PREFECTO DEL DICASTERIO
PARA EL SERVICIO DEL
DESARROLLO HUMANO INTEGRAL
,
EN LOS TIEMPOS DEL
CORONAVIRUS (COVID-19)
A los Presidentes de las
Conferencias Episcopales,
a los obispos encargados de
la pastoral de la salud,
a los agentes
socio-sanitarios y pastorales,
a las autoridades civiles,
a los enfermos y sus
familias,
a los voluntarios y a todas
las personas de buena voluntad.
¡Paz a vosotros!
Estamos viviendo días de
gran preocupación y creciente ansiedad, días en los que la fragilidad humana y
la vulnerabilidad de la supuesta seguridad en la tecnología se ven socavadas en
todo el mundo por el Coronavirus (COVID-19), que doblega a todas las
actividades más significativas, como la economía, las empresas, el trabajo, los
viajes, el turismo, el deporte e incluso el culto, y su contagio también limita
en gran medida la libertad de espacio y de movimiento.
El Dicasterio para el
Servicio del Desarrollo Humano Integral desea unirse a la voz del Santo Padre,
renovando así la cercanía de la Iglesia, en la pastoral de la salud, a todos
los que sufren el contagio de COVID-19, a las víctimas y sus familias, así como
a todos los trabajadores de la salud, comprometidos en primera línea, que
dedican todas sus energías a curar a las personas afectadas y aliviar su
malestar.
Pensando particularmente en
los países más afectados por el contagio, nos unimos, recordándolos en nuestras
oraciones, a la labor de las autoridades civiles, los voluntarios y a la de
quienes se esfuerzan por detener el contagio y evitar el riesgo para la salud
pública y el creciente temor que esta epidemia en expansión está generando.
También alentamos a las estructuras y organizaciones sanitarias laicas y católicas,
nacionales e internacionales, a que sigan ofreciendo sinérgicamente la
asistencia necesaria a las personas y poblaciones, así como a que pongan en
práctica todas las medidas indispensables para encontrar una solución a la
nueva epidemia, según las indicaciones de la OMS y de las autoridades políticas
nacionales y locales.
En esta ocasión, tanto el
Santo Padre como varios Jefes de Estado han demostrado su solidaridad con los
países más afectados, donando productos médicos y sanitarios y ayuda financiera.
Esperamos que todos puedan continuar con esta obra de ayuda, porque ante una
emergencia como esta muchas naciones, especialmente las que tienen sistemas
sanitarios débiles, se verán desbordadas por los efectos del virus y quizás no
podrán hacer frente a las demandas de cura y proximidad a sus naciones.
Este momento de gran
necesidad puede ser, esperamos, un buen momento para fortalecer la solidaridad
y la cercanía entre los Estados, la amistad entre los pueblos. Ciertamente,
esta incidencia del virus, como toda situación de emergencia, pone de relieve
las graves desigualdades que caracterizan a nuestros sistemas socioeconómicos.
Se trata de desigualdades en los recursos económicos, en la utilización de los
servicios sanitarios así como en el personal cualificado y la investigación
científica. Frente a este abanico de desigualdades, la familia humana tiene el
desafío de sentir y vivir verdaderamente como una familia interconectada e
interdependiente. La incidencia del Coronavirus ha demostrado esta importancia
mundial, ya que inicialmente sólo afectó a un país y luego se propagó a todas
las partes del mundo.
Para cada persona, creyente
o no creyente, es un tiempo propicio para comprender el valor de la
fraternidad, de estar unidos unos a otros de manera indisoluble; un tiempo en
el que, en el horizonte de la fe, el valor de la solidaridad, que brota del
amor sacrificado por los demás, "nos ayuda a ver al "otro"
-persona, pueblo o Nación- no como un instrumento cualquiera [....], sino como
nuestro "semejante", un "auxilio" (cf. Gn 2,18.20), para
ser compartido, como nosotros, en el banquete de la vida, al que todos los
hombres están igualmente invitados por Dios" (SRS 39,5). El valor de la
solidaridad también necesita ser encarnado. Pensemos en el vecino, el compañero
de oficina, el amigo de la escuela, pero sobre todo en los médicos y enfermeros
que se arriesgan a la contaminación e infección para salvar a los enfermos.
Estos trabajadores viven y nos muestran el significado del misterio de la
Pascua: entrega y servicio.
Ya el Papa Francisco, en su
Mensaje de Cuaresma 2020, nos exhorta a contemplar con un corazón renovado el
misterio de la Pascua, el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús, y a
acoger libre y generosamente su entrega: su sufrimiento hasta la muerte como un
don de amor a la humanidad.
El abrazo del sufrimiento de
Jesús, nos dice el Papa Francisco, se convierte en el abrazo de toda la gente
que sufre en nuestro mundo, incluyendo a todos los afectados por el COVID-19.
Hoy son la expresión de Cristo que sufre, y al igual que el pobre viandante en
la parábola del Buen Samaritano, necesitan gestos concretos de cercanía por
parte de la humanidad. Las personas que sufren, ya sea por contagio o de otra
manera, constituyen un "laboratorio de misericordia", ya que la
naturaleza poliédrica del sufrimiento requiere diferentes formas de
misericordia y cuidado.
Al comienzo de este
itinerario cuaresmal, carente para muchos de algunos signos litúrgicos
comunitarios como la celebración de la Eucaristía, estamos llamados a un camino
aún más arraigado en lo que sostiene la vida espiritual: la oración, el ayuno y
la caridad. Que los esfuerzos realizados para contener la propagación del
Coronavirus se acompañen del compromiso de cada fiel para el bien mayor: la
reconquista de la vida, la derrota del miedo, el triunfo de la esperanza.
A las comunidades más
probadas, les recomendamos que no vivan todo como una privación. Si no podemos
reunirnos en nuestras asambleas para vivir juntos nuestra fe, como solemos
hacerlo, Dios nos ofrece la oportunidad de enriquecernos, de descubrir nuevos
paradigmas y de redescubrir nuestra relación personal con Él. Jesús nos
recuerda:
"Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar
la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en
lo secreto, te recompensará"(Mt, 6,6).
¡Cuántas veces el Papa Francisco
nos ha invitado a tener las Escrituras a mano! La oración es nuestra fuerza, la
oración es nuestro recurso. He aquí, pues, el momento propicio para redescubrir
la paternidad de Dios y nuestro ser hijos: "Os rogamos en nombre de
Cristo: dejáos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20) dice San Pablo, y éste
es el Mensaje de Cuaresma de este año que el Papa Francisco nos ha regalado.
¡Qué providencia!
Así que recemos a Dios Padre
para que aumente nuestra fe, para que ayude a los enfermos a curarse y para que
sostenga a los trabajadores de la salud en su misión. Esforcémonos por evitar
la estigmatización de los afectados: la enfermedad no conoce límites ni color
de piel; habla, en cambio, el mismo idioma. Cultivemos la "Sabiduría del
Corazón": que es una "actitud infundida por el Espíritu Santo"
en aquellos que saben abrirse al sufrimiento de sus hermanos y hermanas y reconocer
en ellos la imagen de Dios. Así, podemos afirmar, como Job, "Era yo los
ojos del ciego, y del cojo los pies" (Jb 29,15). De esta manera podremos
servir a los que sufren, acompañarlos de la mejor manera posible y ser
solidarios con los necesitados sin juzgarlos. Pedimos a las autoridades
políticas y económicas que no descuiden la justicia social y el apoyo a la
economía y a la investigación, ahora que el virus está creando,
lamentablemente, una nueva "crisis económica".
Nosotros seguiremos
sosteniendo con todos los medios los esfuerzos de los trabajadores de la salud
y de las instalaciones médicas en las diversas partes del mundo, especialmente
en las zonas más remotas y difíciles, confiando también en la solidaridad
activa de todos. Pidamos al Espíritu Santo que ilumine los esfuerzos de los
científicos, los trabajadores de la salud y los gobernantes y encomendamos
todas las poblaciones afectadas por el contagio a la intercesión de la Virgen
María, Madre de la humanidad.
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