CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
NOTIFICACIÓN
SOBRE EL VOLUMEN DEL
P. LEONARDO BOFF, O.F.M.,
«IGLESIA: CARISMA Y
PODER.
ENSAYO DE
ECLESIOLOGÍA MILITANTE»
Introducción
El 12 de febrero de
1982 Leonardo Boff, O.F.M., tomaba la iniciativa de enviar a la Congregación para la Doctrina de la Fe la respuesta que había dado
a la Comisión
archidiocesana para la
Doctrina de la Fe
de Río de Janeiro, la cual había criticado su libro Iglesia: carisma y poder.
El autor declaraba que tal crítica contenía graves errores de lectura y de
interpretación.
Pero, teniendo en
cuenta la influencia que el libro ejercía en los fieles, la Congregación
informaba a L. Boff que la carta se haría pública en todo caso, teniendo
eventualmente en consideración la posición que él adoptara en el coloquio.
El 7 de septiembre de
1984, L. Boff era recibido por el Cardenal Prefecto de la Congregación ,
asistido por Mons. Jorge Mejía en calidad de actuario. El contenido de la
conversación eran algunos problemas eclesiológicos que surgían de la lectura
del libro Iglesia: carisma y poder ya señalados en la carta del 15 de mayo
1984. La conversación, desarrollada en un clima fraterno, brindó al autor la
ocasión de exponer sus aclaraciones, que entregó también él por escrito. Todo
ello quedaba puntualizado en un comunicado final emitido y redactado de acuerdo
con L. Boff. Al término de la conversación, en otro lugar, fueron recibidos por
el Cardenal Prefecto los Eminentísimos Cardenales Aloisio Lorscheider y Paulo
Evaristo Arns, que se hallaban en Roma con este motivo.
Premisa doctrinal
La eclesiología del
libro Iglesia: carisma y poder, con una serie de estudios y de perspectivas,
trata de salir al paso a los problemas de América Latina y en particular de
Brasil (cf. p. 3). Esta intención, por una parte, exige una atención seria y
profunda a las situaciones concretas a las que se refiere el libro, y, por otra
—para responder realmente a su finalidad—, la preocupación de insertarse en la
gran misión de la Iglesia
universal, orientada a interpretar, desarrollar y aplicar, bajo la guía del
Espíritu Santo, la herencia común del único Evangelio confiado por el Señor,
una vez para siempre, a nuestra fidelidad. De este modo la única fe del
Evangelio crea y edifica, a través de los siglos, la Iglesia Católica ,
que permanece una en la diversidad de los tiempos y la diferencia de las
situaciones propias en las múltiples Iglesias particulares. La Iglesia universal se
realiza y vive en las Iglesias particulares y éstas son Iglesia, permaneciendo
precisamente como expresiones y actualizaciones de la Iglesia universal en un
determinado tiempo y lugar. Así, con el crecimiento y progreso de las Iglesias
particulares crece y progresa la
Iglesia universal; mientras que con la atenuación de la
unidad disminuiría y haría decaer también la Iglesia particular. Por esto la verdadera
reflexión teológica nunca debe contentarse sólo con interpretar y animar la
realidad de una Iglesia particular, sino que debe más bien tratar de penetrar
los contenidos del sagrado depósito de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia y auténticamente
interpretado por el Magisterio. La praxis y las experiencias, que surgen
siempre de una situación histórica determinada y limitada, ayudan al teólogo y
le obligan a hacer accesible el Evangelio a su tiempo. Sin embargo, la praxis
no sustituye a la verdad ni la produce, sino que está al servicio de la verdad
que nos ha entregado el Señor. Por tanto, el teólogo está llamado a descifrar
el lenguaje de las diversas situaciones —los signos de los tiempos— y abrir
este lenguaje al entendimiento de la fe (cf. Enc. Redemptor hominis, 19).
Examinadas a la luz
de los criterios de un auténtico método teológico —al que aquí sólo hemos
aludido brevemente— determinadas opciones del libro de L. Boff, resultan
insostenibles. Sin pretender analizarlas todas, se ponen aquí en evidencia las
opciones eclesiológicas que parecen decisivas: la estructura de la Iglesia , la concepción del
dogma, el ejercicio del poder sagrado, el profetismo.
La estructura de la Iglesia
L. Boff se sitúa,
según sus palabras, dentro de una orientación en la que se afirma «que la Iglesia como institución
no estaba en el pensamiento del Jesús histórico, sino que surgió como evolución
posterior a la resurrección, especialmente con el progresivo proceso de
desescatologización» (p. 129). Por consiguiente, la jerarquía es para él «un
resultado» de la «terrena necesidad de institucionalizarse», «una
mundanización» al «estilo romano y feudal» (p. 70). De aquí se deriva la
necesidad de un «cambio permanente de la Iglesia » (p. 112); hoy debe surgir una «Iglesia
nueva» (p. 110 y passim), que será «una nueva encarnación de las instituciones
eclesiales en la sociedad, cuyo poder será simple función de servicio» (p.
111).
En la lógica de estas
afirmaciones se explica también su interpretación de las relaciones entre
catolicismo y protestantismo: «Nos parece que el cristianismo romano
(catolicismo) se distingue por la afirmación valiente de la identidad
sacramental y el cristianismo protestante por una afirmación intrépida de la
no-identidad» (p. 130; cf. p. l32ss, 149);
En esta visión, ambas
confesiones serían mediaciones incompletas, pertenecientes a un proceso
dialéctico de afirmación y negación. En esta dialéctica «aparece qué es el
cristianismo. ¿Qué es el cristianismo? No lo sabemos. Sólo sabemos lo que se
manifiesta en el proceso histórico» (p. 138).
Para justificar esta
concepción relativizante de la
Iglesia —que está en el fundamento de las críticas radicales
dirigidas a la estructura jerárquica de la Iglesia Católica —,
L. Boff apela a la constitución Lumen gentium (n. 8) del Concilio Vaticano II.
De la famosa expresión del Concilio: «Haec Ecclesia (sc. única Christi
Ecclesia)... subsistit in Ecclesia catholica», él deduce una tesis exactamente
contraria al significado auténtico del texto conciliar, cuando afirma: «De
hecho, ella (es decir, la única Iglesia de Cristo) puede subsistir también en
otras Iglesias cristianas» (p. 131). En cambio, el Concilio eligió la palabra
«subsistit» precisamente para aclarar que existe una sola «subsistencia» de la
verdadera Iglesia, mientras que fuera de su trabazón visible sólo existen
«elementa Ecclesiae» que — siendo elementos de la misma Iglesia — tienden y
conducen hacia la
Iglesia Católica (LG 8). El Decreto sobre el ecumenismo
expresa la misma doctrina (UR 3-4), la cual se precisó de nuevo en la declaración
Mysterium Ecclesiae, n. l: AAS 65 (1973) 396-398.
La subversión del
significado del texto conciliar sobre la subsistencia de la Iglesia está en la raíz
del relativismo eclesiológico de L. Boff antes señalado, en el cual se
desarrolla y se explícita un profundo malentendido de la fe católica sobre la Iglesia de Dios en el
mundo.
Dogma y revelación
La misma lógica
relativizante se vuelve a encontrar en la concepción de la doctrina y del dogma
expresada por L. Boff. El autor critica de manera muy severa «la comprensión
"doctrinal" de la revelación» (p. 73). Es cierto que L. Boff
distingue entre dogmatismo y dogma (cf. p. 147), admitiendo el segundo y
rechazando el primero. Sin embargo, según él, el dogma en su formulación es
válido solamente «para un determinado tiempo y circunstancias» (p. 134). «En un
segundo momento del mismo proceso dialéctico el texto debe poder ser superado,
para dar lugar a otro texto del hoy de la fe» (p. 135). El relativismo
resultante de estas afirmaciones se hace explícito cuando L. Boff habla de
posiciones doctrinales contradictorias entre sí, contenidas en el Nuevo
Testamento (cf. p. 135). Por consiguiente, «la actitud verdaderamente católica»
sería «la de estar fundamentalmente abiertos en todas direcciones» (p. 135). En
la perspectiva de L. Boff, la auténtica concepción católica del dogma cae bajo
el veredicto de «dogmatismo»: «Mientras dure este tipo de comprensión dogmática
y doctrinal de la revelación y de la salvación de Jesucristo, habrá que contar
irremediablemente con la represión de la libertad del pensamiento divergente
dentro de la Iglesia »
(p. 74).
En este sentido hay
que poner de relieve que lo contrario del relativismo no es el verbalismo o el
inmovilismo. El contenido último de la revelación es Dios mismo, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, que nos invitó a la comunión con El; todas las palabras se
refieren a la Palabra ,
o, como dice san Juan de la Cruz :
«...a su Hijo... todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra y no
tiene más que hablar» (Subida al Monte Carmelo II 22, 3). Pero en las palabras,
siempre analógicas y limitadas, de la Escritura y de la fe auténtica de la Iglesia , basada en la Escritura , se expresa de
manera digna de fe la verdad sobre Dios y sobre el hombre. La necesidad
permanente de interpretar el lenguaje del pasado, lejos de sacrificar esa
verdad, más bien la hace accesible y desarrolla la riqueza de los textos
auténticos. Caminando bajo la guía del Señor, que es el camino y la verdad (Jn
14,6), la Iglesia ,
docente y creyente, está segura de que la verdad expresada en las palabras de
la fe no sólo no oprime al hombre, sino que lo libera (Jn 8,32) y es el único
instrumento de verdadera comunión entre hombres de diversas clases y opiniones,
mientras que una concepción dialéctica y relativista lo expone a un
voluntarismo arbitrario.
Ya en el pasado, esta
Congregación tuvo que precisar que el sentido de las fórmulas dogmáticas
permanece siempre verdadero y coherente, determinado e irreformable, aun cuando
pueda ser ulteriormente esclarecido y mejor comprendido (cf. Mysterium
Ecclesiae, 5: AAS 65 (1973) 403-404).
El depositum fidei,
para continuar siendo sal de la tierra que nunca pierde su sabor, debe ser
fielmente conservado en su pureza, sin que su comprensión caiga en un proceso
dialéctico de la historia y en la orientación del primado de la praxis.
Ejercicio del poder
sacro
Una «grave patología»
de la que, según L. Boff, debería liberarse la Iglesia romana viene del
ejercicio hegemónico del poder sacro que, además de hacer de ella una sociedad
asimétrica, lo habría deformado en sí mismo.
Dando por descontado
que el eje organizador de una sociedad coincide con el modo específico de
producción que le es propio y aplicando este principio a la Iglesia , L. Boff afirma
que ha habido un proceso histórico de expropiación de los medios de producción
religiosa por parte del clero en perjuicio del pueblo cristiano, el cual se
habría visto así privado de su capacidad de decidir, de enseñar, etc. (cf. p.
75, 222ss, 259s). Además, después de haber sufrido esta expropiación, el poder
sacro habría sido también gravemente deformado, cayendo así en los mismos
defectos del poder profano en términos de dominación, centralización,
triunfalismo (cf. p. 100, 85, 92ss), Para remediar estos inconvenientes, se propone
un nuevo modelo de Iglesia, en la que el poder se entienda sin privilegios
teológicos, como puro servicio articulado según las necesidades de la comunidad
(cf. p. 224, 111).
No se puede
empobrecer la realidad de los sacramentos y de la palabra de Dios,
encuadrándola en el esquema de «producción y consumo», reduciendo así la
comunión de la fe a un mero fenómeno sociológico. Los sacramentos no son
«material simbólico», su administración no es producción, su recepción no es
consumo. Los sacramentos son dones de Dios, nadie los «produce», todos
recibimos en ellos la gracia de Dios, los signos del amor eterno. Todo esto
está por encima de cualquier producción, por encima de todo hacer y fabricar
humano. La única medida correspondiente a la grandeza del don es la máxima
fidelidad a la voluntad del Señor, según la cual seremos juzgados todos
—sacerdotes y laicos— siendo todos «siervos inútiles» (Lc 17,10). Es cierto que
siempre existe el peligro de abusos; el problema de cómo pueda garantizarse el
acceso de todos los fieles a la plena participación en la vida de la Iglesia y en su fuente,
esto es, en la vida del Señor, siempre se plantea. Pero interpretar la realidad
de los sacramentos, de la jerarquía, de la palabra y de toda la vida de la Iglesia en términos de
producción y de consumo, de monopolio, expropiación, conflicto con el bloque
hegemónico, ruptura y ocasión para un modo asimétrico de producción, equivale a
subvertir la realidad religiosa, lo que, lejos de contribuir a la solución de
los verdaderos problemas, lleva más bien a la destrucción del sentido auténtico
de los sacramentos y de la palabra de la fe.
El profetismo en la Iglesia
El libro Iglesia:
carisma y poder denuncia a la jerarquía y a las instituciones de la Iglesia (cf. p. 63s, 89,
259s). Como explicación y justificación de tal actitud reivindica el papel de
los carismas y en particular del profetismo (cf. p. 258-261, 268). La jerarquía
tendría la simple función de «coordinar», de «favorecer la unidad y la armonía
entre los varios servicios», de «mantener la circularidad e impedir toda
división y superposición», descartando, pues, de esta función «la subordinación
inmediata de todos a los jerarcas» (cf. p. 270).
No cabe duda de que
el Pueblo de Dios participa en la misión profética de Cristo (cf. LG 12);
Cristo realiza su misión profética no sólo por medio de la jerarquía, sino
también por medio de los laicos (cf. LG 35). Pero es igualmente claro que la
denuncia profética en la Iglesia ,
para ser legítima, debe estar siempre al servicio de la edificación de la Iglesia misma. No sólo
debe aceptar la jerarquía y las instituciones, sino también cooperar
positivamente a la consolidación de su comunión interna; además, el criterio
supremo para juzgar no sólo su ejercicio ordenado, sino también su
autenticidad, pertenece a la jerarquía (cf. LG 12).
Conclusión
Al hacer público todo
lo anterior, la
Congregación se siente también obligada a declarar que las
opciones de L. Boff aquí analizadas son tales que ponen en peligro la sana
doctrina de la fe, que esta misma Congregación tiene el deber de promover y
tutelar.
El Sumo Pontífice
Juan Pablo II, durante la
Audiencia concedida al infrascrito Prefecto, aprobó la
presente Notificación, decidida en la Reunión ordinaria de esta Congregación, y ordenó
su publicación.
Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe , 11 de marzo de 1985.
JOSEPH Card.
RATZINGER
Prefecto
ALBERTO BOVONE
Arzobispo titular de
Cesarea de Numidia
Secretario
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