Pro eligendo Pontifice,
Homilía cardenal
Sodano
Queridos
concelebrantes, distinguidas autoridades, hermanos y hermanas en el Señor:
“Cantaré eternamente
las misericordias del Señor” es el canto que una vez mas ha resonado en la
tumba del Apóstol Pedro, en esta hora importante de la historia de la Santa Iglesia de
Cristo. Son las palabras del salmo 88 que han florecido en nuestros labios para
adorar, agradecer y suplicar al Padre que está en los Cielos. “Las
misericordias del Señor eternamente cantaré”: es el bello texto en latín que
nos ha introducido en la contemplación de Aquel que siempre vigila con amor
sobre su Iglesia, sosteniéndola en su camino a través de los siglos y vivificándola
con su Santo Espíritu.
También nosotros hoy
con tal actitud interior queremos ofrecer con Cristo al Padre que está en los
Cielos, agradecerle por la amorosa asistencia que siempre reserva a su Santa
Iglesia, y en particular por el luminoso Pontificado que nos ha concedido con
la vida y las obras del 265º Sucesor de Pedro, el amado y venerado Pontífice
Benedicto XVI, al cual en este momento renovamos toda nuestra gratitud.
Al mismo tiempo
queremos implorar del Señor que a través de la solicitud pastoral de los Padres
Cardenales, quiera pronto conceder otro Buen Pastor, a su Santa Iglesia.
Cierto, nos sostiene en esta hora la fe en la promesa de Cristo sobre el
carácter indefectible de su Iglesia. Jesús en efecto dijo a Pedro: “Tu eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella” (Cfr. Mt 16,18).
Hermanos míos, las
lecturas de la Palabra
de Dios que recién escuchamos, nos pueden ayudar a comprender mejor la misión
que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.
1. El mensaje del
amor
La primera lectura
nos ha vuelto a proponer un celebre oráculo mesiánico de la segunda parte del
libro de Isaías, aquella parte llamada “el Libro de la consolación” (Isaías 40,
66). Es una profecía dirigida al pueblo de Israel destinado al exilio en
Babilonia. Para ellos Dios anuncia el envío de un Mesías lleno de misericordia,
un Mesías que podrá decir “El espíritu del Señor Dios está sobre mí… me ha
enviado a traer el feliz anuncio a los pobres, para vendar los corazones rotos,
a proclamar la libertad a los esclavos, la excarcelación de los prisioneros, a
promulgar el año de misericordia del Señor” (Isaías 61, 1-3).
El cumplimiento de
tal profecía se ha realizado plenamente en Jesús, venido al mundo para hacer presente
el amor del Padre hacia los hombres. Es un amor que se hace particularmente
notar en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, con todas
las fragilidades del hombre, sea físicas que morales. Es conocida al respecto
la célebre encíclica del Papa Juan Pablo II “Dives in misericordia”, que
añadía: “el modo en el cual se manifiesta el amor es a propósito denominado en
el lenguaje bíblico ‘misericordia’.” (Ibíd. n. 3).
Esta misión de
misericordia ha sido luego confiada por Cristo a los pastores de su Iglesia. Es
una misión que compromete a cada sacerdote y obispo, pero compromete aún más al
Obispo de Roma, Pastor de la
Iglesia universal. A Pedro, en efecto, Jesús dijo: “Simón de
Juan ¿me amas tú más que estos? … Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15). Es
conocido el comentario de san Agustín a estas palabras de Jesús: “sea por lo
tanto tarea del amor apacentar la grey del Señor”; “sit amoris officium pasceré
dominucum gregem” (In Iohannis Evangelium,123, 5; PL 35, 1967).
En realidad, es este
amor que empuja a los Pastores de la
Iglesia a desarrollar su misión de servicio a los hombres de
cada tiempo, del servicio caritativo más inmediato hasta el servicio más alto,
aquel de ofrecer a los hombres la luz del Evangelio y la fuerza de la gracia.
Así lo ha indicado
Benedicto XVI en el Mensaje para la
Cuaresma de este año (Cfr. n. 3). Leemos en efecto en tal
mensaje: “A veces se tiende en efecto a circunscribir el término ‘caridad’ a la
solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en cambio recordar
que la máxima obra de caridad es precisamente la evangelización, o sea el
‘servicio de la Palabra ’.
No hay una acción más benéfica y por tanto caritativa hacia el prójimo que
partir el pan de la Palabra
de Dios, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la más alta
e integral promoción de la persona humana. Como escribe el Siervo de Dios Papa
Pablo VI en la Encíclica :
Populorum progressio: es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de
desarrollo (Cfr. n.16)”.
2. El mensaje de la
unidad
La segunda lectura
sacada de la Carta
a los Efesios, escrita por el Apóstol Pablo propiamente en esta ciudad de Roma
durante su primer encarcelamiento (años 62-63 d.C.). Es una carta sublime en la
cual Pablo presenta el misterio de Cristo y de la Iglesia. Mientras
la primera parte es más doctrinal (cap. 1-3), la segunda, donde se introduce el
texto que hemos escuchado, es de tono más pastoral (cap. 4-6). En esta parte
Pablo enseña las consecuencias prácticas de la doctrina presentada antes y
empieza con una fuerte llamado a la unidad eclesial: “Los exhorto pues yo, el
prisionero del Señor, a comportarse de manera digna de la vocación que han
recibido, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose recíprocamente
con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu a través del vínculo de
la paz (Ef 4, 1-3).
S. Pablo explica
luego que en la unidad de la
Iglesia existe una diversidad de dones, según la multiforme
gracia de Cristo, pero esta diversidad está en función de la edificación del
único cuerpo de Cristo: “Es él el que ha establecido a algunos como apóstoles,
otros como profetas, otros como evangelistas, otros como pastores y maestros,
para hacer idóneos a los hermanos para cumplir el ministerio, a fin de edificar
el cuerpo de Cristo” (Cfr. 4,11-12).
Es propiamente por la
unidad de su Cuerpo Místico que Cristo ha enviado luego su Santo Espíritu y al
mismo tiempo ha establecido a sus Apóstoles, entre los cuales Pedro sobresale
como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia.
En nuestro texto San
Pablo nos enseña que también todos nosotros tenemos que colaborar para edificar
la unidad de la Iglesia ,
ya que para realizarla es necesaria “la colaboración de cada articulación,
según la energía propia de cada miembro” (Ef 4,16). Todos nosotros, pues, somos
llamados a cooperar con el Sucesor de Pedro, fundamento visible de tal unidad
eclesial.
3. La misión del Papa
Hermanos y hermanas
en el Señor, el Evangelio de hoy nos reconduce a la última cena, cuando el
Señor les dijo a sus Apóstoles: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a
los otros, como yo los he amado” (Jn 15,12). El texto también conduce a la
primera lectura del profeta a Isaías sobre el actuar del Mesías, para
recordarnos que la actitud fundamental de los Pastores de la Iglesia es el amor. Es
aquel amor que nos empuja a ofrecer la misma vida por los hermanos. Nos dice,
en efecto, Jesús: “nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por los
propios amigos” (Jn 15,12).
La actitud
fundamental de cada buen Pastor es pues dar la vida por sus ovejas (Cfr. Jn
10,15). Esto vale sobre todo para el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal. Porque
cuánto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto más grande tiene
que ser la caridad del Pastor. Por esto en el corazón de cada Sucesor de Pedro
resuenan siempre las palabras que el Divino Maestro dirigió un día al humilde
pescador de Galilea: “Diligis me plus his? Pasce agnos meos… pasce oves meas”;
¿me quieres más que éstos? Apacienta mis corderos… ¡apacienta mis ovejas! (Cfr.
Jn 21,15-17).
En el surco de este
servicio de amor hacia la
Iglesia y hacia la humanidad entera, los últimos Pontífices
también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas hacia los pueblos y
la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la paz. Rogamos
para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a nivel mundial.
Del resto, este
servicio de caridad es parte de la naturaleza íntima de la Iglesia. Lo ha recordado
el Papa Benedicto XVI diciéndonos: “también el servicio de la caridad es una
dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y es expresión irrenunciable de su misma
esencia” (Carta apostólica en forma de Motu proprio Intima Ecclesiae natura, el
11 de noviembre de 2012, proemio; Cfr. Carta Encíclica Deus caritas est, n.
25).
Es una misión de
caridad que es propia de la
Iglesia , y de modo particular es propia de la Iglesia de Roma, que,
según la bella expresión de S. Ignacio de Antioquía, es la Iglesia que “preside en la
caridad”; “praesidet caritati” (Cfr. Ad Romanos, praef.; Lumen gentium, n. 13).
Mis hermanos, oremos
para que el Señor nos conceda a un Pontífice que desarrolle con corazón
generoso tal noble misión. Se lo pedimos por intercesión de María Santísima,
Reina de los Apóstoles, y de todos los Mártires y los Santos que en el curso de
los siglos han hecho gloriosa esta Iglesia de Roma. ¡Amén!
Ecclesia, 12-3-13
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