EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
POSTSINODAL
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
AL PUEBLO DE DIOS
Y A TODAS LAS PERSONAS DE
BUENA VOLUNTAD
1. La querida Amazonia se
muestra ante el mundo con todo su esplendor, su drama, su misterio. Dios nos
regaló la gracia de tenerla especialmente presente en el Sínodo que tuvo lugar
en Roma entre el 6 y el 27 de octubre, y que concluyó con un texto titulado
Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral.
El sentido de esta
Exhortación
2. Escuché las
intervenciones durante el Sínodo y leí con interés las aportaciones de los
círculos menores. Con esta Exhortación quiero expresar las resonancias que ha
provocado en mí este camino de diálogo y discernimiento. No desarrollaré aquí
todas las cuestiones abundantemente expuestas en el Documento conclusivo. No
pretendo ni reemplazarlo ni repetirlo. Sólo deseo aportar un breve marco de
reflexión que encarne en la realidad amazónica una síntesis de algunas grandes
preocupaciones que ya expresé en mis documentos anteriores y que ayude y
oriente a una armoniosa, creativa y fructífera recepción de todo el camino
sinodal.
3. Al mismo tiempo quiero
presentar oficialmente ese Documento, que nos ofrece las conclusiones del
Sínodo, en el cual han colaborado tantas personas que conocen mejor que yo y
que la Curia romana la problemática de la Amazonia, porque viven en ella, la
sufren y la aman con pasión. He preferido no citar ese Documento en esta
Exhortación, porque invito a leerlo íntegramente.
4. Dios quiera que toda la
Iglesia se deje enriquecer e interpelar por ese trabajo, que los pastores,
consagrados, consagradas y fieles laicos de la Amazonia se empeñen en su
aplicación, y que pueda inspirar de algún modo a todas las personas de buena
voluntad.
Sueños para la Amazonia
5. La Amazonia es una
totalidad plurinacional interconectada, un gran bioma compartido por nueve
países: Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y
Guayana Francesa. No obstante, dirijo esta Exhortación a todo el mundo. Por un
lado, lo hago para ayudar a despertar el afecto y la preocupación por esta
tierra que es también “nuestra” e invitarles a admirarla y a reconocerla como
un misterio sagrado; por otro lado, porque la atención de la Iglesia a las
problemáticas de este lugar nos obliga a retomar brevemente algunas cuestiones
que no deberíamos olvidar y que pueden inspirar a otras regiones de la tierra
frente a sus propios desafíos.
6. Todo lo que la Iglesia
ofrece debe encarnarse de modo original en cada lugar del mundo, de manera que
la Esposa de Cristo adquiera multiformes rostros que manifiesten mejor la
inagotable riqueza de la gracia. La predicación debe encarnarse, la
espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse.
Por ello me atrevo humildemente, en esta breve Exhortación, a expresar cuatro
grandes sueños que la Amazonia me inspira.
7. Sueño con una Amazonia
que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de
los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida.
Sueño con una Amazonia que
preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan
diversos la belleza humana.
Sueño con una Amazonia que
custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida
desbordante que llena sus ríos y sus selvas.
Sueño con comunidades
cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto
de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos.
CAPÍTULO PRIMERO
UN SUEÑO SOCIAL
8. Nuestro sueño es el de
una Amazonia que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan
consolidar un “buen vivir”. Pero hace falta un grito profético y una ardua
tarea por los más pobres. Porque, si bien la Amazonia enfrenta un desastre
ecológico, cabe destacar que «un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones
sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de
los pobres»[1]. No nos sirve un conservacionismo «que se preocupa del bioma
pero ignora a los pueblos amazónicos»[2].
Injusticia y crimen
9. Los intereses
colonizadores que expandieron y expanden —legal e ilegalmente— la extracción de
madera y la minería, y que han ido expulsando y acorralando a los pueblos
indígenas, ribereños y afrodescendientes, provocan un clamor que grita al
cielo:
«Son muchos los árboles
donde habitó la tortura
y bastos los bosques
comprados entre mil
muertes»[3].
«Los madereros tienen
parlamentarios
y nuestra Amazonia ni quién
la defienda […]
Exilian a los loros y a los
monos […]
Ya no será igual la cosecha
de la castaña»[4].
10. Esto alentó los
movimientos migratorios más recientes de los indígenas hacia las periferias de
las ciudades. Allí no encuentran una real liberación de sus dramas sino las
peores formas de esclavitud, de sometimiento y miseria. En estas ciudades,
caracterizadas por una gran desigualdad, donde hoy habita la mayor parte de la
población de la Amazonia, crecen también la xenofobia, la explotación sexual y
el tráfico de personas. Por eso el grito de la Amazonia no brota solamente del
corazón de las selvas, sino también desde el interior de sus ciudades.
11. No es necesario que yo
repita aquí los diagnósticos tan amplios y completos que fueron presentados
antes y durante el Sínodo. Recordemos al menos una de las voces escuchadas:
«Estamos siendo afectados por los madereros, ganaderos y otros terceros.
Amenazados por actores económicos que implementan un modelo ajeno en nuestros
territorios. Las empresas madereras entran en el territorio para explotar el
bosque, nosotros cuidamos el bosque para nuestros hijos, tenemos la carne,
pesca, remedios vegetales, árboles frutales […]. La construcción de
hidroeléctricas y el proyecto de hidrovías impacta sobre el río y sobre los
territorios […]. Somos una región de territorios robados»[5].
12. Ya mi predecesor,
Benedicto XVI, denunciaba «la devastación ambiental de la Amazonia y las
amenazas a la dignidad humana de sus poblaciones»[6]. Quiero agregar que muchos
dramas estuvieron relacionados con una falsa “mística amazónica”. Notoriamente
desde las últimas décadas del siglo pasado, la Amazonia se presentó como un
enorme vacío que debe ocuparse, como una riqueza en bruto que debe
desarrollarse, como una inmensidad salvaje que debe ser domesticada. Todo esto
con una mirada que no reconoce los derechos de los pueblos originarios o
sencillamente los ignora como si no existieran o como si esas tierras que ellos
habitan no les pertenecieran. Aun en los planes educativos de niños y jóvenes,
los indígenas fueron vistos como intrusos o usurpadores. Sus vidas, sus
inquietudes, su manera de luchar y de sobrevivir no interesaban, y se los
consideraba más como un obstáculo del cual librarse que como seres humanos con
la misma dignidad de cualquier otro y con derechos adquiridos.
13. Algunos eslóganes
aportaron a esta confusión, entre otros aquel de “no entregar”[7], como si este
avasallamiento pudiera venir sólo desde afuera de los países, cuando también
poderes locales, con la excusa del desarrollo, participaron de alianzas con el
objetivo de arrasar la selva —con las formas de vida que alberga— de manera
impune y sin límites. Los pueblos originarios muchas veces han visto con
impotencia la destrucción de ese entorno natural que les permitía alimentarse,
curarse, sobrevivir y conservar un estilo de vida y una cultura que les daba
identidad y sentido. La disparidad de poder es enorme, los débiles no tienen
recursos para defenderse, mientras el ganador sigue llevándoselo todo, «los
pueblos pobres permanecen siempre pobres, y los ricos se hacen cada vez más
ricos»[8].
14. A los emprendimientos,
nacionales o internacionales, que dañan la Amazonia y no respetan el derecho de
los pueblos originarios al territorio y a su demarcación, a la
autodeterminación y al consentimiento previo, hay que ponerles los nombres que
les corresponde: injusticia y crimen. Cuando algunas empresas sedientas de
rédito fácil se apropian de los territorios y llegan a privatizar hasta el agua
potable, o cuando las autoridades dan vía libre a las madereras, a proyectos
mineros o petroleros y a otras actividades que arrasan las selvas y contaminan
el ambiente, se transforman indebidamente las relaciones económicas y se
convierten en un instrumento que mata. Se suele acudir a recursos alejados de
toda ética, como penalizar las protestas e incluso quitar la vida a los
indígenas que se oponen a los proyectos, provocar intencionalmente incendios
forestales, o sobornar a políticos y a los mismos indígenas. Esto viene
acompañado de graves violaciones de los derechos humanos y de nuevas
esclavitudes que afectan especialmente a las mujeres, de la peste del
narcotráfico que pretende someter a los indígenas, o de la trata de personas
que se aprovecha de quienes fueron expulsados de su contexto cultural. No
podemos permitir que la globalización se convierta en «un nuevo tipo de
colonialismo»[9].
Indignarse y pedir perdón
15. Es necesario
indignarse[10], como se indignaba Moisés (cf. Ex 11,8), como se indignaba Jesús
(cf. Mc 3,5), como Dios se indigna ante la injusticia (cf. Am 2,4-8; 5,7-12;
Sal 106,40). No es sano que nos habituemos al mal, no nos hace bien permitir
que nos anestesien la conciencia social mientras «una estela de dilapidación, e
incluso de muerte, por toda nuestra región […] pone en peligro la vida de
millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e
indígenas»[11]. Las historias de injusticia y crueldad ocurridas en la Amazonia
aun durante el siglo pasado deberían provocar un profundo rechazo, pero al
mismo tiempo tendrían que volvernos más sensibles para reconocer formas también
actuales de explotación humana, de atropello y de muerte. Con respecto al
pasado vergonzoso, recojamos, por ejemplo, una narración sobre los
padecimientos de los indígenas de la época del caucho en la Amazonia
venezolana: «A los indígenas no les daban plata, sólo mercancía y cara, y nunca
terminaban de pagarla, […] pagaban pero le decían al indígena: “Ud. está
debiendo tanto” y tenía que volver el indígena a trabajar […]. Más de veinte
pueblos ye’kuana fueron enteramente arrasados. Las mujeres ye’kuana fueron
violadas y amputados sus pechos, las encintas desventradas. A los hombres se
les cortaban los dedos de las manos o las muñecas a fin de que no pudieran
navegar, […] junto con otras escenas del más absurdo sadismo»[12]-
16. Esta historia de dolor y
de desprecios no se sana fácilmente. Y la colonización no se detiene, sino que
en muchos lugares se transforma, se disfraza y se disimula[13], pero no pierde
la prepotencia contra la vida de los pobres y la fragilidad del ambiente. Los
Obispos de la Amazonia brasileña recordaron que «la historia de la Amazonia
revela que siempre fue una minoría la que lucraba a costa de la pobreza de la
mayoría y de la depredación sin escrúpulos de las riquezas naturales de la
región, dádiva divina para los pueblos que aquí viven desde milenios y para los
migrantes que llegaron a lo largo de los siglos pasados»[14].
17. Al mismo tiempo que
dejamos brotar una sana indignación, recordamos que siempre es posible superar
las diversas mentalidades de colonización para construir redes de solidaridad y
desarrollo; «el desafío consiste en asegurar una globalización en la
solidaridad, una globalización sin dejar nadie al margen»[15]. Se pueden buscar
alternativas de ganadería y agricultura sostenibles, de energías que no
contaminen, de fuentes dignas de trabajo que no impliquen la destrucción del
medioambiente y de las culturas. Al mismo tiempo, hace falta asegurar para los
indígenas y los más pobres una educación adaptada que desarrolle sus
capacidades y los empodere. Precisamente en estos objetivos se juegan la
verdadera astucia y la genuina capacidad de los políticos. No será para
devolver a los muertos la vida que se les negó, ni siquiera para compensar a
los sobrevivientes de aquellas masacres, sino al menos para ser hoy realmente
humanos.
18. Nos alienta recordar
que, en medio de los graves excesos de la colonización de la Amazonia, llena de
«contradicciones y desgarramientos»[16], muchos misioneros llegaron allí con el
Evangelio, dejando sus países y aceptando una vida austera y desafiante cerca
de los más desprotegidos. Sabemos que no todos fueron ejemplares, pero la tarea
de los que se mantuvieron fieles al Evangelio también inspiró «una legislación
como las Leyes de Indias que protegían la dignidad de los indígenas contra los
atropellos de sus pueblos y territorios»[17]. Dado que frecuentemente eran los
sacerdotes quienes protegían de salteadores y abusadores a los indígenas, los
misioneros relatan: «Nos pedían con insistencia que no los abandonáramos y nos
arrancaban la promesa de volver nuevamente»[18].
19. En el momento actual la
Iglesia no puede estar menos comprometida, y está llamada a escuchar los
clamores de los pueblos amazónicos «para poder ejercer con transparencia su rol
profético»[19]. Al mismo tiempo, ya que no podemos negar que el trigo se mezcló
con la cizaña y que no siempre los misioneros estuvieron del lado de los
oprimidos, me avergüenzo y una vez más «pido humildemente perdón, no sólo por
las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos
originarios durante la llamada conquista de América»[20] y por los atroces
crímenes que siguieron a través de toda la historia de la Amazonia. A los
miembros de los pueblos originarios, les doy gracias y les digo nuevamente que
«ustedes con su vida son un grito a la conciencia […]. Ustedes son memoria viva
de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa común»[21].
Sentido comunitario
20. La lucha social implica
una capacidad de fraternidad, un espíritu de comunión humana. Entonces, sin
disminuir la importancia de la libertad personal, se evidencia que los pueblos
originarios de la Amazonia tienen un fuerte sentido comunitario. Ellos viven de
ese modo «el trabajo, el descanso, las relaciones humanas, los ritos y las
celebraciones. Todo se comparte, los espacios privados —típicos de la
modernidad— son mínimos. La vida es un camino comunitario donde las tareas y
las responsabilidades se dividen y se comparten en función del bien común. No
hay lugar para la idea de individuo desligado de la comunidad o de su
territorio».[22] Esas relaciones humanas están impregnadas por la naturaleza
circundante, porque ellos la sienten y perciben como una realidad que integra
su sociedad y su cultura, como una prolongación de su cuerpo personal, familiar
y grupal:
«Aquel lucero se aproxima
aletean los colibríes
más que la cascada truena mi
corazón
con esos tus labios regaré
la tierra
que en nosotros juegue el viento»[23].
21. Esto multiplica el
efecto desintegrador del desarraigo que viven los indígenas que se ven
obligados a emigrar a la ciudad, intentando sobrevivir, incluso a veces
indignamente, en medio de los hábitos urbanos más individualistas y de un ambiente
hostil. ¿Cómo sanar tanto daño? ¿Cómo recomponer esas vidas desarraigadas?
Frente a tal realidad, hay que valorar y acompañar todos los esfuerzos que
hacen muchos de estos grupos para conservar sus valores y estilo de vida, e
integrarse en los contextos nuevos sin perderlos, más bien, ofreciéndolos como
una contribución propia al bien común.
22. Cristo redimió al ser
humano entero y quiere recomponer en cada uno su capacidad de relación con los
otros. El Evangelio propone la caridad divina que brota del Corazón de Cristo y
que genera una búsqueda de justicia que es inseparablemente un canto de
fraternidad y de solidaridad, un estímulo para la cultura del encuentro. La
sabiduría de la manera de vivir de los pueblos originarios —aun con todos los
límites que pueda tener— nos estimula a profundizar este anhelo. Por esa razón
los Obispos del Ecuador reclamaron «un nuevo sistema social y cultural que
privilegie las relaciones fraternas, en un marco de reconocimiento y valoración
de las diversas culturas y de los ecosistemas, capaz de oponerse a toda forma
de discriminación y dominación entre los seres humanos»[24].
Instituciones dañadas
23. En Laudato si’
recordábamos que «si todo está relacionado, también la salud de las
instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la
calidad de vida humana […]. Dentro de cada uno de los niveles sociales y entre
ellos, se desarrollan las instituciones que regulan las relaciones humanas.
Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos, como la pérdida de la libertad,
la injusticia y la violencia. Varios países se rigen con un nivel institucional
precario, a costa del sufrimiento de las poblaciones»[25].
24. ¿Cómo están las
instituciones de la sociedad civil en la Amazonia? El Instrumentum laboris del Sínodo,
que recoge muchas aportaciones de personas y grupos de la Amazonia, se refiere
a «una cultura que envenena al Estado y sus instituciones, permeando todos los
estamentos sociales, incluso las comunidades indígenas. Se trata de un
verdadero flagelo moral; como resultado se pierde la confianza en las
instituciones y en sus representantes, lo cual desprestigia totalmente la
política y las organizaciones sociales. Los pueblos amazónicos no son ajenos a
la corrupción, y se convierten en sus principales víctimas»[26].
25. No podemos excluir que
miembros de la Iglesia hayan sido parte de las redes de corrupción, a veces
hasta el punto de aceptar guardar silencio a cambio de ayudas económicas para
las obras eclesiales. Precisamente por esto han llegado propuestas al Sínodo
que invitan a «prestar una especial atención a la procedencia de donaciones u
otra clase de beneficios, así como a las inversiones realizadas por las
instituciones eclesiásticas o los cristianos»[27].
Diálogo social
26. La Amazonia debería ser
también un lugar de diálogo social, especialmente entre los distintos pueblos
originarios, para encontrar formas de comunión y de lucha conjunta. Los demás
estamos llamados a participar como “invitados” y a buscar con sumo respeto
caminos de encuentro que enriquezcan a la Amazonia. Pero si queremos dialogar,
deberíamos hacerlo ante todo con los últimos. Ellos no son un interlocutor
cualquiera a quien hay que convencer, ni siquiera son uno más sentado en una
mesa de pares. Ellos son los principales interlocutores, de los cuales ante
todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de
justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras
propuestas. Su palabra, sus esperanzas, sus temores deberían ser la voz más potente
en cualquier mesa de diálogo sobre la Amazonia, y la gran pregunta es: ¿Cómo
imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes?
27. El diálogo no solamente
debe privilegiar la opción preferencial por la defensa de los pobres, marginados
y excluidos, sino que los respeta como protagonistas. Se trata de reconocer al
otro y de valorarlo “como otro”, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas,
su manera de vivir y trabajar. De otro modo, lo que resulte será, como siempre,
«un proyecto de unos pocos para unos pocos»[28], cuando no «un consenso de
escritorio o una efímera paz para una minoría feliz»[29]. Si esto sucede «es
necesaria una voz profética»[30] y los cristianos estamos llamados a hacerla
oír.
De aquí nace el siguiente
sueño.
CAPÍTULO SEGUNDO
UN SUEÑO CULTURAL
28. El asunto es promover la
Amazonia, pero esto no implica colonizarla culturalmente sino ayudar a que ella
misma saque lo mejor de sí. Ese es el sentido de la mejor tarea educativa:
cultivar sin desarraigar, hacer crecer sin debilitar la identidad, promover sin
invadir. Así como hay potencialidades en la naturaleza que podrían perderse
para siempre, lo mismo puede ocurrir con culturas que tienen un mensaje todavía
no escuchado y que hoy están amenazadas más que nunca.
El poliedro amazónico
29. En la Amazonia existen
muchos pueblos y nacionalidades, y más de 110 pueblos indígenas en aislamiento
voluntario (PIAV)[31]. Su situación es muy frágil y muchos sienten que son los
últimos depositarios de un tesoro encaminado a desaparecer, como si sólo se les
permitiera sobrevivir sin molestar, mientras la colonización posmoderna avanza.
Hay que evitar entenderlos como salvajes “incivilizados”. Simplemente ellos
gestaron culturas diferentes y otras formas de civilización que antiguamente
llegaron a ser muy desarrolladas[32].
30. Antes de la
colonización, la población se concentraba en los márgenes de los ríos y lagos,
pero el avance colonizador expulsó a los antiguos habitantes hacia el interior
de la selva. Hoy la creciente desertificación vuelve a expulsar a muchos que
terminan habitando las periferias o las aceras de las ciudades a veces en una
miseria extrema, pero también en una fragmentación interior a causa de la
pérdida de los valores que los sostenían. Allí suelen faltarles los puntos de
referencia y las raíces culturales que les daban una identidad y un sentido de
dignidad, y engrosan el sector de los desechados. Así se corta la transmisión
cultural de una sabiduría que fue traspasándose durante siglos de generación en
generación. Las ciudades, que deberían ser lugares de encuentro, de
enriquecimiento mutuo, de fecundación entre distintas culturas, se convierten
en el escenario de un doloroso descarte.
31. Cada pueblo que logró
sobrevivir en la Amazonia tiene su identidad cultural y una riqueza única en un
universo pluricultural, debido a la estrecha relación que establecen los
habitantes con su entorno, en una simbiosis —no determinista— difícil de
entender con esquemas mentales externos:
«Una vez había un paisaje que
salía con su río,
sus animales, sus nubes y
sus árboles.
Pero a veces, cuando no se
veía por ningún lado
el paisaje con su río y sus
árboles,
a las cosas les tocaba salir
en la mente de un muchacho»[33].
«Del río haz tu sangre […].
Luego plántate,
germina y crece
que tu raíz
se aferre a la tierra
por siempre jamás
y por último
sé canoa,
bote, balsa,
pate, tinaja,
tambo y hombre»[34].
32. Los grupos humanos, sus
estilos de vida y sus cosmovisiones, son tan variados como el territorio,
puesto que han debido adaptarse a la geografía y a sus posibilidades. No son lo
mismo los pueblos pescadores que los pueblos cazadores y recolectores de tierra
adentro o que los pueblos que cultivan las tierras inundables. Todavía
encontramos en la Amazonia miles de comunidades indígenas, afrodescendientes,
ribereños y habitantes de las ciudades que a su vez son muy diferentes entre sí
y albergan una gran diversidad humana. A través de un territorio y de sus
características Dios se manifiesta, refleja algo de su inagotable belleza. Por
lo tanto, los distintos grupos, en una síntesis vital con su entorno,
desarrollan un modo propio de sabiduría. Quienes observamos desde afuera
deberíamos evitar generalizaciones injustas, discursos simplistas o
conclusiones hechas sólo a partir de nuestras propias estructuras mentales y
experiencias.
Cuidar las raíces
33. Quiero recordar ahora
que «la visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la
actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar
la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad»[35]. Esto
afecta mucho a los jóvenes, cuando se tiende «a disolver las diferencias
propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en
serie»[36]. Para evitar esta dinámica de empobrecimiento humano, hace falta
amar y cuidar las raíces, porque ellas son «un punto de arraigo que nos permite
desarrollarnos y responder a los nuevos desafíos»[37]. Invito a los jóvenes de
la Amazonia, especialmente a los indígenas, a «hacerse cargo de las raíces,
porque de las raíces viene la fuerza que los va a hacer crecer, florecer y
fructificar»[38]. Para los bautizados entre ellos, estas raíces incluyen la
historia del pueblo de Israel y de la Iglesia hasta el día de hoy. Conocerlas es
una fuente de alegría y sobre todo de esperanza que inspira acciones valientes
y valerosas.
34. Durante siglos, los
pueblos amazónicos transmitieron su sabiduría cultural de modo oral, con mitos,
leyendas, narraciones, como ocurría con «esos primitivos habladores que
recorrían los bosques llevando historias de aldea en aldea, manteniendo viva a
una comunidad a la que sin el cordón umbilical de esas historias, la distancia
y la incomunicación hubieran fragmentado y disuelto»[39]. Por eso es importante
«dejar que los ancianos hagan largas narraciones»[40] y que los jóvenes se
detengan a beber de esa fuente.
35. Mientras el riesgo de
que se pierda esta riqueza cultural es cada vez mayor, gracias a Dios en los
últimos años algunos pueblos han comenzado a escribir para narrar sus historias
y describir el sentido de sus costumbres. Así ellos mismos pueden reconocer de
manera explícita que hay algo más que una identidad étnica y que son
depositarios de preciosas memorias personales, familiares y colectivas. Me hace
feliz ver que, quienes han perdido el contacto con sus raíces, intenten
recuperar la memoria dañada. Por otra parte, también en los sectores
profesionales fue desarrollándose un mayor sentido de identidad amazónica y aun
para ellos, muchas veces descendientes de inmigrantes, la Amazonia se convirtió
en fuente de inspiración artística, literaria, musical, cultural. Las diversas
artes y destacadamente la poesía, se dejaron inspirar por el agua, la selva, la
vida que bulle, así como por la diversidad cultural y por los desafíos
ecológicos y sociales.
Encuentro intercultural
36. Como toda realidad
cultural, las culturas de la Amazonia profunda tienen sus límites. Las culturas
urbanas de occidente también los tienen. Factores como el consumismo, el
individualismo, la discriminación, la desigualdad, y tantos otros, componen
aspectos frágiles de las culturas supuestamente más evolucionadas. Las etnias
que desarrollaron un tesoro cultural estando enlazadas con la naturaleza, con
fuerte sentido comunitario, advierten con facilidad nuestras sombras, que
nosotros no reconocemos en medio del pretendido progreso. Por consiguiente,
recoger su experiencia de la vida nos hará bien.
37. Desde nuestras raíces
nos sentamos a la mesa común, lugar de conversación y de esperanzas
compartidas. De ese modo la diferencia, que puede ser una bandera o una
frontera, se transforma en un puente. La identidad y el diálogo no son
enemigos. La propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo
con los diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento
empobrecedor. De ahí que no sea mi intención proponer un indigenismo
completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de
mestizaje. Una cultura puede volverse estéril cuando «se encierra en sí misma y
trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquier cambio y
confrontación sobre la verdad del hombre»[41]. Esto podría parecer poco
realista, ya que no es fácil protegerse de la invasión cultural. Por ello, este
interés en cuidar los valores culturales de los grupos indígenas debería ser de
todos, porque su riqueza es también nuestra. Si no crecemos en este sentido de
corresponsabilidad ante la diversidad que hermosea nuestra humanidad, no cabe
exigir a los grupos de selva adentro que se abran ingenuamente a la
“civilización”.
38. En la Amazonia, aun
entre los diversos pueblos originarios, es posible desarrollar «relaciones
interculturales donde la diversidad no significa amenaza, no justifica
jerarquías de poder de unos sobre otros, sino diálogo desde visiones culturales
diferentes, de celebración, de interrelación y de reavivamiento de la
esperanza»[42].
Culturas amenazadas, pueblos
en riesgo
39. La economía globalizada
daña sin pudor la riqueza humana, social y cultural. La desintegración de las
familias, que se da a partir de migraciones forzadas, afecta la transmisión de
valores, porque «la familia es y ha sido siempre la institución social que más
ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas»[43]. Además, «frente a una
invasión colonizadora de medios de comunicación masiva», es necesario promover
para los pueblos originarios «comunicaciones alternativas desde sus propias
lenguas y culturas» y que «los propios sujetos indígenas se hagan presentes en
los medios de comunicación ya existentes»[44].
40. En cualquier proyecto
para la Amazonia «hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los
pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social […]
requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su
propia cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino
que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada
grupo humano»[45]. Pero si las culturas ancestrales de los pueblos originarios
nacieron y se desarrollaron en íntimo contacto con el entorno natural,
difícilmente puedan quedar indemnes cuando ese ambiente se daña.
Esto abre paso al siguiente
sueño.
CAPÍTULO TERCERO
UN SUEÑO ECOLÓGICO
41. En una realidad cultural
como la Amazonia, donde existe una relación tan estrecha del ser humano con la
naturaleza, la existencia cotidiana es siempre cósmica. Liberar a los demás de
sus esclavitudes implica ciertamente cuidar su ambiente y defenderlo[46], pero
todavía más ayudar al corazón del hombre a abrirse confiadamente a aquel Dios
que, no sólo ha creado todo lo que existe, sino que también se nos ha dado a sí
mismo en Jesucristo. El Señor, que primero cuida de nosotros, nos enseña a
cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos
regala. Esta es la primera ecología que necesitamos. En la Amazonia se
comprenden mejor las palabras de Benedicto XVI cuando decía que «además de la
ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos llamar “humana”, y que a
su vez requiere una “ecología social”. Esto comporta que la humanidad […] debe
tener siempre presente la interrelación ente la ecología natural, es decir el
respeto por la naturaleza, y la ecología humana»[47] .Esa insistencia en que
«todo está conectado»[48] vale especialmente para un territorio como la
Amazonia.
42. Si el cuidado de las
personas y el cuidado de los ecosistemas son inseparables, esto se vuelve
particularmente significativo allí donde «la selva no es un recurso para
explotar, es un ser, o varios seres con quienes relacionarse»[49]. La sabiduría
de los pueblos originarios de la Amazonia «inspira el cuidado y el respeto por
la creación, con conciencia clara de sus límites, prohibiendo su abuso. Abusar
de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la
creación, y del Creador, hipotecando el futuro»[50]. Los indígenas, «cuando
permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los
cuidan»[51], siempre que no se dejen atrapar por los cantos de sirena y por las
ofertas interesadas de grupos de poder. Los daños a la naturaleza los afectan
de un modo muy directo y constatable, porque —dicen—: «Somos agua, aire, tierra
y vida del medio ambiente creado por Dios. Por lo tanto, pedimos que cesen los
maltratos y el exterminio de la Madre tierra. La tierra tiene sangre y se está
desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra Madre
tierra»[52].
Este sueño hecho de agua
43. En la Amazonia el agua
es la reina, los ríos y arroyos son como venas, y toda forma de vida está
determinada por ella:
«Allí, en la plenitud de los
estíos ardientes, cuando se diluyen, muertas en los aires inmóviles, las
últimas ráfagas del este, el termómetro está substituido por el higrómetro en
la definición del clima. Las existencias derivan de una alternativa dolorosa de
bajantes y crecientes de los grandes ríos. Estos se elevan siempre de una
manera asombrosa. El Amazonas, repleto, sale de su lecho, levanta en pocos días
el nivel de sus aguas […]. La creciente es una parada en la vida. Preso entre
las mallas de los igarapíes, el hombre aguarda entonces, con raro estoicismo
ante la fatalidad irrefrenable, el término de aquel invierno paradójico, de
temperaturas elevadas. La bajante es el verano. Es la resurrección de la actividad
rudimentaria de los que por allí se agitan, de la única forma de vida
compatible con la naturaleza que se extrema en manifestaciones dispares,
tornando imposible la continuación de cualquier esfuerzo»[53].
44. El agua deslumbra en el
gran Amazonas, que recoge y vivifica todo a su alrededor:
«Amazonas
capital de las sílabas del
agua,
padre patriarca, eres
la eternidad secreta
de las fecundaciones,
te caen ríos como
aves…»[54].
45. Es además la columna
vertebral que armoniza y une: «El río no nos separa, nos une, nos ayuda a
convivir entre diferentes culturas y lenguas»[55]. Si bien es verdad que en
este territorio hay muchas “Amazonias”, su eje principal es el gran río, hijo
de muchos ríos:
«De la altura extrema de la
cordillera, donde las nieves son eternas, el agua se desprende y traza un
esbozo trémulo en la piel antigua de la piedra: el Amazonas acaba de nacer.
Nace a cada instante. Desciende lenta, sinuosa luz, para crecer en la tierra.
Espantando verdes, inventa su camino y se acrecienta. Aguas subterráneas
afloran para abrazarse con el agua que desciende de Los Andes. De la barriga de
las nubes blanquísimas, tocadas por el viento, cae el agua celeste. Reunidas
avanzan, multiplicadas en infinitos caminos, bañando la inmensa planicie […]. Es
la Gran Amazonia, toda en el trópico húmedo, con su selva compacta y
atolondrante, donde todavía palpita, intocada y en vastos lugares jamás
sorprendida por el hombre, la vida que se fue urdiendo en las intimidades del
agua [...]. Desde que el hombre la habita, se yergue de las profundidades de
sus aguas, y se escurre de los altos centros de su selva un terrible temor: de
que esa vida esté, despacito, tomando el rumbo del fin»[56].
46. Los poetas populares,
que se enamoraron de su inmensa belleza, han tratado de expresar lo que este
río les hace sentir y la vida que él regala a su paso, en una danza de
delfines, anacondas, árboles y canoas. Pero también lamentan los peligros que
lo amenazan. Estos poetas, contemplativos y proféticos, nos ayudan a liberarnos
del paradigma tecnocrático y consumista que destroza la naturaleza y que nos
deja sin una existencia realmente digna:
«El mundo sufre de la
transformación de los pies en caucho, de las piernas en cuero, del cuerpo en
paño y de la cabeza en acero […]. El mundo sufre la transformación de la pala
en fusil, del arado en tanque de guerra, de la imagen del sembrador que siembra
en la del autómata con su lanzallamas, de cuya sementera brotan desiertos. Sólo
la poesía, con la humildad de su voz, podrá salvar a este mundo»[57].
El grito de la Amazonia
47. La poesía ayuda a
expresar una dolorosa sensación que hoy muchos compartimos. La verdad
insoslayable es que, en las actuales condiciones, con este modo de tratar a la
Amazonia, tanta vida y tanta hermosura están “tomando el rumbo del fin”, aunque
muchos quieran seguir creyendo que no pasa nada:
«Los que creyeron que el río
era un lazo para jugar se equivocaron.
El río es una vena delgadita
en la cara de la tierra. […]
El río es una cuerda de
donde se agarran los animales y los árboles.
Si lo jalan muy duro, el río
podría reventarse.
Podría reventarse y lavarnos
la cara con el agua y con la sangre»[58].
48. El equilibrio planetario
depende también de la salud de la Amazonia. Junto con el bioma del Congo y del
Borneo, deslumbra por la diversidad de sus bosques, de los cuales también
dependen los ciclos de las lluvias, el equilibrio del clima y una gran variedad
de seres vivos. Funciona como un gran filtro del dióxido de carbono, que ayuda
a evitar el calentamiento de la tierra. En gran parte, su suelo es pobre en
humus, por lo cual la selva «crece realmente sobre el suelo y no del
suelo»[59]. Cuando se elimina la selva, esta no es reemplazada, porque queda un
terreno con pocos nutrientes que se convierte en territorio desértico o pobre
en vegetación. Esto es grave, porque en las entrañas de la selva amazónica
subsisten innumerables recursos que podrían ser indispensables para la curación
de enfermedades. Sus peces, frutas y otros dones desbordantes enriquecen la alimentación
humana. Además, en un ecosistema como el amazónico, la importancia de cada
parte en el cuidado del todo se vuelve ineludible. Las tierras bajas y la
vegetación marina también necesitan ser fertilizadas por lo que arrastra el
Amazonas. El grito de la Amazonia alcanza a todos porque la «conquista y
explotación de los recursos […] amenaza hoy la misma capacidad de acogida del
medioambiente: el ambiente como “recurso” pone en peligro el ambiente como
“casa”»[60]. El interés de unas pocas empresas poderosas no debería estar por
encima del bien de la Amazonia y de la humanidad entera.
49. No es suficiente prestar
atención al cuidado de las especies más visibles en riesgo de extinción. Es
crucial tener en cuenta que en «el buen funcionamiento de los ecosistemas
también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los
reptiles y la innumerable variedad de microorganismos. Algunas especies poco
numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental
para estabilizar el equilibrio de un lugar»[61]. Esto fácilmente es ignorado en
la evaluación del impacto ambiental de los proyectos económicos de industrias
extractivas, energéticas, madereras y otras que destruyen y contaminan. Por
otra parte, el agua, que abunda en la Amazonia, es un bien esencial para la
sobrevivencia humana, pero las fuentes de contaminación son cada vez
mayores[62].
50. Es verdad que, además de
los intereses económicos de empresarios y políticos locales, están también «los
enormes intereses económicos internacionales»[63]. La solución no está,
entonces, en una “internacionalización” de la Amazonia[64], pero se vuelve más
grave la responsabilidad de los gobiernos nacionales. Por esta misma razón «es
loable la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la
sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente,
también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno
cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los
recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o
internacionales»[65].
51. Para cuidar la Amazonia
es bueno articular los saberes ancestrales con los conocimientos técnicos
contemporáneos, pero siempre procurando un manejo sustentable del territorio
que al mismo tiempo preserve el estilo de vida y los sistemas de valores de los
pobladores[66]. A ellos, de manera especial a los pueblos originarios,
corresponde recibir —además de la formación básica— la información completa y
transparente de los proyectos, de su alcance, de sus efectos y riesgos, para
poder relacionar esta información con sus intereses y con su propio
conocimiento del lugar, y así poder dar o no su consentimiento, o bien proponer
alternativas[67].
52. Los más poderosos no se
conforman nunca con las ganancias que obtienen, y los recursos del poder
económico se agigantan con el desarrollo científico y tecnológico. Por ello
todos deberíamos insistir en la urgencia de «crear un sistema normativo que
incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas,
antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico
terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la
justicia»[68]. Si el llamado de Dios necesita de una escucha atenta del clamor
de los pobres y de la tierra al mismo tiempo[69], para nosotros «el grito de la
Amazonia al Creador, es semejante al grito del Pueblo de Dios en Egipto (cf. Ex
3,7). Es un grito de esclavitud y abandono, que clama por la libertad»[70].
La profecía de la
contemplación
53. Muchas veces dejamos
cauterizar la conciencia, porque «la distracción constante nos quita la
valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito»[71]. Si se mira
la superficie quizás parece «que las cosas no fueran tan graves y que el
planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este
comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de
producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar
todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no
reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada
ocurriera»[72].
54. Más allá de todo esto,
quiero recordar que cada una de las distintas especies tiene un valor en sí
misma, pero «cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya
no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para
siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con
alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a
Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos
derecho»[73].
55. Aprendiendo de los
pueblos originarios podemos contemplar la Amazonia y no sólo analizarla, para
reconocer ese misterio precioso que nos supera. Podemos amarla y no sólo
utilizarla, para que el amor despierte un interés hondo y sincero. Es más,
podemos sentirnos íntimamente unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la
Amazonia se volverá nuestra como una madre. Porque «el mundo no se contempla
desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos
ha unido a todos los seres»[74].
56. Despertemos el sentido
estético y contemplativo que Dios puso en nosotros y que a veces dejamos
atrofiar. Recordemos que «cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y
valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso
y abuso inescrupuloso»[75]. En cambio, si entramos en comunión con la selva,
fácilmente nuestra voz se unirá a la de ella y se convertirá en oración:
«Recostados a la sombra de un viejo eucalipto nuestra plegaria de luz se
sumerge en el canto del follaje eterno»[76]. Esta conversión interior es lo que
podrá permitirnos llorar por la Amazonia y gritar con ella ante el Señor.
57. Jesús decía: «¿No se
venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está
olvidado ante Dios» (Lc 12,6). El Padre Dios, que creó cada ser del universo
con infinito amor, nos convoca a ser sus instrumentos en orden a escuchar el grito
de la Amazonia. Si nosotros acudimos ante ese clamor desgarrador, podrá
manifestarse que las creaturas de la Amazonia no han sido olvidadas por el
Padre del cielo. Para los cristianos, el mismo Jesús nos reclama desde ellas,
«porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino
de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que Él contempló admirado
con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa»[77]. Por
estas razones, los creyentes encontramos en la Amazonia un lugar teológico, un
espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos.
Educación y hábitos
ecológicos
58. Así podemos dar un paso
más y recordar que una ecología integral no se conforma con ajustar cuestiones
técnicas o con decisiones políticas, jurídicas y sociales. La gran ecología
siempre incorpora un aspecto educativo que provoca el desarrollo de nuevos
hábitos en las personas y en los grupos humanos. Lamentablemente muchos
habitantes de la Amazonia han adquirido costumbres propias de las grandes
ciudades, donde el consumismo y la cultura del descarte ya están muy
arraigados. No habrá una ecología sana y sustentable, capaz de transformar
algo, si no cambian las personas, si no se las estimula a optar por otro estilo
de vida, menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos ansioso, más fraterno.
59. Porque «mientras más
vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer
y consumir. En este contexto, no parece posible que alguien acepte que la
realidad le marque límites. […] No pensemos sólo en la posibilidad de terribles
fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en
catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de
vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo
podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[78].
60. La Iglesia, con su larga
experiencia espiritual, con su renovada consciencia sobre el valor de la
creación, con su preocupación por la justicia, con su opción por los últimos,
con su tradición educativa y con su historia de encarnación en culturas tan
diversas de todo el mundo, también quiere aportar al cuidado y al crecimiento
de la Amazonia.
Esto da lugar al siguiente
sueño, que quiero compartir más directamente con los pastores y fieles
católicos.
CAPÍTULO CUARTO
UN SUEÑO ECLESIAL
61. La Iglesia está llamada
a caminar con los pueblos de la Amazonia. En América Latina este caminar tuvo
expresiones privilegiadas como la Conferencia de Obispos en Medellín (1968) y
su aplicación a la Amazonia en Santarem (1972)[79]; y luego en Puebla (1979),
Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). El camino continúa, y la tarea
misionera, si quiere desarrollar una Iglesia con rostro amazónico, necesita
crecer en una cultura del encuentro hacia una «pluriforme armonía»[80]. Pero
para que sea posible esta encarnación de la Iglesia y del Evangelio debe
resonar, una y otra vez, el gran anuncio misionero.
El anuncio indispensable en
la Amazonia
62. Frente a tantas
necesidades y angustias que claman desde el corazón de la Amazonia, podemos
responder a partir de organizaciones sociales, recursos técnicos, espacios de
debate, programas políticos, y todo eso puede ser parte de la solución. Pero
los cristianos no renunciamos a la propuesta de fe que recibimos del Evangelio.
Si bien queremos luchar con todos, codo a codo, no nos avergonzamos de
Jesucristo. Para quienes se han encontrado con Él, viven en su amistad y se
identifican con su mensaje, es inevitable hablar de Él y acercar a los demás su
propuesta de vida nueva: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Co 9,16).
63. La auténtica opción por
los más pobres y olvidados, al mismo tiempo que nos mueve a liberarlos de la
miseria material y a defender sus derechos, implica proponerles la amistad con
el Señor que los promueve y dignifica. Sería triste que reciban de nosotros un
código de doctrinas o un imperativo moral, pero no el gran anuncio salvífico,
ese grito misionero que apunta al corazón y da sentido a todo lo demás. Tampoco
podemos conformarnos con un mensaje social. Si damos la vida por ellos, por la
justicia y la dignidad que ellos merecen, no podemos ocultarles que lo hacemos
porque reconocemos a Cristo en ellos y porque descubrimos la inmensa dignidad
que les otorga el Padre Dios que los ama infinitamente.
64. Ellos tienen derecho al
anuncio del Evangelio, sobre todo a ese primer anuncio que se llama kerygma y
que «es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de
diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de
otra»[81]. Es el anuncio de un Dios que ama infinitamente a cada ser humano,
que ha manifestado plenamente ese amor en Cristo crucificado por nosotros y
resucitado en nuestras vidas. Propongo releer un breve resumen sobre este contenido
en el capítulo IV de la Exhortación Christus vivit. Este anuncio debe resonar
constantemente en la Amazonia, expresado de muchas modalidades diferentes. Sin
este anuncio apasionado, cada estructura eclesial se convertirá en una ONG más,
y así no responderemos al pedido de Jesucristo: «Vayan por todo el mundo y
anuncien el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).
65. Cualquier propuesta de
maduración en la vida cristiana necesita tener como eje permanente este
anuncio, porque «toda formación cristiana es ante todo la profundización del
kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor»[82]. La reacción
fundamental ante ese anuncio, cuando logra provocar un encuentro personal con
el Señor, es la caridad fraterna, ese «mandamiento nuevo que es el primero, el
más grande, el que mejor nos identifica como discípulos»[83]. Así, el kerygma y
el amor fraterno conforman la gran síntesis de todo el contenido del Evangelio
que no puede dejar de ser propuesta en la Amazonia. Es lo que vivieron grandes
evangelizadores de América Latina como santo Toribio de Mogrovejo o san José de
Anchieta.
La inculturación
66. La Iglesia, al mismo
tiempo que anuncia una y otra vez el kerygma, necesita crecer en la Amazonia.
Para ello siempre reconfigura su propia identidad en escucha y diálogo con las
personas, realidades e historias de su territorio. De esa forma podrá
desarrollarse cada vez más un necesario proceso de inculturación, que no
desprecia nada de lo bueno que ya existe en las culturas amazónicas, sino que
lo recoge y lo lleva a la plenitud a la luz del Evangelio[84]. Tampoco
desprecia la riqueza de sabiduría cristiana transmitida durante siglos, como si
se pretendiera ignorar la historia donde Dios ha obrado de múltiples maneras,
porque la Iglesia tiene un rostro pluriforme «no sólo desde una perspectiva
espacial [...] sino también desde su realidad temporal»[85]. Se trata de la
auténtica Tradición de la Iglesia, que no es un depósito estático ni una pieza
de museo, sino la raíz de un árbol que crece[86]. Es la Tradición milenaria que
testimonia la acción divina en su Pueblo y «tiene la misión de mantener vivo el
fuego más que conservar sus cenizas»[87].
67. San Juan Pablo II
enseñaba que, al presentar su propuesta evangélica, «la Iglesia no pretende
negar la autonomía de la cultura. Al contrario, tiene hacia ella el mayor
respeto», porque la cultura «no es solamente sujeto de redención y elevación,
sino que puede también jugar un rol de mediación y de colaboración»[88].
Dirigiéndose a los indígenas del Continente americano recordó que «una fe que
no se haga cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no
fielmente vivida»[89]. Los desafíos de las culturas invitan a la Iglesia a «una
actitud de vigilante sentido crítico, pero también de atención confiada»[90].
68. Cabe retomar aquí lo que
ya expresé en la Exhortación Evangelii gaudium acerca de la inculturación, que
tiene como base la convicción de que «la gracia supone la cultura, y el don de
Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe».[91] Percibamos que esto
implica un doble movimiento. Por una parte, una dinámica de fecundación que
permite expresar el Evangelio en un lugar, ya que «cuando una comunidad acoge
el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza
transformadora del Evangelio».[92] Por otra parte, la misma Iglesia vive un
camino receptivo, que la enriquece con lo que el Espíritu ya había sembrado
misteriosamente en esa cultura. De ese modo, «el Espíritu Santo embellece a la
Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo
rostro»[93]. Se trata, en definitiva, de permitir y de alentar que el anuncio
del Evangelio inagotable, comunicado «con categorías propias de la cultura
donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura»[94]-
69. Por esto, «como podemos
ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo
cultural»[95] y «no haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un
cristianismo monocultural y monocorde»[96]. Sin embargo, el riesgo de los
evangelizadores que llegan a un lugar es creer que no sólo deben comunicar el
Evangelio sino también la cultura en la cual ellos han crecido, olvidando que
no se trata de «imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua
que sea»[97]. Hace falta aceptar con valentía la novedad del Espíritu capaz de
crear siempre algo nuevo con el tesoro inagotable de Jesucristo, porque «la
inculturación coloca a la Iglesia en un camino difícil, pero necesario»[98]. Es
verdad que «aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos
paraliza demasiado» y terminamos como «espectadores de un estancamiento
infecundo de la Iglesia»[99]. No temamos, no le cortemos las alas al Espíritu
Santo.
Caminos de inculturación en
la Amazonia
70. Para lograr una renovada
inculturación del Evangelio en la Amazonia, la Iglesia necesita escuchar su
sabiduría ancestral, volver a dar voz a los mayores, reconocer los valores
presentes en el estilo de vida de las comunidades originarias, recuperar a
tiempo las ricas narraciones de los pueblos. En la Amazonia ya hemos recibido
riquezas que vienen de las culturas precolombinas, «como la apertura a la
acción de Dios, el sentido de la gratitud por los frutos de la tierra, el
carácter sagrado de la vida humana y la valoración de la familia, el sentido de
solidaridad y la corresponsabilidad en el trabajo común, la importancia de lo
cultual, la creencia en una vida más allá de la terrenal, y tantos otros
valores»[100].
71. En este contexto, los
pueblos indígenas amazónicos expresan la auténtica calidad de vida como un
“buen vivir” que implica una armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica,
y que se expresa en su modo comunitario de pensar la existencia, en la
capacidad de encontrar gozo y plenitud en medio de una vida austera y sencilla,
así como en el cuidado responsable de la naturaleza que preserva los recursos
para las siguientes generaciones. Los pueblos aborígenes podrían ayudarnos a
percibir lo que es una feliz sobriedad y en este sentido «tienen mucho que enseñarnos»[101].
Ellos saben ser felices con poco, disfrutan los pequeños dones de Dios sin
acumular tantas cosas, no destruyen sin necesidad, cuidan los ecosistemas y
reconocen que la tierra, al mismo tiempo que se ofrece para sostener su vida,
como una fuente generosa, tiene un sentido materno que despierta respetuosa
ternura. Todo eso debe ser valorado y recogido en la evangelización[102].
72. Mientras luchamos por
ellos y con ellos, estamos llamados «a ser sus amigos, a escucharlos, a
interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos
a través de ellos»[103]. Los habitantes de las ciudades necesitan valorar esta
sabiduría y dejarse “reeducar” frente al consumismo ansioso y al aislamiento
urbano. La Iglesia misma puede ser un vehículo que ayude a esta recuperación
cultural en una preciosa síntesis con el anuncio del Evangelio. Además, ella se
convierte en instrumento de caridad en la medida en que las comunidades urbanas
no sólo sean misioneras en su entorno, sino también acogedoras ante los pobres
que llegan del interior acuciados por la miseria. Lo es igualmente en la medida
en que las comunidades estén cerca de los jóvenes migrantes para ayudarles a
integrarse en la ciudad sin caer en sus redes de degradación. Estas acciones
eclesiales, que brotan del amor, son valiosos caminos dentro de un proceso de
inculturación.
73. Pero la inculturación
eleva y plenifica. Ciertamente hay que valorar esa mística indígena de la
interconexión e interdependencia de todo lo creado, mística de gratuidad que
ama la vida como don, mística de admiración sagrada ante la naturaleza que nos
desborda con tanta vida. No obstante, también se trata de lograr que esta
relación con Dios presente en el cosmos se convierta, cada vez más, en la
relación personal con un Tú que sostiene la propia realidad y quiere darle un
sentido, un Tú que nos conoce y nos ama:
«Flotan sombras de mí,
maderas muertas.
Pero la estrella nace sin
reproche
sobre las manos de este
niño, expertas,
que conquistan las aguas y
la noche.
Me ha de bastar saber que Tú
me sabes
entero, desde antes de mis
días»[104].
74. De igual modo, la
relación con Jesucristo, Dios y hombre verdadero, liberador y redentor, no es
enemiga de esta cosmovisión marcadamente cósmica que los caracteriza, porque Él
también es el Resucitado que penetra todas las cosas[105]. Para la experiencia
cristiana, «todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero
sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su
persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de
transformación definitiva»[106]. Él está gloriosa y misteriosamente presente en
el río, en los árboles, en los peces, en el viento, como el Señor que reina en
la creación sin perder sus heridas transfiguradas, y en la Eucaristía asume los
elementos del mundo dando a cada uno el sentido del don pascual.
Inculturación social y
espiritual
75. Esta inculturación, dada
la situación de pobreza y abandono de tantos habitantes de la Amazonia,
necesariamente tendrá que tener un perfume marcadamente social y caracterizarse
por una firme defensa de los derechos humanos, haciendo brillar ese rostro de
Cristo que «ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y
pobres»[107]. Porque «desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima
conexión que existe entre evangelización y promoción humana»[108], y esto
implica para las comunidades cristianas un claro compromiso con el Reino de
justicia en la promoción de los descartados. Para ello es sumamente importante
una adecuada formación de los agentes pastorales en la Doctrina Social de la
Iglesia.
76. Al mismo tiempo, la
inculturación del Evangelio en la Amazonia debe integrar mejor lo social con lo
espiritual, de manera que los más pobres no necesiten ir a buscar fuera de la
Iglesia una espiritualidad que responda a los anhelos de su dimensión
trascendente. Por lo tanto, no se trata de una religiosidad alienante e
individualista que acalle los reclamos sociales por una vida más digna, pero
tampoco se trata de mutilar la dimensión trascendente y espiritual como si al
ser humano le bastara el desarrollo material. Esto nos convoca no sólo a
combinar las dos cosas, sino a conectarlas íntimamente. Así brillará la
verdadera hermosura del Evangelio, que es plenamente humanizadora, que
dignifica íntegramente a las personas y a los pueblos, que colma el corazón y
la vida entera.
Puntos de partida para una
santidad amazónica
77. Así podrán nacer
testimonios de santidad con rostro amazónico, que no sean copias de modelos de
otros lugares, santidad hecha de encuentro y de entrega, de contemplación y de
servicio, de soledad receptiva y de vida común, de alegre sobriedad y de lucha
por la justicia. A esta santidad la alcanza «cada uno por su camino»[109], y
eso vale también para los pueblos, donde la gracia se encarna y brilla con
rasgos distintivos. Imaginemos una santidad con rasgos amazónicos, llamada a
interpelar a la Iglesia universal.
78. Un proceso de
inculturación, que implica caminos no sólo individuales sino también populares,
exige amor al pueblo cargado de respeto y comprensión. En buena parte de la
Amazonia este proceso ya se ha iniciado. Hace más de cuarenta años los Obispos
de la Amazonia del Perú destacaban que en muchos de los grupos presentes en esa
región «el sujeto de evangelización, modelado por una cultura propia múltiple y
cambiante, está inicialmente evangelizado» ya que posee «ciertos rasgos de
catolicismo popular que, aunque primitivamente quizás fueron promovidos por
agentes pastorales, actualmente son algo que el pueblo ha hecho suyo y hasta
les ha cambiado los significados y los transmite de generación en
generación»[110]. No nos apresuremos en calificar de superstición o de
paganismo algunas expresiones religiosas que surgen espontáneamente de la vida
de los pueblos. Más bien hay que saber reconocer el trigo que crece entre la
cizaña, porque «en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe
recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo»[111].
79. Es posible recoger de
alguna manera un símbolo indígena sin calificarlo necesariamente de idolatría.
Un mito cargado de sentido espiritual puede ser aprovechado, y no siempre
considerado un error pagano. Algunas fiestas religiosas contienen un
significado sagrado y son espacios de reencuentro y de fraternidad, aunque se
requiera un lento proceso de purificación o de maduración. Un misionero de alma
trata de descubrir qué inquietudes legítimas buscan un cauce en manifestaciones
religiosas a veces imperfectas, parciales o equivocadas, e intenta responder
desde una espiritualidad inculturada.
80. Será sin duda una
espiritualidad centrada en el único Dios y Señor, pero al mismo tiempo capaz de
entrar en contacto con las necesidades cotidianas de las personas que procuran
una vida digna, que quieren disfrutar de las cosas bellas de la existencia,
encontrar la paz y la armonía, resolver las crisis familiares, curar sus
enfermedades, ver a sus hijos crecer felices. El peor peligro sería alejarlos
del encuentro con Cristo por presentarlo como un enemigo del gozo, o como
alguien indiferente ante las búsquedas y las angustias humanas[112]. Hoy es
indispensable mostrar que la santidad no deja a las personas sin «fuerzas, vida
o alegría»[113].
La inculturación de la
liturgia
81. La inculturación de la
espiritualidad cristiana en las culturas de los pueblos originarios tiene en
los sacramentos un camino de especial valor, porque en ellos se une lo divino y
lo cósmico, la gracia y la creación. En la Amazonia no deberían entenderse como
una separación con respecto a lo creado. Ellos «son un modo privilegiado de
cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida
sobrenatural»[114]. Son una plenificación de lo creado, donde la naturaleza es
elevada para que sea lugar e instrumento de la gracia, para «abrazar el mundo
en un nivel distinto»[115].
82. En la Eucaristía, Dios
«en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a
través de un pedazo de materia. […] [Ella] une el cielo y la tierra, abraza y
penetra todo lo creado»[116]. Por esa razón puede ser «motivación para nuestras
preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo
creado»[117]. Así «no escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando
queremos encontrarnos con Dios»[118]. Esto nos permite recoger en la liturgia
muchos elementos propios de la experiencia de los indígenas en su íntimo
contacto con la naturaleza y estimular expresiones autóctonas en cantos,
danzas, ritos, gestos y símbolos. Ya el Concilio Vaticano II había pedido este
esfuerzo de inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas[119], pero
han pasado más de cincuenta años y hemos avanzado poco en esta línea[120].
83. Al domingo, «la
espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser
humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o
innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más
importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión
receptiva y gratuita»[121]. Los pueblos originarios saben de esta gratuidad y
de este sano ocio contemplativo. Nuestras celebraciones deberían ayudarles a
vivir esta experiencia en la liturgia dominical y a encontrarse con la luz de
la Palabra y de la Eucaristía que ilumina nuestras vidas concretas.
84. Los sacramentos muestran
y comunican al Dios cercano que llega con misericordia a curar y a fortalecer a
sus hijos. Por lo tanto deben ser accesibles, sobre todo para los pobres, y
nunca deben negarse por razones de dinero. Tampoco cabe, frente a los pobres y
olvidados de la Amazonia, una disciplina que excluya y aleje, porque así ellos
son finalmente descartados por una Iglesia convertida en aduana. Más bien, «en
las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia
debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando
imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue
el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa
Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios»[122]. Para la
Iglesia la misericordia puede volverse una mera expresión romántica si no se
manifiesta concretamente en la tarea pastoral[123].
La inculturación de la
ministerialidad
85. La inculturación también
debe desarrollarse y reflejarse en una forma encarnada de llevar adelante la
organización eclesial y la ministerialidad. Si se incultura la espiritualidad,
si se incultura la santidad, si se incultura el Evangelio mismo, ¿cómo evitar
pensar en una inculturación del modo como se estructuran y se viven los
ministerios eclesiales? La pastoral de la Iglesia tiene en la Amazonia una
presencia precaria, debida en parte a la inmensa extensión territorial con
muchos lugares de difícil acceso, gran diversidad cultural, serios problemas
sociales, y la propia opción de algunos pueblos de recluirse. Esto no puede
dejarnos indiferentes y exige de la Iglesia una respuesta específica y
valiente.
86. Se requiere lograr que
la ministerialidad se configure de tal manera que esté al servicio de una mayor
frecuencia de la celebración de la Eucaristía, aun en las comunidades más
remotas y escondidas. En Aparecida se invitó a escuchar el lamento de tantas
comunidades de la Amazonia «privadas de la Eucaristía dominical por largos
períodos»[124]. Pero al mismo tiempo se necesitan ministros que puedan
comprender desde dentro la sensibilidad y las culturas amazónicas.
87. El modo de configurar la
vida y el ejercicio del ministerio de los sacerdotes no es monolítico, y
adquiere diversos matices en distintos lugares de la tierra. Por eso es
importante determinar qué es lo más específico del sacerdote, aquello que no
puede ser delegado. La respuesta está en el sacramento del Orden sagrado, que
lo configura con Cristo sacerdote. Y la primera conclusión es que ese carácter
exclusivo recibido en el Orden, lo capacita sólo a él para presidir la
Eucaristía[125]. Esa es su función específica, principal e indelegable. Algunos
piensan que lo que distingue al sacerdote es el poder, el hecho de ser la
máxima autoridad de la comunidad. Pero san Juan Pablo II explicó que aunque el
sacerdocio se considere “jerárquico”, esta función no tiene el valor de estar
por encima del resto, sino que «está ordenada totalmente a la santidad de los
miembros del Cuerpo místico de Cristo»[126]. Cuando se afirma que el sacerdote
es signo de “Cristo cabeza”, el sentido principal es que Cristo es la fuente de
la gracia: Él es cabeza de la Iglesia «porque tiene el poder de hacer correr la
gracia por todos los miembros de la Iglesia»[127].
88. El sacerdote es signo de
esa Cabeza que derrama la gracia ante todo cuando celebra la Eucaristía, fuente
y culmen de toda la vida cristiana[128]. Esa es su gran potestad, que sólo
puede ser recibida en el sacramento del Orden sacerdotal. Por eso únicamente él
puede decir: “Esto es mi cuerpo”. Hay otras palabras que sólo él puede
pronunciar: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Porque el perdón sacramental está
al servicio de una celebración eucarística digna. En estos dos sacramentos está
el corazón de su identidad exclusiva[129].
89. En las circunstancias
específicas de la Amazonia, de manera especial en sus selvas y lugares más
remotos, hay que encontrar un modo de asegurar ese ministerio sacerdotal. Los
laicos podrán anunciar la Palabra, enseñar, organizar sus comunidades, celebrar
algunos sacramentos, buscar distintos cauces para la piedad popular y
desarrollar la multitud de dones que el Espíritu derrama en ellos. Pero
necesitan la celebración de la Eucaristía porque ella «hace la Iglesia»[130], y
llegamos a decir que «no se edifica ninguna comunidad cristiana si esta no
tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía»[131]. Si de
verdad creemos que esto es así, es urgente evitar que los pueblos amazónicos
estén privados de ese alimento de vida nueva y del sacramento del perdón.
90. Esta acuciante necesidad
me lleva a exhortar a todos los Obispos, en especial a los de América Latina,
no sólo a promover la oración por las vocaciones sacerdotales, sino también a
ser más generosos, orientando a los que muestran vocación misionera para que
opten por la Amazonia[132]. Al mismo tiempo conviene revisar a fondo la
estructura y el contenido tanto de la formación inicial como de la formación permanente
de los presbíteros, para que adquieran las actitudes y capacidades que requiere
el diálogo con las culturas amazónicas. Esta formación debe ser eminentemente
pastoral y favorecer el desarrollo de la misericordia sacerdotal[133].
Comunidades repletas de vida
91. Por otra parte, la
Eucaristía es el gran sacramento que significa y realiza la unidad de la
Iglesia[134], y se celebra «para que de extraños, dispersos e indiferentes unos
a otros, lleguemos a ser unidos, iguales y amigos»[135]. Quien preside la
Eucaristía debe cuidar la comunión, que no es una unidad empobrecida, sino que
acoge la múltiple riqueza de dones y carismas que el Espíritu derrama en la
comunidad.
92. Por lo tanto, la
Eucaristía, como fuente y culmen, reclama el desarrollo de esa multiforme
riqueza. Se necesitan sacerdotes, pero esto no excluye que ordinariamente los
diáconos permanentes —que deberían ser muchos más en la Amazonia—, las
religiosas y los mismos laicos asuman responsabilidades importantes para el
crecimiento de las comunidades y que maduren en el ejercicio de esas funciones
gracias a un acompañamiento adecuado.
93. Entonces no se trata
sólo de facilitar una mayor presencia de ministros ordenados que puedan
celebrar la Eucaristía. Este sería un objetivo muy limitado si no intentamos
también provocar una nueva vida en las comunidades. Necesitamos promover el
encuentro con la Palabra y la maduración en la santidad a través de variados
servicios laicales, que suponen un proceso de preparación —bíblica, doctrinal,
espiritual y práctica— y diversos caminos de formación permanente.
94. Una Iglesia con rostros
amazónicos requiere la presencia estable de líderes laicos maduros y dotados de
autoridad[136], que conozcan las lenguas, las culturas, la experiencia
espiritual y el modo de vivir en comunidad de cada lugar, al mismo tiempo que
dejan espacio a la multiplicidad de dones que el Espíritu Santo siembra en
todos. Porque allí donde hay una necesidad peculiar, Él ya ha derramado
carismas que permitan darle una respuesta. Ello supone en la Iglesia una
capacidad para dar lugar a la audacia del Espíritu, para confiar y
concretamente para permitir el desarrollo de una cultura eclesial propia,
marcadamente laical. Los desafíos de la Amazonia exigen a la Iglesia un
esfuerzo especial por lograr una presencia capilar que sólo es posible con un
contundente protagonismo de los laicos.
95. Muchas personas
consagradas gastaron sus energías y buena parte de sus vidas por el Reino de
Dios en la Amazonia. La vida consagrada, capaz de diálogo, de síntesis, de
encarnación y de profecía, tiene un lugar especial en esta configuración plural
y armoniosa de la Iglesia amazónica. Pero le hace falta un nuevo esfuerzo de
inculturación, que ponga en juego la creatividad, la audacia misionera, la sensibilidad
y la fuerza peculiar de la vida comunitaria.
96. Las comunidades de base,
cuando supieron integrar la defensa de los derechos sociales con el anuncio
misionero y la espiritualidad, fueron verdaderas experiencias de sinodalidad en
el caminar evangelizador de la Iglesia en la Amazonia. Muchas veces «han
ayudado a formar cristianos comprometidos con su fe, discípulos y misioneros
del Señor, como testimonia la entrega generosa, hasta derramar su sangre, de
tantos miembros suyos»[137].
97. Aliento la
profundización de la tarea conjunta que se realiza a través de la REPAM y de
otras asociaciones, con el objetivo de consolidar lo que ya pedía Aparecida:
«establecer, entre las iglesias locales de diversos países sudamericanos, que
están en la cuenca amazónica, una pastoral de conjunto con prioridades
diferenciadas»[138]. Esto vale especialmente para la relación entre las
Iglesias fronterizas.
98. Finalmente, quiero
recordar que no siempre podemos pensar proyectos para comunidades estables,
porque en la Amazonia hay una gran movilidad interna, una constante migración
muchas veces pendular, y «la región se ha convertido de hecho en un corredor
migratorio»[139]. La «trashumancia amazónica no ha sido bien comprendida ni
suficientemente trabajada desde el punto de vista pastoral»[140]. Por ello hay
que pensar en equipos misioneros itinerantes y «apoyar la inserción y la
itinerancia de los consagrados y las consagradas junto a los más empobrecidos y
excluidos»[141]. Por otro lado, esto desafía a nuestras comunidades urbanas,
que deberían cultivar con ingenio y generosidad, de forma especial en las
periferias, diversas formas de cercanía y de acogida ante las familias y los
jóvenes que llegan del interior.
La fuerza y el don de las
mujeres
99. En la Amazonia hay
comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo
sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió
gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras,
catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el
Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en
esos lugares con admirable entrega y ardiente fe. Ellas mismas, en el Sínodo,
nos conmovieron a todos con su testimonio.
100. Esto nos invita a
expandir la mirada para evitar reducir nuestra comprensión de la Iglesia a
estructuras funcionales. Ese reduccionismo nos llevaría a pensar que se
otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia sólo
si se les diera acceso al Orden sagrado. Pero esta mirada en realidad limitaría
las perspectivas, nos orientaría a clericalizar a las mujeres, disminuiría el
gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un
empobrecimiento de su aporte indispensable.
101. Jesucristo se presenta
como Esposo de la comunidad que celebra la Eucaristía, a través de la figura de
un varón que la preside como signo del único Sacerdote. Este diálogo entre el
Esposo y la esposa que se eleva en la adoración y santifica a la comunidad, no
debería encerrarnos en planteamientos parciales sobre el poder en la Iglesia.
Porque el Señor quiso manifestar su poder y su amor a través de dos rostros
humanos: el de su Hijo divino hecho hombre y el de una creatura que es mujer,
María. Las mujeres hacen su aporte a la Iglesia según su modo propio y
prolongando la fuerza y la ternura de María, la Madre. De este modo no nos
limitamos a un planteamiento funcional, sino que entramos en la estructura
íntima de la Iglesia. Así comprendemos radicalmente por qué sin las mujeres
ella se derrumba, como se habrían caído a pedazos tantas comunidades de la
Amazonia si no hubieran estado allí las mujeres, sosteniéndolas, conteniéndolas
y cuidándolas. Esto muestra cuál es su poder característico.
102. No podemos dejar de
alentar los dones populares que han dado a las mujeres tanto protagonismo en la
Amazonia, aunque hoy las comunidades están sometidas a nuevos riesgos que no
existían en otras épocas. La situación actual nos exige estimular el
surgimiento de otros servicios y carismas femeninos, que respondan a las
necesidades específicas de los pueblos amazónicos en este momento histórico.
103. En una Iglesia sinodal
las mujeres, que de hecho desempeñan un papel central en las comunidades
amazónicas, deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales
que no requieren el Orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio.
Cabe recordar que estos servicios implican una estabilidad, un reconocimiento
público y el envío por parte del obispo. Esto da lugar también a que las
mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las
decisiones más importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar de
hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina.
Ampliar horizontes más allá
de los conflictos
104. Suele ocurrir que en un
determinado lugar los agentes pastorales vislumbran soluciones muy diversas
para los problemas que enfrentan, y por ello proponen formas aparentemente
opuestas de organización eclesial. Cuando esto ocurre es probable que la
verdadera respuesta a los desafíos de la evangelización esté en la superación
de las dos propuestas, encontrando otros caminos mejores, quizás no imaginados.
El conflicto se supera en un nivel superior donde cada una de las partes, sin
dejar de ser fiel a sí misma, se integra con la otra en una nueva realidad.
Todo se resuelve «en un plano superior que conserva en sí las virtualidades
valiosas de las polaridades en pugna»[142]. De otro modo, el conflicto nos
encierra, «perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma
queda fragmentada»[143].
105. Esto de ninguna manera
significa relativizar los problemas, escapar de ellos o dejar las cosas como
están. Las verdaderas soluciones nunca se alcanzan licuando la audacia, escondiéndose
de las exigencias concretas o buscando culpas afuera. Al contrario, la salida
se encuentra por “desborde”, trascendiendo la dialéctica que limita la visión
para poder reconocer así un don mayor que Dios está ofreciendo. De ese nuevo
don acogido con valentía y generosidad, de ese don inesperado que despierta una
nueva y mayor creatividad, manarán como de una fuente generosa las respuestas
que la dialéctica no nos dejaba ver. En sus inicios, la fe cristiana se
difundió admirablemente siguiendo esta lógica que le permitió, a partir de una
matriz hebrea, encarnarse en las culturas grecorromanas y adquirir a su paso
distintas modalidades. De modo análogo, en este momento histórico, la Amazonia
nos desafía a superar perspectivas limitadas, soluciones pragmáticas que se
quedan clausuradas en aspectos parciales de los grandes desafíos, para buscar
caminos más amplios y audaces de inculturación.
La convivencia ecuménica e
interreligiosa
106. En una Amazonia
plurirreligiosa, los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y
para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. No se
trata de que todos seamos más light o de que escondamos las convicciones
propias que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que piensan distinto.
Si uno cree que el Espíritu Santo puede actuar en el diferente, entonces
intentará dejarse enriquecer con esa luz, pero la acogerá desde el seno de sus
propias convicciones y de su propia identidad. Porque mientras más profunda,
sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su
aporte específico.
107. Los católicos tenemos
un tesoro en las Sagradas Escrituras, que otras religiones no aceptan, aunque a
veces son capaces de leerlas con interés e incluso de valorar algunos de sus
contenidos. Algo semejante intentamos hacer nosotros ante los textos sagrados
de otras religiones y comunidades religiosas, donde se encuentran «preceptos y
doctrinas que […] no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que
ilumina a todos los hombres»[144]. También tenemos una gran riqueza en los
siete sacramentos, que algunas comunidades cristianas no aceptan en su
totalidad o en idéntico sentido. Al mismo tiempo que creemos firmemente en
Jesús como único Redentor del mundo, cultivamos una profunda devoción hacia su
Madre. Si bien sabemos que esto no se da en todas las confesiones cristianas,
sentimos el deber de comunicar a la Amazonia la riqueza de ese cálido amor
materno del cual nos sentimos depositarios. De hecho terminaré esta Exhortación
con unas palabras dirigidas a María.
108. Todo esto no tendría
que convertirnos en enemigos. En un verdadero espíritu de diálogo se alimenta
la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno
no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser
sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos
de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos por el bien de la
Amazonia. La fuerza de lo que une a todos los cristianos tiene un valor
inmenso. Prestamos tanta atención a lo que nos divide que a veces ya no
apreciamos ni valoramos lo que nos une. Y eso que nos une es lo que nos permite
estar en el mundo sin que nos devoren la inmanencia terrena, el vacío
espiritual, el egocentrismo cómodo, el individualismo consumista y
autodestructivo.
109. A todos los cristianos
nos une la fe en Dios, el Padre que nos da la vida y nos ama tanto. Nos une la
fe en Jesucristo, el único Redentor, que nos liberó con su bendita sangre y con
su resurrección gloriosa. Nos une el deseo de su Palabra que guía nuestros
pasos. Nos une el fuego del Espíritu que nos impulsa a la misión. Nos une el
mandamiento nuevo que Jesús nos dejó, la búsqueda de una civilización del amor,
la pasión por el Reino que el Señor nos llama a construir con Él. Nos une la
lucha por la paz y la justicia. Nos une la convicción de que no todo se termina
en esta vida, sino que estamos llamados a la fiesta celestial donde Dios secará
todas las lágrimas y recogerá lo que hicimos por los que sufren.
110. Todo esto nos une.
¿Cómo no luchar juntos? ¿Cómo no orar juntos y trabajar codo a codo para
defender a los pobres de la Amazonia, para mostrar el rostro santo del Señor y
para cuidar su obra creadora?
CONCLUSIÓN
LA MADRE DE LA AMAZONIA
111. Después de compartir
algunos sueños, aliento a todos a avanzar en caminos concretos que permitan
transformar la realidad de la Amazonia y liberarla de los males que la aquejan.
Ahora levantemos la mirada a María. La Madre que Cristo nos dejó, aunque es la
única Madre de todos, se manifiesta en la Amazonia de distintas maneras.
Sabemos que «los indígenas se encuentran vitalmente con Jesucristo por muchas
vías; pero el camino mariano ha contribuido más a este encuentro».[145] Ante la
maravilla de la Amazonia, que hemos descubierto cada vez mejor en la
preparación y en el desarrollo del Sínodo, creo que lo mejor es culminar esta
Exhortación dirigiéndonos a ella:
Madre de la vida,
en tu seno materno se fue
formando Jesús,
que es el Señor de todo lo
que existe.
Resucitado, Él te transformó
con su luz
y te hizo reina de toda la
creación.
Por eso te pedimos que
reines, María,
en el corazón palpitante de
la Amazonia.
Muéstrate como madre de
todas las creaturas,
en la belleza de las flores,
de los ríos,
del gran río que la
atraviesa
y de todo lo que vibra en
sus selvas.
Cuida con tu cariño esa
explosión de hermosura.
Pide a Jesús que derrame
todo su amor
en los hombres y en las
mujeres que allí habitan,
para que sepan admirarla y
cuidarla.
Haz nacer a tu hijo en sus
corazones
para que Él brille en la
Amazonia,
en sus pueblos y en sus
culturas,
con la luz de su Palabra,
con el consuelo de su amor,
con su mensaje de
fraternidad y de justicia.
Que en cada Eucaristía
se eleve también tanta
maravilla
para la gloria del Padre.
Madre, mira a los pobres de
la Amazonia,
porque su hogar está siendo
destruido
por intereses mezquinos.
¡Cuánto dolor y cuánta
miseria,
cuánto abandono y cuánto
atropello
en esta tierra bendita,
desbordante de vida!
Toca la sensibilidad de los
poderosos
porque aunque sentimos que
ya es tarde
nos llamas a salvar
lo que todavía vive.
Madre del corazón traspasado
que sufres en tus hijos
ultrajados
y en la naturaleza herida,
reina tú en la Amazonia
junto con tu hijo.
Reina para que nadie más se
sienta dueño
de la obra de Dios.
En ti confiamos, Madre de la
vida
no nos abandones
en esta hora oscura.
Amén.
Dado en Roma, junto a San
Juan de Letrán, el 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor, del año
2020, séptimo de mi Pontificado.
Francisco
[1] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 49: AAS 107 (2015), 866.
[2] Instrumentum laboris,
45.
[3] Ana Varela Tafur,
«Timareo», en Lo que no veo en visiones, Lima 1992.
[4] Jorge Vega Márquez,
«Amazonia solitaria», en Poesía obrera, Cobija-Pando-Bolivia 2009, 39.
[5] Red Eclesial
Panamazónica (REPAM), Brasil, Síntesis del aporte al Sínodo, 120; Instrumentum
laboris, 45.
[6] Discurso a los jóvenes,
San Pablo - Brasil (10 mayo 2007), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (18 mayo 2007), p. 6.
[7] Cf. Alberto C. Araújo,
«Imaginario amazónico», en Amazonia real: amazoniareal.com.br (29 enero 2014).
[8] S. Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio (26 marzo 1967), 57: AAS 59 (1967), 285.
[9] S. Juan Pablo II,
Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (27 abril 2001), 4:
AAS 93 (2001), 600.
[10] Cf. Instrumentum
laboris, 41.
[11] V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio
2007), 473.
[12] Ramón Iribertegui,
Amazonas: El hombre y el caucho, ed. Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho -
Venezuela, Monografía, n. 4, Caracas 1987, 307ss.
[13] Cf. Amarílis Tupiassú,
«Amazônia, das travessias lusitanas à literatura de até agora», en Estudos
Avançados, vol. 19, n. 53, San Pablo (enero/abril 2005): «De hecho, después del
final de la primera colonización, la Amazonia continuó su camino como una
región sujeta a la avaricia de siglos, ahora bajo nuevas imposiciones retóricas
[...] por parte de agentes “civilizadores” que ni siquiera necesitan una
personificación para generar y multiplicar las nuevas facetas de la vieja
destrucción, ahora a través de una muerte lenta».
[14] Obispos de la Amazonia
de Brasil, Carta al Pueblo de Dios, Santarem - Brasil (6 julio 2012).
[15] S. Juan Pablo II,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 3: AAS 90 (1998), 150.
[16] III Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Puebla (23 marzo
1979), 6.
[17] Instrumentum laboris,
6. El Papa Pablo III, con el Breve Veritas ipsa (2 junio 1537), condenó las
tesis racistas, reconociendo a los indios, ya fuesen cristianos o no, la
dignidad de la persona humana, les reconoció el derecho a sus posesiones y
prohibió que fuesen reducidos a esclavitud. Afirmaba: «Siendo hombres como los
demás, […] no pueden ser absolutamente privados de su libertad y de la posesión
de sus bienes, tampoco aquellos que están fuera de la fe de Jesucristo». Este
magisterio fue reafirmado por los papas Gregorio XIV, Bula Cum Sicuti (28 abril
1591); Urbano VIII, Bula Commissum Nobis (22 abril 1639); Benedicto XIV, Bula
Immensa Pastorum Principis, dirigida a los Obispos de Brasil (20 diciembre
1741); Gregorio XVI, Breve In Supremo (3 diciembre 1839); León XIII, Epístola a
los Obispos de Brasil sobre la esclavitud (5 mayo 1888); S. Juan Pablo II,
Mensaje a los indígenas del Continente americano, Santo Domingo (12 octubre
1992), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (23 octubre
1992), p. 15.
[18] Frederico Benício de
Sousa Costa, Carta Pastoral (1909), ed. Imprenta del gobierno del Estado de
Amazonas, Manaos 1994, 83.
[19] Instrumentum laboris,
7.
[20] Discurso con motivo del
II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra -
Bolivia (9 julio 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(17 julio 2015), p. 9.
[21] Discurso con motivo del
Encuentro con los Pueblos de la Amazonia, Puerto Maldonado - Perú (19 enero
2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26 enero 2018), p.
3.
[22] Instrumentum laboris,
24.
[23] Yana Lucila Lema,
Tamyahuan Shamakupani (Con la lluvia estoy viviendo), 1, en
http://siwarmayu.com/es/yana-lucila-lema-6-poemas-de-tamyawan-shamukupani-con-la-lluvia-estoy-viviendo/
[24] Conferencia Episcopal
Ecuatoriana, Cuidemos nuestro planeta (20 abril 2012), 3.
[25] N. 142: AAS 107 (2015), 904-905.
[26] N. 82.
[27] Ibíd., 83.
[28] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 239: AAS 105 (2013), 1116.
[29] Ibíd., 218: AAS 105
(2013), 1110.
[30] Ibíd.
[31] Cf. Instrumentum
laboris, 57.
[32] Cf. Evaristo Eduardo de
Miranda, Quando o Amazonas corria para o Pacífico, Petrópolis 2007, 83-93.
[33] Juan Carlos Galeano,
«Paisajes», en Amazonia y otros poemas, ed. Universidad Externado de Colombia,
Bogotá 2011, 31.
[34] Javier Yglesias,
«Llamado», en Revista peruana de literatura, n. 6 (junio 2007), 31.
[35] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 144: AAS 107 (2015), 905.
[36] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo
2019), 186.
[37] Ibíd., 200.
[38] Videomensaje para el
Encuentro Mundial de la Juventud Indígena, Soloy - Panamá (18 enero 2019):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero 2019), p. 10.
[39] Mario Vargas Llosa,
Prólogo de El Hablador, Madrid (8 octubre 2007).
[40] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo
2019), 195.
[41] S. Juan Pablo II, Carta
enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 50: AAS 83 (1991), 856.
[42] V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio
2007), 97.
[43] Discurso en el
Encuentro con los Pueblos de la Amazonia, Puerto Maldonado - Perú (19 enero
2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26 enero 2018), p.
3.
[44] Instrumentum laboris,
123, e.
[45] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 144: AAS 107 (2015), 906.
[46] Cf. Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687: «La
naturaleza, especialmente en nuestra época, está tan integrada en la dinámica
social y cultural que prácticamente ya no constituye una variable
independiente. La desertización y el empobrecimiento productivo de algunas
áreas agrícolas son también fruto del empobrecimiento de sus habitantes y de su
atraso».
[47] Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 2007, 8: Insegnamenti 2/2 (2006), 776.
[48] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 16, 91, 117, 138, 240: AAS 107 (2015), 854, 884, 894, 903, 941.
[49] Documento Bolivia:
informe país. Consulta presinodal (2019), 36; cf. Instrumentum laboris, 23.
[50] Instrumentum laboris,
26.
[51] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 146: AAS 107 (2015), 906.
[52] Documento con
aportaciones al Sínodo de la Diócesis de San José del Guaviare y de la
Arquidiócesis de Villavicencio y Granada - Colombia; cf. Instrumentum laboris,
17.
[53] Euclides da Cunha, Los
Sertones (Os Sertões), Buenos Aires 1946, 65-66.
[54] Pablo Neruda,
«Amazonas», en Canto General (1938), I, IV.
[55] REPAM, Doc. Eje de
Fronteras. Preparación para el Sínodo de la Amazonia, Tabatinga - Brasil (13
febrero 2019), 3; cf. Instrumentum laboris, 8.
[56] Amadeu Thiago de Mello,
Amazonas, patria da agua. Traducción al español de Jorge Timossi, en
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/mello_thiago/amazonas_patria_da_agua.htm
[57] Vinicius de Moraes,
Para vivir un gran amor, Buenos Aires 2013, 166.
[58] Juan Carlos Galeano,
«Los que creyeron», en Amazonia y otros poemas, ed. Universidad Externado de
Colombia, Bogotá 2011, 44.
[59] Harald Sioli, A
Amazônia, Petrópolis 1985, 60.
[60]S. Juan Pablo II,
Discurso a los participantes en un Congreso Internacional sobre “Ambiente y
salud” (24 marzo 1997), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(11 abril 1997), p. 7.
[61] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 34: AAS 107 (2015), 860.
[62] Cf. ibíd., 28-31: AAS
107 (2015), 858-859.
[63] Ibíd., 38: AAS 107
(2015), 862.
[64] Cf. V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29
junio 2007), 86.
[65] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 38: AAS 107 (2015), 862.
[66] Cf. ibíd., 144, 187:
AAS 107 (2015), 905-906, 921.
[67] Cf. ibíd., 183: AAS 107
(2015), 920.
[68] Ibíd., 53: AAS 107
(2015), 868.
[69] Cf. ibíd., 49: AAS 107
(2015), 866.
[70] Documento preparatorio
del Sínodo de los Obispos para la Asamblea Especial para la Región
Panamazónica, 8.
[71] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 56: AAS 107 (2015), 869.
[72] Ibíd., 59: AAS 107
(2015), 870.
[73] Ibíd., 33: AAS 107
(2015), 860.
[74] Ibíd., 220: AAS 107
(2015), 934.
[75] Ibíd., 215: AAS 107
(2015), 932.
[76] Sui Yun, Cantos para el
mendigo y el rey, Wiesbaden 2000.
[77] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 100: AAS 107 (2015), 887.
[78] Ibíd., 204: AAS 107
(2015), 928.
[79] Cf. Documentos de Santarem
(1972) y Manaos (1997), en Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil,
Desafío missionário. Documentos da Igreja na Amazônia, Brasilia 2014, 9-28,
67-84.
[80] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 220: AAS 105 (2013), 1110.
[81] Ibíd., 164: AAS 105
(2013), 1088-1089.
[82] Ibíd., 165: AAS 105
(2013), 1089.
[83] Ibíd., 161: AAS 105
(2013), 1087.
[84] Así lo recoge el
Concilio Vaticano II en el n. 44 de la Constitución Gaudium et spes cuando
dice: «[La Iglesia] desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el
mensaje de Cristo por medio de los conceptos y de las lenguas de los distintos
pueblos y procuró, además, ilustrarlo con la sabiduría de los filósofos, todo
ello con el fin de adaptar el Evangelio, en cuanto era conveniente, al nivel de
la comprensión de todos y de las exigencias de los sabios. Ciertamente, esta
predicación acomodada de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda
evangelización. Pues así en todo pueblo se estimula el poder de expresar el
mensaje de Cristo a su modo y, al mismo tiempo, se promueve un vivo intercambio
entre la Iglesia y las diferentes culturas de los pueblos».
[85] Carta al Pueblo de Dios
que peregrina en Alemania (29 junio 2019), 9: L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (5 julio 2019), p. 9.
[86] Cf. S. Vicente de Lerins, Commonitorium primum,
cap. 23: PL 50, 668: «Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore,
sublimetur aetate».
[87] Carta al Pueblo de Dios
que peregrina en Alemania (29 junio 2019), 9. Cf. La expresión atribuida a
Gustav Mahler: «La tradición es la salvaguarda del futuro y no la conservación
de las cenizas».
[88] Discurso a los docentes
universitarios y los hombres de cultura, Coimbra (15 mayo 1982), 5:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (23 mayo 1982), p. 18.
[89] Mensaje a los indígenas
del Continente americano, Santo Domingo (12 octubre 1992), 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (23 octubre 1992), p. 15; cf. Discurso a
los participantes en el Congreso nacional del Movimiento eclesial de compromiso
cultural (16 enero 1982), 2: Insegnamenti 5/1 (1982), 131.
[90] S. Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsin. Vita consecrata (25 marzo 1996), 98: AAS 88 (1996),
474-475.
[91] N. 115: AAS 105 (2013),
1068.
[92] Ibíd., 116: AAS 105
(2013), 1068.
[93] Ibíd.
[94] Ibíd., 129: AAS 105
(2013), 1074.
[95] Ibíd., 116: AAS 105
(2013), 1068.
[96] Ibíd., 117: AAS 105
(2013), 1069.
[97] Ibíd.
[98] S. Juan Pablo II,
Discurso a la Asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Cultura (17
enero 1987), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero
1987), p. 21.
[99] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 129: AAS 105 (2013), 1074.
[100] IV Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Santo Domingo (12-28
octubre 1992), 17.
[101]Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 198: AAS 105 (2013), 1103.
[102] Cf. Vittorio Messori -
Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe, ed. BAC, Madrid 2015, 209-210.
[103] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 198: AAS 105 (2013), 1103.
[104] Pedro Casaldáliga,
«Carta de navegar (Por el Tocantins amazónico)», en El tiempo y la espera,
Santander 1986.
[105] Santo Tomás de Aquino
lo explica de esta manera: «La triple manera como está Dios en las cosas: Una
es común, por esencia, presencia y potencia; otra por la gracia en sus santos;
la tercera, singular en Cristo, por la unión» (Ad Colossenses, c. II, l. 2).
[106] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 235: AAS 107 (2015), 939.
[107] III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Puebla (23
marzo 1979), 196.
[108] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 178: AAS 105 (2013), 1094.
[109] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 11; cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo
2018), 10-11.
[110] Vicariatos Apostólicos
de la Amazonia Peruana, «Segunda asamblea episcopal regional de la selva», San
Ramón - Perú (5 octubre 1973), en Éxodo de la Iglesia en la Amazonia.
Documentos pastorales de la Iglesia en la Amazonia peruana, Iquitos 1976, 121.
[111] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 123: AAS 105 (2013), 1071.
[112] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate
(19 marzo 2018), 126-127.
[113] Ibíd., 32.
[114] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 235: AAS 107 (2015), 939.
[115] Ibíd.
[116] Ibíd., 236: AAS 107
(2015), 940.
[117] Ibíd.
[118] Ibíd., 235: AAS 107
(2015), 939.
[119] Cf. Const.
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 37-40, 65, 77, 81.
[120] En el Sínodo surgió la
propuesta de elaborar un “rito amazónico”.
[121] Carta enc. Laudato si’
(24 mayo 2015), 237: AAS 107 (2015), 940.
[122] Exhort. ap. postsin.
Amoris laetitia (19 marzo 2016), 49: AAS 108 (2016), 331; cf. ibíd., 305: AAS
108 (2016), 436-437.
[123] Cf. ibíd., 296, 308:
AAS 108 (2016), 430-431, 438.
[124] V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio
2007), 100, e.
[125] Cf. Congregación para
la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium ministeriale, a los Obispos de la
Iglesia Católica sobre algunas cuestiones concernientes al ministro de la
Eucaristía (6 agosto 1983): AAS, 75 (1983), 1001-1009.
[126] Carta ap. Mulieris
dignitatem (15 agosto 1988), 27: AAS 80 (1988), 1718.
[127] Sto. Tomás de Aquino,
Summa Theologiae III, q. 8, a. 1, resp.
[128] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum
ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, 5; S. Juan Pablo II,
Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 22: AAS 95 (2003), 448.
[129] También es propio del
sacerdote administrar la Unción de los enfermos, por estar íntimamente ligada
al perdón de los pecados: «Y si tuviera pecados le serán perdonados» (St 5,15).
[130] Catecismo de la
Iglesia Católica, 1396; S. Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia
(17 abril 2003), 26: AAS 95 (2003), 451; cf. Henri de Lubac, Meditación sobre
la Iglesia, ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1958, 130.
[131] Conc. Ecum. Vat. II,
Decr. Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros,
6.
[132] Llama la atención que
en algunos países de la cuenca amazónica hay más misioneros para Europa o para
Estados Unidos que para auxiliar a los propios Vicariatos de la Amazonia.
[133] También en el Sínodo
se habló sobre la carencia de seminarios para la formación sacerdotal de
personas indígenas.
[134] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 3.
[135] S. Pablo VI, Homilía
en la Solemnidad del Corpus Christi (17 junio 1965): Insegnamenti 3 (1965),
358.
[136] Es posible, por
escasez de sacerdotes, que el obispo encomiende «una participación en el
ejercicio de la cura pastoral de la parroquia a un diácono o a otra persona que
no tiene el carácter sacerdotal, o a una comunidad» (Código de Derecho
Canónico, 517 §2).
[137] V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio
2007), 178.
[138] Ibíd., 475.
[139] Instrumentum laboris, 65.
[140] Ibíd., 63.
[141] Ibíd., 129, d, 2.
[142] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 228: AAS 105 (2013), 1113.
[143] Ibíd., 226: AAS 105
(2013), 1112.
[144] Concilio Vaticano II,
Declaración Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones
no cristianas, 2.
[145] CELAM, III Simposio
latinoamericano sobre Teología india, Ciudad de Guatemala (23-27 octubre 2006).
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