Consideraciones para un discernimiento ético
sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero
17.05.2018
I. Introducción
1. Las cuestiones económicas y financieras, nunca como hoy, atraen
nuestra atención, debido a la creciente influencia de los mercados sobre el
bienestar material de la mayor parte de la humanidad. Esto exige, por un lado,
una regulación adecuada de sus dinámicas y, por otro, un fundamento ético
claro, que garantice al bienestar alcanzado esa calidad humana de relaciones
que los mecanismos económicos, por sí solos, no pueden producir. Muchos
demandan hoy esa fundación ética y en particular los que operan en el sistema
económico-financiero. Precisamente en este contexto se manifiesta el vínculo
necesario entre el conocimiento técnico y la sabiduría humana, sin el cual todo
acto humano termina deteriorándose y con el que, por el contrario, puede
progresar en el camino de la prosperidad para el hombre que sea real e
integral.
2. La promoción integral de cada individuo, de cada comunidad humana y
de todas las personas, es el horizonte último de este bien común, que la
Iglesia pretende lograr como «sacramento universal de salvación».[1] Esta
integridad del bien, cuyo origen y cumplimiento último están en Dios, y que ha
sido plenamente revelada en Jesucristo, aquel que recapitula todas las cosas
(cf. Ef 1, 10), es el objetivo final de toda actividad eclesial. Este bien
florece como anticipación del reino de Dios, que la Iglesia está llamada a
anunciar e instaurar en todos los pueblos;[2] y es un fruto peculiar de esa
caridad que, como pilar de la acción eclesial, está llamada a expresarse en el
amor social, civil y político. Este amor «se manifiesta en todas las acciones
que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso
por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a
las relaciones entre los individuos, sino a "las macro-relaciones, como
las relaciones sociales, económicas y políticas". Por eso, la Iglesia
propuso al mundo el ideal de una "civilización del amor"».[3] El amor
al bien integral, inseparablemente del amor a la verdad, es la clave de un
auténtico desarrollo.
3. Todo ello se busca con la certeza de que en todas las culturas hay
muchas convergencias éticas, expresión de una sabiduría moral común,[4] sobre
cuyo orden objetivo se funda la dignidad de la persona. En la raíz sólida e
indisponible de este orden, que proporciona principios comunes y claros, se
fundan los derechos y deberes fundamentales del hombre; sin él, la
arbitrariedad y el abuso de los más fuertes terminan dominando la escena
humana. Este orden ético, arraigado en la sabiduría de Dios Creador, es por lo
tanto el fundamento indispensable para edificar una comunidad digna de los
hombres, regulada por leyes inspiradas en la justicia real. Esto vale todavía
más ante la constatación de que los hombres, aún aspirando con todo su corazón
al bien y a la verdad, a menudo sucumben a los intereses individuales, a abusos
y a prácticas inicuas, de las que se derivan serios sufrimientos para toda la
humanidad y especialmente para los más débiles y desamparados.
Precisamente para liberar todo ámbito del actuar humano del desorden
moral, que tan a menudo lo aflige, la Iglesia reconoce entre sus tareas
primordiales recordar a todos, con humilde certeza, algunos principios éticos
claros. Es la misma razón humana, cuya índole connota indeleblemente a cada
persona, la que exige un discernimiento iluminante en este sentido. De hecho, la
racionalidad humana busca constantemente en la verdad y en la justicia un
fundamento sólido sobre el cual apoyar su propio obrar, bien sabiendo que sin
él perdería su propia orientación.[5]
4. Esta orientación recta de la razón no puede faltar en cada sector del
obrar humano. Esto significa que ningún espacio en el que el hombre actúa puede
legítimamente pretender estar exento o permanecer impermeable a una ética
basada en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad.[6] Ello se
aplica también a las áreas en las que valen las leyes de la política y la
economía: «Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la
política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la
vida, especialmente de la vida humana».[7]
Toda actividad humana, en efecto, está llamada a producir fruto,
sirviéndose con generosidad y equidad de los dones que Dios pone originalmente
a disposición de todos y desarrollando con laboriosa esperanza las semillas de
bien inscritas, como promesa de fecundidad, en toda la Creación. Esa llamada
constituye una invitación permanente a la libertad humana, aun cuando el pecado
está siempre preparado a insidiar este plan divino original.
Por esta razón, Dios sale al encuentro del hombre en Jesucristo. Él,
haciéndonos partícipes del admirable acontecimiento de su Resurrección, «no
redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales
entre los hombres»,[8] y opera en la dirección de un nuevo orden de relaciones
sociales fundado en la Verdad y el Amor, que sea levadura fecunda de
transformación de la historia. De esta manera, Él anticipa en el tiempo el
Reino de los Cielos, que vino a anunciar e inaugurar con su persona.
5. Si bien es cierto que el bienestar económico global ha aumentado en la
segunda mitad del siglo XX, en medida y rapidez nunca antes experimentadas, hay
que señalar que al mismo tiempo han aumentado las desigualdades entre los
distintos países y dentro de ellos.[9] El número de personas que viven en
pobreza extrema sigue siendo enorme.
La reciente crisis financiera era una oportunidad para desarrollar una
nueva economía más atenta a los principios éticos y a la nueva regulación de la
actividad financiera, neutralizando los aspectos depredadores y especulativos y
dando valor al servicio a la economía real. Aunque si se han realizado muchos
esfuerzos positivos, en varios niveles, que se reconocen y aprecian, no ha
habido ninguna reacción que haya llevado a repensar los criterios obsoletos que
continúan gobernando el mundo[10]. Por el contrario, a veces parece volver a
estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo
del bien común, excluye de su horizonte la preocupación, no sólo de crear, sino
también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas.
6. Está en juego el verdadero bienestar de la mayoría de los hombres y
mujeres de nuestro planeta, que corren el riesgo de verse confinados cada vez
más a los márgenes, cuando no de ser «excluidos y descartados»[11] del progreso
y el bienestar real, mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio
beneficio vastos recursos y riquezas, permaneciendo indiferentes a la condición
de la mayoría. Por lo tanto, es hora de retomar lo que es auténticamente
humano, ampliar los horizontes de la mente y el corazón, para reconocer
lealmente lo que nace de las exigencias de la verdad y del bien, y sin lo cual
todo sistema social, político y económico está destinado, en definitiva, a la
ruina y a la implosión. Es cada vez más claro que el egoísmo a largo plazo no
da frutos y hace pagar a todos un precio demasiado alto; por lo tanto, si
queremos el bien real del hombre verdadero para los hombres, «¡el dinero debe
servir y no gobernar!».[12]
Al respecto, si bien es verdad que corresponde primordialmente a los
operadores competentes y responsables desarrollar nuevas formas de economía y
finanza, cuyas prácticas y normas se orienten al progreso del bien común y sean
respetuosas de la dignidad humana, en la línea segura trazada por la enseñanza social
de la Iglesia. Con este documento, sin embargo, la Congregación para la
Doctrina de la Fe, cuya competencia también se extiende a cuestiones de
naturaleza moral, en colaboración con el Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral, quiere ofrecer algunas consideraciones de fondo y
puntualizaciones para apoyar el progreso y defender aquella dignidad.[13] En
particular, es necesario emprender una reflexión ética sobre ciertos aspectos
de la intermediación financiera, cuyo funcionamiento, habiéndose desvinculado
de fundamentos antropológicos y morales apropiados, no sólo ha producido abusos
e injusticias evidentes, sino que se ha demostrado también capaz de crear
crisis sistémicas en todo el mundo. Es un discernimiento que se ofrece a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad.
II. Consideraciones básicas de fondo
7. Algunas consideraciones elementales son evidentes a los ojos de todos
los que, lealmente, tienen presente la situación histórica en la que vivimos; y
ello más allá de cualquier teoría o escuela de pensamiento, en cuyas legítimas
discusiones este documento no pretende intervenir y a cuyo diálogo, por el
contario, desea contribuir, con la conciencia de que no hay recetas económicas
válidas universalmente y para siempre.
8. Toda realidad y actividad humana, si se vive en el horizonte de una
ética adecuada, es decir, respetando la dignidad humana y orientándose al bien
común, es positiva. Esto se aplica a todas las instituciones que genera la
dimensión social humana y también a los mercados, a todos los niveles,
incluyendo los financieros.
A este respecto cabe señalar que incluso aquellos sistemas que dan vida
a los mercados, más que basarse en dinámicas anónimas, elaboradas por
tecnologías cada vez más sofisticadas, se sustentan en relaciones, que no
podrían establecerse sin la participación de la libertad de los individuos.
Resulta claro entonces que la misma economía, como cualquier otra esfera
humana, «tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una
ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona».[14]
9. Por lo tanto, es obvio que sin una visión adecuada del hombre es
imposible fundar ni una ética ni una praxis que estén a la altura de su
dignidad y de un bien que sea realmente común. De hecho, por mucho que se
proclame neutral o separada de cualquier conexión de fondo, toda acción humana
– incluso en la esfera económica – implica una comprensión del hombre y del
mundo, que revela su mayor o menor positividad a través de los efectos y el desarrollo
que produce.
En este sentido, nuestra época se ha revelado de cortas miras acerca del
hombre entendido individualmente, prevalentemente consumidor, cuyo beneficio
consistiría más que nada en optimizar sus ganancias pecuniarias. Es peculiar de
la persona humana, de hecho, poseer una índole relacional y una racionalidad a
la búsqueda perenne de una ganancia y un bienestar que sean completos,
irreducibles a una lógica de consumo o a los aspectos económicos de la
vida.[15]
Esta índole relacional fundamental del hombre[16] está esencialmente
marcada por una racionalidad, que resiste cualquier reducción que cosifique sus
exigencias de fondo. En este sentido, no se puede negar que hoy existe una
tendencia a cosificar cualquier intercambio de "bienes", reduciéndolo
a mero intercambio de "cosas".
En realidad, es evidente que en la transmisión de bienes entre sujetos
está en juego algo más que los meros bienes materiales, dado que estos a menudo
vehiculan bienes inmateriales, cuya presencia o ausencia concreta determina, en
modo decisivo, también la calidad de las mismas relaciones económicas (como
confianza, imparcialidad, cooperación…). A este nivel es fácil entender bien
que la lógica del don sin contrapartida no es alternativa sino inseparable y
complementaria a la del intercambio de equivalentes.[17]
10. Es fácil ver las ventajas de una visión del hombre entendido como
sujeto constitutivamente incorporado en una trama de relaciones, que son en sí
mismas un recurso positivo.[18] Toda persona nace dentro de un contexto
familiar, es decir, dentro de relaciones que lo preceden, sin las cuales sería
imposible su mismo existir. Más tarde desarrolla las etapas de su existencia,
gracias siempre a ligámenes, que actúan el colocarse de la persona en el mundo
como libertad continuamente compartida. Son precisamente estos ligámenes
originales los que revelan al hombre como ser relacionado y esencialmente
marcado por lo que la Revelación cristiana llama "comunión".
Este carácter original de comunión, al mismo tiempo que evidencia en
cada persona humana un rastro de afinidad con el Dios que lo ha creado y lo
llama a una relación de comunión con él, es también aquello que lo orienta
naturalmente a la vida comunitaria, lugar fundamental de su completa
realización. Sólo el reconocimiento de este carácter, como elemento
originariamente constitutivo de nuestra identidad humana, permite mirar a los
demás no principalmente como competidores potenciales, sino como posibles
aliados en la construcción de un bien, que no es auténtico si no se refiere, al
mismo tiempo, a todos y cada uno.
Esta antropología relacional ayuda también al hombre a reconocer la
validez de las estrategias económicas dirigidas principalmente a la calidad
global de vida, antes que al crecimiento indiscriminado de las ganancias; a un
bienestar que, si se pretende tal, debe ser siempre integral, de todo el hombre
y de todos los hombres. Ningún beneficio es legítimo, en efecto, cuando se
pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal
de los bienes y la opción preferencial por los pobres.[19] Estos tres
principios se implican y exigen necesariamente el uno al otro en la perspectiva
de la construcción de un mundo más justo y solidario.
Así, todo progreso del sistema económico no puede considerarse tal si se
mide solo con parámetros de cantidad y eficacia en la obtención de beneficios,
sino que tiene que ser evaluado también en base a la calidad de vida que
produce y a la extensión social del bienestar que difunde, un bienestar que no
puede limitarse a sus aspectos materiales. Todo sistema económico legitima su
existencia no sólo por el mero crecimiento cuantitativo de los intercambios
económicos, sino probando su capacidad de producir desarrollo para todo el
hombre y todos los hombres. Bienestar y desarrollo se exigen y se apoyan
mutuamente,[20] requiriendo políticas y perspectivas sostenibles más allá del
corto plazo.[21]
En este sentido, es deseable que, sobre todo las universidades y las
escuelas de economía, en sus programas de estudios, de manera no marginal o
accesoria, sino fundamental, proporcionen cursos de capacitación que eduquen a
entender la economía y las finanzas a la luz de una visión completa del hombre,
no limitada a algunas de sus dimensiones, y de una ética que la exprese. Una
gran ayuda, en este sentido, la ofrece la Doctrina social de la Iglesia.
11. Por lo tanto, el bienestar debe evaluarse con criterios mucho más
amplios que el producto interno bruto (PIB) de un país, teniendo más bien en
cuenta otros parámetros, como la seguridad, la salud, el crecimiento del
"capital humano", la calidad de la vida social y del trabajo. Debe
buscarse siempre el beneficio, pero nunca a toda costa, ni como referencia
única de la acción económica.
Aquí resulta ejemplar la importancia de parámetros que humanicen, de
formas culturales y mentalidades en las que la gratuidad – es decir, el
descubrimiento y el ejercicio de lo verdadero y lo justo como bienes
intrínsecos – se convierta en la norma de medida,[22] y donde ganancia y solidaridad
no sean antagónicas. De hecho, allí donde prevalece el egoísmo y los intereses
particulares es difícil para el hombre captar esa circularidad fecunda entre
ganancia y don, que el pecado tiende a ofuscar y destruir. Por el contrario, en
una perspectiva plenamente humana, se establece un círculo virtuoso entre
ganancia y solidaridad, el cual, gracias al obrar libre del hombre, puede
expandir todas las potencialidades positivas de los mercados.
Un recordatorio siempre actual para reconocer la conveniencia humana de
la gratuidad proviene de aquella regla formulada por Jesús en el Evangelio
llamada regla de oro, que nos invita a hacer a los demás lo que nos gustaría
que nos hicieran a nosotros (cf. Mt 7,12; Lc 6,31).
12. Ninguna actividad económica puede sostenerse por mucho tiempo si no
se realiza en un clima de saludable libertad de iniciativa.[23] Es asimismo
evidente que la libertad de la que gozan, hoy en día, los agentes económicos,
entendida en modo absoluto y separado de su intrínseca referencia a la verdad y
al bien, tiende a generar centros de supremacía y a inclinarse hacia formas de
oligarquía, que en última instancia perjudican la eficiencia misma del sistema
económico.[24]
Desde este punto de vista, cada vez es más fácil ver cómo, ante el
creciente y penetrante poder de agentes importantes y grandes redes económicas
y financieras, a los actores políticos, a menudo desorientados e impotentes a
causa de la supranacionalidad de tales agentes y de la volatilidad del capital
manejado por estos, les cuesta responder a su vocación original como servidores
del bien común, y pueden incluso convertirse en siervos de intereses extraños a
ese bien.[25]
Esto hace hoy más que nunca urgente una alianza renovada entre los
agentes económicos y políticos en la promoción de todo aquello que es
necesario para el completo desarrollo de cada persona humana y de toda la
sociedad, conjugando al mismo tiempo las exigencias de la solidaridad y la
subsidiariedad.[26]
13. En principio, todas las dotaciones y medios utilizados por los
mercados para aumentar su capacidad de asignación, si no están dirigidos contra
la dignidad de la persona y tienen en cuenta el bien común, son moralmente
admisibles.[27]
Sin embargo, es asimismo evidente que ese potente propulsor de la
economía que son los mercados es incapaz de regularse por sí mismo:[28] de
hecho, estos no son capaces de generar los fundamentos que les permitan
funcionar regularmente (cohesión social, honestidad, confianza, seguridad,
leyes…), ni de corregir los efectos externos negativos (diseconomy) para la
sociedad humana (desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad
social, fraude…).
14. No es posible, además, más allá del hecho de que muchos de sus
operadores están animados individualmente por buenas y correctas intenciones,
ignorar que en la actualidad la industria financiera, debido a su omnipresencia
y a su inevitable capacidad de condicionar y – en cierto sentido – de dominar
la economía real, es un lugar donde los egoísmos y los abusos tienen un potencial
sin igual para causar daño a la comunidad.
En este sentido, hay que destacar que en el mundo económico y financiero
se dan casos en los cuales algunos de los medios utilizados por los mercados,
aunque no sean en sí mismos inaceptables desde un punto de vista ético,
constituyen sin embargo casos de inmoralidad próxima, a saber, ocasiones en las
cuales con mucha facilidad se generan abusos y fraudes, especialmente en
perjuicio de la contraparte en desventaja. Por ejemplo, comercializar algunos
productos financieros, en sí mismos lícitos, en situación de asimetría,
aprovechando las lagunas informativas o la debilidad contractual de una de las
partes, constituye de suyo una violación de la debida honestidad relacional y
es una grave infracción desde el punto ético.
Dado que, en la situación actual, la complejidad de muchos productos
financieros hace de esa asimetría un elemento intrínseco al sistema – que pone
a los compradores en una posición de inferioridad en relación a quienes los
comercializan – no pocos piden la superación del principio tradicional del
caveat emptor ("¡atento, comprador!"). Este principio, según el cual
incumbiría ante todo al comprador la responsabilidad de verificar la calidad
del bien adquirido, presupone, de hecho, la igualdad en la capacidad de
proteger el propio interés por parte de los contrayentes; lo que, de hecho, hoy
en día en muchos casos no existe, ya sea por la evidente relación jerárquica
que se instaura en algunos tipos de contratos (como entre prestamista y el
prestatario), ya sea por la compleja estructuración de muchas ofertas
financieras.
15. También el dinero es en sí mismo un instrumento bueno, como muchas
cosas de las que el hombre dispone: es un medio a disposición de su libertad, y
sirve para ampliar sus posibilidades. Este medio, sin embargo, se puede volver
fácilmente contra el hombre. Así también la multiplicidad de instrumentos
financieros (financialization) a disposición del mundo empresarial, que permite
a las empresas acceder al dinero mediante el ingreso en el mundo de la libre
contratación en bolsa, es en sí mismo un hecho positivo. Este fenómeno, sin
embargo, implica hoy el riesgo de provocar una mala financiación de la
economía, haciendo que la riqueza virtual, concentrándose principalmente en
transacciones marcadas por un mero intento especulativo y en negociaciones
"de alta frecuencia" (high-frequency trading), atraiga a sí excesivas
cantidades de capitales, sustrayéndolas al mismo tiempo a los circuitos
virtuosos de la economía real.[29]
Lo que había sido tristemente vaticinado hace más de un siglo, por
desgracia, ahora se ha hecho realidad: el rendimiento del capital asecha de
cerca y amenaza con suplantar la renta del trabajo, confinado a menudo al
margen de los principales intereses del sistema económico. En consecuencia, el
trabajo mismo, con su dignidad, no sólo se convierte en una realidad cada vez
más en peligro, sino que pierde también su condición de "bien" para
el hombre,[30] convirtiéndose en un simple medio de intercambio dentro de relaciones
sociales asimétricas.
Precisamente en esa inversión de orden entre medios y fines, en virtud
del cual el trabajo, de bien, se convierte en "instrumento" y el
dinero, de medio, se convierte en "fin", encuentra terreno fértil esa
"cultura del descarte", temeraria y amoral, que ha marginado a
grandes masas de población, privándoles de trabajo decente y convirtiéndoles en
sujetos "sin horizontes, sin salida": «Ya no se trata simplemente del
fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión
queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive,
pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se
está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos,
"sobrantes"».[31]
16. A tal propósito, cómo no pensar en la función social insustituible
del crédito, cuya responsabilidad incumbe principalmente a intermediarios
financieros cualificados y fiables. En este contexto, resulta claro que la
aplicación de tasas de interés excesivamente altas, que de hecho no son
sostenibles por los prestatarios, representa una operación no solo ilegítima
bajo el perfil ético sino también disfuncional para la salud del sistema
económico. Desde siempre, semejantes prácticas, así como los comportamientos
efectivamente usurarios, han sido percibidos por la conciencia humana como
inicuos y por el sistema económico como contrarios a su correcto
funcionamiento.
Aquí la actividad financiera revela su vocación primaria de servicio a
la economía real, llamada a crear valor, por medios moralmente lícitos, y a
favorecer una movilización de los capitales para generar una circularidad
virtuosa de riqueza.[32] En este sentido, por ejemplo, son muy positivas y
deben ser alentadas realidades como el crédito cooperativo, el microcrédito,
así como el crédito público al servicio de las familias, las empresas, las
comunidades locales y el crédito para la ayuda a los países en desarrollo.
Nunca como en este ámbito, donde el dinero puede manifestar todo su
potencial positivo, es tan evidente que no resulta legítimo, desde el punto de
vista ético, arriesgar injustificadamente el crédito que deriva de la sociedad
civil, utilizándolo con fines principalmente especulativos.
17. Es un fenómeno éticamente inaceptable, no la simple ganancia, sino
el aprovecharse de una asimetría en favor propio para generar beneficios
significativos a expensas de otros; lucrar explotando la propia posición
dominante con desventaja injusta de los demás o enriquecerse creando perjuicio
o perturbando el bienestar colectivo.[33]
Esta práctica es particularmente deplorable, desde el punto de vista
moral, cuando unos pocos – por ejemplo importantes fondos de inversión –
intentan obtener beneficios, mediante una especulación[34] encaminada a
provocar disminuciones artificiales de los precios de los títulos de la deuda
pública, sin preocuparse de afectar negativamente o agravar la situación
económica de países enteros, poniendo en peligro no sólo los proyectos públicos
de saneamiento económico sino la misma estabilidad económica de millones de
familias, obligando al mismo tiempo a las autoridades gubernamentales a
intervenir con grandes cantidades de dinero público, y llegando incluso a
determinar artificialmente el funcionamiento adecuado de los sistemas
políticos.
La finalidad especulativa, especialmente en el campo económico
financiero, amenaza hoy con suplantar a todos los otros objetivos principales
en los que se concreta la libertad humana. Este hecho está deteriorando el
inmenso patrimonio de valores que hace de nuestra sociedad civil un lugar de
coexistencia pacífica, de encuentro, de solidaridad, de reciprocidad
regeneradora y de responsabilidad por el bien común. En este contexto, palabras
como "eficiencia", "competencia", "liderazgo",
"mérito" tienden a ocupar todo el espacio de nuestra cultura civil,
asumiendo un significado que acaba empobreciendo la calidad de los
intercambios, reducidos a meros coeficientes numéricos.
Esto requiere ante todo que se emprenda una reconquista de lo humano,
para reabrir los horizontes a la sobreabundancia de valores, que es la única
que permite al hombre encontrarse a sí mismo y construir sociedades que sean
acogedoras e inclusivas, donde haya espacio para los más débiles y donde la
riqueza se utilice en beneficio de todos. En resumen, lugares donde al hombre
le resulte bello vivir y fácil esperar.
III. Algunas puntualizaciones en el contexto actual
18. Para ofrecer orientaciones éticas concretas y específicas a todos
los agentes económicos y financieros – quienes lo requieren cada vez más – se
tratará ahora de formular algunas puntualizaciones, útiles para un
discernimiento que mantenga abiertas las vías hacía aquello que hace al hombre
verdaderamente hombre y le ayude a evitar poner en peligro tanto su dignidad
como el bien común.[35]
19. El mercado, gracias al progreso de la globalización y la
digitalización, puede compararse con un gran organismo, en cuyas venas corren,
como linfa vital, inmensas cantidades de capitales. Sirviéndonos de esta
analogía, podemos por tanto hablar también de la "salud" del mismo
organismo, cuando sus medios y aparatos procuran una buena funcionalidad del
sistema, en el cual el crecimiento y la difusión de la riqueza van de consuno.
Salud del sistema que depende de la salud de cada una de las acciones
realizadas. Con semejante salud del sistema-mercado es más fácil que sean
respetados y promovidos también la dignidad del hombre y el bien común.
De modo semejante, cada vez que se introducen y difunden instrumentos
económicos y financieros no fiables, que ponen en serio peligro el crecimiento
y la difusión de la riqueza, creando puntos críticos y riesgos sistémicos, se
puede hablar de una "intoxicación" de ese organismo.
Se entiende así la exigencia, cada vez más advertida, de introducir una
certificación de las autoridades públicas para todos los productos que
provienen de la innovación financiera, al fin de preservar la salud del sistema
y prevenir efectos colaterales negativos. Favorecer la salud y evitar la
contaminación, incluso desde el punto de vista económico, es un imperativo
moral ineludible para todos los actores comprometidos en los mercados. Esta
exigencia demuestra asimismo la urgencia de una coordinación supranacional
entre las diferentes arquitecturas de los sistemas financieros locales.[36]
20. Esa salud se nutre de una multiplicidad y diversidad de recursos,
que constituye una especie de "biodiversidad" económica y financiera.
Esta representa un valor añadido para el sistema económico y debe ser
favorecida y salvaguardada mediante adecuadas políticas económico-financieras,
al fin de asegurar a los mercados la presencia de una pluralidad de sujetos e
instrumentos sanos, con riqueza y diversidad de caracteres; sea en positivo,
sosteniendo su acción, sea en negativo, obstaculizando a todos aquellos que
deterioran la funcionalidad del sistema que produce y difunde riqueza.
A este respecto, hay que destacar que la cooperación realiza una función
singular en la tarea de producir en modo sano valor añadido en los mercados.
Una leal e intensa sinergia de los agentes obtiene fácilmente ese valor añadido
que busca toda actuación económica.[37]
Cuando el hombre reconoce la solidaridad fundamental que lo liga a todos
los demás hombres, percibe que no puede apropiarse de los bienes de que
dispone. Cuando se habitúa a la solidaridad, estos bienes son usados no sólo
para sus propias necesidades, y así se multiplican, dando a menudo también
frutos inesperados para los demás.[38] Aquí se puede notar claramente cómo
compartir «no es solo división sino también multiplicación de los bienes,
creación de nuevo pan, de nuevos bienes, de nuevo Bien con mayúscula».[39]
21. La experiencia de las últimas décadas ha demostrado con evidencia,
por un lado, lo ingenua que es la confianza en una autosuficiencia distributiva
de los mercados, independiente de toda ética y, por otro lado, la impelente
necesidad de una adecuada regulación, que conjugue al mismo tiempo libertad y
tutela de todos los sujetos que en ella operan en régimen de una sana y
correcta interacción, especialmente de los más vulnerables. En este sentido,
los poderes políticos y económico-financieros deben siempre mantenerse
distintos y autónomos y al mismo tiempo orientarse, más allá de todas
complicidad nociva, a la realización de un bien que es tendencialmente común y
no reservado a pocos sujetos privilegiados.[40]
Esa regulación se hace aún más necesaria ya sea por la constatación de
que entre los principales motivos de la reciente crisis económica se hallan
también conductas inmorales de representantes de mundo financiero, ya sea por
el hecho de que la dimensión supranacional del sistema económico permite burlar
fácilmente las reglas establecidas por los distintos países. Además, la extrema
volatilidad y movilidad de los capitales comprometidos en el mundo financiero
permite a quien dispone de ellos operar fácilmente más allá de toda norma que
no sea la de un beneficio inmediato, chantajeando a menudo desde una posición
de fuerza también al poder político de turno.
Queda claro, por tanto, que los mercados necesitan orientaciones sólidas
y robustas, tanto macroprudenciales como normativas, lo más participadas y
uniformes que sea posible; así como reglas, que hay que actualizar
continuamente, porque la realidad misma de los mercados está en continuo
movimiento. Estas orientaciones deben garantizar un serio control de la
fiabilidad y la calidad de todos los productos económicos y financieros,
especialmente los más estructurados. Y cuando la velocidad de los procesos de
innovación produce excesivos riesgos sistémicos, es preciso que los operadores
económicos acepten los vínculos y frenos que exige el bien común, sin tratar de
burlarlos o disminuirlos.
En tal sentido, teniendo presente la actual globalización del sistema
financiero, es importante mantener una coordinación estable, clara y eficaz
entre las diversas autoridades nacionales de regulación de los mercados, con la
posibilidad, y a veces incluso la necesidad, de compartir con prontitud
decisiones vinculantes cuando lo exija el riesgo para el bien común. Esas autoridades
de regulación deben ser siempre independientes y estar vinculadas a las
exigencias de la equidad y del bien común. La dificultades comprensibles, en
este sentido, no deben desalentar la búsqueda y actuación de estos sistemas
normativos, que deben ser concertados entre los países y cuyo alcance debe ser
igualmente supranacional.[41]
Las reglas deben favorecer una completa trasparencia de lo que se
negocia, para eliminar toda forma de injusta desigualdad, garantizando lo más
posible un equilibrio en los intercambios. Especialmente teniendo en cuenta que
la concentración asimétrica de informaciones y poder tiende a reforzar a los
sujetos económicos más fuertes, creando hegemonías capaces de influenciar
unilateralmente no sólo los mercados sino incluso los mismos sistemas políticos
y normativos. Por lo demás, allí donde se ha practicado una desregulación
masiva se ha puesto en evidencia que los espacios de vacío normativo e
institucional constituyen espacios favorables, no sólo para el riesgo moral y la
malversación, sino también para la aparición de exuberancias irracionales de
los mercados – a las que siguen burbujas especulativas y luego repentinos
colapsos ruinosos – y de crisis sistémicas.[42]
22. Una gran ayuda para evitar crisis sistémicas sería establecer, para
los intermediarios bancarios de crédito, una clara definición y la separación
de la gestión de cartera de créditos comerciales y aquel destinado a la
inversión o a la negociación de cartera propia.[43] Todo esto para evitar, lo
más posible, situaciones de inestabilidad financiera.
La salud del sistema financiero exige además la mayor cantidad de
información posible, para que cada sujeto pueda tutelar en plena y consciente
libertad sus intereses: es importante, en efecto, saber si los propios
capitales son usados con fines especulativos o no, así como conocer claramente
el grado de riesgo y la congruencia del precio de los productos financieros que
se subscriben. Sobre todo considerando que el ahorro, especialmente el
familiar, es un bien público que hay que tutelar y que trata siempre de excluir
el riesgo. El mismo ahorro, cuando se pone en manos expertas de asesores
financieros, tiene que ser bien administrado y no simplemente gestionado.
Entre los comportamientos moralmente criticables en la gestión del
ahorro por parte de los asesores financieros cabe señalar: los excesivos
movimientos del portafolio de títulos, con el propósito principal de
incrementar los ingresos generados por las comisiones del intermediario; la
desaparición de la imparcialidad debida en la oferta de instrumentos de ahorro,
con la complicidad de algunos bancos, allí donde los productos de otros sujetos
se ajustarían mejores a las necesidades del cliente; la falta de diligencia
adecuada o incluso negligencia dolosa por parte de los consultores, respecto a
la protección de los intereses de portafolio de sus clientes; la concesión de
préstamos por parte de un intermediario bancario, subordinada a la simultánea
subscripción de otros productos financieros quizás no favorables al cliente.
23. Toda empresa es una importante red de relaciones y, a su manera,
representa un verdadero cuerpo social intermedio, con su propia cultura y
praxis. Estas, mientras determinan la organización interna de la empresa,
afectan también al tejido social en el que ella opera. Precisamente a este
nivel, la Iglesia recuerda la importancia de una responsabilidad social de la
empresa[44], que se explicita ad extra y ad intra de la misma.
En este sentido, donde el mero beneficio se sitúa en la cima de la
cultura de una empresa financiera, ignorando las simultáneas necesidades del
bien común – cosa que hoy se señala como un hecho generalizado incluso en
prestigiosas escuelas de negocios (business schools) –, toda instancia ética
viene de hecho percibida como extrínseca y yuxtapuesta a la acción empresarial.
Esto resulta mucho más acentuado por el hecho de que, en tal lógica
organizativa, aquellos que no se adecuan a los objetivos empresariales de este
tipo, son penalizados tanto a nivel retributivo como de reconocimiento
profesional. En estos casos, la finalidad del mero lucro crea fácilmente una
lógica perversa y selectiva, que a menudo favorece el ascenso a la cima
empresarial de sujetos capaces pero codiciosos y sin escrúpulos, cuya acción
social es impulsada principalmente por una ganancia personal egoísta.
Además, esta lógica obliga con frecuencia a la administración a actuar
políticas económicas encaminadas, no a impulsar la salud económica de las
empresas a las que servían, sino a incrementar solo los beneficios de los
accionistas (shareholders), perjudicando así los intereses legítimos de todos
aquellos que, con su trabajo y servicio, operan en beneficio de la misma
empresa, así como a los consumidores y a las varias comunidades locales
(stakeholders). Y todo ello, a menudo, estimulado por enormes remuneraciones
proporcionales a los resultados inmediatos de la gestión (por lo demás no
equilibradas con equivalentes penalizaciones en caso de fracaso de los
objetivos), que, si bien a corto plazo aseguran grandes ganancias a los
directivos y accionistas, terminan por propiciar la aceptación de riesgos
excesivos y dejar a las empresas debilitadas y empobrecidas de las energías
económicas que les habrían asegurado perspectivas adecuadas de futuro.
Todo esto fácilmente genera y difunde una cultura profundamente amoral –
en la que con frecuencia no se duda en cometer un delito, cuando los beneficios
esperados superan las sanciones previstas – y contamina seriamente la salud de
cualquier sistema económico-social, poniendo en peligro su funcionalidad y
dañando gravemente la realización efectiva del bien común, sobre el cual se
fundan necesariamente todas las formas de socialización.
Por lo tanto, es urgente una autocrítica sincera a este respecto, así
como una inversión de tendencia, favoreciendo en cambio una cultura empresarial
y financiera que tenga en cuenta todos aquellos factores que constituyen el
bien común. Esto significa, por ejemplo, que hay que colocar claramente a la
persona y la calidad de las relaciones interpersonales en el centro de la
cultura empresarial, , de modo que cada empresa practique una forma de
responsabilidad social que no sea meramente marginal u ocasional, sino que
anime desde dentro todas sus acciones, orientándola socialmente.
Precisamente aquí, la circularidad natural que existe entre el beneficio
– factor intrínsecamente necesario en todo sistema económico – y la
responsabilidad social – elemento esencial para la supervivencia de toda forma
de convivencia civil – está llamada a revelar toda su fecundidad, mostrando el
vínculo indisoluble, que el pecado tiende a ocultar, entre una ética respetuosa
de las personas y del bien común, y la funcionalidad real de todo sistema
económico-financiero. Esta circularidad virtuosa es favorecida, por ejemplo,
por la búsqueda de la reducción del riesgo de conflicto con los stakeholder,
como asimismo por el fomento de una mayor motivación intrínseca de los
empleados en una empresa.
Aquí la creación de valor añadido, que es el propósito primordial del
sistema económico-financiero, debe demostrar en última instancia su viabilidad
dentro de un sistema ético sólido, precisamente porque se basa en una búsqueda
sincera del bien común. Sólo del reconocimiento y potenciación del vínculo
intrínseco que existe entre razón económica y razón ética puede emanar un bien
que sea para todos los hombres.[45] Dado que también el mercado, para funcionar
bien, necesita presupuestos antropológicos y éticos, que por sí solo no es
capaz de producir.
24. Si bien, por un lado, el mérito crediticio exige una actividad de
selección atenta, para identificar beneficiarios realmente dignos, capaces de
innovar y evitar colusiones insanas, por otro lado los bancos, para poder
soportar adecuadamente los riesgos afrontados, deben disponer de convenientes
dotaciones de activos, de modo que una eventual socialización de las pérdidas
sea lo más limitada posible y recaiga sobre todo en aquellos que han sido
realmente responsables.
Ciertamente, la gestión delicada del ahorro, además de la debida
regulación jurídica, requiere también paradigmas culturales adecuados, junto
con la práctica de una revisión cuidadosa, sin excluir el punto de vista ético,
de la relación entre banco y cliente, y una supervisión continua de la
legitimidad de todas las operaciones que le conciernen.
Una propuesta interesante para moverse en esa dirección y que habría que
experimentar, sería establecer Comités éticos, dentro de los bancos, para
apoyar a los Consejos de Administración. Todo ello para ayudar a los bancos, no
sólo a preservar sus balances de las consecuencias de sufrimientos y pérdidas y
a mantener una coherencia efectiva entre la misión fiduciaria y la praxis
financiera, sino también a apoyar adecuadamente la economía real.
25. La creación de títulos de crédito de alto riesgo – que operan de
hecho una especie de creación ficticia de valor, sin un adecuado quality
control ni una correcta evaluación del crédito – puede enriquecer a quienes
hacen de intermediarios, pero crean fácilmente insolvencia en perjuicio de
aquellos que los deben cobrar; esto es tanto aún más cierto si el peso de la
criticidad de estos títulos, por parte del instituto que los emite, se descarga
en el mercado en el que se difunden y propagan (por ejemplo, la titulación de
hipotecas subprime), generando intoxicación en amplios sectores y dificultades
potencialmente sistémicas. Esta contaminación de los mercados contradice la
necesaria salud del sistema económico-financiero, y es inaceptable desde el
punto de vista de una ética respetuosa del bien común.
Cada título de crédito debe corresponder a un valor orientativamente
real y no sólo presumible y difícilmente cotejable. En tal sentido, es cada vez
más urgente una regulación y evaluación pública super partes del comportamiento
de las agencias de rating del crédito, con instrumentos jurídicos que permitan,
por un lado, sancionar las acciones distorsionadas y, por otro, impedir la
creación de situaciones de oligopolio peligroso por parte de algunas de ellas.
Esto es particularmente cierto en caso de productos del sistema de
intermediación crediticia en los que la responsabilidad del crédito concedido
es descargada por el prestamista original sobre quienes lo relevan.
26. Algunos productos financieros, incluidos los llamados
"derivados", se crearon para garantizar un seguro contra riesgos
inherentes a determinadas operaciones, incluyendo a menudo una apuesta hecha
sobre la base del valor presuntamente atribuido a dichos riesgos. Subyacentes a
estos instrumentos financieros están los contratos en los que las partes
todavía pueden evaluar razonablemente el riesgo fundamental contra los cuales
se pretende asegurarse.
Sin embargo, para algunos tipos de derivados (en particular, las
llamadas titulizaciones o securitizations), se ha observado que a partir de las
estructuras originarias y vinculadas a inversiones financiarías individuales se
construían estructuras cada vez más complejas (titulizaciones de
titulizaciones), en las cuales es cada vez más difícil – en realidad,
prácticamente imposible después de varias de estas transacciones – establecer
en modo razonable y ecuo su valor fundamental. Esto significa que cada paso en
la compraventa de estos títulos, más allá de la voluntad de las partes, opera
de hecho una distorsión del valor efectivo del riesgo que el instrumento
debería proteger. Todo ello ha favorecido el surgimiento de burbujas
especulativas, que han sido importantes concausas de la reciente crisis
financiera.
Es evidente que la improvisa aleatoriedad de estos productos – el
desvanecimiento creciente de la transparencia de lo que aseguran – que, en la
operación original no es percibida, los hace cada vez menos aceptables desde el
punto de vista de una ética respetuosa de la verdad y del bien común, ya que
los transforma en una especie de bombas de relojería, listas para explotar
antes o después, esparciendo su falta de fiabilidad económica e intoxicando
los mercados. Hay aquí una carencia ética, que se vuelve más grave a medida que
estos productos se negocian en los llamados mercados extrabursátiles (over the
counter) – expuestos al azar, cuando no al fraude, más que los mercados
regulados – y sustraen linfa vital e inversiones a la economía real.
Una valoración ética semejante se puede hacer también con respecto a los
usos de los credit default swap (CDS: permuta de incumplimiento crediticio;
esto es, contratos particulares aseguradores del riesgo de quiebra), que
permiten apostar sobre el riesgo de quiebra de un tercero, también a aquellos
que no han asumido en precedencia un riesgo de crédito, e incluso repetir tales
transacciones en el mismo evento, lo cual no es de ninguna manera permitido por
las normales pólizas de seguros.
El mercado de CDS, en vísperas de la crisis económica de 2007, era tan
imponente que representaba aproximadamente el equivalente del PIB mundial. El
difundirse sin límites adecuados de este tipo de contratos ha favorecido el
crecimiento de una finanza de riesgo y de apuestas sobre la quiebra de
terceros, lo que resulta inaceptable desde el punto de visto ético.
De hecho, la operatividad de compra de esos instrumentos por parte de
aquellos que no han asumido aún riesgo alguno de crédito es un caso singular en
el que individuos comienzan a interesarse por la quiebra de otras entidades
económicas e incluso pueden verse tentados a operar en este sentido.
Es evidente que esta posibilidad, mientras, por una parte, constituye un
hecho particularmente reprobable desde el punto de vista moral, ya que quien
así actúa lo hace en pos de una especie de "canibalismo" económico,
por otra parte, socava la necesaria confianza básica, sin la cual el circuito
económico terminaría bloqueando. También en este caso, podemos notar cómo un
evento negativo desde el punto de vista ético, se convierte en perjudicial para
la sana funcionalidad de sistema económico.
Cabe señalar, finalmente, que cuando de semejantes apuestas pueden
derivar grandes daños a países enteros y a millones de familias, nos
enfrentamos a acciones sumamente inmorales, y resulta por ello conveniente
ampliar las prohibiciones, ya existentes en algunos países, para este tipo de
operaciones, castigando con la máxima severidad tales infracciones.
27. En un punto neurálgico del dinamismo de los mercados financieros se
encuentran tanto la fijación (fixing) de la tasa de interés relativa a los
préstamos interbancarios (LIBOR), cuya cuantificación sirve como tasa-guía de
interés del mercado monetario, como las tasas de cambio oficiales de las
distintas divisas, aplicadas por los bancos.
Estos son parámetros importantes, que tienen un impacto significativo en
todo el sistema económico-financiero, ya que afectan a las grandes
transferencias diarias de efectivo entre las partes que suscriben contratos
basados precisamente en la cuantificación de dichas tasas. La manipulación de
esta constituye por lo tanto un caso de grave violación ética, con
consecuencias de amplio alcance.
El hecho de que esto haya podido suceder impunemente durante muchos años
demuestra lo frágil y expuesto al fraude que es un sistema financiero que no
esté suficientemente controlado por normas y se halle desprovisto de sanciones
proporcionadas a las violaciones en las que incurren sus actores. En este
contexto, la creación de verdaderos "carteles" de connivencia entre
los sujetos responsables de la correcta fijación del nivel de esas tasas
constituye un caso de asociación para delinquir particularmente perjudicial
para el bien común, que inflige una peligrosa herida a la salud del sistema
económico y que hay que sancionar con penas adecuadas que disuadan de su
reiteración.
28. Hoy en día, los principales actores del mundo financiero, y en
especial los bancos, deben contar con órganos internos que garanticen el
adecuado control de conformidad (compliance), o autocontrol de la legitimidad
de los principales pasos del proceso de decisión y de los productos más
importantes ofrecidos por la empresa. Sin embargo, cabe señalar que, al menos
hasta un pasado muy reciente, la práctica del sistema económico-financiero se
basa en gran parte en un juicio puramente negativo del control de conformidad,
es decir, sobre un respeto meramente formal de los límites establecidos por las
leyes vigentes. Desafortunadamente, de esto también deriva la frecuencia de una
praxis de hecho elusiva de los controles normativos, es decir, de acciones
destinadas a zafarse de los principios normativos vigentes, cuidándose bien,
empero, de no contradecir explícitamente las normas que los expresan, para
evitar sanciones.
Para evitar todo ello, es necesario que el control de conformidad entre
en lo específico de las diferentes transacciones también en positivo,
verificando su cumplimiento efectivo de los principios que informan la
normativa vigente. La práctica de esta modalidad de control quedaría
facilitada, según el parecer de muchos, si se establecieran Comités éticos, que
funcionasen junto a los Consejos de Administración y constituyeran el
interlocutor natural de quienes deben garantizar, en el correcto operar de los
bancos, la conformidad entre los comportamientos y las razones de las normas
vigentes.
A tal fin, dentro de las empresas habría que disponer líneas guía, que
permitan facilitar este juicio de conformidad, de modo que sea posible
discernir cuáles de las transacciones técnicamente viables en el aspecto jurídico,
son de hecho, legítimas y viables desde el punto de vista ético (cuestión muy
relevante, por ejemplo, para las prácticas de elusión fiscal). El objetivo es
pasar de un respeto formal a un respeto sustancial de las reglas.
Además, es deseable que también en el sistema normativo que regula el
mundo financiero haya una cláusula general que declare ilegítimos, con la
consiguiente responsabilidad patrimonial de todos los sujetos imputables,
aquellos actos cuyo propósito sea principalmente la elusión de la normativa
vigente.
29. Ya no es posible ignorar fenómenos como la expansión en el mundo de
los sistemas bancarios paralelos (shadow banking system), los cuales, si bien
incluyen dentro de sí también tipologías de intermediarios cuya operatividad no
parece crítica a primera vista, han determinado de hecho una pérdida de control
sobre el sistema por parte de diversas autoridades de vigilancia nacionales,
favoreciendo de forma imprudente el uso de la llamada financiación creativa, en
la cual la principal razón para invertir recursos financieros es
predominantemente especulativa, cuando no depredadora, y no un servicio a la
economía real. Por ejemplo, muchos coinciden en afirmar que la existencia de
estos sistemas "sombra" es una de las principales concausas que han
llevado al desarrollo y la difusión global de la reciente crisis
económico-financiera que comenzó en los EE.UU. con la de las hipotecas subprime
en el verano de 2007.
30. De esta intención especulativa se nutre además el mundo de las
finanzas offshore, que, aunque también ofrece otros servicios legales, a través
de los ampliamente difusos canales de elusión fiscal – la evasión y el lavado
de dinero sucio – constituye otra razón de empobrecimiento del sistema normal
de producción y distribución de bienes y servicios. Es difícil discernir si
muchas de estas situaciones dan lugar a casos de inmoralidad próxima o
inmediata: es ciertamente evidente que tales realidades, donde substraen
injustamente linfa vital a la economía real, difícilmente pueden encontrar una
justificación, ya sea desde el punto de vista ético, ya sea en términos de la
eficiencia global del mismo sistema económico.
Más aún, cada vez resulta más claro que existe un grado de correlación
apreciable entre el comportamiento no ético de los operadores y la quiebra del
sistema en su conjunto: es ya innegable que las deficiencias éticas exacerban
las imperfecciones de los mecanismos del mercado[46].
En la segunda mitad del siglo pasado, nació el mercado offshore de los
euro-dólares, lugar financiero de intercambio fuera de cualquier marco
normativo oficial. Mercado que desde un importante país europeo se ha extendido
a otros países alrededor del mundo, creando una verdadera red financiera,
alternativa al sistema financiero oficial, jurisdicciones que la protegían.
A este respecto, cabe señalar que, si bien la razón formal para
legitimar la presencia de sedes offshore es la de evitar que los inversores
institucionales sufran una doble tasación, primero en su país de residencia y
luego en el país en el que están domiciliados los fondos, de hecho, estos
lugares se han convertido hoy en día, en ocasión de operaciones financieras a
menudo al límite de la legalidad, cuando no se "pasan de la raya",
tanto desde el punto de vista de su legalidad normativa, como desde el punto de
vista ético, es decir, de una cultura económica sana y libre del mero propósito
de elusión fiscal.
En la actualidad, más de la mitad del comercio mundial es llevada a cabo
por grandes sujetos, que reducen drásticamente su carga fiscal transfiriendo
los ingresos de un lugar a otro, dependiendo de lo que les convenga,
transfiriendo los beneficios a los paraísos fiscales y los costos a los países
con altos impuestos. Está claro que esto ha restado recursos decisivos a la
economía real, y ha contribuido a la creación de sistemas económicos basados en
la desigualdad. Por otra parte, no es posible ignorar que esas sedes offshore
se han convertido en lugares de lavado de dinero "sucio", es decir,
fruto de ganancias ilícitas (robo, fraude, corrupción, asociación criminal,
mafia, botín de guerra…).
Así, al disimular el hecho de que las operaciones offshore no se
llevaban a cabo en sus plazas financieras oficiales, algunos Estados han
permitido que se sacara provecho incluso de delitos, sintiéndose no
responsables porque no se realizaban formalmente bajo su jurisdicción. Esto
representa, desde un punto de vista moral, una forma obvia de hipocresía.
En poco tiempo, este mercado se ha convertido en el lugar de mayor
tránsito de capitales, ya que su configuración representa una manera fácil de
realizar diferentes e importantes formas de elusión fiscal. Se entiende
entonces que la domiciliación offshore de muchas empresas importantes que
participan en el mercado sea muy deseada y practicada.
31. Ciertamente, el sistema fiscal de los Estados no siempre parece
justo; a este respecto, cabe señalar que tal injusticia a menudo es en
perjuicio de los sectores económicos más débiles y en ventaja de los más
equipados y capaces de influir incluso en los sistemas normativos que regulan
los mismos tributos. De hecho, la imposición tributaria, cuando es justa,
desempeña una fundamental función equitativa y redistributiva de la riqueza, no
sólo en favor de quienes necesitan subsidios apropiados, sino también en el
apoyo a la inversión y el crecimiento de la economía real.
En cualquier caso, es precisamente la elusión fiscal de los principales
actores que se mueven en los mercados, especialmente los grandes intermediarios
financieros, lo que representa una abominable sustracción de recursos a la
economía real y un daño para toda la sociedad civil. Dada la falta de
transparencia de esos sistemas es difícil determinar con precisión la cantidad
de capital que pasa a través de ellos; sin embargo, se ha calculado que bastaría
un impuesto mínimo sobre las transacciones offshore para resolver gran parte
del problema del hambre en el mundo: ¿por qué no hacerlo con valentía?
Además, se ha demostrado que la existencia de sedes offshore favorece
asimismo enormes salidas de capital de muchos países de bajos ingresos,
generando numerosas crisis políticas y económicas e impidiendo a los mismos
embarcarse finalmente en el camino del crecimiento y del desarrollo saludable.
A este propósito, hay que señalar que diversas instituciones internacionales
han denunciado reiteradamente todo esto, y no pocos gobiernos nacionales han
tratado justamente de limitar el alcance de las plazas financieras offshore. Ha
habido muchos esfuerzos positivos en este sentido, especialmente en los últimos
diez años. Sin embargo, todavía no ha sido posible imponer acuerdos y
normativas adecuadamente eficaces en tal sentido; los esquemas normativos
propuestos en esta área también por prestigiosas organizaciones internacionales
han quedado frecuentemente sin aplicación o han resultado ineficaces, debido a
la poderosa influencia que estas plazas pueden ejercer, a causa del gran
capital del que disponen frente a tantos poderes políticos.
Todo lo cual, al mismo tiempo que constituye un grave perjuicio al buen
funcionamiento de la economía real, representa una estructura que, tal como
está configurada actualmente, resulta totalmente inaceptable desde el punto de
vista ético. Es, por lo tanto, necesario y urgente que, a nivel internacional,
se apliquen los remedios apropiados a estos sistemas inicuos; en primer lugar,
practicando a todos los niveles la transparencia financiera (por ejemplo, con
la obligación de rendición de cuentas, para las empresas multinacionales, de
sus respectivas actividades e impuestos pagados en cada país donde operan a
través de sus filiales); y también con sanciones incisivas impuestas a los
países que reiteren las prácticas deshonestas (evasión y elusión de impuestos,
lavado de dinero sucio) mencionadas anteriormente.
32. Especialmente en los países con economías menos desarrolladas, el
sistema offshore ha empeorado la deuda pública. Se ha observado, en efecto, que
la riqueza privada acumulada en los paraísos fiscales por algunas élites ha
casi igualado la deuda pública de sus respectivos países. Esto evidencia
asimismo que, de hecho, en el origen de esa deuda a menudo están los pasivos
económicos generados por privados y luego descargados sobre los hombros del
sistema público. Entre otras cosas, es bien sabido que importantes sujetos
económicos tienden a buscar la socialización de las pérdidas, frecuentemente,
con la connivencia de los políticos.
Sin embargo, es oportuno señalar que la deuda pública se genera, a
menudo, también por una gestión imprudente – cuando no dolosa – del sistema de
administración pública. Esta deuda, es decir, el conjunto de pasivos
financieros que pesan sobre los Estados, representa hoy uno de los mayores
obstáculos para el buen funcionamiento y crecimiento de las distintas economías
nacionales. Numerosas economías nacionales se ven de hecho agobiadas por el
pago de los intereses que provienen de esa deuda y, por lo tanto, se ven en la
necesidad de hacer ajustes estructurales con ese fin.
Ante esto, por un lado, los Estados están llamados a revertir la
situación con una adecuada gestión del sistema público, mediante sabias
reformas estructurales, una sensata repartición de los gastos e inversiones
prudentes; por otro lado, a nivel internacional, aún poniendo a cada país
frente a sus ineludibles responsabilidades, es necesario igualmente permitir y
alentar razonables vías de salida de la espiral de la deuda, no poniendo sobre
los hombros de los Estados – y por tanto sobre los de sus conciudadanos, es
decir, de millones de familias – cargas que de hecho son insostenibles.
Todo ello asimismo a través de políticas de reducción razonable y
acordada de la deuda pública, especialmente cuando los acreedores son sujetos
de tal consistencia económica que les permite ofrecerla.[47] Estas soluciones
se requieren tanto para la salud del sistema económico internacional, con el
fin de evitar el contagio de crisis potencialmente sistémicas, cuanto para la
búsqueda del bien común de los pueblos en su conjunto.
33. Todo lo dicho hasta ahora no afecta solo a entidades fuera de
nuestro control, sino que cae también dentro de la esfera de nuestra
responsabilidad. Esto significa que tenemos a nuestra disposición herramientas
importantes para contribuir a resolver muchos problemas. Por ejemplo, los
mercados viven gracias a la demanda y a la oferta de bienes; en este sentido,
cada uno de nosotros puede influir en modo decisivo, al menos, en la
configuración de esa demanda.
Por lo tanto, es importante un ejercicio crítico y responsable del
consumo y del ahorro. Hacer la compra, acción cotidiana con la que nos dotamos
de lo necesario para vivir, implica también una selección entre los diversos
productos que ofrece el mercado. Es una opción que a menudo realizamos de
manera inconsciente, comprando bienes cuya producción se realiza, por ejemplo,
a través de cadenas productivas donde es normal la violación de los más
elementales derechos humanos o gracias a empresas cuya ética, de hecho, no
conoce otros intereses sino los de la ganancia de sus accionistas a cualquier
costo.
Es necesario seleccionar aquellos bienes de consumo detrás de los cuales
hay un proceso éticamente digno, ya que incluso a través del gesto,
aparentemente banal, del consumo expresamos con los hechos una ética, y estamos
llamados a tomar partido ante lo que beneficia o daña al hombre concreto.
Alguien ha hablado, en este sentido, de "votar con la cartera": se
trata, en efecto, de votar diariamente en el mercado a favor de lo que ayuda al
verdadero bienestar de todos nosotros y rechazar lo que lo perjudica.[48]
Las mismas reflexiones deben hacerse en relación a la gestión de los
propios ahorros, dirigiéndolos, por ejemplo, hacia aquellas empresas que operan
con criterios claros, inspirados en una ética respetuosa del hombre entero y de
todos los hombres y en un horizonte de responsabilidad social.[49] Y, más en
general, cada uno está llamado a cultivar prácticas de producción de riqueza
que sean congruentes con nuestra índole relacional y tendentes al desarrollo
integral de la persona
IV. Conclusión
34. Frente a la inmensidad y omnipresencia de los actuales sistemas
económico-financieros, nos podemos sentir tentados a resignarnos al cinismo y
a pensar que, con nuestras pobres fuerzas, no podemos hacer mucho. En realidad,
cada uno de nosotros puede hacer mucho, especialmente si no se queda solo.
Muchas asociaciones con origen en de la sociedad civil son, en este
sentido, una reserva de conciencia y responsabilidad social, de la que no
podemos prescindir. Hoy más que nunca, todos estamos llamados a vigilar como
centinelas de la vida buena y a hacernos intérpretes de un nuevo protagonismo
social, basando nuestra acción en la búsqueda del bien común y fundándola sobre
sólidos principios de solidaridad y subsidiariedad.
Cada gesto de nuestra libertad, aunque pueda parecer frágil e
insignificante, si orienta realmente al auténtico bien, se apoya en Aquel que
es Señor bueno de la historia, y se convierte en parte de una positividad, que
va más allá de nuestras pobres fuerzas, uniendo indisolublemente todos los
actos de buena voluntad en una red que une el cielo con la tierra, verdadero
instrumento de humanización del hombre y del mundo. Esto es lo que necesitamos
para vivir bien y nutrir una esperanza que esté a la altura de nuestra dignidad
de personas humanas.
La Iglesia, Madre y Maestra, consciente de haber recibido en don un
inmerecido depósito, ofrece a los hombres y las mujeres de todos los tiempos
los recursos para una esperanza fiable. María, Madre del Dios hecho hombre por
nosotros, tome de la mano nuestros corazones y los guíe en la sabia construcción
de aquel bien que su Hijo Jesús, a través de su humanidad hecha nueva por el
Espíritu Santo, ha venido a inaugurar para la salvación del mundo.
El Sumo Pontífice Francisco, en la audiencia concedida al Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, ha aprobado las presentes
Consideraciones, decididas en la Sesión Ordinaria de este Dicasterio y ha
ordenado su publicación.
Dado en Roma el 6 de enero de 2018, Solemnidad de la Epifanía del Señor.
+ Luis F. Ladaria, S.I.
Arzobispo titular de Thibica
Prefecto de la Congregación
Para la Doctrina de la Fe
Peter Card. Turkson
Prefecto del Dicasterio para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral
+ Giacomo Morandi
Arzobispo titular de Cerveteri
Secretario de la Congregación
para la Doctrina de la Fe
Bruno Marie Duffé
Secretario del Dicasterio para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral
________________________
[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 48.
[2] Cf. Ibíd., n. 5.
[3] Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 231: AAS 107 (2015), 937.
[4] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 de junio de
2009), n. 59: AAS 101 (2009), 694.
[5] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Fides et ratio (14 de septiembre de
1998), n. 98: AAS 91 (1999), 81.
[6] Cf. Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética
universal: nueva mirada sobre la ley natural (2009), n. 87, Ciudad del Vaticano
2009, 86
[7] Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 189: AAS 107 (2015), 922.
[8] Id., Exhort. apost. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n.
178: AAS 105 (2013), 1094.
[9] Cf. Pontificio Consejo "Justicia y Paz", Por una reforma
del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una
autoridad pública con competencia universal (24 de octubre de 2011), n. 1:
www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20111024
_nota_it.html
[10] Cf. Francesco, Carta enc. Lautado si', n. 189: AAS 107 (2015), 922.
[11] Id., Exhort. ap.
Evangelii gaudium ( 24 novembre 2013), n. 53: AAS 105 (2013), 1042.
[12] Ibid., n. 58: AAS 105 (2013), 1042.
[13] Cf. Concilio EcuménicoVaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n. 14.
[14] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 de junio de
2009), n. 45: AAS 101 (2009), 681.
[15] Cf. Ibíd., n. 74: AAS 101 (2009), 705.
[16] Cf. Francisco, Discurso al Parlamento Europeo (25 de noviembre de
2014), Estrasburgo: AAS 106 (2014) 997-998.
[17] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 37: AAS 101 (2009), 672.
[18] Cf. Ibíd., n. 55: AAS 101 (2009), 690.
[19] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollecitudo rei socialis (30 de
diciembre de 1987), n. 42: AAS 80 (1988), 772.
[20] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1908.
[21] Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 13: AAS 107 (2015), 852;
Exhort. apost. Amoris laetitia (19 de marzo de 2016), n. 44: AAS 108 (2016),
327.
[22] Cf. Por ej. el lema ora et labora, que recuerda la Regla de San
Benedicto de Nursia: en su simplicidad indica que la oración, especialmente la
litúrgica, al abrirnos a la relación con Dios que en Jesucristo y en su
Espíritu se manifiesta como Bien y Verdad, ofrece de esta manera también la
forma adecuada y la manera de construir un mundo mejor y más real, es decir,
más humano.
[23] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991),
nn. 17, 24, 42: AAS 83 (1991), 814, 821, 845.
[24] Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno (15 de mayo de 1931), n.
105: AAS 23 (1931), 210; Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 de marzo
de 1967), n. 9: AAS 59 (1967), 261; Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 203:
AAS 107 (2015), 927.
[25] Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 175: AAS 107 (2015), 916.
Sobre el vínculo necesario entre economía y política, cf. Benedicto XVI, Carta
enc. Caritas in veritate, n. 36: AAS 101 (2009), 671: «La actividad económica
no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica
mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es
responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener
presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente
producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la
justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios».
[26] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 58: AAS (2009), 693.
[27] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes,
n. 64.
[28] Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno, n. 89: AAS 23 (1931),
206; Benedicto XVI, Caritas in veritate, n. 35: AAS 101 (2009), 670; Francisco,
Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 204: AAS 105 (2013), 1105.
[29] Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 109: AAS 107 (2015), 891.
[30] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 de septiembre de
1981), n. 9: AAS 73 (1981), 598.
[31] Francisco, Exhort. ap.
Evangelii gaudium, n. 53: AAS 105 (2013), 1042.
[32] Cf. Pontificio Consejo "Justicia y Paz", Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, n. 369.
[33] Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno, n. 132: AAS 23 (1931),
219; Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, n. 24: AAS 59 (1967), 269.
[34] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2409.
[35] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, n. 13: AAS 59
(1967), 263. Algunas indicaciones importantes han sido ofrecidas al respecto
(cf. Pontificio Consejo "Justicia y Paz", Nota Por una reforma del
sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una Autoridad
pública con competencia universal, n. 4): «Hay que proseguir en la línea del
discernimiento, para favorecer una desarrollo positivo del sistema económico –
financie y contribuir a eliminar las estructuras de injusticia que le limitan
las potencialidades benéficas».
[36] Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 198: AAS 107 (2015), 925.
[37] Cf. Pontificio Consejo "Justicia y Paz", Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, n. 343.
[38] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 35: AAS 101 (2009), 670.
[39] Francisco, Discurso a los participantes en la reunión de
"Economía de Comunión", organizado por el movimiento de los Focolares
(4 de febrero de 2017): L'Osservatore Romano, 5 de febrero de 2017, 8.
[40] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollecitudo rei socialis, n. 28 AAS
80 (1988),548.
[41] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 67: AAS 101 (2009), 700.
[42] Cf. Pontificio Consejo "Justicia y Paz", Nota Por una
reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de
una Autoridad pública con competencia universal, n. 1: L'Osservatore Romano,
24-25 de octubre de 2011, 6.
[43] Cf. Ibíd., n. 4: : L'Osservatore Romano, 24-25 de octubre de 2011,
7.
[44] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 45: AAS 101
(2009), 681; Francesco, Mensaje para Celebración de la 47ª Jornada mundial de
la Paz (1 de enero de 2015), n. 5: AAS 107 (2015), 66.
[45] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 45: AAS 101 (2009), 671.
[46] Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si', n. 189: AAS 107 (2015), 922.
[47] Cf. Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante
la Santa Sede (8 de enero de 2007): AAS 99 (2007), 73.
[48] Cf. Id., Carta enc. Caritas in veritate, n. 66: AAS 101 (2009),
699.
[49] Cf. Pontificio Consejo "Justicia y Paz", Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, n. 358
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