Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2012



«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras»

(Hb 10, 24)

Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza valiosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. "Fijémonos": la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse ajenos, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. Enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico Epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf.Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein— es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11).


La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. "Los unos en los otros": el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. "Para estímulo de la caridad y las buenas obras": caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2011

© Librería Editorial Vaticana

CIUDAD DEL VATICANO, martes 7 febrero 2012 (ZENIT.org).-

Nota del Director de Prensa del Vaticano



CIRCULACION INDEBIDA DE DOCUMENTOS VATICANOS

“En nuestros días debemos mantener la calma, porque ninguno puede maravillarse de nada. La administración americana tuvo 'wikileaks', al Vaticano le han tocado ahora sus 'leaks', fugas de documentos que tienden a crear confusión y desconcierto y a poner en entredicho al Vaticano, al gobierno de la Iglesia y, con más amplitud, a toda la Iglesia”.


“Por eso, calma y sangre fría, y recurso abundante a la razón; algo que no todos los medios de comunicación ponen en práctica. Se trata de documentos de naturaleza y peso diversos, nacidos en tiempos y situaciones distintas. Unos son debates sobre una gestión económica más eficaz de una institución con numerosas actividades materiales como es la Gobernación; otros, apuntes sobre cuestiones jurídicas y normativas en fase de discusión, sobre las que es normal que haya opiniones diversas; otros son memoriales disparatados que ninguna persona con dos dedos de frente considera serios, como el reciente sobre el complot contra la vida del Papa. Pero da lo mismo: mezclar todo favorece la confusión. Una información seria tendría que saber distinguir los temas y comprender su diverso significado.


Es obvio que las actividades económicas de la Gobernación deben administrarse con claridad y rigor; está claro que el IOR y las actividades financieras tienen que adecuarse correctamente a las normas internacionales contra el blanqueo de capitales. Son éstas, evidentemente, las indicaciones del Papa. Mientras que está claro que la historia del complot contra el Papa, como dije en su día, es un disparate, un delirio, y no vale la pena tomarla en serio”.


“Ciertamente, es muy triste que se pasen deslealmente documentos internos al exterior, de manera que creen confusión. La responsabilidad recae sobre una y otra parte. En primer lugar, sobre quien facilita este tipo de documentos; pero también sobre quien los utiliza para objetivos que no son, de seguro, el amor puro a la verdad. Por eso tenemos que resistir y no dejarnos atrapar en el torbellino de la confusión, que es lo que desean los malintencionados, y ser capaces de razonar”.


“En cierto sentido -es una antigua observación de la sabiduría humana y espiritual-, cuando se producen los ataques más fuertes es señal de que lo que está en juego es importante”.
“A los muchos ataques sobre el tema de los abusos sexuales, la Iglesia ha respondido justamente con un compromiso serio y profundo de renovación y purificación de amplias miras. No es una respuesta de poca entidad. Ahora somos conscientes de la situación y hemos puesto a punto una eficaz estrategia de curación, renovación y prevención para el bien de toda la sociedad. Al mismo tiempo, como es sabido, estamos realizando un serio esfuerzo para garantizar una verdadera transparencia en el funcionamiento de las instituciones vaticanas, también desde el punto de vista económico.


Se han establecido nuevas normas. Se han abierto canales de relaciones internacionales para el control. Ahora bien, algunos de los documentos difundidos recientemente tienden precisamente a desacreditar este esfuerzo. Paradójicamente, ello constituye una razón más para seguir por este camino con decisión, sin dejarse impresionar. Si tantos se ensañan, se ve que es importante. Quien piensa desanimar al Papa y a sus colaboradores en este compromiso, se equivoca y se engaña”.


“En cuanto a la cuestión de las presuntas luchas de poder en vista del próximo cónclave, invito a observar que todos los pontífices elegidos durante este siglo y el pasado han sido personalidades de altísimo e indiscutido valor espiritual. Está claro que los cardenales han intentado e intentan elegir a alguien que merezca el respeto del pueblo de Dios y sirva a la humanidad de nuestro tiempo con gran autoridad moral y espiritual. La lectura en clave de luchas de poder internas depende en gran parte de la tosquedad moral tanto de quien la provoca como de quien la realiza; a menudo no son capaces de ver otra cosa. Por suerte, quien cree en Jesucristo sabe que -a pesar de lo que se diga o se escriba hoy en los periódicos-, las verdaderas preocupaciones de quien ejerce responsabilidades en la Iglesia son más bien los graves problemas de la humanidad de hoy y de mañana. Por algo creemos y hablamos también de la ayuda del Espíritu Santo”.

Padre Federico Lombardi, S.I.,

Ciudad del Vaticano, 14 febrero 2012 (VIS).-

Bula Immensa Pastorum



de Benedicto XIV
20-12-1741

Debido a que esta Bula no parece estar en Internet, la publicamos en este sitio debido a su importancia para desmentir el aludido desinterés de la Iglesia respecto a los abusos cometidos contra los indígenas de sudamérica.




Introducción
La caridad del pontífice comprende a todos los hombres de la tierra.
Llama en su ayuda a los obispos

La inmensa caridad de Jesucristo, príncipe de los pastores que vino a traer a los hombres una vida más copiosa y se entregó a sí mismo para redención de muchos, nos apremia de tal modo que como, sin mérito alguno, hacemos sus veces en la tierra, así estimemos que no hay mayor caridad que dar nuestra vida no sólo por los cristianos, sino en absoluto por todos los hombres. Aunque por el supremo gobierno de la Iglesia católica, confiado a nuestras débiles fuerzas, nos vemos obligados, según costumbre e institución de nuestros mayores, a mantener y regir esta Sede Apostólica, a la que se recurre de todos los puntos de la tierra en demanda del oportuno y saludable remedio tanto en los asuntos administrativos cuanto en las calamidades que afligen a la república cristiana aquí en Roma, sin que podamos acudir a las más apartadas y distanciadas regiones para ejercer allí mismo la obra de nuestro ministerio apostólico, ganando las almas redimidas por la preciosa sangre de Jesucristo y dando incluso la propia vida, como es nuestro deseo; no obstante, pues no queremos que los beneficios todos de la providencia, de la autoridad y de la benignidad apostólica se echen de menos en nación alguna bajo el cielo, gustosamente invitamos a vosotros, venerables hermanos, a quienes la misma Santa Sede ha unido así como cooperadores en el cultivo de la viña del Dios de Sabaot, a compartir nuestra pontificia solicitud y vigilancia al objeto de que podáis cumplir cada vez más fácilmente el cometido que se os ha impuesto y más fácilmente ganar la corona que espera en el cielo a cuantos luchan por una causa justa.

1. Afán de la Sede Apostólica por la conversión de los infieles

Patente está por los demás, a vosotros, hermanos, cuáles y cuán penosos trabajos y dispendios pecuniarios han afrontado con ánimo decidido y generoso los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, y los príncipes católicos, benemeretísimos de la religión cristiana, para lograr mediante los sagrados operarios, ya con la predicación y los buenos ejemplos, ya con presentes, ayudas, socorros y auxilios, que la luz de la fe ortodoxa iluminara a los hombres que andaban en tinieblas y yacían en sombras de muerte, haciéndolos llegar al conocimiento de la verdad; y con qué favor, con qué beneficios, con qué privilegios y prerrogativas se distingue aún hoy, como se hizo siempre, a los infieles, a fin de que, atraídos por estas cosas, abracen la religión católica y, permaneciendo en ella, mediante obras de cristiana piedad, alcancen la salvación eterna.

2. Crueldad de algunos para con los indios, tanto cristianos como infieles

Por todo ello hemos llegado a saber, con profundo dolor de nuestro espíritu paternal que, después de tantos consejos de apostólica providencia dictados por nuestros mismos predecesores, después de tantas constituciones disponiendo que de la mejor manera posible se prestara a los infieles ayuda y protección, y prohibiendo, bajo las más graves penas y censuras eclesiásticas, que se los injuriara, se los azotara, se los encarcelara, se los esclavizara o se les causara muerte, que todavía, y sobre todo en esas regiones del Brasil, hay hombres pertenecientes a la fe ortodoxa los cuales, como olvidados por completo del sentido de la caridad infusa en nuestras almas por el Espíritu Santo, o someten a esclavitud, o venden a otros cual si fueran mercancía, o privan de sus bienes a los míseros indios, no sólo los carentes de la luz de la fe, sino incluso a regenerados por el bautismo, que viven en las montañas y en las ásperas regiones tanto occidentales como meridionales del Brasil y demás regiones desiertas, y se atreven a comportarse con éstos con una inhumanidad tal, que más bien los apartan de abrazar la fe de Cristo y se la hacen profundamente odiosa.

3. El rey de Portugal condena todo esto

Intentando salir del paso, con todo el poder que Dios nos ha dado, a estos males, hemos procurado interesar primeramente la eximia piedad y el increíble celo en la propagación de la religión católica de nuestro carísimo hijo en Cristo Juan de Portugal e ilustre rey de los Algarbes, el cual, dada su filial devoción a Nos y a esta Santa Sede, prometió que daría inmediatamente órdenes a todos y cada uno de los oficiales y ministros de sus dominios para que se castigara con las más graves penas, conforme a los edictos reales, a quienquiera de sus súbditos que se sorprendiera comportándose para con estos indios de una manera distinta de la exige la mansedumbre de la caridad cristiana.

4. El Pontífice exhorta a los obispos para que también ellos traten de reprimir aquella conducta

Rogamos después a vosotros, hermanos, y os exhortamos en el Señor al objeto de que no sólo no consintáis que falte, con desdoro de vuestro nombre y dignidad, la vigilancia, la solicitud y el esfuerzo debido en ésto a vuestro ministerio, sino que más bien, uniendo vuestro celo a los oficios de los ministros del rey, demostréis a todos con cuánto mayor ardor de sacerdotal caridad que los ministros laicos se esfuerzan los sacerdotes, pastores de almas, en amparar a estos indios y en llevarlos a la fe católica.

5. Confirma las constituciones de sus predecesores. Manda que se publiquen edictos a favor de los indios y que se castigue a los contraventores con anatemas y censuras

Nos, además, con autoridad apostólica, y por el tenor de las presentes, renovamos y confirmamos las cartas apostólicas en forma de breve dirigidas por el Papa Paulo III, predecesor nuestro, al entonces cardenal de la Iglesia Romana por nombre Juan de Tavera, arzobispo de Toledo, con fecha 28 de mayo de 1537, y a las escritas por el Papa Urbano VIII, igualmente predecesor nuestro, al entonces recaudador general de derechos y presas debidos a la Cámara Apostólica en los reinos de Portugal y de los Algarbes con fecha 22 de abril del año 1639; así como también , siguiendo las huellas de esos mismos predecesores nuestros, Paulo y Urbano, y deseando reprimir la insolencia de esos impíos hombres que aterran con actos inhumano a los referidos indios, para atraer a los cuales a recibir la fe de Cristo hay que agotar todos los recursos de la caridad cristiana, recomendamos y mandamos a cada uno de vosotros y a vuestros sucesores que cada cual por sí mismo o por otro u otros, dictados edictos y propuestos y fijados en público, amparando en los mismos con la protección de una eficaz defensa a los referidos indios tanto en las provincias del Paraguay, del Brasil y del Río llamado de la Plata cuanto en cualquier otro lugar de las Indias Occidentales y Meridionales, prohíba enérgicamente a todas y cada una de las personas, así seglares, incluidas las eclesiástica, de cualquier estado, sexo, grado, condición y cargo, aún la de especial nota y con título de dignidad, como de cualquier orden, congregación, sociedad – incluso la Compañía de Jesús–, religión e institutos de mendicantes y no mendicantes, monacales, regulares, sin excluir ninguna de las militares, ni siquiera los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, bajo pena de excomunión latae sententiae, en que incurrirán por el sólo hecho de contravenir a lo que se dispone, y de la cual no podrán ser absueltos, salvo in articulo mortis y previa satisfacción, a no ser por Nos o por el Romano Pontífice a la sazón imperante, que en lo sucesivo esclavicen a los referidos indios, los vendan, compren, cambien o den, los separen de sus mujeres e hijos, los despojen de sus cosas y bienes, los lleven de un lugar a otro o los trasladen, o de cualquier otro modo los priven de libertad o los retengan en servidumbre; igualmente que osen o presuman prestar consejo, auxilio, ayuda o colaboración a los que tal hicieren, bajo ningún pretexto ni cariz, o propalen y enseñen que hacer tal es lícito o a ello cooperen de cualquier modo; declarando que, quienesquiera que sean los contraventores y los rebeldes, así como los que no obedecieren en lo antedicho a cualquiera de vosotros, han incurrido en la pena de la indicada excomunión, y reprimiendo igualmente con otras censuras y penas eclesiásticas y otros oportunos remedios de derecho y de hecho, pospuesta toda apelación y observados los procedimientos legales que fuere de rigor, agravando las censuras y las mismas penas en los casos de reincidencia e incluso invocando para ésto, si fuere necesario, el auxilio del brazo secular, Nos, con superior autoridad, concedemos y otorgamos a cada uno de vosotros y a vuestros sucesores plena, amplia y libre facultad.

6. Deroga lo dispuesto en contrario

No obstante en contrario las constituciones generales y especiales del papa Bonifacio VIII, también predecesor nuestro de ilustre memoria, sobre la una, y la del concilio general sobre las dos dietas, y otras apostólicas, y las acordadas en concilios universales, provinciales y sinodales, ni las ordenaciones o leyes incluso municipales y de cualesquiera lugares piadosos y no piadosos y, en general, cualesquiera estatutos y costumbres, aún los que se sustentas sobre juramento, confirmación apostólica o cualquier otro apoyo; ni los privilegios, indultos y cartas apostólicas en contra de los que se antecede, sea cualquiera el modo como fueron concedidos, confirmados o renovados. Todos y cada uno de los cuales, aún cuando de ellos y de sus contenidos totales hubiera de hacerse mención especial, específica, expresa e individual y palabra por palabra, pero que no dicen lo mismo en sus cláusulas generales, o hubiera de mantenerse alguna expresión u observarse alguna otra determinado forma, considerando dichos contenidos como plena y suficientemente expresados e insertos en la presente cual si se expresaran e insertaran palabra a palabra, sin omitir nada y guardar la forma dada en los mismos, permaneciendo en los demás en su vigor a efectos de los que antecede, por esta vez al menos lo derogamos especial y expresamente, así como toda otra disposición en contrario.

7. Se da fe a las copias

Queremos, además, que de la presente se hagan copias o ejemplares, incluso impresos, autorizados con la firma de notario público y refrendados con el sello de persona constituida en dignidad eclesiástica, y que se conceda a dichas copias, si hubieren de exhibirse o mostrarse en juicio o fuera de él, la misma fe que a la presente.

8. Se insiste a los obispos sobre la ejecución de la presente

Por lo demás, venerables hermanos, cuidando vigilantemente el rebaño que os ha sido confiado, poned empeño en vuestro ministerio y esforzaos en la diligencia, celo y caridad a que estáis obligados, exigiéndoos constantemente a vosotros mismos en vuestras almas la cuenta que habréis de dar a Jesucristo, Príncipe de pastores y eterno Juez de sus ovejas, y que Él os exigirá muy estrechamente. Confiamos, pues, que habrá de ser de tal modo, que cada uno de vosotros ponga de su parte todo esfuerzo y decisión a fin de que no se haga desear en esta obra el oficio de tan eximia caridad. Entre tanto, para la próspera marcha del éxito, impartimos amantísimamente a vosotros, venerables hermanos, la bendición apostólica juntamente con la abundancia ubérrima de los celestiales carismas.

Dada en Roma, junto a Santa María la Mayor y bajo el anillo del Pescador, el 20 de diciembre del año 1741, segundo de nuestro pontificado.

Para Dios, la autoridad significa servicio


Palabras del papa en la introducción del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

El Evangelio de este domingo (Mc 1,21-28) nos presenta a Jesús que, en el sábado, predica en la sinagoga de Cafarnaún, la pequeña ciudad sobre el lago de Galilea donde habitaban Pedro y su hermano Andrés. A su enseñanza, que despierta la admiración de la gente, sigue la liberación de "un hombre poseído por un espíritu inmundo" (v. 23), que reconoce en Jesús "al santo de Dios", es decir al Mesías. En poco tiempo, su fama se extendió por toda la región, que Él recorre anunciando el Reino de Dios y curando a los enfermos de todo tipo: palabra y acción. San Juan Crisóstomo nos hace ver cómo el Señor "alterna el discurso en beneficio de los oyentes, en un proceso que va de los prodigios a las palabras y pasando de nuevo de la enseñanza de su doctrina a los milagros" (Hom. in Matthæum 25, 1: PG 57, 328).

La palabra que Jesús dirige a los hombres abre inmediatamente el acceso a la voluntad del Padre y a la verdad propia. No les sucedía así, sin embargo, a los escribas, que debían esforzarse en interpretar las Sagradas Escrituras con innumerables reflexiones. Además, a la eficacia de la palabra, Jesús unía la de los signos de liberación del mal. San Atanasio observa que "mandar sobre los demonios y expulsarlos no es obra humana sino divina"; de hecho, el Señor “alejaba de los hombres todos los males y las enfermedades. ¿Quién, viendo su poder... hubiera podido aún dudar que Él fuese el Hijo, la sabiduría y la potencia de Dios?” (Oratio de Incarnatione Verbi 18.19: PG 25, 128 BC.129 B). La autoridad divina no es una fuerza de la naturaleza. Es el poder del amor de Dios que crea el universo y, encarnándose en el Hijo unigénito, abajándose a nuestra humanidad, sana al mundo corrompido por el pecado. Romano Guardini escribe: "Toda la vida de Jesús es una traducción del poder en la humildad ... es la soberanía que se abaja a la forma de siervo" (Il Potere, Brescia 1999, 141.142).

A menudo, para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (cf. Jn. 13,5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor. En una de sus Cartas, Santa Catalina de Siena dice: "Es necesario que veamos y conozcamos, en realidad, con la luz de la fe, que Dios es el amor supremo y eterno, y no se puede desear otra cosa que no sea nuestro bien" (Ep. 13 en: Le Lettere, vol. 3, Bologna 1999, 206.).

Queridos amigos, el próximo 2 de febrero, celebraremos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Invoquemos con confianza a María Santísima, para que guíe nuestros corazones a alimentarse siempre de la misericordia divina, que libera y sana nuestra humanidad, colmándola de toda gracia y benevolencia con el poder del amor.


CIUDAD DEL VATICANO, domingo 29 enero 2012 (ZENIT.org).-