DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
54 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2021
La cultura del
cuidado como camino de paz
1. En el umbral
del Año Nuevo, deseo presentar mi más respetuoso saludo a los Jefes de Estado y
de Gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los
líderes espirituales y a los fieles de diversas religiones, y a los hombres y
mujeres de buena voluntad. A todos les hago llegar mis mejores deseos para que
la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la
justicia y la paz entre las personas, las comunidades, los pueblos y los
Estados.
El año 2020 se
caracterizó por la gran crisis sanitaria de COVID-19, que se ha convertido en
un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente
interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y
causa grandes sufrimientos y penurias. Pienso en primer lugar en los que han
perdido a un familiar o un ser querido, pero también en los que se han quedado
sin trabajo. Recuerdo especialmente a los médicos, enfermeros, farmacéuticos,
investigadores, voluntarios, capellanes y personal de los hospitales y centros
de salud, que se han esforzado y siguen haciéndolo, con gran dedicación y
sacrificio, hasta el punto de que algunos de ellos han fallecido procurando
estar cerca de los enfermos, aliviar su sufrimiento o salvar sus vidas. Al
rendir homenaje a estas personas, renuevo mi llamamiento a los responsables
políticos y al sector privado para que adopten las medidas adecuadas a fin de
garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías
esenciales necesarias para prestar asistencia a los enfermos y a los más pobres
y frágiles[1].
Es doloroso constatar
que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad,
están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo,
xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción.
Estos y otros
eventos, que han marcado el camino de la humanidad en el último año, nos
enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la
creación, para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Por
eso he elegido como tema de este mensaje: La cultura del cuidado como camino de
paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del
rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día.
2. Dios Creador,
origen de la vocación humana al cuidado
En muchas tradiciones
religiosas, hay narraciones que se refieren al origen del hombre, a su relación
con el Creador, con la naturaleza y con sus semejantes. En la Biblia, el Libro
del Génesis revela, desde el principio, la importancia del cuidado o de la
custodia en el proyecto de Dios por la humanidad, poniendo en evidencia la
relación entre el hombre (’adam) y la tierra (’adamah), y entre los hermanos.
En el relato bíblico de la creación, Dios confía el jardín “plantado en el
Edén” (cf. Gn 2,8) a las manos de Adán con la tarea de “cultivarlo y cuidarlo”
(cf. Gn 2,15). Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva
y, por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la
vida[2]. Los verbos “cultivar” y “cuidar” describen la relación de Adán con su
casa-jardín e indican también la confianza que Dios deposita en él al
constituirlo señor y guardián de toda la creación.
El nacimiento de
Caín y Abel dio origen a una historia de hermanos, cuya relación sería
interpretada —negativamente— por Caín en términos de protección o custodia.
Caín, después de matar a su hermano Abel, respondió así a la pregunta de Dios:
«¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (Gn 4,9)[3]. Sí, ciertamente. Caín era
el “guardián” de su hermano. «En estos relatos tan antiguos, cargados de
profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está
relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras
relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la
fidelidad a los demás»[4].
3. Dios Creador,
modelo del cuidado
La Sagrada
Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también como Aquel que
cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus hijos. El mismo
Caín, aunque cayera sobre él el peso de la maldición por el crimen que cometió,
recibió como don del Creador una señal de protección para que su vida fuera
salvaguardada (cf. Gn 4,15). Este hecho, si bien confirma la dignidad
inviolable de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, también
manifiesta el plan divino de preservar la armonía de la creación, porque «la
paz y la violencia no pueden habitar juntas»[5].
Precisamente el
cuidado de la creación está en la base de la institución del Shabbat que, además
de regular el culto divino, tenía como objetivo restablecer el orden social y
el cuidado de los pobres (cf. Gn 1,1-3; Lv 25,4). La celebración del Jubileo,
con ocasión del séptimo año sabático, permitía una tregua a la tierra, a los
esclavos y a los endeudados. En ese año de gracia, se protegía a los más
débiles, ofreciéndoles una nueva perspectiva de la vida, para que no hubiera
personas necesitadas en la comunidad (cf. Dt 15,4).
También es digna
de mención la tradición profética, donde la cumbre de la comprensión bíblica de
la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más
débiles que estaban en ella. Por eso Amós (2,6-8; 8) e Isaías (58), en
particular, hacían oír continuamente su voz en favor de la justicia para los
pobres, quienes, por su vulnerabilidad y falta de poder, eran escuchados sólo
por Dios, que los cuidaba (cf. Sal 34,7; 113,7-8).
4. El cuidado en
el ministerio de Jesús
La vida y el
ministerio de Jesús encarnan el punto culminante de la revelación del amor del Padre
por la humanidad (cf. Jn 3,16). En la sinagoga de Nazaret, Jesús se manifestó
como Aquel a quien el Señor ungió «para anunciar la buena noticia a los pobres,
ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a
dejar en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18). Estas acciones mesiánicas,
típicas de los jubileos, constituyen el testimonio más elocuente de la misión
que le confió el Padre. En su compasión, Cristo se acercaba a los enfermos del
cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una
vida nueva. Jesús era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas (cf. Jn
10,11-18; Ez 34,1-31); era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre
herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él (cf. Lc 10,30-37).
En la cúspide de
su misión, Jesús selló su cuidado hacia nosotros ofreciéndose a sí mismo en la
cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Así, con el don
de su vida y su sacrificio, nos abrió el camino del amor y dice a cada uno: “Sígueme
y haz lo mismo” (cf. Lc 10,37).
5. La cultura del
cuidado en la vida de los seguidores de Jesús
Las obras de
misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de
caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la primera generación
compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad (cf. Hch
4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a
todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles.
Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a los
pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos y a
las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos
posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo,
algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por
Dios para el bien común. Ambrosio sostenía que «la naturaleza ha vertido todas
las cosas para el bien común. [...] Por lo tanto, la naturaleza ha producido un
derecho común para todos, pero la codicia lo ha convertido en un derecho para
unos pocos»[6]. Habiendo superado las persecuciones de los primeros siglos, la
Iglesia aprovechó la libertad para inspirar a la sociedad y su cultura. «Las
necesidades de la época exigían nuevos compromisos al servicio de la caridad
cristiana. Las crónicas de la historia reportan innumerables ejemplos de obras
de misericordia. De esos esfuerzos concertados han surgido numerosas
instituciones para el alivio de todas las necesidades humanas: hospitales,
hospicios para los pobres, orfanatos, hogares para niños, refugios para
peregrinos, entre otras»[7].
6. Los principios
de la doctrina social de la Iglesia como fundamento de la cultura del cuidado
La diakonia de los
orígenes, enriquecida por la reflexión de los Padres y animada, a lo largo de
los siglos, por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha
convertido en el corazón palpitante de la doctrina social de la Iglesia,
ofreciéndose a todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de
principios, criterios e indicaciones, del que extraer la “gramática” del
cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con
los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la
salvaguardia de la creación.
* El cuidado como
promoción de la dignidad y de los derechos de la persona.
«El concepto de
persona, nacido y madurado en el cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo
plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no
individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e
inviolable y no la explotación»[8]. Cada persona humana es un fin en sí misma,
nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada
para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los
miembros tienen la misma dignidad. De esta dignidad derivan los derechos
humanos, así como los deberes, que recuerdan, por ejemplo, la responsabilidad
de acoger y ayudar a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno
de nuestros «prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el espacio»[9].
* El cuidado del
bien común.
Cada aspecto de la
vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio
del bien común, es decir del «conjunto de aquellas condiciones de la vida
social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena
y fácilmente su propia perfección»[10]. Por lo tanto, nuestros planes y
esfuerzos siempre deben tener en cuenta sus efectos sobre toda la familia
humana, sopesando las consecuencias para el momento presente y para las
generaciones futuras. La pandemia de Covid-19 nos muestra cuán cierto y actual
es esto, puesto que «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos
frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios,
todos llamados a remar juntos»[11], porque «nadie se salva solo»[12] y ningún
Estado nacional aislado puede asegurar el bien común de la propia población[13].
* El cuidado
mediante la solidaridad.
La solidaridad
expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino
como «determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos»[14]. La solidaridad nos ayuda a ver al otro —entendido
como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación— no como una
estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es
útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar,
como nosotros, en el banquete de la vida al que todos están invitados
igualmente por Dios.
* El cuidado y la
protección de la creación.
La encíclica
Laudato si’ constata plenamente la interconexión de toda la realidad creada y
destaca la necesidad de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y
el de la creación. De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado
eficaz de la tierra, nuestra casa común, y de los pobres. A este respecto,
deseo reafirmar que «no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los
demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura,
compasión y preocupación por los seres humanos»[15]. «Paz, justicia y
conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán
apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el
reduccionismo»[16].
7. La brújula para
un rumbo común
En una época
dominada por la cultura del descarte, frente al agravamiento de las
desigualdades dentro de las naciones y entre ellas[17], quisiera por tanto
invitar a los responsables de las organizaciones internacionales y de los
gobiernos, del sector económico y del científico, de la comunicación social y
de las instituciones educativas a tomar en mano la “brújula” de los principios
anteriormente mencionados, para dar un rumbo común al proceso de globalización,
«un rumbo realmente humano»[18]. Esta permitiría apreciar el valor y la
dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común,
aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud,
la discriminación y los conflictos. A través de esta brújula, animo a todos a
convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar
tantas desigualdades sociales. Y esto será posible sólo con un fuerte y amplio
protagonismo de las mujeres, en la familia y en todos los ámbitos sociales,
políticos e institucionales.
La brújula de los
principios sociales, necesaria para promover la cultura del cuidado, es también
indicativa para las relaciones entre las naciones, que deberían inspirarse en
la fraternidad, el respeto mutuo, la solidaridad y el cumplimiento del derecho
internacional. A este respecto, debe reafirmarse la protección y la promoción
de los derechos humanos fundamentales, que son inalienables, universales e
indivisibles[19].
También cabe
mencionar el respeto del derecho humanitario, especialmente en este tiempo en
que los conflictos y las guerras se suceden sin interrupción. Lamentablemente,
muchas regiones y comunidades ya no recuerdan una época en la que vivían en paz
y seguridad. Muchas ciudades se han convertido en epicentros de inseguridad:
sus habitantes luchan por mantener sus ritmos normales porque son atacados y
bombardeados indiscriminadamente por explosivos, artillería y armas ligeras.
Los niños no pueden estudiar. Los hombres y las mujeres no pueden trabajar para
mantener a sus familias. La hambruna echa raíces donde antes era desconocida.
Las personas se ven obligadas a huir, dejando atrás no sólo sus hogares, sino
también la historia familiar y las raíces culturales.
Las causas del
conflicto son muchas, pero el resultado es siempre el mismo: destrucción y
crisis humanitaria. Debemos detenernos y preguntarnos: ¿qué ha llevado a la
normalización de los conflictos en el mundo? Y, sobre todo, ¿cómo podemos
convertir nuestro corazón y cambiar nuestra mentalidad para buscar verdaderamente
la paz en solidaridad y fraternidad?
Cuánto derroche de
recursos hay para las armas, en particular para las nucleares[20], recursos que
podrían utilizarse para prioridades más importantes a fin de garantizar la
seguridad de las personas, como la promoción de la paz y del desarrollo humano
integral, la lucha contra la pobreza y la satisfacción de las necesidades de
salud. Además, esto se manifiesta a causa de los problemas mundiales como la
actual pandemia de Covid-19 y el cambio climático. Qué valiente decisión sería
«constituir con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares “un
Fondo mundial” para poder derrotar definitivamente el hambre y ayudar al
desarrollo de los países más pobres»[21].
8. Para educar a
la cultura del cuidado
La promoción de la
cultura del cuidado requiere un proceso educativo y la brújula de los
principios sociales se plantea con esta finalidad, como un instrumento fiable
para diferentes contextos relacionados entre sí. Me gustaría ofrecer algunos
ejemplos al respecto.
— La educación
para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la
sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo. Sin embargo,
es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir esta tarea vital e
indispensable.
— Siempre en
colaboración con la familia, otros sujetos encargados de la educación son la
escuela y la universidad y, de igual manera, en ciertos aspectos, los agentes
de la comunicación social[22]. Dichos sujetos están llamados a transmitir un
sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad de cada persona,
de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada pueblo y de los
derechos fundamentales que derivan de estos. La educación constituye uno de los
pilares más justos y solidarios de la sociedad.
— Las religiones
en general, y los líderes religiosos en particular, pueden desempeñar un papel
insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de
la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los
hermanos y hermanas más frágiles. A este respecto, recuerdo las palabras del
Papa Pablo VI dirigidas al Parlamento ugandés en 1969: «No temáis a la Iglesia.
Ella os honra, os forma ciudadanos honrados y leales, no fomenta rivalidades ni
divisiones, trata de promover la sana libertad, la justicia social, la paz; si
tiene alguna preferencia es para los pobres, para la educación de los pequeños
y del pueblo, para la asistencia a los abandonados y a cuantos sufren»[23].
— A todos los que
están comprometidos al servicio de las poblaciones, en las organizaciones
internacionales gubernamentales y no gubernamentales, que desempeñan una misión
educativa, y a todos los que, de diversas maneras, trabajan en el campo de la
educación y la investigación, los animo nuevamente, para que se logre el
objetivo de una educación «más abierta e incluyente, capaz de la escucha
paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión»[24]. Espero que
esta invitación, hecha en el contexto del Pacto educativo global, reciba un
amplio y renovado apoyo.
9. No hay paz sin
la cultura del cuidado
La cultura del
cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y
promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la
atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y
a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. «En
muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las
heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de
sanación y de reencuentro con ingenio y audacia»[25].
En este tiempo, en
el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza
con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la
dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales
fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Como
cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre
de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte
de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No
cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los
más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada[26], sino comprometámonos
cada día concretamente para «formar una comunidad compuesta de hermanos que se
acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros»[27].
Vaticano, 8 de
diciembre de 2020
Francisco
[1] Cf.
Videomensaje con motivo de la 75.ª Sesión de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, 25 septiembre 2020.
[2] Cf. Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 67.
[3] Cf. “La
fraternidad, fundamento y camino para la paz”. Mensaje para la celebración de
la 47.a Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2014 (8 diciembre 2013), 2.
[4] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 70.
[5] Pontificio
Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 488.
[6] De officiis,
1, 28, 132: PL 16, 67.
[7] K. Bihlmeyer -
H. Tüchle, Church History, vol.1, Westminster, The Newman Press, 1958, pp.
373-374.
[8] Discurso a los
participantes en el Congreso organizado por el Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral en el 50.o aniversario de la Carta encíclica
“Populorum progressio” (4 abril 2017).
[9] Mensaje a la
22.ª Sesión de la Conferencia de las Partes de la Convención marco de las
Naciones Unidas sobre el cambio climático (COP22), 10 noviembre 2016. Cf. Grupo
de Trabajo interdicasterial de la Santa Sede sobre la Ecología Integral, En
camino para el cuidado de la casa común. A cinco años de la Laudato si’, LEV,
31 mayo 2020.
[10] Conc. Ecum.
Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 26.
[11] Momento
extraordinario de oración en tiempos de pandemia, 27 marzo 2020.
[12] Ibíd.
[13] Cf. Carta
enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 8, 153.
[14] S. Juan Pablo
II, Carta. enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 38.
[15] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 91.
[16] Conferencia
del Episcopado Dominicano, Carta pastoral Sobre la relación del hombre con la
naturaleza (21 enero 1987); cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 92.
[17] Cf. Carta
enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 125.
[18] Ibíd., 29.
[19] Cf. Mensaje a
los participantes en la Conferencia internacional “Los derechos humanos en el
mundo contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones”, Roma, 10-11 diciembre
2018.
[20] Cf. Mensaje a
la Conferencia de la ONU para la negociación de un instrumento jurídicamente
vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares que conduzca a su total
eliminación, 23 marzo 2017.
[21] Videomensaje
para la Jornada Mundial de la Alimentación, 16 octubre 2020.
[22] Cf. Benedicto
XVI, “Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”. Mensaje para la
celebración de la 45.a Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2012 (8 diciembre
2011), 2; “Vence la indiferencia y conquista la paz”. Mensaje para la
celebración de la 49.a Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2016 (8 diciembre
2015), 6.
[23] Discurso a
los Diputados y Senadores de Uganda, Kampala, 1 agosto 1969.
[24] Mensaje para
el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 septiembre 2019.
[25] Carta. enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020),
225.
[26]Cf. Ibíd., 64.
[27] Ibíd., 96;
cf. “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”. Mensaje para la 47.ª
Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2014 (8 diciembre 2013), 1.
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