XIII
ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
PARA
LA TRANSMISIÓN DE
LA FE CRISTIANA
INSTRUMENTUM
LABORIS
Ciudad
del Vaticano
2012
Prefacio
“Auméntanos la fe”
(Lc 17,5). Es la súplica de los Apóstoles al Señor Jesús al percibir que solamente
en la fe, don de Dios, podían establecer una relación personal con Él y estar a
la altura de la vocación de discípulos. El pedido era debido a la experiencia
de los propios límites. No se sentían suficientemente fuertes para perdonar al
hermano. La fe es indispensable también para realizar los signos de la
presencia del Reino de Dios en el mundo. La higuera seca hasta las raíces sirve
a Jesús para dar coraje a los discípulos: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que
quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón
sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá” (Mc 11,22-24). También
el evangelista Mateo subraya la importancia de la fe para cumplir grandes
obras. “Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la
higuera, sino que si aun decís, a este monte ‘Quítate y arrójate al mar’, así
se hará” (Mt 21,21).
Algunas veces el
Señor Jesús reprocha a “los Doce” porqué tienen poca fe. A la pregunta sobre
porqué no han logrado expulsar al demonio, el Maestro responde: “Por vuestra
poca fe” (Δια την όλιγοπιστίαν ύμών) (Mt 17,20). En el mar de Tiberíades, antes
de calmar la tempestad, Jesús amonesta a los discípulos: “¿Por qué tenéis
miedo, hombres de poca fe? (όλιγόπιστοι) (Mt 8,26). Ellos deben entregarse confiadamente
a Dios y a la providencia, y no preocuparse por los bienes materiales. “Pues si
la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste,
¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6,30); cf. Lc
12,28). Análoga actitud se repite antes de la multiplicación de los panes.
Frente a la constatación de los discípulos de haber olvidado de tomar el pan al
pasar a la otra orilla, el Señor Jesús dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué
estáis hablando entre vosotros de que no tenéis panes?¿Aún no comprendéis, ni
os acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos
recogisteis?” (Mt 16,8-9).
En el Evangelio de
Mateo la descripción de Jesús que camina sobre las aguas y llega hasta la barca
donde están los apóstoles suscita una especial atención. Después de haber
disipado en ellos el miedo, Jesús acoge la propuesta condicionada de Pedro:
“Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas” (Mt 14,28). En un
primer momento, Pedro camina sin dificultad sobre las aguas, acercándose hacia
Jesús. “Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara
a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’ ”. E inmediatamente Jesús “tendiendo la
mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’ ” (Mt
14,30-31). Jesús y Pedro suben juntos a la barca y el viento amaina. Los
discípulos, testigos de esta grande manifestación, se postran delante del Señor
y hacen una profunda profesión de fe: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt
14,33).
En la persona de
Pedro es posible reconocer la actitud de muchos fieles, así como también la de
enteras comunidades cristianas, sobre todo en los Países de antigua
evangelización. Varias Iglesias particulares, en efecto, saben lo que significa
no sólo el alejamiento de los fieles, a raíz de la poca fe, de la vida
sacramental y de la praxis cristiana, sino incluso que algunos podrían ser
contados en la categoría de los no creyentes (άπιστοι; cf. Mt 17,17; 13,58). Al
mismo tiempo, no pocas Iglesias experimentan también, después de un primer
entusiasmo, el cansancio, el miedo frente a situaciones bastante complejas del
mundo actual. Como Pedro, temen el clima hostil, de tentaciones de diversas
índoles, de desafíos que exceden sus fuerzas humanas. La salvación, tanto para
Pedro como para los fieles, considerados personalmente y como miembros de la
comunidad eclesial, proviene solamente del Señor Jesús. Sólo Él puede tender la
mano y guiar hacia el lugar seguro en el camino de la fe.
Las breves
reflexiones sobre la fe en los Evangelios nos ayudan a ilustrar el tema de la XIII Asamblea
General Ordinaria del Sínodo de los Obispos: “La nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana”. La importancia de la fe en este contexto
aparece reforzada por la decisión del Santo Padre Benedicto XVI de convocar al
Año de la fe a comenzar del 11 de octubre de 2012, en el recuerdo del 50º
aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y del 20º
aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
Ambos eventos tendrán inicio en el curso de la celebración de la Asamblea sinodal. Una vez
más se cumple la palabra del Señor Jesús dirigida a Pedro, roca sobre la cual
el Señor ha construido su Iglesia ( cf. Mt 16,19): “yo he rogado por ti, para
que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”
(Lc 22,32). Todavía una vez más se abrirá ante todos nosotros “la puerta de la
fe” (Hch 14,27).
Como siempre, también
hoy la evangelización tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana.
Ésta se refiere, en primer lugar, a la comunidad de los discípulos de Cristo,
organizados en Iglesias particulares, diócesis y eparquías, cuyos fieles se
reúnen regularmente para las celebraciones litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran
los sacramentos, sobre todo la
Eucaristía , preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a
los miembros de sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias. Lo hacen a
través de la propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del catecumenado,
de la catequesis y de las obras de caridad. Se trata de evangelización en
sentido general, como actividad habitual de la Iglesia. Con la ayuda
del Espíritu Santo, esta evangelización, por así decir ordinaria, debe ser
animada por un nuevo ardor. Es necesario buscar nuevos métodos y nuevas formas
expresivas para transmitir al hombre contemporáneo la perenne verdad de
Jesucristo, siempre nuevo, fuente de toda novedad. Sólo una fe sólida y
robusta, propia de los mártires, puede dar ánimo a tantos proyectos pastorales,
a medio y a largo plazo, vivificar las estructuras existentes, suscitar la
creatividad pastoral a la altura de las necesidades del hombre contemporáneo y
de las expectativas de las sociedades actuales.
El renovado dinamismo
de las comunidades cristianas dará un nuevo impulso también a la actividad
misionera (missio ad gentes), urgente hoy más que nunca, considerando el alto
número de personas que no conocen a Jesucristo, no sólo en tierras lejanas,
sino también en los Países de antigua evangelización.
Dejándose vivificar
por el Espíritu Santo, los cristianos serán luego sensibles a tantos hermanos y
hermanas que, no obstante haber sido bautizados, se han alejado de la Iglesia y de la praxis
cristiana. A ellos, en modo particular, desean dirigirse con la nueva
evangelización para que descubran la belleza de la fe cristiana y la alegría
del encuentro personal con el Señor, en la Iglesia , comunidad de los fieles.
Sobre estas temáticas
se desarrolla el Instrumentum laboris que aquí es presentado. Orden del día de
la próxima Asamblea sinodal, este Documento es el resultado de la síntesis de
las respuestas a los Lineamenta, llegadas de parte de los Sínodos de los
Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, de las Conferencias
Episcopales, de los Dicasterios de la Curia Romana y de la Unión de los Superiores
Generales, como también de parte de otras instituciones, de comunidades y de
fieles, que han querido participar en la reflexión eclesial sobre el tema
sinodal. Con la ayuda del Consejo Ordinario, la Secretaría General
del Sínodo de los Obispos, valiéndose también de la colaboración de válidos
expertos, ha redactado el presente Documento en el cual han sido recogidos
muchos aspectos sobresalientes de la actividad evangelizadora de la Iglesia en los cinco
continentes. Al mismo tiempo se indican varios temas que han de ser
profundizados para que la
Iglesia pueda continuar a desarrollar en modo adecuado su
obra evangelizadora, teniendo en cuenta los no pocos desafíos y dificultades
del momento presente. Confiando en la palabra del Señor: “No se turbe vuestro
corazón. Creéis en Dios: creed también en mí” (Jn 14,1) y bajo la iluminada
guía del Santo Padre Benedicto XVI, los Padres sinodales están disponiéndose a
reflexionar en un ambiente de oración, de escucha y de comunión afectiva y
efectiva. En esta tarea no están solos, pues están acompañados por tantas
personas que rezan por los trabajos sinodales. Los miembros de la XIII Asamblea
General Ordinaria, dirigiendo la mirada también a la comunión de la Iglesia glorificada,
confían en la intercesión de todos los santos y, en particular, de la Virgen María ,
bienaventurada porque “ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor” (Lc 1,45).
Dios, bueno y
misericordioso, constantemente tiende su mano al hombre y a la Iglesia , siempre dispuesto
a hacer prontamente justicia a sus elegidos. Ellos, sin embargo, están
invitados a aferrar su mano y con fe pedirle ayuda. Esta condición no puede
darse por supuesta, como se puede percibir de la incisiva pregunta de Jesús:
“Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc
18,8). Por este motivo, también hoy la iglesia y los cristianos deben repetir
asiduamente la súplica: “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Mc 9,24).
Para que la Asamblea sinodal pueda
responder a estas expectativas y necesidades de la Iglesia en nuestro tiempo,
invoquemos la gracia del Espíritu Santo, que Dios “derramó sobre nosotros con
largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tt 3,6), suplicando una vez
más al Señor Jesús: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).
+Nikola Eterović
Arzobispo titular de
Cibale
Secretario General
del Sínodo de los Obispos
Vaticano, 27 de mayo
de 2012
Solemnidad de
Pentecostés
Introducción
1.La próxima Asamblea
General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar del 7 al 28 de
octubre de 2012, tiene como tema «La nueva evangelización para la transmisión
de la fe cristiana», como lo ha anunciado el Papa Benedicto XVI al clausurar
los trabajos de la
Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de los
Obispos. Con la intención de facilitar la preparación específica de este evento
fueron redactados los Lineamenta. A los Lineamenta y a los relativos
cuestionarios han respondido las Conferencias Episcopales, los Sínodos de los
Obispos de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris, los Dicasterios de la Curia Romana y la Unión de los Superiores
Generales. Además han sido recibidas observaciones individuales de algunos
Obispos, sacerdotes, miembros de institutos de vida consagrada, laicos,
asociaciones y movimientos eclesiales. Un proceso de preparación muy
participado que confirma el interés que el tema elegido por el Santo Padre ha
suscitado en los cristianos y en la
Iglesia de hoy. Todas las opiniones y las reflexiones
recibidas han sido recogidas y sintetizadas en este Instrumentum laboris.
Puntos de referencia
2. La convocación de
la próxima Asamblea sinodal tiene lugar en un momento particularmente
significativo para la Iglesia
católica. Durante su desarrollo se celebra, en efecto, el quincuagésimo
aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, el vigésimo
aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica
y se abre el Año de la Fe ,
convocado por el Papa Benedicto XVI.[1] Por lo tanto, el Sínodo será una
ocasión propicia para poner en evidencia la necesidad de conversión y la
exigencia de santidad que todos estos aniversarios estimulan; el Sínodo será el
lugar en el cual se podrá asumir seriamente y lanzar de nuevo aquella
invitación a redescubrir la fe que, después de haber germinado en el Concilio
Vaticano II y de haber sido retomada una primera vez en el Año de la Fe convocado por Pablo VI, nos
ha sido nuevamente propuesta hoy por el Papa Benedicto XVI. Es en este clima
que el Sínodo tratará el tema de la nueva evangelización.
3. El arco temporal
que de este modo se ha creado está signado por otros puntos de referencia que
se han revelado esenciales, tanto para este momento de preparación como también
para la subsiguiente reflexión sinodal. Además de la referencia directa y
explícita al magisterio del Concilio Vaticano II, no se puede reflexionar, por
ejemplo, sobre la evangelización hoy prescindiendo de las palabras que sobre
este tema ha expresado el Papa Pablo VI, en la Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi y el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris
missio y en la Carta
Apostólica Novo millennio ineunte. En modo coral, en
muchísimas respuestas recibidas, estos textos han sido considerados como puntos
de confrontación y de verificación.
Las expectativas en
relación al Sínodo
4.Muchas respuestas
han subrayado la urgencia de un encuentro de todos para evaluar cómo la Iglesia vive hoy su
originaria vocación evangelizadora, frente a los desafíos con los cuales está
llamada a confrontarse, para evitar el riesgo de la dispersión y de la
fragmentación. Muchas Iglesias particulares (Diócesis, Eparquías, Iglesias sui
iuris), así como diversas Conferencias Episcopales y Sínodos de las Iglesias Orientales
se encuentran actualmente empeñados, desde hace varios años, en un proceso de
verificación de las propias prácticas de anuncio y de testimonio de la fe. Las
respuestas han ofrecido al respecto un lista verdaderamente abundante de
iniciativas desarrolladas por diversas realidades eclesiales: en nombre de la
evangelización y para su promoción en estas décadas en varias Iglesias
particulares se han escrito documentos y se han pensado proyectos pastorales,
se han imaginado iniciativas (diocesanas, nacionales, continentales) de
sensibilización y de sostén, se han creado centros de formación para cristianos
llamados a comprometerse en estos proyectos.
5. Frente a una tal
riqueza de iniciativas, expresada en tonos de claroscuro en cuanto no todas las
iniciativas han producido el resultado esperado, la convocación sinodal ha sido
vista como una ocasión propicia para crear un momento unitario y católico de
escucha, de discernimiento y, sobre todo, para dar unidad a la opciones que han
de hacerse. Es de esperar que la próxima Asamblea sinodal sea un evento capaz
de infundir energías a las comunidades cristianas y, al mismo tiempo, pueda
ofrecer también respuestas concretas a las múltiples exigencias que surgen hoy
en la Iglesia
respecto a su capacidad de evangelizar. Se espera estímulo, pero también una
confrontación y una actitud orientada a compartir instrumentos de análisis y
ejemplos de acción.
El tema de la Asamblea sinodal
6. Al anunciar la
convocación de la XIII
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa
Benedicto XVI ha querido llamar la atención de las comunidades cristianas
acerca de la prioridad del deber que corresponde a la Iglesia en este inicio del
nuevo milenio. Siguiendo los pasos de su predecesor, el Beato Juan Pablo II – que
había visto en el Jubileo del 2000, celebrado a treinta y cinco años del
Concilio Vaticano II, un estímulo para asumir con renovado impulso de parte de la Iglesia la propia misión
evangelizadora – el Papa Benedicto XVI continúa a enfatizar esa misión, subrayando
en ella el carácter de novedad. La misión recibida de los Apóstoles de ir y
hacer discípulos en todos los pueblos, bautizándolos y formándolos para el
testimonio (cf. Mt 28,19-20); la misión que la Iglesia ha cumplido y a la
cual ha permanecido fiel por los siglos, es hoy llamada a confrontarse con
transformaciones sociales y culturales, que están profundamente modificando la
percepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, generando repercusiones
también sobre su modo de creer en Dios.
7. El resultado de
todas estas transformaciones consiste en la difusión de una desorientación, que
se traduce en formas de desconfianza hacia todo aquello que nos ha sido
transmitido acerca del sentido de la vida y en una escasa disponibilidad a
adherir en modo total y sin condiciones a lo que nos ha sido entregado como
revelación de la verdad profunda de nuestro ser. Se trata del fenómeno del
abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y
culturas que desde hace siglos aparecían como impregnadas del Evangelio. La fe,
considerada como un elemento cada vez más relacionada con la esfera íntima e
individual de las personas, se ha transformado en una presuposición para muchos
cristianos, que han continuado a preocuparse de las lógicas consecuencias
sociales, culturales y políticas de la predicación del Evangelio, pero que no
se han preocupado suficientemente por mantener viva la propia fe y la de sus
comunidades, fe que como una llama invisible con su caridad alimentaba y daba
energía a todas las otras acciones de la vida. El riesgo que actuando de este
modo la fe se debilite, y con ella se debilite la capacidad de dar testimonio
del Evangelio, se ha transformado lamentablemente en una realidad en varias
naciones, en las cuales la fe cristiana había contribuido a lo largo de los
siglos a la construcción de la cultura y de la sociedad.
8. Reaccionar ante
esta situación es un imperativo que el Papa Benedicto XVI se ha impuesto desde
el comienzo de su Pontificado, como ha tenido modo de afirmar: «La Iglesia en su conjunto,
así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los
hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el
Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».[2] La Iglesia siente que es su
deber lograr imaginar nuevos instrumentos y nuevas palabras para hacer audibles
y comprensibles también en los nuevos desiertos la palabra de la fe que nos ha
regenerado para la vida, aquella verdadera, en Dios.
9.La convocación del
Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe se ubica dentro
de esta voluntad de reanimar el fervor de la fe y el testimonio de los
cristianos y de sus comunidades. La decisión de concentrar la reflexión sinodal
en este tema es, en efecto, un elemento que ha se ser considerado dentro de un
plan unitario, cuyas etapas recientes son la creación de un dicasterio para la
promoción de la nueva evangelización y la convocación del Año de la Fe. Por lo tanto, se
espera que a partir de la celebración del Sínodo crezcan en la Iglesia el coraje y las
energías a favor de una nueva evangelización, que lleve a redescubrir la
alegría de creer, y ayude a encontrar nuevamente entusiasmo en la comunicación
de la fe. No se trata de imaginar solamente algo de nuevo o de promover
iniciativas inéditas para la difusión del Evangelio, sino más bien de vivir la
fe en una dimensión de anuncio de Dios: «la misión renueva la Iglesia , refuerza la fe y
la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se
fortalece dándola!».[3]
Del Concilio Vaticano
II a la nueva evangelización
10. Si el plan de una
nueva promoción de la acción evangelizadora de la Iglesia tiene sus últimas
expresiones en las decisiones del Papa Benedicto XVI que hemos apenas evocado,
los orígenes de dicho programa son más profundos y fundados: este plan ha
animado el magisterio y el ministerio apostólico del Papa Pablo VI y del Papa
Juan Pablo II. Más aún, el origen de todo este programa se encuentra en el
Concilio Vaticano II, y en su voluntad de dar respuestas a la desorientación
experimentada también por los cristianos frente a las fuertes transformaciones
y laceraciones que el mundo estaba conociendo en ese período; respuestas no
marcadas por el pesimismo o la renuncia,[4] sino inspiradas en la fuerza
recreadora de la llamada universal a la salvación,[5] que Dios ha querido para
cada ser humano.
11. Así es cómo la
acción evangelizadora es puesta por este Concilio Ecuménico entre sus temáticas
centrales: en Cristo, luz de los pueblos,[6] toda la humanidad redescubre su
identidad originaria y verdadera,[7] que el pecado ha contribuido a oscurecer;
y a la Iglesia ,
sobre cuyo rostro se refleja esta luz, corresponde la misión de continuar la
obra evangelizadora de Jesucristo,[8] haciéndola presente y actual, en las
condiciones del mundo de hoy. En esta prospectiva la evangelización puede ser
considerada como una de las principales exigencias del Concilio, que llevó a un
nuevo impulso y fervor en esta misión. Para los ministros ordenados: la
evangelización es un deber de los obispos[9] y de los presbíteros.[10] Más aún,
esta misión fundamental de la
Iglesia es un deber de cada cristiano bautizado;[11] y la
evangelización como contenido primario de la misión de la Iglesia fue bien
explicitado en el entero decreto Ad gentes, que demuestra cómo con la
evangelización se edifica el cuerpo de las Iglesias particulares y más en
general de cada comunidad cristiana. Así entendida, la evangelización no se
reduce a una simple acción entre otras tantas, sino más bien, en el dinamismo
eclesial, es la energía que permite a la Iglesia realizar su objetivo: responder a la
llamada universal a la santidad.[12]
12. En la misma línea
del Concilio, el Papa Pablo VI observaba con gran previdencia que el empeño de
la evangelización debía ser nuevamente promovido con fuerza y con mucha
urgencia, dada la descristianización de muchas personas que, no obstante el
bautismo viven fuera de la vida cristiana; gente simple que tiene una cierta fe
y que conoce mal sus fundamentos. Cada vez más personas sienten la necesidad de
conocer a Jesucristo en una luz diversa de las enseñanzas recibidas en la
propia infancia.[13] Y además, fiel a la enseñanza conciliar,[14] agregaba que
la acción evangelizadora de la
Iglesia «debe buscar constantemente los medios y el lenguaje
adecuados para proponerles la revelación de Dios y la fe en Jesucristo».[15]
13. El Papa Juan
Pablo II hizo de este empeño uno de los principios fundamentales de su extenso
Magisterio, sintetizando en el concepto de “nueva evangelización” – que él
profundizó sistemáticamente en numerosos discursos – el deber que incumbe a la Iglesia hoy, en particular
en las regiones de antigua cristianización. Este programa se refiere directamente
a la relación de la Iglesia
con el externo, pero presupone, ante todo, una constante renovación hacia el
interno, un continuo pasar, por así decirlo, de evangelizada a evangelizadora.
Basta recordar algunas palabras suyas: «Enteros países y naciones, en los que
en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de
dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura
prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el
continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateismo. Se
trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el
bienestar económico y el consumismo – si bien entremezclado con espantosas
situaciones de pobreza y miseria – inspiran y sostienen una existencia vivida
“como si no hubiera Dios” [...]. En cambio, en otras regiones o naciones
todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad
popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo
de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que
destacan la secularización y la difusión de las sectas. Sólo una nueva
evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda,
capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad.
Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad
humana. Pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas
comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones».[16]
14. El Concilio
Vaticano II y la nueva evangelización son también temas frecuentes en el
magisterio de Benedicto XVI. En su discurso de augurios navideños a la Curia Romana en el
2005 – en coincidencia con el cuadragésimo de la clausura del Concilio – él ha
subrayado, frente a una “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, la
importancia de la «“hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la
continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que
crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único
sujeto del pueblo de Dios en camino».[17] Al convocar al Año de la Fe , el Santo Padre ha
auspiciado que tal evento pueda «ser una ocasión propicia para comprender que
los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras
del beato Juan Pablo II, “no pierden su valor ni su esplendor”». Y afirmaba a
continuación: «también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del
Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: “Si lo
leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a
ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia ”».[18] Por lo
tanto, como indican algunas respuestas a los Lineamenta, las mencionadas
orientaciones de Benedicto XVI, en sintonía con sus predecesores, son una guía
segura para afrontar el tema de la transmisión de la fe en la nueva
evangelización, en una Iglesia atenta a los desafíos del mundo actual, pero
firmemente anclada en su viva tradición, de la cual forma parte el Concilio
Vaticano II.
La estructura del
Instrumentum laboris
15. De la reflexión
sinodal se espera un desarrollo y una profundización de la obra que la Iglesia ha venido
desarrollado en estas últimas décadas. El imponente material de iniciativas y
de documentos ya producidos en nombre de la evangelización y de su renovado
impulso, ha hecho decir a muchas Iglesias particulares que la expectativa no
está principalmente en las cosas que han de ser hechas, sino más bien en la
posibilidad de contar con un espacio que permita comprender cuánto y cómo ha
sido hecho hasta el presente. Más de una respuesta indica que ya el simple
anuncio del tema y la reflexión sobre los Lineamenta han permitido a las
comunidades cristianas percibir en modo más evidente y comprometido el carácter
urgente que el imperativo de la nueva evangelización implica hoy; y gozar, como
ulterior beneficio, de un clima de comunión que permite ver con un espíritu
diverso los desafíos del presente.
16. En muchas
respuestas no se esconde el problema que la Iglesia está llamada a afrontar, es decir, el
desafío de la nueva evangelización sabiendo que las transformaciones no sólo se
refieren al mundo y a la cultura, sino que también tocan en primera persona a
la misma Iglesia, a sus comunidades, a sus acciones y a su identidad. El
discernimiento es visto entonces como el instrumento necesario, como el
estímulo para afrontar con más coraje y con mayor responsabilidad la situación actual.
Colocándose en esta línea, el presente Instrumentum laboris ha sido
estructurado en cuatro capítulos, útiles para ofrecer contenidos fundamentales
e instrumentos que favorezcan la reflexión y el discernimiento.
17. Un primer
capítulo está dedicado al redescubrimiento del corazón de la evangelización, es
decir, a la experiencia de la fe cristiana: el encuentro con Jesucristo,
Evangelio de Dios Padre para el hombre, que nos transforma, nos reúne y nos
hace entrar, gracias al don del Espíritu, en una nueva vida de la cual tenemos
una experiencia ya en el tiempo presente, precisamente al sentirnos congregados
en la Iglesia. Por
esta nueva vida nos sentimos impulsados con alegría por los caminos del mundo,
en la esperanza del cumplimiento del Reino de Dios, testigos y anunciadores
gozosos del don recibido. En el capítulo siguiente, el segundo, el testo
desarrolla una reflexión sobre el discernimiento que ha de ser concentrado
sobre las transformaciones que están influenciando nuestro modo de vivir la fe,
y que inciden en nuestras comunidades cristianas. Son analizados los motivos de
la difusión del concepto de nueva evangelización, es decir, los diferentes
modos de reconocerse dentro de tal concepto de parte de las diversas Iglesias
particulares. En el tercer capítulo se hace un análisis de los lugares
fundamentales, de los instrumentos, de los sujetos y de las acciones a los
cuales la fe cristiana es transmitida: la liturgia, la catequesis y la caridad,
de modo que la fe sea profesada, celebrada, vivida, rezada. En esta misma
línea, finalmente, en el cuarto y último capítulo se discute de los sectores de
la acción pastoral específicamente dedicados al anuncio del Evangelio y a la
transmisión de la fe. Se trata de temas clásicos, de los cuales son profundizados
los más recientes, surgidos para responder a los estímulos y a las
provocaciones que la reflexión sobre la nueva evangelización está proponiendo a
las comunidades cristianas y al modo de vivir la fe de las mismas.
Primer capítulo
Jesucristo, Evangelio
de Dios para el hombre
«El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en
la Buena Nueva »
(Mc 1,15)
18. La fe cristiana
no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas morales, una
tradición. La fe cristiana es un encuentro real, una relación con Jesucristo.
Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones
para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. El objetivo de
toda evangelización es la realización de este encuentro, al mismo tiempo íntimo
y personal, público y comunitario. Como ha afirmado el Papa Benedicto XVI «No
se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva. [...] Y, puesto que es Dios
quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un
“mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro
encuentro».[19] En el ámbito de la fe cristiana, el encuentro con Cristo y la
relación con él tienen lugar «según las Escrituras» (1Co 15,3.4). La Iglesia misma se conforma
precisamente a partir de la gracia de esta relación.
19. Este encuentro
con Jesús, gracias a su Espíritu, es el gran don del Padre a los hombres. Es un
encuentro al cual nos prepara la acción de su gracia en nosotros. Es un
encuentro en el cual nos sentimos atraídos, y que mientras nos atrae nos
transfigura, introduciéndonos en dimensiones nuevas de nuestra identidad,
haciéndonos partícipes de la vida divina (cf. 2 P 1,4). Es un encuentro que no
deja nada como era antes, sino que asume la forma de la “metanoia”, de la
conversión, como Jesús mismo pide con fuerza (cf. Mc 1,15). La fe como
encuentro con la persona de Cristo tiene la forma de la relación con Él, de la
memoria de Él, en particular en la Eucaristía y en la Palabra de Dios, y crea en
nosotros la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu; una mentalidad que
nos hace reconocer hermanos, congregados por el Espíritu en su Iglesia, para
ser a nuestra vez testigos y anunciadores de este Evangelio. Es un encuentro
que nos hace capaces de hacer cosas nuevas y de dar testimonio, gracias a las
obras de conversión anunciadas por los Profetas (cf. Jr 3,6ss; Ez 36,24-36), de
la transformación de nuestra vida.
20. En este primer
capítulo se ofrece una particular atención a esta dimensión fundamental de la
evangelización, pues las respuestas a los Lineamenta han indicado la necesidad
de subrayar el núcleo central de la fe cristiana, que no pocos cristianos
ignoran. Es conveniente, por lo tanto, que el fundamento teológico de la nueva
evangelización no sea descuidado, sino al contrario, que sea proclamado con
toda su fuerza y autenticidad, para que confiera energía y adecuada orientación
a la acción evangelizadora de la
Iglesia. La nueva evangelización ha de ser asumida sobre todo
como ocasión para constatar la fidelidad de los cristianos a este mandato
recibido de Jesucristo: la nueva evangelización es la ocasión propicia (cf. 2
Co 6,2) para volver, como cristianos y como comunidad, a beber de la fuente de
nuestra fe, y estar así más disponibles para la evangelización, para el
testimonio. Antes de transformarse en acción, en efecto, la evangelización y el
testimonio son dos actitudes que, como frutos de una fe que las purifica y las
convierte, surgen en nuestras vidas de este encuentro con Jesucristo, Evangelio
de Dios para el hombre.
Jesucristo, el
evangelizador
21. «Jesús mismo,
Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador».[20] Él se
ha presentado como enviado a proclamar el cumplimiento del Evangelio de Dios,
preanunciado en la historia de Israel, sobre todo por los profetas, y en las
Sagradas Escrituras. El evangelista Marco comienza la narración estableciendo
una conexión entre el «comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo» (Mc 1,1,) y
la correspondencia con las Sagradas Escrituras: «conforme está escrito en
Isaías el profeta» (Mc 1,2). En el Evangelio de Lucas, Jesús mismo se presenta,
mostrándose en la sinagoga de Nazaret, como el lector de las Escrituras, capaz
de darles cumplimiento en virtud de su misma presencia: «Esta Escritura que
acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). El Evangelio según Mateo ha
construido un verdadero y real sistema de citaciones de cumplimiento, destinado
a hacer reflexionar sobre la realidad más profunda de Jesús, a partir de lo que
había sido dicho por los profetas (cf. Mt 1,22; 2,15.17.23; 8,17; 12,17; 13,35;
21,4). En el momento del arresto, Jesús en persona sintetiza: «todo esto ha
sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas» (Mt 26,56). En el
Evangelio según Juan son los mismos discípulos que dan testimonio de esta
correspondencia; después del primer encuentro, Felipe afirma: «Aquel de quien
escribió Moisés en la Ley ,
y también los profetas, lo hemos encontrado» (Jn 1,45). Durante su ministerio
Jesús mismo revindica repetidamente su relación con las Sagradas Escrituras y
el testimonio que de tal relación deriva: «Vosotros investigad las Escrituras,
ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de
mí» (Jn 5,39); «si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de
mí» (Jn 5,46).
22. El testimonio
unánime de los evangelistas confirma que el Evangelio de Jesús es el impulso
radical, la prosecución y el cumplimiento total del anuncio de las Escrituras.
Precisamente a raíz de esta continuidad, la novedad de Jesús aparece al mismo
tiempo evidente y comprensible. Su acción evangelizadora es, de hecho, la
continuación de una historia iniciada precedentemente. Sus gestos y sus
palabras han de ser comprendidas a la luz de las Escrituras. En la última
aparición trasmitida por Lucas, el Resucitado recapitula esta prospectiva
afirmando: «Estas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía estaba
con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas
y en los Salmos acerca de mí» (Lc 24,44). Su don supremo a los discípulos será
precisamente abrir «sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras»
(Lc 24,45). Considerando la profundidad de esta relación con las Escrituras
presentes en el corazón del pueblo, Jesús se muestra como el evangelizador que
lleva a nivel de novedad y de plenitud la Ley , los Profetas y la Sabiduría de Israel.
23. Para Jesús la
evangelización asume la finalidad de atraer los hombres dentro de su vínculo
íntimo con il Padre y el Espíritu. Éste es el sentido último de su predicación
y de sus milagros: el anuncio de una salvación que, aunque se manifieste a
través de acciones concretas de curación, no puede ser hecha coincidir con una
voluntad de transformación social o cultural, sino con la experiencia profunda
concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios y de aprender a reconocerlo
en el rostro de un Padre amoroso y pleno de compasión (cf. Lc 15). La
revelación contenida en sus palabras y en sus acciones está vinculada con las
palabras de los profetas. Es emblemático, en este sentido, la narración de los
signos hecha por el mismo Jesús en presencia de los enviados de Juan el
Bautista. Se trata de signos reveladores de la identidad de Jesús en cuanto
están estrechamente relacionados con los grandes anuncios proféticos. El
evangelista Lucas escribe: «En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades
y dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió:
“Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se
anuncia a los pobres la
Buena Nueva ”» (Lc 7,21-22). Las palabras de Jesús manifiestan
el sentido pleno de sus gestos en relación a signos cumplidos de numerosas
profecías bíblicas (cf. en particular Is 29,18; 33,5.6; 42,18; 26,19; 61,1).
El mismo arte de
Jesús de tratar con los hombres debe ser considerado como elemento esencial de
su método evangelizador. Él era capaz de acoger a todos, sin discriminaciones
ni exclusiones: en primer lugar los pobres, después los ricos como Zaqueo y
José de Arimatea, o los extranjeros como el centurión y la mujer siro-fenicia;
los hombres justos como Natanael, o las prostitutas, o los pecadores públicos
con los cuales compartió también la mesa. Jesús sabía llegar a la intimidad del
hombre y hacer nacer en ella la fe en Dios, que es el primero en amar (cf. Jn
4,10.19), y cuyo amor nos precede siempre y no depende de nuestros méritos,
porque el amor es su mismo ser: «Dios es Amor» (1Jn 4,8.16). Él es, de este
modo, una enseñanza para la
Iglesia evangelizadora, mostrándole el núcleo de la fe
cristiana: creer en el amor a través del rostro y de la voz de ese amor, es
decir, a través de Jesucristo.
24. La evangelización
de Jesús conduce naturalmente al hombre a una experiencia de conversión: cada
hombre es invitado a convertirse y a creer en el amor misericordioso de Dios
hacia él. El reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenderá a
dirigirse a Dios en la intimidad de la oración como a un Padre (cf. Lc 11,2; Mt
23,9) y, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, aprenderá a reconocer en plena
libertad que el bien de su vida es el complimiento de la voluntad divina (cf.
Mt 7,21). Evangelización, llamada a la santidad y conversión: a la reflexión
sinodal corresponde el tarea de leer en qué modo estas tres realidades están
presentes y nutren, con su relación fructuosa y recíproca, la vida de nuestras
comunidades.
25. Aquellos que
acogen con sinceridad el Evangelio, precisamente en virtud del don recibido y
de los frutos que produce en ellos, se reúnen en nombre de Jesús para custodiar
y alimentar la fe recibida y participada, y para continuar, multiplicándola, la
experiencia vivida. Como narran los Evangelios (cf. Mc 3,13-15), los
discípulos, después de haber estado con Jesús, de haber vivido con Él, de haber
sido introducidos por Él en una nueva experiencia de vida, de haber participado
en su vida divina, son invitados a continuar esta acción evangelizadora:
«Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y
para curar enfermedades [...] Partieron, pues, y recorrieron los pueblos,
anunciando la Buena
Noticia y curando por todas partes» (Lc 9,1.6).
26. También después
de su muerte y de su resurrección, el mandato misionero que los discípulos han
recibido del Señor Jesucristo (cf. Mc 16,15) contiene una explícita referencia
a la proclamación del Evangelio a todos, enseñándoles a observar todo lo que él
ha mandado (cf. Mt 28,20). El apóstol Pablo se presenta como «apóstol ...
escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). Por lo tanto, el tarea de la Iglesia consiste en
realizar la traditio Evangelii, el anuncio y la transmisión del Evangelio, que
es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1,16) y que, en
última instancia, se identifica con Jesucristo (cf. 1 Co 1,24). Ya sabemos que
cuando se habla de Evangelio que ha de ser anunciado debemos pensar en una
Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice (cf. Hb 4,12; Is 55,10), es
decir, se trata de una persona: Jesucristo, Palabra definitiva de Dios, hecha
hombre.[21]
Para la Iglesia , así como lo es
para Jesús, esta misión evangelizadora es una obra de Dios y, precisamente, del
Espíritu Santo. La experiencia del don del Espíritu, Pentecostés, hace de los
Apóstoles testigos y profetas, confirmándolos en todo aquello que habían
compartido con Jesús y que habían aprendido de Èl (cf. Hch 1,8; 2,17),
infundiendo en ellos una serena audacia que los llevó a transmitir a los otros
la propia experiencia de Jesús y la esperanza que los ha animado. El Espíritu
ha dado a ellos la capacidad de ser testigos de Jesús con “parresia” (cf. Hch
2,29), extendiendo su acción desde Jerusalén a toda la región de Judea y de
Samaría, e incluso hasta los extremos confines de la tierra.
27. Esto es lo que la Iglesia ha vivido desde
sus orígenes hasta el presente. Afirmando estas certezas, el Papa Pablo VI
recuerda la actualidad de las mismas: «La orden dada a los Doce: “Id y
proclamad la Buena Nueva ”,
vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. [...] La Iglesia lo sabe. [...]
Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia , su identidad más
profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser
canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el
sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección
gloriosa».[22] La Iglesia
permanece en el mundo, para continuar la misión evangelizadora de Jesús,
sabiendo perfectamente que obrando así sigue participando de la condición
divina porque, movida por el Espíritu a anunciar el Evangelio en el mundo,
revive en ella misma la presencia de Cristo resucitado que la pone en comunión
con Dios Padre. La vida de la
Iglesia , en cualquier acción que ella cumpla, no está jamás
cerrada en sí misma; es siempre una acción evangelizadora y, como tal, es una
acción que manifiesta el rostro trinitario de nuestro Dios. Como se lee en los
Hechos de los Apóstoles, también la vida más íntima – la oración, la escucha de
la Palabra y
la enseñanza de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida y el pan partido (cf.
Hch 2,42-46) – adquiere todo su significado sólo cuando se transforma en
testimonio, provoca la admiración y la conversión, y se hace predicación y
anuncio del Evangelio, de parte de la Iglesia y de cada bautizado.
El Evangelio, don
para cada hombre
28. El Evangelio del
amor de Dios por nosotros, así como la llamada a participar, en Jesús y en el
Espíritu, en la vida del Padre, son un don destinado a todos los hombres. Esto
es lo que nos anuncia Jesús mismo, cuando llama a todos a la conversión en
vista del Reino de Dios. Para subrayar este aspecto, Jesús se ha acercado sobre
todo a los marginados de la sociedad, dándoles la preferencia cuando anunciaba
el Evangelio. Al comienzo de su ministerio Él proclama haber sido mandado para
anunciar a los pobres la alegre noticia (cf. Lc 4,18). A todas las víctimas del
rechazo y del desprecio les declara: «Bienaventurados los pobres» (cf. Lc
6,20); además, hace ya vivir a estos marginados una experiencia de liberación
permaneciendo con ellos (cf. Lc 5,30; 15,2), comiendo con ellos, tratándolos de
igual a igual y como amigos (cf. Lc 7,34), ayudándoles a sentirse amados por
Dios y revelando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores.
29. La liberación y
la salvación ofrecidas en el Reino de Dios se extienden a toda persona humana,
tanto en la dimensión física como en la espiritual. Dos gestos acompañan la
acción evangelizadora de Jesús: la curación y el perdón. Las numerosas
curaciones demuestran su gran compasión frente a las miserias humanas, y
significan además que en el Reino no habrá más enfermedades ni sufrimientos y
que su misión apunta desde el comienzo a liberar a las personas de tales males
(cf. Ap 21,4). En la prospectiva de Jesús las curaciones son también signo de
la salvación espiritual, es decir, de la liberación del pecado. Cumpliendo
gestos de curación, Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo de perdón
(cf. Lc 5,24). Recibida la fe, la curación introduce en la salvación (cf. Lc
18,42). Los gestos de liberación de la posesión diabólica – mal supremo y
símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios – son gestos que manifiestan
que «ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt 12,28), que el Evangelio, don
dirigido a cada hombre, donándonos la salvación, nos introduce en un proceso de
transfiguración, de participación en la vida de Dios, que nos renueva ya desde
el presente.
30. «No tengo plata
ni oro; pero lo que tengo, de lo doy: En nombre de Jesucristo, el Nazareno,
echa a andar» (Hch 3,6). Como nos muestra el apóstol Pedro, también la Iglesia continúa en modo
fiel este anuncio del Evangelio, que es un bien para cada hombre. Al paralítico
que le pide algo para vivir, Pedro le responde ofreciéndole como don el
Evangelio que lo sana, abriéndole la vía de la salvación. Así, con el pasar del
tiempo, gracias a su acción evangelizadora, la Iglesia hace concreta y
visible la profecía del Apocalipsis: «Mira que hago nuevas todas las cosas» (Ap
21,5), transformando desde adentro la humanidad y la historia, para que la fe
en Cristo y la vida de la
Iglesia no sean extrañas a la sociedad en la cual viven, sino
que puedan impregnarla y transformarla.[23]
31. La evangelización
consiste en el ofrecimiento del Evangelio que transfigura al hombre, a su mundo
y a su historia. La Iglesia
evangeliza cuando, gracias a la fuerza del Evangelio que anuncia (cf. Rm 1,16),
hace renacer cada persona, a través de la experiencia de la muerte y de la
resurrección de Jesús (cf. Rm 6,4), impregnándola de la novedad del bautismo y
de la vida según el Evangelio, de la relación del Hijo con su Padre para sentir
la fuerza del Espíritu (cf. Ef 2,18). Esta es la experiencia de la novedad del
Evangelio que transforma cada hombre. Hoy podemos sostener, aún con mayor
convicción, esta certeza, porque venimos de una historia que nos entrega obras
extraordinarias de coraje, dedicación, audacia, intuición y razón, al vivir de
parte de la Iglesia
esta tarea de dar el Evangelio a cada hombre; gestos de santidad, que asumen
rostros conocidos y densos de significado en cada continente. Cada Iglesia
particular puede gloriarse de sus figuras luminosas de santidad, que con la
acción, pero sobre todo con el testimonio, han sabido dar nuevo impulso y
energía a la obra de evangelización. Santos ejemplares, pero también proféticos
y lúcidos en imaginar caminos nuevos para vivir esta tarea, nos han dejado ecos
y rastros en textos, oraciones, modelos y métodos pedagógicos, itinerarios
espirituales, caminos de iniciación a la fe, obras e instituciones educativas.
32. Algunas
respuestas, mientras transmiten con convicción la fuerza de estos ejemplos de
santidad, indican las dificultades, todavía actuales, para hacer comunicables
estas experiencias. Algunas veces se tiene la impresión de que estas obras de
nuestra historia no sólo pertenecen al pasado, sino que también son prisioneras
del mismo, es decir, no logran comunicar hoy la calidad evangélica del
testimonio a nuestro tiempo presente. A la reflexión sinodal, entonces, le
correspondería indagar sobre esta dificultad, interrogarse para descubrir las
razones profundas de los límites de diversas instituciones eclesiales en
mostrar la credibilidad de las propias acciones y del propio testimonio, en
tomar la palabra y en hacerse escuchar en calidad de portadores del Evangelio
de Dios.
El deber de
evangelizar
33. Toda persona
tiene el derecho de escuchar el Evangelio ofrecido por Dios para la salvación
del hombre, Evangelio que es el mismo Jesucristo. Como la Samaritana junto al
pozo, también la humanidad de hoy tiene necesidad de sentirse decir las
palabras de Jesús «Si conocieras el don de Dios» (Jn 4,10), para que estas
palabras hagan surgir el deseo profundo de salvación que se encuentra en cada
hombre: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed» (Jn 4,15). Este
derecho de cada hombre a escuchar el Evangelio resulta muy claro al apóstol
Pablo. Predicador incansable, precisamente porque había intuido el alcance universal
del Evangelio, él hace de su anuncio un deber: «Predicar el Evangelio no es
para mí un motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si
no predico el Evangelio!» (1 Co 9,16). Cada hombre, cada mujer deben poder
decir, como él, que «Cristo os amó y se entregó por nosotros» (Ef 5,2). Más
aún, cada hombre y cada mujer deben poder sentirse atraídos en la relación
íntima y transfigurante que el anuncio del Evangelio crea entre nosotros y
Cristo: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la
vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga
2,20).[24] Y para poder acceder a esta experiencia, se necesita alguien que sea
enviado a anunciarla: «¿cómo creerán en aquel a quien non han oído? ¿Cómo oirán
sin que se les predique?» (Rm 10,14, que evoca Is 52,1).
34. Se comprende
entonces cómo cada actividad de la
Iglesia tiene una nota esencialmente evangelizadora y no debe
jamás ser separada del empeño para ayudar a todos a encontrar a Cristo en la
fe, que es el objetivo primario de la evangelización. Allí donde, como Iglesia,
«damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e
instrumentos, les damos demasiado poco».[25] El motor originario de la
evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de los hombres.
Los auténticos evangelizadores desean sólo dar gratuitamente lo que ellos
mismos gratuitamente han recibido: «Desde los primeros días de la Iglesia los discípulos de
Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a confesar Cristo Señor, no por
acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por
la virtud de la palabra de Dios».[26]
35. La misión de los
Apóstoles y su continuación en la misión de la Iglesia antigua siguen
siendo el modelo fundamental de la evangelización para todos los tiempos: una
misión a menudo caracterizada por el martirio, como lo demuestra el comienzo de
la historia del cristianismo, pero también la historia del siglo apenas
transcurrido, la historia de nuestros días. Precisamente el martirio da
credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancias, sino que dan la
propia vida por Cristo. Ellos manifiestan al mundo la fuerza inerme y abundante
del amor por los hombres, que es ofrecida a quien sigue a Cristo hasta el don
total de la propia existencia, como Jesús lo había anunciado: «Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).
Sin embargo, no
faltan, lamentablemente, falsas convicciones que limitan la obligación de
anunciar la Buena
Noticia. En efecto, hoy se verifica «una confusión creciente
que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del
Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros
en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer
las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin
favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a
los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con
construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz,
la solidaridad. Además, algunos sostienen que no se debería anunciar a Cristo a
quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia , pues sería
posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una
incorporación formal a la
Iglesia ».[27]
36. Si bien los no
cristianos pueden salvarse mediante la gracia que Dios otorga a través de
caminos que Él conoce,[28] la
Iglesia no puede ignorar que cada hombre espera conocer el
verdadero rostro de Dios y vivir ya aquí la amistad con Jesucristo, el Dios con
nosotros. La plena adhesión a Cristo, que es la Verdad , y el ingreso en su
Iglesia no disminuyen, sino que exaltan la libertad humana y la guían hacia su
cumplimiento, en un amor gratuito y afectuoso por el bien de todos los hombres.
Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios, que
nace de la comunión con la carne y la sangre vivificantes de su Hijo; es
consolador recibir de Él la certeza del perdón de los pecados y vivir en la
caridad que nace de la fe. La
Iglesia desea hacer participar de estos bienes a todos, para
que tengan así la plenitud de la verdad y de los medios de salvación, «para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Iglesia , que anuncia y
transmite la fe, imita el obrar del mismo Dios, que se manifiesta a la
humanidad dando a su Hijo, que infunde el Espíritu Santo sobre los hombres para
regenerarlos como hijos de Dios.
Evangelización y
renovación de la Iglesia
37. La Iglesia , en cuanto
evangelizadora, vive su misión comenzando nuevamente cada vez por evangelizarse
a sí misma. «Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y
comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar
lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.
Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos,
necesita saber proclamar “las grandezas de Dios”, que la han convertido al
Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere
decir que la Iglesia
siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su
impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio».[29] El Concilio Vaticano II ha
retomado con fuerza este tema de la
Iglesia que se evangeliza mediante una conversión y una
renovación constantes, para evangelizar al mundo con credibilidad.[30] Resuenan
todavía con actualidad las palabras del Papa Pablo VI que, afirmando la
prioridad de la evangelización, recordaba a todos los fieles: «No sería inútil
que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de
la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias
a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero
¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza – lo
que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio –, o por ideas falsas omitimos
anunciarlo?».[31] Más de una respuesta ha propuesto que esta pregunta se
convierta en objeto explicito de la reflexión sinodal.
38. Desde sus
orígenes la Iglesia
ha debido confrontarse con análogas dificultades, con la experiencia del pecado
de sus miembros. La historia de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35) es
emblemática de la posibilidad de un conocimiento falso de Cristo. Los dos
discípulos hablan de un muerto (cf. Lc 24,21-24), narran la propia frustración
y la pérdida de esperanza. Ellos hablan de la posibilidad, para la Iglesia de todos los
tiempos, de ser transmisora de un anuncio que no da vida, pero que tiene
encerrados en la muerte el Cristo anunciado, los anunciadores y, en
consecuencia, los destinatarios del anuncio. También el episodio de los
discípulos empeñados en la pesca, referido por el evangelista Juan (cf. Jn 21,
1-14), describe una experiencia similar: separados de Cristo, los discípulos
viven su acción en modo infructuoso. Y, como los discípulos de Emaús, es
solamente cuando se manifiesta el Resucitado que ellos recuperan la confianza,
la alegría del anuncio, el fruto de la propia obra de evangelización. Sólo
adhiriendo fuertemente a Cristo, aquel que había sido designado como «pescador
de hombres» (Lc 5,10), Pedro, puede volver a echar las propias redes con fruto,
confiando en la palabra de su Señor.
39. Lo que es
descripto con gran atención en los orígenes, la Iglesia lo ha revivido
muchas veces en su historia. Frecuentemente, ha sucedido que, como consecuencia
del debilitamiento del propio vínculo con Cristo, se ha empobrecido la calidad
de la fe vivida, y fue sentida con menor fuerza la experiencia de participación
en la vida trinitaria que tal vínculo implica. Por esta razón no se puede
olvidar que el anuncio del Evangelio es una cuestión, ante todo, espiritual. La
exigencia de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y
solitaria, sino un evento comunitario, eclesial, no debe provocar la búsqueda
de estrategias eficaces ni una selección de los destinatarios – por ejemplo los
jóvenes – sino que debe referirse al sujeto encargado de esta operación
espiritual. Debe ser un cuestionamiento de la Iglesia sobre sí misma.
Esto permite ver el problema de manera no extrínseca, y pone en discusión toda la Iglesia en su ser y en su
modo de vivir. Más de una Iglesia particular pide al Sínodo que se verifique si
las infecundidades de la evangelización hoy, en particular de la catequesis en
los tiempos modernos, es un problema sobre todo eclesiológico y espiritual. Se
piensa en la capacidad de la
Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera
fraternidad, como cuerpo y no como una empresa.
40. Precisamente para
que la evangelización pueda conservar intacta su originaria condición
espiritual, la Iglesia
debe dejarse plasmar por la acción del Espíritu y así conformarse a Cristo
crucificado, el cual revela al mundo el rostro del amor y de la comunión de
Dios. De este modo, redescubre su vocación de Ecclesia mater, que engendra
hijos para el Señor, transmitiendo la fe, enseñando el amor que nutre a los
hijos. Así, su tarea de anunciar y dar testimonio de esta Revelación de Dios,
reuniendo a su pueblo disperso, será un modo de dar cumplimiento a aquella
profecía de Isaías que los Padres de la Iglesia han leído como dirigida a ella misma:
«Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas;
alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te
expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblará» (Is
54,2-3).
Segundo capítulo
Tiempo de nueva
evangelización
«Id por todo el mundo
y proclamad
41. El mandato
misionero que la Iglesia
ha recibido del Señor resucitado (cf. Mc 16, 15) ha asumido en el tiempo formas
y modalidades siempre nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos
históricos. En nuestros días el anuncio del Evangelio se muestra mucho más
complejo que en el pasado, pero la tarea confiada a la Iglesia permanece idéntica
a aquella de sus comienzos. No habiendo cambiado la misión, es lógico retener
que podamos hacer nuestros, también hoy, el entusiasmo y el coraje que movieron
a los Apóstoles y a los primeros discípulos: el Espíritu Santo que los impulsó
a abrir las puertas del cenáculo, transformándolos en evangelizadores (cf. Hch
2,1-4), es el mismo Espíritu que guía hoy a la Iglesia y la estimula a un
renovado anuncio de esperanza dirigido a los hombres de nuestro tiempo.
42. El Concilio
Vaticano II recuerda que «los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente
con frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones
enteramente nuevas».[32] Con prospectiva de futuro, los Padres conciliares han
visto en el horizonte el cambio cultural que hoy es fácil de verificar. Esta
nueva situación, que ha creado una condición inesperada para los creyentes,
requiere una particular atención para el anuncio del Evangelio, para dar razón
de nuestra fe en un contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos de
novedad y de criticidad.
43. Las transformaciones
sociales, a las cuales hemos asistido en las últimas décadas, tienen causas
complejas, tienen sus raíces lejos en el tiempo y han profundamente modificado
la percepción de nuestro mundo. El lado positivo de estas transformaciones está
a la vista de todos, evaluado como un bien inestimable, que ha permitido el
desarrollo de la cultura y el crecimiento del hombre en muchos campos del
saber. Sin embargo, estas mismas transformaciones han dado inicio también a
muchos procesos de revisión crítica de los valores y de algunos fundamentos del
modo común de vida, que han profundamente dañado la fe de las personas. Como
recuerda el Papa Benedicto XVI, «si, por un lado, la humanidad ha conocido
beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido
ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15), por otro,
se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso
ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían
indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de
Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias
fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la
referencia a una ley moral natural. Aunque algunos hayan acogido todo ello como
una liberación, muy pronto nos hemos dado cuenta del desierto interior que nace
donde el hombre, al querer ser el único artífice de su naturaleza y de su
destino, se ve privado de lo que constituye el fundamento de todas las
cosas».[33]
44. Es necesario
ofrecer una respuesta a este particular momento de crisis, que afecta también
la vida cristiana; la Iglesia
debe saber encontrar en este momento histórico especial un estímulo ulterior
para dar razón de la esperanza que anuncia (cf. 1P 3,15). El término “nueva
evangelización” evoca la exigencia de una renovada modalidad de anuncio, sobre
todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, en el cual el
desarrollo de la secularización ha dejado fuertes huellas también en Países de tradición
cristiana. Así entendida, la idea de la nueva evangelización ha madurado dentro
del contexto eclesial y ha sido puesta en acto a través de formas muy
diferentes, mientras todavía continúa, también hoy, la búsqueda de su
significado. Ella ha sido considerada ante todo como una exigencia, pero además
como una operación de discernimiento y como un estímulo para la Iglesia actual.
La exigencia de una
“nueva evangelización”
45. En qué consiste
la “nueva evangelización”? El Beato Juan Pablo II, en el primer discurso que
habría dado notoriedad y resonancia a este término, dirigiéndose a los obispos
del Continente latinoamericano, la define de la siguiente manera: «La
conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena
si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y
fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de una evangelización
nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».[34] Cambian los
interlocutores y también el tiempo, y el Papa se dirige a la Iglesia en Europa con una
llamada muy similar, al afirmar que emerge «la urgencia y la necesidad de la
“nueva evangelización”, consciente de que Europa, hoy, no debe apelar
simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la
capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y
el mensaje de Jesucristo».[35]
46. En su momento
inicial, la nueva evangelización responde a una pregunta que la Iglesia debe formularse
con coraje, para atreverse a dar un nuevo impulso a su vocación espiritual y
misionera. Es necesario que las comunidades cristianas, que actualmente están
sometidas al influjo de fuertes cambios sociales y culturales, encuentren las
energías y los caminos para volver a aferrarse sólidamente a la presencia del
Resucitado que las anima desde adentro. Es necesario que las comunidades
cristianas se dejen guiar por el Espíritu, que vuelvan a gustar en modo
renovado el don de la comunión con el Padre, que vivan en Jesús y vuelvan a ofrecer
a los hombres la propia experiencia como un don valioso que ellas poseen.
47. Las respuestas
recibidas al texto de los Lineamenta coinciden plenamente con este diagnóstico
del Papa Juan Pablo II. En respuesta a la pregunta específica – ¿qué es la nueva
evangelización? – muchas de las reflexiones recibidas concuerdan en indicar que
la nueva evangelización es la capacidad de parte de la Iglesia de vivir en modo
renovado la propia experiencia comunitaria de la fe y del anuncio dentro de las
nuevas situaciones culturales que se han creado en estas últimas décadas. El
fenómeno descripto es el mismo en el Norte y en el Sur del mundo, en Occidente
y en Oriente, en los Países en los cuales la experiencia cristiana tiene raíces
milenarias y en los Países evangelizados desde hace pocos siglos. Como
consecuencia de la confluencia de factores sociales y culturales – que
convencionalmente designamos con el término “globalización” –, han comenzado a
verificarse procesos de debilitamiento de las tradiciones y de las instituciones.
Tales procesos dañan muy rápidamente las relaciones sociales y culturales, su
capacidad de comunicar valores y de responder a los interrogantes sobre el
sentido de la vida y sobre la verdad. El resultado es una notable pérdida de
unidad de la cultura y de su capacidad de adherir a la fe y de vivir con los
valores que ella inspira.
48. Las huellas de
este clima, sobre la experiencia de la fe y sobre las formas de vida eclesial,
son descriptas en modo muy similar en todas las respuestas: debilidad de la
vida de fe de las comunidades cristianas, disminución del reconocimiento de la
autoridad del magisterio, privatización de la pertenencia a la Iglesia , reducción de la
práctica religiosa, falta de empeño en la transmisión de la propia fe a las
nuevas generaciones. Estas señales, descriptas en modo casi unánime por varios
episcopados, muestran que es toda la
Iglesia que se enfrenta con este clima cultural.
49. En este cuadro,
la nueva evangelización desea resonar como una llamada, una pregunta hecha por la Iglesia a sí misma, para
que recoja sus energías espirituales y se empeñe en este nuevo clima cultural
en orden a hacer propuestas concretas: reconociendo el bien también dentro de
estos nuevos escenarios, dando nueva vitalidad a la propia fe y al propio
empeño evangelizador. El adjetivo “nueva” hace referencia al cambio del
contexto cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar
energías, voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y de
transmitirla. Las respuestas recibidas han mostrado que esta llamada ha sido
acogida de distintas maneras en las diversas realidades eclesiales, pero el
tono general es de preocupación. Se tiene la impresión que muchas comunidades
cristianas no han percibido plenamente todavía la magnitud del desafío y la
entidad de la crisis provocadas por este clima cultural también dentro de la Iglesia. A este
respecto, se espera que el debate sinodal ayude a tomar conciencia, en modo
maduro y profundo, de la seriedad de este desafío con el cual nos estamos
confrontando. Más profundamente, se espera que la reflexión sinodal se amplíe
al tema del fenómeno de la secularización, sobre los influjos positivos[36] y
negativos ejercidos sobre el cristianismo, sobre los desafíos que pone a la fe
cristiana.
50. En efecto, no
todos los signos son negativos. Para muchas Iglesias la presencia de fuerzas de
renovación es un signo de esperanza y un don del Espíritu. Se trata de
comunidades cristianas, más frecuentemente de grupos religiosos y de
movimientos, en algún caso de instituciones teológicas y culturales, que
demuestran con su acción cómo es realmente posible vivir la fe cristiana y
anunciarla dentro de esta cultura. Las Iglesias particulares miran con atención
y reconocimiento estas experiencias junto con los numerosos jóvenes que las
animan con su frescura y entusiasmo. Dichas Iglesias particulares están
dispuestas a reconocer el propio don, promoviéndolo para que se transforme en
patrimonio del resto del pueblo cristiano. Ellas siguen con atención el crecimiento
de experiencias, que tienen en la relativa joven edad un punto a favor, pero
que también tienen algunos límites.
Los escenarios de la
nueva evangelización
51. La nueva
evangelización, asumida como exigencia, ha llevado a la Iglesia a examinar el modo
según el cual las comunidades cristianas actualmente viven y dan testimonio de
la propia fe. La nueva evangelización se ha transformado de este modo en
discernimiento, es decir, en capacidad de leer y descifrar los nuevos
escenarios, que en estas últimas décadas se han creado en la historia de los
hombres, para convertirlos en lugares de anuncio del Evangelio y de experiencia
eclesial. Una vez más, el magisterio de Juan Pablo II ha servido de guía con
una primera descripción de estos escenarios,[37] citada en el texto de los
Lineamenta, y que ha sido compartida y confirmada por las respuestas recibidas.
Se trata de escenarios culturales, sociales, económicos, políticos y
religiosos.
52. El primero de
todos, dada la importancia que reviste, es el escenario cultural de fondo. Este
escenario ha sido descripto, en sus grandes líneas en el parágrafo precedente.
Varias respuestas han subrayado enfáticamente la dinámica secularizadora que
anima este escenario. La secularización, que se encuentra radicada en modo
particular en el mundo occidental, es fruto de episodios y de movimientos
sociales y de pensamiento que han marcado profundamente la historia y la
identidad de dicho mundo occidental. La secularización se presenta hoy en
nuestras culturas a través de la imagen positiva de la liberación, de la
posibilidad de imaginar la vida del mundo y de la humanidad sin referencia a la
trascendencia. En estos años, la secularización no tiene tanto la forma pública
de discursos directos y fuertes contra Dios, la religión y el cristianismo, aún
cuando en algún caso estos tonos anticristianos, antirreligiosos y
anticlericales se han hecho escuchar también recientemente. Como señalan muchas
respuestas, la secularización ha asumido más bien un tono débil que ha
permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las personas y
desarrollar una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente, en todo o
en parte, y su existencia misma depende de la conciencia humana.
53. Este tono
modesto, y por ese mismo motivo más atractivo y seductor, ha permitido a la
secularización entrar también en la vida de los cristianos y de las comunidades
eclesiales, transformándose, no ya solamente en una amenaza externa para los
creyentes, sino más bien en un terreno de confrontación cotidiana. Las
características de un modo secularizado de entender la vida influyen en el
comportamiento habitual de muchos cristianos. La “muerte de Dios” anunciada en
las décadas pasadas por tantos intelectuales ha cedido paso a una estéril
mentalidad hedonista y consumista, que promueve modos muy superficiales de
afrontar la vida y las responsabilidades. El riesgo de perder también los
elementos fundamentales de la fe es real. El influjo de este clima secularizado
en la vida de todos los días hace cada vez más ardua la afirmación de la
existencia de una verdad. Se asiste en la práctica a una eliminación de la
cuestión de Dios de entre las preguntas que el hombre se hace. Las respuestas a
la necesidad religiosa asumen formas de espiritualidad individualista o bien
formas de neopaganismo, hasta llegar a la imposición de un clima general de
relativismo.
54. Este riesgo no
debe, sin embargo, hacer perder de vista aquello que de positivo el cristianismo
ha tomado de la confrontación con la secularización. El saeculum, en el cual
conviven creyentes y no creyentes, presenta algo que los acomuna: lo humano.
Precisamente este elemento humano, que es el punto natural de inserción de la
fe, puede ser también el lugar privilegiado de la evangelización. En la
humanidad plena de Jesús de Nazaret habita la plenitud de la divinidad (cf. Col
2,9). Purificando lo humano a partir de la humanidad de Jesús de Nazaret, los
cristianos pueden encontrarse con los hombres secularizados que, no obstante
todo, continúan preguntándose sobre aquello que es humanamente serio y
verdadero. La confrontación con estos buscadores de verdad ayuda a los
cristianos a purificar y a madurar la propia fe. La lucha interior de estas personas
que buscan la verdad, aunque no tengan todavía el don de creer, es un buen
estímulo para que nos empeñemos en el testimonio y en la vida de fe, de tal
modo que la verdadera imagen de Dios se haga accesible a cada hombre. A este
respecto, de las respuestas resulta que ha suscitado mucho interés la
iniciativa del “Patio de los gentiles”.
55. Junto a este
primer escenario cultural, ha sido indicado un segundo escenario, más social:
el grande fenómeno migratorio, que induce cada vez más a las personas a dejar
el propio país de origen para vivir en contextos urbanizados. De esto deriva un
encuentro y una mezcla de las culturas. Se están produciendo formas de
desmoronamiento de las referencias fundamentales de la vida, de los valores y
de los mismos vínculos a través de los cuales los individuos estructuran las
propias identidades y acceden al sentido de la vida. Unido a la expansión de la
secularización, el resultado cultural de estos procesos es un clima de extrema
fluidez, dentro del cual hay siempre menos espacio para las grandes
tradiciones, incluidas aquellas religiosas. A este escenario social está
vinculado el fenómeno denominado “globalización”, realidad de no fácil
explicación, que exige a los cristianos un agudo trabajo de discernimiento.
Puede ser leída como un fenómeno negativo, si de esta realidad prevalece una
interpretación determinista, ligada solamente a una dimensión económica y
productiva. Pero también puede ser leída como un momento de crecimiento, en el
cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas solidarias y nuevos
caminos para compartir el progreso de todos hacia el bien.
56. Al escenario
migratorio, las respuestas a los Lineamenta han asociado estrechamente un
tercer escenario, que influye en modo cada vez más determinante en nuestras
sociedades: el escenario económico. De este escenario, que en gran parte es
causa directa del fenómeno de las migraciones, se han puesto en evidencia las
tensiones y las formas de violencia concomitantes, como consecuencia de las
desigualdades económicas provocadas dentro de las naciones y también entre
ellas. En muchas respuestas, provenientes no sólo de Países en vía de
desarrollo, ha sido denunciado un claro y decidido aumento de la disparidad
entre ricos y pobres. Innumerables veces el Magisterio de los Sumos Pontífices
ha denunciado los crecientes desequilibrios entre Norte y Sur del mundo, en el
acceso y la distribución de los recursos, así como en el daño de la creación.
La continua crisis económica en la que nos encontramos indica el problema del
uso de los recursos, tanto de aquellos naturales como de los recursos humanos.
De las Iglesias, invitadas a vivir el ideal evangélico de la pobreza, se espera
todavía mucho en términos de sensibilización y de acción concretas, aunque
ellas no encuentren suficiente espacio en los medios de comunicación.
57. Un cuarto
escenario indicado es el político. Desde el Concilio Vaticano II hasta el
presente, los cambios que se han verificado en este escenario pueden ser
definidos con justa razón “de época”. Con la crisis de la ideología comunista
ha terminado la división del mundo occidental en dos bloques. Esto ha
favorecido la libertad religiosa y la posibilidad de reorganización de las
Iglesias históricas. El surgimiento sobre la escena mundial de nuevos actores
económicos, políticos y religiosos, como el mundo islámico, el mundo asiático,
ha creado una situación inédita y totalmente desconocida, rica de
potencialidades, pero también plena de riesgos y de nuevas tentaciones de
dominio y de poder. En este escenario, varias respuestas han subrayado diversas
urgencias: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos;
una mejor regulación internacional y una interacción de los gobiernos
nacionales; una investigación de formas posibles de escucha, convivencia,
diálogo y colaboración entre las diversas culturas y religiones; la defensa de
los derechos humanos y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción
de los más débiles; la salvaguardia de la creación y el empeño por el futuro de
nuestro planeta. Estos son temas que las diversas Iglesias particulares han
aprendido a sentir como propios, y que como tales, han de ser custodiados y
promovidos en la vida cotidiana de nuestras comunidades.
58. Un quinto
escenario es el de la investigación científica y tecnológica. Vivimos en una
época que es todavía capaz de sorprenderse de las maravillas suscitadas por los
continuos progresos que la investigación en estos campos ha logrado superar.
Todos podemos experimentar en la vida cotidiana los beneficios ofrecidos por
estos progresos. Todos dependemos cada vez más de ellos. Frente a tantos
aspectos positivos, existen también peligros de excesivas esperanzas y de
manipulaciones. La ciencia y la tecnología corren así el riesgo de
transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto
digitalizado y globalizado hacer de la ciencia “nuestra nueva religión”. Nos
encontramos frente al surgimiento de nuevas formas de gnosis, que asumen la
técnica como forma de sabiduría, en vista de una organización mágica de la
vida, que funcione como criterio para conocer la realidad y dar un sentido a
las cosas. Asistimos al afirmarse de nuevos cultos. Éstos instrumentalizan en
modo terapéutico las prácticas religiosas que los hombres están dispuestos a vivir,
estructurándose como religiones de la prosperidad y de la gratificación
instantánea.
Las nuevas fronteras
del escenario comunicativo
59. En modo coral las
respuestas a los Lineamenta han examinado otro escenario, el sexto, es decir el
escenario comunicativo, que hoy ofrece enormes posibilidades y representa un
gran desafío para la
Iglesia. Al comienzo sólo era característico del mundo
industrializado, hoy el escenario de un mundo globalizado puede influenciar
también vastas porciones de los Países en vía de desarrollo. No existe ningún
lugar en el mundo que no pueda ser alcanzado, y por lo tanto, no caiga bajo el
influjo de la cultura mediática y digital, que se impone cada vez más como el
“lugar” de la vida pública y de la experiencia social. Basta pensar en el uso
cada vez más difundido de la red informática.
60. Las respuestas
transmiten la difundida convicción que las nuevas tecnologías digitales han
dado origen a un verdadero y nuevo espacio social, cuyas relaciones son capaces
de influenciar sobre la sociedad y sobre la cultura. Al ejercer una influencia
sobre la vida de las personas, los procesos mediáticos, que son factibles con
estas tecnologías, llegan a transformar la misma realidad. Intervienen en modo
incisivo en la experiencia de las personas y permiten una dilatación de las
potencialidades humanas. La percepción de nosotros mismos, de los otros y del
mundo dependen del influjo que tales tecnologías ejercen. Éstas y el espacio
comunicativo por ellas generado han de ser considerados positivamente, sin
prejuicios, como recursos, aunque con una mirada crítica y un uso inteligente y
responsable.
61. La Iglesia ha sabido entrar
en estos espacios y asumir estos medios desde el comienzo como útiles
instrumentos de anuncio del Evangelio. Hoy, junto a los medios de comunicación
más tradicionales, como la prensa y la radio, que – según las respuestas – han
conocido en estos últimos años un discreto incremento, los nuevos media están
sirviendo cada vez más a la pastoral evangelizadora de la Iglesia , facilitando
interacciones a diversos niveles: local, nacional, continental y mundial. Se
perciben las potencialidades de estos medios de comunicación antiguos y nuevos,
se constata la necesidad de servirse de un nuevo espacio social, que se ha
creado con los lenguajes y las formas de la tradición cristiana. Se siente la
necesidad de un discernimiento atento y compartido para intuir en el mejor modo
posible las potencialidades que tal espacio ofrece en vista del anuncio del
Evangelio, pero también para descubrir en modo concreto los riesgos y los
peligros.
62. La difusión de
esta cultura, en efecto, implica indudables beneficios: mayor acceso a la
información, mayor posibilidad de conocimientos, de intercambio, de formas
nuevas de solidaridad, de capacidad de promover una cultura cada vez más a
dimensión mundial, transformando en patrimonio de todos los valores y los
mejores progresos del pensamiento y de la actividad humana. Estas
potencialidades no eliminan, sin embargo, los riesgos que la difusión excesiva
de dicha cultura está ya provocando. Se manifiesta una profunda atención
egocéntrica reducida a las necesidades individuales. Se afirma una exaltación
emotiva de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste al
debilitamiento y a la pérdida de valor objetivo de experiencias profundamente
humanas, como la reflexión y el silencio; se verifica un exceso de afirmación
del propio pensamiento. Se reducen progresivamente la ética y la política a
instrumentos de espectáculo. El punto final al cual pueden conducir estos
riesgos es lo que resulta llamarse la cultura de lo efímero, de lo inmediato,
de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En
este contexto, se pide a los cristianos la audacia de concurrir a estos “nuevos
areópagos”, aprendiendo a dar una evaluación evangélica, encontrando los
instrumentos y los métodos para hacer escuchar también hoy en estos lugares el
patrimonio educativo y la sabiduría custodiada por la tradición cristiana.
Los cambios del
escenario religioso
63. Los cambios de
escenario que hemos analizado hasta aquí no pueden no ejercer también influjos
sobre el modo con el cual los hombres expresan el propio sentido religioso. Las
respuestas a los Lineamenta sugieren que se agregue como séptimo el escenario religioso.
Esto permite comprender de manera más profunda el retorno al sentido religioso
y la exigencia multiforme de espiritualidad que caracteriza muchas culturas y
en particular las generaciones más jóvenes. Si es verdad que el proceso
secularizador en acto genera como consecuencia en muchas personas una atrofia
espiritual y un vacío del corazón, es posible también observar en muchas
regiones del mundo los signos de un consistente renacimiento religioso. La
misma Iglesia católica es tocada por este fenómeno, que ofrece recursos y
ocasiones de evangelización impensables hace algunas décadas.
64. Las respuestas a
los Lineamenta afrontan con atención el fenómeno y lo releen en toda su
complejidad. Reconocen sus indudables aspectos positivos. Esto permite recuperar
un elemento constitutivo de la identidad humana, es decir el aspecto religioso,
superando así todos aquellos límites y aquellos empobrecimientos de la
concepción del hombre encerrada sólo en el ámbito horizontal. Este fenómeno
favorece la experiencia religiosa, dándole nuevamente su lugar central en el
modo de imaginar los hombres, la historia, el sentido mismo de la vida y la
búsqueda de la verdad.
65. En muchas
respuestas no se esconde, sin embargo, una preocupación relacionada con el
carácter, en parte ingenuo y emotivo, de este retorno del sentido religioso.
Más que debido a una lenta y compleja maduración de las personas en la búsqueda
de la verdad, este retorno del sentido religioso se presenta, en más de un
caso, con los rasgos de una experiencia religiosa poco liberadora. Los aspectos
positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado se han visto
empobrecidos y oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces
manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo, por
suerte sólo en casos extremos y limitados.
66. Este es el cuadro
en el cual ha sido colocado por muchas respuestas el problema urgente de la
proliferación de nuevos grupos religiosos, que asumen la forma de la secta. Lo
que es declarado en los Lineamenta (la dominante emotiva y psicológica, la
promoción de una religión del éxito y de la prosperidad) ha sido confirmado y
nuevamente propuesto. Además, algunas respuestas piden que se vigile para que
las comunidades cristianas no se dejen influenciar por estas nuevas formas de
experiencia religiosa, confundiendo el estilo cristiano del anuncio, con la
tentación de imitar los tonos agresivos y proselitistas de estos grupos. En
presencia de estos grupos religiosos es necesario, por otra parte – afirman
siempre las respuestas –, que las comunidades cristianas refuercen el anuncio y
el cuidado de la propia fe. En efecto, este contacto podría contribuir a hacer
la fe menos tibia y más dispuesta a dar sentido a la vida de las personas.
67. En este contexto
adquiere aún más sentido el encuentro y el diálogo con las grandes tradiciones
religiosas, que la Iglesia
ha cultivado en las últimas décadas, y que sigue intensificando. Este encuentro
se presenta como una ocasión interesante para profundizar el conocimiento de la
complejidad de las formas y de los lenguajes de la religiosidad humana, así
como se presenta en otras experiencias religiosas. Un encuentro y un diálogo
similares permiten al catolicismo comprender con mayor profundidad los modos
con los cuales la fe cristiana expresa la religiosidad del ánimo humano. Al
mismo tiempo enriquece el patrimonio religioso de la humanidad con la
singularidad de la fe cristiana.
Como cristianos
dentro de estos escenarios
68. Los escenarios
han sido analizados en base a lo que son: signos de un cambio en acto que es
reconocido como el contexto en el cual se desarrollan nuestras experiencias
eclesiales. Por este motivo, debe ser asumido y purificado, en un proceso de
discernimiento, por el encuentro y por la confrontación con la fe cristiana. El
examen de estos escenarios permite hacer una lectura crítica de los estilos de
vida, del pensamiento y de los lenguajes propuestos a través de ellos. Dicha
lectura sirve también como autocrítica que el cristianismo es invitado a hacer
de sí mismo, para verificar en qué medida el propio estilo de vida y la acción
pastoral de las comunidades cristianas han estado realmente a la altura de su
misión, evitando la ineficacia a través de una atenta previsión. La reflexión
sinodal podrá llevar adelante con fruto estos ejercicios de discernimiento,
como muchas Iglesias particulares han expresamente declarado.
69. Varias respuestas
a los Lineamenta han tratado de definir como causa del alejamiento de numerosos
fieles de la práctica de la vida cristiana – un verdadera “apostasía
silenciosa” –, el hecho que la
Iglesia no habría dado una respuesta en modo adecuado a los
desafíos de los escenarios descriptos. Además, ha sido constatado el
debilitamiento de la fe de los creyentes, la falta de la participación personal
y experiencial en la transmisión de la fe, el insuficiente acompañamiento
espiritual de los fieles a lo largo del proceso de formación, intelectual y
profesional. Las quejas se refieren además a una excesiva burocratización de las
estructuras eclesiales, que son percibidas como lejanas al hombre común y a sus
preocupaciones esenciales. Todo esto ha causado una reducción del dinamismo de
las comunidades eclesiales, la pérdida del entusiasmo de los orígenes y la
disminución del impulso misionero. No faltan quienes se han lamentado de
celebraciones litúrgicas formales y de ritos repetidos casi por costumbre,
privados de la profunda experiencia espiritual, que, en vez de atraer a las
personas, las alejan. Además del testimonio contrario de algunos de sus
miembros (infidelidad a la vocación, escándalos, poca sensibilidad por los
problemas del hombre contemporáneo y del mundo actual), no hay que
menospreciar, sin embargo, el «mysterium iniquitatis» (2 Ts 2,7), la lucha del
Dragón contra el resto de la descendencia de la Mujer , contra «los que
guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap
12,17). Para una evaluación objetiva es necesario tener siempre presente el
misterio de la libertad humana, don de Dios que el hombre puede usar también en
modo equivocado, rebelándose contra Dios y contra la Iglesia.
La nueva
evangelización debería tratar de orientar la libertad de las personas, hombres
y mujeres, hacia Dios, fuente de la verdad, de la bondad y de la belleza. La
renovación de la fe debería hacer superar los mencionados obstáculos que se
oponen a una vida cristiana auténtica, según la voluntad de Dios, expresada en
el mandamiento del amor a Dios y al próximo (cf. Mc 12,33).
70. Además de estas
denuncias, las respuestas a los Lineamenta han sabido poner de relieve también
los indudables logros que han pasado a la experiencia cristiana desde estos
escenarios. Por ejemplo, más de una respuesta ha indicado como aspecto positivo
del proceso migratorio actual el encuentro y el intercambio de dones entre las
Iglesias particulares, con la posibilidad de recibir energías y vitalidad de fe
de las comunidades cristianas inmigradas. A través del contacto con los no
cristianos, las comunidades cristianas han podido aprender que hoy la misión no
es más un movimiento de Norte a Sur o de Oeste a Este, porque es necesario
desvincularse de los confines geográficos. Hoy la misión se encuentra en todos
los cinco continentes. Se ha de reconocer que también en los Países de antigua
evangelización existen sectores y ambientes extraños a la fe, porque en ellos
los hombres no la han encontrado jamás, y no sólo porque se han alejado de
ella. Desvincularse de los confines quiere decir tener las energías para
proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de encuentro, de
amalgama de diversidades y de reconstrucción de las relaciones sociales, que
están en acto en todas partes. La
Asamblea sinodal podría ser el lugar para un intercambio
fecundo sobre estas experiencias.
71. También el
escenario económico, con sus cambios, ha sido reconocido como un lugar propicio
para el testimonio de nuestra fe. Muchas respuestas han descripto la acción de
las comunidades cristianas en favor de los pobres, acción que se gloría de
tener raíces antiquísimas y conoce frutos todavía prometedores. En este momento
de crisis económica grave y difundida ha sido indicado por muchos el aumento de
esta acción de parte de las comunidades cristianas, con el nacimiento de otras
instituciones dedicadas a ayudar a los pobres. A este respecto, también se ha
señalado el desarrollo de una mayor sensibilidad dentro de la Iglesia particular.
Algunas respuestas han pedido que sea más subrayada la caridad como instrumento
de nueva evangelización: la dedicación y la solidaridad hacia los pobres
vividas por muchas comunidades, la caridad de las mismas, su estilo sobrio de
vida en un mundo que exalta en cambio el consumo y el tener, son verdaderamente
un válido instrumento para anunciar el Evangelio y testimoniar nuestra fe.
72. El escenario
religioso ha tenido una particular resonancia. En primer lugar, este escenario
se refiere al diálogo ecuménico. Las respuestas a los Lineamenta subrayan
varias veces cómo los diversos contextos de mutación han favorecido el
desarrollo de una mayor confrontación ecuménica. Aún con mucho realismo –
recordando momentos de dificultad y situaciones que se trata de resolver con
paciencia y determinación – la novedad de los escenarios, dentro de los cuales
estamos llamados como cristianos a vivir nuestra fe y a anunciar el Evangelio,
ha puesto mejor en luz la necesidad de una real unidad entre los cristianos.
Ésta no debe confundirse con la simple cordialidad de relaciones y con la
cooperación en algún proyecto en común, sino que debe ser concebida como el
deseo de dejarse transformar por el Espíritu para que podamos cada vez más
conformarnos a la imagen de Cristo. Esta unidad, ante todo espiritual, ha de
ser invocada en la oración antes que ser realizada a través de las obras. La
conversión y la renovación de la
Iglesia , a la cual nos invita la crisis actual, no pueden no
tener este contenido ecuménico: quiere decir que es necesario sostener con
convicción el esfuerzo de ver a todos los cristianos unidos para demostrar al
mundo la fuerza profética y transformadora del mensaje evangélico. La tarea es
ardua y podremos responder a ella solamente con los esfuerzos comunes, guiados
por el Espíritu de Jesucristo resucitado. Por lo demás, el Señor nos ha dejado
como precepto su oración: «que sean todos uno» (Jn 17,21).
73. El escenario
religioso, en segundo lugar, se refiere al diálogo interreligioso, que hoy se
impone, aunque en diversos modos, en todo el mundo. Este escenario ha
favorecido estímulos positivos: los Países de antigua tradición cristiana
interpretan la expansión de la presencia de las grandes religiones, en
particular del Islam, como un estímulo ofrecido para desarrollar nuevas formas
de presencia, de visibilidad y de propuesta de la fe cristiana. En general, el
contexto interreligioso y la confrontación con las grandes religiones de
Oriente es visto como una ocasión ofrecida a nuestra comunidades cristianas
para profundizar la comprensión de nuestra fe, gracias a los interrogantes que
tal confrontación suscita en nosotros, gracias a las cuestiones sobre el camino
de la historia humana y a la presencia de Dios en este camino. Es una ocasión
para agudizar los instrumentos del diálogo y los espacios dentro de los cuales
se colabora en el desarrollo de experiencias de paz para una sociedad cada vez
más humana.
74. Muy diferente es
la situación de aquellas Iglesias que se encuentran en minoría: allí donde
existe la libertad de profesar la propia fe y de vivir la propia religión, el
estado de minoría es considerado como una forma interesante que permite al
cristianismo conocer otros rostros y otros modos de presencia en el mundo y de
obrar para su transformación. En cambio, donde a la experiencia de ser minoría
se agrega el contexto de la persecución, la evangelización está asociada a la
experiencia de Jesús, a su fidelidad hasta la cruz. En la situación vivida se
reconoce el don de recordar a toda la Iglesia el vínculo entre evangelización y cruz,
que a los ojos de estas Iglesias no debe correr el riesgo de ser tenido en poca
consideración. Justamente, estas Iglesias nos recuerdan que no es satisfactorio
medir la evangelización según los parámetros cuantitativos del éxito.
75. En esta tarea de
la renovación, a la cual estamos llamados, son de gran ayuda las Iglesias
Católicas Orientales y todas aquellas comunidades cristianas que en su pasado
han vivido, o están viviendo todavía, la experiencia de la clandestinidad, de
la marginación, de la persecución, de la intolerancia de naturaleza étnica,
ideológica o religiosa. El testimonio de fe, la tenacidad, la capacidad de
resistencia, la solidez de la esperanza, la intuición de algunas prácticas
pastorales de estas comunidades son un don para compartir con aquellas
comunidades cristianas que, aún teniendo en su pasado historias gloriosas,
viven un presente de fatiga y de dispersión. Para Iglesias poco acostumbradas a
vivir la propia fe en situación de minoría es ciertamente un don poder escuchar
experiencias que les infunden aquella confianza indispensable para el impulso
que exige la nueva evangelización. Más aún, es un don eminentemente espiritual
acoger a los que han debido dejar la propia tierra por motivos de persecución,
y llevan en su mismo espíritu la riqueza incalculable de los signos del
martirio vivido en primera persona.
Missio ad gentes,
atención pastoral, nueva evangelización
76. El discernimiento
que la nueva evangelización ha inspirado nos muestra que la tarea
evangelizadora de la Iglesia
se encuentra en profunda transformación. Las figuras tradicionales y
consolidadas – que por convención son indicadas con los términos “Países de
antigua cristiandad” y “tierras de misión” – muestran ya sus límites. Son
demasiado simples y hacen referencia a un contexto superado, para poder ofrecer
útiles modelos a las comunidades cristianas de hoy. Como oportunamente afirmaba
con lucidez el Papa Juan Pablo II, «no es fácil definir los confines entre
atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera
específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados.
[...] Las Iglesias de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea
de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras
respecto a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se
preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra
es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa».[38]
77. No obstante los
acentos y las diferencias en relación a las diversidades de cultura e historia,
las respuestas a los Lineamenta muestran que ha sido bien comprendido este
carácter diferente de la nueva evangelización: no se trata de un nuevo modelo
de acción pastoral, que substituye simplemente otras formas de acción (la
primera evangelización, la atención pastoral), sino más bien de un proceso de
relanzamiento de la misión fundamental de la Iglesia. Ella ,
interrogándose sobre el modo de vivir la evangelización hoy, no excluye la
acción de cuestionarse a sí misma y sobre la cualidad de la evangelización de
sus comunidades. La nueva evangelización empeña a todos los sujetos eclesiales
(individuos, comunidades, parroquias, diócesis, Conferencias Episcopales,
movimientos, grupos y otras realidades eclesiales, religiosos y personas
consagradas) en vista de una verificación de la vida eclesial y de la acción
pastoral, asumiendo como punto de análisis la cualidad de la propia vida de fe,
y su capacidad de ser un instrumento de anuncio, según el Evangelio.
78. Al integrar las
diversas respuestas, podríamos decir que esta verificación se ha hecho concreta
en tres exigencias: la capacidad de discernir, es decir, la capacidad que se
tiene de colocarse dentro del presente convencidos que también en este tiempo
es posible anunciar el Evangelio y vivir la fe cristiana; la capacidad de vivir
formas de una radical y genuina adhesión a la fe cristiana, que logren dar
testimonio con su simple existencia de la fuerza transformadora de Dios en
nuestra historia; una clara y explícita relación con la Iglesia , para hacer
visible el carácter misionero y apostólico. Estas exigencias son transmitidas a
la Asamblea
sinodal, para que trabajando sobre las mismas ayude a la Iglesia a vivir aquel
camino de conversión al cual la nueva evangelización la está llamada.
79. Muchas Iglesias
particulares, en el momento de recibir el texto de los Lineamenta, se
encontraban ya comprometidas con una operación de verificación y de
relanzamiento de la propia pastoral a partir de estas exigencias. Algunas han
designado a esta operación con el término “renovación misionera”, otras con la
expresión “conversión pastoral”. Existe una convicción unánime que aquí está el
corazón de la nueva evangelización, considerada como un acto de renovada
asunción de parte de la
Iglesia del mandato misionero del Señor Jesucristo, que la ha
querido y la ha enviado al mundo, para que se deje guiar por el Espíritu Santo,
mientras da testimonio de la salvación recibida y mientras anuncia el rostro de
Dios, primer artífice de esta obra de salvación.
Transformaciones de
la parroquia y nueva evangelización
80. Muchas respuestas
recibidas describen una Iglesia comprometida en un tenaz trabajo de
transformación de la propia presencia entre la gente y dentro de la sociedad.
Las Iglesias más jóvenes trabajan para dar vida a las parroquias, a menudo muy
amplias, animándolas internamente con un instrumento, que según los contextos
geográficos y eclesiales asume el nombre de “comunidades eclesiales de base” o
bien de “pequeñas comunidades cristianas”. Ellas tienen como objetivo crear
lugares de vida cristiana capaces de sostener mejor la fe de sus miembros y de
iluminar con su testimonio el espacio social, sobre todo en la dispersión de
las grandes metrópolis. Las Iglesias con raíces más antiguas trabajan para la
revisión de sus programas parroquiales, que llevan adelante cada vez con más
dificultad, como consecuencia de la disminución del clero y de la práctica
cristiana. La intención declarada es evitar que tales operaciones se
transformen en procedimientos administrativos y burocráticos y produzcan un
efecto no deseado: que las Iglesias particulares al final se cierren en sí
mismas, muy preocupadas por estos problemas de gestión. En este sentido, más de
una respuesta hace referencia a la figura de las “unidades pastorales”, como un
instrumento para conjugar la revisión del programa parroquial y la construcción
de una cooperación en una Iglesia particular más comunitaria.
81. La nueva
evangelización recuerda a la
Iglesia su finalidad misionera originaria. Por lo tanto, tales
actividades, como afirman muchas respuestas, asumen la nueva evangelización
para dar a las reformas en acto una dirección menos orientada hacia el interior
de las comunidades cristianas, y más comprometida con el anuncio de la fe a
todos. En esta línea se espera mucho de las parroquias, consideradas como la
puerta más capilar de ingreso en la fe cristiana y en la experiencia eclesial.
Además de ser el lugar de la pastoral ordinaria, de las celebraciones
litúrgicas, de la administración de los sacramentos, de la catequesis y del
catecumenado, asumen el compromiso de ser verdaderos centros de irradiación y
de testimonio de la experiencia cristiana, centinelas capaces de escuchar a las
personas y sus necesidades. Ellas son lugares en los cuales se educa en la
búsqueda de la verdad, se nutre y se refuerza la propia fe; constituyen puntos
de comunicación del mensaje cristiano, del designio de Dios sobre el hombre y
sobre el mundo; son las primeras comunidades en las cuales se experimenta la
alegría de ser congregados por el Espíritu y preparados para vivir el propio
mandato misionero.
82. No faltan las
energías empleadas en esta operación: todas las respuestas indican como primer
recurso el número de laicos bautizados, que se comprometen y continúan con
decisión su servicio voluntario en esta obra de animación de las comunidades
parroquiales. Muchos reconocen en el florecimiento de esta vocación laical, uno
de los frutos del Concilio Vaticano II, junto a otros recursos: las comunidades
de vida consagrada; la presencia de grupos y movimientos, que con su fervor,
sus energías y sobre todo con su fe dan un fuerte impulso a la nueva vida en
los lugares eclesiales; los santuarios, que con la devoción constituyen puntos
de atracción para la fe en las Iglesias particulares.
83. Con estas
indicaciones, precisas y ricas de esperanza, las respuestas a los Lineamenta
muestran que la línea asumida es la de un lento pero eficaz trabajo de revisión
del modo de ser Iglesia entre la gente, que evite los obstáculos del sectarismo
y de la “religión civil”, y permita mantener la forma de una Iglesia misionera.
En otras palabras, la Iglesia
tiene necesidad de no perder el rostro de Iglesia “doméstica popular”. Aunque
se encuentre en contextos de minoría o de discriminación, la Iglesia no debe perder su
prerrogativa de estar presente en la vida cotidiana de las personas, para
anunciar desde ese lugar el mensaje vivificador del Evangelio. Como afirmaba
Juan Pablo II, nueva evangelización significa rehacer el tejido cristiano de la
sociedad humana, rehaciendo el tejido de las mismas comunidades cristianas;
quiere decir, además, ayudar a la
Iglesia a seguir estando presente «entre las casas de sus
hijos y de sus hijas»,[39] para animar la vida y dirigirla al Reino que viene.
84. Una consideración
aparte merece la cuestión de la falta de sacerdotes: todos los textos expresan
la preocupación por la insuficiencia numérica del clero, que por consiguiente
no logra asumir serena y eficazmente la gestión de esta transformación del modo
de ser Iglesia. Algunas respuestas desarrollan un detallado análisis del
problema, interpretando esta crisis paralelamente a la análoga crisis del
matrimonio y de las familias cristianas. En muchas respuestas se afirma la
necesidad de imaginar una organización local de la Iglesia que vea cada vez
más integradas, junto a la figura de los presbíteros, figuras laicales en la
animación de las comunidades. En relación a problemáticas similares, muchas
respuestas esperan del debate sinodal palabras esclarecedoras y perspectivas
para el futuro. Casi todas las respuestas contienen una invitación a promover
en toda la Iglesia
una intensa pastoral vocacional, que parta de la oración y comprometa a todos
los sacerdotes y consagrados, pidiéndoles un estilo de vida que logre dar testimonio
de lo atractivo de la vocación recibida y que logre también descubrir formas
para dirigirse a los jóvenes. Lo mismo puede decirse de las vocaciones a la
vida consagrada, especialmente las femeninas.
Algunas respuestas
hay subrayado además la importancia de una formación adecuada en los Seminarios
y los Noviciados, así como también en los centros académicos, en vista de la
nueva evangelización.
Una definición y su
significado
85. La convocación de
la Asamblea
sinodal e, inmediatamente después, la creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
constituyen una etapa ulterior en el proceso de comprensión profunda del
significado atribuido a este término. Dirigiéndose a este Pontificio Consejo,
el Papa Benedicto XVI explica el contenido de la expresión “nueva
evangelización” con estas palabras: «Por tanto, haciéndome cargo de la
preocupación de mis venerados predecesores, considero oportuno dar respuestas
adecuadas para que toda la
Iglesia , dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu
Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de
promover una nueva evangelización [...]: no es difícil percatarse de que lo que
necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos
es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al
don de la gracia».[40] Mientras tanto, a la luz de la Redemptoris
missio,[41] la
Congregación para la Doctrina de la fe había intervenido para
explicitar el sentido del concepto de nueva evangelización con la definición:
«En sentido amplio se habla de “evangelización”, para referirse al aspecto
ordinario de la pastoral, y de “nueva evangelización” en relación a los que han
abandonado la vida cristiana».[42] Esta definición fue luego retomada por la Exhortación Apostólica
Postsinodal Africae munus.[43]
86. De estos textos
se deduce que el espacio geográfico dentro del cual se desarrolla la nueva
evangelización, sin ser exclusivo, se refiere primariamente al Occidente
cristiano. Así también, los destinatarios de la nueva evangelización aparecen
suficientemente identificados: se trata de aquellos bautizados de nuestras
comunidades que viven una nueva situación existencial y cultural, dentro de la
cual, de hecho, está incluida su fe y su testimonio. La nueva evangelización
consiste en imaginar situaciones, lugares de vida y acciones pastorales, que
permitan a estas personas salir del “desierto interior”, imagen usada por el
Papa Benedicto XVI para representar la condición humana actual, prisionera de
un mundo que ha prácticamente excluido la cuestión de Dios del propio
horizonte. Tener el coraje de introducir el interrogante sobre Dios dentro de
este mundo; tener el valor de dar nuevamente cualidad y motivos a la fe de
muchas de nuestras Iglesias de antigua fundación: ésta es la tarea específica
de la nueva evangelización.
87. La mencionada
definición, sin embargo, tiene valor de ejemplaridad, más que de una definición
completa y detallada. En ella el Occidente es asumido como un lugar ejemplar,
más que como el objetivo único de toda la actividad de la nueva evangelización,
que no puede ser reducida a un simple ejercicio de actualización de algunas
prácticas pastorales, sino que, al contrario, requiere una comprensión muy
seria y profunda de las causas que han llevado al Occidente cristiano a
encontrarse en tal situación.
La urgencia de la
nueva evangelización no puede ser reducida a estas situaciones. Como afirma el
Papa Benedicto XVI, «también en África, hay muchas situaciones que reclaman una
nueva presentación del Evangelio, “nueva en su ardor, en sus métodos, en su
expresión” [...] La nueva evangelización es una empresa urgente para los
cristianos en África, ya que también ellos deben renovar su entusiasmo por
pertenecer a la
Iglesia. Inspirados por el Espíritu del Señor resucitado,
están llamados a vivir, en el ámbito personal, familiar y social, la Buena Nueva y a
anunciarla con renovado celo a las personas cercanas y lejanas, empleando para
su difusión los nuevos métodos que la providencia divina pone a nuestra
disposición».[44] Análogas afirmaciones valen, obviamente aplicadas según las
situaciones particulares, para los cristianos en América, en Asia, en Europa y
en Oceanía, continentes en los cuales desde hace tiempo la Iglesia está comprometida
en la promoción de la nueva evangelización.
88. La nueva
evangelización es el nombre dato a este impulso espiritual, a este lanzamiento
de un movimiento de conversión que la Iglesia pide a sí misma, a todas sus comunidades,
a todos sus bautizados. Por lo tanto, es una realidad que no se refiere
solamente a determinadas regiones bien definidas, sino que se trata del camino
que permite desplegar y traducir en la práctica la herencia apostólica para
nuestro tiempo. Con la nueva evangelización la Iglesia desea introducir
en el mundo de hoy y en la actual discusión su temática más originaria y
específica: ser el lugar en el cual ya ahora se realiza la experiencia de Dios,
donde bajo la guía del Espíritu del Resucitado nos dejamos transfigurar por el
don de la fe. El Evangelio es siempre el nuevo anuncio de la salvación obrada
por Cristo para hacer participar a la humanidad en el misterio de Dios y de su
vida de amor y abrir a todos los hombres un futuro de esperanza segura y
sólida. Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está llamada a
desarrollar una nueva evangelización, significa intensificar la acción
misionera para responder plenamente al mandato del Señor.
89. No existe ninguna
situación eclesial que pueda considerarse excluida de este programa: ante todo,
las antiguas Iglesias cristianas con el problema del abandono práctico de la fe
da parte de muchos. Este fenómeno, aunque en menor medida, se registra también
en las nuevas Iglesias, sobre todo en las grandes ciudades y en algunos
sectores que ejercen un influjo cultural y social determinante. Como gran
desafío social y cultural, las nuevas metrópolis – que surgen y se expanden con
gran rapidez sobre todo en los Países en vía de desarrollo – son seguramente un
terreno adecuado para la nueva evangelización. La nueva evangelización se
refiere, además, a las Iglesias jóvenes, comprometidas en experiencias de
inculturación que exigen continuas verificaciones para poder introducir el
Evangelio, que purifica y eleva las culturas, y sobre todo para abrirlas a su
novedad. Más en general, todas las comunidades cristianas tienen necesidad de
una nueva evangelización, porque están comprometidas en el ejercicio de una
atención pastoral que parece siempre más difícil de llevar adelante y corre el
riesgo de transformarse en una actividad repetitiva poco capaz de comunicar las
razones para las cuales ha nacido.
Tercer capítulo
Transmitir la fe
«Se mantenían
constantes en la enseñanza de los apóstoles,
en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones.
[...] Acudían
diariamente al Templo con perseverancia y
con un mismo espíritu
partían el pan en las casas
y tomaban el alimento
con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios y
gozando de la simpatía de todo el pueblo.
Por lo demás, el
Señor agregaba al grupo a los que
cada día se iban
salvando» (Hch 2,42.46-47).
90. El objetivo de la
nueva evangelización es la transmisión de la fe, como indica el tema de la Asamblea sinodal. Las
palabras del Concilio Vaticano II nos recuerdan que se trata de una dinámica
muy compleja, que implica en modo total la fe de los cristianos y la vida de la Iglesia en la experiencia
de la revelación de Dios, el cual «quiso que lo que había revelado para
salvación de todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera transmitido a
todas las edades»;[45] «la
Sagrada Tradición , pues, y la Sagrada Escritura
constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia ; fiel a este
depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los
Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y
en la oración (cf. Hch 2,42), de suerte que prelados y fieles colaboran
estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe
recibida».[46]
91. Como leemos en
los Hechos de los Apóstoles, no se puede transmitir lo que no se cree y no se
vive. No se puede transmitir el Evangelio sin tener como base una vida que sea
modelada por el Evangelio, es decir, que en ese Evangelio encuentre su sentido,
su verdad y su futuro. Como para los Apóstoles, también para nosotros hoy se
trata de la comunión vivida con el Padre, en Jesucristo, gracias a su Espíritu
que nos transfigura y nos hace capaces de irradiar la fe que vivimos y de
suscitar la respuesta en aquellos que el Espíritu ha ya preparado con su visita
y su acción (cf. Hch 16,14). Para proclamar en modo fecundo la Palabra del Evangelio, se
requiere una profunda comunión entre los hijos de Dios, que es signo distintivo
y al mismo tiempo anuncio, como nos lo recuerda el apóstol Juan: «Os doy un
mandamiento nuevo; que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado,
así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que
sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,34-35).
92. Esta tarea de
anuncio y proclamación no está reservada sólo a algunos ni a pocos elegidos. Es
un don hecho a cada hombre que responde a la llamada de la fe. La transmisión
de la fe no es una acción reservada a una persona individual encomendada de esa
tarea. Es un deber de cada cristiano y de toda la Iglesia , que en esta
acción redescubre continuamente la propia identidad de pueblo congregado por la
llamada del Espíritu, para vivir la presencia de Cristo entre nosotros, y
descubrir así el verdadero rostro de Dios, que es para nosotros Padre.
La transmisión de la
fe, como acción fundamental de la
Iglesia , lleva a las comunidades cristianas a articular en
modo concreto las obras fundamentales de la vida de fe: caridad, testimonio,
anuncio, celebración, escucha, participación compartida. Es necesario concebir
la evangelización como un proceso a través del cual la Iglesia , movida por el
Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo; impulsada por la
caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando
las culturas. Proclama explícitamente el Evangelio, llamando a la conversión.
Mediante la catequesis y los sacramentos de iniciación, acompaña aquellos que
se convierten a Jesucristo, o aquellos que retoman el camino de su seguimiento,
incorporando los unos y reconduciendo los otros a la comunidad cristiana.
Alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la
doctrina de la fe, los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Suscita
continuamente la misión, enviando todos los discípulos de Cristo a anunciar el
Evangelio, con palabras y obras en todo el mundo. En su obra de discernimiento,
necesario en la nueva evangelización, la Iglesia descubre que en muchas comunidades
cristianas la transmisión de la fe tiene necesidad de un renacimiento.
El primado de la fe
93. La convocación
del Año de la Fe ,
de parte del Papa Benedicto XVI, recuerda la análoga decisión tomada por Pablo
VI en 1967, haciendo suyos los motivos de entonces. El objetivo de aquella
iniciativa era promover en toda la
Iglesia un auténtico estímulo en la profesión del Credo. Una
profesión que debía ser «individual y colectiva, libre y consciente, interior y
exterior, humilde y franca».[47] Bien consciente de las graves dificultades del
tiempo, sobre todo en relación a la profesión de la verdadera fe y a su recta
interpretación, el Papa Pablo VI pensaba que, en tal modo, la Iglesia habría podido
recibir un fuerte impulso para una renovación profunda, interior y misionera.
94. El Santo Padre
Benedicto XVI se mueve en la misma prospectiva, cuando pide que el Año de la Fe sirva para dar testimonio
del hecho que los contenidos esenciales, los cuales desde hace siglos
constituyen el patrimonio de todos los creyentes, tienen necesidad de ser
confirmados y profundizados de manera siempre nueva, con la finalidad de dar un
coherente testimonio de ellos en condiciones históricas diversas del pasado.
Existe el riesgo que la fe, que introduce a la vida de comunión con Dios y
permite el ingreso en su Iglesia, no sea comprendida en su sentido profundo, es
decir, que no sea asumida por los cristianos como el instrumento que transforma
la vida con el gran don de la filiación divina en la comunión eclesial.
95. Las respuestas a
los Lineamenta confirman la seriedad de tal riesgo y se lamentan acerca de las
carencias de tantas comunidades en la educación de una fe adulta. No obstante
los esfuerzos hechos en estas décadas, más de una respuesta da la impresión que
esta obra de educación a una fe adulta se encuentra sólo en los comienzos. Los
obstáculos principales en la transmisión de la fe son análogos en todas partes.
Se trata de obstáculos internos a la
Iglesia , a la vida cristiana: una fe vivida en modo privado y
pasivo; la inadvertencia de la necesidad de una educación de la propia fe; una
separación entre la fe y la vida. De las respuestas recibidas se puede redactar
una lista de los obstáculos que desde afuera de la vida cristiana, en
particular en la cultura, hacen precaria y difícil la vida de fe y su
transmisión: el consumismo y el hedonismo; el nihilismo cultural; la cerrazón a
la trascendencia, que elimina toda necesidad de salvación. La reflexión sinodal
podrá retornar sobre este diagnóstico, para ayudar a las comunidades cristianas
a encontrar los remedios adecuados a estos males.
96. Sin embargo, se
perciben también signos de un futuro mejor, que permiten entrever un
renacimiento de la fe. La existencia en las Iglesias particulares de
iniciativas de sensibilización y de formación, así como también el ejemplo de
comunidades de vida consagrada y de grupos y movimientos, son descriptos en las
respuestas como un camino que permite dar nuevamente a la fe aquel primado que
le corresponde.
Esta transformación
tiene como primer efecto benéfico un aumento de la calidad de la vida cristiana
de la misma comunidad y una maduración de las personas que forman parte de
ella. La consideración de la propia fe como experiencia de Dios y centro de la
propia vida, es el objetivo que muchas Iglesias particulares relacionan con la
celebración del Sínodo sobre la nueva evangelización para la transformación de
la vida cotidiana.
97. El mejor lugar
para la transmisión de la fe es una comunidad nutrida y transformada por la
vida litúrgica y por la oración. Existe una relación intrínseca entre fe y
liturgia: “lex orandi lex credendi”. «Sin la liturgia y los sacramentos, la
profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene
el testimonio de los cristianos».[48] «En efecto, la Liturgia , por cuyo medio
“se ejerce la obra de nuestra Redención”, sobre todo en el divino sacrificio de
la Eucaristía ,
contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a
los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia.[...] Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a
su vez, envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a
predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su
Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos
condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que
proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales
gira toda la vida litúrgica».[49]
Las respuestas a los
Lineamenta muestran, en este sentido, todos los esfuerzos realizados para
ayudar a las comunidades cristianas a vivir la naturaleza profunda de la
liturgia. En las comunidades cristianas la liturgia y la vida de oración
transforman un simple grupo humano en una comunidad que celebra y transmite la
fe trinitaria en Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo.
Las dos Asambleas
Generales Ordinarias precedentes, que tenían por tema la Eucaristía y la Palabra de Dios en la vida
de la Iglesia ,
han sido vividas como una valiosa ayuda para continuar fructuosamente
recibiendo y desarrollando la reforma litúrgica iniciada con el Concilio
Vaticano II. Han evocado la centralidad del misterio eucarístico y de la Palabra de Dios para la
vida de la Iglesia.
En este cuadro varias
respuestas vuelven a considerar la importancia de la lectio divina. La lectio
divina (personal y comunitaria) se presenta naturalmente como un lugar de
evangelización: es oración que deja amplio espacio a la escucha de la Palabra de Dios, guiando
de este modo la vida de fe y de oración a su fuente inagotable: Dios que habla,
interpela, orienta, ilumina y juzga. Si «la fe viene de la predicación» (Rm
10,17), la escucha de la
Palabra de Dios es para cada creyente y para la Iglesia en su conjunto un
potente y simple instrumento de evangelización y renovación en la gracia de
Dios.
98. De todos modos,
las respuestas revelan la existencia de comunidades cristianas que han logrado
redescubrir el valor profundo de la acción litúrgica, que es al mismo tiempo
culto divino, anuncio del Evangelio y caridad en acción.
La atención de tantas
respuestas se encuentra centrada sobre todo en el sacramento de la
reconciliación, que ha casi desaparecido de la vida de los cristianos. Ha sido
muy positivamente apreciada por tantas respuestas la celebración de este
sacramento en momentos extraordinarios: en las Jornadas Mundiales de la Juventud , en las
peregrinaciones a los santuarios, aunque ni siquiera estos gestos logran
influir positivamente en la práctica de la reconciliación sacramental.
99. También el tema
de la oración ha sido objeto de reflexión, en las respuestas a los Lineamenta,
para subrayar, por una parte, los elementos positivos registrados: discreta
difusión de la celebración de la liturgia de las horas (en las comunidades
cristianas, pero también rezada personalmente); redescubrimiento de la
adoración eucarística como fuente de la oración personal; difusión de los
grupos de escucha y de oración sobre la Palabra de Dios; difusión espontánea de grupos de
oración mariana, carismática o de devoción. Más complejo es, en cambio, el
juicio que las respuestas a los Lineamenta han dado respecto a la relación
entre la fe cristiana y a las formas de piedad popular: se reconocen algunos
beneficios derivados de esta relación, se denuncia el peligro del sincretismo y
de una debilitación de la fe.
La pedagogía de la fe
100. Fiel al Señor,
desde los comienzos de su historia, la Iglesia ha asumido la verdad de los relatos
evangélicos y la ha experimentado en sus ritos, reunida en la síntesis y en la
norma de la fe, que es el Símbolo, norma que ha sido traducida en orientaciones
de vida, vivida en una relación filial con Dios. Todo esto lo ha recordado el
Papa Benedicto XVI en la carta con la cual convoca al Año de la Fe , cuando, citando la Constitución Apostólica
con la que fue promulgado el Catecismo de la Iglesia Católica ,
afirma que para poder ser transmitida la fe debe ser «profesada, celebrada,
vivida y rezada».[50]
Así, a partir del
fundamento de las Escrituras, la tradición eclesial ha creado una pedagogía de
la transmisión de la fe, que ha desarrollado en los cuatro grandes títulos del
Catecismo Romano: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración del
Padre Nuestro. Por una parte, los misterios de la fe en Dios Uno y Trino, como
son confesados (Símbolo) y celebrados (sacramentos); por otra parte, la vida
humana conforme a esa fe (a una fe que se hace operante a través del amor), que
se hace concreta en el modo de vivir cristiano (Decálogo) y en la oración
filial (el Padre Nuestro). Estos mismos títulos forman hoy el esquema general
del Catecismo de la
Iglesia Católica.[ 51]
101. El Catecismo de la Iglesia Católica
nos ha sido entregado como el instrumento para una doble acción: contiene los
conceptos fundamentales de la fe y al mismo tiempo indica la pedagogía de su
transmisión. La finalidad es hacer vivir en cada creyente la fe en su
integridad, que es ofrecida como contenido de verdad y como adhesión a ella. La
fe es esencialmente un don de Dios que provoca el abandono de sí al Señor
Jesús. Así, la adhesión al contenido de la fe se transforma en actitud,
decisión de seguir a Jesús y de conformar la propia vida a la suya. Así lo
explica claramente el apóstol Pablo, que nos permite entrar dentro de esta
estructura pedagógica profunda de la fe: «pues con el corazón se cree para
conseguir la justicia, con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rm
10,10). «.En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se
cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento [...] el
conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después
el corazón [...] no está abierto por la gracia que permite tener ojos para
mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios».[52]
Esta citación, atenta
a la estructura y al significado profundo del Catecismo de la Iglesia Católica ,
mientras se celebra el vigésimo aniversario de su publicación, es útil para
ofrecer a la reflexión sinodal los instrumentos para llevar adelante un
discernimiento sobre el grande compromiso que la Iglesia ha asumido en
estas décadas para la renovación de su catequesis. A un nivel descriptivo, las
respuestas a los Lineamenta ponen en evidencia los grandes pasos realizados
para revisar y estructurar mejor la catequesis y los itinerarios de educación a
la fe. Se mencionan los proyectos elaborados, los textos publicados, las
iniciativas llevadas a cabo para formar a los catequistas, no sólo en el uso de
los nuevos instrumentos, sino también en la maduración de una comprensión más
completa de su misión.
102. Los juicios
dados son generalmente positivos: se trata de un esfuerzo enorme, cumplido por la Iglesia a muchos niveles
(Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris,
Conferencias Episcopales, centros diocesanos o eparquiales, comunidades
parroquiales, catequistas individuales, institutos de teología y de pastoral),
cuyo éxito consiste en la maduración de todo el cuerpo eclesial hacia una fe
más consciente y participada. Las respuestas muestran que la Iglesia dispone de los
medios necesarios para transmitir la fe, cuyo uso activo y críticamente atento
es facilitado por la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.Su
publicación ha servido a las Iglesias Orientales Católicas y a las Conferencias
Episcopales como punto de referencia para dar unidad y claridad de orientación
a la acción catequística de la
Iglesia.
103. Las respuestas
contienen también una evaluación de todo este esfuerzo hecho para dar razón de
nuestra fe hoy. Es evidente que, no obstante el empeño puesto, la transmisión
de la fe conoce más de un obstáculo, sobre todo en el cambio muy acelerado de
parte de la cultura, que se ha hecho más agresiva respecto a la fe cristiana.
Además, se alude a los diversos frentes abiertos por el progreso de la ciencia
y de la tecnología. Finalmente, se insiste en el hecho que la catequesis es
todavía percibida como preparación a las diversas etapas sacramentales, más que
como educación permanente de la fe de los cristianos.
104. El proceso de
secularización de la cultura ha hecho ver claramente que los diversos métodos
de catequesis son signo de vitalidad, aunque tales métodos no siempre han
permitido una plena maduración para transmitir la fe. La reflexión sinodal se
enfrenta con el deber de continuar la tarea iniciada con el Sínodo sobre la
catequesis: realizar hoy una transmisión de la fe que asuma como propia la ley
fundamental de la catequesis, aquella de la doble fidelidad, a Dios y al
hombre, en una misma actitud de amor.[53] El Sínodo se interrogará acerca del
modo de realizar una catequesis que sea integral, orgánica, que transmita en
modo intacto el núcleo de la fe, y al mismo tiempo sepa hablar a los hombres de
hoy, dentro de sus culturas, escuchando sus interrogantes, animando en ellos la
búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza.
Los sujetos de la
transmisión de la fe
105. El sujeto de la
transmisión de la fe es toda la
Iglesia , que se manifiesta en las Iglesias particulares,
Eparquías y Diócesis. El anuncio, la transmisión y la experiencia vivida del
Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas Iglesias particulares,
además de ser sujeto, son también el fruto de esta acción de anuncio del
Evangelio y de trasmisión de la fe, como nos lo recuerda la experiencia de las
primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2,42-47): el Espíritu congrega a los
creyentes alrededor de las comunidades que viven en modo ferviente la propia
fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles y de la Eucaristía , y
consumando la vida en el anuncio del Reino de Dios. El Concilio Vaticano II
acoge esta descripción como fundamento de la identidad de cada comunidad
cristiana, cuando afirma que «Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente
presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a
sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias.
Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo
y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la
predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor para que por
medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad».[54]
106. La vida concreta
de nuestras Iglesias ha podido ver en el campo de la transmisión de la fe, y
más genéricamente del anuncio del Evangelio, una realización concreta, a menudo
ejemplar, de esta afirmación del Concilio. Las respuestas han dado amplio
relieve al hecho que el número de los cristianos, que en las últimas décadas se
han comprometido en modo espontáneo y gratuito en esta tarea, ha sido
verdaderamente notable y ha sido para la vida de las comunidades un verdadero
don del Espíritu. Las acciones pastorales vinculadas a la transmisión de la fe
han permitido a la Iglesia
estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales, mostrando la
riqueza y la variedad de los ministerios que la componen y que animan su vida
cotidiana. Así se ha podido comprender en modo nuevo la participación, junto al
Obispo, de las comunidades cristianas y de los diversos sujetos implicados
(presbíteros, padres de familia, religiosos, catequistas), cada uno con la
propia tarea y la propia aptitud.
107. Como hemos ya
tenido oportunidad de subrayar, el anuncio del Evangelio y la transmisión de la
fe pueden ser un estímulo a las transformaciones que se están verificando
directamente en las comunidades parroquiales. Las respuestas piden que se ponga
al centro de la nueva evangelización la parroquia, comunidad de comunidades, no
sólo administradora de servicios religiosos, sino espacio para las familias,
promotora de grupos de lectura de la
Palabra y de un renovado compromiso laical, lugar en el cual
se hace una verdadera experiencia de Iglesia, gracias a una acción sacramental
vivida en su significado más genuino. Los Padres sinodales deberían profundizar
esta vocación de la parroquia, punto de referencia y de coordinación de una
vasta gama de realidades e iniciativas pastorales.
108. Además del papel
insustituible de la comunidad cristiana en su conjunto, la tarea de transmitir
la fe y de educar para la vida cristiana implica muchos sujetos cristianos. Las
respuestas se refieren sobre todo a los catequistas. Se subraya el don recibido
por tantos cristianos que, en modo gratuito y a partir de la propia fe, han
dado una contribución singular e insustituible al anuncio del Evangelio y a la
transmisión de la fe, sobre todo en las Iglesias evangelizadas desde hace pocos
siglos. La nueva evangelización exige un compromiso mayor tanto para ellos como
para la Iglesia
en relación a ellos, según indican algunas respuestas. Los catequistas son
testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza
fundamental de las comunidades cristianas. Ellos necesitan que la Iglesia reflexione con
mayor profundidad sobre la tarea que ellos desarrollan, dándoles mayor
estabilidad, visibilidad ministerial y formación. A partir de estas premisas se
pide que la Asamblea
sinodal, asumiendo la reflexión ya comenzada en estas décadas, se pregunte
sobre la posibilidad de configurar para el catequista un ministerio estable e
instituido dentro de la
Iglesia. En este momento de fuerte impulso de la acción de
anuncio y de transmisión de la fe, una decisión en este sentido sería percibida
como un recurso y un sostenimiento muy eficaz en favor de la nueva
evangelización, a la cual toda la
Iglesia está llamada.
109. Varias
respuestas evidencian el papel importante de los diáconos y de tantas mujeres
que se dedican a la catequesis. Estas constataciones positivas se encuentran
acompañadas en diversas respuestas por observaciones que expresan preocupación.
Se registra en estos últimos años, como consecuencia de la disminución numérica
de los sacerdotes y del compromiso de los mismos en el seguimiento de diversas
comunidades cristianas, la delegación cada vez más difundida de la catequesis a
los laicos. Las respuestas reflejan la expectativa que la reflexión sinodal
pueda ayudar a la comprensión de los cambios actuales en el modo de vivir la
identidad sacerdotal hoy. Así se podrán orientar estos cambios, salvaguardando
la identidad específica e insustituible del ministerio sacerdotal en el campo
de la evangelización y de la transmisión de la fe. Más en general, será útil
que la reflexión sinodal ayude a las comunidades cristianas a dar un nuevo
sentido misionero al ministerio de los presbíteros, de los diáconos, de los
catequistas presentes y operantes en ellas.
La familia, lugar ejemplar
de evangelización
110. Entre los
sujetos de la transmisión de la fe, las respuestas dan mucho espacio a la
figura de la familia. Por una parte, el mensaje cristiano sobre el matrimonio y
la familia es un gran don, que hace de la familia un lugar ejemplar para dar
testimonio de la fe, por su capacidad profética de vivir los valores
fundamentales de la experiencia cristiana: dignidad y complementariedad del
hombre y la mujer, creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), apertura a la vida,
participación y comunión, dedicación a los más débiles, atención educadora,
confianza en Dios como fuente del amor que realiza la unión. Muchas Iglesias
particulares insisten e invierten energías en la pastoral familiar,
precisamente en esta prospectiva misionera y testimonial.
111. Por otra parte,
para la Iglesia
la familia tiene el deber de educar y transmitir la fe cristiana desde el
comienzo de la vida humana. De aquí nace el vínculo profundo entre la Iglesia y la familia, con
la ayuda que Iglesia desea ofrecer a la familia y la ayuda que la Iglesia espera de la
familia. Con frecuencia las familias están sometidas a fuertes tensiones, a
causa de los ritmos de vida, de la inestabilidad del trabajo, de la precariedad
que aumenta, del cansancio en una tarea educativa que se hace cada vez más
ardua. Las mismas familias que han tomado conciencia de sus dificultades
sienten la necesidad del apoyo de la comunidad, de la acogida, de la escucha y
del anuncio del Evangelio, del acompañamiento en la tarea educativa. El
objetivo común es que la familia tenga un papel cada vez más activo en el
proceso de transmisión de la fe.
112. Las respuestas
registran las dificultades y las necesidades emergentes de tantas familias de
hoy, también de las familias cristianas: la necesidad de ayuda manifestada en
modo cada vez más evidente en tantas situaciones de dolor y de fracaso en la
educación en la fe, sobre todo de los niños. Diversas respuestas se refieren a
la constitución de grupos de familias (locales o relacionados con experiencias
y movimientos eclesiales) animados por la fe cristiana, que ha permitido a
tantos cónyuges afrontar mejor las dificultades que encuentran, dando así
también un claro testimonio de la fe cristiana.
113. Precisamente
estas uniones de familias, según muchas respuestas, son un ejemplo de los
frutos que el anuncio de la fe genera en nuestras comunidades cristianas. A
este respecto, las respuestas muestran un cierto optimismo acerca de la
capacidad de resistencia de parte de tantas comunidades cristianas, aún en la
situación de provisionalidad y de precariedad en que se encuentran; acerca de
la fidelidad en la celebración común de la propia fe; acerca de la
disponibilidad, aunque limitadamente a causa de los pocos recursos, para acoger
a los pobres y dar testimonio evangélico en la simplicidad de lo cotidiano.
Llamados para
evangelizar
114. Como un don que
ha de ser acogido con gratitud, las respuestas mencionan la vida consagrada. Se
reconoce la importancia, a los efectos de la transmisión de la fe y del anuncio
del Evangelio, de las grandes órdenes religiosas y de las diversas formas de
vida consagrada, en particular de las órdenes mendicantes, de los institutos
apostólicos y de los institutos seculares, con el propio carisma profético y
evangelizador, también en momentos de dificultad y de revisión del proprio
estilo de vida. La presencia de la vida consagrada, aunque escondida, es vista,
sin embargo, desde una óptica de fe como fuente de muchos frutos espirituales a
favor del mandato misionero, que la
Iglesia está llamada a vivir en el presente. Muchas Iglesias
locales reconocen la importancia de este testimonio profético del Evangelio,
fuente de tantas energías para la vida de fe de las comunidades cristianas y de
tantos bautizados.
Varias respuestas
manifiestan la expectativa que la vida consagrada ofrezca una contribución
esencial a la nueva evangelización, en particular en el campo de la educación,
de la sanidad, de la atención pastoral, sobre todo hacia los pobres y las
personas más necesitadas de ayuda espiritual y material.
En este contexto se
reconoce también el valioso sostén a la nueva evangelización de parte de la
vida contemplativa, sobre todo de los monasterios. La relación entre
monaquismo, contemplación y evangelización, como demuestra la historia, es
sólida y da frutos. Tal experiencia constituye el corazón de la vida de la Iglesia , que mantiene viva
la esencia del Evangelio, el primado de la fe y la celebración de la liturgia,
dando un sentido al silencio y a toda otra actividad para la gloria de Dios.
115. El florecimiento
en estas décadas, en modo frecuentemente gratuito y carismático, de grupos y
movimientos dedicados prioritariamente al anuncio del Evangelio es otro don de la Providencia en la Iglesia. En referencia
a ellos, diversas respuestas señalan los elementos esenciales del estilo que
hoy deberían asumir las comunidades y los cristianos individualmente para dar
razón de la propia fe. Se trata de las cualidades de aquellos que podríamos
definir los “nuevos evangelizadores”: capacidad de vivir y de dar razón de las
propias opciones de vida y de los propios valores; deseo de profesar en modo
público la propia fe, sin miedo ni falso pudor; búsqueda activa de momentos de
comunión vivida en la oración y en intercambio fraterno; predilección espontánea
por los pobres y los excluídos; pasión por la educación de las nuevas
generaciones.
116. Esta importante
referencia al tema de los carismas, visto como un recurso valioso para la nueva
evangelización, exige que la reflexión sinodal profundice mejor esta
problemática, sin detenerse sólo en la constatación de estos recursos, sino
poniéndose el problema de la integración de su acción en la vida de la Iglesia misionera. Ha sido
pedido que la Asamblea
sinodal concentre la atención sobre la relación entre carisma e institución,
entre dones carismáticos y dones jerárquicos[55] en la vida concreta de las
diócesis, en la proyección misionera de los mismos. Así podrían ser removidos
aquellos obstáculos que algunas respuestas han denunciado y que no permiten integrar
plenamente los carismas para el sostenimiento de la nueva evangelización. Se
podría desarrollar el tema de una “coesencialidad” – sugieren siempre las
respuestas – de estos dones del Espíritu para la vida y la misión de la Iglesia , en la prospectiva
de la nueva evangelización.[56] De esta reflexión se podrían luego proponer
instrumentos pastorales más incisivos que valoricen mejor los recursos
carismáticos.
117. En las
respuestas, el nacimiento de estas nuevas experiencias y formas de
evangelización es considerado en continuidad con la experiencia de los grandes
movimientos, instituciones y asociaciones de evangelización, en la historia del
cristianismo, como por ejemplo, la Acción Católica. Del atractivo que logran ejercer
y del carácter gozoso del modo de vivir surge el don de las vocaciones. En más
de un caso, se señala que entre algunas formas históricas de vida consagrada y
estos nuevos movimientos se realiza un intercambio recíproco de dones.
Dar razón de la
propia fe
118. El contexto en
el cual nos encontramos nos pide que sea explícita y activa la tarea del
anuncio y de la transmisión de la fe, que corresponde a cada cristiano. En más
de una respuesta se afirma que la primera urgencia de la Iglesia hoy es el deber de
despertar la identidad bautismal de cada uno, para que sepa ser verdadero
testigo del Evangelio y para que sepa dar razón de la propia fe. Todos los
fieles, en razón del sacerdocio común[57] y de la participación en el oficio
profético[58] de Cristo, están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. A los fieles
laicos corresponde, en particular, demostrar con el propio testimonio que la fe
cristiana constituye una respuesta a los problemas existenciales que la vida
pone en cada tiempo y en cada cultura, y que, por lo tanto, la fe interesa a
cada hombre, aunque sea agnóstico o no creyente. Esto será posible si se
superará la fractura entre Evangelio y vida, recomponiendo en la cotidiana
actividad – en la familia, en el trabajo y en la sociedad – la unidad de una
vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en
plenitud.[59]
119. Es necesario que
cada cristiano se sienta llamado a esta tarea que la identidad bautismal le ha
confiado, que se deje guiar por el Espíritu al responder a tal llamada, según
la propia vocación. En un momento en el cual la opción por la fe y por el
seguimiento de Cristo resulta menos fácil y poco comprensible de parte del
mundo, incluso contrastada y obstaculizada por el mondo, aumenta la tarea de la
comunidad y de los cristianos, individualmente considerados, de ser testigos
intrépidos del Evangelio. La lógica de dicho comportamiento es sugerida por el
apóstol Pedro, cuando nos invita a dar razón, a responder a quienquiera que nos
pida razones de la esperanza que reside en nosotros (cf. 1 P 3,15). Una nueva
época para el testimonio de nuestra fe, nuevas formas de respuesta (apología)
para quien pide el logos, la razón de nuestra fe, son los caminos que el
Espíritu indica a nuestras comunidades cristianas. Esto sirve para renovarnos,
para anunciar más incisivamente en el mundo en que vivimos la esperanza y la
salvación dadas por Jesucristo. Se trata de aprender un nuevo estilo, se trata
de responder «con dulzura y respeto» y de mantener «una buena conciencia» (1 P
3,16). Es una invitación a vivir con aquella fuerza humilde que nos viene de
nuestra identidad de hijos de Dios, de la unión con Cristo en el Espíritu y de
la novedad que esta unión ha generado en nosotros. Es una invitación a vivir
con aquella determinación de quien sabe que su meta es el encuentro con Dios
Padre en su Reino.
120. Este estilo debe
ser un estilo integral, que abarque el pensamiento y la acción, los
comportamientos personales y el testimonio público, la vida interna de nuestras
comunidades y su impulso misionero. Así se confirma la atención educativa y la
dedicación afable a los pobres, la capacidad de cada cristiano de tomar la
palabra en los ambientes en los cuales vive y trabaja para comunicar el don
cristiano de la esperanza. Este estilo debe hacer suyo el ardor, la confianza y
la libertad de palabra (la parresia) que se manifestaban en la predicación de
los Apóstoles (cf. Hch 4,31; 9,27-28). Este es el estilo que el mundo debe
encontrar en la Iglesia
y en cada cristiano, según la lógica de nuestra fe. Este estilo nos compromete
personalmente, como nos recuerda el Papa Pablo VI: «además de la proclamación
que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e
importancia esa otra transmisión de persona a persona. [...] La urgencia de comunicar
la Buena Nueva
a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante
la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el
influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro
hombre».[60]
121. En esta
prospectiva, la invitación que nos es dirigida en el Año de la Fe a una auténtica y renovada
conversión al Señor, único Salvador del mundo, es una ocasión para aprovechar
en el mejor modo posible, para que cada comunidad cristiana, cada bautizado
pueda ser “sarmiento” que, dando fruto, es podado «para que dé más fruto» (Jn
15,2); y pueda así enriquecer el mundo y la vida de los hombres con los dones
de la vida nueva plasmada sobre la radical novedad de la resurrección. En la
medida de su libre disponibilidad, los pensamientos y los afectos, la
mentalidad y el comportamiento del hombre son lentamente purificados y
transformados, en un camino nunca completamente terminado en esta vida. La «fe
que actúa por la caridad» (Ga 5,6) es un nuevo criterio de inteligencia y de
acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Ef 4,20-29), dando nuevos
frutos.
Los frutos de la fe
122. Los frutos que
esta transformación, gracias a la vida de fe, genera dentro de la Iglesia , como signo de la
fuerza vivificadora del Evangelio, toman forma en la confrontación con los
desafíos de nuestro tiempo. Las respuestas indican los siguientes frutos:
familias que son signo verdadero de amor, de participación y de esperanza
abierta a la vida; comunidades dotadas de un verdadero espíritu ecuménico; el
coraje de sostener iniciativas de justicia social y de solidaridad; la alegría
de donar la propia vida siguiendo una vocación o una consagración. La Iglesia , que transmite su
fe en la nueva evangelización en todos estos ámbitos, muestra el Espíritu que
la guía y que transfigura la historia.
123. Así como la fe
se manifiesta en la caridad, así también la caridad sin la fe sería
filantropía. Fe y caridad en el cristiano se exigen recíprocamente, de tal modo
que una sostiene a la otra. En muchas respuestas ha sido subrayado el valor
testimonial de tantos cristianos, que dedican su vita con amor a quien está
solo, marginado o excluido, porque precisamente en estas personas se refleja el
rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en cuantos nos piden
amor el rostro del Señor resucitado: «cuanto hicisteis a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Es la fe que permite
reconocer a Cristo; y es su mismo amor que estimula a socorrerlo cada vez que
se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.
124. Con el sostén de
la fe, miramos con esperanza nuestro compromiso en el mundo, mientras esperamos
«nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia» (2 P 3,13). Es el
mismo compromiso evangelizador que nos exige, como decía Pablo VI, «alcanzar y
transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes
inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con
la palabra de Dios y con el designio de salvación».[61] Muchas respuestas piden
que se estimule a los bautizados a vivir con mayor dedicación la tarea
específica de evangelizar, también a través de la Doctrina social de la Iglesia , viviendo en el
mundo la propia fe en la búsqueda del verdadero bien para todos, en el respeto
y en la promoción de la dignidad de cada persona, hasta intervenir directamente
– en modo particular los fieles laicos – en la acción social y política.
La caridad es el
lenguaje que en la nueva evangelización, más que con palabras se expresa en las
obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las personas en necesidades
espirituales y materiales.
125. Un renovado
empeño ecuménico es también el fruto de una Iglesia que se deja transfigurar
por el Evangelio de Jesús, por su presencia. Como recuerda el Concilio Vaticano
II, la división entre los cristianos es un testimonio contrario: «División que
abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el
mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el
mundo».[62] La superación de las divisiones es la condición irrenunciable para
la plena credibilidad del seguimiento de Cristo. Lo que une a los cristianos es
mucho más fuerte que lo que los divide. Por lo tanto, debemos estimularnos
recíprocamente en tratar de vivir con fidelidad nuestro testimonio del
Evangelio, aprendiendo a crecer en la unidad. En este sentido, como piden
muchas Iglesias particulares, el ecumenismo es seguramente uno de los frutos
que pueden ser esperados de la nueva evangelización, dado que ambas acciones –
ecumenismo y evangelización – están orientadas a promover la unión en el cuerpo
visible de la Iglesia ,
para la salvación de todos.
126. También la
tensión del hombre hacia la verdad es uno de los frutos que muchas respuestas
esperan del impulso de la nueva evangelización. Se constata que varios sectores
de la cultura actual manifiestan una especie de aversión hacia todo lo que es
afirmado como verdad, en contraposición al concepto moderno de libertad
entendida como autonomía absoluta, que encuentra en el relativismo la única
forma de pensamiento adecuada a la convivencia entre diversidades culturales y
religiosas. A este respecto, muchas respuestas recomiendan que nuestras
comunidades, en general, y cada cristiano, en particular, – precisamente en
nombre de aquella verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32) – sepan acompañar a
los hombres hacia la verdad, la paz y la defensa de la dignidad humana, contra
cualquier forma de violencia y de supresión de derechos.
127. Un momento para
verificar tales caminos es seguramente el diálogo interreligioso, que no puede
ser condicionado por la renuncia al tema de la verdad, valor que es connatural a
la experiencia religiosa: la búsqueda de Dios es el acto que caracteriza en
modo supremo la libertad del hombre. Sin embargo, esta búsqueda es
verdaderamente libre cuando está abierta a la verdad, que no se impone con la
violencia, sino gracias a la fuerza atrayente de la verdad misma.[63] Como
afirma el Concilio Vaticano II: «la verdad debe buscarse de modo apropiado a la
dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una
libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la
comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la
verdad que han encontrado o creen haber encontrado, para ayudarse mutuamente en
la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que aceptarla firmemente
con asentimiento personal».[64] Se espera que el Sínodo relea el tema de la
evangelización, de la transmisión de la fe, a la luz del principio puesto en
evidencia por el binomio verdad-libertad.[65]
128. Por último,
también el coraje de denunciar las infidelidades y los escándalos que emergen
en las comunidades cristianas – como signo y consecuencia de una reducción de
tensión en esta tarea del anuncio – es parte de esta lógica del reconocimiento
de los frutos. Se necesita coraje para reconocer las culpas, mientras continúa
el testimonio de Jesucristo y de la perenne necesidad de ser salvados. Como nos
enseña el apóstol Pablo, podemos observar nuestras debilidades porque de este
modo reconocemos el poder de Cristo que nos salva (cf. 2 Co 12,9; Rm 7,14s). El
ejercicio de la penitencia, como conversión, conduce a la purificación y a la
reparación de las consecuencias de los errores, en la confianza que la
esperanza que nos ha sido dada «no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que non ha sido dado» (Rm 5,5).
Estas actitudes son fruto de la transmisión de la fe y del anuncio del
Evangelio, que, en primer lugar, no deja de renovar a los cristianos y a sus
comunidades, mientras ofrece al mundo el testimonio de la fe cristiana.
Cuarto capítulo
Reavivar la acción
pastoral
«Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20)
129. El mandato de
hacer discípulos a todos los pueblos y de bautizarlos ha dado origen en las
diversas épocas de la historia de la
Iglesia a prácticas pastorales dictadas por la voluntad de
transmitir la fe y por la necesidad de anunciar el Evangelio con el lenguaje de
los hombres, radicados en sus culturas y en medio a ellos.[66] Esta es una ley
expresada en modo claro por el Concilio Vaticano II: «[la Iglesia ] desde el comienzo
de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en
la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico.
Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las
exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la
predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la
evangelización [...] Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente
de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la
ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a
la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor
entendida y expresada en forma más adecuada».[67]
130. Una comprensión
cada vez más clara de las formas de transmisión de la fe, junto a los cambios
sociales y culturales que se colocan frente al cristianismo de hoy como un
desafío, han dado lugar, dentro de la Iglesia a un dilatado proceso de reflexión y de
revisión de sus prácticas pastorales, en particular de aquellas específicamente
consagradas a la introducción en la fe, a la educación en la fe y al anuncio
del mensaje cristiano. En efecto, «la Iglesia , por disponer de una estructura social
visible, señal de su unidad en Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se
enriquece también, con la evolución de la vida social, no porque le falte en la
constitución que Cristo le dio elemento alguno, sino para conocer con mayor
profundidad esta misma constitución, para expresarla de forma más perfecta y
para adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos».[68] Retomando las
afirmaciones del Papa Pablo VI en Evangelii nuntiandi,[69] el Santo Padre
Benedicto XVI confirma cómo la evangelización «no sería completa si no tuviera
en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se
establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre
[...] El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y
desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le
interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto
misionero de la doctrina social de la Iglesia , como un elemento esencial de
evangelización. Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente
imprescindible para educarse en ella».[70] Se trata de temas que han de ser
profundizados en la nueva evangelización. Ésta concierne también «el servicio
de la Iglesia
con vistas a la reconciliación, la justicia y la paz».[71]
La iniciación
cristiana, proceso evangelizador
131. El texto de los
Lineamenta afirmaba que, del modo según el cual la Iglesia sabrá conducir la
revisión en acto de su práctica bautismal, dependerá el rostro futuro del
cristianismo en el mundo, sobre todo en Occidente, así como también la
capacidad de la fe cristiana de hablar a la cultura actual. Las respuestas
recibidas muestran una Iglesia muy comprometida en este examen, que ha
alcanzado ya algunas certezas, pero que sobre tantas otras cuestiones muestra
aún signos de un trabajo inconcluso, de un itinerario no bien definido en
profundidad.
132. La primera
certeza está en la forma habitual de ingreso en la vida cristiana, que es el
bautismo recibido de niños, muy a menudo en el período inmediatamente siguiente
al nacimiento. La gran mayoría de las respuestas indica este dato como
resultado de un trabajo de observación, pero además como fruto de una opción
consciente. También las Iglesias más jóvenes ven en el bautismo administrado a
los niños un punto que indica un nivel alto de inculturación del cristianismo,
incluso en sus tierras. Varias respuestas, en cambio, revelan una fuerte
preocupación por el surgimiento de opciones de parte de padres bautizados de
diferir el bautismo del propio hijo, según diversos motivos, de los cuales el
más frecuente está relacionado con la posibilidad de una opción libre del
sujeto, un vez que es adulto.
133. Una segunda
certeza consiste en la presencia estable de pedidos de bautismo de parte de
adultos y de adolescentes. El fenómeno, aunque es decididamente menos relevante
a nivel numérico respecto al bautismo de niños, es considerado como un don que
permite a las comunidades cristianas hacer explícito el contenido profundo del
bautismo: el camino de preparación, la celebración de los escrutinios
prebautismales, la celebración del sacramento, son momentos que nutren la fe,
tanto del catecúmeno como de la comunidad.
134. Además, parece
cierto que la estructura del catecumenado, con referencia al Ordo Initiationis
Christianae Adultorum,[72] es el instrumento adecuado para realizar una reforma
del camino de ingreso en la fe de los más pequeños. Todas las Iglesias han
trabajado en estas décadas para dar a la introducción y educación en la fe un
carácter más testimonial y eclesial. Así se ha logrado reservar para al
sacramento del bautismo una celebración más consciente, en vista de una mejor
participación futura de los bautizados en la vida cristiana. Se han hecho
esfuerzos para dar forma a los caminos de iniciación cristiana, buscando
vincular en la unidad los sacramentos (bautismo, confirmación y eucaristía) y
tratando de implicar de manera cada vez más activa también a los padres y
padrinos. De hecho, muchas Iglesias han dado forma a una especie de
“catecumenado post-bautismal”, para reformar las prácticas de adhesión a la fe
y superar la fractura entre liturgia y vida, para que la Iglesia sea realmente una
madre que engendra a sus hijos en la fe.[73]
135. La nueva
evangelización es considerada en muchas respuestas como la llamada a consolidar
los esfuerzos hechos y las reformas introducidas para fortificar la fe: de los
catecúmenos, sobre todo, de sus familiares, de la comunidad que los sostiene y
los acompaña. La pastoral bautismal es asumida como uno de los lugares
prioritarios de la nueva evangelización.
136. En lo que se refiere
a los caminos de iniciación cristiana, las respuestas nos comunican dos datos:
una gran variedad y la pacífica coexistencia de fuertes diversidades. La
admisión a la primera comunión es, en general, colocada en el momento de la
escuela primaria, precedida por un camino de preparación. Existen también
experiencias mistagógicas, de acompañamiento sucesivo. Mucho más variada es la
colocación del sacramento de la confirmación en tiempos muy diferentes, incluso
entre diócesis limítrofes.
Basándose en lo que
fue afirmado en el Sínodo sobre la Eucaristía , es decir, que la diferenciación
práctica no es de orden dogmático sino pastoral,[74] los sujetos implicados no
parecen intencionados a revisar las decisiones. Por el contrario, se considera
la actual situación como una riqueza que es útil conservar.
La presencia
simultánea de prácticas diferentes no suscita reflexiones tales que lleven a
tomar en consideración la diferencia de praxis acerca de la iniciación
cristiana en las Iglesias Católicas Orientales.
137. A este respecto,
el trabajo que el Sínodo está llamado a desarrollar es amplio. No se trata
solamente de orientar una práctica diversificada para evitar la dispersión. Se
trata, también, más profundamente, de realizar lo que fue pedido por el Sínodo
sobre la Eucaristía ,
en relación a «la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar
cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras
comunidades, y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que
le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra
época (cf. 1 P 3,15)».[75] Es necesario comprender mejor, desde el punto de
vista teológico, la secuencia de los sacramentos de la iniciación cristiana,
que culmina con la
Eucaristía , y reflexionar sobre modelos para traducir en la
práctica la augurada profundización.
La exigencia del
primer anuncio
138. En diversas
circunstancias, en las respuestas emerge la exigencia de ayudar a las
comunidades cristianas locales, comenzando por las parroquias, a adoptar un
estilo más misionero de la propia presencia dentro del tejido social. Se
insiste para que nuestras comunidades, al anunciar el Evangelio, sepan suscitar
la atención de los adultos de hoy, interpretando sus preguntas y su sed de felicidad.
En una sociedad que ha rechazado muchas formas del discurso sobre Dios, la
necesidad que nuestras instituciones asuman sin miedo también una actitud
apologética y que vivan con serenidad formas de afirmación pública de la propia
fe, es considerada como una clara urgencia pastoral.
139. A esta situación
está dirigido el instrumento del primer anuncio al cual se refería el texto de
los Lineamenta. Entendido como un instrumento de propuesta explícita, o mejor
aún como proclamación, del contenido fundamental de nuestra fe, el primer
anuncio se dirige ante todo a aquellos que todavía no conocen a Jesucristo, a
los no creyentes y a aquellos que, de hecho, viven en la indiferencia
religiosa. Dicho anuncio llama a la conversión y debe ser integrado con otras
formas de anuncio e iniciación en la fe. Mientras estas formas están orientadas
al acompañamiento y a la maduración de una fe que ya existe, el primer anuncio
tiene como finalidad específica la conversión, que luego permanece como una
constante en la vida cristiana.
140. La distinción
entre estas diversas formas del anuncio no es, sin embargo, siempre fácil de
hacer, y no necesariamente debe ser afirmada en modo neto. Se trata de una
doble atención que forma parte de la misma acción pastoral. El instrumento del
primer anuncio estimula a las comunidades cristianas a dar espacio a la fe de
las personas, tanto de aquellas internas a las comunidades, como de aquellas
externas. El objetivo de tal anuncio es reavivar la fe o suscitarla, para
mantener la comunidad y los bautizados en una tensión constante y fiel hacia el
anuncio y el testimonio público de la fe que profesamos.
141. Por lo tanto, el
primer anuncio tiene necesidad de formas, lugares, iniciativas y eventos que
permitan llevar dentro de la sociedad el anuncio de la fe cristiana. En efecto,
las respuestas muestran que no faltan formas generales del primer anuncio.
Diversas Conferencias Episcopales han organizado eventos eclesiales nacionales.
Siempre en esta línea, muchas respuestas alaban algunos eventos
internacionales, como las Jornadas Mundiales de la Juventud , consideradas
como verdaderas formas de primer anuncio a escala mundial. También los viajes
apostólicos del Papa son interpretados en esta misma prospectiva, así como las
celebraciones de beatificación o canonización de un hijo o una hija de una
determinada Iglesia.
142. Por el
contrario, es causa de preocupación en muchas respuestas la escasez del primer
anuncio en la vida cotidiana, que se desarrolla en el barrio, dentro del mundo
del trabajo. La impresión común es que sería necesario trabajar mucho para
sensibilizar a las comunidades parroquiales a una urgente acción misionera. A
partir de las respuestas, la
Asamblea sinodal puede relevar una indicación para la
confrontación y la reflexión. Varias respuestas evidencian que el primer
anuncio puede encontrar un lugar en prácticas pastorales ya bien presentes en
la vida ordinaria de nuestras comunidades cristianas. Las acciones indicadas
son tres: la predicación, el sacramento de la reconciliación y la piedad
popular con sus devociones.
143. En cuanto a la
predicación, sobre todo la homilía dominical y también las otras formas de
predicación extraordinaria (misiones populares, novenas, homilías en ocasión de
funerales, bautismos, matrimonios, fiestas) son verdaderamente un instrumento
privilegiado para el primer anuncio. Por este motivo, como ha pedido la
precedente Asamblea General Ordinaria, las predicaciones han de ser preparadas
con cuidado, prestando atención al corazón del mensaje que se desea transmitir,
al carácter cristológico que deben tener, al uso del lenguaje, que debe
suscitar la escucha y la conversión de la asamblea.[76]
144. El sacramento de
la reconciliación tiene su significado originario en la experiencia viva del
rostro de la misericordia de Dios Padre para la conversión y el crecimiento de
cada penitente y de la comunidad que celebra este sacramento. Para que este
sacramento favorezca la evangelización, suscitando el sentido del pecado,
bastaría poner en práctica en modo ordinario y habitual lo que está previsto en
el Rito, es decir, que se comience con la proclamación de un pasaje bíblico a
la luz del cual se pueda examinar la propia conciencia, y discernir la propia
distancia respecto a la voluntad de Dios y del Evangelio.[77] Así se
reproduciría el camino bien conocido de los Hechos de los Apóstoles: de la
proclamación de la Palabra
al arrepentimiento para la remisión de los pecados (cf. Hch 2,14-47).
145. Además, la
piedad popular con sus devociones a María, en particular, y a los santos, en
los lugares sacros, los santuarios, para vivir itinerarios de penitencia y de
espiritualidad, se revela cada vez más como una vía muy actual y original. En
las peregrinaciones y en las devociones, las personas pueden ser introducidas
en la vía experimental en la fe y en los grandes interrogantes existenciales,
que tocan también la conversión de la propia vida. Se vive la experiencia
comunitaria de la fe, que abre nuevas visiones del mundo y de la vida. Trabajar
para que la riqueza de la oración cristiana sea bien custodiada en estos
lugares de conversión es seguramente un desafío para la nueva evangelización.
En particular, para
el culto mariano, la nueva evangelización no puede sino hacer suyas las
palabras del Concilio Vaticano II: «El santo Concilio enseña de propósito esta
doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con
generosidad el culto a la
Santísima Virgen , particularmente el litúrgico; que estimen
en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por
el Magisterio en el curso de los siglos [...] Recuerden, finalmente, los fieles
que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y
transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que
nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial
hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes».[78]
146. Las respuestas
indican otras prácticas que merecen ser mencionadas en vista del debate
sinodal, como instrumentos capaces de dar forma a la exigencia del primer
anuncio. En primer lugar se hace referencia a las misiones populares,
organizadas en el pasado a intervalos regulares en las parroquias, como una
forma de despertar las inquietudes espirituales de los cristianos del lugar.
Promover y dar forma hoy a un instrumento similar es uno de los pedidos
contenidos en más de una respuesta, integrando las misiones populares en las
prácticas comunitarias de escucha y de anuncio de la Palabra de Dios, hoy tan
difundidas en las comunidades cristianas. También son consideradas óptimas
ocasiones para un primer anuncio todas aquellas acciones pastorales que tienen
como objeto la preparación al sacramento del matrimonio. Estas prácticas no son
vistas como una simple y directa preparación a este específico sacramento, sino
más bien como verdaderos caminos de reapropiación y de maduración de la fe
cristiana. Finalmente, se pide que se incluya entre las acciones del primer
anuncio, también el cuidado y la atención que las comunidades cristianas
reservan al momento del sufrimiento y de la enfermedad.
Transmitir la fe,
educar al hombre
147. Los Lineamenta
han propuesto entre la iniciación en la fe y la educación una relación, que ha
sido percibida en profundidad. No se puede evangelizar si al mismo tiempo no se
educa al hombre para ser verdaderamente sí mismo: la evangelización lo exige
como vínculo directo. Al encontrar a Cristo, el misterio del hombre encuentra
su verdadera luz, como afirma el Concilio Vaticano II.[79] La Iglesia posee, en este
sentido, una tradición de recursos pedagógicos, reflexión e investigación,
instituciones, personas – consagradas y no consagradas, reunidas en órdenes
religiosas, en congregaciones, en institutos – capaces de ofrecer una presencia
significativa en el mundo de la escuela y de la educación.
148. Con diferencias
elocuentes, dictadas por la geografía de la sociedad y de la historia del
catolicismo en cada nación, es un dato común que la Iglesia ha consumado, y
sigue consumando, grandes energías en la tarea educativa. Escuelas y
universidades católicas están presentes en las Iglesias particulares. A este
respecto, las respuestas ofrecen una descripción detallada del trabajo
educativo desarrollado, y de los frutos que tal trabajo ha producido y continúa
produciendo en muchos lugares. El desarrollo pasado y presente de algunas
naciones es deudor de este esfuerzo educativo cumplido por la Iglesia.
149. Esta tarea
educativa, hoy se desarrolla en un contexto cultural en el cual cada forma de
acción educativa aparece más difícil y crítica, a tal punto que el mismo Papa
Benedicto XVI ha hablado de «emergencia educativa»,[80] aludiendo a la especial
urgencia de transmitir a las nuevas generaciones los valores básicos de la
existencia y de un recto comportamiento. Por lo tanto, crece en igual medida,
la exigencia de una educación auténtica y de educadores que sean realmente
tales. Un pedido semejante es formulado: por padres preocupados por el futuro
de los propios hijos; por docentes, que viven la triste experiencia del degrado
de la escuela; por la misma sociedad que ve minada las bases mismas de la
convivencia.
150. En este contexto
el empeño de la Iglesia
por educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio del Evangelio, asume
el valor de una contribución a la sociedad para sacarla de la crisis educativa
que la aflige. En el campo educativo, las respuestas describen una Iglesia que
tiene mucho para dar, como la idea de educación que ha sabido difundir en el
mundo, con el primado de la persona y de su formación, así como también la
voluntad de dar una auténtica educación, abierta a la verdad, de la cual forma
parte el encuentro con Dios y la experiencia de la fe.
151. Todavía mas
profundamente, algunas respuestas dan ulterior valor y resalto a este empeño
educativo de parte de la
Iglesia , porque es un instrumento para poner en evidencia la
raíz antropológica y metafísica del actual desafío acerca de la educación. Las
raíces de la emergencia educativa actual pueden ser descubiertas en el
imponerse tanto de una antropología caracterizada por el individualismo, como
de un doble relativismo, que reduce la realidad a una mera materia manipulable
y la revelación cristiana a un mero proceso histórico privado de carácter
sobrenatural.
152. Así describe el
Papa Benedicto XVI estas raíces: «Una raíz esencial consiste, a mi parecer, en
un falso concepto de autonomía del hombre: el hombre debería desarrollarse sólo
por sí mismo, sin imposiciones de otros, los cuales podrían asistir a su
autodesarrollo, pero no entrar en este desarrollo. [...] La segunda raíz de la
emergencia educativa yo la veo en el escepticismo y en el relativismo o, con
palabras más sencillas y claras, en la exclusión de las dos fuentes que
orientan el camino humano. La primera fuente debería ser la naturaleza; la
segunda, la Revelación.
[...] Por esto es fundamental encontrar un concepto verdadero de la naturaleza
como creación de Dios que nos habla a nosotros; el Creador, mediante el libro
de la creación, nos habla y nos muestra los valores verdaderos. Así recuperar
también la Revelación :
reconocer que el libro de la creación, en el cual Dios nos da las orientaciones
fundamentales, es descifrado en la Revelación ».[81]
Fe y conocimiento
153. El mismo tipo de
relación que existe entre fe y educación, se percibe también entre fe y
conocimiento. El texto de los Lineamenta explicitaba esta relación a través del
concepto elaborado por el Papa Benedicto XVI de «ecología humana».[82] Al
indicar las consecuencias de una crisis que podría afectar la firmeza de la
sociedad en su conjunto, el Santo Padre indica como posibilidad para evitar tal
riesgo, el desarrollo de una ecología del hombre, adecuadamente entendida, es
decir, según una comprensión del mundo y del desarrollo de la ciencia que tenga
presente todas las exigencias del hombre, comprendidas la apertura a la verdad
y la originaria relación con Dios.
154. La fe cristiana
sostiene la inteligencia en la comprensión del equilibrio profundo que sustenta
la estructura de la existencia y de su historia. La fe desarrolla esta
operación no de un modo genérico o desde el externo, sino haciendo partícipe a
la razón de la sed de saber, de la sed de búsqueda, orientándola hacia el bien
del hombre y del cosmos. La fe cristiana contribuye a la comprensión del
contenido profundo de las experiencias fundamentales del hombre. Es una tarea –
la de esta confrontación crítica y de orientación – que el catolicismo
desarrolla desde hace tiempo, como muchas respuestas lo han afirmado, indicando
instituciones, centros de investigación y universidades, que son frutos de la
intuición y del carisma de algunos o de la atención educativa de las Iglesias
particulares, que han hecho de esta realidad uno de sus principales objetivos.
155. Sin embargo,
existe el siguiente motivo de preocupación: la constatación que no es fácil
entrar en el espacio común de la investigación y del desarrollo del
conocimiento en las diversas culturas. En efecto, se tiene la impresión que a
la razón cristiana le cueste encontrar interlocutores en esos ambientes que en
nuestros días detentan las energías y el poder en el mundo de la investigación,
sobre todo en el campo tecnológico y económico. Esta situación ha de ser
interpretada como un desafío para la
Iglesia y, por lo tanto, constituye un campo de particular
atención para la nueva evangelización.
156. En continuidad
con la Tradición
de la Iglesia ,
colocándose en la línea de la Encíclica Fides et ratio del beato Juan Pablo II,
el Papa Benedicto XVI ha frecuentemente abierto el debate de la
complementariedad entre la fe y la razón. La fe ensancha los horizontes de la
razón y la razón preserva la fe de posibles derivaciones irracionales, o de los
abusos de la religión. Siempre atenta a la dimensión intelectual de la
educación, de la cual son testigos numerosas universidades e institutos
superiores de estudio, la
Iglesia se empeña en la pastoral universitaria para favorecer
el diálogo con los hombres de ciencia. En este campo un puesto particular corresponde
a los científicos cristianos: ellos han de dar testimonio, con la propia
actividad y sobre todo con la vida, que la razón y la fe son dos alas que
conducen a Dios,[83] que la fe cristiana y la ciencia, rectamente entendidas,
pueden enriquecerse recíprocamente para el bien de la humanidad. El único
límite del progreso científico es la salvaguardia de la dignidad de la persona
humana, creada a imagen de Dios, que no debe ser objeto sino sujeto de la
investigación científica y tecnológica.
157. En este
capítulo, dedicado a la relación entre fe y conocimiento, ha de colocarse la
indicación contenida en las respuestas sobre el arte y la belleza, como lugar
de transmisión de la fe. Las razones que permiten sostener este aspecto son
explicadas en modo articulado, sobre todo por aquellas Iglesias, radicadas en
su tradición – como las Iglesias Católicas Orientales – que han sabido mantener
una relación muy estrecha del binomio fe y belleza. En estas tradiciones, la
relación entre fe y belleza no es una simple aspiración estética. Por el
contrario, dicha relación es vista como un recurso fundamental para dar
testimonio de la fe y para desarrollar un saber que sea verdaderamente un
“integral” servicio a la totalidad del ser humano.
Este conocimiento a
través de la belleza permite, como en la liturgia, asumir la realidad visible
en su papel originario de manifestación de la comunión universal, a la cual el
hombre es llamado por Dios. Es necesario, por lo tanto, que el saber humano sea
de nuevo unido a la sabiduría divina, es decir, a la visión de la creación que
Dios Padre tiene y que, a través del Espíritu y del Hijo, se encuentra en todo
lo creado.
En el cristianismo
urge salvaguardar este papel originario de la belleza. La nueva evangelización
ha de desarrollar, en este sentido, una función importante. La Iglesia , reconoce que el
ser humano no vive sin la belleza. Para el cristiano la belleza está en el
misterio pascual, en la transparencia de la realidad de Cristo.
El fundamento de toda
pastoral evangelizadora
158. El texto de los
Lineamenta concluía el capítulo dedicado al análisis de las prácticas
pastorales con la intuición de Pablo VI: para evangelizar la Iglesia no tiene necesidad
solamente de renovar sus estrategias, sino más bien aumentar la calidad de su
testimonio; el problema de la evangelización no es una cuestión organizativa o
estratégica, sino más bien espiritual. «El hombre contemporáneo escucha más a
gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que
enseñan, es porque dan testimonio [...] Será sobre todo mediante su conducta,
mediante su vida, como la
Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un
testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los
bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra
de santidad».[84] Muchas Iglesias particulares se han reconocido en estas
palabras, acerca de la necesidad de tener testigos que sepan evangelizar sobre
todo con la propia vida y con el ejemplo. Comparten la certeza que, al final,
el secreto último de la nueva evangelización es la respuesta a la llamada a la
santidad de cada cristiano. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado
y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el
encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. El testimonio cristiano es
un conjunto de gestos y palabras.[85] El testimonio constituye el fundamento de
toda práctica de evangelización porque crea la relación entre anuncio y
libertad: «Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras
y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es
el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia,
invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios,
por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre».[86]
Centralidad de las
vocaciones
159. En esta
prospectiva se espera que el próximo Sínodo se concentre explícitamente sobre
el tema de la centralidad de la cuestión vocacional para la Iglesia hoy. Se espera que
el Sínodo sobre la nueva evangelización ayude a todos los bautizados a ser más
conscientes del propio compromiso misionero y evangelizador. Frente a los
escenarios de la nueva evangelización, los testigos, para ser creíbles deben
saber hablar los lenguajes de su tiempo, anunciando así desde adentro las
razones de la esperanza que los anima. Se espera que todo el camino de
preparación y de recepción del trabajo sinodal sirva para estimular nuevamente
y aumentar el esfuerzo y la dedicación de tantos cristianos que ya trabajan
para el anuncio y la transmisión de la fe; que sea un momento de sostén y de
confirmación para las familias y el papel que ellas desarrollan. Más específicamente,
el Sínodo deberá prestar una particular atención al ministerio presbiteral y a
la vida consagrada, en la esperanza de poder ofrecer a la Iglesia el fruto de nuevas
vocaciones sacerdotales, lanzando nuevamente el empeño de una clara y decidida
pastoral vocacional.
160. A este respecto,
más de una respuesta ha indicado cómo, uno de los signos más evidentes de la
debilitación de la experiencia cristiana es, precisamente, el debilitamiento de
las vocaciones, que se relaciona tanto con la disminución y la defección de las
vocaciones de especial consagración en el sacerdocio ministerial y en la vida
consagrada, como con la difundida debilidad referida a la fidelidad a las
grandes decisiones existenciales, por ejemplo en el matrimonio. Estas respuestas
esperan que la reflexión sinodal retome la problemática, que se relaciona
estrechamente con la nueva evangelización, no tanto para constatar la crisis, y
no sólo para reforzar una pastoral vocacional que ya se encuentra en acto, sino
más bien, y más profundamente, para promover una cultura de la vida entendida
como vocación.
161. En la
transmisión de la fe es necesario tener debidamente en cuenta la educación
orientada a concebirse a sí mismo en relación con Dios que llama. Son válidas
las palabras del Papa Benedicto XVI: «El Sínodo, al destacar la exigencia
intrínseca de la fe de profundizar la relación con Cristo, Palabra de Dios
entre nosotros, ha querido también poner de relieve el hecho de que esta
Palabra llama a cada uno personalmente, manifestando así que la vida misma es
vocación en relación con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en
nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de
que Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas, con las cuales
nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para
edificar la Iglesia. En
esta perspectiva, se entiende la invitación del Sínodo a todos los cristianos
para que profundicen su relación con la Palabra de Dios en cuanto bautizados, pero
también en cuanto llamados a vivir según los diversos estados de vida. Aquí
tocamos uno de los puntos clave de la doctrina del Concilio Vaticano II, que ha
subrayado la vocación a la santidad de todo fiel, cada uno en el propio estado
de vida».[87] Uno de los signos de la eficacia de la nueva evangelización será
el redescubrimiento de la vida como vocación y el surgimiento de vocaciones en
el seguimiento radical de Cristo.
Conclusión
«Vosotros recibiréis
una fuerza cuando el Espíritu Santo
venga sobre vosotros»
(Hch 1,8)
162. Con su venida
entre nosotros, Jesucristo nos ha comunicado la vida divina que transfigura la
faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). Su Revelación
nos ha comprometido no solamente como destinatarios de la salvación que nos ha
sido dada, sino también como sus anunciadores y testigos. El Espíritu del
Resucitado nos hace capaces de anunciar eficazmente el Evangelio en todo el
mundo. Esta ha sido la experiencia de la primera comunidad cristiana, que veía
la difusión de la Palabra
mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6,7).
163.
Cronológicamente, la primera evangelización comenzó el día de Pentecostés,
cuando los Apóstoles, reunidos todos juntos en el mismo lugar en oración con la Madre de Cristo, recibieron
el Espíritu Santo (cf. Hch 1,14; 2,1-3). Aquella, que según las palabras del
Arcángel es «llena de gracia» (Lc 1,28), se encuentra así en el camino de la
evangelización apostólica, y en todos los caminos sobre los cuales los
sucesores de los Apóstoles han caminado para anunciar el Evangelio.
164. Nueva
evangelización no significa “nuevo Evangelio”, porque «Jesucristo es el mismo,
ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13,8). Nueva evangelización significa dar una
respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los
hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que muestran la
cultura a través de la cual expresamos nuestra identidad y buscamos el sentido
de nuestras existencias. Nueva evangelización significa promoción de una
cultura más profundamente radicada en el Evangelio. Quiere decir descubrir «el
hombre nuevo» (Ef 4,24), que está en nosotros gracias al Espíritu que nos ha
sido dado por Jesucristo y por el Padre. La celebración de la próxima Asamblea
General Ordinaria del Sínodo de los Obispos será para la Iglesia como un nuevo
Cenáculo, en el cual los sucesores de los Apóstoles, reunidos en oración junto
con la Madre de
Cristo, que ha sido invocada como «Estrella de la Nueva Evangelización »,[88]
prepararan los caminos de la nueva evangelización.
165. Dejemos una vez
más que las palabras del Papa Juan Pablo II, que se ha empeñado tanto en la
nueva evangelización, nos expliquen el contenido de esta expresión: «He
repetido muchas veces en estos años la “llamada” a la nueva evangelización. La
reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el
impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación
apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento
apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!”
(1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá
ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la
responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado
verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es
necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano
de las comunidades y de los grupos cristianos».[89]
Jesucristo, Evangelio
que da esperanza
166. Hoy nosotros
advertimos la necesidad de un principio que nos dé esperanza, que nos permita
mirar al futuro con los ojos de la fe, sin las lágrimas de la desesperación.
Como Iglesia tenemos este principio, esta fuente de esperanza: Jesucristo,
muerto y resucitado, presente en medio a nosotros con su Espíritu, que nos
comunica la experiencia de Dios. Sin embargo, tenemos a menudo la impresión que
no logramos dar forma concreta a esta esperanza, que no logramos “hacerla
nuestra”, que no logramos transformarla en palabra viva para nosotros y para
nuestros contemporáneos, que no la asumimos como fundamento de nuestras
acciones pastorales y de nuestra vida eclesial.
A este respecto,
tenemos una palabra clave muy clara para una pastoral presente y futura: nueva
evangelización, es decir, nueva proclamación del mensaje de Jesús, que infunde
alegría y nos libera. Esta palabra clave alimenta la esperanza de la cual
sentimos necesidad: la contemplación de la Iglesia , nacida para evangelizar, conoce la
fuente profunda de las energías para el anuncio.
«Confiados en nuestro
Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes
luchas» (1 Ts 2,2,). La nueva evangelización nos estimula a un testimonio de la
fe que frecuentemente asume la imagen del combate y de la lucha. La nueva
evangelización hace cada vez más fuerte la relación con Cristo Señor, pues sólo
en Él es posible encontrar la certeza, para mirar hacia el futuro, y la
garantía de un amor auténtico y duradero.
La alegría de
evangelizar
167. Nueva
evangelización significa dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de la
esperanza al mundo que aspira a la salvación. Los hombres tienen necesidad de
la esperanza para poder vivir el propio presente. Por ello, la Iglesia es misionera en su
esencia y ofrece la
Revelación del rostro de Dios, que en Jesucristo ha asumido
un rostro humano y nos ha amado hasta el final. Las palabras de vida eterna,
que se nos dan en el encuentro con Jesucristo, son para todos, para cada
hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este
anuncio.
168. Precisamente la
ausencia de este conocimiento genera solitud y desaliento. Entre los obstáculos
a la nueva evangelización debe mencionarse la falta de alegría y de esperanza,
que análogas situaciones crean y difunden entre los hombres de nuestro tiempo.
A menudo esta falta de alegría y esperanza es tan fuerte que incide en la misma
vida de nuestras comunidades cristianas. La nueva evangelización es propuesta
en estos contextos como una medicina para dar alegría y vida, contra cualquier
tipo de miedo. En situaciones similares la renovación de nuestra fe se
transforma en un imperativo, como nos pide el Santo Padre Benedicto XVI:
«Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, [la fe]
nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de
Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es
el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son
capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida
verdadera, ésa que no tiene fin».[90]
169. Por lo tanto,
afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y
reconfortante alegría de evangelizar, aún cuando parezca que el anuncio sea un
sembrar entre lágrimas (cf. Sal 126,6). El mundo, que busca respuestas a los
grandes interrogantes acerca del sentido de la vida y la verdad, podrá vivir
con renovada sorpresa la alegría de encontrar testigos del Evangelio que, con
la simplicidad y la credibilidad de la propia vida sepan mostrar la fuerza
transformadora de la fe cristiana. Como afirma el Papa Pablo VI: «Sea ésta la
mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que
busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva , no a
través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino
a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han
recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su
vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo».[91]
«No temáis»: es la palabra del Señor (cf. Mt 14,27) y del ángel (cf. Mt 28,5)
que sostiene la fe de los anunciadores, dándoles fuerza y entusiasmo. Sea
también ésta la palabra de los anunciadores, que sostienen y nutren el camino
de cada hombre hacia el encuentro con Dios. «¡No temáis!» sea la palabra de la
nueva evangelización, con la cual la
Iglesia , animada por el Espíritu Santo anuncia «hasta los
confines de la tierra» (Hch 1,8) Jesucristo, Evangelio de Dios para la fe de
los hombres.
Notas
[1] Cf. Benedicto
XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se
convoca el Año de la Fe
(11 de octubre de 2011): AAS 103 (2011) 723-734.
[2] Benedicto XVI,
Homilía para el comienzo del ministerio petrino del Obispo de Roma (24 de abril
de 2005): AAS 97 (2005) 710.
[3] Juan Pablo II,
Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 2: AAS 83 (1991)
251.
[4] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et spes, 1. 4.
[5] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 2.
[6] Cf. ibid., 1.
[7] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et spes, 22.
[8] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 17. 35.
[9] Cf. ibid., 23;
Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio pastoral de los
Obispos en la Iglesia
Christus Dominus, 2.
[10] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 28; Id., Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 2. 4.
[11] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 31; Id., Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam
Actuositatem, 2. 6.
[12] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 39-40.
[13] Cf. Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 52: AAS 68
(1976) 40-41.
[14] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 6.
[15] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 56: AAS 68
(1976) 46.
[16] Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de
1988), 34: AAS 81 (1989) 454-455.
[17] Benedicto XVI,
Discurso a la Curia
Romana con ocasión de las felicitaciones navideñas (22 de
diciembre de 2005): AAS 98 (2006) 46.
[18] BenedictoXVI,
Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca
el Año de la Fe
(11 de octubre de 2011), 5: AAS 103 (2011) 725; Cf. Discurso a la Curia Romana con
ocasión de las felicitaciones navideñas (22 de diciembre de 2005): AAS 98
(2006) 52.
[19] Benedicto XVI,
Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 1: AAS 98 (2006)
217-218.
[20] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 7: AAS 68
(1976) 9.
[21] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación
Dei Verbum, 4.
[22] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 13-14: AAS
68 (1976) 12-13.
[23] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 21.
[24] Cf. Congregación
para la Doctrina
de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de
diciembre de 2007), 2: AAS 100 (2008) 490.
[25] Benedicto XVI,
Homilía durante la Misa
celebrada en la Explanada
de la Nueva Feria
de Munich (10 de septiembre de 2006): L’Osservatore Romano (edición española,
15 de septiembre de 2006), p. 12.
[26] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis
humanae, 11.
[27] Congregación
para la Doctrina
de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de
diciembre de 2007), 3: AAS 100 (2008) 491.
[28] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 7.
[29] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 15: AAS 68
(1976) 14-15.
[30] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 5.
11. 12.
[31] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 80: AAS 68
(1976) 74.
[32] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 6.
[33] Benedicto
XVI,Carta Apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper (21 de
septiembre de 2010: AAS 102 (2010) 789.
[34] Juan Pablo II,
Discurso a la XIX
Asamblea del CELAM (Port au Prince, 9 de marzo de 1983), 3:
AAS 75 I (1983) 778.
[35] Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa (28 de junio de 2003),
2.45: AAS 95 (2003) 650; 677. Todas las Asambleas sinodales continentales
celebradas como preparación al Jubileo del 2000 se han ocupado de la nueva
evangelización: cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia
in Africa (14 de septiembre de 1995), 57.63: AAS 85 (1996) 35-36, 39-40; Id.,
Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999),
6.66: AAS 91 (1999) 10-11, 56; Id., Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia
in Asia (6 de noviembre de 1999), 2: AAS 92 (2000) 450-451; Id., Exhortación
Apostólica Postsinodal Ecclesia in Oceania (22 de noviembre de 2001), 18: AAS
94 (2002) 386-389.
[36] «En cierto
sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de
secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma
interior»: Benedicto XVI, Discurso durante el Encuentro con los católicos
comprometidos en la Iglesia
y la sociedad (Friburgo, 25 de septiembre de 2011): AAS 103 (2011) 677.
[37]Cf. Juan Pablo
II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de1990), 37: AAS 83
(1991) 282-286.
[38] Ibid., 34: AAS
83 (1991) 279-280.
[39] Juan Pablo
II,Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de
1988), 26: AAS 81 (1989) 438. Cf. también n. 34: AAS 81 (1989) 455.
[40] Benedicto
XVI,Carta Apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper (21 de
septiembre de 2010: AAS 102 (2010) 790-791.
[41]Cf. Juan Pablo
II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 33: AAS 83
(1991) 278-279.
[42] Congregación
para la Doctrina
de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de
diciembre de 2007), 12: AAS 100 (2008) 501.
[43] Cf. Benedicto
XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Africae munus (19 de noviembre de
2011), 160: Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 2011, p. 123.
[44] Ibid., 165. 171:
pp. 126, 129-130.
[45] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación
Dei Verbum, 7.
[46] Ibid., 10.
[47] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del
martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (22 de febrero de 1967): AAS 59
(1967)196; citado en: Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de
motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 4: AAS 103 (2011)
725.
[48] Benedicto XVI,
Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca
el Año de la Fe
(11 de octubre de 2011), 11: AAS 103 (2011) 731.
[49] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia
Sacrosanctum concilium, 2 e 6.
[50] Benedicto XVI,
Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca
el Año de la Fe
(11 de octubre de 2011), 9: AAS 103 (2011) 728.
[51] Cf. Juan Pablo
II, Constitución Apostólica Fidei depositum (11 de octubre de 1992): AAS 86
(1994) 116.
[52] Benedicto XVI,
Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca
el Año de la Fe
(11 de octubre de 2011), 10: AAS 103 (2011) 728-729.
[53] Cf. Juan Pablo
II, Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), 55: AAS
71 (1979) 1322-1323.
[54] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 26.
[55] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 4.
[56] Cf. Juan Pablo
II, Mensaje a los participantes en el congreso mundial de los movimientos
eclesiales promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos (27 de mayo de
1998): L’Osservatore Romano (edición española, 5 de junio de 1998), p. 11.
[57] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 10 e 11.
[58] Cf. ibid., 12,
31, 35.
[59] Cf. Juan Pablo
II, Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de
1988), 33-34: AAS 81 (1989) 453-457.
[60] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 46: AAS 68
(1976) 36.
[61] Ibid., 19: AAS
68 (1976) 18.
[62] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 1.
[63] Cf. Benedicto
XVI, Mensaje para la celebración de la XLIV Jornada Mundial de la Paz “Libertad religiosa,
camino para la paz” (8 de diciembre de 2010): AAS 103 (2011) 46-58.
[64] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis
humanae, 3.
[65] Cf. Congregación
para la Doctrina
de la Fede , Nota
doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de
2007), 4-8: AAS 100 (2008) 491-496.
[66] Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 15.
19.
[67] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et spes, 44.
[68] Ibid., 44.
[69] Cf. Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 29: AAS 68
(1976) 25.
[70] Benedicto XVI,
Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 15: AAS 101 (2009)
651-652.
[71] Benedicto XVI,
Exhortación Apostólica Postsinodal Africae munus (19 de noviembre de 2011),
169: Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 2011, p. 129.
[72] Cf. Ordo
Initiationis Christianae Adultorum, Editio typica, 1972.
[73] «Por su
naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No
se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino
del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la
persona. Es el momento propio de la catequesis.»: Catecismo de la Iglesia Católica ,
1231.
[74] Cf. Benedicto
XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de
2007), 18: AAS 99 (2007) 119.
[75] Ibid, 18: AAS 99
(2007) 119.
[76] Cf. Benedicto
XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de
2010), 59: AAS 102 (2010) 738-739.
[77] Cf. Ordo
paenitentiae. Rituale romanum, Editio typica, 1974, 17.
[78] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium, 67.
[79]Cf. Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et spes, 22.
[80] Benedicto XVI,
Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana
de Roma (Roma, 11 de junio de 2007): AAS 99 (2007) 680.
[81] Benedicto XVI,
Discurso a los participante en la 61ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal
Italiana (27 de mayo de 2010): L’Osservatore Romano (edición española, 6 de
junio de 2010), p. 3.
[82] Benedicto
XVI,Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 51: AAS 101
(2009) 687.
[83]Cf. Juan Pablo
II, Carta Encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998): AAS 91 (1999) 5.
[84] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 41: AAS 68
(1976) 31-32.
[85] Cf. ibid., 22:
AAS 68 (1976) 20; Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum
Domini (30 de septiembre de 2010), 97s.: AAS 102 (2010) 767-769.
[86] Benedicto XVI,
Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de
2007), 85: AAS 99 (2007) 170.
[87] Benedicto XVI,
Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
77: AAS 102 (2010) 750.
[88] Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999),
11: AAS 91 (1999) 747; Id., Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero
de 2001), 58: AAS 93 (2001) 309.
[89] Juan Pablo II,
Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 40: AAS 93 (2001)
294.
[90] Benedicto XVI,
Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca
el Año de la Fe
(11 de octubre de 2011), 15: AAS 103 (2011) 734.
[91] Pablo VI,
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 80: AAS 68
(1976) 75.
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