la
propagación de la fe". Aparte la manera inhábil y confusa con que parece
aludirse a los objetivos de la Acción Católica, todos cuantos conocen y viven
la vida contemporánea, saben que no existe iniciativa ni actividad -desde las
más espirituales y científicas hasta las más materiales y mecánicas- que no
necesite organización y actos correspondientes, y que ni éstos ni aquélla se
identifican con la finalidad de las diversas iniciativas y actividades, al no
ser sino medios con que mejor alcanzar los fines que cada una se propone.
Pero (continúa el mensaje) el argumento más fuerte que
puede emplearse para justificar la destrucción de los círculos católicos de
jóvenes es la defensa del Estado, la cual es algo más que un simple deber de
cualquier gobierno. Nadie duda de la solemnidad y de la importancia vital de
tal deber y de tal derecho, añadimos Nos, porque mantenemos, y queremos a toda
costa poner en práctica, con todas las personas honradas y sensatas, que el
primer derecho es el de cumplir el propio deber. Pero todos los destinatarios y
lectores del mensaje se habrían sonreído incrédulos o en extremo estupefactos,
si el mensaje hubiese añadido que de los Círculos de Juventud Católica
perseguidos, 10.000 eran -mejor dicho, son- de juventud femenina, con un total
de unas 500.000 jóvenes y niñas; ¿quién puede ver ahí un serio peligro o
amenaza real para la seguridad del Estado? Y se debe considerar que sólo
200.000 jóvenes son asociadas "efectivas", más de 100.000 son
pequeñas "aspirantes", y más de 150.000 -más pequeñas aún- son
"Benjaminas".
10. Quedan luego los círculos de la juventud católica
masculina, esta misma juventud católica que en las publicaciones juveniles del
partido y en los discursos y circulares de los llamados "jerarcas"
son propuestos y señalados al desprecio y a la mofa (con qué sentido de
responsabilidad pedagógica, por no hablar sino tan sólo de ésta, cualquiera lo ve)
como una turba de miedosos, sólo buenos para llevar velas y rezar rosarios en
las procesiones; puede ser que por tal motivo hayan sido en los últimos tiempos
con tanta frecuencia y con valor tan poco noble asaltados y maltratados hasta
sangrientamente, abandonados sin defensa por quienes debían y podían
protegerlos y defenderlos, aunque sólo fuera por tratarse de quienes, inermes y
pacíficos, eran asaltados por gentes violentas y casi siempre armadas.
Si ahí está el argumento más fuerte para justificar la
atentada "destrucción" (la palabra no deja duda alguna sobre las
intenciones) de nuestras queridas y heroicas asociaciones de jóvenes de la
Acción Católica, bien veis, Venerables Hermanos, que Nos podremos y deberemos
felicitarnos, pues el argumento ya por sí mismo aparece tan claramente
increíble e insubsistente. Pero, desgraciadamente, debemos repetir que mentita
est iniquitas sibi[v], y que "el argumento más fuerte" en favor de la
deseada "destrucción" ha de buscarse en otro terreno: la batalla que
hoy se libra no es política, sino moral y religiosa; exclusivamente moral y
religiosa.
Precisa cerrar los ojos a esta verdad y ver -mejor
dicho, inventar- política allí donde no hay sino religión y moral, para
concluir, como lo hace el mensaje, que se había creado la situación absurda de
una fuerte organización a las órdenes de un Poder "extranjero", el
"Vaticano", cosa que ningún gobierno de este mundo hubiera permitido.
Se han secuestrado en masa los documentos en todas las
oficinas de la Acción Católica Italiana, se continúa (a este punto se ha
llegado) interceptando y secuestrando toda la correspondencia sospechosa de
alguna relación con las Asociaciones perseguidas, y aun con aquellas que no lo
son, como los Oratorios. Pues bien, que se Nos diga a Nos, a Italia y al mundo
cuáles y cuántos son los documentos de la política, realizada y tramada por la
Acción Católica con peligro para el Estado. Nos atrevemos a decir que no se
encontrarán sino leyendo o interpretando conforme a ideas preconcebidas,
injustas y en plena contradicción con los hechos y con la evidencia de pruebas
y testimonios innumerables. Si se descubrieran documentos auténticos y dignos
de consideración, Nos seríamos el primero en reconocerlos y tenerlos en cuenta.
Pero ¿quién querrá, por ejemplo, tachar de política, y de política peligrosa
para el Estado, alguna indicación, alguna desaprobación de los odiosos tratos
con tanta frecuencia infligidos, en tantas partes, a la Acción Católica, aun
mucho antes de los últimos acontecimientos? O ¿quién querrá fundarse en
declaraciones impuestas y arrancadas, como Nos consta que ha sucedido en algún
lugar?
Por lo contrario, entre los documentos secuestrados se
encontrarán pruebas y testimonios, innumerables, de la profunda y constante
religiosidad y religiosa actividad, así de toda la Acción Católica como
particularmente de las Asociaciones juveniles y universitarias. Bastará saber
leer y juzgar, como Nos mismo lo hemos hecho innumerables veces, los programas
y los informes, las actas de los congresos, de las semanas, de estudios
religiosos y de oración, de ejercicios espirituales, de la frecuencia de
sacramentos practicada y suscitada, de conferencias apologéticas, de estudios y
actividades catequísticas, de cooperación a iniciativas de verdadera y pura
caridad cristiana en las Conferencias de San Vicente y en tantas otras formas,
de actividad y de cooperación misionera.
Ante tales hechos y ante tal documentación, o sea, con
los ojos y las manos sobre la realidad, Nos hemos dicho siempre, y lo volvemos
a repetir, que el acusar a la Acción Católica Italiana de hacer política era y
es una verdadera y pura calumnia. Los hechos han demostrado qué se pretendía y
se preparaba con ello: pocas veces se habrá cumplido en proporciones tan
grandes la fábula del lobo y el cordero; y la historia no lo olvidará.
11. Por lo que toca a Nos, seguros hasta la evidencia
de estar y mantenernos en el terreno religioso, jamás hemos creído que
pudiéramos ser considerados como un "poder extranjero", y menos aún
por católicos y por católicos italianos.
Precisamente por razón del poder apostólico que, a
pesar de Nuestra grandísima indignidad, Nos ha sido concedido por Dios, todos
los católicos del mundo (muy bien lo sabéis vosotros, Venerables Hermanos),
consideran a Roma como la segunda patria de todos y cada uno de ellos. No hace
mucho que un hombre de Estado, uno de los más célebres ciertamente, y no
católico ni amigo del catolicismo, declaraba en una Asamblea política que no
podía considerar como extranjero a un poder al que obedecían veinte millones de
alemanes.
Para afirmar, pues, que ningún gobierno del mundo
hubiera dejado subsistir la situación creada en Italia por la Acción Católica,
es necesario ignorar u olvidar absolutamente que la Acción Católica subsiste,
vive y actúa en todos los Estados del mundo, incluso en China -imitando
frecuentemente en sus líneas generales y hasta en sus mínimos detalles a la
Acción Católica Italiana, y algunas veces, con formas y peculiaridades de
organización más acusadas aún que en Italia. En ningún país del mundo ha sido
considerada jamás la Acción Católica como un peligro para el Estado; en ningún
país del mundo la Acción Católica ha sido tan odiosamente perseguida (no
encontramos otra palabra que responda mejor a la realidad y a la verdad de los
hechos) como en esta Nuestra Italia y en esta Nuestra misma Sede episcopal de
Roma; y ésta sí que es verdaderamente una situación absurda, no creada por Nos
pero sí contra Nos.
Nos hemos impuesto un grave y penoso deber; Nos ha
parecido un deber imperioso de caridad y de justicia paternal, y con este
espíritu lo hemos cumplido hasta el fin, el de volver a poner en su justa luz
hechos y verdades que algunos hijos Nuestros, tal vez no con plena conciencia,
habían colocado en una falsa luz con perjuicio para otros hijos Nuestros.
III. CONCLUSIONES Y REFLEXIONES
12. Y ahora una primera reflexión y conclusión: según
todo cuanto hemos expuesto y, sobre todo, según los acontecimientos mismos tal
como se han desarrollado, la actividad política de la Acción Católica, la
hostilidad clara o encubierta de algunos de sus sectores contra el régimen y el
partido, así como también el refugio eventual y la protección de la aún
subsistente y hasta aquí tolerada hostilidad al partido bajo las banderas de la
Acción Católica (cf. Comunicado del Directorio, del 4 de junio de 1931), todo
esto no es sino un pretexto o una acumulación de pretextos; más aún, Nos
atrevemos a decir que la misma Acción Católica es un pretexto; lo que se
pretendía y lo que se intentó hacer fue el arrancar a la Acción Católica, y por
medio de ella a la Iglesia, la juventud, toda la juventud. Esto es tan cierto
que después de haber hablado tanto de la Acción Católica, se tomó como blanco
las Asociaciones Juveniles, pero no se paró en las Asociaciones Juveniles de
Acción Católica sino que se alargó la mano indistintamente a asociaciones y
obras de pura piedad y de exclusiva formación religiosa, como las Congregaciones
de Hijas de María y los Oratorios; tan indistintamente, que con frecuencia se
ha tenido que reconocer su gran error.
Este punto esencial ha sido abundantemente confirmado
aun por otra parte. Ha sido confirmado, sobre todo, por las numerosas afirmaciones
anteriores de elementos más o menos responsables y aun por los hombres más
representativos del régimen y del partido, y que tuvieron su más pleno
comentario y su definitiva confirmación en los últimos acontecimientos.
La confirmación ha sido aun más explícita y categórica
-estábamos por decir, solemne a la vez que violenta- por parte de quien no
solamente lo representa todo, sino que lo puede todo, en una publicación
oficial o poco menos, dedicada a la juventud, en declaraciones destinadas a la publicidad,
a publicidad en el extranjero antes que dentro del país, y también, aun muy
recientemente, en mensajes y comunicados a representantes de la prensa.
Otra reflexión y conclusión se impone inmediata e
inevitablemente. Luego no se han tenido en cuenta Nuestras repetidas
afirmaciones y garantías, ni tampoco vuestras afirmaciones y garantías,
Venerables Hermanos, Obispos de Italia, sobre la naturaleza y sobre la
actuación verdadera y real de la Acción Católica, y sobre los derechos sagrados
e inviolables de las almas y de la Iglesia en aquélla representados y
personificados.
13. Decimos, Venerables Hermanos, los derechos
sagrados e inviolables de las almas y de la Iglesia, y esta es la reflexión y
conclusión que se impone antes que otra cualquiera, porque es también más grave
que toda otra. Ya en repetidas ocasiones, según es bien sabido, Nos hemos
expresado Nuestro pensamiento, o mejor, el de la Santa Iglesia sobre materias
tan importante y esenciales, y a vosotros, Venerables Hermanos, fieles maestros
en Israel, nada más hay que deciros; pero no podemos menos de añadir algo para
esos queridos pueblos que están en torno a vosotros, que por divino mandamiento
apacentáis y gobernáis y que ahora ya casi sólo por medio de vosotros pueden
conocer el pensamiento del Padre común de sus almas.
Decíamos sagrados e inviolables derechos de las almas
y de la Iglesia. Tratase del derecho de las almas a procurarse el mayor bien
espiritual bajo el magisterio y el trabajo formativo de la Iglesia, de tal
magisterio y de tal trabajo única mandataria divinamente constituida en este
orden sobrenatural fundado en la sangre del Dios Redentor, orden necesario y
obligatorio a todos a fin de participar en la Redención divina. Tratase del
derecho de las almas así formadas a hacer que participen de los tesoros de la
Redención otras almas, colaborando así en la actividad del Apostolado
jerárquico. Ante la consideración de este noble derecho de las almas es por lo
que Nos decíamos poco ha estar alegres y enorgullecidos por combatir la buena
batalla por la libertad de las conciencia, pero no (como alguno, tal vez,
inadvertidamente, Nos hizo decir) por la libertad de conciencia, frase equívoca
y de la que se ha abusado demasiado para significar la absoluta independencia
de la conciencia, cosa absurda en el alma creada y redimida por Dios.
Trátase, además, del derecho no menos inviolable de la
Iglesia a cumplir el imperativo mandato divino, que le otorgó su Divino
Fundador, de llevar a las almas, a todas las almas, todos los tesoros de verdad
y de bien, doctrinales y prácticos, que El mismo había traído al mundo[vi]. Y
qué lugar debieran ocupar la infancia y la juventud en esta absoluta
universalidad y totalidad del mandato, lo muestra El mismo, el Divino Maestro,
creador y redentor de las almas, con su ejemplo y con aquellas palabras
singularmente memorables pero también particularmente formidables: Dejad que
los niños vengan a mí y no queráis impedírselo... Estos pequeños que (como por
un divino instinto) creen en Mí, a los cuales está reservado el reino de los
cielos, y cuyos ángeles tutelares y defensores ven siempre la faz del Padre
celestial; (exclamdown) ay del hombre que escandalizare a uno de estos
pequeños! "Sinite parvulos venire ad me et nolite prohibere eos... qui in
me credunt... istorum est enim regnum caelorum; quorum Angeli semper vident
faciem Patris qui in caelis est; Vae! homini illi per quem unus ex pusillis
istis scandalizatus fuerit"[vii].
Henos, pues, aquí en presencia de todo un conjunto de
auténticas afirmaciones y de hechos no menos auténticos, que ponen fuera de
toda duda el proyecto -ya en tan gran parte realizado- de monopolizar por
completo la juventud, desde la más primera niñez hasta la edad adulta, en favor
absoluto y exclusivo de un partido, de un régimen, sobre la base de una
ideología que declaradamente se resuelve en una verdadera y propia estatolatría
pagana, en contradicción no menos con los derechos naturales de la familia que
con los derechos sobrenaturales de la Iglesia. Proponerse y promover semejante
monopolio, perseguir con tal pretexto, como se venía haciendo largo tiempo ha,
clara o encubiertamente, a la Acción Católica; atacar con tal finalidad, como
últimamente se ha hecho, a sus Asociaciones juveniles, equivale verdadera y
propiamente a impedir que la juventud vaya a Cristo, porque es impedir que vaya
a la Iglesia, y donde está la Iglesia allí está Cristo. Y se llegó a arrancar
la juventud, por la violencia, del seno de la una y del Otros.
14. La Iglesia de Jesucristo jamás ha discutido al
Estado sus derechos y sus deberes (los de éste) sobre la educación de los
ciudadanos y Nos mismo los hemos recordado y proclamado en Nuestra reciente
Encíclica sobre la educación cristiana de la juventud; derechos y deberes
incontestables, mientras se mantengan dentro de los límites de la competencia
peculiar del Estado, competencia que a su vez se halla claramente delimitada
por los fines propios del mismo Estado - fines, que ciertamente no son tan sólo
corpóreos y materiales pero que por sí mismos se hallan necesariamente
contenidos dentro de los límites de lo natural, de lo terreno, de lo temporal.
El divino mandato universal, que la Iglesia ha recibido del mismo Jesucristo
incomunicable e insustituiblemente, se extiende -en cambio- a lo eterno, a lo
celestial, a lo sobrenatural, orden éste de cosas que por una parte es
obligatorio estrictamente a toda criatura racional y al que por otra parte todo
lo demás debe subordinarse y coordinarse.
La Iglesia de Jesucristo está ciertamente dentro de
los límites de su divino mandamiento no sólo cuando en las almas deposita los
primeros principios indispensables y los elementos de la vida sobrenatural,
sino también cuando promueve y desarrolla esta vida según las varias
circunstancias y capacidades, en las formas y con los medios que ella juzga más
apropiados, y ello aun en su intento mismo de preparar esclarecidas y animosas
cooperaciones al apostolado jerárquico. De Jesucristo es la solemne declaración
de que El ha venido precisamente para que las almas tengan no sólo algún
principio o elemento de vida sobrenatural, sino para que la tengan en la mayor
abundancia: Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant[viii]. Es
Jesucristo mismo el que estableció los primeros comienzos de la Acción Católica,
cuando El mismo escogió y formó en los Apóstoles y en los discípulos los
colaboradores de su divino apostolado, ejemplo imitado inmediatamente por los
primeros santos Apóstoles, como lo atestigua la Sagrada Escritura.
Por consiguiente, es una pretensión injustificable e
inconciliable con el nombre y con la profesión de católicos la de que unos
simples fieles vengan a enseñar a la Iglesia y a su Jefe lo que basta y lo que
debe bastar para la educación y formación cristiana de las almas y para salvar
y promover en la sociedad, principalmente en la juventud, los principios de la
Fe y la plena eficacia de los mismos en la vida.
15. Pretensión injustificable que viene acompañada por
una clarísima revelación de la absoluta incompetencia y de la completa ignorancia
de las materias en cuestión. Los últimos acontecimientos han debido haber
abierto los ojos a todo el mundo, pues hasta la evidencia han demostrado cuánto
ha venido perdiéndose en pocos años y destruyéndose en materia de verdadera
religiosidad, así como de educación cristiana y cívica. Por vuestra experiencia
pastoral sabéis vosotros, Venerables Hermanos, Obispos de Italia, cuán grave y
funesto error es el creer y el hacer creer que la labor desarrollada por la
Iglesia en la Acción Católica y mediante la misma Acción Católica sea
reemplazada o resulte superflua por la instrucción religiosa en las escuelas y
por la presencia de capellanes en las asociaciones juveniles del partido y del
régimen. Una y otra son muy ciertamente necesarias; sin ellas, la escuela y
dichas asociaciones inevitablemente y muy pronto, por una fatal necesidad
lógica y psicológica, se paganizarían. Necesarias, por lo tanto, pero no
suficientes; de hecho, mediante aquella instrucción religiosa y con la dicha
asistencia eclesiástica la Iglesia no puede realizar sino sólo un mínimum de su
eficacia espiritual y sobrenatural, y ello en un terreno y en un ambiente que
no depende de ella, predominados por otras muchas materias de enseñanza y por
ejercicios los más variados, sujetos inmediatamente a autoridades que con
frecuencia son poco o nada favorables y que no raras veces ejercitan influencia
contraria así de palabra como con el ejemplo de su vida.
Decíamos que los últimos acontecimientos han acabado
por demostrar, sin duda alguna, todo cuanto en pocos años se ha podido no ya
salvar sino perder y destruir, en materia de verdadera religiosidad y de
educación, no decimos ya cristiana, sino sencillamente moral y cívica.
Efectivamente; de hecho hemos visto en acción una religiosidad, que se rebela
contra las disposiciones de la Suprema Autoridad Religiosa, y que impone o
alienta el que no se cumplan; una religiosidad, que se convierte en persecución
y que pretende destruir lo que el Jefe Supremo de la Religión más claramente
aprecia y más tiene en el corazón; una religiosidad que se excede y deja
excederse en insultos de palabra y de hecho contra la Persona del Padre de
todos los fieles hasta gritar contra El (exclamdown) abajo! y (exclamdown)
muera!: verdaderos aprendizajes para el parricidio. Semejante religiosidad no
puede conciliarse en modo alguno con la doctrina y con la práctica católica;
antes bien es lo más opuesto a la una y a la otra.
La oposición es tanto más grave en sí misma y más
funesta en sus efectos, cuanto que no es tan sólo la de hechos exteriormente
perpetrados y consumados, sino que también es la de los principios y máximas
proclamados como programáticos y fundamentales.
Una concepción del Estado que obligue a que le
pertenezcan las generaciones juveniles enteramente y sin excepción, desde su
primera edad hasta la edad adulta, es inconciliable para un católico con la
doctrina católica; y no es menos inconciliable con el derecho natural de la
familia. Para un católico es inconciliable con la doctrina católica el
pretender que la Iglesia, el Papa, deban limitarse a las prácticas exteriores
de la religión (misa y sacramentos), y que todo lo restante de la educación
pertenezca al Estado.
Las doctrinas y máximas erróneas y falsas, que
acabamos de señalar y de lamentar, ya se Nos presentaron muchas veces durante
los últimos años; y, como es sabido, Nos no hemos faltado jamás, con la ayuda
de Dios, a Nuestro deber apostólico de examinarlas y contraponerlas con justos
llamamientos a las verdaderas doctrinas católicas y a los inviolables derechos
de la Iglesia de Jesucristo y de las almas redimidas con su sangre divina.
Pero, no obstante los juicios, las previsiones y
sugestiones que de diversas partes, aun muy dignas de toda consideración,
llegaban hasta Nos, siempre Nos abstuvimos de llegar a condenaciones formales y
explícitas: aun más, llegamos a creer hasta posibles, y favorecer aun por parte
Nuestra, compatibilidades y cooperaciones que para otros resultaban
inadmisibles. Hemos obrado así porque siempre pensábamos y más bien deseábamos
que siempre quedase siquiera la posibilidad de la duda de que se trataba de
afirmaciones y actitudes exageradas, esporádicas, de elementos sin la debida
representación -en resumen, de afirmaciones y actitudes imputables en su parte
censurable más bien a las personas y a las circunstancias que a una
sistematización verdadera y propiamente programática.
16. Los últimos acontecimientos, y las afirmaciones
que los han precedido, acompañado y comentado, Nos quitan la tan deseada
posibilidad: y tenemos ya que decir y decimos que no se es católico sino por el
bautismo y el nombre -en contradicción a las exigencias del nombre y a las
promesas mismas del bautismo- cuando se adopta y se desarrolla un programa que
hace suyas las doctrinas y las máximas tan contrarias a los derechos de la
Iglesia de Jesucristo y de las almas, que desconoce, combate y persigue a la
Acción Católica, esto es, a cuanto notoriamente tienen por más caro y más
precioso tanto la Iglesia como su Jefe. Y ahora nos preguntáis ya vosotros, Venerables
Hermanos, qué se debe pensar y juzgar, a la luz de cuanto precede, de una
fórmula de juramento[ix] que aun a niños y niñas les impone el cumplir sin
discusión algunas órdenes que -lo hemos visto y lo hemos vivido- pueden mandar,
contra toda verdad y justicia, la violación de los derechos de la Iglesia y de
las almas, ya por sí mismos sagrados e inviolables, así como el servir con
todas sus fuerzas, hasta con su sangre, a la causa de una revolución que a la
Iglesia y a Jesucristo les arranca las almas de la juventud, que educa las
fuerzas jóvenes en el odio, en la violencia, en la irreverencia, sin excluir a
la misma persona del Papa, como tan cumplidamente lo han demostrado los últimos
acontecimientos.
Cuando ya la pregunta ha de plantearse en tales
términos, la respuesta, desde el punto de vista católico y aun meramente
humano, es inevitablemente única, y Nos, Venerables Hermanos, no hacemos sino
confirmar la respuesta que ya os habéis dado: Tal juramento, tal como está
formulado, no es lícito.
Y henos aquí en Nuestras preocupaciones, gravísimas
preocupaciones que -bien Nos damos cuenta de ello- son también las vuestras,
Venerables Hermanos, y especialmente las vuestras, Obispos de Italia.
Inmediatamente Nos preocupamos, ante todo, por tantos y tantos hijos Nuestros,
aun jovencitos y jovencitas, inscritos y obligados por tal juramento. Nos
compadecemos profundamente de tantas conciencias atormentadas por dudas
(tormentos y dudas de los cuales Nos llegan muy ciertos testimonios)
precisamente sobre aquel juramento, tal como está concebido, y más aún después
de los hechos sucedidos.
Conociendo las múltiples dificultades de la hora
presente y sabiendo que la inscripción en el partido y el juramento son para
muchísimos condición indispensable para su carrera, para su pan y para su vida,
Nos hemos buscado un medio que devuelva la paz a las conciencias, reduciendo al
mínimum posible las dificultades exteriores. Nos parece que ese medio, para los
que están ya inscritos en el partido, podría ser el hacer personalmente ante
Dios y ante su propia conciencia esta reserva: "a salvo las leyes de Dios
y de la Iglesia", o también: "a salvo los deberes de buen
cristiano", con el firme propósito de declarar aun exteriormente esta
reserva cuando llegara a ser necesario.
Quisiéramos, además, que llegara Nuestro ruego al
lugar de donde parten las disposiciones y las órdenes -el ruego de un Padre que
quiere mirar por las conciencias de tan gran número de hijos suyos en
Jesucristo-, para que tal reserva fuese introducida en la fórmula del
juramento; a no ser que se haga todavía algo mejor, mucho mejor: es decir,
omitir el juramento, que por sí es siempre un acto de religión, y que no está
ciertamente en su lugar más conveniente, en un "carnet" de un
partido.
17. Hemos procurado hablar con calma y serenidad, pero
también con toda claridad. Sin embargo, no podemos menos de preocuparnos de que
no seamos bien comprendidos. No Nos referimos, Venerables Hermanos, a vosotros,
tan unidos siempre, y ahora más que nunca, a Nos por el pensamiento y el
sentimiento, sino a los demás, en general. Y por ello, añadimos que con todo
cuanto hemos venido diciendo hasta aquí, Nos no hemos querido condenar ni el
partido ni el régimen como tal.
Hemos querido señalar y condenar todo lo que en el
programa y acción de ellos hemos visto y comprobado que era contrario a la
doctrina y a la práctica católica y, por lo tanto, inconciliable con el nombre
y con la profesión de católicos. Y con esto Nos hemos cumplido un deber preciso
del Ministerio Apostólico para con todos aquellos hijos Nuestros que pertenecen
al partido, a fin de que puedan salvar su propia conciencia de católicos.
Nos creemos, además, que hemos hecho una obra útil a
la vez al partido mismo y al régimen. ¿Qué interés puede tener, en efecto, el
partido, en un país católico como Italia, en mantener en su programa ideas,
máximas y prácticas inconciliables con la conciencia católica? La conciencia de
los pueblos, como la de los individuos, acaba siempre por volver sobre sí misma
y buscar las vías perdidas de vista o abandonadas por un tiempo más o menos
largo.
Ni se diga que Italia es católica, pero anticlerical,
aunque lo entendamos tan sólo en una medida digna de particular atención.
Vosotros, Venerables Hermanos, que vivís en las grandes y pequeñas diócesis de
Italia, en contacto continuo con las buenas gentes de todo el País, sabéis y
veis todos los días hasta qué punto son, si no se las excita ni se las
extravía, ajenas a todo anticlericalismo. Todo el que conoce un poco íntimamente
la historia de la Nación sabe que el anticlericalismo ha tenido en Italia la
importancia y la fuerza que le confirieron la masonería y el liberalismo que lo
engendraron. En nuestros días, por lo demás, el entusiasmo unánime que unió y
transportó de alegría a todo el país hasta un extremo jamás conocido en los
días del Tratado de Letrán, no hubiera dejado al anticlericalismo medios de
levantar la cabeza, si ya al día siguiente de estos Convenios no se le hubiera
evocado y alentado. Además, durante los últimos acontecimientos, disposiciones
y órdenes le han hecho entrar en acción y le han hecho cesar, como todos han
podido ver y comprobar. Y, sin duda alguna, hubiera pasado y bastaría siempre
para tenerlo a raya la centésima o la milésima parte de las medidas
prolongadamente infligidas a la Acción Católica y coronadas recientemente de la
manera que todo el mundo sabe.
IV. PREOCUPACIONES PARA LO POR VENIR
18. Otras, y muy graves, preocupaciones Nos inspira el
porvenir próximo. Desde un lugar oficial y solemne como ningún otro,
inmediatamente después de los últimos acontecimientos contra la Acción
Católica, tan dolorosos para Nos y para los católicos de toda Italia y del
mundo entero, se hizo oír esta declaración: "Respeto inalterado para la
religión; para su Jefe supremo", etc. "Respeto inalterado", o
sea el mismo respeto, sin cambio, que hemos experimentado; es decir, este
respeto que se manifestaba por tantas medidas policíacas -tan vastas como
odiosas-, preparadas en profundo silencio como hostil sorpresa, y aplicadas de
repente, precisamente en la víspera de Nuestro cumpleaños, ocasión de grandes
manifestaciones de simpatía por parte del mundo católico y aun del no católico;
es decir, ese mismo respeto (exclamdown)que se traducía en violencias e irreverencias
que se perpetraban sin dificultad alguna! ¿Qué podemos, pues, esperar, o mejor
dicho, qué es lo que no hemos de temer? Algunos se han preguntado si esa
extraña manera de hablar y de escribir en tales circunstancias, inmediatamente
después de tales hechos, ha estado enteramente exenta de ironía, de una bien
triste ironía, que en lo que Nos toca preferimos excluir por completo.
En el mismo contexto y en inmediata relación con el
"respeto inalterado" (por consiguiente, con referencia a los mismos)
se hacía alusión a "refugios y protecciones" otorgadas al resto de
los adversarios del partido y se "ordenaba a los dirigentes de los nueve
mil fascios de Italia" que inspirasen su actuación en tales normas
directivas. Más de uno de vosotros, Venerables Hermanos, Obispos de Italia, ha
experimentado ya, y de ello se Nos han enviado noticias que hacen llorar, el
efecto de tales insinuaciones y de tales órdenes en una reanudación de odiosas
vigilancias, de delaciones, de amenazas y de vejámenes. ¿Qué Nos prepara, pues,
el porvenir? ¿Qué es lo que Nos no podemos y debemos esperar (no decimos temer,
porque el temor de Dios elimina el temor a los hombres) si, como tenemos
motivos para creerlo, existe el designio de no permitir que Nuestros Jóvenes
Católicos se reúnan, ni aun silenciosamente, bajo pena de severas sanciones
para los dirigentes?
¿Qué Nos prepara, pues, y con qué Nos amenaza el
porvenir? De nuevo Nos lo preguntamos.
19. Precisamente en este extremo de dudas y de
previsiones, a que los hombres Nos han reducido, es cuando toda preocupación,
Venerables Hermanos, se desvanece, desaparece, y Nuestro espíritu se abre a las
más confiadas y consoladoras esperanzas, porque el porvenir está en las manos
de Dios, y Dios está con nosotros, y... si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?[x].
Un signo y una prueba sensible de la asistencia y el
favor divino, Nos lo vemos ya y lo experimentamos en vuestra asistencia y
cooperación, Venerables Hermanos. Si estamos bien informados, recientemente se
ha dicho que ahora está la Acción Católica en manos de los Obispos y que no hay
nada que temer. Y hasta aquí todo va bien, muy bien, salvo aquel "ya
nada", como si antes hubiera habido algo que temer; y salvo aquel
"ahora", como si antes y ya desde el principio la Acción Católica no
hubiera sido esencialmente diocesana y dependiente de los Obispos (como también
lo hemos indicado más arriba); y también por esto, precisamente por esto, hemos
tenido Nos siempre la más absoluta confianza de que Nuestras normas también se
seguían y se secundaban. Por este motivo, además de por la promesa infalible
del socorro divino, estamos y estaremos confiados y tranquilos siempre, aun
cuando la tribulación -y digamos la verdadera palabra: la persecución- continúe
intensificándose. Sabemos Nos que vosotros sois, y que sabéis que lo sois,
Nuestros hermanos en el Episcopado y en el apostolado; sabemos Nos, y lo sabéis
vosotros, Venerables Hermanos, que sois los sucesores de aquellos Apóstoles que
San Pablo llamaba con palabras de vertiginosa sublimidad gloria Christi[xi];
sabéis vosotros que no ha sido un hombre mortal -ni aunque fuera Jefe de Estado
o de Gobierno- sino el Espíritu Santo quien os ha colocado, en la parte que
Pedro os señala, para regir la Iglesia de Dios. Estas y otras tantas cosas
santas y sublimes que de cerca os tocan, Venerables Hermanos, evidentemente las
ignora o las olvida quien os llama y os juzga a vosotros, Obispos de Italia,
"funcionarios del Estado", de los cuales tan claramente os distingue
y separa la misma fórmula del juramento que al Rey habéis de prestar, cuando
dice y declara previamente de este modo tan expreso: "cual conviene a un
Obispo católico".
También es para Nos verdaderamente grande e ilimitado
motivo de esperanza el inmenso coro de plegarias que la Iglesia de Jesucristo
eleva desde todas las partes del mundo hacia su divino Fundador y hacia la
Santísima Madre [de Este] por su Cabeza visible, el Sucesor de Pedro,
exactamente como cuando, hace ahora veinte siglos, la persecución alcanzaba a
Pedro mismo en su persona: oraciones de los sagrados pastores y de los pueblos,
del clero y de los fieles, de los religiosos y de las religiosas, de los
adultos y de los jóvenes, de los niños y de las niñas; oraciones, en las formas
más delicadas y eficaces de santos sacrificios y comuniones, rogativas,
adoraciones y reparaciones, de espontáneas inmolaciones, de sufrimientos
cristianamente sufridos; oraciones, de las que en todos estos días e
inmediatamente después de los tristes acontecimientos Nos llegaba de todas
partes su eco muy consolador, nunca tan fuerte y tan consolador como en este
día solemnemente consagrado a la memoria de los Príncipes de los Apóstoles y en
el que quiso la divina bondad que pudiéramos terminar esta Nuestra Carta
Encíclica.
A la oración todo está prometido por Dios; si no
llegare la serenidad y la tranquilidad en el restablecimiento del orden, en
todos habrá cristiana paciencia, santo valor, alegría inefable de padecer algo
con Jesús y por Jesús, con la juventud y por la juventud que tan querida le es,
y así hasta la hora escondida en el misterio del Corazón divino, infaliblemente
la más oportuna para la causa de la verdad y el bien.
Y porque de tantas oraciones debemos esperarlo todo, y
porque todo es posible a aquel Dios que lo ha prometido todo a la oración,
tenemos Nos la confiada esperanza de que El se dignará iluminar las mentes
hacia la verdad y convertir las voluntades hacia el bien, de suerte que a la
Iglesia de Dios, que nada disputa al Estado en aquello que le corresponde al
Estado, se dejará de discutirle lo que a ella le corresponde, la educación y
formación cristiana de la juventud -no por concesión humana, sino por divino
mandato-, y que ella, por consiguiente, debe siempre reclamar y reclamará
siempre con insistencia e intransigencia que no puede cesar ni doblegarse,
porque no proviene de concesión o criterio humano ni de humanas ideologías
mudables según la diversidad de los tiempos y de lugares, sino de una divina e
inviolable disposición.
Nos inspira también confianza aun el mismo bien que
indudablemente se derivaría del reconocimiento de tal verdad y de tal derecho.
Padre de todos los redimidos, el Vicario de aquel Redentor que, después de
haber enseñado y mandado a todos el amor a los enemigos, moría perdonando a los
que le crucificaban, no es ni será jamás enemigo de nadie: así harán todos sus
buenos y verdaderos hijos, los católicos que quieren conservarse dignos de tal
nombre, pero nunca podrán compartir, adoptar o favorecer máximas y normas de
pensamiento y de acción contrarias a los derechos de la Iglesia y al bien de
las almas y por ello mismo contrarias a los derechos de Dios.
Muy preferible sería, a esta irreductible división de
los espíritus y de las voluntades, la pacífica y tranquila unión de los
pensamientos y de los sentimientos, que felizmente no podría menos de
traducirse en una fecunda cooperación de todos para el verdadero bien común de
todos: (exclamdown)esto sí que merecería la simpatía y el aplauso de los
católicos del mundo entero, en vez de su universal censura y descontento, como
acontece ahora! Al Dios de toda la misericordia pedimos por intercesión de su
Santísima Madre, que muy recientemente nos sonreía con sus pluriseculares
esplendores, y por la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que Nos conceda a
todos el ver lo que conviene hacer y a todos dé la fuerza para cumplirlo.
Nuestra Bendición Apostólica, auspicio y prenda de
todas las divinas Bendiciones, descienda sobre vosotros, Venerables Hermanos,
sobre todo vuestro Clero, sobre vuestros pueblos, y así permanezca siempre.
Roma, en el Vaticano, en la solemnidad de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 1931.
PÍO XI
Notas
[i] Is. 38, 17.
[ii] Ps. 93, 19.
[iii] Luc. 22, 28.
[iv] 2 Cor. 7, 4.
[v] Ps. 26, 12.
[vi] Mat. 28, 19-20.
[vii] Mat. 19, 13 ss.; 18, 1 ss.
[viii] Io. 10, 10.
[ix] ["Giuro di eseguire senza discutere gli
ordini del Duce e di difendere con tutte le mie forze e se necessario col mio
sangue la causa della Rivoluzione Fascista"].
[x] Rom. 8, 31.
[xi] 2 Cor. 8, 23.
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