Ponencia en la Academia Pontificia de Ciencias Sociales


Obama y Blair. El mesianismo reinterpretado

Por Michel Schooyans (+)

La elección de Barack Obama para la presidencia de los Estados Unido ha suscitado numerosas expectativas en todo el mundo. En los Estados Unidos, los electores votaron por un presidente joven, mestizo y brillante. Se espera de él que, según sus promesas, corrija los errores del presidente que lo ha precedido. Han sido utilizadas formulas hasta excesivas, afirmando, por ejemplo, que había llegado la hora de "reedificar" los Estados Unidos o de reorganizar el orden internacional. Se notará aquí la influencia de Saul D. Alinsky (1909-1972), uno de los maestros del pensamiento del nuevo presidente y de Hillary Clinton. No les ha faltado celo a los admiradores del vivaz neo elegido, que han demonizado al desventurado presidente George W. Bush, invocando que se destruya lo antes posible la política que había desarrollado. Ahora, la administración Bush, que además no ha carecido de méritos, se caracteriza por fallas reconocidas, también por el círculo más cercano del presidente. Sin embargo, sobre un punto esencial y fundamental, el presidente Bush ha promovido una política meritoria de respeto y de continuidad: ofreció al ser humano no nacido, así como al personal médico, una protección jurídica, sin duda insuficiente, pero eficaz.

Los electores que han llevado a Barack Obama a la presidencia no han percibido la debilidad y la ambigüedad de las declaraciones hechas por su candidato sobre este punto decisivo. Más aún, una vez elegido, una de las primeras medidas del presidente Obama ha sido la de revocar las disposiciones tomadas por el presidente Bush para proteger el derecho a la vida del ser humano no nacido.

El presidente Obama reintroduce así el derecho a discriminar, a "poner de lado" algunos seres humanos. Con él, el derecho de cada individuo humano a la vida y a la libertad no se reconoce más, ni mucho menos se protege. El presidente Obama contesta, en consecuencia, la argumentación que ha sido invocada por sus mismos hermanos de raza en el momento en que reivindicaban, con justicia, que fuese reconocido el derecho de todos a la misma dignidad, a la igualdad y a la libertad. En su variante prenatal, el racismo ha sido restaurado en los Estados Unidos.

El nuevo presidente arrastra así el derecho en un proceso de regresión que altera la calidad democrática de la sociedad que lo ha elegido. De hecho, una sociedad que se dice democrática, en la cual los gobernantes, invocando "nuevos derechos" subjetivos, permiten la eliminación de algunas categorías de seres humanos, es una sociedad que ya está encaminada en el sendero del totalitarismo. Según la Organización Mundial de la Salud, 46 millones de abortos son efectuados cada año en el mundo. Revocando las disposiciones jurídicas que protegen la vida, Obama va a alargar la lista fúnebre de las víctimas de leyes criminales. El camino está abierto porque el aborto se vuelva legalmente exigible. El mismo derecho podrá ser hundido en la indignidad toda vez que sea instrumentalizado y empujado a legalizar cualquier cosa y puesto, por ejemplo, al servicio de un programa de eliminación de inocentes. A partir de aquí, la realidad del ser humano ya no tiene en sí ninguna importancia.

La consecuencia evidente del cambio decidido por Obama es que el número de abortos va a aumentar en el mundo. El presidente Bush había cortado las subvenciones destinadas a programas que implicaran el aborto, en particular fuera de los Estados Unidos. La revocación de esta medida de la nueva administración limita el derecho del personal médico a la objeción de conciencia y permite a Obama aumentar los subsidios dados a organizaciones públicas y privadas, nacionales e internacionales, que desarrollan programas de control de la natalidad, de "maternidad sin riesgos", de "salud reproductiva" que incluyen el aborto entre los métodos contraceptivos y lo promueven.

El presidente Obama aparecerá, pues, inevitablemente, como uno de los principales responsables del envejecimiento de la población de los Estados Unidos y de las naciones "beneficiarias" de los programas de control de la natalidad presentadas como condición previa para el desarrollo. ¿Como líder político bien informado puede ignorar que una sociedad que aborta a sus hijos es una sociedad que aborta su porvenir?

La medida tomada por Barack Obama está destinada a tener repercusiones en el plano mundial. El "mesianismo" norteamericano tradicional se gloriaba de ofrecer al mundo el mejor modelo de democracia. Con el permiso de asesinar legalmente unos inocentes, esta pretensión va camino a apagarse. En su lugar emerge un "mesianismo" que anuncia la extinción de los principios morales escritos en la Declaración de independencia (1776) y en la Constitución de los Estados Unidos (1787). De ahora en adelante se rechaza la referencia al Creador. Ninguna realidad humana se impone más en virtud de su dignidad intrínseca. Prevalece la voluntad presidencial. Según sus mismas palabras, el presidente ya no deberá referirse a las tradiciones morales y religiosas de la humanidad. Su voluntad es fuente de ley. A propósito, ¿qué piensa de ello el congreso estadounidense?

Ahora, dado que el peso de los Estados Unidos es lo que pesa más en las relaciones internacionales, bilaterales y multilaterales, y especialmente en el cuadro de la ONU, se puede prever que tarde o temprano el aborto será presentado a la ONU como un "nuevo derecho humano", un derecho que permite exigir el aborto. De ello se seguirá que no habrá lugar, en el derecho, para la objeción de conciencia. Este mismo proceso permitirá al presidente manifestar su voluntad de incluir en la lista otros "nuevos derechos" subjetivos, como la eutanasia, la homosexualidad, el repudio, la droga, etc.

¿Rehacer las religiones? ¿Rehacer el cristianismo?

En estos programas, el presidente Obama podrá contar con el apoyo de la pareja Tony Blair y Cherie Booth. El grupo de pensamiento fundado por el ex primer ministro británico bajo el nombre de Tony Blair Faith Foundation tendrá, entre sus atribuciones, la de reedificar las grandes religiones, como su colega Barack Obama reedificará la sociedad mundial. Con este objetivo, la referida fundación deberá expandir los "nuevos derechos", utilizando para este fin las religiones del mundo y adaptando estas a sus nuevas tareas. Las religiones deberán ser reducidas al mismo común denominador, vale decir deberán ser vaciadas de su propia identidad. Ello no podrá hacerse si no gracias a la instauración de un derecho internacional inspirado en Hans Kelsen (1881-1973) y llamado a convalidar todos los derechos propios de las naciones soberanas. Este derecho deberá también imponerse a las religiones del mundo en modo que la nueva "fe" sea el principio unificador de la sociedad mundial. Esta nueva "fe", este principio unificador, deberá permitir el avance de los Millenium Developmental Goals. Entre estos objetivos figuran en el número 3: "Promote gender equality and empower women"; y en el número 5: "Improve maternal health". Sabemos bien lo que encubren e implican estas expresiones. Para hacer despegar el programa de la Foundation, ha sido anunciada una campaña contra la malaria. Ella hace parte del objetivo número 6: "Combat HIV/AIDS, malaria and other diseases". Este anuncio está hecho en modo que, suscribiendo esta campaña, si suscribe al total de los objetivos del Milenio.

De hecho, el proyecto de Tony Blair prolonga y amplifica la Iniciativa de las Religiones Unidas, que apareció varios años atrás. Además extiende la Declaración para una ética planetaria de la que Hans Küng es uno de los principales inspiradores. Este plan no podrá realizarse sino a precio del sacrificio de la libertad religiosa, la imposición de una lectura "políticamente correcta" de las Sagradas Escrituras y del sabotaje de los fundamentos del derecho. Ya Maquiavelo acomodaba el uso de la religión a los fines políticos….

La "conversión" muy propagandeada del ex primer ministro británico al catolicismo, así como su entrevista en la revista gay "Attitude" de abril del 2009, permiten entender todavía mejor las intenciones de Tony Blair respecto a las religiones, comenzando por la religión católica. Los discursos del Santo Padre, en particular sobre el preservativo, pertenecen a otra generación. El apenas "converso" no duda en explicar al Papa no sólo lo que debe decir, ¡sino lo que debe creer! ¿Es católico? Blair no cree en la autoridad del Papa.

He aquí que hemos regresado a los tiempos de Hobbes, para no decir de Cromwell: es el poder civil el que define lo que se debe creer. La religión es vaciada de su contenido propio, de su doctrina; no queda sino un residuo de moral, definido por el Leviatán. No se dice que es necesario negar a Dios, pero de ahora en adelante Dios ya no tiene nada que ver con la historia de los hombres y de sus derechos: se regresa al deísmo. Dios es sustituido por el Leviatán. Le toca a este definir, si quiere, una religión civil; interpretar – si quiere y como quiera – los textos religiosos. La cuestión de la verdad de la religión ya no importa. Los textos religiosos, y en particular bíblicos, deben ser comprendidos en el sentido puramente "metafórico"; es lo que recomienda Hobbes (III, XXXVI). A lo máximo, sólo el Leviatán puede interpretar las Escrituras. Es necesario además reformar las instituciones religiosas para adaptarlas al cambio. Es necesario tomar como rehenes a algunas personalidades religiosas, llamadas a convalidar la nueva "fe" secularizada, la de la "civil partnership".

Los derechos del hombre así como son concebidos en la tradición realista son pasados aquí por el filo de la espada. Todo es relativo. De los derechos no quedan sino los definidos por el Leviatán. Como escribe Hobbes, "la ley de naturaleza y la ley civil se contienen una en la otra y son de igual extensión" (I, XXVI, 4). De la verdad no queda sino la enunciada por el mismo Leviatán. Sólo él decide como se debe cumplir el cambio.

El retorno del águila de dos cabezas

El proyecto Blair no puede realizarse sin volver a poner en cuestión la distinción y las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Este proyecto corre el riesgo de hacernos regresionar a una época en la que el poder político se atribuía la misión de promover una confesión religiosa o de cambiarla. En el caso de la Tony Blair Faith Foundation, se trataría también de promover una y sólo una confesión religiosa, que un poder político universal, global, impondría a todo el mundo. Recordemos que el proyecto Blair, empapado de New Age, ha sido preparado ideológicamente tanto por la Iniciativa de las Religiones Unidas como por la Declaración para una ética planetaria previamente citada, y ha sido apoyada por numerosas fundaciones semejantes.

Este proyecto recuerda evidentemente la historia del anglicanismo y de su fundación por parte del "defensor de la fe" Enrique VIII. El proyecto de las religiones unidas y reducida a un común denominador es sin embargo más criticable de lo que fue el proyecto de Enrique VIII. En efecto, la realización de este proyecto postula la puesta en obra de un gobierno mundial y de una policía global de las ideas. Como se ha visto a propósito de Barack Obama, los arquitectos del gobierno mundial se dedican a imponer un sistema de positivismo jurídico que hace proceder al derecho de una voluntad suprema, de la cual depende la convalidación de los derechos particulares. En suma, si se debiera cumplir el proyecto Blair, los agentes del gobierno mundial impondrían, con un nuevo Acto de Supremacía, una religión única, convalidada por los interpretes de la voluntad suprema, cuyo Vicario general quizá ya ha sido descubierto (Hobbes, III, XXXVI).

Lo que revela el análisis de las decisiones de Barack Obama y del proyecto de Tony Blair es que se perfila una alianza de dos nuevas voluntades convergentes, de las que una tiene como objetivo subyugar el derecho y la otra subyugar la religión. Esta es la nueva versión del águila de dos cabezas. Derecho y religión son instrumentalizados para "legitimar" lo que sea.

Esta doble instrumentalización es mortal para la comunidad humana. Es lo que resulta de diferentes experiencias realizadas en el cuadro del Estado-Providencia. Este, a fuerza de querer complacer a los individuos, ha multiplicado los "derechos" subjetivos de condescendencia, por ejemplo, en materia de divorcio, de sexualidad, de familia, de población, etc. Pero haciendo eso, el Estado-Providencia ha creado innumerables problemas que es incapaz de resolver. Con la extensión de estos "derechos" de condescendencia a escala mundial, los problemas de pobreza y de marginalización se multiplican a tal punto que ningún gobierno mundial podrá resolverlos.

Lo mismo para la religión. Desde cuando se logró la separación entre la Iglesia y el Estado, es inadmisible que el Estado se sirva de la religión para forzar su dominio sobre los corazones, los cuerpos y las conciencias. Como dice el arzobispo Ronald Minnerath, el Estado no puede encadenar la verdad religiosa y debe también garantizar su libre búsqueda.

Hacia un terrorismo político-jurídico

Por estos canales, y con el apoyo de su pareja Blair, el presidente-jurista Obama se presta a lanzar un nuevo mesianismo norteamericano, totalmente secularizado. Se beneficia en esto del apoyo de su fiel socio, candidato presunto a la presidencia de la Unión Europea. La voluntad suprema del presidente de los Estados Unidos convalidará el derecho de las naciones y el derecho de las relaciones entre las naciones. Sobre sus huellas, los "Treinta y nueve artículos" de la nueva religión del mundo serán promulgados por su colega británico.

A partir de la cima de esta pirámide, la voluntad del Príncipe está destinada a circular por los canales internacionales de la ONU y a alcanzar los canales nacionales particulares. En perspectiva, este proceso, como se puede intuir, apaga la autoridad de los parlamentarios nacionales, elimina la autoridad de los ejecutivos y destruye la independencia del poder judicial. Es por estas razones que, en la lógica de Obama, el rol de un tribunal penal internacional es llamado a extenderse, y que ello debe ser armado para reprimir a los recalcitrantes – por ejemplo los católicos – que rechazan esta visión del poder y del derecho, de un derecho hecho vasallo del poder. ¿Cómo no ver esta verdad impactante de estar asistiendo al surgimiento de un terrorismo político-jurídico sin precedentes en la historia?

Por fin, hagamos el esfuerzo por recordar que la Iglesia no tiene el monopolio del respeto de los derechos humanos a la vida. Este respeto es proclamado por las más grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad, frecuentemente anteriores al cristianismo. La Iglesia reconoce plenamente el valor de los argumentos dados por la razón a favor de la vida humana. Como el arzobispo Minnerath ha mostrado admirablemente, la Iglesia completa y consolida esta argumentación valiéndose el aporte de la teología: respeto por la creación; el hombre imagen de Dios; amor al prójimo; nuevo mandamiento; etc. Estos argumentos son frecuentemente expuestos en las declaraciones de la Iglesia y en los numerosos documentos cristianos al respecto.

Pero cuando las más altas autoridades de las naciones, e inclusive de la primera potencia mundial, vacilan frente al respeto del derecho humano fundamental, es un deber para la Iglesia hacer un llamado a todos los hombres y a todas las mujeres de buena voluntad para que se unan a fin de constituir un frente único para defender la vida de cada ser humano. La primera actitud que se impone a todos, según las responsabilidades de cada uno, es la objeción de conciencia, que por otra parte Obama quiere circunscribir. Pero esta objeción debe ser completada por un compromiso y acción en la esfera política, en los medios y en las universidades. La movilización debe ser general y ponerse como objetivo central de toda la moral, y especialmente de toda la moral católica: reconocer y amar al prójimo, comenzando por el prójimo más pequeño y más vulnerable.

Roma, 1-5-09

---------
(+) Michel Schooyans, sacerdote belga, es profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina. Es un gran especialista en antropología, en filosofía política, en bioética, en demografía. Es miembro de tres academias pontificias: la de las ciencias sociales, la de la vida y la denominada santo Tomás de Aquino. Un libro suyo del 2006 tiene por título: "Le terrorisme à visage humaine", y tiene muchos puntos de contacto con su intervención en el Vaticano del pasado 1 de mayo. En Italia su última publicación, editada por Cantagalli el 2008, lleva por título: "La profecía de Pablo VI" y es una vigorosa defensa de la encíclica "Humanae Vitae".

Benedicto XVI: los derechos humanos, punto de encuentro entre la Iglesia y el mundo


Discurso a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

distinguidas señoras y señores:

Con motivo de vuestra reunión para la decimoquinta sesión plenaria de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, estoy contento de tener esta ocasión para encontraros y expresaros mi aliento hacia su misión de exponer y fomentar la Doctrina Social de la Iglesia en las áreas de las leyes, la economía, la política y las demás ciencias sociales. Agradezco a la profesora Mary Ann Glendon sus amables palabras de saludo, os aseguro mis oraciones para que el fruto de vuestras deliberaciones siga atestiguando la validez duradera de la enseñanza social católica en un mundo rápidamente cambiante.

Tras estudiar el trabajo, la democracia, la globalización, la solidaridad y la subsidiariedad en relación con la doctrina social de la Iglesia, vuestra Academia ha elegido volver a la cuestión central de la dignidad de la persona humana y los derechos humanos, un punto de encuentro entre la Doctrina de la Iglesia y la sociedad contemporánea.

Las grandes religiones y filosofías del mundo han iluminado varios aspectos de estos derechos humanos, que están concisamente expresados en "la regla de oro" que encontramos en el Evangelio: "Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente" (Lucas 6,31; cf. Mt 7,12). La Iglesia siempre ha afirmado que los derechos fundamentales, por encima y más allá de las diferentes formas en que han sido formulados y los diferentes grados de importancia que hayan tenido en los diversos contextos culturales, deben ser mantenidos y concedido el reconocimiento universal porque son inherentes a la naturaleza misma del hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Si todos los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, comparten en consecuencia una naturaleza común que los une y que reclama el respeto universal. La Iglesia, asimilando la enseñanza de Cristo, considera a la persona como "lo más digno de la naturaleza" (S. Tomás de Aquino, De potentia, 9, 3) y ha enseñado que el orden ético y político que gobierna las relaciones entre las personas encuentra su origen en la propia estructura del ser humano. El descubrimiento de América y el consiguiente debate antropológico en los siglos XVI y XVII llevaron a Europa a una mayor conciencia sobre los derechos humanos como tal, y de su universalidad (ius gentium). La época moderna ayudó a dar forma a la idea de que el mensaje de Cristo -porque éste proclama que Dios ama a todo hombre y mujer y que todo ser humano está llamado a amar a Dios libremente- demuestra que todos, independientemente de su condición social y cultural, por naturaleza merece la libertad. Al mismo tiempo, debemos recordar siempre que "la libertad misma necesita ser liberada. Es Cristo quien la hace libre" (Veritatis Splendor, 86).

A mitad del siglo pasado, tras el gran sufrimiento causado por las dos terribles guerras mundiales y por los indecibles crímenes perpetrados por las ideologías totalitarias, la comunidad internacional adoptó un nuevo sistema de leyes internacionales basado en los derechos humanos. En éste, parece haber actuado en conformidad con el mensaje que mi predecesor Benedicto XV proclamó cuando llamó a los beligerantes en la Primera Guerra Mundial a "transformar la fuerza material de las armas en fuerza moral de la ley" ("Mensaje a los líderes de los Pueblos Beligerantes", 1 de agosto de 1917).

Los Derechos Humanos se convirtieron en el punto de referencia de un ethos universal compartido - por lo menos a nivel de aspiración- para la mayor parte de la humanidad. Estos derechos han sido ratificados por prácticamente todos los Estados del mundo. El Concilio Vaticano II, en la Declaración Dignitatis Humanae, así como mis predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, se refirieron fuertemente al derecho a la vida y al derechos de libertad de conciencia y religión como el centro de esos derechos que brotan de la propia naturaleza humana.

Estrictamente hablando, estos derechos humanos no son verdades de fe, a pesar de que pueden descubrirse - e incluso iluminarse plenamente - en el mensaje de Cristo que "revela el hombre al propio hombre" (Gaudium et Spes, 22). Éstos reciben una confirmación ulterior desde la fe. Con todo, está claro a la razón que, viviendo y actuando en el mundo físico como seres espirituales, hombres y mujeres perciben la presencia de un logos que les permite distinguir no sólo entre lo verdadero y lo falso, sino también entre el bien y el mal, entre lo mejor y lo peor, entre la justicia y la injusticia. Esta capacidad de discernir -esta actuación radical- hace a toda persona capaz de aprehender la "ley natural", que no es otra cosa que una participación en la ley eterna: "unde...lex naturalis nihil aliud est quam participatio legis aeternae in rationali creatura" (S. Tomás Aquino, ST I-II, 91, 2). La ley natural es una guía universal reconocible por todos, sobre la base de que todo el mundo puede comprender y amar recíprocamente a los demás. Los Derechos Humanos, por tanto, están en última instancia enraizados en una participación de Dios, que ha creado a cada ser humano con inteligencia y libertad. Si esta sólida base ética y política se ignora, los derechos humanos se debilitan ya que han sido privados de sus fundamentos.

La acción de la Iglesia en la promoción de los derechos humanos se apoya por tanto en la reflexión racional, como una forma en que estos derechos pueden ser presentados a toda persona de buena voluntad, independientemente de la afiliación religiosa que pueda tener. Sin embargo, como he observado en mis encíclicas, por un lado, la razón humana debe ser constantemente purificada por la fe, en la medida en que está siempre en peligro de una cierta ceguera ética causada por las pasiones desordenadas y el pecado; y, por otra parte, en la medida en que los derechos humanos necesitan ser reapropiados de nuevo por cada generación y por cada individuo, y en la medida en que la libertad humana - que progresa a traés de la sucesión de elecciones libres- siempre es frágil, la persona humana necesita el amor y la esperanza incondicionales que sólo pueden encontrarse en Dios y que llevan a participar en la justicia y la generosidad de Dios a los demás (cf. Deus Caritas Est, 18, y Spe Salvi, 24).

Esta perspectiva dirige la atención hacia uno de los más críticos problemas sociales de las décadas recientes, como es la conciencia creciente -que ha surgido en parte con la globalización y a presente crisis económica- de un flagrante contraste entre la atribución equitativa de los derechos y el acceso desigual a los medios para lograr esos derechos. Para los cristianos que con regularidad pedimos a Dios que "nos de el pan de cada día", es una tragedia vergonzosa que una quinta parte de la humanidad pase hambre. Asegurar una adecuada aportación de alimento, así como la protección de recursos vitales como el agua y la energía, requiere que todos los líderes internacionales colaboren mostrando su disposición a trabajar de buena fe, respetar la ley natural y promover la solidaridad y la subsidiariedad con las regiones y pueblos más débiles del planeta, como estrategia más eficaz para eliminar las desigualdades sociales entre países y sociedades y para aumentar seguridad global.

Queridos amigos, queridos académicos, al exhortaros, en vuestras investigaciones y deliberaciones, a ser testigos creíbles y consistentes de la defensa y de la promoción de estos derechos humanos no negociables que están fundados en la ley divina, os imparto de buena voluntad mi Bendición Apostólica.

Zenit.org., 4-5-09