El ecumenismo del sufrimiento, instrumento eficaz de unidad




Discurso del Papa Francisco a Su Santidad Tauadros II, Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos (10-5-2013)

«Jristós anéste – Cristo ha resucitado».

Santidad, queridos hermanos en Cristo:

Es para mí una gran alegría y un auténtico momento de gracia poder  recibiros aquí, al lado de la tumba del apóstol Pedro, en el recuerdo del histórico encuentro que hace cuarenta años unió a nuestros antecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Shenuda III –recientemente fallecido–, en un abrazo de paz y de fraternidad, tras siglos de lejanía mutua. Doy, pues, con profundo afecto mi bienvenida a Vuestra   Santidad y a los distinguidos miembros de vuestra Delegación, y os doy las gracias por vuestras palabras. Por mediación vuestra hago extensivo mi cordial saludo en el Señor a los obispos, al clero, a los monjes y a toda la Iglesia copta ortodoxa.

La visita de hoy afianza los lazos de amistad y de hermandad que ya unen la Sede de Pedro y la Sede de Marcos, heredera de un legado inestimable de mártires, teólogos, santos monjes y fieles discípulos de Cristo que durante generaciones y generaciones dieron testimonio del Evangelio, a menudo en situaciones de gran dificultad.

Hace cuarenta años, la Declaración conjunta de nuestros antecesores constituyó un hito en el camino ecuménico, y a partir de ella se creó una Comisión de Diálogo Teológico entre nuestras Iglesias, que produjo buenos resultados y que preparó el terreno para el diálogo más amplio entre la Iglesia católica y toda la familia de las Iglesias ortodoxas orientales; diálogo que prosigue fructíferamente hasta la fecha. En aquella Declaración solemne, nuestras Iglesias reconocían profesar, con arreglo a las tradiciones apostólicas, «una sola fe en un solo Dios Uno y Trino» y la «divinidad del único Hijo encarnado de Dios, [...] Dios perfecto en su divinidad y hombre perfecto en su humanidad». Reconocían que la vida divina nos es dada y se alimenta  a través de los siete sacramentos, y se  sentían asociadas en la veneración común a la Madre de Dios.

Nos alegra poder confirmar hoy lo que nuestros ilustres antecesores declararon solemnemente; nos alegra reconocernos unidos por el único bautismo, del que es expresión especial nuestra oración compartida, que anhela llegue el día en que, cumpliéndose el deseo del Señor, podamos comulgar del único cáliz.

Ciertamente somos también conscientes de que el camino que nos aguarda tal vez aún sea largo, pero no queremos olvidar la dilatada senda que llevamos recorrida, y que se ha concretado en momentos luminosos de comunión, entre los que me complace recordar el encuentro, en febrero de 2000, en El Cairo, entre el Papa Shenuda III y el Beato Juan Pablo II, que peregrinaba, con ocasión del Gran Jubileo, a los lugares de origen de nuestra fe. Estoy seguro de que, bajo la guía del Espíritu Santo, nuestra oración perseverante, nuestro diálogo y la voluntad de construir día tras día la comunión en el amor recíproco, nos permitirán dar nuevos e importantes pasos hacia la plena unidad.

Santidad: Estoy enterado de los numerosos gestos de atención y de caridad fraterna que habéis reservado, desde los primeros días de vuestro ministerio, a la Iglesia copta católica, a su pastor, el patriarca Ibrahim Isaac Sidrak y a su antecesor, el cardenal Antonios Naguib. La institución de un Consejo Nacional de Iglesias Cristianas intensamente deseado por Vuestra Santidad constituye un importante signo de la voluntad de todos los creyentes en Cristo de mantener en la  vida diaria unas relaciones cada vez más fraternales y de ponerse al servicio de toda la sociedad egipcia, de la que forman parte integrante. Sabed, Santidad, que vuestro esfuerzo a favor de la comunión entre los creyentes en Cristo, así como vuestro interés vigilante por los destinos de vuestro país y por la misión de las comunidades cristianas en el seno de la sociedad egipcia, hallan un eco profundo en el corazón del Sucesor de Pedro y en el de toda la comunidad católica.

«Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Cor 12, 26). Esta es una ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que existe también un ecumenismo del sufrimiento: del mismo modo que la sangre de los mártires fue semilla de fuerza y de fertilidad para la Iglesia, la compartición de los sufrimientos diarios puede convertirse en instrumento eficaz de unidad. Y ello también es verdad, en cierto sentido, en el marco más amplio de la sociedad y de las relaciones entre cristianos y no cristianos: y es que del sufrimiento común pueden germinar, con la ayuda de Dios, el perdón, la reconciliación y la paz.

Mientras aseguro de todo corazón a Vuestra Santidad mi oración para que toda la grey encomendada a vuestros desvelos pastorales pueda ser siempre fiel a la llamada del Señor, invoco la protección común de los santos Pedro apóstol y Marcos evangelista: ellos, que durante su vida colaboraron eficazmente a la difusión del Evangelio, intercedan por nosotros y acompañen el camino de nuestras Iglesias.

 Ecclesia, 10-5-13

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)

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