Carta encíclica de S.S. Pío XI
sobre la situación de la Iglesia en el Reich Germánico
14 -3-1937
Con viva preocupación y con asombro creciente venimos
observando, hace ya largo tiempo, la vía dolorosa de la Iglesia y la opresión
progresivamente agudizada contra los fieles, de uno u otro sexo, que le han
permanecido devotos en el espíritu y en el actuar; y todo esto en medio de
aquella nación y de aquel pueblo, al que San Bonifacio llevó un día el luminoso
mensaje, la buena nueva de Cristo y del Reino de Dios.
Esta Nuestra inquietud no se ha visto disminuida por
los informes que los reverendísimos representantes del Episcopado, según su
deber, Nos dieron ajustados a la verdad, al visitarnos durante Nuestra
enfermedad. Junto a muchas noticias muy consoladoras y edificantes sobre la
lucha sostenida por sus fieles por causa de la religión, no pudieron pasar en
silencio, a pesar de su amor al propio pueblo y a su patria y el cuidado de
expresar un juicio bien ponderado, otros innumerables sucesos muy tristes y
reprobables. Luego que Nos hubimos escuchado sus relatos, con profunda gratitud
a Dios pudimos exclamar con el Apóstol del amor: En ninguna cosa tengo mayor
contento que cuando oigo que mis hijos van por el camino de la verdad (1). Pero
la sinceridad que corresponde a la grave responsabilidad de Nuestro ministerio
Apostólico, y la decisión de presentar ante vosotros y ante todo el mundo
cristiano la realidad en toda su crudeza, exigen también que añadamos: No
tenemos preocupación mayor, ni más cruel aflicción pastoral, que cuando oímos:
muchos abandonan el camino de la verdad (2).
Concordato
2. Cuando Nos, Venerables Hermanos, en el verano de
1933, a instancia del Gobierno del Reich, aceptamos el reanudar las gestiones
para un Concordato, tomando por base un proyecto elaborado ya varios años
antes, y llegamos así a un acuerdo solemne que satisfizo a todos vosotros,
tuvimos por móvil la obligada solicitud de tutelar la libertad de la misión
salvadora de la Iglesia en Alemania y de asegurar la salvación de las almas a
ella confiadas, y al mismo tiempo el sincero deseo de prestar un servicio
capital al pacífico desenvolvimiento y al bienestar del pueblo alemán.
A pesar de muchas y graves consideraciones, Nos
determinamos entonces, no sin una propia violencia, a no negar Nuestro
consentimiento. Queríamos ahorrar a Nuestros fieles, a Nuestros hijos y a
Nuestras hijas de Alemania, en la medida humanamente posible, las situaciones
violentas y las tribulaciones que, en caso contrario, se podían prever con toda
seguridad según las circunstancias de los tiempos. Y con hechos queríamos
demostrar a todos que Nos, buscando únicamente a Cristo y cuanto a Cristo
pertenece, no rehusábamos tender a nadie, si él mismo no la rechazaba, la mano
pacífica de la Madre Iglesia.
3. Si el árbol de la paz, por Nos plantado en tierra
alemana con pura intención, no ha producido los frutos por Nos anhelados en
interés de vuestro pueblo, no habrá nadie en el mundo entero, con ojos para ver
y oídos para oír, que pueda decir, todavía hoy, que la culpa es de la Iglesia y
de su Cabeza Suprema. La experiencia de los años transcurridos hace patentes
las responsabilidades, y descubre las maquinaciones que, ya desde el principio,
no se propusieron otro fin que una lucha hasta el aniquilamiento.
En los surcos donde Nos habíamos esforzado en echar la
simiente de la verdadera paz, otros esparcieron -como el inimicus homo de la
Sagrada Escritura (3)- la cizaña de la desconfianza del descontento, de la
discordia, del odio, de la difamación, de la hostilidad profunda, oculta o
manifiesta, contra Cristo y su Iglesia, desencadenando una lucha que se
alimentó en mil fuentes diversas y se sirvió de todos los medios. Sobre ellos,
y solamente sobre ellos y sobre sus protectores, ocultos o manifiestos, recae
la responsabilidad de que en el horizonte de Alemania no aparezca el arco iris
de la paz, sino el nubarrón que presagia luchas religiosas desgarradoras.
4. Venerables Hermanos: No Nos hemos cansado de hacer
ver a los dirigentes, responsables de la suerte de vuestra nación, las
consecuencias que se derivan necesariamente de la tolerancia, o, peor aún, del
favor prestado a aquellas corrientes. A todo hemos recurrido para defender la
santidad de la palabra solemnemente dada y la inviolabilidad de los compromisos
voluntarios contraídos, frente a las teorías y prácticas que -si hubieran
llegado a admitirse oficialmente- habrían disipado toda confianza, y dejado
intrínsecamente sin valor a toda palabra para lo futuro, si contaban con la
aprobación oficial. Cuando llegue el momento de exponer a los ojos del mundo
estos Nuestros esfuerzos, todos los hombres de recta intención sabrán dónde han
de buscarse los defensores de la paz y dónde sus perturbadores. Todo el que
haya conservado en su ánimo un residuo de amor a la verdad, y en su corazón una
sombra del sentido de justicia, habrá de admitir que en los años tan difíciles
y llenos de tan graves acontecimientos que siguieron al Concordato, cada una de
Nuestras palabras y de Nuestras acciones tuvo por norma la fidelidad a los
acuerdos estipulados. Pero deberá también reconocer con extrañeza y con
profunda reprobación, cómo por la otra parte se ha erigido en norma ordinaria
el desfigurar arbitrariamente los pactos, eludirlos, desvirtuarlos y,
finalmente, violarlos más o menos abiertamente.
5. La moderación mostrada por Nos hasta aquí, a pesar
de todo esto, no Nos ha sido sugerida por cálculos de intereses terrenos, ni
mucho menos por debilidad, sino simplemente por la voluntad de no arrancar,
junto con la cizaña, alguna planta buena; por la decisión de no pronunciar
públicamente un juicio mientras los ánimos no estuviesen bien dispuestos para
comprender su ineludible necesidad; por la resolución de no negar
definitivamente la fidelidad de otros a la palabra empeñada, antes de que el
irrefutable lenguaje de la realidad le hubiese arrancado los velos con que se
ha sabido y se pretende aun ahora disfrazar, conforme a un plan predeterminado,
el ataque contra la Iglesia. Todavía hoy -cuando la lucha abierta contra las
escuelas confesionales, tuteladas por el Concordato, y la supresión de la
libertad del voto para aquellos que tienen derecho a la educación católica,
manifiestan, en un campo particularmente vital para la Iglesia, la trágica
gravedad de la situación y la angustia, sin ejemplo, de las conciencias
cristianas-, la solicitud paternal por el bien de las almas Nos aconseja no
dejar de considerar las posibilidades, por escasas que sean, que aun puedan
subsistir, de una vuelta a la fidelidad de los pactos y una inteligencia que
Nuestra conciencia pueda admitir.
6. Secundando los ruegos de los Reverendísimos
Miembros del Episcopado, en adelante no Nos cansaremos de ser el defensor -ante
los dirigentes de vuestro pueblo- del derecho conculcado; y ello, sin
preocuparnos del éxito o del fracaso inmediato, obedeciendo sólo a Nuestra
conciencia y a Nuestro ministerio pastoral, y no cesaremos de oponernos a una
mentalidad que intenta, con abierta u oculta violencia, sofocar el derecho
garantizado por solemnes documentos.
Sin embargo, el fin de la presente carta, Venerables
Hermanos, es otro. Como vosotros Nos visitasteis amablemente durante Nuestra enfermedad,
así ahora Nos dirigimos a vosotros y, por vuestro conducto, a los fieles
católicos de Alemania, los cuales, como todos los hijos que sufren y son
perseguidos, están muy cerca del corazón del Padre común. En esta hora en que
su fe está siendo probada, como oro de ley, en el fuego de la tribulación y de
la persecución, insidiosa o manifesta, y en que están rodeados por mil formas
de negarles metódicamente su libertad religiosa, viviendo angustiados por la
imposibilidad de tener noticias fidedignas y de poder defenderse con medios
normales, tienen un doble derecho a una palabra de verdad y de estímulo moral
por parte de Aquél, a cuyo primer Predecesor dirigió el Salvador aquella
palabra llena de significado: Yo he rogado por ti, para que tu fe no vacile, y
tú a tu vez fortalece a tus hermanos (4).
Genuina fe en Dios
7. Y ante todo, Venerables Hermanos, cuidad que la fe
en Dios, primer e insustituible fundamento de toda religión, permanezca pura e
íntegra en las regiones alemanas. No puede tenerse por creyente en Dios el que
emplea el nombre de Dios retóricamente, sino sólo el que une a esta venerada
palabra una verdadera y digna noción de Dios.
Quien, con una confusión panteísta, identifica a Dios con
el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando al mundo en Dios,
no pertenece a los verdaderos creyentes.
Ni tampoco lo es quien, siguiendo una pretendida
concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal
el hado sombrío e impersonal, negando la sabiduría divina y su providencia, la
cual con fuerza y dulzura domina de un confín al otro del mundo (5) y todo lo
dirige a buen fin: ese hombre no puede pretender que sea contado entre los
verdaderos creyentes.
8. Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma
determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros
elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un
puesto esencial y digno de respeto: con todo, quien los arranca de esta escala
de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores
religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el
orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una
concepción de la vida conforme a ella.
9. Vigilad, Venerables Hermanos, con cuidado contra el
abuso creciente, que se manifiesta en palabras y por escrito, de emplear el
nombre tres veces santo de Dios como una etiqueta vacía de sentido para un
producto más o menos arbitrario de una especulación o aspiración humana; y
procurad que tal aberración halle entre vuestros fieles la vigilante repulsa
que merece. Nuestro Dios es el Dios personal, transcendente, omnipotente,
infinitamente perfecto, único en la trinidad de las personas y trino en la
unidad de la esencia divina, creador del universo, señor, rey y último fin de
la historia del mundo, el cual no admite, ni puede admitir, otras divinidades
junto a Sí.
Este Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana,
mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Como el sol
de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce
privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados,
grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra. De la
totalidad de sus derechos de Creador dimana esencialmente su exigencia de una
obediencia absoluta por parte de los individuos y de toda sociedad. Y tal
exigencia de una obediencia absoluta se extiende a todas las esferas de la
vida, en las que cuestiones de orden moral reclaman la conformidad con la ley
divina y, por esto mismo, la armonía de los mudables ordenamientos humanos con
el conjunto de los inmutables ordenamientos divinos.
10. Solamente espíritus superficiales pueden caer en
el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender
la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez
étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los
pueblos, ante cuya grandeza las naciones son gotitas de agua en un cubo (6).
11. Los Obispos de la Iglesia de Cristo encargados de
las cosas concernientes a Dios (7) deben vigilar para que no arraiguen entre
los fieles esos perniciosos errores, a los que suelen seguir prácticas aun más
perniciosas. Es de su sagrado ministerio hacer todo lo posible para que los
mandamientos de Dios sean considerados y practicados como obligaciones
inconcusas de una vida moral y ordenada, tanto privada como pública; los
derechos de la majestad divina, el nombre y la palabra de Dios no sean
profanadas (8); las blasfemias contra Dios en palabras, escritos e imágenes,
numerosas a veces como la arena del mar, sean reducidas a silencio; y frente al
espíritu tenaz e insidioso de los que niegan, ultrajan y odian a Dios, no
languidezca nunca la plegaria reparadora de los fieles, que, como el incienso,
suba continuamente al Altísimo, deteniendo su mano vengadora.
12. Nos os damos gracias, Venerables Hermanos, a
vosotros, a vuestros sacerdotes y a todos los fieles que, defendiendo los
derechos de la Divina Majestad contra un provocador neopaganismo, apoyado,
desgraciadamente con frecuencia, por personalidades influyentes, habéis
cumplido y cumplís vuestro deber de cristianos. Esta gratitud es
particularmente íntima y llena de reconocida admiración para todos los que en
el cumplimiento de este su deber se han hecho dignos de sufrir por la causa de
Dios sacrificios y dolores.
Genuina fe en Jesucristo
13. La fe en Dios no se mantendrá por mucho tiempo
pura e incontaminada si no se apoya en la fe de Jesucristo. Nadie conoce al
Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo quisiere revelar (9). Esta es la vida eterna, que ellos te reconozcan a
Ti, único verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo (10). A nadie, por lo
tanto, es lícito decir: Yo creo en Dios, y esto es suficiente para mi religión.
La palabra del Salvador no deja lugar a tales escapatorias: El que niega al
Hijo no tiene tampoco al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre
(11).
En Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, apareció la
plenitud de la revelación divina: En diferentes ocasiones y de muchas maneras
habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por medio de los profetas. En la
plenitud de los tiempos nos ha hablado a nosotros por medio de su Hijo (12).
Los libros santos del Antiguo Testamento son todos palabra de Dios, parte
sustancial de su revelación. Conforme al desarrollo gradual de la revelación,
en ellos parece el crepúsculo del tiempo que debía preparar el pleno mediodía
de la Redención. En algunas partes se habla de la imperfección humana, de su
debilidad y del pecado, como no puede suceder de otro modo cuando se trata de
libros de historia y legislación. Aparte de otros innumerables rasgos de
grandeza y de nobleza, hablan de la tendencia superficial y materialista que se
manifestaba reiteradamente a intervalos en el pueblo de la Antigua Alianza,
depositario de la revelación y de las promesas de Dios. Pero no puede menos de
notar cualquiera que no esté cegado por el prejuicio o por la pasión, que lo
que más luminosamente resplandece, a pesar de la debilidad humana de que habla
la historia bíblica, es la luz divina del camino de la salvación, que triunfa
al fin sobre todas las debilidades y pecados.
14. Y precisamente sobre este fondo, con frecuencia
sombrío, la pedagogía de la salvación eterna se ensancha en perspectivas, las
cuales a un tiempo dirigen, amonestan, sacuden, consuelan y hacen felices. Sólo
la ceguera y el orgullo pueden hacer cerrar los ojos ante los tesoros de
saludables enseñanzas encerradas en el Antiguo Testamento. Por eso, el que
pretende desterrar de la Iglesia y de la escuela la historia bíblica y las
sabias enseñanzas del Antiguo Testamento, blasfema la palabra de Dios, blasfema
el plan de la salvación dispuesto por el Omnipotente y erige en juez de los
planes divinos un angosto y mezquino pensar humano. Ese tal niega la fe en
Jesucristo, nacido en la realidad de su carne, el cual tomó la naturaleza
humana de un pueblo, que más tarde había de crucificarle. No comprende nada del
drama mundial del Hijo de Dios, que al crimen de quienes le crucificaban opuso,
en calidad de Sumo Sacerdote, la acción divina de la muerte redentora, dando de
esta forma al Antiguo Testamento su cumplimiento, su fin y su sublimación en el
Testamento Nuevo.
15. La revelación, que culminó en el Evangelio de
Jesucristo, es definitiva y obligatoria para siempre, no admite complementos de
origen humano y, mucho menos, sucesiones o sustituciones por revelaciones
arbitrarias, que algunos corifeos modernos querrían hacer derivar del llamado
mito de la sangre y de la raza. Desde que Cristo, el Ungido del Señor, consumó
la obra de la redención, quebrantando el dominio del pecado y mereciéndonos la
gracia de llegar a ser hijos de Dios, desde aquel momento no se ha dado a los
hombres ningún otro nombre bajo el cielo, para conseguir la bienaventuranza,
sino el nombre de Jesucristo (13). Por más que un hombre encarnara en sí toda
la sabiduría, todo el poder y toda la pujanza material de la tierra, no podría
asentar fundamento diverso del que Cristo ha puesto (14). En consecuencia,
aquel que con sacrílego desconocimiento de la diferencia esencial entre Dios y
la criatura, entre el Hombre-Dios y el simple hombre, osase poner al nivel de
Cristo o, peor aún, sobre El o contra El, a un simple mortal, aunque fuese el
más grande de todos los tiempos, sepa que es un profeta de fantasías a quien se
aplica espantosamente la palabra de la Escritura: El que habita en el cielo se
burla de ellos (15).
En la Iglesia
16. La fe en Jesucristo no permanecerá pura e
incontaminada si no está sostenida y defendida por la fe en la Iglesia, columna
y fundamento de la verdad (16). Cristo mismo, Dios eternamente bendito, ha
erigido esta columna de la fe; su mandato de escuchar a la Iglesia (17) y
recibir por las palabras y los mandatos de la Iglesia sus mismas palabras y sus
mismos mandatos (18), tiene valor para todos los hombres de todos los tiempos y
de todas las regiones. La Iglesia, fundada por el Salvador, es única para todos
los pueblos y para todas las naciones: y bajo su bóveda, que cobija, como el
firmamento, al universo entero, hallan puesto y asilo todos los pueblos y todas
las lenguas, y pueden desarrollarse todas las propiedades, cualidades, misiones
y cometidos, que han sido señalados por Dios creador y salvador a los individuos
y a las sociedades humanas. El corazón maternal de la Iglesia es tan generoso,
que ve en el desarrollo de tales peculiaridades y cometidos particulares,
conforme al querer de Dios, la riqueza de la variedad, más bien que el peligro
de escisiones: se goza con el elevado nivel espiritual de los individuos y de
los pueblos, descubre con alegría y santo orgullo maternal en sus genuinas
actuaciones frutos de educación y de progreso, que bendice y promueve, siempre
que lo puede hacer en conciencia. Pero sabe también que a esta libertad le han
sido señalados límites por disposición de la Divina Majestad, que ha querido y
ha fundado esta Iglesia como unidad inseparable en sus partes esenciales. El
que atenta contra esta intangible unidad, quita a la esposa de Cristo una de
sus diademas con que Dios mismo la ha coronado; somete el edificio divino, que
descansa en cimientos eternos, a la revisión y a la transformación por parte de
arquitectos a quienes el Padre celestial no ha concedido poder alguno.
17. La divina misión que la Iglesia cumple entre los
hombres y debe cumplir por medio de hombres, puede ser dolorosamente oscurecida
por el elemento humano, quizá demasiado humano, que, en determinados tiempos,
vuelve a retoñar, como la cizaña, en medio del trigo en el reino de Dios. El
que conozca la frase del Salvador acerca de los escándalos y de quienes los
dan, sabe cómo la Iglesia y cada individuo deben juzgar sobre lo que fue y es
pecado. Pero quien, fundándose en estos lamentables desacuerdos entre la fe y la
vida, entre las palabras y los actos, entre la conducta exterior y los
pensamientos interiores de algunos -aunque fuesen éstos muchos-, echa en
olvido, o conscientemente pasa en silencio la enorme suma de genuina actividad
para llegar a la virtud, al espíritu de sacrificio, al amor fraternal, al
heroísmo de santidad, en tantos miembros de la Iglesia, manifiesta una ceguera
injusta y reprobable. Y cuando luego se ve que la rígida medida, con que juzga
a la odiada Iglesia, se deja al margen cuando se trata de otras sociedades que
le son cercanas por sentimiento o interés, entonces se evidencia que, al
mostrarse lastimado en su pretencioso sentido de pureza, se revela semejante a
aquellos que, según la tajante frase del Salvador, ven la paja en ojos ajenos y
no perciben la viga en el propio. También es menos pura la intención de
aquellos que ponen por fin de su vocación lo que hay de humano en la Iglesia,
hasta quizás hacer de ello un negocio bastardo, y si bien la potestad de quien
está investido de la dignidad eclesiástica, fundada en Dios, no depende de su
nivel humano y moral, sin embargo, no hay época alguna, ni individuo, ni
sociedad que no deba examinar sinceramente su conciencia, purificarse
inexorablemente, renovarse profundamente en el sentir y en el obrar. En Nuestra
Encíclica sobre el Sacerdocio y en la de la Acción Católica hemos llamado
insistentemente la atención de todos los pertenecientes a la Iglesia, y
particularmente la de los eclesiásticos, religiosos y seglares, que colaboran
en el apostolado, sobre el sagrado deber de poner su fe y su conducta en
aquella armonía exigida por la ley de Dios y reclamada con incansable
insistencia por la Iglesia. También hoy Nos repetimos con gravedad profunda: No
basta ser contados en la Iglesia de Cristo, es preciso ser en espíritu y en
verdad miembros vivos de esta Iglesia. Y lo son solamente los que están en
gracia de Dios y caminan continuamente en su presencia, o por la inocencia o
por la penitencia sincera y eficaz. Si el Apóstol de las Gentes, el vaso de elección,
sujetaba su cuerpo al látigo de la mortificación, no fuera que, después de
haber predicado a los otros, fuese él reprobado, ¿habrá por ventura, para
aquellos en cuyas manos está la custodia y el incremento del reino de Dios,
otro camino que el de la íntima unión del apostolado con la santificación
propia? Sólo así se demostrará a los hombres de hoy, y en primer lugar a los
detractores de la Iglesia, que la sal de la tierra y la levadura del
Cristianismo no se ha vuelto ineficaz, sino que es poderosa y capaz de renovar
espiritualmente y rejuvenecer a los que están en la duda y en el error, en la
indiferencia y descarriados espiritualmente, flojos en la fe y alejados de
Dios, de quien ellos -lo admitan o lo nieguen- están más necesitados que nunca.
Una Cristiandad en que todos los miembros vigilen sobre sí mismos, que deseche
toda tendencia a lo puramente exterior y mundano, que se atenga seriamente a
los preceptos de Dios y de la Iglesia, y se mantenga, por consiguiente, en el
amor de Dios y en la solícita caridad para el prójimo, podrá y deberá ser
ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo, que busca sostén y
dirección, si es que no se quiere que sobrevenga una enorme catástrofe o una
decadencia indescriptible.
18. Toda reforma genuina y duradera ha tenido
propiamente su origen en el santuario, en hombres inflamados e impulsados por
amor de Dios y del prójimo; los cuales, gracias a su gran generosidad en
corresponder a cualquier inspiración de Dios y a ponerla en práctica ante todo
en sí mismos, profundizando en humildad y con la seguridad de quien es llamado
por Dios, llegaron a iluminar y renovar su época. Donde el celo de reformas no
derivó de la pura fuente de la sinceridad personal, sino que fue expresión y
explosión de impulsos pasionales, en vez de iluminar oscureció, en vez de
construir destruyó, y fue frecuentemente punto de partida para errores todavía
más funestos que los daños que s
e quería o se pretendía remediar. Es cierto que el
espíritu de Dios sopla donde quiere (19); de las piedras puede suscitar los
cumplidores de sus designios (20); y escoge los instrumentos de su voluntad
según sus planes, no según los de los hombres. Pero El, que ha fundado la
Iglesia y la llamó a la vida en Pentecostés, no quiebra la estructura fundamental
de la salvadora institución, por El mismo querida. Quien está movido por el
espíritu de Dios observa, por esto mismo, una actitud exterior e interior de
respeto hacia la Iglesia, noble fruto del árbol de la Cruz, don del Espíritu
Santo en Pentecostés al undo necesitado de guía.
19. En vuestras regiones, Venerables Hermanos, se
alzan voces, en coro cada vez más fuerte, que incitan a salir de la Iglesia; y
entre los voceadores hay algunos que, por su posición oficial, intentan
producir la impresión de que tal alejamiento de la Iglesia, y consiguientemente
la infidelidad a Cristo Rey, es testimonio particularmente convincente y
meritorio de su fidelidad al actual régimenl. Con presiones, ocultas y
manifiestas, con intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas,
profesionales, cívicas o de otro género, la adhesión de los católicos a su fe
-y singularmente la de algunas clases de funcionarios católicos- se halla
sometida a una violencia tan ilegal como inhumana. Nos, con paternal conmoción,
sentimos y sufrimos profundamente con los que han pagado a tan caro precio su
adhesión a Cristo y a la Iglesia; pero se ha llegado ya a tal punto, que está
en juego el último fin y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este
caso, como único camino de salvación para el creyente, queda la senda de un
generoso heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le acerque con las
traidoras insinuaciones de que salga de la Iglesia, entonces no puede sino
oponerle, aun a precio de muy graves sacrificios terrenales, la palabra del
Salvador: Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios
adorarás y a El sólo servirás (21). A la Iglesia, por lo contrario, deberá
dirigirle estas palabras: [exclamdown]Oh tú, que eres mi madre desde los días
de mi infancia primera, mi fortaleza en la vida, mi abogada en la muerte! Que
la lengua se me pegue al paladar si yo, cediendo a terrenas lisonjas o
amenazas, llegase a traicionar las promesas de mi bautismo. Finalmente,
aquellos que se hicieron la ilusión de poder conciliar con el abandono exterior
de la Iglesia la fidelidad interior a ella, adviertan la severa palabra del
Señor: Al que me niega ante los hombres, le negaré Yo delante de mi Padre, que
está en los cielos (22).
En el Primado
20. La fe en la Iglesia no se mantendrá pura e
incontaminada si no está apoyada por la fe en el Primado del Obispo de Roma. En
el mismo momento en que Pedro, adelantándose a los demás apóstoles y
discípulos, profesa su fe en Cristo, Hijo de Dios vivo, la respuesta de Cristo,
que le premiaba por su fe y por haberla profesado, fue el anuncio de la
fundación de su Iglesia, de la única Iglesia, sobre Pedro, la roca (23). Por
esto la fe en Cristo, en la Iglesia y en el Primado están en sagrada trabazón
de mutua dependencia. Una autoridad genuina y legal es doquiera un vínculo de
unidad y un manantial de fuerza, una defensa contra la división y la ruina, una
garantía para el porvenir. Y esto se verifica en un sentido más alto y noble
donde, como en el caso de la Iglesia, y sólo en la Iglesia, a tal autoridad se
le ha prometido la asistencia sobrenatural del Espíritu Santo y su apoyo
invencible. Si personas, que ni siquiera están unidas por la fe de Cristo, os
atraen y lisonjean con la seductora imagen de una iglesia nacional alemana,
sabed que esto no es otra cosa que renegar de la única Iglesia de Cristo, una
apostasía manifiesta del mandato de Cristo de evangelizar a todo el mundo, lo
que sólo puede llevar a la práctica una Iglesia universal. El desarrollo
histórico de otras iglesias nacionales, su entumecimiento espiritual, su
opresión y servidumbre por parte de los poderes laicos, muestran la desoladora
esterilidad, que denuncia con irremediable certeza ser un sarmiento desgajado
de la cepa vital de la Iglesia. Quien, ya desde el principio, opone a estos
erróneos desarrollos un no, vigilante e inconmovible, presta un servicio no
solamente a la pureza de la fe, sino también a la salud y fuerza vital de su
pueblo.
Nociones y términos sagrados
21. Venerables Hermanos: Ejerced particular vigilancia
cuando conceptos religiosos fundamentales son vaciados de su contenido genuino
y son aplicados a significados profanos.
Revelación, en sentido cristiano, significa la palabra
de Dios a los hombres. Usar este término para indicar las
"sugestiones" que provienen de la sangre y de la raza, o la
irradiación de la historia de un pueblo, es, en todo caso, causar
desorientaciones. Tales monedas falsas no merecen pasar al tesoro lingüístico
de un fiel cristiano.
La fe consiste en tener por verdadero lo que Dios ha
revelado y que por medio de la Iglesia manda creer: es demostración de las
cosas que no se ven (24). La confianza, risueña y altiva, sobre el porvenir del
propio pueblo, cosa grata a todos, significa algo bien distinto de la fe en
sentido religioso. El usar una por otra, el querer sustituir la una por la otra
y pretender con esto ser considerado "creyente" por un cristiano
convencido, es un mero juego de palabras, una confusión de términos a
sabiendas, o tal vez algo peor.
22. La inmortalidad, en sentido cristiano, es la
sobrevivencia del hombre después de la muerte terrena, como individuo personal,
para la eterna recompensa o para el eterno castigo. Quien con la palabra
inmortalidad no quiere expresar más que una supervivencia colectiva en la
continuidad del propio pueblo, para un porvenir de indeterminada duración en
este mundo, pervierte y falsifica una de las verdades fundamentales de la fe
cristiana, y conmueve los cimientos de cualquier concepción religiosa, la cual
requiere un ordenamiento moral universal. Quien no quiera ser cristiano,
debería siquiera renunciar a enriquecer el léxico de su incredulidad con el
patrimonio lingüístico cristiano.
23. El pecado original es la culpa hereditaria,
propia, aunque no personal, de cada uno de los hijos de Adán, que en él pecaron
(25); es pérdida de la gracia -y, consiguientemente, de la vida eterna- y
propensión al mal, que cada cual ha de sofocar y domar por medio de la gracia,
de la penitencia, de la lucha y del esfuerzo moral. La pasión y muerte del Hijo
de Dios redimió al mundo de la maldita herencia del pecado y de la muerte. La
fe en estas verdades, hechas hoy objeto de vil escarnio por parte de los
enemigos de Cristo en vuestra patria, pertenece al inalienable depósito de la
religión cristiana.
24. La cruz de Cristo, por más que su solo nombre haya
llegado a ser para muchos locura y escándalo (26), sigue siendo para el
cristiano la señal sacrosanta de la redención, la bandera de la grandeza y de
la fuerza moral. A su sombra vivimos, besándola morimos; sobre nuestro sepulcro
estará como pregonera de nuestra fe, testigo de nuestra esperanza, aspiración
hacia la vida eterna.
25. La humildad en el espíritu del Evangelio y la
impetración del auxilio divino se compaginan bien con la propia dignidad, con
la seguridad de sí mismo y con el heroísmo. La Iglesia de Cristo, que en todos
los tiempos, hasta en los más cercanos a nosotros, cuenta más confesores y
heroicos mártires que cualquier otra sociedad moral, no necesita, ciertamente,
recibir de algunos "campos" enseñanzas sobre el heroísmo de los
sentimientos y de los actos. En su necio afán de ridiculizar la humildad
cristiana como una degradación de sí mismo y como una actitud cobarde, la
repugnante soberbia de estos innovadores no consigue más que hacerse ella misma
ridícula.
26. Gracia, en sentido lato, puede llamarse todo lo
que el Creador otorga a la criatura. Pero la gracia, en el propio sentido
cristiano de la palabra, comprende solamente los dones gratuitos sobrenaturales
del amor divino, la dignación y la obra por la que Dios eleva al hombre a
aquella íntima comunicación de su vida, que en el Nuevo Testamento se llama
filiación de Dios. Mirad qué gran amor nos ha mostrado el Padre: que nos
llamemos hijos de Dios, y lo seamos en realidad (27). Rechazar esta elevación
sobrenatural a la gracia por una pretendida peculiaridad del carácter alemán,
es un error, una abierta declaración de guerra a una verdad fundamental del
Cristianismo. Equiparar la gracia sobrenatural a los dones de la naturaleza
equivale a violentar el lenguaje creado y santificado por la religión. Los
pastores y guardianes del pueblo de Dios harán bien en oponerse a este hurto
sacrílego y a este empeño por confundir los espíritus.
Doctrina y orden moral
27. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la
moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del
orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena
movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las
naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios,
se encamina a la corrupción moral (28). Y estos necios, que presumen separar la
moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren
percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza
confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola
contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al
empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún
ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por
mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe
en Dios y en Jesucristo. Si al que es llamado a las empresas más arduas, al
sacrificio de su pequeño yo en bien de la comunidad, se le quita el apoyo moral
que le viene de lo eterno y de lo divino, de la fe ennoblecedora y consoladora
en Aquel que premia todo bien y castiga todo mal, el resultado final para innumerables
hombres no será ya la adhesión al deber, sino más bien la deserción. La
observancia concienzuda de los diez mandamientos de la ley de Dios y de los
preceptos de la Iglesia -estos últimos, en definitiva, no son sino
disposiciones derivadas de las normas del Evangelio-, es para todo individuo
una incomparable escuela de disciplina orgánica, de vigorización moral y de
formación del carácter. Es una escuela que exige mucho, pero no más de lo que
podemos. Dios misericordioso, cuando ordena como legislador: "Tú
debes", da con su gracia la posibilidad de ejecutar su mandato. El dejar,
por consiguiente, inutilizadas energías morales de tan poderosa eficacia, o el
obstruirles a sabiendas el camino en el campo de la instrucción popular, es obra
de irresponsables, que tiende a producir una depauperación religiosa en el
pueblo. Solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas, subjetivas y
mudables en el tiempo, en lugar de cimentarla en la santa voluntad de Dios
eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las puertas a las
fuerzas disolventes. Por lo tanto, fomentar el abandono de las normas eternas
de una doctrina moral objetiva, para la formación de las conciencias y para el
ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y ordenamientos, es un atentado
criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos tristes frutos serán muy amargos
para las generaciones futuras.
Derecho natural
28. Funestísimo rasgo característico de nuestro tiempo
es el querer separar cada vez más así la moral como el fundamento mismo del
derecho y de la justicia, de la verdadera fe en Dios y de los mandamientos por
El revelados. Fíjase aquí Nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho
natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano
(29), y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz
de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado
todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético
y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que
importa de cumplirlo. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con
el derecho natural, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni
con las opresiones ni con el aparato de fuerza externa. Según este criterio, se
ha de juzgar el príncipe: "Derecho es lo que es útil a la nación".
Cierto que a este principio se le puede dar un sentido justo, si se entiende
que lo moralmente ilícito no puede ser jamás verdaderamente ventajoso al
pueblo. Hasta el antiguo paganismo reconoció que, para ser justa, esta frase
debía ser traspuesta y decir: Nada hay que sea ventajoso si no es al mismo
tiempo moralmente bueno; y no por ser ventajoso es moralmente bueno, sino que
por ser moralmente bueno es también ventajoso (30). Este principio, descuajado
de la ley ética, equivaldría, por lo que respecta a la vida internacional, a un
eterno estado de guerra entre las naciones; además, en la vida nacional, pasa
por alto, al confundir el interés y el derecho, el hecho fundamental de que el
hombre como persona tiene derechos recibidos de Dios, que han de ser defendidos
contra cualquier atentado de la comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o
impedir su ejercicio. Despreciando esta verdad se pierde de vista que, en
último término, el verdadero bien común se determina y se conoce mediante la
naturaleza del hombre con su armónico equilibrio entre derecho personal y
vínculo social, como también por el fin de la sociedad, determinado por la
misma naturaleza humana. El Creador quiere la sociedad como medio para el pleno
desenvolvimiento de las facultades individuales y sociales: y así, de ella
tiene que valerse el hombre, ora dando, ora recibiendo, para el bien propio y
el de los demás. Hasta aquellos valores más universales y más altos que
solamente pueden ser realizados por la sociedad, no por el individuo, tienen,
por voluntad del Creador, como fin último el hombre, así como su desarrollo y
perfección natural y sobrenatural. El que se aparte de este orden conmueve los
pilares en que se asienta la sociedad y pone en peligro la tranquilidad, la
seguridad y la existencia de la misma.
29. El creyente tiene un derecho inalienable a
profesar su fe y a practicarla en la forma más conveniente a aquélla. Las leyes
que suprimen o dificultan la profesión y la práctica de esta fe están en
oposición con el derecho natural.
30. Los padres, conscientes y conocedores de su misión
educadora, tienen, antes que nadie, derecho esencial a la educación de los
hijos, que Dios les ha dado, según el espíritu de la verdadera fe y en
consecuencia con sus principios y sus prescripciones. Las leyes y demás
disposiciones semejantes que no tengan en cuenta la voluntad de los padres en
la cuestión escolar, o la hagan ineficaz con amenazas o con la violencia, están
en contradicción con el derecho natural y son íntima y esencialmente inmorales.
31. La Iglesia, que tiene como misión guardar e
interpretar el derecho natural, divino en su origen, tiene el deber de declarar
que son efecto de la violencia, y, por lo tanto, sin valor jurídico alguno, las
"matrículas" escolares hechas recientemente en una atmósfera de
notoria carencia de libertad.
A la juventud
32. Representantes de Aquel que en el Evangelio dijo a
un joven: Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos (31),
Nos dirigimos una palabra particularmente paternal a la juventud.
Por mil veces se os repite al oído un Evangelio que no
ha sido revelado por el Padre celestial, miles de plumas escriben al servicio
de una sombra de cristianismo, que no es el Cristianismo de Cristo. La prensa y
la radio os inundan a diario con producciones de contenido opuesto a la fe y a
la Iglesia, y sin consideración y respeto alguno atacan lo que para vosotros
debe ser sagrado y santo. Sabemos que muchísimos de vosotros, por ser fieles a
la fe y a la Iglesia y por pertenecer a asociaciones religiosas, tuteladas por
el Concordato, habéis tenido y tenéis que soportar trances duros de desprecio,
de sospechas, de vituperios, acusados de antipatriotismo, perjudicados en
vuestra vida profesional y social. Y bien sabemos que se cuentan en vuestras
filas muchos desconocidos soldados de Cristo, que, con el corazón dolorido,
pero con la frente erguida, sobrellevan su suerte y buscan alivio solamente en la
consideración de que sufren afrentas por el nombre de Jesús (32).
33. Y hoy, cuando amenazan nuevos peligros y nueva
tirantez, Nos decimos a esta juventud: "Si alguno os quisiere anunciar un
Evangelio distinto del que recibisteis sobre el regazo de una madre piadosa, de
los labios de un padre creyente, por las instrucciones de un educador fiel a
Dios y a su iglesia, aquel tal sea anatema (33). Si el Estado organiza a la
juventud en asociación nacional obligatoria para todos, en ese caso, dejando a
salvo siempre los derechos de las asociaciones religiosas, los jóvenes tienen
el derecho obvio e inalienable, y con ellos sus padres, responsables de ellos
ante Dios, de exigir que esta asociación esté libre de toda tendencia hostil a
la fe cristiana y a la Iglesia, tendencia que hasta un pasado muy reciente, y
aun hasta el presente, angustia a los padres creyentes con un insoluble
conflicto de conciencia, por cuanto no pueden dar al Estado lo que se les pide
en nombre del Estado, sin quitar a Dios lo que a Dios pertenece.
34. Nadie piensa en poner tropiezos a la juventud
alemana en el camino que debiera conducirla a la realización de una verdadera
unidad nacional y a fomentar un noble amor por la libertad y una inquebrantable
devoción a la patria. A lo que Nos nos oponemos y nos debemos oponer es al
antagonismo voluntaria y sistemáticamente suscitado entre las preocupaciones de
la educación nacional y las del deber religioso. Por esto, Nos decimos a esta
juventud: "Cantad vuestros himnos de libertad, mas no olvidéis que la
verdadera libertad es la libertad de los hijos de Dios. No permitáis que la
nobleza de esta insustituible libertad desaparezca en los grilletes serviles
del pecado y de la concupiscencia. No es lícito a quien canta el himno de la
fidelidad a la patria terrenal convertirse en tránsfuga y traidor con la
infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su patria eterna. Os hablan mucho de
grandeza heroica, contraponiéndola osada y falsamente a la humildad y a la
paciencia evangélica, pero ¿por qué os ocultan que se da también un heroísmo en
la lucha moral, y que la conservación de la pureza bautismal representa una
acción heroica, que debería ser apreciada como merece, tanto en el campo
religioso como en el natural? Os hablan de las fragilidades humanas en la historia
de la Iglesia, pero ¿por qué os ocultan las grandes gestas que la acompañan a
lo largo de los siglos, los sntos que ha producido, los beneficios que la
civilización occidental recibió de la unión vital entre la Iglesia y vuestro
pueblo? Os hablan mucho de ejercicios deportivos, los cuales, si se usan en una
bien entendida medida, dan gallardía física, que es un beneficio para la
juventud. Pero hoy se les señala, con frecuencia, una extensión que no tiene en
cuenta ni la formación integral y armónica del cuerpo y del espíritu, ni el
conveniente cuidado de la vida de familia, ni el mandamiento de santificar el
día del Señor. Con una indiferencia rayana en el desprecio, se despoja al día
del Señor de su carácter sagrado y de su recogimiento que corresponde a la
mejor tradición alemana". Esperamos confiados que los jóvenes alemanes
católicos reivindicarán explícitamente, en el difícil ambiente de las
organizaciones obligatorias del Estado, su derecho a santificar cristianamente
el día del Señor; que el cuidado de robustecer el cuerpo no les hará olvidar su
alma inmortal; que no se dejarán vencer por el mal, sino que más bien
procurarán ahogar el mal con el bien" (34); que seguirán considerando como
meta altísima suya la corona de la victoria en el estadio de la vida eterna
(35).
Sacerdotes y religiosos
35. Dirigimos una palabra de particular gratitud y de
exhortación a los sacerdotes de Alemania, a los cuales, con sumisión a sus
Obispos, corresponde mostrar a la grey de Cristo los rectos senderos, en tiempos
difíciles y en circunstancias duras, con la solicitud diaria, con la paciencia
apostólica. No os canséis, amados Hijos y partícipes de los divinos misterios,
de seguir al eterno Sumo Sacerdote Jesucristo en su amor y oficio de buen
Samaritano. Caminad de continuo en conducta inmaculada ante Dios, en incesante
autodisciplina y perfeccionamiento, en amor misericordioso para todos los que
os han sido confiados, especialmente para con los que peligran, los débiles y
los vacilantes. Sed guías para los fieles, apoyo para los que titubean,
maestros para los que dudan, consoladores para los afligidos, bienhechores
desinteresados y consejeros para todos. Las pruebas y los sufrimientos por que
ha pasado vuestro pueblo en el periodo de la posguerra, no pasaron sin dejar
huellas en su alma. Os han dejado angustias y amarguras, que sólo
paulatinamente podrán curarse y ser superadas por un espíritu de amor
desinteresado y operante. Este amor, que es la armadura indispensable al
apóstol, especialmente en el mundo presente, agitado y trastornado, Nos lo
deseamos y lo imploramos de Dios para vosotros en medida copiosa. El amor
apostólico, si no logra haceros olvidar, por lo menos os hará perdonar muchas
amarguras inmerecidas que, en vuestro camino de sacerdotes y de pastores de
almas, son hoy más numerosas que nunca. Por lo demás, este amor inteligente y
misericordioso para con los descarriados y para con los mismos que os ultrajan
no significa, ni en manera alguna puede significar renuncia a proclamar, a
hacer valer y a defender con valentía la verdad, y a aplicarla a la realidad
que os rodea. El primero y más obvio don amoroso del sacerdote al mundo es
servirle la verdad, la verdad toda entera, desenmascarar y refutar el error,
cualquiera que sea su forma o su disfraz. La renuncia a esto sería no solamente
una traición a Dios y a vuestra santa vocación, sino un delito en lo tocante al
verdadero bienestar de vuestro pueblo y de vuestra patria. A todos aquellos,
que han conservado para con sus Obispos la fidelidad prometida en la
ordenación, a aquellos que, en el cumplimiento de su oficio pastoral, han
tenido y tienen que soportar dolores y persecuciones -algunos hasta ser
encarcelados o mandados a campos de concentración-, a todos éstos llegue la
expresión de la gratitud y el encomio del Padre de la Cristiandad. Y Nuestra
gratitud paterna se extiende igualmente a los religiosos de ambos sexos, una
gratitud unida a una participación íntima por el hecho de que, a consecuencia
de medidas contra las Ordenes y Congregaciones religiosas, muchos han sido
arrancados del campo de una actividad bendita y para ellos gratísima. Si
algunos han sucumbido y se han mostrado indignos de su vocación, sus yerros,
condenados también por la Iglesia, no disminuyen el mérito de la grandísima
mayoría que con desinterés y pobreza voluntaria se han esforzado por servir con
plena entrega a su Dios y a su pueblo. El celo, la fidelidad, el esfuerzo en
perfeccionarse, la solícita caridad para con el prójimo y la prontitud
bienhechora de aquellos religiosos, cuya actividad se desenvuelve en los
cuidados pastorales, en los hospitales y en la escuela, son y siguen siendo
gloriosa aportación al bienestar privado y público: un futuro tiempo más
tranquilo les hará justicia más que el turbulento que atravesamos. Nos tenemos
confianza de que los superiores de las comunidades religiosas tomarán pie de
las dificultades y pruebas presentes para implorar del Omnipotente nueva
lozanía y nueva fertilidad sobre el duro campo de su trabajo, por medio de un
redoblado celo, de una vida espiritual profunda, de una santa gravedad conforme
a su vocación y de una genuina disciplina regular.
Fieles seglares
36. Se ofrecen a Nuestra vista en inmenso desfile
Nuestros amados hijos e hijas, a quienes los sufrimientos de la Iglesia en
Alemania y los suyos nada han quitado de su entrega a la causa de Dios, nada de
su tierno afecto hacia el Padre de la Cristiandad, nada de su obediencia a los
Obispos y sacerdotes, nada de su alegre prontitud en permanecer en lo sucesivo,
pase lo que pase, fieles a lo que han creído y a lo que han recibido como
preciosa herencia de sus antepasados. Con Corazón conmovido les enviamos Nuestro
paternal saludo.
37. Y en prime lugar, a los miembros de las
asociaciones católicas, que con valentía y a costa de sacrificios, a menudo
dolorosos, se han mantenido fieles a Cristo y no han estado jamás dispuestos a
ceder en aquellos derechos que un solemne pacto había auténticamente
garantizado a la Iglesia y a ellos. Va también un saludo particularmente
cordial a los padres católicos. Sus derechos y sus deberes en la educación de
los hijos, que Dios les ha dado, están en el punto agudo de una lucha tal que
no se puede imaginar otra mayor. La Iglesia de Cristo no puede comenzar a gemir
y a lamentarse solamente cuando se destruyen los altares y manos sacrílegas
incendian los santuarios. Cuando se intenta profanar, con una educación
anticristiana, el tabernáculo del alma del niño, santificada por el bautismo,
cuando se arranca de este templo vivo de Dios la antorcha de la fe y en su
lugar se coloca la falsa luz de un sustitutivo de la fe, que no tiene nada que
ver con la fe de la cruz, entonces ya está cerca la profanación espiritual del
templo, y es deber de todo creyente separar claramente su responsabilidad de la
parte contraria y su conciencia de toda pecaminosa colaboración en tan nefasta
destrucción. Y cuanto más se esfuercen los enemigos en negar o disimular sus
turbios designios, tanto más necesaria es una avisada desconfianza y una
vigilancia precavida, estimulada por una amarga experiencia. La conservación
meramente formularia de una instrucción religiosa -vigilada e impedida, además,
por los no llamados a ello- en el ambiente de una escuela que en otros ramos de
la instrucción trabaja sistemática y rencorosamente contra la misma religión,
no puede nunca ser título justificativo para que un cristiano acepte libremente
tal clase de escuela, destructora de todo lo religioso. Sabemos, queridos
padres católicos, que no es el caso de hablar, con respecto a vosotros, de un
semejante consentimiento, y sabemos que una votación libre y secreta entre
vosotros equivaldría a un aplastante plebiscito en favor de la escuela
confesional. Y por esto no Nos cansaremos tampoco en lo futuro de echar en cara
francamente a las autoridades responsables la ilegalidad de las medidas
violentas que hasta ahora se han tomado, y el deber que tienen de permitir la
libre manifestación de la voluntad. Entretanto, no os olvidéis de esto: Ningún
poder terrenal puede eximiros del vínculo de responsabilidad, impuesto por
Dios, que os une con vuestros hijos. Ninguno de los que hoy oprimen vuestro
derecho a la educación y pretenden sustituiros en vuestros deberes de
educadores, podrá responder por vosotros al Juez eterno, cuando le dirija la
pregunta: ¿Dónde están los que yo te di? Que cada uno de vosotros pueda
responder: No he perdido ninguno de los que me diste (36).
La voz de un Padre
38. Venerables Hermanos: Estamos ciertos de que las
palabras que Nos os dirigimos, y por vuestro conducto a los católicos del Reich
alemán, encontrarán, en esta hora decisiva, en el corazón y en las acciones de
Nuestros fieles hijos un eco correspondiente a la solicitud amorosa del Padre
común. Si hay algo que Nos imploramos del Señor con particular fervor, es que
Nuestras palabras lleguen también a los oídos y al corazón de aquellos que han
empezado a dejarse prender por las lisonjas y por las amenazas de los enemigos
de Cristo y de su santo Evangelio, y que les hagan reflexionar.
Hemos pesado cada palabra de esta Encíclica en la
balanza de la verdad y, al mismo tiempo, del amor. No queríamos ser culpables,
con un silencio inoportuno, por no haber aclarado la situación; ni de haber
endurecido, con un rigor excesivo, el corazón de aquellos que, estando
confiados a Nuestra responsabilidad pastoral, no Nos son menos amados porque
caminen ahora por las vías del error y porque se hayan alejado de la Iglesia.
Aunque muchos de éstos, acostumbrados a los modos del nuevo ambiente, no tienen
sino palabras de ingratitud y hasta de injuria para la casa paterna y para el
Padre mismo, aunque olvidan cuán precioso es lo que ellos han despreciado,
vendrá el día en que el espanto que sentirán por su alejamiento de Dios y por
su indigencia espiritual pesará sobre estos hijos hoy perdidos, y la añoranza
nostálgica los conducirá de nuevo al Dios que alegró su juventud, y a la
Iglesia, cuya mano maternal les enseñó el camino hacia el Padre celestial.
Acelerar esta hora es el objeto de Nuestras incesantes plegarias.
39. Como otras épocas de la Iglesia, también ésta será
precursora de nuevos progresos y de purificación interior, cuando la fortaleza
en la profesión de la fe y la prontitud en afrontar los sacrificios por parte
de los fieles de Cristo sean lo bastante grandes para contraponer a la fuerza
material de los opresores de la Iglesia la adhesión incondicional a la fe, la
inquebrantable esperanza, afirmada en lo eterno, la fuerza arrolladora de una
caridad activa.
El sagrado tiempo a la Cuaresma y de Pascua, que
invita al recogimiento y a la penitencia y hace al cristiano volver los ojos
más que nunca a la Cruz, así como, al mismo tiempo, al esplendor del
Resucitado, sea para todos y para cada uno de vosotros una ocasión, que
acogeréis con gozo y aprovecharéis con ardor, para llenar toda el alma con el
espíritu heroico, paciente y victorioso que irradia de la Cruz de Cristo.
Entonces los enemigos de Cristo -estamos seguros de ello- que en vano sueñan
con la desaparición de la Iglesia, reconocerán que se han alegrado demasiado
pronto y que han querido sepultarla demasiado deprisa. Entonces vendrá el día
en que, en vez de prematuros himnos de triunfo de los enemigos de Cristo, se
elevará al cielo, de los corazones y de los labios de los fieles, el Te Deum de
la liberación, un Te Deum de acción de gracias al Altísimo, un Te Deum de
júbilo, porque el pueblo alemán, hasta en sus mismos miembros descarriados,
habrá encontrado el camino de la vuelta a la religión; con una fe purificada
por el dolor, doblará nuevamente su rodilla en presencia del Rey del tiempo y
de la eternidad, Jesucristo, y se dispondrá a luchar -contra los que niegan a
Dios y destruyen el Occidente cristiano- en armonía con todos los hombres bien
intencionados de las otras naciones, y a cumplir la misión que le han asignado
los planes del Eterno.
40. Aquél, que sondea los corazones y los deseos (37),
Nos es testigo de que Nos no tenemos aspiración más íntima que la del
restablecimiento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en Alemania.
Pero si la paz, sin culpa Nuestra, no viene, la Iglesia de Dios defenderá sus
derechos y sus libertades, en nombre del Omnipotente, cuyo brazo aun hoy no se
ha abreviado. Llenos de confianza en El, no cesamos de rogar y de invocar (38)
por vosotros, hijos de la Iglesia, para que se acorten los días de la
tribulación, y para que vosotros seáis encontrados dignos fieles en el día de
la prueba, y para que aun a los mismos perseguidores y opresores les conceda el
Padre de toda luz y de toda misericordia la hora del arrepentimiento para sí y
para muchos que con ellos han errado y yerran.
Con esta plegaria en el corazón y en los labios, Nos
impartimos, como prenda de la ayuda divina, como apoyo en vuestras decisiones
difíciles y llenas de responsabilidad, como lenitivo en el dolor, a vosotros,
Obispos, pastores de vuestro pueblo fiel, a los sacerdotes, a los religiosos, a
los apóstoles seglares de la Acción Católica y a todos vuestros diocesanos, y
en señalado lugar a los enfermos y prisioneros, con amor paternal la Bendición
Apostólica.
Dado en el Vaticano, en la dominica de Pasión, 14 de
marzo de 1937.
Notas
1. 3 Io. 4.
2. Cf. 2 Pet. 2, 2.
3. Mat. 13, 25.
4. Luc. 22, 32.
5. Sap. 8, 1
6. Is. 40, 15.
7. Hebr. 5, 1.
8. Tit. 2, 5.
9. Mat. 11, 27.
10. Io. 17, 3.
11. 1 Io. 2, 28.]
12. Hebr. 1, 1 ss
13. Act. 4, 12.
14. 1 Cor. 3, 11.
15. Ps. 2, 4.
16. 1 Tim. 3, 15.
17. Mat. 18, 17
18. Luc. 10, 16
19. Io. 3, 8.
20. Mat. 3, 9; Luc. 3, 8.
21. Mat. 4, 10; Luc. 4, 8.
22. Luc. 12, 9.
23. Mat. 16, 18.
24. Hebr. 11, 1.
25. Rom. 5, 12.
26. 1 Cor. 1, 23.
27. 1 Io. 3, 1.
28. Ps. 13, 1 ss.
29. Rom. 2, 14 ss.
30. Cic. De officiis, 3, 30
31. Mat. 19, 17
32. Act. 5, 41.
33. Gal. 1, 9.
34. Rom. 12, 21.
35. 1 Cor. 9, 24 ss.
36. Io. 18, 9
37. Ps. 7, 10.
38. Col. 1, 9.
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