al Cuerpo Diplomático
acreditado ante la Santa
Sede
Excelencias,
Señoras y señores:
Agradezco
sinceramente a su decano, el Embajador Jean-Claude Michel, las amables palabras
que me ha dirigido en nombre de todos, y los acojo con gozo en este intercambio
de saludos, simple pero intenso al mismo tiempo, que quiere ser idealmente el
abrazo del Papa al mundo. En efecto, por su medio encuentro a sus pueblos, y
así puedo en cierto modo llegar a cada uno de sus conciudadanos, con todas sus
alegrías, sus dramas, sus esperanzas, sus deseos.
Su numerosa presencia
es también un signo de que las relaciones que sus países mantienen con la Santa Sede son
beneficiosas, son verdaderamente una ocasión de bien para la humanidad.
Efectivamente, esto es precisamente lo que preocupa a la Santa Sede : el bien de
todo hombre en esta tierra. Y precisamente con esta idea comienza el Obispo de
Roma su ministerio, sabiendo que puede contar con la amistad y el afecto de los
Países que representan, y con la certeza de que comparten este propósito. Al
mismo tiempo, espero que sea también la ocasión para emprender un camino con
los pocos Países que todavía no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede , algunos de
los cuales – se lo agradezco de corazón – han querido estar presentes en la Misa por el inicio de mi
ministerio, o enviado mensajes como gesto de cercanía.
Como saben, son
varios los motivos por los que elegí mi nombre pensando en Francisco de Asís,
una personalidad que es bien conocida más allá de los confines de Italia y de
Europa, y también entre quienes no profesan la fe católica. Uno de los primeros
es el amor que Francisco tenía por los pobres. ¡Cuántos pobres hay todavía en
el mundo! Y ¡cuánto sufrimiento afrontan estas personas! Según el ejemplo de
Francisco de Asís, la Iglesia
ha tratado siempre de cuidar, proteger en todos los rincones de la Tierra a los que sufren por
la indigencia, y creo que en muchos de sus Países pueden constatar la generosa
obra de aquellos cristianos que se esfuerzan por ayudar a los enfermos, a los
huérfanos, a quienes no tienen hogar y a todos los marginados, y que, de este modo,
trabajan para construir una sociedad más humana y más justa.
Pero hay otra
pobreza. Es la pobreza espiritual de nuestros días, que afecta gravemente
también a los Países considerados más ricos. Es lo que mi Predecesor, el
querido y venerado Papa Benedicto XVI, llama la «dictadura del relativismo»,
que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia
entre los hombres. Llego así a una segunda razón de mi nombre. Francisco de
Asís nos dice: Esfuércense en construir la paz. Pero no hay verdadera paz sin
verdad. No puede haber verdadera paz si cada uno es la medida de sí mismo, si
cada uno puede reclamar siempre y sólo su propio derecho, sin preocuparse al
mismo tiempo del bien de los demás, de todos, a partir ya de la naturaleza, que
acomuna a todo ser humano en esta tierra.
Uno de los títulos
del Obispo de Roma es «Pontífice», es decir, el que construye puentes, con Dios
y entre los hombres. Quisiera precisamente que el diálogo entre nosotros ayude
a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda
encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para
acogerlo y abrazarlo. Además, mis propios orígenes me impulsan a trabajar para
construir puentes. En efecto, como saben, mi familia es de origen italiano; y
por eso está siempre vivo en mí este diálogo entre lugares y culturas distantes
entre sí, entre un extremo del mundo y el otro, hoy cada vez más cercanos,
interdependientes, necesitados de encontrarse y de crear ámbitos reales de
auténtica fraternidad.
En esta tarea es
fundamental también el papel de la religión. En efecto, no se pueden construir
puentes entre los hombres olvidándose de Dios. Pero también es cierto lo
contrario: no se pueden vivir auténticas relaciones con Dios ignorando a los
demás. Por eso, es importante intensificar el diálogo entre las distintas
religiones, creo que en primer lugar con el Islam, y he apreciado mucho la
presencia, durante la Misa
de inicio de mi ministerio, de tantas autoridades civiles y religiosas del
mundo islámico. Y también es importante intensificar la relación con los no
creyentes, para que nunca prevalezcan las diferencias que separan y laceran,
sino que, no obstante la diversidad, predomine el deseo de construir lazos
verdaderos de amistad entre todos los pueblos.
La lucha contra la
pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir puentes.
Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera invitar a
participar a cada uno de los Países que representan. Pero, si no aprendemos a
amar cada vez más a nuestra Tierra, es un camino difícil. También en este punto
me ayuda pensar en el nombre de Francisco, que enseña un profundo respeto por
toda la creación, la salvaguardia de nuestro medio ambiente, que demasiadas
veces no lo usamos para el bien, sino que lo explotamos ávidamente,
perjudicándonos unos a otros.
Queridos Embajadores,
Señoras y Señores, gracias de nuevo por todo el trabajo que desarrollan, junto
con la Secretaría
de Estado, para edificar la paz y construir puentes de amistad y hermandad. Por
su medio, quisiera reiterar mi agradecimiento a sus Gobiernos por su
participación en las celebraciones con motivo de mi elección, con la esperanza
de un trabajo común fructífero. Que el Señor Todopoderoso colme de sus dones a
cada uno de ustedes, a sus familias y a los Pueblos que representan. Muchas
gracias.
Ecclesia, 22-3-13
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