CARTA ENCÍCLICA
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE LA FRATERNIDAD
Y LA AMISTAD SOCIAL
1. «Fratelli
tutti»[1], escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y
las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos
consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las
barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro
«tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él»[2].
Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad
abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la
cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.
2. Este santo del
amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la
encíclica Laudato si’, vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a
la fraternidad y a la amistad social. Porque san Francisco, que se sentía hermano
del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su
propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los
abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.
Sin fronteras
3. Hay un episodio
de su vida que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las
distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al
Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido
a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las
diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento
histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan
amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor
era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las
dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma
actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran
«entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias,
sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios»[3]. En aquel contexto
era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás
Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a
vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían
su fe.
4. Él no hacía la
guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios.
Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en
Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de
una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta acercarse a otros
seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para
ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre»[4]. En aquel mundo
plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades
vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían
las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la
verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los
demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha
motivado estas páginas.
5. Las cuestiones
relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado siempre entre
mis preocupaciones. Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas
veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas
intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión. Además, si
en la redacción de la Laudato si’ tuve una fuente de inspiración en mi hermano
Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con mucha fuerza el cuidado de la
creación, en este caso me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad
Al-Tayyeb, con quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios «ha creado
todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la
dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos»[5]. No se
trató de un mero acto diplomático sino de una reflexión hecha en diálogo y de
un compromiso conjunto. Esta encíclica recoge y desarrolla grandes temas
planteados en aquel documento que firmamos juntos. También acogí aquí, con mi propio
lenguaje, numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de tantas
personas y grupos de todo el mundo.
6. Las siguientes
páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse
en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica
social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y
actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar
con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las
palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan
y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al
diálogo con todas las personas de buena voluntad.
7. Asimismo,
cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia
de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de
las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la
incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía
una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan
a todos. Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya
hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las
reglas ya existentes, está negando la realidad.
8. Anhelo que en
esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana,
podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos:
«He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa
aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una
comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros
a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el
riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se
construyen juntos»[6]. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la
misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos,
cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia
voz, todos hermanos.
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN
MUNDO CERRADO
9. Sin pretender
realizar un análisis exhaustivo ni poner en consideración todos los aspectos de
la realidad que vivimos, propongo sólo estar atentos ante algunas tendencias
del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal.
Sueños que se
rompen en pedazos
10. Durante
décadas parecía que el mundo había aprendido de tantas guerras y fracasos y se
dirigía lentamente hacia diversas formas de integración. Por ejemplo, avanzó el
sueño de una Europa unida, capaz de reconocer raíces comunes y de alegrarse con
la diversidad que la habita. Recordemos «la firme convicción de los Padres
fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la
capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y
la comunión entre todos los pueblos del continente»[7].También tomó fuerza el
anhelo de una integración latinoamericana y comenzaron a darse algunos pasos.
En otros países y regiones hubo intentos de pacificación y acercamientos que
lograron frutos y otros que parecían promisorios.
11. Pero la
historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos
anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados,
exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del
pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de
egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa
de los intereses nacionales. Lo que nos recuerda que «cada generación ha de
hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a
metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y
la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados
cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado
e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que
todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos
reclaman a todos»[8].
12. “Abrirse al
mundo” es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las
finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o
a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni
complicaciones en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés por
el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un
modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas
y a las naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más
cercanos, pero no más hermanos»[9]. Estamos más solos que nunca en este mundo
masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la
dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las
personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este
globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen
a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y
pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se
vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que
aplican el “divide y reinarás”.
El fin de la
conciencia histórica
13. Por eso mismo
se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía
más. Se advierte la penetración cultural de una especie de
“deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde
cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la
acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos. En esta línea se
situaba un consejo que di a los jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta
y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los
mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les
ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que
solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos,
desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se
sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen
—o de-construyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin
oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que
rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de
las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido»[10].
14. Son las nuevas
formas de colonización cultural. No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan
su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable
negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con
su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia
ideológica, económica y política»[11]. Un modo eficaz de licuar la conciencia
histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de
integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué
significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad?
Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de
dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar
cualquier acción.
Sin un proyecto
para todos
15. La mejor
manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y
suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de
algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de
exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el
derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de
ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad,
sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la
prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre
proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo
recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el
recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate
es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación.
16. En esta pugna
de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser
sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al
vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino? Un proyecto con
grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena a delirio.
Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo
unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso.
17. Cuidar el
mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos
constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común. Ese cuidado no
interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido.
Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son
acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo
intereses particulares. En esta cultura que estamos gestando, vacía,
inmediatista y sin un proyecto común, «es previsible que, ante el agotamiento
de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas
guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones»[12].
El descarte
mundial
18. Partes de la
humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un
sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se considera ya a las
personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente
si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no
nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles
a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es
uno de los más vergonzosos»[13].
19. La falta de
hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono
de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo
termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales. Así,
«objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con
frecuencia los mismos seres humanos»[14]. Vimos lo que sucedió con las personas
mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que
morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de
calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que
aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano
acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia. Además,
termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con
una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar.
20. Este descarte
se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos
laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque
el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de
la pobreza[15]. El descarte, además, asume formas miserables que creíamos
superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las
expresiones de racismo vuelven a avergonzarnos demostrando así que los
supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para
siempre.
21. Hay reglas
económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el
desarrollo humano integral[16]. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así
lo que ocurre es que «nacen nuevas pobrezas»[17]. Cuando dicen que el mundo
moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no
comparables con la realidad actual. Porque en otros tiempos, por ejemplo, no
tener acceso a la energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni
generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto
de las posibilidades reales de un momento histórico concreto.
Derechos humanos
no suficientemente universales
22. Muchas veces
se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El
respeto de estos derechos «es condición previa para el mismo desarrollo social
y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus
derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el
ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en
favor del bien común»[18]. Pero «observando con atención nuestras sociedades contemporáneas,
encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si
verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada
solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en
todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de
injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo
económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso
matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra
parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos
fundamentales ignorados o violados»[19]. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad
de derechos fundada en la misma dignidad humana?
23. De modo semejante,
la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de
reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e
idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las
decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que «doblemente
pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y
violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de
defender sus derechos»[20].
24. Reconozcamos
igualmente que, «a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos
acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto
varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de
personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad
y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. […] Hoy como
ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona
humana que admite que pueda ser tratada como un objeto. […] La persona humana,
creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad,
mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la
constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin».
Las redes criminales «utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas
para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo»[21]. La
aberración no tiene límites cuando se somete a mujeres, luego forzadas a
abortar. Un acto abominable que llega incluso al secuestro con el fin de vender
sus órganos. Esto convierte a la trata de personas y a otras formas actuales de
esclavitud en un problema mundial que necesita ser tomado en serio por la
humanidad en su conjunto, porque «como las organizaciones criminales utilizan
redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este
fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los
diferentes agentes que conforman la sociedad»[22].
Conflicto y miedo
25. Guerras,
atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas
contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convengan o no a
determinados intereses, fundamentalmente económicos. Lo que es verdad cuando
conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia. Estas
situaciones de violencia van «multiplicándose dolorosamente en muchas regiones
del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una “tercera guerra
mundial en etapas”»[23].
26. Esto no llama
la atención si advertimos la ausencia de horizontes que nos congreguen, porque
en toda guerra lo que aparece en ruinas es «el mismo proyecto de fraternidad,
inscrito en la vocación de la familia humana», por lo que «cualquier situación
de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue»[24]. Así, nuestro mundo
avanza en una dicotomía sin sentido con la pretensión de «garantizar la
estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una
mentalidad de miedo y desconfianza»[25].
27.
Paradójicamente, hay miedos ancestrales que no han sido superados por el
desarrollo tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de
nuevas tecnologías. Aun hoy, detrás de la muralla de la antigua ciudad está el
abismo, el territorio de lo desconocido, el desierto. Lo que proceda de allí no
es confiable porque no es conocido, no es familiar, no pertenece a la aldea. Es
el territorio de lo “bárbaro”, del cual hay que defenderse a costa de lo que
sea. Por consiguiente, se crean nuevas barreras para la autopreservación, de manera
que deja de existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el punto de
que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable
y pasan a ser sólo “ellos”. Reaparece «la tentación de hacer una cultura de
muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar
este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante
un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los
muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad»[26].
28. La soledad,
los miedos y la inseguridad de tantas personas que se sienten abandonadas por
el sistema, hacen que se vaya creando un terreno fértil para las mafias. Porque
ellas se afirman presentándose como “protectoras” de los olvidados, muchas
veces a través de diversas ayudas, mientras persiguen sus intereses criminales.
Hay una pedagogía típicamente mafiosa que, con una falsa mística comunitaria,
crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es muy difícil
liberarse.
Globalización y
progreso sin un rumbo común
29. Con el Gran
Imán Ahmad Al-Tayyeb no ignoramos los avances positivos que se dieron en la
ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y el bienestar, sobre todo en
los países desarrollados. No obstante, «subrayamos que, junto a tales progresos
históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que
condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores
espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que se
difunda una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación.
[…] Nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una situación
mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y
controlada por intereses económicos miopes». También señalamos «las fuertes
crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de
los recursos naturales. […] Con respecto a las crisis que llevan a la muerte a
millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos —a causa de la pobreza y
del hambre—, reina un silencio internacional inaceptable»[27]. Ante este
panorama, si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo realmente
humano.
30. En el mundo
actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el
sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras
épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de
una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer
que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca.
Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva «a una
especie de cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos
por este camino de la desilusión o de la decepción. […] El aislamiento y la
cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para
devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura
del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento,
no; cultura del encuentro, sí»[28].
31. En este mundo
que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde «la distancia
entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la
humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está
produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. […]
Porque una cosa es sentirse obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es
apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay
que buscar y cultivar juntos»[29]. Avanza la tecnología sin pausa, pero «¡qué
bonito sería si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas
correspondiera también una equidad y una inclusión social cada vez mayores!
¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos,
volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita
alrededor de mí!»[30].
Las pandemias y
otros flagelos de la historia
32. Es verdad que
una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la
consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde
el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que
únicamente es posible salvarse juntos. Por eso dije que «la tempestad
desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el
maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia
de hermanos»[31].
33. El mundo
avanzaba de manera implacable hacia una economía que, utilizando los avances
tecnológicos, procuraba reducir los “costos humanos”, y algunos pretendían
hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera
asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control
obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que
en el beneficio de algunos. Hoy podemos reconocer que «nos hemos alimentado con
sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro
y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la
fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro y nos vemos abrumados
por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad hemos perdido el
gusto y el sabor de la realidad»[32]. El dolor, la incertidumbre, el temor y la
conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el
llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la
organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra
existencia.
34. Si todo está
conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con
nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la
propia vida y de todo lo que existe. No quiero decir que se trata de una suerte
de castigo divino. Tampoco bastaría afirmar que el daño causado a la naturaleza
termina cobrándose nuestros atropellos. Es la realidad misma que gime y se rebela.
Viene a la mente el célebre verso del poeta Virgilio que evoca las lágrimas de
las cosas o de la historia[33].
35. Pero olvidamos
rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida»[34]. Pasada la
crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre
consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final
ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro
episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá
no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en
parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que
tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y
descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los
otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y
todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado.
36. Si no logramos
recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de
solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global
que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y
el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un
estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo,
sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35]. El “sálvese quien
pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que
una pandemia.
Sin dignidad
humana en las fronteras
37. Tanto desde
algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos
liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas
migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los
países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad.
No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de
sostener, hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de
persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, «buscan
oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y
desean crear las condiciones para que se haga realidad»[36].
38.
Lamentablemente, otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces con
expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes
sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas,
explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su
viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas,
el abuso psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles»[37]. Los que
emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y con frecuencia
viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también concierne a las
comunidades de origen, que pierden a los elementos más vigorosos y
emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de los padres
o ambos, dejando a los hijos en el país de origen»[38]. Por consiguiente,
también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las
condiciones para permanecer en la propia tierra»[39].
39. Para colmo «en
algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a
menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una
mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma».[40]. Los
migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida
social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca
de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser «protagonistas de su propio
rescate»[41]. Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las
decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos
valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos
compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces
ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia
fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color
o religión, y la ley suprema del amor fraterno.
40. «Las
migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo»[42].
Pero hoy están afectadas por una «pérdida de ese “sentido de la responsabilidad
fraterna”, sobre el que se basa toda sociedad civil»[43]. Europa, por ejemplo,
corre serios riesgos de ir por esa senda. Sin embargo, «inspirándose en su gran
patrimonio cultural y religioso, tiene los instrumentos necesarios para
defender la centralidad de la persona humana y encontrar un justo equilibrio
entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte,
y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes»[44].
41. Comprendo que
ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan temores. Lo entiendo
como parte del instinto natural de autodefensa. Pero también es verdad que una
persona y un pueblo sólo son fecundos si saben integrar creativamente en su interior
la apertura a los otros. Invito a ir más allá de esas reacciones primarias,
porque «el problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra
forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres
intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo
nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro»[45].
La ilusión de la
comunicación
42.
Paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que
nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el
punto de que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en
una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone
a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y
cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y
divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos
y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo
lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.
43. Por otra
parte, los movimientos digitales de odio y destrucción no constituyen —como
algunos pretenden hacer creer— una forma adecuada de cuidado grupal, sino meras
asociaciones contra un enemigo. En cambio, «los medios de comunicación
digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de
progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el
desarrollo de relaciones interpersonales auténticas»[46]. Hacen falta gestos
físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el
perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso
habla y forma parte de la comunicación humana. Las relaciones digitales, que eximen
del laborioso cultivo de una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de
un consenso que madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. No
construyen verdaderamente un “nosotros” sino que suelen disimular y amplificar
el mismo individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de los
débiles. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir
a la humanidad.
Agresividad sin
pudor
44. Al mismo
tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen
una vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas
insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos
verbales hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no podría
existir en el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos
entre todos. La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y
ordenadores un espacio de ampliación sin igual.
45. Ello ha
permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos años
no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el
mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas autoridades
políticas y permanecer impune. No cabe ignorar que «en el mundo digital están en
juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan
sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y
del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba
por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo,
obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados
facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios
y odios»[47].
46. Conviene
reconocer que los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados
también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que «pueden
formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los
diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se
pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y
parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena»[48]. ¿Qué se aporta
así a la fraternidad que el Padre común nos propone?
Información sin
sabiduría
47. La verdadera
sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo se puede producir,
disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con los límites de la
realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera un mecanismo de
“selección” y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo
que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen las
personas con las que uno decide compartir el mundo. Así las personas o
situaciones que herían nuestra sensibilidad o nos provocaban desagrado hoy
sencillamente son eliminadas en las redes virtuales, construyendo un círculo
virtual que nos aísla del entorno en el que vivimos.
48. El sentarse a
escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de
actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta
atención, lo acoge en el propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en su mayoría
un mundo sordo. […] A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos
impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su
diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó
de decir. No hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís
«escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo,
escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida.
Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones»[49].
49. Al desaparecer
el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y
ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación
humana. Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener
delante, excluyendo todo aquello que no se pueda controlar o conocer
superficial e instantáneamente. Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide
la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común.
50. Podemos buscar
juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión
apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de
sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las
personas y de los pueblos. El cúmulo abrumador de información que nos inunda no
significa más sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por
internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada.
De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones finalmente
sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y
acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el
corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a
la existencia. Así, la libertad es una ilusión que nos venden y que se confunde
con la libertad de navegar frente a una pantalla. El problema es que un camino
de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus
libres y dispuestos a encuentros reales.
Sometimientos y
autodesprecios
51. Algunos países
exitosos desde el punto de vista económico son presentados como modelos
culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que cada
uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar
desde los valores de su cultura. Esta nostalgia superficial y triste, que lleva
a copiar y comprar en lugar de crear, da espacio a una autoestima nacional muy
baja. En los sectores acomodados de muchos países pobres, y a veces en quienes han
logrado salir de la pobreza, se advierte la incapacidad de aceptar
características y procesos propios, cayendo en un menosprecio de la propia
identidad cultural como si fuera la única causa de los males.
52. Destrozar la
autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo. Detrás de estas
tendencias que buscan homogeneizar el mundo, afloran intereses de poder que se
benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo que, a través de los medios y de
las redes se intenta crear una nueva cultura al servicio de los más poderosos.
Esto es aprovechado por el ventajismo de la especulación financiera y la
expoliación, donde los pobres son los que siempre pierden. Por otra parte,
ignorar la cultura de un pueblo hace que muchos líderes políticos no logren
implementar un proyecto eficiente que pueda ser libremente asumido y sostenido
en el tiempo.
53. Se olvida que
«no existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se
pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar
el día de mañana sólo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre
sus miembros, que cree lazos de integración entre las generaciones y las
distintas comunidades que la conforman; y también en la medida que rompa los
círculos que aturden los sentidos alejándonos cada vez más los unos de los
otros»[50].
Esperanza
54. A pesar de
estas sombras densas que no conviene ignorar, en las próximas páginas quiero
hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la
humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y
valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo,
reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras
vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas,
escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida:
médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los
supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres
que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios,
sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo[51].
55. Invito a la
esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del
ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los
condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una
aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo
grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como
la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es
audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas
seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes
ideales que hacen la vida más bella y digna»[52]. Caminemos en esperanza.
Capítulo segundo
UN EXTRANO EN EL
CAMINO
56. Todo lo que
mencioné en el capítulo anterior es más que una aséptica descripción de la
realidad, ya que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de
los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»[53].
En el intento de buscar una luz en medio de lo que estamos viviendo, y antes de
plantear algunas líneas de acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola
dicha por Jesucristo hace dos mil años. Porque, si bien esta carta está
dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones
religiosas, la parábola se expresa de tal manera que cualquiera de nosotros
puede dejarse interpelar por ella.
«Un maestro de la
Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo
hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “Qué está
escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda
tu mente, y al prójimo como a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has
respondido bien; pero ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley,
queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús
tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos
de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron,
dejándolo por muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino,
lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual hizo un levita, que llegó al mismo
lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un samaritano, que iba de
viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió
profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino.
Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó
cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas de
plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’.
¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó
en manos de los ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con
misericordia”. Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc
10,25-37).
El trasfondo
57. Esta parábola
recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la narración de la creación del
mundo y del ser humano, la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre
nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios:
«¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma que
frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.).
Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda
justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el
contrario, a crear una cultura diferente que nos oriente a superar las
enemistades y a cuidarnos unos a otros.
58. El libro de
Job acude al hecho de tener un mismo Creador como base para sostener algunos
derechos comunes: «¿Acaso el que me formó en el vientre no lo formó también a
él y nos modeló del mismo modo en la matriz?» (31,15). Muchos siglos después,
san Ireneo lo expresará con la imagen de la melodía: «El amante de la verdad no
debe dejarse engañar por el intervalo particular de cada tono, ni suponer un
creador para uno y otro para otro […], sino uno solo»[54].
59. En las
tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía restringirse
a las relaciones entre los miembros de una misma nación. El antiguo precepto
«amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía ordinariamente
como referido a los connacionales. Sin embargo, especialmente en el judaísmo
que se desarrolló fuera de la tierra de Israel, los confines se fueron
ampliando. Apareció la invitación a no hacer a los otros lo que no quieres que
te hagan (cf. Tb 4,15). El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía al respecto:
«Esto es la Ley y los Profetas. Todo lo demás es comentario»[55]. El deseo de
imitar las actitudes divinas llevó a superar aquella tendencia a limitarse a
los más cercanos: «La misericordia de cada persona se extiende a su prójimo,
pero la misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13).
60. En el Nuevo
Testamento, el precepto de Hillel se expresó de modo positivo: «Traten en todo
a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley
y los Profetas» (Mt 7,12). Este llamado es universal, tiende a abarcar a todos,
sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el Padre celestial «hace
salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Como consecuencia se reclama:
«Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc
6,36).
61. Hay una
motivación para ampliar el corazón de manera que no excluya al extranjero, que
puede encontrarse ya en los textos más antiguos de la Biblia. Se debe al
constante recuerdo del pueblo judío de haber vivido como forastero en Egipto:
«No maltratarás ni
oprimirás al migrante que reside en tu territorio, porque ustedes fueron
migrantes en el país de Egipto»(Ex 22,20).
«No oprimas al
migrante: ustedes saben lo que es ser migrante, porque fueron migrantes en el
país de Egipto»(Ex 23,9).
«Si un migrante
viene a residir entre ustedes, en su tierra, no lo opriman. El migrante
residente será para ustedes como el compatriota; lo amarás como a ti mismo,
porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto»(Lv 19,33-34).
«Si cosechas tu
viña, no vuelvas a por más uvas. Serán para el migrante, el huérfano y la
viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto»(Dt 24,21-22).
En el Nuevo
Testamento resuena con fuerza el llamado al amor fraterno:
«Toda la Ley
alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo»(Ga 5,14).
«Quien ama a su
hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano
está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2,10-11).
«Nosotros sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no
ama permanece en la muerte» (1 Jn 3,14).
«Quien no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4,20).
62. Aun esta
propuesta de amor podía entenderse mal. Por algo, frente a la tentación de las
primeras comunidades cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san Pablo
exhortaba a sus discípulos a tener caridad entre ellos «y con todos» (1 Ts
3,12), y en la comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien
recibidos, «incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto ayuda a
comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le importa
si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las
cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite
construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que
sabe de compasión y de dignidad»[56].
El abandonado
63. Jesús cuenta
que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado.
Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con
funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por
el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido
o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con
sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre
todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo.
Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus
necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante
el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo.
64. ¿Con quién te
identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos
te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos
de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en
muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los
más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos
a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que
estas nos golpean directamente.
65. Asaltan a una
persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto nada.
Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y huyen.
Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano se muere
por su culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida generalizado, que se
manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles. Además, como todos estamos
muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos
molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de
los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca
construirse de espaldas al dolor.
66. Mejor no caer
en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos
invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo
entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo,
aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se
encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad,
reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones,
su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la
existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es
tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro»[57].
67. Esta parábola
es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que
necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor,
ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra
opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que
pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La
parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a
partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no
dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y
levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo,
la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran
a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad
humana.
68. El relato,
digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se
circunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una
característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido
hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción
posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a
un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra
serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.
Una historia que
se repite
69. La narración
es sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa lucha interna que se
da en la elaboración de nuestra identidad, en toda existencia lanzada al camino
para realizar la fraternidad humana. Puestos en camino nos chocamos,
indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay heridos. La
inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define
todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos
cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan
de largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo
ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos
tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y
algo del buen samaritano.
70. Es notable
cómo las diferencias de los personajes del relato quedan totalmente
transformadas al confrontarse con la dolorosa manifestación del caído, del
humillado. Ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de
Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de
personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se
inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso.
En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces
se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las
heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?
Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos
de crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento,
todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido
o está poniendo sobre sus hombros a algún herido.
71. La historia
del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la desidia
social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado,
donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades
dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino. En su parábola,
Jesús no plantea vías alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel malherido o
del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio en sus
corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo
alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad
digna de tal nombre.
Los personajes
72. La parábola
comienza con los salteadores. El punto de partida que elige Jesús es un asalto
ya consumado. No hace que nos detengamos a lamentar el hecho, no dirige nuestra
mirada hacia los salteadores. Los conocemos. Hemos visto avanzar en el mundo
las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con mezquinos
intereses de poder, acumulación y división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos
tirado al que está lastimado para correr cada uno a guarecerse de la violencia
o a perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras
divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de nuestros
enfrentamientos internos?
73. Luego la
parábola nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de largo. Esta
peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto del desprecio o
de una triste distracción, hace de los personajes del sacerdote y del levita un
no menos triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone frente a la
realidad. Hay muchas maneras de pasar de largo que se complementan: una es
ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferentes. Otra sería sólo
mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en algunos
países, o en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y de su
cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia fuera, como si un proyecto de
país importado intentara forzar su lugar. Así se puede justificar la
indiferencia de algunos, porque aquellos que podrían tocarles el corazón con
sus reclamos simplemente no existen. Están fuera de su horizonte de intereses.
74. En los que
pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas religiosas.
Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es un
fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo
no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a
todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios
y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que
facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una
auténtica apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha
claridad este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar el
cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo
honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su
frío y desnudez»[58]. La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden
vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes.
75. Los
“salteadores del camino” suelen tener como aliados secretos a los que “pasan
por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el círculo entre los que usan y
engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la pureza en
su función crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de sus
recursos. Hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de
las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no
logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la
constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad.
El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”,
“¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la
desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad.
Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso
perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos,
que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar.
76. Miremos
finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos como él, malheridos y tirados
al costado del camino. Nos sentimos también desamparados por nuestras
instituciones desarmadas y desprovistas, o dirigidas al servicio de los
intereses de unos pocos, de afuera y de adentro. Porque «en la sociedad
globalizada, existe un estilo elegante de mirar para otro lado que se practica
recurrentemente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las modas
ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo,
incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y repleto de
eufemismos»[59].
Recomenzar
77. Cada día se
nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo
de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de
corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las
sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra
esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor
de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero
ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de
querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y
condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan
a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando
en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno
y pongámonos al servicio del bien.
78. Es posible
comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el
último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de
Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y hagámonos cargo de
la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque
allí está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las
dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa
para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos,
individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel
hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un
“nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades; recordemos
que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de
ellas».[60] Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos
estériles, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las
pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La
reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros
mismos y a los demás.
79. El samaritano
del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al
servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un
deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y
todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada
mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la
actitud de proximidad del buen samaritano.
El prójimo sin
fronteras
80. Jesús propuso
esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra
“prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más
cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al
que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos
judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo
tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar.
El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a
preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos
nosotros cercanos, prójimos.
81. La propuesta
es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte
del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se
hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas
las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido:
«Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de
lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera.
Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me
siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
82. El problema es
que Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío —habitante de
Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —habitante de
Samaría—. Este detalle tiene una importancia excepcional para reflexionar sobre
un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una región que había
sido contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros,
detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a
naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una
nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside en Siquén» (v.
26).
83. Esto explica
por qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber, respondió
enfáticamente: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una
mujer samaritana?» (Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que pudieran
desacreditar a Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle «endemoniado»
y «samaritano» (Jn 8,48). Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un
samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda
manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a
nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los
prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses
mezquinos.
La interpelación
del forastero
84. Finalmente,
recuerdo que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero y me
recibieron» (Mt 25,35). Jesús podía decir esas palabras porque tenía un corazón
abierto que hacía suyos los dramas de los demás. San Pablo exhortaba:
«Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran» (Rm 12,15).
Cuando el corazón asume esa actitud, es capaz de identificarse con el otro sin
importarle dónde ha nacido o de dónde viene. Al entrar en esta dinámica, en
definitiva experimenta que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).
85. Para los
cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente;
implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf.
Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el
reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios
ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una
dignidad infinita»[61]. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su
sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor
universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos
encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de
toda vida en común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión
sobre esta gran verdad.
86. A veces me
asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto
tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia.
Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos
excusas. Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos
autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y
violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que
son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un
sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente
cuando comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la
predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la
existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la
inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a
todos.
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN
MUNDO ABIERTO
87. Un ser humano
está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar
su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[62]. Ni
siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro
con los otros: «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me
comunico con el otro»[63]. Esto explica por qué nadie puede experimentar el
valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la
verdadera existencia humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo,
comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se
construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario,
no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como
islas: en estas actitudes prevalece la muerte»[64].
Más allá
88. Desde la
intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando
saca a la persona de sí misma hacia el otro[65]. Hechos para el amor, hay en
cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro
un crecimiento de su ser»[66]. Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que
llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo»[67].
89. Pero no puedo
reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia
familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones:
no sólo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo
largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que
esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi
referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los
otros que nos amplían y enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente
queda anulado detrás de intimismos egoístas con apariencia de relaciones
intensas. En cambio, el amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas
más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan completar. La
pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces
de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las
parejas autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el
mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación.
90. Por algo
muchas pequeñas poblaciones que sobrevivían en zonas desérticas desarrollaron
una generosa capacidad de acogida ante los peregrinos que pasaban, y acuñaron
el sagrado deber de la hospitalidad. Lo vivieron también las comunidades
monásticas medievales, como se advierte en la Regla de san Benito. Aunque
pudiera desestructurar el orden y el silencio de los monasterios, Benito
reclamaba que a los pobres y peregrinos se los tratara «con el máximo cuidado y
solicitud»[68]. La hospitalidad es un modo concreto de no privarse de este
desafío y de este don que es el encuentro con la humanidad más allá del propio
grupo. Aquellas personas percibían que todos los valores que podían cultivar
debían estar acompañados por esta capacidad de trascenderse en una apertura a
los otros.
El valor único del
amor
91. Las personas
pueden desarrollar algunas actitudes que presentan como valores morales:
fortaleza, sobriedad, laboriosidad y otras virtudes. Pero para orientar
adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario
considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y
unión hacia otras personas. Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde. De
otro modo, quizás tendremos sólo apariencia de virtudes, que serán incapaces de
construir la vida en común. Por ello decía santo Tomás de Aquino —citando a san
Agustín— que la templanza de una persona avara ni siquiera es virtuosa[69]. San
Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las otras virtudes, sin la
caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos «como Dios los
entiende»[70].
92. La altura
espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es «el criterio
para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida
humana»[71]. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la
imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o
en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos
reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el
amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93. En un intento
de precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace posible con su
gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que centra la
atención en el otro «considerándolo como uno consigo»[72]. La atención afectiva
que se presta al otro, provoca una orientación a buscar su bien gratuitamente. Todo
esto parte de un aprecio, de una valoración, que en definitiva es lo que está
detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es “caro” para mí, es decir, «es
estimado como de alto valor»[73]. Y «del amor por el cual a uno le es grata la
otra persona depende que le dé algo gratis»[74].
94. El amor
implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones
brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso,
digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales. El amor al
otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el
cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que
no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos.
La creciente
apertura del amor
95. El amor nos
pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza
su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente
apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que
integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús
nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96. Esta necesidad
de ir más allá de los propios límites vale también para las distintas regiones
y países. De hecho, «el número cada vez mayor de interdependencias y de
comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta hace más palpable la
conciencia de que todas las naciones de la tierra […] comparten un destino
común. En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias,
sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una comunidad
compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de
los otros»[75].
Sociedades
abiertas que integran a todos
97. Hay periferias
que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia
familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es
geográfico sino existencial. Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo,
de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de
intereses, aunque estén cerca de mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que
sufre, abandonado o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial,
aunque haya nacido en el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los
papeles, pero lo hacen sentir como un extranjero en su propia tierra. El
racismo es un virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula,
pero está siempre al acecho.
98. Quiero
recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en
la sociedad[76]. Muchas personas con discapacidad «sienten que existen sin
pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una
ciudadanía plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen
activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también
fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de
reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible». Igualmente
pienso en «los ancianos, que, también por su discapacidad, a veces se sienten
como una carga». Sin embargo, todos pueden dar «una contribución singular al
bien común a través de su biografía original». Me permito insistir: «Tengan el
valor de dar voz a quienes son discriminados por su discapacidad, porque
desgraciadamente en algunas naciones, todavía hoy, se duda en reconocerlos como
personas de igual dignidad»[77].
Comprensiones
inadecuadas de un amor universal
99. El amor que se
extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad
social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social
dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera
apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien necesita
viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo. Quien mira a
su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías de primera
o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta
manera niega que haya lugar para todos.
100. Tampoco estoy
proponiendo un universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado
por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar,
dominar y expoliar. Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta
a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y
tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización
pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la
riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo»[78]. Ese falso
sueño universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su belleza y
en definitiva su humanidad. Porque «el futuro no es monocromático, sino que es
posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que
cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir
juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos
igualitos»[79].
Trascender un
mundo de socios
101. Retomemos
ahora aquella parábola del buen samaritano que todavía tiene mucho para
proponernos. Había un hombre herido en el camino. Los personajes que pasaban a
su lado no se concentraban en este llamado interior a volverse cercanos, sino
en su función, en el lugar social que ellos ocupaban, en una profesión
relevante en la sociedad. Se sentían importantes para la sociedad del momento y
su urgencia era el rol que les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en
el camino era una molestia para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era
alguien que no cumplía función alguna. Era un nadie, no pertenecía a una
agrupación que se considerara destacable, no tenía función alguna en la
construcción de la historia. Mientras tanto, el samaritano generoso se resistía
a estas clasificaciones cerradas, aunque él mismo quedaba fuera de cualquiera
de estas categorías y era sencillamente un extraño sin un lugar propio en la
sociedad. Así, libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su
viaje, de cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa
del hombre herido que lo necesitaba.
102. ¿Qué reacción
podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y
crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del
resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que
se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa
organización autoprotectora y autorreferencial? En ese esquema queda excluida
la posibilidad de volverse prójimo, y sólo es posible ser prójimo de quien
permita asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde
todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado
por determinados intereses[80].
Libertad, igualdad
y fraternidad
103. La
fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades
individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son
condiciones de posibilidad no bastan para que ella surja como resultado
necesario. La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la
igualdad. ¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una
voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la
fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el
enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es que la libertad
enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para
pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en
absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor.
104. Tampoco la
igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos los seres humanos son
iguales”, sino que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la
fraternidad. Los que únicamente son capaces de ser socios crean mundos
cerrados. ¿Qué sentido puede tener en este esquema esa persona que no pertenece
al círculo de los socios y llega soñando con una vida mejor para sí y para su
familia?
105. El individualismo
no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los
intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la
humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se
vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de
vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las
propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales
pudiéramos construir el bien común.
Amor universal que
promueve a las personas
106. Hay un
reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la
fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una
persona, siempre y en cualquier circunstancia. Si cada uno vale tanto, hay que
decir con claridad y firmeza que «el solo hecho de haber nacido en un lugar con
menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con
menor dignidad»[81]. Este es un principio elemental de la vida social que suele
ser ignorado de distintas maneras por quienes sienten que no aporta a su
cosmovisión o no sirve a sus fines.
107. Todo ser
humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y
ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea
poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no
menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las
circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no
queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de
la humanidad.
108. Hay
sociedades que acogen parcialmente este principio. Aceptan que haya
posibilidades para todos, pero sostienen que a partir de allí todo depende de
cada uno. Desde esa perspectiva parcial no tendría sentido «invertir para que
los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[82].
Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor
eficiencia. Exige un Estado presente y activo, e instituciones de la sociedad
civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de
determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se
orientan en primer lugar a las personas y al bien común.
109. Algunos nacen
en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien
alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no
necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no
cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació
en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de
baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus
enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la
libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la
fraternidad será una expresión romántica más.
110. El hecho es
que «una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales
impiden que muchos puedan acceder realmente a ella […] se convierte en un
discurso contradictorio»[83]. Palabras como libertad, democracia o fraternidad
se vacían de sentido. Porque el hecho es que «mientras nuestro sistema
económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona
descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal»[84].Una sociedad
humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo eficiente y
estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no sólo para
asegurar sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor de sí,
aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia
sea poco destacada.
111. La persona
humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los
vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el
encuentro con otros. Por eso «es necesario prestar atención para no caer en
algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos
humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la
tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos
individuales —estoy tentado de decir individualistas—, que esconde una concepción
de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como
una “mónada” (monás), cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no
está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin
limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de
violencias»[85].
Promover el bien
moral
112. No podemos
dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la
humanidad implican también procurar una maduración de las personas y de las
sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano
integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf.
Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno,
la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para
los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los
valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina semejante:
bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del otro. Es un
fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente,
que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes,
edificantes.
113. En esta
línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho tiempo de
degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la
honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha
servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina
enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses»[86].
Volvamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y
así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Cada sociedad
necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si esto no sucede se
difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la
indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y
clausurada en intereses individuales.
El valor de la
solidaridad
114. Quiero
destacar la solidaridad, que «como virtud moral y actitud social, fruto de la
conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen
responsabilidades educativas y formativas. En primer lugar me dirijo a las
familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas
constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del
amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y
del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la
transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las
madres enseñan a los hijos. Los educadores y los formadores que, en la escuela
o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua
tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que
su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y
sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de
la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. […] Quienes se
dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen
también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación,
especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los
instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido»[87].
115. En estos
momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar
a la solidez[88] que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los
demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el
servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás.
El servicio es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a
los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En
esta tarea cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de
omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio
siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta
en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el
servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a
personas»[89].
116. Los últimos
en general «practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que
sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o
al menos tiene muchas ganas de olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae
bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una mala
palabra, no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho más que
algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de
comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes
por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la
pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la
negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores
efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más
hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos
populares»[90].
117. Cuando
hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo de
conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede
quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la
cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le
permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es
maravillosamente humano! Esta misma actitud es la que se requiere para
reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las
propias fronteras.
Reproponer la
función social de la propiedad
118. El mundo
existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la
misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de
nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o
utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos.
Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada
persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo
integral.
119. En los primeros
siglos de la fe cristiana, varios sabios desarrollaron un sentido universal en
su reflexión sobre el destino común de los bienes creados[91]. Esto llevaba a
pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a
que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan Crisóstomo al decir que «no
compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No
son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»[92]; o también en palabras de
san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les
damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo»[93].
120. Vuelvo a
hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya
contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el
género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a
nadie ni privilegiar a ninguno»[94]. En esta línea recuerdo que «la tradición
cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad
privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad
privada».[95] El principio del uso común de los bienes creados para todos es el
«primer principio de todo el ordenamiento ético-social»[96], es un derecho
natural, originario y prioritario[97]. Todos los demás derechos sobre los
bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de
la propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario,
facilitar su realización», como afirmaba san Pablo VI[98]. El derecho a la
propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario
y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto
tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de
la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se
sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia
práctica.
Derechos sin
fronteras
121. Entonces
nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de
los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores
posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que
esto se cumpla. Así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por
ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia
ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo.
122. El desarrollo
no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que
asegurar «los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,
incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos»[99]. El derecho de
algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los
derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del
respeto al medio ambiente, puesto que «quien se apropia algo es sólo para
administrarlo en bien de todos»[100]-
123. Es verdad que
la actividad de los empresarios «es una noble vocación orientada a producir
riqueza y a mejorar el mundo para todos»[101]. Dios nos promueve, espera que
desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó el universo de
potencialidades. En sus designios cada hombre está llamado a promover su propio
progreso[102], y esto incluye fomentar las capacidades económicas y
tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza. Pero en todo
caso estas capacidades de los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que
orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de
la miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo
diversificadas. Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más
importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada
al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de
todos a su uso[103].
Derechos de los
pueblos
124. La convicción
del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique
también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades. Si lo miramos no
sólo desde la legitimidad de la propiedad privada y de los derechos de los
ciudadanos de una determinada nación, sino también desde el primer principio
del destino común de los bienes, entonces podemos decir que cada país es
asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser
negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar. Porque, como
enseñaron los Obispos de los Estados Unidos, hay derechos fundamentales que
«preceden a cualquier sociedad porque manan de la dignidad otorgada a cada
persona en cuanto creada por Dios»[104].
125. Esto supone
además otra manera de entender las relaciones y el intercambio entre países. Si
toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o
mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha
nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país. También mi nación
es corresponsable de su desarrollo, aunque pueda cumplir esta responsabilidad
de diversas maneras: acogiéndolo de manera generosa cuando lo necesite
imperiosamente, promoviéndolo en su propia tierra, no usufructuando ni vaciando
de recursos naturales a países enteros propiciando sistemas corruptos que
impiden el desarrollo digno de los pueblos. Esto que vale para las naciones se
aplica a las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber graves
inequidades. Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana a veces
lleva a que las regiones más desarrolladas de algunos países sueñen con
liberarse del “lastre” de las regiones más pobres para aumentar todavía más su
nivel de consumo.
126. Hablamos de
una nueva red en las relaciones internacionales, porque no hay modo de resolver
los graves problemas del mundo pensando sólo en formas de ayuda mutua entre
individuos o pequeños grupos. Recordemos que «la inequidad no afecta sólo a
individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las
relaciones internacionales»[105]. Y la justicia exige reconocer y respetar no
sólo los derechos individuales, sino también los derechos sociales y los
derechos de los pueblos[106]. Lo que estamos diciendo implica asegurar «el
derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso»[107], que a
veces se ve fuertemente dificultado por la presión que origina la deuda
externa. El pago de la deuda en muchas ocasiones no sólo no favorece el
desarrollo, sino que lo limita y lo condiciona fuertemente. Si bien se mantiene
el principio de que toda deuda legítimamente adquirida debe ser saldada, el
modo de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los países ricos
no debe llegar a comprometer su subsistencia y su crecimiento.
127. Sin dudas, se
trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras
sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que
brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible
aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un
planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero
camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de
sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y
duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación
al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la
corresponsabilidad entre toda la familia humana»[108].
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO
AL MUNDO ENTERO
128. La afirmación
de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo una
abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de
retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a
desarrollar nuevas reacciones.
El límite de las
fronteras
129. Cuando el prójimo
es una persona migrante se agregan desafíos complejos[109]. Es verdad que lo
ideal sería evitar las migraciones innecesarias y para ello el camino es crear
en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con
dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las condiciones para el
propio desarrollo integral. Pero mientras no haya serios avances en esta línea,
nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar
donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su
familia, sino también realizarse integralmente como persona. Nuestros esfuerzos
ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos:
acoger, proteger, promover e integrar. Porque «no se trata de dejar caer desde
arriba programas de asistencia social sino de recorrer juntos un camino a
través de estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al
tiempo que conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén
abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad
humana»[110].
130. Esto implica
algunas respuestas indispensables, sobre todo frente a los que escapan de
graves crisis humanitarias. Por ejemplo: incrementar y simplificar la concesión
de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir
corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un
alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a
los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el derecho a
tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso
equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la
garantía de lo básico para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento
y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el
acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o de
acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social,
favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para
los procesos integrativos[111].
131. Para quienes
ya hace tiempo que han llegado y participan del tejido social, es importante
aplicar el concepto de “ciudadanía”, que «se basa en la igualdad de derechos y
deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por esta razón, es
necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto de
plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que
trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno
para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos
y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132. Más allá de
las diversas acciones indispensables, los Estados no pueden desarrollar por su
cuenta soluciones adecuadas «ya que las consecuencias de las opciones de cada
uno repercuten inevitablemente sobre toda la Comunidad internacional». Por lo
tanto «las respuestas sólo vendrán como fruto de un trabajo común»[113],
gestando una legislación (governance) global para las migraciones. De cualquier
manera se necesita «establecer planes a medio y largo plazo que no se queden en
la simple respuesta a una emergencia. Deben servir, por una parte, para ayudar
realmente a la integración de los emigrantes en los países de acogida y, al
mismo tiempo, favorecer el desarrollo de los países de proveniencia, con
políticas solidarias, que no sometan las ayudas a estrategias y prácticas
ideológicas ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a las que van
dirigidas»[114].
Las ofrendas
recíprocas
133. La llegada de
personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural distinto, se
convierte en un don, porque «las historias de los migrantes también son historias
de encuentro entre personas y entre culturas: para las comunidades y las
sociedades a las que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de
desarrollo humano integral de todos»[115]. Por esto «pido especialmente a los
jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros
jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como
si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano»[116].
134. Por otra
parte, cuando se acoge de corazón a la persona diferente, se le permite seguir
siendo ella misma, al tiempo que se le da la posibilidad de un nuevo
desarrollo. Las culturas diversas, que han gestado su riqueza a lo largo de
siglos, deben ser preservadas para no empobrecer este mundo. Esto sin dejar de estimularlas
para que pueda brotar algo nuevo de sí mismas en el encuentro con otras
realidades. No se puede ignorar el riesgo de terminar víctimas de una
esclerosis cultural. Para ello «tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir
las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como
oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo
paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades
puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno
en la experiencia de los demás»[117].
135. Retomo
ejemplos que mencioné tiempo atrás: la cultura de los latinos es «un fermento
de valores y posibilidades que puede hacer mucho bien a los Estados Unidos. […]
Una fuerte inmigración siempre termina marcando y transformando la cultura de
un lugar. En la Argentina, la fuerte inmigración italiana ha marcado la cultura
de la sociedad, y en el estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho la
presencia de alrededor de 200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a
integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una
sociedad a crecer»[118].
136. Ampliando la
mirada, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb recordamos que «la relación entre
Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser
sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a
través del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente podría
encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de sus
enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del
materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del Occidente
muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división,
el conflicto y el declive científico, técnico y cultural. Es importante prestar
atención a las diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la cultura y la
civilización oriental; y es importante consolidar los derechos humanos
generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para todos los
hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de políticas de doble
medida»[119].
El fecundo
intercambio
137. La ayuda
mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un país que
progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la
humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos
todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un
lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que
finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la desaparición de
algunas especies, debería obsesionarnos que en cualquier lugar haya personas y
pueblos que no desarrollen su potencial y su belleza propia a causa de la
pobreza o de otros límites estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a
todos.
138. Si esto fue
siempre cierto, hoy lo es más que nunca debido a la realidad de un mundo tan
conectado por la globalización. Necesitamos que un ordenamiento mundial
jurídico, político y económico «incremente y oriente la colaboración
internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos»[120]. Esto
finalmente beneficiará a todo el planeta, porque «la ayuda al desarrollo de los
países pobres» implica «creación de riqueza para todos»[121]. Desde el punto de
vista del desarrollo integral, esto supone que se conceda «también una voz
eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres»[122] y que se
procure «incentivar el acceso al mercado internacional de los países marcados
por la pobreza y el subdesarrollo»[123].
Gratuidad que
acoge
139. No obstante,
no quisiera limitar este planteamiento a alguna forma de utilitarismo. Existe
la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son
buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar
inmediatamente algo a cambio. Esto permite acoger al extranjero, aunque de
momento no traiga un beneficio tangible. Pero hay países que pretenden recibir
sólo a los científicos o a los inversores.
140. Quien no vive
la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está
siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios, en cambio, da
gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir
el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús recomienda: «Cuando tú des
limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha, para que tu
limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Hemos recibido la vida gratis, no hemos
pagado por ella. Entonces todos podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin
exigirle tanto a esa persona que uno ayuda. Es lo que Jesús decía a sus
discípulos: «Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis» (Mt 10,8).
141. La verdadera
calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar
no sólo como país, sino también como familia humana, y esto se prueba
especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en
definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden
desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto
estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece
nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o
inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura
social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro.
Local y universal
142. Cabe recordar
que «entre la globalización y la localización también se produce una tensión.
Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad
cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace
caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en
alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo
abstracto y globalizante […]; otro, que se conviertan en un museo folklórico de
ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de
dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama
fuera de sus límites»[124]. Hay que mirar lo global, que nos rescata de la
mezquindad casera. Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro,
calabozo, lo global nos va rescatando porque es como la causa final que nos
atrae hacia la plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo
local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura, enriquecer,
poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Por lo tanto, la fraternidad
universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos
inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una deformación y a una
polarización dañina.
El sabor local
143. La solución
no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como no hay diálogo con
el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos
sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales. No
me encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado,
porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero. Sólo
es posible acoger al diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado
en mi pueblo con su cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad
su tierra y se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar su
casa para que no se venga abajo, porque no lo harán los vecinos. También el
bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra. De lo
contrario, las consecuencias del desastre de un país terminarán afectando a
todo el planeta. Esto se fundamenta en el sentido positivo que tiene el derecho
de propiedad: cuido y cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser un aporte
al bien de todos.
144. Además, este
es un presupuesto de los intercambios sanos y enriquecedores. El trasfondo de
la experiencia de la vida en un lugar y en una cultura determinada es lo que capacita
a alguien para percibir aspectos de la realidad que quienes no tienen esa
experiencia no son capaces de percibir tan fácilmente. Lo universal no debe ser
el imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural
dominante, que finalmente perderá los colores del poliedro y terminará en el
hastío. Es la tentación que se expresa en el antiguo relato de la torre de
Babel: la construcción de una torre que llegara hasta el cielo no expresaba la
unidad entre distintos pueblos capaces de comunicarse desde su diversidad. Por
el contrario, fue una tentativa engañosa, que surgía del orgullo y de la
ambición humana, de crear una unidad diferente de aquella deseada por Dios en
su plan providencial para las naciones (cf. Gn 11,1-9).
145. Hay una falsa
apertura a lo universal, que procede de la superficialidad vacía de quien no es
capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de quien sobrelleva un
resentimiento no resuelto hacia su pueblo. En todo caso, «siempre hay que
ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos.
Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las
raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de
Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más
amplia. […] No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que
esteriliza»[125], es el poliedro, donde al mismo tiempo que cada uno es
respetado en su valor, «el todo es más que la parte, y también es más que la mera
suma de ellas»[126].
El horizonte
universal
146. Hay
narcisismos localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a su cultura.
Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor al otro,
prefiere crear murallas defensivas para preservarse a sí mismo. Pero no es
posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal,
sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse
enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás
pueblos. Ese localismo se clausura obsesivamente en unas pocas ideas,
costumbres y seguridades, incapaz de admiración frente a la multitud de
posibilidades y de belleza que ofrece el mundo entero, y carente de una
solidaridad auténtica y generosa. Así, la vida local ya no es auténticamente
receptiva, ya no se deja completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus
posibilidades de desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en
realidad toda cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo
que «una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura»[127].
147. Reconozcamos
que una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente y en su corazón,
menos podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación
y el contraste con quien es diferente, es difícil percibirse clara y
completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las demás culturas no son
enemigos de los que hay que preservarse, sino que son reflejos distintos de la
riqueza inagotable de la vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de
referencia del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las
peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y
sus límites. La experiencia que se realiza en un lugar debe ser desarrollada
“en contraste” y “en sintonía” con las experiencias de otros que viven en
contextos culturales diferentes[128].
148. En realidad,
una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con
elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera
repetición, sino que integra las novedades “a su modo”. Esto provoca el
nacimiento de una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la
cultura donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada. Por
ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y sus
culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era «mi intención proponer un
indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma
de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se enriquece
en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un
aislamiento empobrecedor»[129]. El mundo crece y se llena de nueva belleza
gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas, fuera de
toda imposición cultural.
149. Para
estimular una sana relación entre el amor a la patria y la inserción cordial en
la humanidad entera, es bueno recordar que la sociedad mundial no es el
resultado de la suma de los distintos países, sino que es la misma comunión que
existe entre ellos, es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de
todo grupo particular. En ese entrelazamiento de la comunión universal se
integra cada grupo humano y allí encuentra su belleza. Entonces, cada persona
que nace en un contexto determinado se sabe perteneciente a una familia más
grande sin la que no es posible comprenderse en plenitud.
150. Este enfoque,
en definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o
persona puede obtener todo de sí. Los otros son constitutivamente necesarios
para la construcción de una vida plena. La conciencia del límite o de la
parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde la que soñar y
elaborar un proyecto común. Porque «el hombre es el ser fronterizo que no tiene
ninguna frontera»[130].
Desde la propia
región
151. Gracias al
intercambio regional, desde el cual los países más débiles se abren al mundo
entero, es posible que la universalidad no diluya las particularidades. Una
adecuada y auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al
vecino, en una familia de naciones. La integración cultural, económica y política
con los pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso educativo que
promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para
lograr una sana integración universal.
152. En algunos
barrios populares, todavía se vive el espíritu del “vecindario”, donde cada uno
siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos
lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de
cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del
sentido de un “nosotros” barrial[131]. Ojalá pudiera vivirse esto también entre
países cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre sus
pueblos. Pero las visiones individualistas se traducen en las relaciones entre
países. El riesgo de vivir cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como
competidores o enemigos peligrosos, se traslada a la relación con los pueblos
de la región. Quizás fuimos educados en ese miedo y en esa desconfianza.
153. Hay países
poderosos y grandes empresas que sacan rédito de este aislamiento y prefieren
negociar con cada país por separado. Por el contrario, para los países pequeños
o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos
que les permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos
marginales y dependientes de los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional
aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población.
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTCA
154. Para hacer
posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la
fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace
falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio,
desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que
dificultan la marcha hacia un mundo distinto.
Populismos y
liberalismos
155. El desprecio
de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan
demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los
intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad
para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los
más débiles y que respete las diversas culturas.
Popular o
populista
156. En los
últimos años la expresión “populismo” o “populista” ha invadido los medios de
comunicación y el lenguaje en general. Así pierde el valor que podría contener
y se convierte en una de las polaridades de la sociedad dividida. Esto llegó al
punto de pretender clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y
gobiernos a partir de una división binaria: “populista” o “no populista”. Ya no
es posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo
en uno de esos dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para
enaltecerlo en exceso.
157. La pretensión
de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene
otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo. El intento
por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la
misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante,
si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos,
se necesita la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que
articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias.
También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias,
para conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo
grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo.
Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo
“popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se
estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social.
158. Porque existe
un malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística,
si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en
el sentido de que el pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría
mítica […] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas
porque tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el
sentido de pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se
puede explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una
identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo
automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un
proyecto común»[132].
159. Hay líderes
populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y
las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y
conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y
crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del
bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad
de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura
del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal
y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad
exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la
población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles,
en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.
160. Los grupos
populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no
hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo” es abierta.
Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a
nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo,
pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido
por otros, y de ese modo puede evolucionar.
161. Otra
expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se
responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación,
pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los
recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su
esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que «estoy lejos de
proponer un populismo irresponsable»[133]. Por una parte, la superación de la
inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de
cada región y asegurando así una equidad sustentable[134]. Por otra parte, «los
planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse
como respuestas pasajeras»[135].
162. El gran tema
es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo—
es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha
puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la
mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello
insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución
provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre
permitirles una vida digna a través del trabajo»[136]. Por más que cambien los
mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr
que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de
aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que
aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo»[137]. En una
sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la
vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce
para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse
a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el
perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo.
Valores y límites
de las visiones liberales
163. La categoría
de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y
culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas,
donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten.
Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En
ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan
los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la
categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin
embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo
ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o
desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la
sociedad civil[138].
164. La caridad
reúne ambas dimensiones —la mítica y la institucional— puesto que implica una
marcha eficaz de transformación de la historia que exige incorporarlo
principalmente todo: las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia,
los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos
administrativos. Porque «no hay de hecho vida privada si no es protegida por un
orden público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la
legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con
la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo,
los intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía
política»[139].
165. La verdadera
caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si debe expresarse en
el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana o a un
hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las
instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de
generar. Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de la existencia de
una posada que le permitiera resolver lo que él solo en ese momento no estaba
en condiciones de asegurar. El amor al prójimo es realista y no desperdicia
nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a
los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda o
pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos
ineficaces que sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los
abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace
ver que es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino
al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver
los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países
pobres. Esto a su vez implica que no hay una sola salida posible, una única
metodología aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente
por todos, y supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos
diferentes.
166. Todo esto
podría estar colgado de alfileres, si perdemos la capacidad de advertir la
necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los
estilos de vida. Es lo que ocurre cuando la propaganda política, los medios y
los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura
individualista e ingenua ante los intereses económicos desenfrenados y la
organización de las sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado
poder. Por eso, mi crítica al paradigma tecnocrático no significa que sólo
intentando controlar sus excesos podremos estar asegurados, porque el mayor
peligro no reside en las cosas, en las realidades materiales, en las
organizaciones, sino en el modo como las personas las utilizan. El asunto es la
fragilidad humana, la tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de
aquello que la tradición cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del
ser humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus
intereses mezquinos. Esa concupiscencia no es un defecto de esta época. Existió
desde que el hombre es hombre y simplemente se transforma, adquiere diversas
modalidades en cada siglo, y finalmente utiliza los instrumentos que el momento
histórico pone a su disposición. Pero es posible dominarla con la ayuda de
Dios.
167. La tarea
educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida
humana más integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a
las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione
ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos,
tecnológicos, políticos o mediáticos. Hay visiones liberales que ignoran este
factor de la fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a un
determinado orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la solución de
todos los problemas.
168. El mercado
solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe
neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre
las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El
neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o
“goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales.
No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente
de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es
imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que
favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que
sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La
especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue
causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de
confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función
económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado»[141]. El fin de la
historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante
mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a
las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado
y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado
de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y
que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que
necesitamos»[142].
169. En ciertas
visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por
ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores
precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces
ya establecidos. En realidad, estos gestan variadas formas de economía popular
y de producción comunitaria. Hace falta pensar en la participación social,
política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares y
anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese
torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la
construcción del destino común» y a su vez es bueno promover que «estos
movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el
subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan
encontrando»[143]. Pero sin traicionar su estilo característico, porque ellos
«son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen
millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una
poesía»[144]. En este sentido son “poetas sociales”, que trabajan, proponen,
promueven y liberan a su modo. Con ellos será posible un desarrollo humano
integral, que implica superar «esa idea de las políticas sociales concebidas
como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los
pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos»[145].
Aunque molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay
que tener la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se
convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la
dignidad, en la construcción de su destino»[146].
El poder
internacional
170. Me permito
repetir que «la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el
desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una
nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza
ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios
obsoletos que siguen rigiendo al mundo»[147]. Es más, parece que las verdaderas
estrategias que se desarrollaron posteriormente en el mundo se orientaron a más
individualismo, a más desintegración, a más libertad para los verdaderos
poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes.
171. Quisiera
insistir en que «dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de
justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar
omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de
las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución
fáctica del poder —sea, sobre todo, político, económico, de defensa,
tecnológico— entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema
jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación
del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos
derechos, y —a la vez— grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal
ejercicio del poder»[148].
172. El siglo XXI
«es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre
todo porque la dimensión económico-financiera, de características
transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se
vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes
y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por
acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para
sancionar»[149]. Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad
mundial regulada por el derecho[150] no necesariamente debe pensarse en una
autoridad personal. Sin embargo, al menos debería incluir la gestación de
organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el
bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa
cierta de los derechos humanos elementales.
173. En esta
línea, recuerdo que es necesaria una reforma «tanto de la Organización de las
Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional,
para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones»[151].
Sin duda esto supone límites jurídicos precisos que eviten que se trate de una
autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones
culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles
a causa de diferencias ideológicas. Porque «la Comunidad Internacional es una
comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros,
sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia»[152].
Pero «la labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo
y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el
desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia
es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal.
[…] Hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable
recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la
Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental»[153]. Es
necesario evitar que esta Organización sea deslegitimizada, porque sus
problemas o deficiencias pueden ser afrontados y resueltos conjuntamente.
174. Hacen falta
valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos
comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas.
Para que esto sea realmente útil, se debe sostener «la exigencia de mantener
los acuerdos suscritos —pacta sunt servanda—»[154], de manera que se evite «la
tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del
derecho».[155] Esto requiere fortalecer «los instrumentos normativos para la
solución pacífica de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su
obligatoriedad»[156]. Entre estos instrumentos normativos, deben ser
favorecidos los acuerdos multilaterales entre los Estados, porque garantizan
mejor que los acuerdos bilaterales el cuidado de un bien común realmente
universal y la protección de los Estados más débiles.
175. Gracias a
Dios tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a paliar
las debilidades de la Comunidad internacional, su falta de coordinación en
situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos humanos
fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una
expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza la
participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor rango,
las que complementan la acción del Estado. Muchas veces desarrollan esfuerzos
admirables pensando en el bien común y algunos de sus miembros llegan a
realizar gestos verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza todavía
es capaz nuestra humanidad.
Una caridad social
y política
176. Para muchos
la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este
hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos
políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla
por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el
mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad
universal y la paz social sin una buena política?[157]
La política que se
necesita
177. Me permito
volver a insistir que «la política no debe someterse a la economía y esta no
debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la
tecnocracia»[158]. Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la
corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia, «no se puede
justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra
lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual»[159]. Al contrario,
«necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un
replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos
aspectos de la crisis»[160]. Pienso en «una sana política, capaz de reformar
las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan
superar presiones e inercias viciosas»[161]. No se puede pedir esto a la
economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado.
178. Ante tantas
formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que «la grandeza
política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes
principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le
cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación»[162] y más aún en un
proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los que vendrán
no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica,
porque, como enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra «es un préstamo que
cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente»[163].
179. La sociedad
mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o
soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con
replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política
podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más
variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político,
social, cultural y popular que busque el bien común puede «abrir camino a
oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su
sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos»[164].
El amor político
180. Reconocer a
cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que
integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para
encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier
empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque
un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros
para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra
en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política»[165]. Se trata de
avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social[166]. Una
vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es
una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien
común»[167].
181. Todos los
compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia «provienen de la caridad
que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt
22,36-40)»[168]. Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos
de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las
acciones que procuran construir un mundo mejor»[169]. Por esa razón, el amor no
sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en «las
macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»[170].
182. Esta caridad
política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad
individualista: «La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a
buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo
individualmente, sino también en la dimensión social que las une»[171]. Cada
uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no
hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona
son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a
individuos, fácilmente dominables por poderes que miran a intereses espurios.
La buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos
niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la
globalización para evitar sus efectos disgregantes.
Amor efectivo
183. A partir del
«amor social»[172] es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que
todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal,
puede construir un mundo nuevo[173], porque no es un sentimiento estéril, sino
la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor
social es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas
del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras,
organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos»[174].
184. La caridad
está en el corazón de toda vida social sana y abierta. Sin embargo, hoy «se
afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las
responsabilidades morales»[175]. Es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si
es que está unida al compromiso con la verdad, de manera que no sea «presa
fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos»[176].
Precisamente su relación con la verdad facilita a la caridad su universalismo y
así evita ser «relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado»[177]. De
otro modo, será «excluida de los proyectos y procesos para construir un
desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad»[178].
Sin la verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y sociales.
Por eso la apertura a la verdad protege a la caridad de una falsa fe que se
queda sin «su horizonte humano y universal»[179].
185. La caridad
necesita la luz de la verdad que constantemente buscamos y «esta luz es
simultáneamente la de la razón y la de la fe»[180], sin relativismos. Esto
supone también el desarrollo de las ciencias y su aporte insustituible para
encontrar los caminos concretos y más seguros para obtener los resultados que
se esperan. Porque cuando está en juego el bien de los demás no bastan las
buenas intenciones, sino lograr efectivamente lo que ellos y sus naciones
necesitan para realizarse.
La actividad del
amor político
186. Hay un
llamado amor “elícito”, que son los actos que proceden directamente de la
virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor
“imperado”: aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más
sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias[181]. De ahí que sea
«un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y
estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la
miseria»[182]. Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es
caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona,
para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien
ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le
construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con
comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo
de la caridad que ennoblece su acción política.
Los desvelos del
amor
187. Esta caridad,
corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los
últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor[183].
Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le
lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados
en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por
lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del
verdadero espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son
diferentes a los de un pragmatismo sin alma. Por ejemplo, «no se puede abordar
el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente
tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué
triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la
pasividad»[184]. Lo que se necesita es que haya diversos cauces de expresión y
de participación social. La educación está al servicio de ese camino para que
cada ser humano pueda ser artífice de su destino. Aquí muestra su valor el
principio de subsidiariedad, inseparable del principio de solidaridad.
188. Esto provoca
la urgencia de resolver todo lo que atenta contra los derechos humanos
fundamentales. Los políticos están llamados a «preocuparse de la fragilidad, de
la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere
decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista
y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte”. […]
Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y
angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad»[185]. Así ciertamente se
genera una actividad intensa, porque «hay que hacer lo que sea para
salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana»[186]. El político es
un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y
pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un
político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por
no resolver efectivamente «el fenómeno de la exclusión social y económica, con
sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y
tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo,
incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen
internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de
vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en
un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias.
Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha
contra todos estos flagelos»[187]. Esto se hace aprovechando con inteligencia
los grandes recursos del desarrollo tecnológico.
189. Todavía
estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos. Por eso
la política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e
imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque «cuando la
especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como
a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra
parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero
escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho
inalienable»[188]. Mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones
semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos
que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su
salud. Junto con estas necesidades elementales insatisfechas, la trata de
personas es otra vergüenza para la humanidad que la política internacional no
debería seguir tolerando, más allá de los discursos y las buenas intenciones.
Son mínimos impostergables.
Amor que integra y
reúne
190. La caridad
política se expresa también en la apertura a todos. Principalmente aquel a
quien le toca gobernar, está llamado a renuncias que hagan posible el
encuentro, y busca la confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el
punto de vista del otro facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias
y paciencia un gobernante puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos
encuentran un lugar. En esto no funcionan las negociaciones de tipo económico.
Es algo más, es un intercambio de ofrendas en favor del bien común. Parece una
utopía ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo.
191. Mientras
vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas daña las relaciones entre
personas, grupos y pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el valor del respeto,
el amor capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo
ser humano sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun
sus pecados. Mientras en la sociedad actual proliferan los fanatismos, las
lógicas cerradas y la fragmentación social y cultural, un buen político da el
primer paso para que resuenen las distintas voces. Es cierto que las
diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos
fagocitemos culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento
de realidad.
192. En este
contexto, quiero recordar que, junto con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, pedimos
«a los artífices de la política internacional y de la economía mundial,
comprometerse seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la
convivencia y de la paz; intervenir lo antes posible para parar el
derramamiento de sangre inocente»[189]. Y cuando una determinada política
siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien del propio
país, es necesario preocuparse, reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente
el rumbo.
Más fecundidad que
éxitos
193. Al mismo
tiempo que desarrolla esta actividad incansable, todo político también es un
ser humano. Está llamado a vivir el amor en sus relaciones interpersonales
cotidianas. Es una persona, y necesita advertir que «el mundo moderno, por su
misma perfección técnica tiende a racionalizar, cada día más, la satisfacción
de los deseos humanos, clasificados y repartidos entre diversos servicios. Cada
vez menos se llama a un hombre por su nombre propio, cada vez menos se tratará
como persona a este ser, único en el mundo, que tiene su propio corazón, sus
sufrimientos, sus problemas, sus alegrías y su propia familia. Sólo se
conocerán sus enfermedades para curarlas, su falta de dinero para
proporcionárselo, su necesidad de casa para alojarlo, su deseo de esparcimiento
y de distracciones para organizárselas». Pero «amar al más insignificante de
los seres humanos como a un hermano, como si no hubiera más que él en el mundo,
no es perder el tiempo»[190].
194. También en la
política hay lugar para amar con ternura. «¿Qué es la ternura? Es el amor que
se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a
los ojos, a los oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que han
recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes»[191]. En medio de
la actividad política, «los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben
enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón. Sí, ellos
son nuestros hermanos y como tales tenemos que amarlos y tratarlos»[192].
195. Esto nos
ayuda a reconocer que no siempre se trata de lograr grandes éxitos, que a veces
no son posibles. En la actividad política hay que recordar que «más allá de
toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y
nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor,
eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y
alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de
rostros y de nombres!»[193]. Los grandes objetivos soñados en las estrategias
se logran parcialmente. Más allá de esto, quien ama y ha dejado de entender la
política como una mera búsqueda de poder «tiene la seguridad de que no se
pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus
preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios,
no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa
paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida»[194].
196. Por otra
parte, una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán
recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien
que se siembra. La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las
reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Por eso «la
auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los
protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y
cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas
energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales»[195].
197. Vista de esta
manera, la política es más noble que la apariencia, que el marketing, que
distintas formas de maquillaje mediático. Todo eso lo único que logra sembrar
es división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un
proyecto común. Pensando en el futuro, algunos días las preguntas tienen que
ser: “¿Para qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. Porque, después de
unos años, reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: “¿Cuántos
me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”.
Las preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en
qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos
reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué
provoqué en el lugar que se me encomendó?”.
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD
SOCIAL
198. Acercarse,
expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar
puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para
encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir
para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo
paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a
comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los
desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir
mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta.
El diálogo social
hacia una nueva cultura
199. Algunos
tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la
enfrentan con violencia destructiva, pero «entre la indiferencia egoísta y la
protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre
las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la
capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece
cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la
cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la
cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de
comunicación»[196].
200. Se suele
confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones
en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no
siempre confiable. Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás
imponiéndose a la atención de los demás por sus tonos altos o agresivos. Pero
los monólogos no comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos
frecuentemente son oportunistas y contradictorios.
201. La resonante
difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las
posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno mantenga intocables y
sin matices sus ideas, intereses y opciones con la excusa de los errores
ajenos. Prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario,
aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y
respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora. Lo peor es que
este lenguaje, habitual en el contexto mediático de una campaña política, se ha
generalizado de tal manera que todos lo utilizan cotidianamente. El debate
frecuentemente es manoseado por determinados intereses que tienen mayor poder,
procurando deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor. No me
refiero solamente al gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser
económico, político, mediático, religioso o de cualquier género. A veces se lo
justifica o excusa cuando su dinámica responde a los propios intereses
económicos o ideológicos, pero tarde o temprano se vuelve en contra de esos
mismos intereses.
202. La falta de
diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el
bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en
el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar. Así las conversaciones
se convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda rasguñar todo el
poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta que genere
bien común. Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica
enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más
allá de las conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén
gestando silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad.
Construir en común
203. El auténtico
diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro
aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses
legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable
que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más
completo todavía. Es cierto que cuando una persona o un grupo es coherente con
lo que piensa, adhiere firmemente a valores y convicciones, y desarrolla un
pensamiento, eso de un modo o de otro beneficiará a la sociedad. Pero esto sólo
ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se realice en diálogo y
apertura a los otros. Porque «en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la
capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no
pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros,
no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de
contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos»[197]. La discusión pública,
si verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni esconde información, es
un permanente estímulo que permite alcanzar más adecuadamente la verdad, o al
menos expresarla mejor. Impide que los diversos sectores se instalen cómodos y
autosuficientes en su modo de ver las cosas y en sus intereses limitados.
Pensemos que «las diferencias son creativas, crean tensión y en la resolución
de una tensión está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la
convicción de que, además de los desarrollos científicos especializados, es
necesaria la comunicación entre disciplinas, puesto que la realidad es una,
aunque pueda ser abordada desde distintas perspectivas y con diferentes
metodologías. No se debe soslayar el riesgo de que un avance científico sea
considerado el único abordaje posible para comprender algún aspecto de la vida,
de la sociedad y del mundo. En cambio, un investigador que avanza con
eficiencia en su análisis, e igualmente está dispuesto a reconocer otras
dimensiones de la realidad que él investiga, gracias al trabajo de otras
ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad de manera más íntegra y
plena.
205. En este mundo
globalizado «los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más
cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad
de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por
una vida más digna para todos. […] Pueden ayudarnos en esta tarea,
especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado
niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet puede ofrecer mayores
posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno,
es un don de Dios»[199]. Pero es necesario verificar constantemente que las
actuales formas de comunicación nos orienten efectivamente al encuentro
generoso, a la búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a la
cercanía con los últimos, a la tarea de construir el bien común. Al mismo
tiempo, como enseñaron los Obispos de Australia, «no podemos aceptar un mundo
digital diseñado para explotar nuestra debilidad y sacar afuera lo peor de la
gente»[200].
El fundamento de
los consensos
206. El
relativismo no es la solución. Envuelto detrás de una supuesta tolerancia,
termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los
poderosos según las conveniencias del momento. Si en definitiva «no hay
verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los
propios proyectos y de las necesidades inmediatas […] no podemos pensar que los
proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes. […] Cuando es la
cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos
principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como
imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar»[201].
207. ¿Es posible
prestar atención a la verdad, buscar la verdad que responde a nuestra realidad
más honda? ¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada tras un largo camino de
reflexión y de sabiduría, de que cada ser humano es sagrado e inviolable? Para
que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto
hacia la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos. Entonces no se evitará
matar a alguien sólo para evitar el escarnio social y el peso de la ley, sino
por convicción. Es una verdad irrenunciable que reconocemos con la razón y
aceptamos con la conciencia. Una sociedad es noble y respetable también por su
cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más
fundamentales.
208. Hay que
acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y
ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Lo que llamamos
“verdad” no es sólo la difusión de hechos que realiza el periodismo. Es ante
todo la búsqueda de los fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras
opciones y también de nuestras leyes. Esto supone aceptar que la inteligencia
humana puede ir más allá de las conveniencias del momento y captar algunas
verdades que no cambian, que eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre.
Indagando la naturaleza humana, la razón descubre valores que son universales,
porque derivan de ella.
209. De otro modo,
¿no podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales, hoy
considerados infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego de
haber logrado el “consenso” de una población adormecida y amedrentada? Tampoco
sería suficiente un mero consenso entre los distintos pueblos, igualmente
manipulable. Ya tenemos pruebas de sobra de todo el bien que somos capaces de
realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer la capacidad de
destrucción que hay en nosotros. El individualismo indiferente y despiadado en
el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los
valores más altos, que vayan más allá de las necesidades circunstanciales? Al
relativismo se suma el riesgo de que el poderoso o el más hábil termine
imponiendo una supuesta verdad. En cambio, «ante las normas morales que
prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay
ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables
de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente
iguales»[202].
210. Lo que nos
ocurre hoy, y nos arrastra en una lógica perversa y vacía, es que hay una
asimilación de la ética y de la política a la física. No existen el bien y el
mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas. El
desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia que el derecho no puede
referirse a una concepción fundamental de justicia, sino que se convierte en el
espejo de las ideas dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando
hacia abajo” por medio de un consenso superficial y negociador. Así, en
definitiva, la lógica de la fuerza triunfa.
El consenso y la
verdad
211. En una
sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a
reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más
allá del consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita ser
enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de
perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no
excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales
que deben y deberán ser siempre sostenidas. Aceptar que hay algunos valores
permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y
estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido
gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá
de todo consenso, los reconocemos como valores trascendentes a nuestros
contextos y nunca negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su
significado y alcance —y en ese sentido el consenso es algo dinámico—, pero en
sí mismos son apreciados como estables por su sentido intrínseco.
212. Si algo es
siempre conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad, ¿no es porque
detrás de eso hay una verdad permanente, que la inteligencia puede captar? En
la realidad misma del ser humano y de la sociedad, en su naturaleza íntima, hay
una serie de estructuras básicas que sostienen su desarrollo y su
supervivencia. De allí se derivan determinadas exigencias que pueden ser
descubiertas gracias al diálogo, si bien no son estrictamente fabricadas por el
consenso. El hecho de que ciertas normas sean indispensables para la misma vida
social es un indicio externo de que son algo bueno en sí mismo. Por
consiguiente, no es necesario contraponer la conveniencia social, el consenso y
la realidad de una verdad objetiva. Estas tres pueden unirse armoniosamente
cuando, a través del diálogo, las personas se atreven a llegar hasta el fondo
de una cuestión.
213. Si hay que
respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos
o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un
valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se
les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es
una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio
cultural. Por eso el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier
época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a
negar esta convicción o a no obrar en consecuencia. La inteligencia puede
entonces escrutar en la realidad de las cosas, a través de la reflexión, de la
experiencia y del diálogo, para reconocer en esa realidad que la trasciende la
base de ciertas exigencias morales universales.
214. A los
agnósticos, este fundamento podrá parecerles suficiente para otorgar una firme
y estable validez universal a los principios éticos básicos y no negociables,
que pueda impedir nuevas catástrofes. Para los creyentes, esa naturaleza
humana, fuente de principios éticos, ha sido creada por Dios, quien, en
definitiva, otorga un fundamento sólido a esos principios[203]. Esto no
establece un fijismo ético ni da lugar a la imposición de algún sistema moral,
puesto que los principios morales elementales y universalmente válidos pueden
dar lugar a diversas normativas prácticas. Por eso deja siempre un lugar para
el diálogo.
Una nueva cultura
215. «La vida es
el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida»[204].
Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya
más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a
conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos
formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la
parte»[205]. El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto
implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo,
nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las
periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad
que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones
más definitorias.
El encuentro hecho
cultura
216. La palabra
“cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más
entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una “cultura” en el pueblo,
eso es más que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y
finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces,
hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona
intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar
algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida.
El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar
al resto con recursos profesionales y mediáticos.
217. La paz social
es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las
diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería
superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga.
Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía
de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros,
porque «aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen
algo que aportar que no debe perderse»[206]. Tampoco consiste en una paz que
surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que
no es «un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría
feliz»[207]. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que
construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros
hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!
El gusto de
reconocer al otro
218. Esto implica
el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A
partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un
pacto social. Sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de buscar que el otro
pierda todo significado, que se vuelva irrelevante, que no se le reconozca
algún valor en la sociedad. Detrás del rechazo de determinadas formas visibles
de violencia, suele esconderse otra violencia más solapada: la de quienes
desprecian al diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican de algún
modo los propios intereses.
219. Cuando un
sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como
si los pobres no existieran, eso en algún momento tiene sus consecuencias.
Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca
alguna forma de violencia, muchas veces inesperada. Los sueños de la libertad,
la igualdad y la fraternidad pueden quedar en el nivel de las meras
formalidades, porque no son efectivamente para todos. Por lo tanto, no se trata
solamente de buscar un encuentro entre los que detentan diversas formas de
poder económico, político o académico. Un encuentro social real pone en
verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de
la población. Con frecuencia las buenas propuestas no son asumidas por los
sectores más empobrecidos porque se presentan con un ropaje cultural que no es
el de ellos y con el que no pueden sentirse identificados. Por consiguiente, un
pacto social realista e inclusivo debe ser también un “pacto cultural”, que
respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que
coexisten en la sociedad.
220. Por ejemplo,
los pueblos originarios no están en contra del progreso, si bien tienen una
idea de progreso diferente, muchas veces más humanista que la de la cultura
moderna de los desarrollados. No es una cultura orientada al beneficio de los
que tienen poder, de los que necesitan crear una especie de paraíso eterno en
la tierra. La intolerancia y el desprecio ante las culturas populares indígenas
es una verdadera forma de violencia, propia de los “eticistas” sin bondad que
viven juzgando a los demás. Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es
posible si no se realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de
los pobres. Un pacto cultural supone renunciar a entender la identidad de un
lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad ofreciéndole caminos
de promoción y de integración social.
221. Este pacto
también implica aceptar la posibilidad de ceder algo por el bien común. Ninguno
podrá tener toda la verdad ni satisfacer la totalidad de sus deseos, porque esa
pretensión llevaría a querer destruir al otro negándole sus derechos. La
búsqueda de una falsa tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante,
de quien cree que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro
también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el auténtico
reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que significa
colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos
de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.
Recuperar la
amabilidad
222. El
individualismo consumista provoca mucho atropello. Los demás se convierten en
meros obstáculos para la propia tranquilidad placentera. Entonces se los
termina tratando como molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega
a niveles exasperantes en épocas de crisis, en situaciones catastróficas, en
momentos difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien
pueda”. Sin embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad.
Hay personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la
oscuridad.
223. San Pablo
mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga
5,22), que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino
afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad
ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando
cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de
tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el
trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento
de aliviar el peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que
reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de
«palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian»[208].
224. La amabilidad
es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de
la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que
ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber
ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a
decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro
de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para
prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que
estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta
indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia
sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la
amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto
que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad
transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo
de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre
caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.
Capítulo séptimo
CAMINOS DE
REENCUENTRO
225. En muchos
lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las
heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de
sanación y de reencuentro con ingenio y audacia.
Recomenzar desde
la verdad
226. Reencuentro
no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos
hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han transformado. Además, ya
no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos,
para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad. Los que han
estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les
hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el
pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o
proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el
esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una
nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que «el proceso de paz es
un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la
verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso
a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza»[209]. Como dijeron
los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se repite, «los acuerdos
de paz en los papeles nunca serán suficientes. Será necesario ir más lejos,
integrando la exigencia de verdad sobre los orígenes de esta crisis recurrente.
El pueblo tiene el derecho de saber qué pasó»[210].
227. En efecto,
«la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia.
Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada
una de ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no debe, de
hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón.
Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con
sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de
edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las
mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia cometida contra
un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta
nos disminuye como personas. […] La violencia engendra violencia, el odio
engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se
presenta como ineludible»[211].
La arquitectura y
la artesanía de la paz
228. El camino
hacia la paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar
juntos. Puede unir a muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan.
Frente a un determinado objetivo común, se podrán aportar diferentes propuestas
técnicas, distintas experiencias, y trabajar por el bien común. Es necesario
tratar de identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad para
aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de
resolverlas. El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la
posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte,
algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal.
Porque «nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino
que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él»[212], promesa
que deja siempre un resquicio de esperanza.
229. Como
enseñaron los Obispos de Sudáfrica, la verdadera reconciliación se alcanza de
manera proactiva, «formando una nueva sociedad basada en el servicio a los
demás, más que en el deseo de dominar; una sociedad basada en compartir con
otros lo que uno posee, más que en la lucha egoísta de cada uno por la mayor
riqueza posible; una sociedad en la que el valor de estar juntos como seres
humanos es definitivamente más importante que cualquier grupo menor, sea este
la familia, la nación, la raza o la cultura»[213]. Los Obispos de Corea del Sur
señalaron que una verdadera paz «sólo puede lograrse cuando luchamos por la
justicia a través del diálogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo
mutuo»[214].
230. El esfuerzo
duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno, supone
que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia. Porque
«nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente
verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son
de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave,
aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor
es de todos. […] En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos
trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo
sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo
familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y
las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si
pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos
ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería.
¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos
involucra, no nos mete, no nos compromete?»[215].
231. Muchas veces
es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero
los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales
obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con
su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en
escritorios o despachos. Entonces «cada uno juega un papel fundamental en un
único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una
página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación»[216]. Hay una
“arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas instituciones de la
sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía” de la
paz que nos involucra a todos. A partir de diversos procesos de paz que se
desarrollaron en distintos lugares del mundo «hemos aprendido que estos caminos
de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía
entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No
se alcanzan con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre
grupos políticos o económicos de buena voluntad. […] Además, siempre es rico
incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en
muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las
comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva»[217].
232. No hay punto
final en la construcción de la paz social de un país, sino que es «una tarea
que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no
decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los
obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la
convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del
encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y
económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien
común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda
de intereses sólo particulares y a corto plazo»[218]. Las manifestaciones
públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan a encontrar caminos de
salida. Sobre todo porque, como bien han señalado los Obispos de Colombia,
cuando se alientan «movilizaciones ciudadanas no siempre aparecen claros sus
orígenes y objetivos, hay ciertas formas de manipulación política y se han
percibido apropiaciones a favor de intereses particulares»[219].
Sobre todo con los
últimos
233. La procura de
la amistad social no implica solamente el acercamiento entre grupos sociales
distanciados a partir de algún período conflictivo de la historia, sino también
la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables.
La paz «no sólo es ausencia de guerra sino el compromiso incansable
—especialmente de aquellos que ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad—
de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces
olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los
principales protagonistas del destino de su nación»[220].
234.
Frecuentemente se ha ofendido a los últimos de la sociedad con generalizaciones
injustas. Si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes
que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas
reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de
inclusión social. Como enseñaron los Obispos latinoamericanos, «sólo la
cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de
los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La
opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres»[221].
235. Quienes pretenden
pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un
desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, «sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo
de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad
—local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no
habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan
asegurar indefinidamente la tranquilidad»[222]. Si hay que volver a empezar,
siempre será desde los últimos.
El valor y el
sentido del perdón
236. Algunos
prefieren no hablar de reconciliación porque entienden que el conflicto, la
violencia y las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad.
De hecho, en cualquier grupo humano hay luchas de poder más o menos sutiles
entre distintos sectores. Otros sostienen que dar lugar al perdón es ceder el
propio espacio para que otros dominen la situación. Por eso, consideran que es
mejor mantener un juego de poder que permita sostener un equilibrio de fuerzas
entre los distintos grupos. Otros creen que la reconciliación es cosa de
débiles, que no son capaces de un diálogo hasta el fondo, y por eso optan por
escapar de los problemas disimulando las injusticias. Incapaces de enfrentar
los problemas, eligen una paz aparente.
El conflicto
inevitable
237. El perdón y
la reconciliación son temas fuertemente acentuados en el cristianismo y, de
diversas formas, en otras religiones. El riesgo está en no comprender
adecuadamente las convicciones creyentes y presentarlas de tal modo que
terminen alimentando el fatalismo, la inercia o la injusticia, o por otro lado
la intolerancia y la violencia.
238. Jesucristo
nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia. Él mismo condenaba
abiertamente el uso de la fuerza para imponerse a los demás: «Ustedes saben que
los jefes de las naciones las someten y los poderosos las dominan. Entre
ustedes no debe ser así» (Mt 20,25-26). Por otra parte, el Evangelio pide
perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) y pone el ejemplo del servidor
despiadado, que fue perdonado pero él a su vez no fue capaz de perdonar a otros
(cf. Mt 18,23-35).
239. Si leemos
otros textos del Nuevo Testamento, podemos advertir que de hecho las
comunidades primitivas, inmersas en un mundo pagano desbordado de corrupción y
desviaciones, vivían un sentido de paciencia, tolerancia, comprensión. Algunos
textos son muy claros al respecto: se invita a reprender a los adversarios con
dulzura (cf. 2 Tm 2,25). O se exhorta: «Que no injurien a nadie ni sean
agresivos, sino amables, demostrando una gran humildad con todo el mundo.
Porque nosotros también antes […] éramos detestables» (Tt 3,2-3). El libro de
los Hechos de los Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos por algunas
autoridades, «gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33;
5,13).
240. Sin embargo,
cuando reflexionamos acerca del perdón, de la paz y de la concordia social, nos
encontramos con una expresión de Jesucristo que nos sorprende: «No piensen que
vine a traer paz a la tierra. ¡No vine a traer paz, sino espada! Vine a
enfrentar al hijo contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra
su suegra y así, los enemigos de cada uno serán los de su familia» (Mt
10,34-36). Es importante situarla en el contexto del capítulo donde está
inserta. Allí queda claro que el tema del que se está hablando es el de la
fidelidad a la propia opción, sin avergonzarse, aunque eso acarree
contrariedades, y aunque los seres queridos se opongan a dicha opción. Por lo
tanto, dichas palabras no invitan a buscar conflictos, sino simplemente a
soportar el conflicto inevitable, para que el respeto humano no lleve a faltar
a la fidelidad en pos de una supuesta paz familiar o social. San Juan Pablo II
ha dicho que la Iglesia «no pretende condenar todas y cada una de las formas de
conflictividad social. La Iglesia sabe muy bien que, a lo largo de la historia,
surgen inevitablemente los conflictos de intereses entre diversos grupos
sociales y que frente a ellos el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con
coherencia y decisión»[223].
Las luchas
legítimas y el perdón
241. No se trata
de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso
corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos
llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir
que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable.
Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir,
es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano.
Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la
de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la
injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia
precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad
que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie
me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o
cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que
lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la reclama.
242. La clave está
en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de
nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata
una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se reconcilia con la
vida de esa manera. La verdad es que «ninguna familia, ningún grupo de vecinos
o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y
tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y
unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos
hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente
legales»[224]. Así no se gana nada y a la larga se pierde todo.
243. Es cierto que
«no es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y
desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo se puede conseguir venciendo el
mal con el bien (cf. Rm 12,21) y mediante el cultivo de las virtudes que favorecen
la reconciliación, la solidaridad y la paz»[225]. De ese modo, «quien cultiva
la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría
profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. Incluso
ante las ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza,
capaz de renunciar a la venganza»[226]. Es necesario reconocer en la propia
vida que «también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o
mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que sólo me
hará daño, es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón,
que hay que apagar para que no se convierta en un incendio»[227].
La verdadera
superación
244. Cuando los
conflictos no se resuelven sino que se esconden o se entierran en el pasado,
hay silencios que pueden significar volverse cómplices de graves errores y
pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se
logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación
transparente, sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores «siempre que
se abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en una
honesta discusión, fundada en el amor a la justicia»[228].
245. Reiteradas
veces propuse «un principio que es indispensable para construir la amistad
social: la unidad es superior al conflicto. […] No es apostar por un
sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un
plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades
en pugna»[229]. Sabemos bien que «cada vez que las personas y las comunidades
aprendemos a apuntar más alto de nosotros mismos y de nuestros intereses
particulares, la comprensión y el compromiso mutuo se transforman […] en un
ámbito donde los conflictos, las tensiones e incluso los que se podrían haber
considerado opuestos en el pasado, pueden alcanzar una unidad multiforme que
engendra nueva vida»[230].
La memoria
246. A quien
sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de
“perdón social”. La reconciliación es un hecho personal, y nadie puede
imponerla al conjunto de una sociedad, aun cuando deba promoverla. En el ámbito
estrictamente personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede
renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46), aunque la sociedad y su
justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar una
“reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir
las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de
perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de
algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es
humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se
debe proponer es el olvido.
247. La Shoah no
debe ser olvidada. Es el «símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del
hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad
fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del
pueblo al que pertenezca o la religión que profese»[231]. Al recordarla, no
puedo menos que repetir esta oración: «Acuérdate de nosotros en tu misericordia.
Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de
hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y
destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú
vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más!»[232].
248. No deben
olvidarse los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki. Una vez más «hago
memoria aquí de todas las víctimas, me inclino ante la fuerza y la dignidad de
aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en
sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes,
los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital. […] No
podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de
lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro
más justo y más fraterno»[233]. Tampoco deben olvidarse las persecuciones, el
tráfico de esclavos y las matanzas étnicas que ocurrieron y ocurren en diversos
países, y tantos otros hechos históricos que nos avergüenzan de ser humanos.
Deben ser recordados siempre, una y otra vez, sin cansarnos ni anestesiarnos.
249. Es fácil hoy
caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo
que sucedió y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza
sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. Necesitamos
mantener «viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las
generaciones venideras el horror de lo que sucedió» que «despierta y preserva
de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se
fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción»[234]. Lo
necesitan las mismas víctimas —personas, grupos sociales o naciones— para no ceder a la lógica que lleva a
justificar las represalias y cualquier tipo de violencia en nombre del enorme
mal que han sufrido. Por esto, no me refiero sólo a la memoria de los horrores,
sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y
corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes
gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer
memoria del bien.
Perdón sin olvidos
250. El perdón no
implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera
puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar.
Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin
embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos
permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y sincero
es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es
gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y
es incapaz de pedir perdón.
251. Los que
perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma
fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el
avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la
sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una
vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la
insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer
sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni
siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se
equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada.
252. Tampoco
estamos hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca adecuadamente por
amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos
crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de
la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin
caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido.
253. Cuando hubo
injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la
misma gravedad o que no sean comparables. La violencia ejercida desde las
estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la violencia de
grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que sólo se
recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes. Como enseñaron
los Obispos de Croacia, «nosotros debemos a toda víctima inocente el mismo
respeto. No puede haber aquí diferencias raciales, confesionales, nacionales o
políticas»[235].
254. Pido a Dios
«que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las
diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con
el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las
incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y
mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la
paz»[236].
La guerra y la
pena de muerte
255. Hay dos
situaciones extremas que pueden llegar a presentarse como soluciones en
circunstancias particularmente dramáticas, sin advertir que son falsas
respuestas, que no resuelven los problemas que pretenden superar y que en
definitiva no hacen más que agregar nuevos factores de destrucción en el tejido
de la sociedad nacional y universal. Se trata de la guerra y de la pena de
muerte.
La injusticia de
la guerra
256. «En el que
trama el mal sólo hay engaño, pero en los que promueven la paz hay alegría» (Pr
12,20). Sin embargo hay quienes buscan soluciones en la guerra, que
frecuentemente «se nutre de la perversión de las relaciones, de ambiciones
hegemónicas, de abusos de poder, del miedo al otro y a la diferencia vista como
un obstáculo»[237]. La guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha
convertido en una amenaza constante. El mundo está encontrando cada vez más
dificultad en el lento camino de la paz que había emprendido y que comenzaba a
dar algunos frutos.
257. Puesto que se
están creando nuevamente las condiciones para la proliferación de guerras,
recuerdo que «la guerra es la negación de todos los derechos y una dramática
agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para
todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre
las naciones y los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio
incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los
buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental»[238]. Quiero destacar que los 75 años de
las Naciones Unidas y la experiencia de los primeros 20 años de este milenio,
muestran que la plena aplicación de las normas internacionales es realmente
eficaz, y que su incumplimiento es nocivo. La Carta de las Naciones Unidas,
respetada y aplicada con transparencia y sinceridad, es un punto de referencia
obligatorio de justicia y un cauce de paz. Pero esto supone no disfrazar
intenciones espurias ni colocar los intereses particulares de un país o grupo
por encima del bien común mundial. Si la norma es considerada un instrumento al
que se acude cuando resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se
desatan fuerzas incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los
más débiles, a la fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con
pérdidas irrecuperables para la comunidad global.
258. Así es como
fácilmente se opta por la guerra detrás de todo tipo de excusas supuestamente
humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo incluso a la manipulación de
la información. De hecho, en las últimas décadas todas las guerras han sido pretendidamente
“justificadas”. El Catecismo de la Iglesia Católica habla de la posibilidad de
una legítima defensa mediante la fuerza militar, que supone demostrar que se
den algunas «condiciones rigurosas de legitimidad moral»[239]. Pero fácilmente
se cae en una interpretación demasiado amplia de este posible derecho. Así se
quieren justificar indebidamente aun ataques “preventivos” o acciones bélicas
que difícilmente no entrañen «males y desórdenes más graves que el mal que se
pretende eliminar»[240]. La cuestión es que, a partir del desarrollo de las
armas nucleares, químicas y biológicas, y de las enormes y crecientes
posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, se dio a la guerra un poder
destructivo fuera de control que afecta a muchos civiles inocentes. Es verdad
que «nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que
vaya a utilizarlo bien»[241]. Entonces ya no podemos pensar en la guerra como
solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la
hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil
sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una
posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra![242]
259. Es importante
agregar que, con el desarrollo de la globalización, lo que puede aparecer como
una solución inmediata o práctica para un lugar de la tierra, desata una cadena
de factores violentos muchas veces subterráneos que termina afectando a todo el
planeta y abriendo camino a nuevas y peores guerras futuras. En nuestro mundo
ya no hay sólo “pedazos” de guerra en un país o en otro, sino que se vive una
“guerra mundial a pedazos”, porque los destinos de los países están fuertemente
conectados entre ellos en el escenario mundial.
260. Como decía san
Juan XXIII, «resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para
resarcir el derecho violado»[243]. Lo afirmaba en un período de fuerte tensión
internacional, y así expresó el gran anhelo de paz que se difundía en los
tiempos de la guerra fría. Reforzó la convicción de que las razones de la paz
son más fuertes que todo cálculo de intereses particulares y que toda confianza
en el uso de las armas. Pero no se aprovecharon adecuadamente las ocasiones que
ofrecía el final de la guerra fría por la falta de una visión de futuro y de
una conciencia compartida sobre nuestro destino común. En cambio, se cedió a la
búsqueda de intereses particulares sin hacerse cargo del bien común universal.
Así volvió a abrirse camino el engañoso espanto de la guerra.
261. Toda guerra
deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la
política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a
las fuerzas del mal. No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto
con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a
tantos civiles masacrados como “daños colaterales”. Preguntemos a las víctimas.
Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron la radiación atómica o
los ataques químicos, a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños
mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la verdad de esas
víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus
relatos con el corazón abierto. Así podremos reconocer el abismo del mal en el
corazón de la guerra y no nos perturbará que nos traten de ingenuos por elegir
la paz.
262. Las normas
tampoco serán suficientes si se piensa que la solución a los problemas actuales
está en disuadir a otros a través del miedo, amenazando con el uso de armas
nucleares, químicas o biológicas. Porque «si se tienen en cuenta las
principales amenazas a la paz y a la seguridad con sus múltiples dimensiones en
este mundo multipolar del siglo XXI, tales como, por ejemplo, el terrorismo,
los conflictos asimétricos, la seguridad informática, los problemas
ambientales, la pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la
disuasión nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas
preocupaciones son aún más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas
consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de las
armas nucleares con devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el
tiempo y el espacio. […] Debemos preguntarnos cuánto sea sostenible un
equilibrio basado en el miedo, cuando en realidad tiende a aumentarlo y a
socavar las relaciones de confianza entre los pueblos. La paz y la estabilidad
internacional no pueden basarse en una falsa sensación de seguridad, en la
amenaza de la destrucción mutua o de la aniquilación total, en el simple
mantenimiento de un equilibrio de poder. […] En este contexto, el objetivo
último de la eliminación total de las armas nucleares se convierte tanto en un
desafío como en un imperativo moral y humanitario. […] El aumento de la
interdependencia y la globalización comportan que cualquier respuesta que demos
a la amenaza de las armas nucleares, deba ser colectiva y concertada, basada en
la confianza mutua. Esta última se puede construir sólo a través de un diálogo
que esté sinceramente orientado hacia el bien común y no hacia la protección de
intereses encubiertos o particulares»[244]. Y con el dinero que se usa en armas
y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial[245], para acabar de
una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal
modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni
necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.
La pena de muerte
263. Hay otra
manera de hacer desaparecer al otro, que no se dirige a países sino a personas.
Es la pena de muerte. San Juan Pablo II declaró de manera clara y firme que
esta es inadecuada en el ámbito moral y ya no es necesaria en el ámbito
penal[246]. No es posible pensar en una marcha atrás con respecto a esta
postura. Hoy decimos con claridad que «la pena de muerte es inadmisible»[247] y
la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en
todo el mundo[248].
264. En el Nuevo
Testamento, al tiempo que se pide a los particulares no tomar la justicia por
cuenta propia (cf. Rm 12,17.19), se reconoce la necesidad de que las
autoridades impongan penas a los que obran el mal (cf. Rm 13,4; 1 P 2,14). En
efecto, «la vida en común, estructurada en torno a comunidades organizadas,
necesita normas de convivencia cuya libre violación requiere una respuesta
adecuada»[249]. Esto implica que la autoridad pública legítima pueda y deba
«conminar penas proporcionadas a la gravedad de los delitos»[250] y que se
garantice al poder judicial «la independencia necesaria en el ámbito de la
ley»[251].
265. Desde los
primeros siglos de la Iglesia, algunos se manifestaron claramente contrarios a
la pena capital. Por ejemplo, Lactancio sostenía que «no hay que hacer ninguna
distinción: siempre será crimen matar a un hombre».[252] El Papa Nicolás I
exhortaba: «Esfuércense por liberar de la pena de muerte no sólo a cada uno de
los inocentes, sino también a todos los culpables»[253]. Con ocasión del juicio
contra unos homicidas que habían asesinado a dos sacerdotes, san Agustín pedía
al juez que no quitara la vida a los asesinos, y lo fundamentaba de esta
manera: «Con esto no impedimos que se reprima la licencia criminal de esos
malhechores. Queremos que se conserven vivos y con todos sus miembros; que sea
suficiente dirigirlos, por la presión de las leyes, de su loca inquietud al
reposo de la salud, o bien que se les ocupe en alguna tarea útil, una vez
apartados de sus perversas acciones. También esto se llama condena, pero todos
entenderán que se trata de un beneficio más bien que de un suplicio, al ver que
no se suelta la rienda a su audacia para dañar ni se les impide la medicina del
arrepentimiento. […] Encolerízate contra la iniquidad de modo que no te olvides
de la humanidad. No satisfagas contra las atrocidades de los pecadores un
apetito de venganza, sino más bien haz intención de curar las llagas de esos
pecadores»[254].
266. Los miedos y
los rencores fácilmente llevan a entender las penas de una manera vindicativa,
cuando no cruel, en lugar de entenderlas como parte de un proceso de sanación y
de reinserción en la sociedad. Hoy, «tanto por parte de algunos sectores de la
política como por parte de algunos medios de comunicación, se incita algunas
veces a la violencia y a la venganza, pública y privada, no sólo contra quienes
son responsables de haber cometido delitos, sino también contra quienes cae la
sospecha, fundada o no, de no haber cumplido la ley. […] Existe la tendencia a
construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en
sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como
peligrosas. Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que,
en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas»[255]. Esto ha
vuelto particularmente riesgosa la costumbre creciente que existe en algunos
países de acudir a prisiones preventivas, a reclusiones sin juicio y
especialmente a la pena de muerte.
267. Quiero
remarcar que «es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan disponer de
otro medio que no sea la pena capital para defender la vida de otras personas
del agresor injusto». Particular gravedad tienen las así llamadas ejecuciones
extrajudiciales o extralegales, que «son homicidios deliberados cometidos por
algunos Estados o por sus agentes, que a menudo se hacen pasar como
enfrentamientos con delincuentes o son presentados como consecuencias no
deseadas del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para hacer
aplicar la ley»[256].
268. «Los
argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. La
Iglesia ha oportunamente destacado algunos de ellos, como la posibilidad de la
existencia del error judicial y el uso que hacen de ello los regímenes
totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como instrumento de supresión de
la disidencia política o de persecución de las minorías religiosas y
culturales, todas víctimas que para sus respectivas legislaciones son
“delincuentes”. Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad están
llamados, por lo tanto, a luchar no sólo por la abolición de la pena de muerte,
legal o ilegal que sea, y en todas sus formas, sino también con el fin de
mejorar las condiciones carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las
personas privadas de libertad. Y esto yo lo relaciono con la cadena perpetua.
[…] La cadena perpetua es una pena de muerte oculta»[257].
269. Recordemos
que «ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace
su garante»[258]. El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto
es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que
tenga un lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los
criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir
conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos.
270. A los
cristianos que dudan y se sienten tentados a ceder ante cualquier forma de
violencia, los invito a recordar aquel anuncio del libro de Isaías: «Con sus
espadas forjarán arados» (2,4). Para nosotros esa profecía toma carne en
Jesucristo, que frente a un discípulo cebado por la violencia dijo con firmeza:
«¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada
morirán» (Mt 26,52). Era un eco de aquella antigua advertencia: «Pediré cuentas
al ser humano por la vida de su hermano. Quien derrame sangre humana, su sangre
será derramada por otro ser humano» (Gn 9,5-6). Esta reacción de Jesús, que le
brotó del corazón, supera la distancia de los siglos y llega hasta hoy como un
constante reclamo.
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL
SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
271. Las distintas
religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura
llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la
construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad.
El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por
diplomacia, amabilidad o tolerancia. Como enseñaron los Obispos de India, «el
objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y
experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento
último
272. Los creyentes
pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y
estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con
esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre
nosotros»[260]. Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad
entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no
consigue fundar la hermandad»[261].
273. En esta
línea, quiero recordar un texto memorable: «Si no existe una verdad
trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco
existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los
hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen
inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa
la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios
de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar
los derechos de los demás. [...] La raíz del totalitarismo moderno hay que
verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona
humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto
natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase
social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo
social, poniéndose en contra de la minoría»[262].
274. Desde nuestra
experiencia de fe y desde la sabiduría que ha ido amasándose a lo largo de los
siglos, aprendiendo también de nuestras muchas debilidades y caídas, los
creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un
bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que
no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda
a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos. Creemos que
«cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad,
se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es
pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir
la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo
esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y
de ideales»[263].
275. Cabe
reconocer que «entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno
están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores
religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías
materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales
en el lugar de los principios supremos y trascendentes»[264]. No puede
admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los
científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo
religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría. «Los textos
religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen
una fuerza motivadora», pero de hecho «son despreciados por la cortedad de
vista de los racionalismos»[265].
276. Por estas
razones, si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su
propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no «puede ni debe quedarse
al margen» en la construcción de un mundo mejor ni dejar de «despertar las
fuerzas espirituales»[266] que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que
los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los
laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la
existencia[267] que implica una constante atención al bien común y la preocupación
por el desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel público que no se
agota en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la
promoción del hombre y la fraternidad universal»[268]. No pretende disputar
poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar entre los hogares —esto es la
Iglesia—, abierto […] para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el
amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas
abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es
madre»[269]. Y como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que
sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías,
para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para
tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación»[270].
La identidad
cristiana
277. La Iglesia
valora la acción de Dios en las demás religiones, y «no rechaza nada de lo que
en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los
modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que […] no pocas veces
reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[271].
Pero los cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio deja de
vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la
compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación
que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música
del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los
trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos
desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer»[272]. Otros beben de
otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad
está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el pensamiento cristiano
y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro
con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad
entera como vocación de todos»[273].
278. Llamada a
encarnarse en todos los rincones, y presente durante siglos en cada lugar de la
tierra —eso significa “católica”— la Iglesia puede comprender desde su
experiencia de gracia y de pecado, la belleza de la invitación al amor
universal. Porque «todo lo que es humano tiene que ver con nosotros. […]
Dondequiera que se reúnen los pueblos para establecer los derechos y deberes
del hombre, nos sentimos honrados cuando nos permiten sentarnos junto a
ellos»[274]. Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también
una Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal
(cf. Jn 19,26) y está atenta no sólo a Jesús sino también «al resto de sus
descendientes» (Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un
mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado
de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz.
279. Los
cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos garantice la
libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí
donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser
olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad
religiosa para los creyentes de todas las religiones. Esa libertad proclama que
podemos «encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes;
atestigua que las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que
es posible encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica,
acogiendo las diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de
un único Dios»[275].
280. Al mismo
tiempo, pedimos a Dios que afiance la unidad dentro de la Iglesia, unidad que
se enriquece con diferencias que se reconcilian por la acción del Espíritu
Santo. Porque «fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo
cuerpo» (1 Co 12,13) donde cada uno hace su aporte distintivo. Como decía san
Agustín: «El oído ve a través del ojo, y el ojo escucha a través del
oído»[276]. También urge seguir dando testimonio de un camino de encuentro
entre las distintas confesiones cristianas. No podemos olvidar aquel deseo que
expresó Jesucristo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Escuchando su llamado
reconocemos con dolor que al proceso de globalización le falta todavía la
contribución profética y espiritual de la unidad entre todos los cristianos. No
obstante, «mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión,
tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo
colaborando en nuestro servicio a la humanidad»[277].
Religión y
violencia
281. Entre las
religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada
de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor
de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo
es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre
la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!»[278].
282. También «los
creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos
por el bien común y la promoción de los más pobres. No se trata de que todos
seamos más light o de que escondamos las convicciones propias que nos apasionan
para poder encontrarnos con otros que piensan distinto. […] Porque mientras más
profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los
otros con su aporte específico»[279]. Los creyentes nos vemos desafiados a
volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a
Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras
doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio,
odio, xenofobia, negación del otro. La verdad es que la violencia no encuentra
fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus
deformaciones.
283. El culto a
Dios sincero y humilde «no lleva a la discriminación, al odio y la violencia,
sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la
libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos»[280]. En realidad «el
que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8). Por ello «el
terrorismo execrable que amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente
como en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur, propagando el pánico, el
terror y el pesimismo no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas
la utilizan—, sino de las interpretaciones equivocadas de los textos
religiosos, políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por
esto es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través
del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la
cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes internacionales que
amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en
todas sus formas y manifestaciones»[281]. Las convicciones religiosas sobre el
sentido sagrado de la vida humana nos permiten «reconocer los valores fundamentales
de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos
colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto
de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático del
odio»[282].
284. A veces la
violencia fundamentalista, en algunos grupos de cualquier religión, es desatada
por la imprudencia de sus líderes. Pero «el mandamiento de la paz está inscrito
en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos. […] Los líderes
religiosos estamos llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la
construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores.
Los intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una
ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada
para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo
que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser
un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no
conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos
muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel
encuentro fraterno que recuerdo gozosamente, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb
«declaramos —firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no
instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la
violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la
desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y
también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en
algunas fases de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los
corazones de los hombres. […] En efecto, Dios, el Omnipotente, no necesita ser
defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la
gente»[284]. Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y
fraternidad que hicimos juntos:
«En el nombre de
Dios que ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los
deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre
ellos, para poblar la tierra y difundir en ella los valores del bien, la
caridad y la paz.
En el nombre de la
inocente alma humana que Dios ha prohibido matar, afirmando que quien mata a
una persona es como si hubiese matado a toda la humanidad y quien salva a una
es como si hubiese salvado a la humanidad entera.
En el nombre de
los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los marginados que Dios
ha ordenado socorrer como un deber requerido a todos los hombres y en modo
particular a cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de
los huérfanos, de las viudas, de los refugiados y de los exiliados de sus casas
y de sus pueblos; de todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las
injusticias; de los débiles, de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros
de guerra y de los torturados en cualquier parte del mundo, sin distinción
alguna.
En el nombre de
los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la convivencia común, siendo
víctimas de la destrucción, de la ruina y de las guerras.
En nombre de la
fraternidad humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de
esta fraternidad golpeada por las políticas de integrismo y división y por los
sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que
manipulan las acciones y los destinos de los hombres.
En el nombre de la
libertad, que Dios ha dado a todos los seres humanos, creándolos libres y
distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la
justicia y de la misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la
fe.
En el nombre de
todas las personas de buena voluntad, presentes en cada rincón de la tierra.
En el nombre de
Dios y de todo esto […] “asumimos” la cultura del diálogo como camino; la
colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y
criterio»[285].
***
286. En este
espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado
especialmente por san Francisco de Asís, y también por otros hermanos que no
son católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y
muchos más. Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe,
quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación
hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld.
287. Él fue
orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con
los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto
expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano,[286] y
pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de
todos».[287] Quería ser, en definitiva, «el hermano universal»[288]. Pero sólo
identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire
ese sueño en cada uno de nosotros. Amén.
Oración al Creador
Señor y Padre de
la humanidad,
que creaste a
todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en
nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un
sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear
sociedades más sanas
y un mundo más
digno,
sin hambre, sin
pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro
corazón se abra
a todos los
pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el
bien y la belleza
que sembraste en
cada uno,
para estrechar
lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas
compartidas. Amén.
Oración cristiana
ecuménica
Dios nuestro,
Trinidad de amor,
desde la fuerza
comunitaria de tu intimidad divina
derrama en
nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que
se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret
y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los
cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos
reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo
crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de
este mundo
y resucitado en
cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu
Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos
los pueblos de la tierra,
para descubrir que
todos son importantes,
que todos son
necesarios, que son rostros diferentes
de la misma
humanidad que amas. Amén.
Dado en Asís,
junto a la tumba de san Francisco, el 3 de octubre del año 2020, víspera de la
Fiesta del “Poverello”, octavo de mi Pontificado.
Francisco
[1] Admoniciones,
6, 1: Fonti Francescane (FF) 155; cf. Escritos. Biografías. Documentos de la
época, ed. Bac, Madrid 2011, 94.
[2] Ibíd., 25: FF
175; cf. ibíd., p. 99.
[3] S. Francisco
de Asís, Regla no bulada de los hermanos menores, 16, 3.6: FF 42-43; cf. ibíd.,
120.
[4] Eloi Leclerc,
O.F.M., Exilio y ternura, ed. Marova, Madrid 1987, 205.
[5] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 6.
[6] Discurso en el
encuentro ecuménico e interreligioso con los jóvenes, Skopie – Macedonia del
Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10
mayo 2019), p. 13.
[7] Discurso al
Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 996; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[8] Encuentro con
las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Santiago – Chile
(16 enero 2018): AAS 110 (2018), 256.
[9] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[10] Exhort. ap.
postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 181.
[11] Card. Raúl
Silva Henríquez, S.D.B., Homilía en el Tedeum en Santiago de Chile (18
septiembre 1974).
[12] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 57: AAS 107 (2015), 869.
[13] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108
(2016), 120; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero
2016), p. 7.
[14] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero 2014): AAS 106
(2014), 83-84; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (17 enero
2014), p. 7.
[15] Cf. Discurso
a la Fundación Centesimus annus pro Pontifice (25 mayo 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (31 mayo 2013), p. 4.
[16] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
[17] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 22: AAS 101 (2009), 657.
[18] Discurso a
las autoridades, Tirana – Albania (21 septiembre 2014): AAS 106 (2014), 773;
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p.
7.
[19] Mensaje a los
participantes en la Conferencia internacional “Los derechos humanos en el mundo
contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones” (10 diciembre 2018):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (14 diciembre 2018), p.
11.
[20] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 212: AAS 105 (2013), 1108.
[21] Mensaje para
la 48.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2015 (8 diciembre 2014), 3-4: AAS 107
(2015), 69-71; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (12
diciembre 2014), p. 9.
[22] Ibíd., 5: AAS
107 (2015), 72; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (12
diciembre 2014), p. 9.
[23] Mensaje para
la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8 diciembre 2015), 2: AAS 108
(2016), 49; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18-25
diciembre 2015), p. 8.
[24] Mensaje para
la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019),
1:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p.
6.
[25] Discurso
sobre las armas nucleares, Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[26] Discurso a
los profesores y estudiantes del Colegio “San Carlos” de Milán (6 abril 2019):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (14 abril 2019), p. 7.
[27] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 7.
[28] Discurso al
mundo de la cultura, Cagliari – Italia (22 septiembre 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (27 septiembre 2013), p. 15.
[29] Humana
communitas. Carta al Presidente de la Pontificia Academia para la Vida con
ocasión del 25.º aniversario de su institución (6 enero 2019), 2. 6:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18 enero 2019), pp. 6-7.
[30] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017),
p. 7.
[31] Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo 2020): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (3 abril 2020), p. 3.
[32] Homilía
durante la Santa Misa, Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 12.
[33] Cf. Eneida1,
462: «Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt».
[34] «Historia […]
magistra vitae» (Marco Tulio Cicerón, De Oratore, 2, 36).
[35] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 204: AAS 107 (2015), 928.
[36] Exhort. ap.
postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 91.
[37] Ibíd., 92.
[38] Ibíd., 93.
[39] Benedicto
XVI, Mensaje para la 99.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (12
octubre 2012): AAS 104 (2012), 908; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (11 noviembre 2012), p. 4.
[40] Exhort. ap.
postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 92.
[41] Mensaje para
la 106.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 (13 mayo 2020):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (22 mayo 2020), p. 5.
[42] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108
(2016), 124; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero
2016), p. 8.
[43] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero 2014): AAS 106
(2014), 84; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (17 enero
2014), p. 7.
[44] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108
(2016), 123; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero
2016), p. 8.
[45] Mensaje para
la 105.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (27 mayo 2019):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (31 mayo 2019), p. 6.
[46] Exhort. ap.
postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 88.
[47] Ibíd., 89.
[48] Exhort. ap.
Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 115.
[49]Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de
Wim Wenders (2018).
[50] Discurso a
las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Tallin – Estonia
(25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (5
octubre 2018), p. 4.
[51] Cf. Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo 2020): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (3 abril 2020), p. 3; Mensaje para la
4.ª Jornada Mundial de los Pobres 2020 (13 junio 2020), 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 junio 2020), p. 5.
[52] Saludo a los
jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, La Habana – Cuba (20 septiembre
2015): L’Osservatore Romano (21-22 septiembre 2015), p. 6.
[53] Conc. Ecum.
Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[54] S. Ireneo de
Lyon, Adversus Haereses 2, 25, 2: PG 7/1, 798-s.
[55] Talmud Bavli
(Talmud de Babilonia), Sabbat, 31 a.
[56] Discurso a
los asistidos de las obras de caridad de la Iglesia, Tallin – Estonia (25
septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (5
octubre 2018), p. 5.
[57] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017),
p. 7.
[58] Homiliae in
Matthaeum, 50, 3: PG 58, 508.
[59] Mensaje con
ocasión del Encuentro de los Movimientos populares, Modesto – Estados Unidos
(10 febrero 2017): AAS 109 (2017), 291.
[60] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 235: AAS 105 (2013), 1115.
[61] S. Juan Pablo
II, Mensaje a los discapacitados, Ángelus en Osnabrück – Alemania (16 noviembre
1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (23 noviembre
1980), p. 9.
[62] Conc. Ecum.
Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.
[63] Gabriel
Marcel, Du refus à l’invocation, ed. NRF, París 1940, 50; cf. Íd., De la
negación a la invocación, en Obras selectas, ed. BAC, Madrid 2004, vol. 2, 41.
[64] Ángelus (10
noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15
noviembre 2019), p. 3.
[65] Cf. Sto.
Tomás de Aquino, Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist. 27, q. 1, a. 1, ad 4:
«Dicitur amor extasim facere, et fervere, quia quod fervet extra se bullit et
exhalat» (se dice que el amor produce éxtasis y efervescencia puesto que lo
efervescente bulle fuera de sí y expira).
[66] Karol
Wojtyła, Amor y responsabilidad, Madrid 1978, 136.
[67] Karl Rahner,
S.J., El año litúrgico, Barcelona 1966, 28. Obra original: Kleines Kirchenjahr.
Ein Gang durch den Festkreis, ed. Herder, Friburgo 1981, 30.
[68] Regula, 53,
15: «Pauperum et peregrinorum maxime susceptioni cura sollicite exhibeatur».
[69] Cf. Summa
Theologiae, II-II, q. 23, art. 7; S. Agustín, Contra Julianum, 4, 18: PL 44,
748: «De cuántos placeres se privan los avaros para aumentar sus tesoros o por
el temor de verlos disminuir».
[70] «Secundum
acceptionem divinam» (Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist. 27, a. 1, q. 1,
concl. 4).
[71] Benedicto
XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 15: AAS 98 (2006), 230.
[72] Summa
Theologiae II-II, q. 27, art. 2, resp.
[73] Ibíd., I-II,
q. 26, art. 3, resp.
[74] Ibíd., q.
110, art. 1, resp.
[75] Mensaje para
la 47.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2014 (8 diciembre 2013), 1: AAS 106
(2014), 22; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre
2013), p. 8.
[76] Cf. Ángelus
(29 diciembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3
enero 2014), pp. 2-3; Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede (12 enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (16 enero 2015), p. 10.
[77] Mensaje para
el Día internacional de las personas con discapacidad (3 diciembre 2019):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (6 diciembre 2019), pp.
5.12.
[78] Discurso en
el Encuentro por la libertad religiosa con la comunidad hispana y otros
inmigrantes, Filadelfia – Estados Unidos (26 septiembre 2015): AAS 107 (2015),
1050-1051.
[79] Discurso a
los jóvenes, Tokio – Japón (25 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 15.
[80] En estas
consideraciones me dejo inspirar por el pensamiento de Paul Ricoeur, «Le socius
et le prochain», en Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 113-127.
[81] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 190: AAS 105 (2013), 1100.
[82] Ibíd., 209:
AAS 105 (2013), 1107.
[83] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[84] Mensaje para
el evento “Economy of Francesco” (1 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (17 mayo 2019), p. 5.
[85] Discurso al Parlamento
europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 997; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[86] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 229: AAS 107 (2015), 937.
[87] Mensaje para
la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8 diciembre 2015), 6: AAS 108
(2016), 57-58; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18-25
diciembre 2015), p. 10.
[88] La solidez
está en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La solidaridad, en el
significado ético-político que esta ha asumido en los últimos dos siglos, da
lugar a una construcción social segura y firme.
[89] Homilía
durante la Santa Misa, La Habana – Cuba (20 septiembre 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (25 septiembre 2015), p. 3.
[90] Discurso a
los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre
2014): AAS 106 (2014), 851-852.
[91] Cf. S.
Basilio, Homilia 21. Quod rebus mundanis adhaerendum non sit, 3, 5: PG 31,
545-549; Regulae brevius tractatae, 92: PG 31, 1145-1148; S. Pedro Crisólogo,
Sermo 123: PL 52, 536-540; S. Ambrosio, De Nabuthe, 27.52: PL 14, 738s; S.
Agustín, In Iohannis Evangelium 6, 25: PL 35, 1436s.
[92] De Lazaro
Concio 2, 6: PG 48, 992D.
[93] Regula
pastoralis 3, 21: PL 77, 87.
[94] Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[95]Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884.
[96]S. Juan Pablo
II, Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[97] Cf. Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 172.
[98] Carta enc.
Populorum progressio (26 marzo 1967), 22: AAS 59 (1967), 268.
[99] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988),
557.
[100] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 95: AAS 107 (2015), 885.
[101] Ibíd., 129:
AAS 107 (2015), 899.
[102] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 15: AAS 59 (1967), 265;
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 16: AAS 101
(2009), 652.
[103] Cf. Carta
enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884-885; Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 189-190: AAS 105 (2013), 1099-1100.
[104] Conferencia
de Obispos Católicos de Estados Unidos, Abramos nuestros corazones: El
incesante llamado al amor. Carta pastoral contra el racismo (noviembre 2018).
[105] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 51: AAS 107 (2015), 867.
[106] Cf.
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101
(2009), 644.
[107] S. Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 838.
[108] Discurso
sobre las armas nucleares, Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[109] Cf. Obispos
católicos de México y los Estados Unidos, Carta pastoral Juntos en el camino de
la esperanza ya no somos extranjeros (enero 2003).
[110] Audiencia
general (3 abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (5
abril 2019), p. 20.
[111] Cf. Mensaje
para la 104.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (14 enero 2018): AAS
109 (2017), 918-923; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19
enero 2018), p. 2.
[112] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 10.
[113] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108
(2016), 124; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero
2016), p. 8.
[114] Ibíd., 122;
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[115] Exhort. ap.
postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 93.
[116] Ibíd., 94.
[117] Discurso a
las autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[118]
Latinoamérica. Conversaciones con Hernán Reyes Alcaide, ed. Planeta, Buenos
Aires 2017, 105.
[119] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 10.
[120] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[121] Ibíd., 60:
AAS 101 (2009), 695.
[122] Ibíd., 67:
AAS 101 (2009), 700.
[123] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 447.
[124] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 234: AAS 105 (2013), 1115.
[125] Ibíd., 235:
AAS 105 (2013), 1115.
[126] Ibíd.
[127] S. Juan
Pablo II, Discurso a los representantes del mundo de la cultura argentina,
Buenos Aires – Argentina (12 abril 1987), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (10 mayo 1987), p. 20.
[128] Cf. Íd.,
Discurso a los cardenales (21 diciembre 1984), 4: AAS 76 (1984), 506;
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (30 diciembre 1984), p. 3.
[129] Exhort. ap.
postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020), 37.
[130] Georg
Simmel, «Puente y puerta», en El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de
la cultura, ed. Península, Barcelona 2001, 34. Obra original: Brücke und Tür.
Essays des Philosophen zur Geschichte, Religion, Kunst und Gesellschaft, ed.
Michael Landmann, Köhler-Verlag, Stuttgart 1957, 6.
[131] Cf. Jaime
Hoyos-Vásquez, S.J., «Lógica de las relaciones sociales. Reflexión
onto-lógica», en Revista Universitas Philosophica, 15-16, Bogotá (diciembre
1990 - junio 1991), 95-106.
[132] Antonio
Spadaro, S.J., Las huellas de un pastor. Una conversación con el Papa
Francisco, en: Jorge Mario Bergoglio – Papa Francisco, En tus ojos está mi
palabra. Homilías y discursos de Buenos Aires (1999-2013), Publicaciones
Claretianas, Madrid 2017, 24-25; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 220-221: AAS 105 (2013), 1110-1111.
[133] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 204: AAS 105 (2013), 1106.
[134] Cf. Ibíd.:
AAS 105 (2013), 1105-1106.
[135] Ibíd., 202:
AAS 105 (2013), 1105.
[136] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.
[137] Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12 enero 2015): AAS 107
(2015), 165; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero
2015), p. 10; cf. Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de
Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-859.
[138] Algo
semejante puede decirse de la categoría bíblica de “Reino de Dios”.
[139] Paul
Ricoeur, Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 122.
[140] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[141] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 670.
[142] Discurso a
los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre
2014): AAS 106 (2014), 858.
[143] Ibíd.
[144] Discurso a
los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (5 noviembre
2016): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre
2016), p. 6.
[145] Ibíd., p. 8.
[146] Ibíd.
[147] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[148] Discurso a
la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS
107 (2015), 1037.
[149] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 175: AAS 107 (2015), 916-917.
[150] Cf.
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101
(2009), 700-701.
[151] Ibíd.: AAS
101 (2009), 700.
[152] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 434.
[153] Discurso a
la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS
107 (2015), 1037.1041.
[154] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 437.
[155] S. Juan
Pablo II, Mensaje para la 37.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2004, 5: AAS
96 (2004), 117;L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19
diciembre 2003), p. 5.
[156] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 439.
[157] Cf. Comisión
social de los Obispos de Francia, Declaración Réhabiliter la politique (17
febrero 1999).
[158] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[159] Ibíd., 196:
AAS 107 (2015), 925.
[160] Ibíd., 197:
AAS 107 (2015), 925.
[161] Ibíd., 181:
AAS 107 (2015), 919.
[162] Ibíd., 178:
AAS 107 (2015), 918.
[163] Conferencia
Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum
(15 septiembre 2003), 20; cf. Carta enc. Laudato si’, 159: AAS 107 (2015), 911.
[164] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 191: AAS 107 (2015), 923.
[165] Pío XI,
Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana (18 diciembre 1927):
L’Osservatore Romano (23 diciembre 1927), 3.
[166] Cf. Íd.,
Carta enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931), 88: AAS 23 (1931), 206-207.
[167] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 205: AAS 105 (2013), 1106.
[168] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[169] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 231: AAS 107 (2015), 937.
[170] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[171] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 207.
[172] S. Juan
Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 288.
[173] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 44: AAS 59 (1967), 279.
[174]Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 207.
[175] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[176] Ibíd., 3:
AAS 101 (2009), 643.
[177] Ibíd., 4:
AAS 101 (2009), 643.
[178] Ibíd.
[179] Ibíd., 3:
AAS 101 (2009), 643.
[180] Ibíd.: AAS
101 (2009), 642.
[181] La doctrina
moral católica, siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino, distingue
entre el acto “elícito” y el acto “imperado” (cf. Summa Theologiae, I-II, q.
8-17; Marcellino Zalba, S.J., Theologiae moralis summa. Theologia moralis
fundamentalis. Tractatus de virtutibus theologicis, ed. BAC, Madrid 1952, vol.
1, 69; Antonio Royo Marín, O.P., Teología de la perfección cristiana, ed. BAC,
Madrid 1962, 192-196).
[182] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 208.
[183] Cf. S. Juan
Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 42: AAS 80
(1988), 572-574; Íd., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 11: AAS 83
(1991), 806-807.
[184] Discurso a
los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre
2014): AAS 106 (2014), 852.
[185] Discurso al
Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 999;
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 4.
[186] Discurso a
la clase dirigente y al Cuerpo diplomático, Bangui – República Centroafricana
(29 noviembre 2015): AAS 107 (2015), 1320;L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (4 diciembre 2015), p. 15.
[187] Discurso a
la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS
107 (2015), 1039.
[188] Discurso a
los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre
2014): AAS 106 (2014), 853.
[189] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 7.
[190] René
Voillaume, Hermano de todos, ed. Narcea, Madrid 1978, 15-17.
[191] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017),
p. 7.
[192] Audiencia
general (18 febrero 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(20 febrero 2015)p. 2.
[193] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 274: AAS 105 (2013), 1130.
[194] Ibíd., 279:
AAS 105 (2013), 1132.
[195] Mensaje para
la 52.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2019 (8 diciembre 2018), 5: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (21 diciembre 2018), p. 7.
[196] Discurso en
el encuentro con la clase dirigente, Río de Janeiro – Brasil (27 julio 2013):
AAS 105 (2013), 683-684.
[197] Exhort. ap.
postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020), 108.
[198] Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de
Wim Wenders (2018).
[199] Mensaje para
la 48.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero 2014): AAS 106
(2014), 113; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (24 enero
2014), p. 3.
[200] Conferencia
de Obispos católicos de Australia – Departamento de Justicia social, Making it
real: genuine human encounter in our digital world (noviembre 2019), 5.
[201] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 123: AAS 107 (2015), 896.
[202] S. Juan
Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993), 96: AAS 85 (1993),
1209.
[203] Los
cristianos creemos, además, que Dios nos ofrece su gracia para que sea posible
actuar como hermanos.
[204] Vinicius De
Moraes, Samba de la bendición (Samba da Bênção), en el disco Um encontro no Au
bon Gourmet, Río de Janeiro (2 agosto 1962).
[205] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[206] Ibíd., 236:
AAS 105 (2013), 1115.
[207] Ibíd., 218:
AAS 105 (2013), 1110.
[208] Exhort. ap.
postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 100: AAS 108 (2016), 351.
[209] Mensaje para
la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 2:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p.
6.
[210] Conferencia
Episcopal del Congo, Message au Peuple de Dieu et aux femmes et aux hommes de
bonne volonté (9 mayo 2018).
[211] Discurso en
el gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Villavicencio –
Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1063-1064.1066.
[212] Mensaje para
la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 3:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 7.
[213] Conferencia
de Obispos de Sudáfrica, Pastoral letter on christian hope in the current
crisis (mayo 1986).
[214] Conferencia
de Obispos católicos de Corea, Appeal of the Catholic Church in Korea for Peace
on the Korean Peninsula (15 agosto 2017).
[215] Discurso a
la sociedad civil, Quito – Ecuador (7 julio 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 julio 2015), p. 7.
[216] Encuentro
interreligioso con los jóvenes, Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p.
3.
[217] Homilía
durante la Santa Misa, Cartagena de Indias – Colombia (10 septiembre 2017): AAS
109 (2017), 1086.
[218] Discurso a las
autoridades, el Cuerpo diplomático y algunos representantes de la sociedad
civil, Bogotá – Colombia (7 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1029.
[219] Conferencia
Episcopal de Colombia, Por el bien de Colombia: diálogo, reconciliación y
desarrollo integral (26 noviembre 2019), 4.
[220] Discurso a
las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Maputo – Mozambique
(5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
septiembre 2019), p. 2.
[221] V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de
Aparecida (29 junio 2007), 398.
[222] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 59: AAS 105 (2013), 1044.
[223] Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 14: AAS 83 (1991), 810.
[224] Homilía
durante la Santa Misa por el progreso de los pueblos, Maputo – Mozambique (6
septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
septiembre 2019), p. 7.
[225] Discurso en
la ceremonia de bienvenida, Colombo – Sri Lanka (13 enero 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 3.
[226] Discurso a
los niños del centro Betania y a una representación de asistidos de otros
centros caritativos de Albania, Tirana - Albania (21 septiembre 2014):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p.
11.
[227] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017),
p. 7.
[228]Pío XI, Carta
enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931), 114: AAS 23 (1931), 213.
[229] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 228: AAS 105 (2013), 1113.
[230] Discurso a
las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Riga – Letonia (24
septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28
septiembre 2018), p. 12.
[231] Discurso en
la Ceremonia de bienvenida, Tel Aviv – Israel (25 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 10.
[232] Discurso en
el Memorial de Yad Vashem, Jerusalén (26 mayo 2014): AAS 106 (2014), 228;
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 9.
[233] Discurso en
el Memorial de la Paz, Hiroshima – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 13.
[234] Mensaje para
la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019),
2:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p.
6.
[235] Conferencia
de Obispos de Croacia, Letter on the Fiftieth Anniversary of the End of the
Second World War (1 mayo 1995).
[236] Homilía
durante la Santa Misa, Amán – Jordania (24 mayo 2014): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 6.
[237] Cf. Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 1:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 6.
[238] Discurso a
la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS
107 (2015), 1041-1042.
[239] N. 2309.
[240] Ibíd.
[241] Carta enc.
Laudato si’ (24 mayo 2015), 104: AAS 107 (2015), 888.
[242] Aun san
Agustín, quien forjó una idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos,
dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz
con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que darla a los hombres con la
espada» (Epistola 229, 2: PL 33, 1020).
[243] Carta enc.
Pacem in terris (11 abril 1963), 127: AAS 55 (1963), 291.
[244] Mensaje a la
Conferencia de la ONU para la negociación de un instrumento jurídicamente
vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares (23 marzo 2017): AAS 109
(2017), 394-396; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (31 marzo
2017), p. 9.
[245] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 51: AAS 59 (1967), 282.
[246] Cf. Carta
enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 56: AAS 87 (1995), 463-464.
[247] Discurso con
motivo del 25.º aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica (11 octubre
2017): AAS 109 (2017), 1196; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 octubre 2017), p. 1.
[248] Cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos acerca de la nueva
redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de
muerte (1 agosto 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3
agosto 2018), p. 11.
[249] Discurso a
una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23 octubre
2014): AAS 106 (2014), 840; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (31 octubre 2014), p. 9.
[250] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 402.
[251] S. Juan
Pablo II, Discurso a la Asociación Nacional Italiana de Magistrados (31 marzo
2000), 4: AAS 92 (2000), 633; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (7 abril 2000), p. 9.
[252] Divinae
Institutiones 6, 20, 17: PL 6, 708.
[253] Epistola 97
(responsa ad consulta bulgarorum), 25: PL 119, 991.
[254] Epistola ad
Marcellinum 133, 1.2: PL 33, 509.
[255] Discurso a
una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23 octubre
2014): AAS 106 (2014), 840-841; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (31 octubre 2014), p. 9.
[256] Ibíd., 842.
[257] Ibíd.
[258] S. Juan
Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 9: AAS 87 (1995), 411.
[259] Conferencia
de Obispos católicos de India, Response of the church in India to the present
day challenges (9 marzo 2016).
[260] Homilía
durante la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (17 mayo 2020).
[261] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[262] S. Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 44: AAS 83 (1991), 849.
[263] Discurso a
los líderes de otras religiones y otras denominaciones cristianas, Tirana –
Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (26 septiembre 2014), p. 9.
[264] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 7.
[265] Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[266] Benedicto
XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 240.
[267] «El ser
humano es un animal político» (Aristóteles, Política, 1253a 1-3).
[268] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009), 648.
[269] Discurso a
la Comunidad católica, Rakovski – Bulgaria (6 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 9.
[270] Homilía
durante la Santa Misa, Santiago de Cuba (22 septiembre 2015): AAS 107 (2015),
1005.
[271] Conc. Ecum.
Vat. II, Declaración Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las
religiones no cristianas, 2.
[272] Discurso en
el encuentro ecuménico, Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 13.
[273] Lectio
divina en la Pontificia Universidad Lateranense (26 marzo 2019): L’Osservatore
Romano (27 marzo 2019), p. 10.
[274] S. Pablo VI,
Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 44: AAS 56 (1964), 650.
[275] Discurso a
las autoridades, Belén – Palestina (25 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 7.
[276] Enarrationes
in Psalmos, 130, 6: PL 37, 1707.
[277] Declaración
conjunta del Santo Padre Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I,
Jerusalén (25 mayo 2014), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (30 mayo 2014), p. 12.
[278] Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de
Wim Wenders (2018).
[279] Exhort. ap.
postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020), 106.
[280] Homilía
durante la Santa Misa, Colombo – Sri Lanka (14 enero 2015): AAS 107 (2015),
139; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p.
5.
[281] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019):L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 10.
[282] Discurso a
las autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[283] Discurso en
el Encuentro Internacional por la Paz organizado por la Comunidad de San Egidio
(30 septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4
octubre 2013), p. 3.
[284] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi
(4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
febrero 2019), p. 10.
[285] Ibíd.
[286] Cf. B.
Carlos de Foucauld, Meditación sobre el Padrenuestro (23 enero 1897).
[287] Íd., Carta a
Henry de Castries (29 noviembre 1901).
[288] Íd., Carta a
Madame de Bondy (7 enero 1902). Así le llamaba también san Pablo VI, elogiando
su compromiso: Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 12: AAS 59
(1967), 263.
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