DICASTERIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE
DICASTERIO PARA LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN
Nota sobre la
relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana
I. Introducción
1. [Antiqua et
nova] Con antigua y nueva sabiduría (cf. Mt 13,52) estamos llamados a
considerar los cotidianos desafíos y oportunidades propuestos por el saber
científico y tecnológico, en particular los del reciente desarrollo de la
inteligencia artificial (IA). La tradición cristiana considera que el don de la
inteligencia es un aspecto esencial de la creación de los seres humanos «a
imagen de Dios» (Gen 1,27). A partir de una visión integral de la persona y de
la valoración de la llamada a «cultivar» y «custodiar» la tierra (cf. Gen
2,15), la Iglesia subraya que ese don debería encontrar su expresión a través
de un uso responsable de la racionalidad y de la capacidad técnica al servicio
del mundo creado.
2. La Iglesia
promueve los progresos en la ciencia, en la tecnología, en las artes y en toda
empresa humana, viéndolos como parte de la «colaboración del hombre y de la
mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible»[1]. Como afirma
el Sirácida, Dios «quien da la ciencia a los humanos, para que lo glorifiquen
por sus maravillas» (Sir 38,6). Las habilidades y la creatividad del ser humano
provienen de Él y, si se usan rectamente, a Él rinden gloria, en cuanto reflejo
de Su sabiduría y bondad. Por lo tanto, cuando nos preguntamos qué significa
“ser humanos”, no podemos excluir también la consideración de nuestras
capacidades científicas y tecnológicas.
3. Es al interno
de esta perspectiva que la presente Nota afronta las cuestiones antropológicas
y éticas planteadas por la IA, cuestiones que son particularmente relevantes en
cuanto que uno de los objetivos de esta tecnología es el de imitar la
inteligencia humana que la ha diseñado. Por ejemplo, a diferencia de otras
muchas creaciones humanas, la IA puede ser entrenada en producciones del
ingenio humano y por tanto generar nuevos “artefactos” con un nivel de
velocidad y habilidad que, con frecuencia, igualan o superan las capacidades
humanas, como generar textos o imágenes que resultan indistinguibles de las
composiciones humanas, suscitando, por tanto, preocupación por su posible
influjo en la creciente crisis de verdad en el debate público. Además, como tal
tecnología está diseñada para aprender y adoptar determinadas decisiones de
forma autónoma, adecuándose a nuevas situaciones y aportando soluciones no
previstas por sus programadores, se derivan problemas sustanciales de
responsabilidad ética y de seguridad, con repercusiones más amplias para toda
la sociedad. Esta nueva situación lleva a la humanidad a cuestionarse su
identidad y su papel en el mundo.
4. Con todo,
existe un amplio consenso en que la IA marca una nueva y significativa fase en
la relación de la humanidad con la tecnología, situándose en el centro de lo
que el Papa Francisco ha descrito como un «cambio de época»[2]. Su influencia
se hace sentir a nivel global en una amplia gama de sectores, incluidas las
relaciones personales, la educación, el trabajo, el arte, la sanidad, el
derecho, la guerra y las relaciones internacionales. Puesto que la IA sigue
avanzando rápidamente hacia cotas aún mayores, es de importancia decisiva considerar
sus implicaciones antropológicas y éticas. Esto implica no sólo mitigar los
riesgos y prevenir los daños, sino también garantizar que sus aplicaciones se
dirijan a promover el progreso humano y el bien común.
5. Para contribuir
positivamente a un discernimiento sobre la IA, en respuesta a la invitación de
Papa Francisco a una renovada «sabiduría del corazón»[3], la Iglesia ofrece su
experiencia a través de las reflexiones de la presente Nota que se concentran
sobre el ámbito antropológico y ético. Empeñada en un papel activo al interno
del debate general sobre estos temas, exhorta a cuantos tienen el encargo de
transmitir la fe (padres, enseñantes, pastores y obispos) a dedicarse con
cuidado y atención a esta cuestión urgente. Si bien está dirigido especialmente
a ellos, el presente documento está pensado para ser accesible a un público más
amplio, es decir, a aquellos que comparten la exigencia de un desarrollo
científico y tecnológico que esté al servicio de la persona y del bien
común[4].
6. Con tal
propósito, se intenta sobre todo distinguir el concepto de “inteligencia” en
referencia a la IA y al ser humano. En un primer momento, se considera la
perspectiva cristiana sobre la inteligencia humana, ofreciendo un marco general
de reflexión fundado sobre la tradición filosófica y teológica de la Iglesia. A
continuación, se proponen algunas líneas de acción, con el objetivo de asegurar
que el desarrollo y el uso de la IA respeten la dignidad humana y promuevan el
desarrollo integral de la persona y de la sociedad.
II. ¿Qué es la
Inteligencia Artificial?
7. El concepto de
inteligencia en la IA ha evolucionado en el tiempo, recogiendo en sí mismo una
multiplicidad de ideas provenientes de varias disciplinas. Si bien tiene raíces
que se remontan a algunos siglos atrás, un momento importante de este
desarrollo se produjo en el año 1956, cuando el informático estadounidense John
McCarthy organizó un congreso veraniego en la Universidad de Dartmouth para
afrontar el problema de la «Inteligencia Artificial», definido como «hacer una
máquina capaz de mostrar un comportamiento que se calificaría de inteligente si
fuera un ser humano quien lo produjera»[5]. El congreso lanzó un programa de
investigación destinado a utilizar máquinas para realizar tareas típicamente
asociadas al intelecto humano y al comportamiento inteligente.
8. Desde entonces,
la investigación en este sector ha progresado rápidamente, llevando al
desarrollo de sistemas complejos capaces de llevar a cabo tareas muy
sofisticadas[6]. Estos sistemas de la llamada “IA débil” (narrow AI) están,
generalmente, diseñados para desarrollar tareas limitadas y específicas, como
traducir de una lengua a otra, prever la evolución de una tormenta, clasificar
imágenes, ofrecer respuestas a preguntas, o generar imágenes a petición del
usuario. Si bien en el campo de estudios de la IA se encuentra todavía una
variedad de definiciones de “inteligencia”, la mayor parte de los sistemas
contemporáneos, en particular aquellos que usan el aprendizaje automático, se
basa sobre inferencias estadísticas más que sobre deducciones lógicas.
Analizando grandes conjuntos de datos con el objetivo de identificar patrones,
la IA puede “predecir”[7] los efectos y proponer nuevas vías de investigación,
imitando así ciertos procesos cognitivos típicos de la capacidad humana de
resolución de problemas. Tal logro ha sido posible gracias a los progresos de
la tecnología informática (como las redes neuronales, el aprendizaje automático
no supervisado y los algoritmos evolutivos) junto con las innovaciones en
equipamiento (como los procesadores especializados). Estas tecnologías permiten
a los sistemas de IA de responder a diferentes tipos de estímulos procedentes
de los seres humanos, de adaptarse a nuevas situaciones e incluso ofrecer soluciones
novedosas no previstas por los programadores originales[8].
9. Debido a estos
rápidos avances, muchos trabajos que antes se realizaban exclusivamente por
personas se confían ahora a la IA. Estos sistemas pueden complementar o incluso
sustituir las capacidades humanas en muchos ámbitos, sobre todo en tareas
especializadas como el análisis de datos, el reconocimiento de imágenes y el
diagnóstico médico. Si bien cada aplicación de la IA “débil” se adapta para una
tarea específica, muchos investigadores esperan llegar a la llamada
“Inteligencia Artificial General” (Artificial General Intelligence, AGI), es
decir a un único sistema, el cual, operando en todos los ámbitos cognitivos,
sería capaz de realizar cualquier tarea al alcance de la mente humana. Algunos
sostienen que una tal IA podría un día alcanzar el estado de
“superinteligencia”, sobrepasando la capacidad intelectual humana, o contribuir
a la “superlongevidad” gracias a los progresos de las biotecnologías. Otros
temen que estas posibilidades, por hipotéticas que sean, eclipsen un día a la
propia persona humana, mientras que otros acogen con satisfacción esta posible
transformación[9].
10. Subyacente a
estas y otras muchas opiniones sobre el tema, existe una presunción implícita
de que la palabra “inteligencia” debe utilizarse del mismo modo para referirse
tanto a la inteligencia humana como a la IA. Sin embargo, esto no parece
reflejar el alcance real del concepto. En lo que respecta al ser humano, la
inteligencia es de hecho una facultad relativa a la persona en su conjunto,
mientras que, en el contexto de la IA, se entiende en un sentido funcional,
asumiendo a menudo que las actividades características de la mente humana
pueden descomponerse en pasos digitalizados, de modo que incluso las máquinas
puedan replicarlas[10].
11. Esta
perspectiva funcional queda ejemplificada en el Test de Turing, por el cual una
maquina debe ser considerada “inteligente” si una persona no es capaz de
distinguir su comportamiento de otro ser humano[11]. En particular, en este
contexto, la palabra “comportamiento” se refiere a tareas intelectuales
específicas, mientras que no tiene en cuenta la experiencia humana en toda su
amplitud, que comprende tanto las capacidades de abstracción y las emociones,
la creatividad, el sentido estético, moral y religioso, abrazando toda la
variedad de manifestaciones de las que es capaz la mente humana. De ahí que, en
el caso de la IA, la “inteligencia” de un sistema se evalúe, metodológica pero
también reduccionistamente, en función de su capacidad para producir respuestas
adecuadas, es decir, las que se asocian a la razón humana, independientemente
de la forma en que se generen dichas respuestas.
12. Sus características
avanzadas confieren a la IA capacidades sofisticadas para llevar a cabo tareas,
pero no la de pensar[12]. Esta distinción tiene una importancia decisiva,
porque el modo como se define la “inteligencia” va, inevitablemente, a
determinar la comprensión de la relación entre el pensamiento humano y dicha
tecnología[13]. Para darse cuenta de ello, hay que recordar que la riqueza de
la tradición filosófica y de la teología cristiana ofrece una visión más
profunda y completa de la inteligencia, que a su vez es central en la enseñanza
de la Iglesia sobre la naturaleza, la dignidad y la vocación de la persona
humana[14].
III. La
inteligencia en la tradición filosófica y teológica
Racionalidad
13. Desde los
albores de la reflexión de la humanidad sobre sí misma, la mente ha jugado un
papel central en la comprensión de lo que significa ser “humanos”. Aristóteles
observaba que «todos los seres humanos por naturaleza tienden al saber»[15].
Este saber humano, con su capacidad de abstracción que capta la naturaleza y el
sentido de las cosas, le distingue del mundo animal[16]. La naturaleza exacta
de la inteligencia ha sido objeto de las investigaciones de filósofos, teólogos
y psicólogos, los cuales han examinado también el modo como el ser humano
comprende el mundo y forma parte de él, al tiempo que ocupa un lugar peculiar
en él. A través de esta investigación, la tradición cristiana ha llegado a
entender la persona como un ser hecho de cuerpo y alma, ambos profundamente
conectados a este mundo y, sin embargo, llegando más allá de él[17].
14. En la
tradición clásica, el concepto de inteligencia suele declinarse en los términos
complementarios de “razón” (ratio) e “intelecto” (intellectus). No se trata de
facultades separadas, sino, como explica Santo Tomás de Aquino, de dos modos de
obrar de la misma inteligencia: «el término intelecto se deduce de la íntima
penetración de la verdad; mientras razón deriva de la investigación y del
proceso discursivo»[18]. Esta sintética descripción permite poner en evidencia las
dos prerrogativas fundamentales y complementarias de la inteligencia humana: el
intellectus se refiere a la intuición de la verdad, es decir, al captarla con
los “ojos” de la mente, que precede y sustenta la misma argumentación, mientras
la ratio se refiere al razonamiento real, es decir, al proceso discursivo y
analítico que conduce al juicio. Juntos, intelecto y razón, constituyen las dos
caras del único acto del intelligere, «operación del hombre en cuanto
hombre»[19].
15. Presentar al
ser humano como ser “racional” no significa reducirlo a un modo específico de
pensamiento, sino reconocer que la capacidad de comprensión intelectual de la
realidad conforma e impregna todas sus actividades[20], constituyendo también,
ejercitada en el bien o en el mal, un aspecto intrínseco de la naturaleza
humana. En este sentido, la «palabra “racional” engloba todas las capacidades
del ser humano: tanto la cognitiva como la volitiva, amar, elegir, desear. El
término “racional” incluye también todas las capacidades corporales íntimamente
relacionadas con las anteriores»[21]. Una perspectiva tan amplia pone de
relieve cómo en la persona humana, creada a “imagen de Dios”, la racionalidad
se integra para elevar, modelar y transformar tanto su voluntad como sus
actos[22].
Encarnación
16. El pensamiento
cristiano considera las facultades intelectuales en el marco de una
antropología integral que concibe el ser humano como un ser esencialmente
encarnado. En la persona humana, espíritu y materia «no son dos naturalezas
unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza»[23]. En otras
palabras, el alma no es la “parte” inmaterial de la persona encerrada en el
cuerpo, así como este no es la envoltura exterior de un “núcleo” sutil e
intangible, sino que es todo el ser humano el que es, al mismo tiempo, material
y espiritual. Este modo de pensar refleja la enseñanza de la Sagrada Escritura,
que considera la persona humana como un ser que vive sus relaciones con Dios y
con los otros, de ahí su dimensión típicamente espiritual, dentro y a través de
esta existencia corpórea[24]. El significado profundo de esta condición recibe
más luz del misterio de la Encarnación, por el que Dios mismo asumió nuestra
carne que «ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual»[25].
17. Aunque
profundamente arraigada en una existencia corpórea, la persona humana
trasciende el mundo material a través de su alma, que «es como si estuviera en
el horizonte de la eternidad y el tiempo»[26]. A ella pertenecen la capacidad
de trascendencia del intelecto y la auto posesión del libre albedrío, por lo
que el ser humano «participa de la luz de la inteligencia divina»[27]. A pesar
de ello, el espíritu humano no pone en práctica su modo normal de conocimiento
sin el cuerpo[28]. De este modo, las capacidades intelectuales del ser humano
forman parte integrante de una antropología que reconoce que él es «unidad de
alma y cuerpo»[29]. A continuación, se desarrollarán otros aspectos de esta
visión.
Relacionalidad
18. Los seres
humanos «por su propia naturaleza están ordenados a la comunión
interpersonal»[30], teniendo la capacidad de conocerse recíprocamente, de
donarse por amor y de entrar en comunión con los otros. Por tanto, la
inteligencia humana no es una facultad aislada, al contrario, se ejercita en
las relaciones, encontrando su plena expresión en el dialogo, en la
colaboración y en la solidaridad. Aprendemos con los otros, aprendemos gracias
a los otros.
19. La orientación
relacional de la persona humana se fundamenta en última instancia, en la
donación eterna de sí mismo del Dios Uno y Trino, cuyo amor se revela tanto en
la creación como en la redención[31]. La persona está llamada «a participar,
por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios»[32].
20. Esta vocación
a la comunión con Dios va necesariamente unida a una llamada a la comunión con
los otros. El amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo (cf. 1Jn 4,20;
Mt 22,37-39). En virtud de la gracia de participar de la vida de Dios, los
cristianos llegan a ser imitadores del don desbordante de Cristo (cf. 2Cor
9,8-11; Ef 5,1-2) siguiendo su mandamiento: «que os améis unos a otros; como yo
os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34)[33]. El amor y el servicio,
que se hacen eco de la íntima vida divina de auto-donación, trascienden el
interés propio para responder más plenamente a la vocación humana (cf. 1Jn
2,9). Aún más sublime que saber tantas cosas es el compromiso de cuidarnos los
unos a los otros: «conociera todos los secretos y todo el saber […] pero no
tengo amor, no sería nada» (1Cor 13, 2).
Relación con la
Verdad
21. La
inteligencia humana es, en definitiva, un «don de Dios otorgado para captar la
verdad»[34]. En la doble acepción de intellectus-ratio, permite a la persona
acceder a aquellas realidades que van más allá de la mera experiencia sensorial
o de la utilidad, ya que «el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma
del hombre. El interrogarse sobre el porqué de las cosas es inherente a su
razón»[35]. Yendo más allá de los datos empíricos, la inteligencia humana
«tiene capacidad para alcanzar la realidad inteligible con verdadera
certeza»[36]. Incluso cuando la realidad se conozca sólo parcialmente, «el
deseo de la verdad mueve […] a la razón a ir siempre más allá; queda incluso
como abrumada al constatar que su capacidad es siempre mayor que lo que
alcanza»[37]. Aunque la Verdad en sí misma excede los límites del intelecto
humano, éste se siente sin embargo irresistiblemente atraído hacia ella[38] e
impulsado por esta atracción, el ser humano se ve llevado a buscar «una verdad
más profunda»[39].
22. Esta tensión
innata a la búsqueda de la verdad se manifiesta de una manera especial en las
capacidades típicamente humanas de comprensión semántica y de producción
creativa[40], a través de las cuales esta búsqueda se desarrolla «de modo
apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social»[41].
Asimismo, una orientación estable hacia la verdad es esencial para que la
caridad sea auténtica y universal[42].
23. La búsqueda de
la verdad alcanza su máxima expresión en la apertura a aquellas realidades que
trascienden el mundo físico y creado. En Dios todas las verdades obtienen su
sentido más elevado y original[43]. Confiar en Dios es «un momento de elección
fundamental, en la cual está implicada toda la persona»[44]. De este modo, la
persona se convierte en plenitud en aquello que está llamada a ser:
«inteligencia y voluntad desarrollan al máximo su naturaleza espiritual para
permitir que el sujeto cumpla un acto en el cual la libertad personal se vive
de modo pleno»[45].
Custodia del mundo
24. La fe
cristiana considera la creación un acto libre del Dios Uno y Trino, el cual,
como explica san Buenaventura, crea «no para hacer crecer la propia gloria,
sino para manifestarla y para comunicarla»[46]. Puesto que Dios crea según su
Sabiduría (cf. Sab 9,9; Jer 10,12), el mundo creado esta empapado de un orden
intrínseco que refleja su diseño (cf. Gen 1; Dn 2,21-22; Is 45,18; Sal
74,12-17; 104)[47], dentro del cual Él ha llamado a los seres humanos a asumir
un papel peculiar: cultivar y hacerse cargo del mundo[48].
25. Plasmado por
el divino Artesano, el ser humano vive su identidad de ser una imagen de Dios
«custodiando» y «cultivando» (cf. Gen 2,15) la creación, ejercitando su inteligencia
y su pericia para ayudarla y desarrollarla según el plan del Padre[49]. En
esto, la inteligencia humana refleja la Inteligencia divina que creó todas las
cosas (cf. Gen 1-2; Jn 1)[50], continuamente la sostiene y la guía a su fin
último en Él[51]. Además, el ser humano está llamado a desarrollar sus
capacidades en ciencia y en técnica porque en ellas Dios es glorificado (cf.
Sir 38,6). Por lo tanto, en una relación adecuada con la creación, por un lado,
los seres humanos emplean su inteligencia y habilidad para cooperar con Dios en
guiar la creación hacia el propósito al que Él la ha llamado[52], mientras que,
por otra parte, el mismo mundo, como observa san Buenaventura, ayuda a la mente
humana a «ascender gradualmente, como por los distintos escalones de una
escalera, hasta el sumo principio que es Dios»[53].
Una comprensión
integral de la inteligencia humana
26. En este
contexto, la inteligencia humana se muestra más claramente como una facultad
que es parte integrante del modo en el que toda la persona se involucra en la
realidad. Un auténtico involucrarse implica abarcar la totalidad del ser:
espiritual, cognitivo, corporal y relacional.
27. Este interés
al afrontar la realidad se manifiesta de varios modos, en cuanto que cada
persona, en su unicidad multiforme[54], busca comprender el mundo, se relaciona
con los otros, resuelve problemas, expresa su creatividad y busca el bienestar
integral a través de la sinergia de las diferentes dimensiones de la
inteligencia[55]. Esto implica capacidades lógicas y lingüísticas, pero también
puede incluir otras formas de interactuar con la realidad. Pensemos en el
trabajo del artesano, que «debe ser capaz de discernir en la materia inerte una
forma particular que los demás no pueden reconocer»[56] y sacarla a la luz a
través de su intuición y experiencia. Los pueblos indígenas, que viven cerca de
la tierra, suelen tener un profundo sentido de la naturaleza y sus ciclos[57].
Del mismo modo, el amigo que sabe encontrar la palabra adecuada o la persona
que sabe gestionar bien las relaciones humanas ejemplifican una inteligencia
que es «producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre
las personas»[58]. Como observa el Papa Francisco, «en el tiempo de la
inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen
falta la poesía y el amor»[59].
28. En el corazón
de la visión cristiana de la inteligencia está la integración de la verdad en
la vida moral y espiritual de la persona, orientando sus acciones a la luz de
la bondad y la verdad de Dios. Según el plan de Dios, la inteligencia entendida
en sentido pleno incluye también la posibilidad de gustar de aquello que es
verdadero, bueno y bello, por lo que se puede afirmar, con la palabras del
poeta francés del siglo XX Paul Claudel, que «la inteligencia es nada sin
deleite»[60]. Incluso Dante Alighieri, cuando alcanza el cielo más alto en el
Paraíso, puede atestiguar que el culmen de este placer intelectual se encuentra
en la «luz intelectual, plena de amor; / amor de verdadero bien, lleno de
dicha; / dicha que trasciende toda dulzura»[61].
29. Una correcta
concepción de la inteligencia humana, por tanto, no puede reducirse a la mera
adquisición de hechos o a la capacidad de realizar determinadas tareas específicas;
sino que implica la apertura de la persona a las cuestiones ultimas de la vida
y refleja una orientación hacia lo Verdadero y lo Bueno[62]. Expresión en la
persona de la imagen divina, la inteligencia es capaz de acceder a la totalidad
del ser, es decir, de considerar la existencia en su integridad que no se agota
en lo mensurable, captando así el sentido de lo que ha llegado a comprender.
Para los creyentes, esta capacidad implica, de manera especial, la posibilidad
de crecer en el conocimiento de los misterios de Dios a través de la
profundización racional de las verdades reveladas (intellectus fidei)[63]. La
verdadera intelligentia está moldeada por el amor divino, que «ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). De esto se
deduce que la inteligencia humana posee una dimensión contemplativa esencial,
es decir, una apertura desinteresada a lo que es Verdadero, Bueno y Bello, más
allá de cualquier utilidad particular.
Límites de la IA
30. A la luz de
cuanto se ha dicho, las diferencias entre la inteligencia humana y los actuales
sistemas de IA parecen evidentes. Si bien, se trata de una extraordinaria
conquista tecnológica capaz de imitar algunas acciones asociadas a la
racionalidad, la IA obra solamente realizando tareas, alcanzando objetivos o
tomando decisiones basadas sobre datos cuantitativos y sobre la lógica
computacional. Con su potencia analítica, por ejemplo, destaca en la
integración de datos procedentes de diversos campos, en la construcción de
sistemas complejos y el fomento de vínculos interdisciplinarios. De este modo,
podría facilitar la colaboración entre expertos para resolver problemas cuya
complejidad es tal que «no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un
solo tipo de intereses»[64].
31. Sin embargo,
aunque la IA procesa y simula ciertas expresiones de la inteligencia, permanece
fundamentalmente confinada en un ámbito lógico-matemático, que le impone
ciertas limitaciones inherentes. Mientras que la inteligencia humana se
desarrolla continuamente de forma orgánica en el transcurso del crecimiento
físico y psicológico de una persona y es moldeada por una miríada de
experiencias vividas en el cuerpo, la IA carece de la capacidad de evolucionar
en este sentido. Aunque los sistemas avanzados pueden “aprender” mediante
procesos como el aprendizaje automático, este tipo de formación es
esencialmente diferente del desarrollo de crecimiento de la inteligencia
humana, ya que está moldeada por sus experiencias corporales: estímulos
sensoriales, respuestas emocionales, interacciones sociales y el contexto único
que caracteriza cada momento. Estos elementos configuran y modelan el individuo
en su propia historia personal. En cambio, la IA, al carecer de cuerpo físico,
se basa en el razonamiento computacional y el aprendizaje a partir de vastos
conjuntos de datos que comprenden experiencias y conocimientos recogidos, en
cualquier caso, por los seres humanos.
32. Por
consiguiente, aunque la IA puede simular algunos aspectos del razonamiento
humano y realizar ciertas tareas con increíble rapidez y eficacia, sus
capacidades computacionales representan sólo una fracción de las posibilidades
más amplias de la mente humana. Por ejemplo, actualmente no puede reproducir el
discernimiento moral ni la capacidad de establecer relaciones auténticas.
Además, la inteligencia de una persona forma parte de una historia personal de
formación intelectual y moral, que configura fundamentalmente la perspectiva de
la persona individual, implicando las dimensiones físicas, emocionales,
sociales, morales y espirituales de su vida. Dado que la IA no puede ofrecer
esta amplitud de comprensión, los enfoques basados únicamente en esta
tecnología, o que la asumen como la principal forma de interpretar el mundo,
pueden conducir a «perder el sentido de la totalidad, de las relaciones que
existen entre las cosas, del horizonte amplio»[65].
33. La
inteligencia humana no consiste, principalmente, en realizar tareas
funcionales, sino en comprender e implicarse activamente en la realidad en
todos sus aspectos, y también es capaz de sorprendentes intuiciones. Dado que
la IA no posee la riqueza de la corporeidad, la relacionalidad y la apertura
del corazón humano a la verdad y al bien, sus capacidades, aunque parezcan
infinitas, son incomparables con las capacidades humanas de captar la realidad.
Se puede aprender tanto de una enfermedad, como de un abrazo de reconciliación
e incluso de una simple puesta de sol. Tantas cosas que experimentamos como
seres humanos nos abren nuevos horizontes y nos ofrecen la posibilidad de
alcanzar una nueva sabiduría. Ningún dispositivo, que sólo funciona con datos,
puede estar a la altura de estas y otras tantas experiencias presentes en
nuestras vidas.
34. Establecer una
equivalencia demasiado fuerte entre la inteligencia humana y la IA conlleva el
riesgo de sucumbir a una visión funcionalista, según la cual las personas son
evaluadas en función de las tareas que pueden realizar. Sin embargo, el valor
de una persona no depende de la posesión de capacidades singulares, logros
cognitivos y tecnológicos o éxito individual, sino de su dignidad intrínseca
basada en haber sido creada a imagen de Dios[66]. Por lo tanto, dicha dignidad
permanece intacta más allá de toda circunstancia, incluso en aquellos que son
incapaces de ejercer sus capacidades, ya sea un feto, una persona en estado de
inconsciencia o un anciano que sufre[67]. Ella está en la base de la tradición
de los derechos humanos – y específicamente de aquellos que hoy son denominados
los “neuroderechos” – que «constituyen un punto de convergencia importante para
la búsqueda de un terreno común»[68] y que, por tanto, puede servir de guía
ética fundamental en los debates sobre el desarrollo y el uso responsables de
la IA.
35. A la luz de
esto, como observa el Papa Francisco, «el uso mismo de la palabra
“inteligencia”» en referencia a la IA «es engañoso»[69] y corre el riesgo de
descuidar lo más valioso de la persona humana. Desde esta perspectiva, la IA no
debe verse como una forma artificial de la inteligencia, sino como uno de sus
productos[70].
IV. El papel de la
ética para guiar el desarrollo y el uso de la IA
36. Partiendo de
estas consideraciones, cabe preguntarse cómo puede entenderse la IA dentro del
designio de Dios. La actividad técnico-científica no tiene un carácter neutro,
siendo una empresa humana que pone en cuestión las dimensiones humanísticas y
culturales del ingenio humano[71].
37. Vista como
fruto de las potencialidades inscritas en la inteligencia humana[72], la
investigación científica y el desarrollo de habilidades técnicas forman parte
de la «colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento
de la creación visible»[73]. Al mismo tiempo, todos los logros científicos y
tecnológicos son, en última instancia, dones de Dios[74]. Por lo tanto, los
seres humanos deben emplear siempre sus talentos con vistas al fin superior
para el que Él se los ha concedido[75].
38. Podemos
reconocer con gratitud como la tecnología ha «remediado innumerables males que
dañaban y limitaban al ser humano»[76], y no podemos sino alegrarnos de ello.
Sin embargo, no todas las innovaciones tecnológicas representan en sí mismas un
auténtico progreso[77]. Por ello, la Iglesia se opone especialmente a aquellas
aplicaciones que atentan contra la santidad de la vida o la dignidad de la
persona[78]. Como cualquier otra empresa humana, el desarrollo tecnológico debe
estar al servicio del individuo y contribuir a los esfuerzos para lograr «más
justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas
sociales», que «vale más que los progresos técnicos»[79]. La preocupación por
las implicaciones éticas del desarrollo tecnológico es compartida no sólo en el
seno de la Iglesia, sino también por científicos, estudiosos de la tecnología y
asociaciones profesionales, que reclaman cada vez más una reflexión ética para
orientar ese progreso de manera responsable.
39. Para responder
a estos desafíos, hay que llamar la atención sobre la importancia de la
responsabilidad moral basada en la dignidad y la vocación de la persona. Este
principio es válido también para las cuestiones relativas a la IA. En este
ámbito, la dimensión ética es primordial, ya que son las personas las que
diseñan los sistemas y determinan para qué se utilizan[80]. Entre una máquina y
un ser humano, sólo este último es verdaderamente un agente moral, es decir, un
sujeto moralmente responsable que ejerce su libertad en sus decisiones y acepta
las consecuencias de las mismas[81]; sólo el ser humano está en relación con la
verdad y el bien, guiado por la conciencia moral que le llama a «amar y
practicar el bien y que debe evitar el mal»[82], certificando «la autoridad de
la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se
siente atraída»[83]; sólo el ser humano puede ser lo suficientemente consciente
de sí mismo como para escuchar y seguir la voz de la conciencia, discerniendo
con prudencia y buscando el bien posible en cada situación[84]. En realidad,
esto también pertenece al ejercicio de la inteligencia por parte de la persona.
40. Como cualquier
producto del ingenio humano, la IA también puede orientarse hacia fines
positivos o negativos[85]. Cuando se utiliza de manera que respete la dignidad
humana y promueva el bienestar de los individuos y las comunidades, puede contribuir
favorablemente a la vocación humana. Sin embargo, como en todas las esferas en
las que los seres humanos están llamados a tomar decisiones, la sombra del mal
también se extiende aquí. Allí donde la libertad humana permite la posibilidad
de elegir lo que es malo, la valoración moral de esta tecnología depende de
cómo sea orientada y empleada.
41. Ahora bien, no
son sólo los fines, sino también los medios empleados para alcanzarlos los que
son éticamente significativos; también son importantes la visión global y la
comprensión de la persona integrada en tales sistemas. Los productos
tecnológicos reflejan la visión del mundo de sus creadores, propietarios,
usuarios y reguladores[86], y con su poder «modelan el mundo y comprometen a las
conciencias en el ámbito de los valores»[87]. A nivel social, algunos avances
tecnológicos también podrían reforzar relaciones y dinámicas de poder que no se
ajustan a una visión correcta de la persona y la sociedad.
42. Por eso, tanto
los fines como los medios utilizados en una determinada aplicación de la IA,
así como la visión global que encarna, deben evaluarse para garantizar que
respetan la dignidad humana y promueven el bien común[88]. De hecho, como ha
dicho el Papa Francisco, la «dignidad intrínseca de todo hombre y mujer» debe
ser «el criterio clave para evaluar las tecnologías emergentes, que revelan su
positividad ética en la medida en que contribuyen a manifestar esa dignidad y a
incrementar su expresión, en todos los niveles de la vida humana»[89], incluida
la esfera social y económica. En este sentido, la inteligencia humana desempeña
un papel crucial no solo en el diseño y en la producción de la tecnología, sino
también a la hora de orientar su uso en función del bien auténtico de la persona[90].
La responsabilidad de ejercer sabiamente esta gestión corresponde a cada nivel
de la sociedad, bajo la guía del principio de subsidiariedad y de los demás
principios de la Doctrina Social de la Iglesia.
Una ayuda a la
libertad humana y a las decisiones
43. El compromiso
de garantizar que la IA defienda y promueva siempre el valor supremo de la
dignidad de todo ser humano y la plenitud de su vocación es un criterio de
discernimiento que afecta a desarrolladores, propietarios, operadores y
reguladores, así como a los usuarios finales, y sigue siendo válido para
cualquier empleo de la tecnología en todos los niveles de su uso.
44. Un análisis de
las implicaciones de este principio, por tanto, podría comenzar tomando en
consideración la importancia de la responsabilidad moral. Dado que una
causalidad moral en sentido pleno sólo pertenece a los agentes personales, no a
los artificiales, es de suma importancia poder identificar y definir quién es
responsable de los procesos de IA, en particular de aquellos que incluyen
posibilidades de aprendizaje, corrección y reprogramación. Si bien, por un
lado, los métodos empíricos (bottom-up) y las redes neuronales muy profundas
permiten a la IA resolver problemas complejos, por otro lado, dificultan la
comprensión de los procesos que condujeron a tales soluciones. Esto complica la
determinación de responsabilidades ya que, si una aplicación de IA produjera
resultados no deseados, sería difícil determinar a qué persona atribuirlos.
Para resolver este problema, hay que prestar atención a la naturaleza de los
procesos de atribución de responsabilidad (accountability) en contextos
complejos y altamente automatizados, en los que los resultados a menudo sólo
son observables a medio o largo plazo. Por lo tanto, es importante que quienes
tomen decisiones basándose en la IA se hagan responsables de ellas y que sea
posible dar cuenta del uso de la IA en cada fase del proceso de toma de
decisiones[91].
45. Además de
determinar las responsabilidades, se deben establecer los fines que se asignan
a los sistemas de IA. Aunque estos puedan utilizar mecanismos de aprendizaje
autónomo no supervisado y a veces seguir caminos que no pueden reconstruirse,
en última instancia persiguen objetivos que les han sido asignados por los
humanos y se rigen por procesos establecidos por quienes los diseñaron y
programaron. Esto representa un desafío, ya que, a medida que los modelos de IA
son cada vez más capaces de aprendizaje independiente, puede reducirse de hecho
la posibilidad de ejercer un control sobre ellos para garantizar que dichas
aplicaciones estén al servicio de los fines humanos. Esto plantea el problema
crítico de cómo garantizar que los sistemas de IA se ordenen para el bien de
las personas y no contra ellas.
46. Si un uso
ético de los sistemas de IA cuestiona, en primer lugar, a quienes los
desarrollan, producen, gestionan y supervisan, también es compartida esta
responsabilidad por los usuarios. En efecto, como observa el Papa Francisco,
«lo que hace la máquina es una elección técnica entre varias posibilidades y se
basa en criterios bien definidos o en inferencias estadísticas. El ser humano,
en cambio, no sólo elige, sino que en su corazón es capaz de decidir»[92].
Quien utiliza la IA para realizar un trabajo y sigue los resultados crea un
contexto en el que él, en última instancia, es responsable del poder que ha
delegado. Por lo tanto, en la medida en que la IA puede asistir a los seres
humanos a tomar decisiones, los algoritmos que la guían deben ser fiables,
seguros, lo suficientemente robustos como para manejar inconsistencias y
transparentes en su funcionamiento para mitigar sesgos (bias) y efectos
secundarios indeseados[93]. Los marcos normativos deben garantizar que todas
las personas jurídicas puedan dar cuenta del uso de la IA y de todas sus
consecuencias, con medidas adecuadas para salvaguardar la transparencia, la
privacidad y la responsabilidad (accountability)[94]. Además, los usuarios
deben tener cuidado de no depender excesivamente de la IA para sus decisiones,
aumentando el ya alto grado de subordinación a la tecnología que caracteriza a
la sociedad contemporánea.
47. La enseñanza
moral y social de la Iglesia ayuda a proponer un uso de la IA que preserve la
capacidad humana de acción. Las consideraciones relacionadas con la justicia,
por ejemplo, deben abordar cuestiones como el fomento de dinámicas sociales
justas, la defensa de la seguridad internacional y la promoción de la paz.
Ejerciendo la prudencia, los individuos y las comunidades pueden discernir cómo
utilizar la IA en beneficio de la humanidad, evitando al mismo tiempo
aplicaciones que puedan menoscabar la dignidad humana o dañar el planeta. En
este contexto, el concepto de “responsabilidad” debe entenderse no sólo en su
sentido más estricto, sino «hacerse cargo del otro, y no solo […] dar cuenta de
aquello que se ha hecho»[95].
48. Por lo tanto,
la IA, como cualquier tecnología, puede formar parte de una respuesta
consciente y responsable a la vocación de la humanidad al bien. Sin embargo,
como ya se ha dicho, debe ser dirigida por la inteligencia humana para
alinearse con esa vocación, garantizando el respeto a la dignidad de la
persona. Reconociendo esta «eminente dignidad», el Concilio Vaticano II afirma
que «el orden social […] y su progresivo desarrollo deben en todo momento
subordinarse al bien de la persona»[96]. A la luz de esto, el uso de la IA,
como ha dicho el Papa Francisco, debe venir acompañado «de una ética basada en
una visión del bien común, una ética de libertad, responsabilidad y
fraternidad, capaz de favorecer el pleno desarrollo de las personas en relación
con los demás y con la creación»[97].
V. Cuestiones
específicas
49. Dentro de esta
perspectiva general, a continuación, algunas observaciones ilustrarán cómo los
argumentos expuestos pueden contribuir a orientar en situaciones concretas, de
acuerdo con la «sabiduría del corazón» propuesta por Papa Francisco[98]. Aun no
siendo exhaustiva, esta propuesta se ofrece al servicio de un diálogo que busca
identificar aquellas modalidades en las que la IA puede defender la dignidad
humana y promover el bien común[99].
La IA y la
sociedad
50. Como ha dicho
el Papa Francisco «la dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que
nos vincula como miembros de una única familia humana, deben estar en la base
del desarrollo de las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles
para valorarlas antes de su uso»[100].
51. Considerada en
esta óptica, la IA podría «introducir importantes innovaciones en la
agricultura, la educación y la cultura, un mejoramiento del nivel de vida de
enteras naciones y pueblos, el crecimiento de la fraternidad humana y de la
amistad social», y por tanto ser «utilizada para promover el desarrollo humano
integral»[101]. También podría ayudar a las organizaciones a identificar a las
personas que se encuentran en estado de necesidad y a contrarrestar los casos
de discriminación y marginación. De ésta y otras formas similares, la IA podría
contribuir al desarrollo humano y al bien común[102].
52. Sin embargo,
aunque la IA encierra muchas posibilidades para el bien, también puede
obstaculizar o incluso oponerse al desarrollo humano y al bien común. El Papa
Francisco ha observado que «los datos disponibles hasta ahora parezcan sugerir
que las tecnologías digitales han servido para aumentar las desigualdades en el
mundo. No sólo las diferencias de riqueza material, que son importantes, sino
también las diferencias de acceso a la influencia política y social»[103]. En
este sentido, la IA podría usarse para prolongar las situaciones de marginación
y discriminación, para crear nuevas formas de pobreza, para agrandar la “brecha
digital” y agravar las desigualdades sociales[104].
53. Además, el
hecho de que, actualmente, la mayor parte del poder sobre las principales
aplicaciones de la IA esté concentrado en manos de unas pocas y poderosas
empresas plantea importantes problemas éticos. Para agravar este problema está
también la naturaleza inherente de los sistemas de IA, en los que ningún
individuo puede tener una supervisión completa de los vastos y complejos
conjuntos de datos utilizados para el cálculo. Esta falta de una
responsabilidad (accountability) bien definida produce el riesgo que la IA
pueda ser manipulada para ganancias personales o empresariales, o para orientar
la opinión pública hacia los intereses de un sector. Tales entidades, motivadas
por sus propios intereses, poseen la capacidad de ejercer «formas de control
tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las
conciencias y del proceso democrático»[105].
54. Además de
esto, existe el riesgo de que la IA se utilice para promover lo que el Papa
Francisco ha llamado «paradigma tecnocrático», que tiende a resolver todos los
problemas del mundo sólo con medios tecnológicos[106]. Según este paradigma, la
dignidad humana y la fraternidad, a menudo, se dejan de lado en nombre de la
eficacia, «como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente
del mismo poder tecnológico y económico»[107]. Por el contrario, la dignidad
humana y el bien común nunca deben abandonarse en nombre de la eficacia[108],
mediante «los desarrollos tecnológicos que no llevan a una mejora de la calidad
de vida de toda la humanidad, sino que, por el contrario, agravan las
desigualdades y los conflictos, no podrán ser considerados un verdadero
progreso»[109]. Más bien, la IA debe ponerse «al servicio de otro tipo de
progreso más sano, más humano, más social, más integral»[110].
55. Para alcanzar
este objetivo es necesaria una reflexión más profunda sobre la relación entre
autonomía y responsabilidad, ya que una mayor autonomía conlleva una mayor
responsabilidad de cada persona en los diversos aspectos de la vida en común.
Para los cristianos, el fundamento de esta responsabilidad es el reconocimiento
de que toda capacidad humana, incluida la autonomía de la persona, procede de
Dios y está destinada a ser puesta al servicio de los demás[111]. Por lo tanto,
en lugar de perseguir únicamente objetivos económicos o tecnológicos, la IA
debe utilizarse en favor del «bien común de toda la familia humana», es decir
del conjunto «de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la
propia perfección»[112].
La IA y las
relaciones humanas
56. El Concilio
Vaticano II afirma que el ser humano es por «su íntima naturaleza, un ser
social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los
demás»[113]. Esta convicción subraya que la vida en sociedad pertenece a la
naturaleza y a la vocación de la persona[114]. Como seres sociales, los seres
humanos buscan relaciones que impliquen el intercambio recíproco y la búsqueda
de la verdad, «unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber
encontrado, para ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad»[115].
57. Esta búsqueda,
junto con otros aspectos de la comunicación humana, presupone el encuentro y
intercambio mutuo entre personas que llevan dentro la impronta de las propias
historias, de los propios pensamientos, convicciones y relaciones. Tampoco
podemos olvidar que la inteligencia humana es una realidad múltiple, plural y
compleja: individual y social; racional y afectiva; conceptual y simbólica. El
Papa Francisco pone en evidencia esta dinámica, señalando como «podemos buscar
juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión
apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de
sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las
personas y de los pueblos. […] El problema es que un camino de fraternidad,
local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a
encuentros reales»[116].
58. Es en este
contexto, donde se pueden considerar los desafíos puestos por la IA a las relaciones.
Al igual que otros medios tecnológicos, la IA tiene la capacidad de favorecer
las conexiones dentro de la familia humana. Sin embargo, la IA también podría
obstaculizar un verdadero encuentro con la realidad y, en definitiva, llevar a
las personas a «una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones
interpersonales, o un dañino aislamiento»[117]. Las auténticas relaciones
humanas, por el contrario, requieren la riqueza humana de saber estar con los
demás, compartiendo su dolor, sus exigencias y su alegría[118]. Dado que la
inteligencia humana también se expresa y enriquece a través de formas
interpersonales y encarnadas, los encuentros auténticos y espontáneos con los
demás son indispensables para comprometerse con la realidad en su totalidad.
59. Porque «la
verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad»[119], los progresos de
la IA lanzan un desafío posterior: dado que es capaz de imitar con eficacia los
trabajos de la inteligencia humana, ya no se puede dar por sentado si se está
interactuando con un ser humano o con una máquina. Aunque la IA “generativa” es
capaz de producir texto, voz, imágenes y otros output avanzados que suelen ser
obra de seres humanos, hay que considerarla como lo que es: una herramienta, no
una persona[120]. Esta distinción se ve a menudo oscurecida por el lenguaje
utilizado por los profesionales, que tiende a antropomorfizar la IA y difumina
así la línea que separa lo humano de lo artificial.
60. La
antropomorfización de la IA plantea problemas particulares para el crecimiento
de los niños, que pueden sentirse alentados a desarrollar patrones de
interacción que entiendan las relaciones humanas de forma utilitaria, como es
el caso de los chatbots. Tales enfoques corren el riesgo de inducir a los más
jóvenes a percibir a los profesores como dispensadores de información y no como
maestros que les guían y apoyan en su crecimiento intelectual y moral. Las
relaciones auténticas, arraigadas en la empatía y en un compromiso leal con el
bien del otro, son esenciales e insustituibles para fomentar el pleno
desarrollo de la persona. Relaciones genuinas, enraizadas en la empatía y con
un compromiso leal por el bien del otro, son esenciales e insustituibles para
favorecer el pleno desarrollo de la persona.
61. En este contexto,
es importante aclarar – aunque con frecuencia se recurre a una terminología
antropomórfica – que ninguna aplicación de la IA es capaz de sentir de verdad
empatía. Las emociones no se pueden reducir a expresiones faciales o frases
generadas en respuesta a las peticiones del usuario; en cambio, las emociones
se entienden en el modo como una persona, en su totalidad, se relaciona con el
mundo y con su propia vida, con el cuerpo que juega un papel central. La
empatía requiere la capacidad de escuchar, de reconocer la irreductible
singularidad del otro, de acoger su alteridad y, también, de comprender el
significado de sus silencios[121]. En contraste con la esfera de los juicios
analíticos, donde predomina la IA, la verdadera empatía existe en la esfera
relacional. Pone en tela de juicio la percepción y la apropiación de la
experiencia del otro, al tiempo que mantiene la distinción de cada
individuo[122]. Aunque la IA puede simular respuestas empáticas, los sistemas
artificiales no pueden reproducir la naturaleza personal y relacional de la
empatía genuina[123].
62. Por lo tanto,
siempre se debería evitar representar, en modo equivocado, a la IA como una
persona, y hacerlo con fines fraudulentos constituye una grave violación ética
que podría erosionar la confianza social. Del mismo modo, utilizar la IA para
engañar en otros contextos – como la educación o las relaciones humanas,
incluida la esfera de la sexualidad –debe considerarse inmoral y requiere una
cuidadosa vigilancia para prevenir posibles daños, mantener la transparencia y
garantizar la dignidad de todos[124].
63. En un mundo
siempre más individualista, algunos recurren a la IA en busca de relaciones
humanas profundas, de simple compañía o incluso de relaciones afectivas. Sin
embargo, aun reconociendo que los seres humanos están hechos para experimentar
relaciones auténticas, hay que reiterar que la IA solo puede simularlas. Estas
relaciones con otros seres humanos son parte integrante del modo como una
persona humana crece hasta convertirse en lo que está destinada a ser. Por
tanto, si la IA es usada para favorecer contactos genuinos entre las personas,
puede contribuir positivamente a la plena realización de la persona; por el
contrario, si en lugar de esas relaciones y de la vinculación con Dios se
sustituyen las relaciones por los medios tecnológicos, corremos el riesgo de
sustituir la auténtica relacionalidad por un simulacro sin vida (cf. Sal
160,20; Rm 1,22-23). En lugar de replegarnos en mundos artificiales, estamos
llamados a implicarnos de manera seria y comprometida con la realidad, hasta el
punto de identificarnos con los pobres y los que sufren, para consolar a quien
está en el dolor y crear lazos de comunión con todos.
IA, economía y
trabajo
64. Dada su
naturaleza transversal, la IA también encuentra una creciente aplicación en los
sistemas económico-financieros. En la actualidad, las mayores inversiones m se
observan, además de en el sector tecnológico, en los de la energía, las
finanzas y los medios de comunicación, con especial referencia a las áreas de
marketing y ventas, logística, innovación tecnológica, compliance y gestión de
riesgos. De la aplicación en estos ámbitos emerge la naturaleza ambivalente de
la IA, como fuente de enormes oportunidades pero también de profundos riesgos.
Una primera crítica real se deriva de la posibilidad de que, debido a la
concentración de la oferta en unas pocas empresas, sean éstas las únicas que se
beneficien del valor creado por la IA y no las empresas en las que se utiliza.
65. Por otra
parte, en el ámbito económico-financiero, hay aspectos más generales sobre los
que la IA puede producir efectos que deben evaluarse cuidadosamente, vinculados
sobre todo a la interacción entre la realidad concreta y el mundo digital. Un
primer punto a considerar se refiere a la coexistencia de instituciones
económicas y financieras que se presentan en un contexto determinado bajo
formas diferentes y alternativas. Se trata de un factor a promover, ya que
podría traer consigo beneficios en términos de apoyo a la economía real,
favoreciendo su desarrollo y estabilidad, especialmente en tiempos de crisis.
Sin embargo, hay que subrayar que las realidades digitales, al estar libres de
limitaciones espaciales, tienden a ser más homogéneas e impersonales en
comparación con una comunidad ligada a un lugar concreto y a una historia
concreta, con una trayectoria común caracterizada por valores y esperanzas
compartidos, pero también por desacuerdos y divergencias inevitables. Esta diversidad
es un recurso innegable para la vida económica de una comunidad. Entregar la
economía y las finanzas por completo en manos de la tecnología digital
significaría reducir esta variedad y riqueza, de modo que muchas soluciones a
los problemas económicos, accesibles a través de un diálogo natural entre las
partes implicadas, podrían dejar de ser viables en un mundo dominado por
procedimientos y proximidades sólo aparentes.
66. Otro ámbito en
el que el impacto de la IA ya se deja sentir profundamente es el mundo del
trabajo. Como en muchos otros ámbitos, está provocando transformaciones
sustanciales en muchas profesiones con efectos diversos. Por un lado, la IA
tiene el potencial de aumentar las competencias y la productividad, ofreciendo
la posibilidad de crear puestos de trabajo, permitiendo a los trabajadores
concentrarse en tareas más innovadoras y abriendo nuevos horizontes a la
creatividad y la inventiva.
67. Sin embargo,
mientras la IA promete impulsar la productividad haciéndose cargo de tareas ordinarias,
a menudo los trabajadores se ven obligados a adaptarse a la velocidad y las
exigencias de las máquinas, en lugar de que éstas últimas estén diseñadas para
ayudar a quienes trabajan. Así, contrariamente a los beneficios anunciados de
la IA, los enfoques actuales de la tecnología pueden, paradójicamente,
desespecializar a los trabajadores, someterlos a una vigilancia automatizada y
relegarlos a tareas rígidas y repetitivas. La necesidad de seguir el ritmo de
la tecnología puede erosionar el sentido de la propia capacidad de obrar de los
trabajadores y ahogar las capacidades innovadoras que están llamados a aportar
en su trabajo[125].
68. La IA está
eliminando la necesidad de ciertas tareas que antes realizaban los seres
humanos. Si se utiliza para sustituir a los trabajadores humanos en lugar de
acompañarlos, existe «el riesgo sustancial de un beneficio desproporcionado
para unos pocos a costa del empobrecimiento de muchos»[126]. Además, a medida
que la IA se hace más poderosa, también existe el peligro asociado de que el
trabajo pierda su valor en el sistema económico. Esta es la consecuencia lógica
del paradigma tecnocrático: el mundo de una humanidad supeditada a la eficacia,
en el que, en última instancia, hay que recortar el coste de esa humanidad. En
cambio, las vidas humanas son preciosas en sí mismas, más allá de su
rendimiento económico. El Papa Francisco constata que, como consecuencia de
este paradigma, hoy en día «no parece tener sentido invertir para que los
lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[127]. Y
debemos concluir con él que «no podemos permitir que una herramienta tan
poderosa e indispensable como la inteligencia artificial refuerce tal
paradigma, sino que más bien debemos hacer de la inteligencia artificial un
baluarte precisamente contra su expansión»[128].
69. Por esto, esta
bien recordar siempre que «el orden real debe someterse al orden personal, y no
al contrario»[129]. Por lo tanto, el trabajo humano debe estar no sólo al
servicio del beneficio, sino «del hombre, del hombre integral, teniendo en
cuanta sus necesidades materiales y sus exigencias intelectuales, morales,
espirituales y religiosas»[130]. En este contexto, la Iglesia reconoce cómo el
trabajo es «no sólo […] un modo de ganarse el pan», sino también «una dimensión
irrenunciable de la vida social» y «un cauce para el crecimiento personal, para
establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones,
para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva
para vivir como pueblo»[131].
70. Porque el
trabajo es «parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración,
de desarrollo humano y de realización personal», «no debe buscarse que el
progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la
humanidad se dañaría a sí misma»[132], más bien, hay que esforzarse por
promoverla. Desde este punto de vista, la IA debe ayudar al juicio humano y no
sustituirlo, del mismo modo que nunca debe degradar la creatividad ni reducir a
los trabajadores a meros «engranajes de una máquina». Por tanto, «el respeto de
la dignidad de los trabajadores y la importancia de la ocupación para el
bienestar económico de las personas, las familias y las sociedades, la
seguridad de los empleos y la equidad de los salarios deberían constituir una
gran prioridad para la comunidad internacional, a medida que estas formas de
tecnología se van introduciendo cada vez más en los lugares de trabajo»[133].
La IA y la sanidad
71. En cuanto
partícipes de la obra sanadora de Dios, los operadores sanitarios tienen la
vocación y la responsabilidad de ser «custodios y servidores de la vida
humana»[134]. Por eso, la profesión sanitaria tiene una «intrínseca e
imprescindible dimensión ética», tal y como reconoce el Juramento Hipocrático,
que exige a los médicos y profesionales sanitarios que se comprometan a
«respetar absolutamente la vida humana y su carácter sagrado»[135]. Este
compromiso, con el ejemplo del Buen Samaritano, debe desarrollarse por hombres
y mujeres «que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se
hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea
común»[136].
72. Considerada en
esta óptica, la IA parece tener un enorme potencial en diversas aplicaciones
del ámbito médico, por ejemplo, para ayudar en la actividad diagnóstica de los
profesionales sanitarios, facilitando la relación entre pacientes y personal
médico, ofreciendo nuevos tratamientos y ampliando el acceso a una atención de
calidad incluso para quienes sufren situaciones de aislamiento o de
marginalidad. De este modo, la tecnología podría mejorar la «cercanía llena de
compasión y de ternura»[137] del personal sanitario hacia los enfermos y los
que sufren.
73. Sin embargo,
si la IA se utilizara no para mejorar, sino para sustituir por completo la
relación entre pacientes y profesionales sanitarios, dejando que los primeros
interactuasen con una máquina en lugar de con un ser humano, se verificaría la
reducción de una estructura relacional humana muy importante en un sistema
centralizado, impersonal y desigual. En lugar de fomentar la solidaridad con
los enfermos y los que sufren, estas aplicaciones de IA correrían el riesgo de
agravar la soledad que suele acompañar a la enfermedad, sobre todo en el contexto
de una cultura en la que «no se considera ya a las personas como un valor
primario que hay que respetar y amparar»[138]. Un tal uso de estos sistemas no
sería conforme con el respeto de la dignidad de la persona y la solidaridad con
los que sufren.
74. La
responsabilidad por el bienestar del paciente y las decisiones relacionadas que
afectan a su vida constituyen el núcleo de la profesión sanitaria. Esta
responsabilidad exige que el personal médico ejerza toda su capacidad e
inteligencia para poner en práctica decisiones ponderadas y éticamente
motivadas con respecto a las personas confiadas a su cuidado, respetando
siempre la dignidad inviolable del paciente y el principio del consentimiento
informado. En consecuencia, las decisiones relativas al tratamiento de los
pacientes y la carga de responsabilidad asociada deben permanecer siempre en
manos de las personas y nunca delegarse en la IA[139].
75. Además de
esto, el uso de la IA para determinar quién debe recibir tratamiento, basándose
principalmente en criterios económicos o de eficacia, es un caso especialmente
problemático de “paradigma tecnocrático” que debe rechazarse[140]. De hecho,
«optimizar los recursos significa usarlos de manera ética y solidaria y no
penalizar a los más frágiles»[141]; por no mencionar que, en este ámbito,
dichos instrumentos están expuestos «a formas de prejuicio y discriminación.
Los errores sistémicos pueden multiplicarse fácilmente, produciendo no sólo
injusticias en casos concretos sino también, por efecto dominó, auténticas
formas de desigualdad social»[142].
76. Además, la
integración de la IA en la atención sanitaria también plantea el riesgo de
amplificar otras desigualdades ya existentes en el acceso a la atención. Dado
que la atención sanitaria se centra cada vez más en la prevención y en los
enfoques basados en el estilo de vida, puede darse el caso de que las
soluciones impulsadas por la IA puedan involuntariamente favorecer a las
poblaciones más acomodadas, que ya disfrutan de un mayor acceso a los recursos
médicos y a una nutrición de calidad. Esta tendencia corre el riesgo de
reforzar el modelo de una “medicina para ricos”, en la que las personas
provistas de medios económicos se benefician de instrumentos avanzados de
prevención y de información médica personalizada, mientras que a otros les
cuesta acceder incluso a los servicios básicos. Por lo tanto, se necesitan
marcos de gestión equitativos para garantizar que el uso de la IA en la
atención sanitaria no agrave las desigualdades existentes, sino que esté al
servicio del bien común.
IA y educación
77. Mantienen una
plena actualidad las palabras del Concilio Vaticano II: «a verdadera educación
se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien
de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro»[143]. De ello se
deduce que la educación«no es nunca un simple proceso de transmisión de
conocimientos y de habilidades intelectuales, sino que pretende contribuir a la
formación integral de la persona en sus diversas dimensiones (intelectual,
cultural, espiritual…) incluyendo, por ejemplo, la vida comunitaria y las
relaciones vividas en el seno de la comunidad académica»[144], en el respeto a
la naturaleza y la dignidad de la persona humana.
78. Este enfoque
implica un compromiso a formar la mente, pero siempre como parte del desarrollo
integral de la persona: «Tenemos que romper ese imaginario sobre la educación,
según el cual educar es llenar la cabeza de ideas. Así educamos autómatas,
macrocéfalos, no personas. Educar es arriesgarse en la tensión entre la cabeza,
el corazón y las manos»[145].
79. En el centro
de este trabajo de formación de la persona humana integral está la relación
indispensable entre maestro y alumno. Los profesores no se limitan a transmitir
conocimientos, sino que son también modelos de las principales cualidades
humanas e inspiradores de la alegría del descubrimiento[146]. Su presencia
motiva a los alumnos tanto por los contenidos que imparten como por la atención
que muestran hacia ellos. Este vínculo favorece la confianza, la comprensión
recíproca y la capacidad de abordar la dignidad única y el potencial de cada
individuo. En el alumno, esto puede generar un auténtico deseo de crecer. La
presencia física del maestro crea una dinámica relacional que la IA no puede
replicar, una dinámica que profundiza el compromiso y nutre el desarrollo
integral del alumno.
80. En este
contexto, la IA presenta tanto oportunidades como desafíos. Si se utiliza con
prudencia, dentro de una auténtica relación entre maestro y alumno y ordenada a
los auténticos fines de la educación, puede convertirse en un valioso recurso
educativo, mejorando el acceso a la educación y ofreciendo un apoyo
personalizado y un feedback inmediato por parte los alumnos. Estas ventajas
podrían mejorar la experiencia de aprendizaje, sobre todo en los casos en que
sea necesaria una atención especial individualizada o cuando los recursos
educativos sean escasos.
81. Por otra
parte, una tarea esencial de la educación es formar «el intelecto para razonar
bien en todos las materias, para proyectarse hacia la verdad y aferrarla»[147],
ayudando al «lenguaje de la cabeza» a crecer en armonía con el «lenguaje del
corazón» y el «lenguaje de las manos»[148]. Esto es aún más vital en una época
marcada por la tecnología, en la que «no se trata solamente de “usar”
instrumentos de comunicación, sino de vivir en una cultura ampliamente
digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio,
la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de
aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás»[149]. Sin
embargo, en lugar de promover «un intelecto culto» que «lleva consigo poder y
gracia en cada trabajo y ocupación que emprende»[150], el uso extensivo de la
IA en la educación podría provocar una creciente dependencia de los estudiantes
con respecto a la tecnología, lo que bloquearía su capacidad para realizar
determinadas actividades de forma autónoma y agravaría su dependencia de las
pantallas[151].
82. Además,
mientras que algunos sistemas de IA han sido pensados específicamente para
ayudar a las personas a desarrollar sus propias capacidades de pensamiento
crítico y de resolución de problemas, muchos otros programas se limitan a
proporcionar respuestas en lugar de incitar a los estudiantes a encontrarlas
por sí mismos o a escribir textos por sí mismos[152]. En lugar de entrenar a
los jóvenes para acumular información y dar respuestas rápidas, la educación
debería «promover libertades responsables, que opten en las encrucijadas con
sentido e inteligencia»[153]. A partir de esto, «la educación en el uso de
formas de inteligencia artificial debería centrarse sobre todo en promover el
pensamiento crítico. Es necesario que los usuarios de todas las edades, pero
sobre todo los jóvenes, desarrollen una capacidad de discernimiento en el uso
de datos y de contenidos obtenidos en la web o producidos por sistemas de
inteligencia artificial. Las escuelas, las universidades y las sociedades
científicas están llamadas a ayudar a los estudiantes y a los profesionales a
hacer propios los aspectos sociales y éticos del desarrollo y el uso de la
tecnología»[154].
83. Como recordaba
san Juan Pablo II, «en el mundo de hoy, caracterizado por unos progresos tan
rápidos en la ciencia y en la tecnología, las tareas de la Universidad Católica
asumen una importancia y una urgencia cada vez mayores»[155]. En particular, se
exhorta a las Universidades Católicas a hacerse presentes como grandes
laboratorios de esperanza en esta encrucijada de la historia. En clave inter y
transdisciplinar, ejerciten «con sabiduría y creatividad»[156], una
investigación precisa sobre este fenómeno; contribuyendo a poner de manifiesto
las potencialidades saludables en los diversos campos de la ciencia y de la
realidad; guiándolos siempre hacia aplicaciones que sean éticamente
cualificadas, claramente al servicio de la cohesión de nuestra sociedad y del
bien común; alcanzando nuevas fronteras del diálogo entre la Fe y la Razón.
84. Además, se sabe
que los actuales programas de IA pueden proporcionar información distorsionada
o artefactual, lo que lleva a los estudiantes a basarse en contenidos
inexactos. «De este modo, no sólo se corre el riesgo de legitimar la difusión
de noticias falsas y robustecer la ventaja de una cultura dominante, sino de
minar también el proceso educativo en ciernes (in nuce)»[157]. Con el tiempo,
la distinción entre usos apropiados e inapropiados de dicha tecnología, tanto
en la educación como en la investigación, podría ser más clara. Al mismo
tiempo, un principio rector decisivo es que el uso de la IA debe ser siempre
transparente y nunca ambiguo.
IA,
desinformación, deepfake y abusos
85. La IA es
también un apoyo para la dignidad de la persona humana cuando se utiliza como
ayuda para comprender hechos complejos o como guía hacia recursos válidos en la
búsqueda de la verdad[158].
86. Sin embargo,
también existe el grave riesgo de que la IA genere contenidos manipulados e
informaciones falsas que, al ser muy difícil de distinguir de los datos reales,
pueden inducir fácilmente al engaño. Esto puede ocurrir accidentalmente, como
en el caso de la “alucinación” de la IA, que se produce cuando un sistema
generativo produce contenidos que parecen reflejar la realidad pero que no son
verídicos. Aunque es difícil gestionar este fenómeno, ya que la generación de
información que imita la producida por los humanos es una de las principales
características de la IA, representa un desafío mantener bajo control estos
riesgos. Las consecuencias de tales aberraciones e informaciones falsas pueden
ser muy graves. Por ello, todos los que producen y utilizan la IA deben
comprometerse con la veracidad y exactitud de las informaciones elaboradas por
tales sistemas y difundidas al público.
87. Si, por un
lado, la IA tiene el potencial latente de generar contenidos ficticios, por
otro lado, existe el problema aún más preocupante de su uso intencionado para
la manipulación. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando un operador humano o
una organización genera intencionadamente y difunde informaciones, como
deepfakes de imágenes, de vídeos y de audio, para engañar o perjudicar. Un
deepfake es una representación falsa de una persona que ha sido modificada o
generada por un algoritmo de IA. El peligro que entrañan las deepfake es
especialmente evidente cuando se utilizan para atacar o perjudicar a alguien:
aunque las imágenes o los vídeos puedan ser artificiales en sí mismos, los
daños que causan son reales, y dejan «profundas cicatrices en el corazón de
quienes lo sufren», que se sienten «heridos en su dignidad humana»[159].
88. En general, al
distorsionar «la relación con los demás y la realidad»[160], los productos
audiovisuales falsificados generados por IA pueden socavar progresivamente los cimientos
de la sociedad. Esto requiere una regulación cuidadosa, ya que la
desinformación, especialmente a través de medios controlados o influenciados
por la IA, puede propagarse involuntariamente, alimentando la polarización
política y el descontento social. De hecho, cuando la sociedad se vuelve
indiferente a la verdad, diversos grupos construyen sus propias versiones de
los “hechos”, con lo que la «conexiones mutuas y las interdependencias»[161],
que están en la base del vivir social, se debilitan. Porque las deepfake
inducen a poner todo en duda y los contenidos falsos generados por la IA
erosionan la confianza en lo que se ve y se oye, la polarización y el conflicto
no harán sino crecer. Un engaño tan generalizado no es un problema secundario:
golpea el corazón de la humanidad, demoliendo esa confianza fundamental sobre
la que se construyen las sociedades.[162].
89. Combatir las
falsificaciones alimentadas por la IA no es sólo trabajo de los expertos en la
materia, sino que requiere los esfuerzos de todas las personas de buena
voluntad. «Si la tecnología ha de estar al servicio de la dignidad humana y no
perjudicarla, y si ha de promover la paz en lugar de la violencia, la comunidad
humana debe ser proactiva a la hora de abordar estas tendencias respetando la
dignidad humana y promover el bien»[163]. Quienes produzcan y compartan
material generado por IA deben tener siempre cuidado de comprobar la veracidad
de lo que difunden y, en cualquier caso, deberían «evitar compartir palabras e
imágenes degradantes para el ser humano, y excluir por tanto lo que alimenta el
odio y la intolerancia, envilece la belleza y la intimidad de la sexualidad
humana, o lo que explota a los débiles e indefensos»[164]. Esto requiere una
prudencia constante y un cuidadoso discernimiento por parte de cada usuario
respecto a su actividad en las redes[165].
IA, privacidad y
control
90. Los seres
humanos son intrínsecamente relacionales, por lo que los datos que cada persona
crea en el mundo digital pueden considerarse una expresión objetivada de esa
naturaleza relacional. En efecto, los datos no se limitan a transmitir
informaciones, sino que vehiculan también un conocimiento personal y relacional
que, en un contexto cada vez más digitalizado, pueden convertirse en un poder
sobre el individuo. Además, mientras que algunos tipos de datos pueden
referirse a aspectos públicos de la vida de una persona, otros pueden llegar a
tocar su intimidad, tal vez incluso su conciencia. En definitiva, la privacidad
desempeña un papel fundamental a la hora de proteger los límites de la vida
interior de las personas y garantizar su libertad para relacionarse, expresarse
y tomar decisiones sin estar indebidamente controladas. Esta protección también
está vinculada a la defensa de la libertad religiosa, ya que la vigilancia
digital también puede utilizarse para ejercer un control sobre la vida de los
creyentes y la expresión de su fe.
91. Conviene
abordar la cuestión de la privacidad a partir de la preocupación por una
legítima libertad y la inalienable dignidad de la persona más allá de toda
circunstancia[166]. En este sentido, el Concilio Vaticano II incluyó el derecho
«a la protección de la vida privada» entre los derechos fundamentales «para
vivir una vida verdaderamente humana» que debería ser el mismo a todas las
personas, en virtud de su «excelsa dignidad»[167]. La Iglesia, además, afirmó
el derecho al respeto legítimo de la vida privada en el contexto del derecho de
la persona a una buena reputación, a la defensa de su integridad física y
mental y a no sufrir violaciones e intrusiones indebidas[168]: todos son
elementos relacionados con el debido respeto a la dignidad intrínseca a la
persona humana[169].
92. Los avances en
la elaboración y el análisis de datos que posibilita la IA permiten detectar
patrones en el comportamiento y el pensamiento de una persona incluso a partir
de una cantidad mínima de informaciones, lo que hace aún más necesaria la
privacidad de los datos como salvaguardia de la dignidad y la naturaleza
relacional de la persona humana. Como observó el Papa Francisco, «mientras se
desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran ante los otros,
se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto de que deja de existir
el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que
puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante»[170].
93. Aunque puedan
existir formas legítimas y correctas de utilizar la IA en conformidad con la
dignidad humana y el bien común, no es justificable su uso con fines de control
para la explotación, para restringir la libertad de las personas o para
beneficiar a unos pocos a expensas de muchos. El riesgo de un exceso de
vigilancia debe ser supervisado por organismos de control adecuados, con el fin
de garantizar la transparencia y la responsabilidad pública. Los responsables
de dicha vigilancia nunca deberían exceder su autoridad, que siempre debe estar
a favor de la dignidad y la libertad de cada persona como base esencial de una
sociedad justa y a medida del hombre.
94. De hecho, «el
respeto fundamental por la dignidad humana postula rechazar que la singularidad
de la persona sea identificada con un conjunto de datos»[171]. Esto se aplica
especialmente a los usos de la IA relacionados con la evaluación de individuos
o grupos sobre la base de su comportamiento, características o historial, una
práctica conocida como “crédito social” (social scoring): «En los procesos de
toma de decisiones sociales y económicas, debemos ser cautos a la hora de
confiar juicios a algoritmos que procesan datos recogidos, a menudo
subrepticiamente, sobre las personas y sus características y comportamientos
pasados. Esos datos pueden estar contaminados por prejuicios sociales e ideas
preconcebidas. Sobre todo, porque el comportamiento pasado de un individuo no
debe utilizarse para negarle la oportunidad de cambiar, crecer y contribuir a
la sociedad. No podemos permitir que los algoritmos limiten o condicionen el
respeto a la dignidad humana, ni que excluyan la compasión, la misericordia, el
perdón y, sobre todo, la apertura a la esperanza de cambio en el
individuo»[172].
La IA y la
protección de la casa común
95. La IA tiene
numerosas y prometedoras aplicaciones para mejorar nuestra relación con la casa
común que nos acoge, como la creación de modelos para la previsión de eventos
climáticos extremos, proponer soluciones de ingeniería para reducir su impacto,
la gestión de operaciones de socorro y la predicción de los movimientos de
población[173]. Además, la IA puede apoyar la agricultura sostenible, optimizar
el consumo de energía y proporcionar sistemas de alerta temprana para
emergencias de salud pública. Todos estos avances podrían aumentar la capacidad
de recuperación ante los desafíos relacionados con el clima y promover un
desarrollo más sostenible.
96. Al mismo
tiempo, los modelos actuales de IA y el sistema de hardware que los sustenta
requieren grandes cantidades de energía y agua y contribuyen significativamente
a las emisiones de CO2, además de consumir recursos de manera intensiva. Esta
realidad queda a menudo oculta por la forma en que esta tecnología se presenta
en el imaginario popular, donde palabras como “nube” (cloud)[174] puede dar la
impresión de que los datos se almacenan y procesan en un dominio etéreo, separado
del mundo físico. En cambio, la nube no es un dominio etéreo separado del mundo
físico, sino que, como cualquier dispositivo informático, necesita máquinas,
cables y energía. Lo mismo ocurre con la tecnología a la base de la IA. A
medida que estos sistemas crecen en complejidad, especialmente los grandes
modelos lingüísticos (Large Language Models, LLM), estos requieren conjuntos de
datos cada vez mayores, mayor potencia computacional e imponentes
infraestructuras de almacenamiento (storage) de datos. Teniendo en cuenta el
elevado coste que estas tecnologías suponen para el medio ambiente, el
desarrollo de soluciones sostenibles es vital para reducir su impacto en la
“casa común”.
97. Por eso, como
enseña el Papa Francisco, es importante «encontrar soluciones no sólo en la
técnica sino en un cambio del ser humano»[175]. Además, una concepción correcta
de la creación sabe reconocer que el valor de todas las cosas creadas no puede
reducirse a la mera utilidad. Por tanto, una gestión plenamente humana de la
tierra rechaza el antropocentrismo distorsionado del paradigma tecnocrático,
que pretende «extraer todo lo posible» de la naturaleza[176], y del «mito del
progreso», según el cual «los problemas ecológicos se resolverán simplemente
con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de
fondo»[177]. Esta mentalidad debe dar paso a una visión más holística que
respete el orden de la creación y promueva el bien integral de la persona
humana, sin descuidar la salvaguardia de «nuestra casa común»[178].
La IA y la guerra
98. El Concilio
Vaticano II y el posterior magisterio pontificio han sostenido con vigor que la
paz no es la mera ausencia de guerra y no se limita al mantenimiento de un
equilibrio de poder entre adversarios. Por el contrario, en palabras de San
Agustín, la paz es «la tranquilidad del orden»[179]. En efecto, la paz no puede
alcanzarse sin la protección de los bienes de las personas, la libre
comunicación, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos y la
práctica asidua de la fraternidad. La paz es obra de la justicia y efecto de la
caridad y no puede alcanzarse sólo mediante la fuerza o la mera ausencia de
guerra, sino que debe construirse ante todo mediante una diplomacia paciente,
la promoción activa de la justicia, la solidaridad, el desarrollo humano
integral y el respeto de la dignidad de todas las personas[180]. De este modo,
nunca debe permitirse que los instrumentos destinados a mantener una cierta paz
se utilicen con fines de injusticia, violencia u opresión, sino que deben estar
siempre subordinados al «firme propósito de respetar a los demás hombres y
pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la
fraternidad»[181].
99. Aunque las
capacidades analíticas de la IA podrían utilizarse para ayudar a las naciones a
buscar la paz y garantizar la seguridad, el «uso bélico de la inteligencia
artificial» puede ser muy problemático. El Papa Francisco ha observado que «la
posibilidad de conducir operaciones militares por medio de sistemas de control
remoto ha llevado a una percepción menor de la devastación que estos han
causado y de la responsabilidad en su uso, contribuyendo a un acercamiento aún
más frío y distante a la inmensa tragedia de la guerra»[182]. Además, la
facilidad con la que las armas, convertidas en autónomas, hacen más viable la
guerra va en contra del principio mismo de la guerra como último recurso en
casos de legítima defensa[183], aumentando los recursos bélicos mucho más allá
del alcance del control humano y acelerando una carrera armamentística
desestabilizadora con consecuencias devastadoras para los derechos
humanos[184].
100. En
particular, los sistemas de armas autónomas letales, capaces de identificar y
atacar objetivos sin intervención humana directa, son «gran motivo de
preocupación ética», porque carecen de «la exclusiva capacidad humana de juicio
moral y de decisión ética»[185]. Por estos motivos, el Papa Francisco ha
invitado con urgencia a repensar el desarrollo de tales armas para prohibir su
uso, «empezando desde ya por un compromiso efectivo y concreto para introducir
un control humano cada vez mayor y significativo. Ninguna máquina debería
elegir jamás poner fin a la vida de un ser humano»[186].
101. Dado que la
distancia entre maquinas capaces de matar con precisión de modo autónomo y
otras capaces de destrucción masiva es corta, algunos investigadores que
trabajan en el campo de la IA han expresado la preocupación que dicha
tecnología represente un “riesgo existencial”, siendo ella capaz de actuar en
modos que podrían amenazar la supervivencia de la humanidad o de regiones
enteras. Esta posibilidad debe ser tomada seriamente en consideración, en línea
con la constante preocupación por aquellas tecnologías que dan a la guerra «un
poder destructivo fuera de control que afecta a muchos civiles inocentes»[187],
incluidos los niños. En este contexto, resulta más que nunca urgente la llamada
de Gaudium et spes a «examinar la guerra con mentalidad totalmente nueva»[188].
102. Al mismo
tiempo, mientras los riesgos teóricos de la IA merecen atención, también
existen peligros más urgentes e inmediatos en relación con la forma en que
individuos con intenciones maliciosas podrían hacer uso de ellos[189]. La IA,
como cualquier otro instrumento, es una extensión del poder de la humanidad, y
aunque no podemos predecir todo lo que será capaz de lograr, por desgracia es
bien sabido lo que los seres humanos son capaces de hacer. Las atrocidades ya
cometidas a lo largo de la historia humana bastan para suscitar una profunda
preocupación por los posibles abusos de la IA.
103. Como ha
observado san Juan Pablo II, «la humanidad posee hoy instrumentos de potencia
inaudita. Puede hacer de este mundo un jardín, o reducirlo a un cúmulo de
escombros»[190]. En esta perspectiva, la Iglesia recuerda, con el Papa
Francisco, que «la libertad humana puede hacer su aporte inteligente hacia una
evolución positiva» u orientarse «en un camino de decadencia y de mutua
destrucción»[191]. Para evitar que la humanidad se precipite en una espiral de
autodestrucción[192], es necesario asumir una posición clara contra todas las
aplicaciones de la tecnología que amenazan intrínsecamente la vida y la
dignidad de la persona humana. Este compromiso requiere un discernimiento
atento sobre el uso de la IA, en particular sobre las aplicaciones de defensa
militar, para garantizar que siempre respeten la dignidad humana y estén al
servicio del bien común. El desarrollo y el empleo de la IA en el armamento
debería estar sujeto a los más altos niveles de control ético, velando que se
respeten la dignidad humana y la sacralidad de la vida[193].
La IA y la
relación de la humanidad con Dios
104. La tecnología
ofrece medios eficaces para gestionar y desarrollar los recursos del planeta,
aunque, en algunos casos, la humanidad cede cada vez más el control de estos
recursos a las máquinas. Dentro de algunos círculos de científicos y
futuristas, se respira un cierto optimismo sobre el potencial de la
inteligencia artificial general (AGI), una forma hipotética de IA que podría
alcanzar o superar a la inteligencia humana, capaz de lograr avances más allá
de lo imaginable. Algunos especulan incluso con que la AGI sería capaz de
alcanzar capacidades sobrehumanas. A medida que la sociedad se aleja del
vínculo con lo trascendente, algunos sienten la tentación de recurrir a la IA
en busca de sentido o de plenitud, deseos que sólo pueden encontrar su
verdadera satisfacción en la comunión con Dios[194].
105. Sin embargo,
la presunción de sustituir a Dios con una obra de las propias manos es
idolatría, contra la que advierte la Sagrada Escritura (por ej. Ex 20,4;
32,1-5; 34,17). Además, la IA puede ser incluso más seductora que los ídolos
tradicionales: de hecho, a diferencia de estos últimos, que «tienen boca, y no
hablan, tienen ojos, y no ven, tienen orejas, y no oyen» (Sal 115,5-6), la IA
puede “hablar”, o, al menos, dar la ilusión de hacerlo (cf. Ap 13,15). En
cambio, hay que recordar que la IA no es más que un pálido reflejo de la
humanidad, ya que ha sido producida por mentes humanas, entrenada a partir de
material producido por seres humanos, predispuesta a estímulos humanos y
sostenida por el trabajo humano. No puede tener muchas de las capacidades que
son específicas de la vida humana, y también es falible. De ahí que al buscar
en ella un “Otro” más grande con quien compartir la propia existencia y
responsabilidad, la humanidad corre el riesgo de crear un sustituto de Dios. En
definitiva, no es la IA quien es divinizada y adorada, sino el ser humano, para
convertirse, de este modo, en esclavo de su propia obra[195].
106. Aunque puede
ponerse al servicio de la humanidad y contribuir al bien común, la IA sigue
siendo un producto de manos humanas, lo que conlleva «la destreza y la fantasía
de un hombre» (Hch 17,29), al que nunca debe atribuirse un valor
desproporcionado. Como afirma el libro de la Sabiduría: «los hizo un hombre,
los modeló un ser de aliento prestado y ningún ser humano puede modelar un dios
a su semejanza. Al ser mortal, sus manos impías producen un cadáver y vale más
él que los objetos que adora, pues él tiene vida, mientras los otros jamás la
tendrán» (Sab 15, 16-17).
107. Al contrario,
«por su interioridad [el ser humano] transciende el universo entero; a esta
profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le
aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada
de Dios, decide su propio destino»[196]. Es en el corazón – recuerda el Papa
Francisco – que cada persona descubre la «paradójica conexión entre la
valoración del propio ser y la apertura a los otros, entre el encuentro tan
personal consigo mismo y la donación de sí a los demás»[197]. Por eso,
«únicamente el corazón es capaz de poner a las demás potencias y pasiones y a
toda nuestra persona en actitud de reverencia y de obediencia amorosa al
Señor»[198], que «nos ofrece tratarnos como un tú siempre y para siempre»[199].
VI. Reflexión
final
108. Teniendo en
cuenta todos los diversos desafíos que plantea el progreso tecnológico, el Papa
Francisco ha señalado la necesidad de un desarrollo «en responsabilidad,
valores, conciencia» proporcional al aumento de posibilidades que ofrece esta
tecnología[200], reconociendo que «cuanto más se acrecienta el poder del
hombre, más amplia es su responsabilidad»[201].
109. Por otra
parte,«la cuestión esencial y fundamental» permanece siempre la de «si el
hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras
mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de
su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los
más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a
todos»[202].
110. Es decisivo,
por consiguiente, saber valorar críticamente las distintas aplicaciones en los
contextos particulares, con el fin de determinar si estas promueven, o no, la
dignidad y la vocación humana, y el bien común. Como ocurre con muchas
tecnologías, los efectos de las distintas aplicaciones de la IA no siempre son
predecibles en su inicio. En la medida en que estas aplicaciones y su impacto
social se hagan más evidentes, se deberá empezar a proporcionar una
retroalimentación adecuada a todos los niveles de la sociedad, de acuerdo con el
principio de subsidiariedad. Es importante que los usuarios individuales, las
familias, la sociedad civil, las empresas, las instituciones, los gobiernos y
las organizaciones internacionales, cada uno a su nivel de competencia, se
comprometan en garantizar que el uso de la IA sea adecuado para el bien de
todos.
111. Hoy en día,
un desafío importante y una oportunidad para el bien común reside en considerar
dicha tecnología dentro de un horizonte de inteligencia relacional, que hace
hincapié en la interconexión de los individuos y de las comunidades y exalta la
responsabilidad compartida para favorecer el bienestar integral del otro. El
filósofo del siglo XX, Nikolaj Berdjaev, observó que las personas suelen culpar
a las máquinas de los problemas individuales y sociales; sin embargo, «esto no
hace más que humillar al hombre y no corresponde con su dignidad», porque «es
algo indigno transferir la responsabilidad del hombre a una maquina»[203]. Solo
la persona humana puede decirse moralmente responsable, y los desafíos de una
sociedad tecnológica, en última instancia, se refieren a su espíritu. Por eso,
para afrontar tales desafíos «requiere una revitalización de la sensibilidad
espiritual»[204].
112. Otro punto a
considerar es la llamada, provocada por la aparición de la IA en la escena
mundial, a renovar la valoración de todo lo que es humano. Como observó el
escritor católico francés Georges Bernanos hace muchos años, «el peligro no
reside en la multiplicación de las máquinas, sino en el número cada vez mayor
de hombres acostumbrados desde la infancia a no desear más que lo que las
máquinas pueden proporcionarles»[205]. El reto es tan real hoy como entonces,
ya que el rápido avance de la digitalización conlleva el riesgo del
«reduccionismo digital», por el que las experiencias no cuantificables se dejan
de lado y luego se olvidan, o se consideran irrelevantes porque no pueden
calcularse en términos formales. La IA sólo debe utilizarse como una
herramienta complementaria de la inteligencia humana y no sustituir su
riqueza[206]. Cultivar aquellos aspectos de la vida humana que van más allá del
cálculo es de crucial importancia para preservar una «auténtica humanidad», que
«parece habitar en medio de la civilización tecnológica, casi
imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada»[207].
La verdadera
sabiduría
113. Hoy, la vasta
extensión del conocimiento es accesible en formas que habrían maravillado a las
generaciones pasadas; sin embargo, para impedir que los avances de la ciencia
siguen siendo humana y espiritualmente estériles, hay que ir más allá de la
mera acumulación de datos y aspirar a la verdadera sabiduría[208].
114. Esta
sabiduría es el don que más necesita la humanidad para abordar los profundos
interrogantes y desafíos éticos que plantea la IA: «Sólo dotándonos de una
mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e
interpretar la novedad de nuestro tiempo»[209]. Esta «sabiduría del corazón» es
«esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y
sus consecuencias». La humanidad no puede «esperar esta sabiduría de las
máquinas», en cuanto ella «se deja encontrar por quien la busca y se deja ver
por quien la ama; se anticipa a quien la desea y va en busca de quien es digno
de ella (cfr. Sab 6,12-16)»[210].
115. En un mundo
marcado por la IA, necesitamos la gracia del Espíritu Santo, que «permite ver
las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las situaciones, los
acontecimientos y descubrir su sentido»[211].
116. Porque «lo
que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad
de datos y conocimientos que acumulen»[212], el modo como se utilice la IA
«para incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más
débiles y necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad»[213]. Esta
sabiduría puede iluminar y guiar un uso de dicha tecnología centrado en el ser
humano, que como tal puede ayudar a promover el bien común, a cuidar de la
«casa común», a avanzar en la búsqueda de la verdad, apoyar el desarrollo
humano integral, favorecer la solidaridad y la fraternidad humana, para luego
conducir a la humanidad a su fin último: la comunión feliz y plena con
Dios[214].
117. En la
perspectiva de la sabiduría, los creyentes podrán actuar como agentes
responsables capaces de utilizar esta tecnología para promover una visión
auténtica de la persona humana y de la sociedad[215], a partir de una
comprensión del progreso tecnológico como parte del plan de Dios para la
creación: una actividad que la humanidad está llamada a ordenar hacia el
Misterio Pascual de Jesucristo, en la constante búsqueda de la Verdad y del
Bien.
El Sumo Pontífice
Francisco, en la Audiencia concedida el día 14 de enero de 2025 a los suscritos
Prefectos y Secretarios del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y del
Dicasterio para la Cultura y la Educación, ha aprobado la presente Nota y ha
ordenado la publicación
Dado en Roma, ante
las sedes del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y del Dicasterio para la
Cultura y la Educación, el 28 de enero de 2025, Memoria Litúrgica de santo
Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia.
Víctor Manuel
Card. Fernández
Prefecto José Card. Tolentino de Mendonça
Prefecto
Mons. Armando
Matteo
Secretario
para la Sección
Doctrinal S.E. Mons. Paul Tighe
Secretario
para la Sección
Cultura
Ex Audientia Die
14.01.2025
Franciscus
Índice
I. Introducción
II. ¿Qué es la
Inteligencia Artificial?
III. La
inteligencia en la tradición filosófica y teológica
Racionalidad
Encarnación
Relacionalidad
Relación con la
Verdad
Custodia del mundo
Una comprensión
integral de la inteligencia humana
Límites de la IA
IV. El papel de la
ética para guiar el desarrollo y el uso de la IA
Una ayuda a la
libertad humana y a las decisiones
V. Cuestiones
específicas
La IA y la
sociedad
La IA y las
relaciones humanas
IA, economía y
trabajo
La IA y la sanidad
IA y educación
IA,
desinformación, deepfake y abusos
IA, privacidad y
control
La IA y la
protección de la casa común
La IA y la guerra
La IA y la
relación de la humanidad con Dios
VI. Reflexión
final
La verdadera
sabiduría
[1] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 378. Ver también Conc. Ecum. Vat. II, Cons. past.
Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 34: AAS 58 (1966), 1052-1053.
[2] Francisco,
Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia
para la Vida (28 de febrero de 2020): AAS 112 (2020), 307. Cf. Id., Discurso a
la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas (21 de diciembre de
2019): AAS 112 (2020), 43.
[3] Cf. Francisco,
Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de
enero de 2024): L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2024, 8.
[4] Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 2293; Conc. Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et
spes (7 de diciembre de 1965), n. 35: AAS 58 (1966), 1053.
[5] J. McCarthy et
al., A Proposal for the Dartmouth Summer Research Project on Artificial
Intelligence (31 agosto 1955), http://www-formal.stanford.edu/jmc/history/dartmouth/dartmouth.html
(acceso: 21 de octubre de 2024).
[6] Cf. Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), nn. 2-3:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 2.
[7] Los términos
utilizados en este documento para describir los resultados o procesos de la IA
se emplean en sentido figurado para ilustrar su funcionamiento y no pretenden
atribuirle características humanas.
[8] Cf. Francisco,
Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia
(Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano,14 de junio de 2024, 3;
Id., Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 2.
[9] En estas
líneas, se pueden apreciar las principales posiciones de los “transumanistas” y
de los “postumanistas”. Los transumanistas afirman que los progresos
tecnológicos permitirán a los seres humanos sobrepasar los propios límites
biológicos, y mejorar las capacidades físicas y cognitivas. Los posthumanistas,
por su parte, afirman que tales progresos acabarán por alterar la identidad
humana de tal manera que los hombres no podrán ni siquiera ser considerados
verdaderamente “humanos”. Ambas posiciones se basan en una percepción
fundamentalmente negativa de la corporeidad, que es vista más como un obstáculo
que como parte integrante de la identidad humana, llamada también ella a
participar de la plena realización de la persona. Esta visión negativa
contrasta con una comprensión correcta de la dignidad humana. Al tiempo que
apoya el auténtico progreso científico, la Iglesia afirma que esta dignidad se
basa en la «persona come unidad inseparable» de cuerpo y alma, por tanto
«también inherente a su cuerpo, que a su manera participa del ser imagen de
Dios de la persona humana» (Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl.
Dignitas infinita [8 de abril de 2024], n. 18).
[10] Este
planteamiento refleja una perspectiva funcionalista, que reduce la mente humana
a sus funciones y supone que éstas pueden cuantificarse plenamente en términos
físicos y matemáticos. Sin embargo, incluso en el caso de que una futura AGI
pareciera verdaderamente inteligente, seguiría siendo de naturaleza funcional.
[11] Cf. A.M.
Turing, «Computing Machinery and Intelligence», Mind 59 (1950) 443-460.
[12] Si uno
atribuye el «pensamiento» a las máquinas, debe especificar que se refiere a
procedimientos computacionales, no al pensamiento crítico. Del mismo modo, si
uno cree que tales dispositivos pueden funcionar según el pensamiento lógico,
debería especificar que éste se limita a la lógica computacional. En cambio,
por su propia naturaleza, el pensamiento humano se caracteriza por ser un
proceso creativo capaz de ir más alp>
[13] Sobre el
papel fundamental del lenguaje en la formación del entendimiento, cf. M.
Heidegger, Über den Humanismus, Klostermann Frankfurt am Main, 1949 (tr. esp.
Carta sobre el Humanismo, Alianza editorial, Madrid 2000).
[14] Para más
información sobre estos fundamentos antropológicos y teológicos, véase Grupo de
Investigación sobre AI del Centro para la Cultura Digital del Dicasterio para
la Cultura y la Educación, Encountering Artificial Intelligence: Ethical and
Anthropological Investigations, (Theological Investigations of Artificial
Intelligence, 1), editado por M.J. Gaudet, N. Herzfeld, P. Scherz, J.J. Wales,
Pickwick, Eugene 2024, 43-144.
[15] Aristóteles,
Metafísica, I.1, 980a21.
[16] Agustín de
Hipona, De Genesi ad Litteram libri duodecim, III, 20, 30: PL 34, 292: «El
hombre está hecho a imagen de Dios en relación con la facultad por la que es
superior a los animales desprovistos de razón. Pues bien, esta facultad es la
razón o la mente o la inteligencia o cualquier otro nombre que se le dé a esta
facultad»; Id., Enarrationes in Psalmos,54, 3: PL 36, 629:«Considerando, pues,
todas las cosas que posee, el hombre llega a la conclusión de que se distingue
de los animales en la medida en que posee inteligencia», Esto lo confirma
también Santo Tomás, que afirma que «el hombre es el más perfecto de todos los
seres terrestres dotados de movimiento. Y su operación natural propia es la
intelección», mediante la cual el hombre abstrae de las cosas y «recibe en la
mente los inteligibles en acto» (Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles 2.76).
[17] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 15: AAS
58 (1966), 1036.
[18] Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 49, a. 5, ad 3. Cf. ibid., I, q. 79; II-II,
q. 47, a. 3; II-II, q. 49, a. 2. Para una perspectiva contemporánea que se hace
eco de algunos elementos de la distinción clásica y medieval entre estos dos
modos de pensamiento, cf. D. Kahneman, Thinking, Fast and Slow, New York 2011
(tr. esp. Pensar rápido, pensar despacio, Debolsillo, Madrid 2014).
[19] Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, I, q. 76, a. 1, resp.
[20] Cf. Ireneo de
Lyon, Adversus Haereses, V.6.1: PG 7[2], 1136-1138.
[21] Dicasterio
para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de 2024), n. 9;
Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 213: AAS 112
(2020), 1045: «La inteligencia puede entonces escrutar en la realidad de las
cosas, a través de la reflexión, de la experiencia y del diálogo, para
reconocer en esa realidad que la trasciende la base de ciertas exigencias
morales universales».
[22] Cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos
de la evangelización (3 de diciembre de 2007), n. 4: AAS 100 (2008), 491-492.
[23] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 365. Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 75,
a. 4, resp.
[24] De hecho, la
Biblia «considera generalmente al ser humano como un ser que existe en un
cuerpo y es impensable fuera de él» (Pontificia Comisión Bíblica, «¿Qué es el
hombre?» (Sal 8,5). Un itinerario di antropología bíblica [30 de septiembre
2019], n. 19). Cf. ibid. nn. 20-21, 43-44, 48.
[25] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 22: AAS 58
(1966), 1042. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Dignitas personae
(8 de septiembre de 2008), n. 7: AAS 100 (2008), 863: «Cristo no desdeñó la
corporeidad humana, sino que reveló plenamente su sentido y valor».
[26] Tomás de
Aquino, Summa Contra Gentiles 2.81.
[27] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 15: AAS 58
(1966), 1036.
[28] Tomás de
Aquino, Summa Theologiae I, q. 89, a. 1, resp.: «La existencia separada del
cuerpo no es conforme a su naturaleza […]. Por eso se une al cuerpo: para
existir y obrar conforme a su naturaleza».
[29] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 14: AAS 58
(1966), 1035. Cf. Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita
(8 de abril de 2024), n. 18.
[30] Comisión
Teológica Internacional, Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen
de Dios (2004), n. 56. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 357.
[31] Cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Dignitas personae (8 de septiembre
de 2008), nn. 5, 8: AAS 100 (2008), 862.863-864; Dicasterio para la Doctrina de
la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de 2024), nn. 15, 24, 53-54.
[32] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 356. Cf. ibid., n. 221.
[33] Cf.
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de
2024), nn. 13, 26-27.
[34] Congregación
para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum veritatis (24 de mayo de 1990), n. 6:
AAS 82 (1990), 1552. Cf. Juan Pablo II, Cart. enc Veritatis splendor (6 de agosto
de 1993), n. 109: AAS 85 (1993), 1219; Pseudo Dionisio Areopagita, De divinis
nominibus, 7.2: PG 3, 868B-C: «También las almas tienen discurso racional, en
cuanto se mueven ampliamente y en círculos en torno a la verdad de las cosas.
[...] Pero, como resultado de la reducción de los muchos en el Uno, pueden ser
estimadas dignas de entendimientos semejantes a los de los ángeles, en la
medida en que es posible y alcanzable por parte de las almas».
[35] Juan Pablo
II, Cart. enc Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 3: AAS 91 (1999),
7.
[36] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past.Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 15: AAS 58
(1966), 1036.
[37] Juan Pablo
II, Cart. enc Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 42: AAS 91 (1999),
38. Cf. Francisco, Cart. enc Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 208: AAS
112 (2020), 1043.«la inteligencia humana puede ir más allá de las conveniencias
del momento y captar algunas verdades que no cambian, que eran verdad antes de
nosotros y lo serán siempre. Indagando la naturaleza humana, la razón descubre
valores que son universales, porque derivan de ella»; ibid., n. 184: AAS 112
(2020), 1034.
[38] Cf. B.
Pascal, Pensées, n. 267 (ed. Brunschvicg): «El último paso de la razón es
reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan» (tr. esp.
Pensamientos, Espasa Calpe, Madrid 1940).
[39] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past.Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 15: AAS 58
(1966), 1036. Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos
aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), n. 4: AAS 100 (2008),
491-492.
[40] La capacidad
semántica permite a los seres humanos captar el contenido de un mensaje
expresado en cualquier forma de comunicación, de manera vinculada a su
estructura material o empírica (como el código informático) y, al mismo tiempo,
la transciende. En este caso, la inteligencia se convierte en una sabiduría que
«permite ver las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las
situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido» (Francisco, Mensaje
para LVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales [24 de enero de
2024]: L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2024, 8). La creatividad permite
producir nuevos contenidos o ideas, ofreciendo sobre todo un punto de vista
original sobre la realidad. Ambas capacidades presuponen una subjetividad
personal para realizarse plenamente.
[41] Conc. Ecum.
Vat. II, Decl. Dignitatis humanae (7 de diciembre de 1965), n. 3: AAS 58
(1966), 931.
[42] La caridad
«es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si es que está unida al compromiso
con la verdad, […]. Precisamente su relación con la verdad facilita a la
caridad su universalismo y así evita ser “relegada a un ámbito de relaciones
reducido y privado” […] la apertura a la verdad protege a la caridad de una
falsa fe que se queda sin “su horizonte humano y universal”» (Francisco, Cart.
enc Fratelli tutti [3 de octubre de 2020], n. 184: AAS 112 (2020), 1034). Las
citaciones internas han sido tomadas de Benedetto XVI, Cart. enc. Caritas in
veritate (29 de junio de 2009), nn. 3-4: AAS 101 (2009), 642-643.
[43] Cf. Comisión
Teológica Internacional, Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen
de Dios (2004), n. 7.
[44] Juan Pablo
II, Cart. enc. Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 13: AAS 91 (1999),
15. Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos
aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), n. 4: AAS 100 (2008),
491-492.
[45] Juan Pablo
II, Cart. enc. Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 13: AAS 91 (1999),
15.
[46] Buenaventura,
II Sent., d. I, p. 2, a. 2, q. 1, cit. en Catecismo de la Iglesia Católica, n.
293. Cf. ibid., n. 294.
[47] Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, nn. 295, 299, 302. Buenaventura compara el universo con
«un libro, en el que la Trinidad creadora brilla, está representada y es leída»
(Buenaventura, Breviloquium, 2.12.1), esa misma Trinidad que concede la
existencia a todas las cosas. «Cada criatura del mundo es para nosotros como un
libro, una imagen y un espejo» (Alano de Lila, De incarnatione Christi: PL 210,
579a).
[48] Cf.
Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 67: AAS 107 (2015),
874; Juan Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens (14 de septiembre 1981), n. 6:
AAS 73 (1981), 589-592; Conc. Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de
diciembre de 1965), nn. 33-34: AAS 58 (1966), 1052-1053 ; Comisión Teológica
Internacional, Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios
(2004), n. 57: «Los seres humanos ocupan un lugar único en el universo,
conforme al plan divino: tienen el privilegio de participar en el gobierno
divino de la creación visible. […] Dado que la situación del hombre como
dominador es de hecho una participación en el gobierno divino de la creación,
hablaremos aquí de él como de una forma de servicio».
[49] Cf. Juan
Pablo II, Cart. enc. Veritatis splendor (6 de agosto de 1993), nn. 38-39: AAS
85 (1993), 1164-1165.
[50] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), nn. 33-34:
AAS 58 (1966), 1052-1053). Esta idea se encuentra también en la narración de la
creación, donde Dios conduce las criaturas a Adán «para ver qué nombre les
ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera» (Gen 2,19), una
acción que demuestra la participación activa de la inteligencia humana en la
gestión de la creación de Dios. Cf. Juan Crisóstomo, Homiliae in Genesim,
14,17-21: PG 53, 116-117.
[51] Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 301.
[52] Cf. ibid., n.
302.
[53] Buenaventura,
Breviloquium, 2.12.1. Cf. ibid., 2.11.2.
[54] Cf.
Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 236: AAS
105 (2013), 1115; Id., Discurso a los participantes en el encuentro de
capellanes y responsables de la pastoral universitaria promovido por el
Dicasterio para la Cultura y la Educación (24 de noviembre de 2023):
L’Osservatore Romano, 24 de noviembre de 2023, 7.
[55] Cf. J.H.
Newman, The Idea of a University, Discurso 5.1, Basil Montagu Pickering, London
18733, 99-100 (tr. esp. La idea de la universidad, Ediciones Encuentro, Madrid
2014); Francisco, Discurso a las comunidades académicas de las universidades e
instituciones pontificias romanas (25 de febrero de 2023): AAS 115 (2023), 316.
[56] Francisco,
Discurso a los representantes de la Confederación Nacional del Artesanado y de
la Pequeña y Mediana Empresa (CNA) (15 de noviembre de 2024): L’Osservatore
Romano, 15 de noviembre de 2024, 8.
[57] Cf. Francisco,
Exhort. ap. Querida Amazonia (2 de febrero de 2020), n. 41: AAS 112 (2020),
246; Id., Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 146: AAS 107 (2015),
906.
[58] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 47: AAS 107 (2015), 864. Cf.
Id., Cart. enc Dilexit nos (24 de octubre de 2024), nn. 17-24: L’Osservatore
Romano, 24 de octubre de 2024, 5; Id., Cart. enc Fratelli tutti (3
octubre2020), nn. 47-50: AAS 112 (2020), 985-987.
[59] Francisco,
Cart. enc. Dilexit nos (24 de octubre de 2024), n. 20: L’Osservatore Romano, 24
de octubre de 2024, 5.
[60] P. Claudel,
Conversation sur Jean Racine, Gallimard, Paris 1956, 32. «La inteligencia y la
voluntad se pongan a su servicio [del corazón] sintiendo y gustando las
verdades más que quererlas dominar como suelen hacer algunas ciencias»,
Francisco, Cart. enc. Dilexit nos (24 de octubre de 2024), n. 13: L’Osservatore
Romano, 24 de octubre de 2024, 5.
[61] Dante
Alighieri, Paraíso, Canto XXX.
[62] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II,Decl. Dignitatis humanae (7 de diciembre de 1965), n. 3: AAS 58
(1966), 931«La norma suprema de la vida humana es la misma ley divina, eterna,
objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los
caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor.
Dios hace partícipe al hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por
suave disposición de la divina Providencia, puede conocer más y más la verdad
inmutable»; Id., Const. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 16:
AAS 58 (1966), 1037.
[63] Cf. Conc.
Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius (24 de abril de 1870), cap. 4, DH 3016.
[64] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 110: AAS 107 (2015), 892.
[65] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 110: AAS 107 (2015), 891. Cf.
Id., Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 204: AAS 112 (2020),
1042.
[66] En el ser
humano, Dios «ha impreso su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26), confiriéndole
una dignidad incomparable, […]. En efecto, aparte de los derechos que el hombre
adquiere con su propio trabajo, hay otros derechos que no proceden de ninguna
obra realizada por él, sino de su dignidad esencial de persona» (Juan Pablo II,
Cart. enc. Centesimus annus [1de mayo de 1991], n. 11: AAS 83 [1991], 807). Cf.
Francisco, Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en
Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano,14 de junio
de 2024, 3-4.
[67] Cf.
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de
2024), nn. 8-9; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Dignitas
personae (8 de septiembre de 2008), n. 22.
[68] Francisco,
Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia
para la Vida (28 de febrero de 2020): AAS 112 (2020), 310.
[69] Francisco,
Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de
enero de 2024): L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2024, 8.
[70] En este
sentido, la expresión “inteligencia artificial”debe entenderse como un término
técnico para la tecnología pertinente, recordando que la expresión también se
utiliza para designar el campo de estudio y no sólo sus aplicaciones.
[71] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Cons. past.Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), nn. 34-35:
AAS 58 (1966), 1052-1053; Juan Pablo II, Cart. enc. Centesimus annus (1 de mayo
de 1991), n. 51: AAS 83 (1991), 856-857.
[72] Como ejemplo,
véase el fomento de la exploración científica en Alberto Magno, De Mineralibus,
II, 2, 1, y el aprecio por las artes mecánicas en Hugo de San Víctor,
Didascalicon, I, 9. Estos autores, pertenecientes a una larga lista de
eclesiásticos comprometidos con la investigación científica y la innovación
técnica, han demostrado que «la fe y la ciencia se pueden unir en la caridad si
la ciencia se pone al servicio de los hombres y de las mujeres de nuestro
tiempo, y no se distorsiona para perjudicarlos o incluso para destruirlos»
(Francisco, Discurso a los participantes del II Encuentro promovido por la
Specola Vaticana en memoria de Georges Lemaître [20 de junio de 2024]:
L’Osservatore Romano, 20 de junio de 2024, 8). Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cons.
past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 36: AAS 58 (1966),
1053-1054; Juan Pablo II, Cart. enc. Fides et ratio (14 de septiembre de 1998),
nn. 2, 106: AAS 91 (1999), 6-7.86-87.
[73] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 378.
[74] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 34: AAS
58 (1966), 1053.
[75] Cf. ibid., n.
35: AAS 58 (1966), 1053.
[76] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 102: AAS 107 (2015), 888.
[77] Cf.
Francisco, Cart. enc Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 105: AAS 107 (2015),
889; Id., Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 27: AAS 112
(2020), 978; Benedicto XVI, Cart. enc. Caritas in veritate (29 de junio de
2009), n. 23: AAS 101 (2009), 657-658.
[78] Cf.
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de
2024), nn. 38-39, 47; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Dignitas
personae (8 de septiembre de 2008), passim.
[79] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 35: AAS 58
(1966), 1053. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2293.
[80] Cf.
Francisco, Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en
Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano,14 de junio
de 2024, 2-4.
[81] Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1749:«La libertad hace del hombre un sujeto moral.
Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de
sus actos».
[82] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 16: AAS 58
(1966), 1037. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1776.
[83] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 1777.
[84] Cf. ibid.,
nn. 1779-1781. También el Papa Francisco anima los esfuerzos de todos a fin que
se garantice «que la tecnología se centre en el ser humano, se funde en bases
éticas durante el diseño del proyecto y tenga por finalidad el bien»
(Francisco, Discurso a los participantes en los “Minerva Dialogues” [27 de
marzo de 2023]: AAS 115 [2023], 463).
[85] Cf.
Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 166: AAS 112
(2020), 1026-1027; Id., Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de
la Pontificia Academia para la Vida (28 de febrero de 2020): AAS 112 (2020),
308. Sobre el papel de la capacidad humana de actuar a la hora de determinar el
fin particular (Zweck) que toda aplicación tecnológica a cumple a la luz de un
objetivo (Ziel) precedente, se vea F. Dessauer, Streit um die Technik, Freiburg
i. Br., 1956, 144.
[86] Francisco,
Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia
(Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano, 14 de junio de 2024, 4:
«La tecnología nace con un propósito y, en su impacto en la sociedad humana,
representa siempre una forma de orden en las relaciones sociales y una
disposición de poder, que habilita a alguien a realizar determinadas acciones
impidiéndoselo a otros. Esta dimensión de poder que es constitutiva de la
tecnología incluye siempre, de una manera más o menos explícita, la visión del
mundo de quien la ha realizado o desarrollado».
[87] Francisco,
Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia
para la Vida (28 de febrero de 2020): AAS 112 (2020), 309.
[88] Cf.
Francisco, Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en
Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano, 14 de junio
de 2024, 3-4.
[89] Francisco,
Discurso a los participantes en los “Minerva Dialogues” (27 de marzo de 2023):
AAS 115 (2023), 464. Cf. Id., Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020),
nn. 212-213: AAS 112 (2020), 1044-1045.
[90] Cf. Juan
Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), n. 5: AAS 73
(1981), 589; Francisco, Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia
Artificial en Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore
Romano, 14 de junio de 2024, 3-4.
[91] Francisco,
Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia
(Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano,14 de junio de 2024, 2:
«Frente a los prodigios de las máquinas, que parecen saber elegir de manera
independiente, debemos tener bien claro que al ser humano le corresponde
siempre la decisión, incluso con los tonos dramáticos y urgentes con que a
veces ésta se presenta en nuestra vida. Condenaríamos a la humanidad a un
futuro sin esperanza si quitáramos a las personas la capacidad de decidir por
sí mismas y por sus vidas, condenándolas a depender de las elecciones de las
máquinas».
[92] Ibid.
[93] En el
presente documento, el término «bias» (error sistemático, sesgo) se refiere al
sesgo algorítmico (algorithmic bias, que se produce cuando un sistema
informático produce errores sistemáticos y constantes que pueden discriminar
involuntariamente a determinados grupos de personas), y no al «vector de sesgo»
o «vector de bias» (bias vector) en las redes neuronales (que recoge los
parámetros utilizados para ajustar las salidas de las «neuronas» de la red
durante el proceso de entrenamiento con el fin de adaptarse mejor a los datos).
[94] Cf.
Francisco, Discurso a los participantes en los “Minerva Dialogues” (27 de marzo
de 2023): AAS 115 (2023), 464, donde el Santo Padre ha constatado un
crecimiento del consenso de modo que «los procesos de desarrollo respeten
valores como la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad, la
privacidad y la responsabilidad», y ha acogido favorablemente « os esfuerzos de
las organizaciones internacionales por regular estas tecnologías de modo que promuevan
un auténtico progreso, es decir, que contribuyan a dejar un mundo mejor y una
calidad de vida integralmente superior».
[95] Francisco,
Discurso a una delegación de la Sociedad Max Planck (23 de febrero de 2023):
L’Osservatore Romano, 23 de febrero de 2023, 8.
[96] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 26: AAS 58
(1966), 1046-1047.
[97] Francisco,
Discurso a los participantes en un Seminario sobre “El bien común en la era
digital” (27 de septiembre de 2019): AAS 111 (2019), 1571.
[98] Cf.
Francisco, Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
(24 de enero de 2024): L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2024, 8. Para
profundizar en las cuestiones éticas que plantea la IA desde una perspectiva
cristiana católica, véase Grupo de Investigación sobre la AI del Centro para la
Cultura Digital del Dicasterio para la Cultura y la Educación, Encountering
Artificial Intelligence: Ethical and Anthropological Investigations,
(Theological Investigations of Artificial Intelligence, 1), editado por M.J.
Gaudet, N. Herzfeld, P. Scherz, J.J. Wales, Pickwick, Eugene (OR – USA) 2024,
147-253.
[99] Sobre la
importancia del diálogo en una sociedad pluralista, orientada hacia una “sólida
y estable ética social”, véase Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de
octubre de 2020), nn. 211-214: AAS 112 (2020), 1044-1045.
[100] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 2.
[101] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3. Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 26: AAS 58 (1966),
1046-1047.
[102] Cf.
Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 112: AAS 107 (2015),
892-893.
[103] Francisco,
Discurso a los participantes en los “Minerva Dialogues” (27 de marzo de 2023):
AAS 115 (2023), 464.
[104] Cf.
Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, Ética en internet (22 de
febrero de 2002), n. 10.
[105] Francisco,
Exhort. ap. post-sinodal Christus vivit (25 de marzo de 2019), n. 89: AAS 111
(2019), 414-414, que cita el Documento final de la XV Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos (27 de octubre de 2018), n. 24: AAS 110
(2018), 1593. Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes al congreso
internacional sobre la ley moral natural promovido por la Pontificia
Universidad Laterana (12 de febrero de 2017): AAS 99 (2007), 245.
[106] Cf.
Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), nn. 105-114: AAS 107
(2015), 889-893; Id., Exhort. ap. Laudate Deum (4 de octubre de 2023), nn.
20-33: AAS 115 (2023), 1047-1050.
[107] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 105: AAS 107 (2015), 889. Cf.
Id., Exhort. ap. Laudate Deum (4 de octubre de 2023), nn. 20-21: AAS 115
(2023), 1047.
[108] Cf.
Francisco, Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de la Pontificia
Academia para la Vida (28 de febrero de 2020): AAS 112 (2020), 308-309.
[109] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 2.
[110] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015),), n. 112: AAS 107 (2015), 892.
[111] Cf.
Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), nn. 101, 103, 111,
115, 167: AAS 112 (2020), 1004-1005.1007-1009.1027.
[112] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 26: AAS 58
(1966), 1046-1047. Cf. León XIII, Cart. enc. Rerum novarum (15 de mayo de
1891), n. 35: Acta Leonis XIII, 11 (1892), 123.
[113] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 12: AAS 58
(1966), 1034.
[114] Cf.
Pontificio Consejo de Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia (2004), n. 149.
[115] Conc. Ecum.
Vat. II, Decl. Dignitatis humanae (7 de diciembre de1965), n. 3: AAS 58 (1966),
931. Cf. Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 50:
AAS 112 (2020), 986-987.
[116] Francisco,
Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 50: AAS 112 (2020),
986-987.
[117] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 47: AAS 107 (2015), 865. Cf.
Id., Exhort. ap. post-sinodal Christus vivit (25 de marzo de 2019), nn. 88-89:
AAS 111 (2019), 413-414.
[118] Cf.
Francisco, Cart. enc. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 88: AAS
105 (2013), 1057.
[119] Francisco,
Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 47: AAS 112 (2020), 985.
[120] Cf.
Francisco, Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en
Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano, 14 de junio
de 2024, 2.
[121] Cf.
Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 50: AAS 112
(2020), 986-987.
[122] Cf. E.
Stein, Zum Problem der Einfühlung, Buchdruckerei des Waisenhauses, Halle 1917
(tr. esp. Sobre el problema de la empatía, Trotta Editorial, Madrid 1985).
[123] Francisco,
Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 88: AAS 105 (2013),
1057: «Así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y
sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por
aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar
a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo
del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela,
con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo
a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don
de sí»; Cf.Conc. Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de
1965), n. 24: AAS 58 (1966), 1044-1045.
[124] Cf.
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de
2024), n. 1.
[125] Cf.
Francisco, Discurso a los participantes en un Seminario sobre “El bien común en
la era digital” (27 de septiembre de 2019): AAS 111 (2019), 1570; Id., Cart.
enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), nn. 18, 124-129: AAS 107 (2015),
854.897-899.
[126] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 5:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3.
[127] Francisco,
Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 209: AAS 105
(2013), 1107.
[128] Francisco,
Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia (Puglia)
(14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano, 14 de junio de 2024, 4. Para la
enseñanza de Papa Francisco respecto a la IA en relación con el «paradigma
tecnocrático», cf. Id., Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), nn.
106-114: AAS 107 (2015), 889-893.
[129] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past.Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 26: AAS 58
(1966), 1046-1047, como citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1912.
Cf. Juan XXIII, Cart. enc. Mater et magistra (15 de mayo de 1961), n. 219: AAS
53 (1961), 453.
[130] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past.Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 64: AAS 58
(1966), 1086.
[131] Francisco,
Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 162: AAS 112 (2020), 1025;
Juan Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), n. 6:
AAS 73 (1981), 591: «el trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en
función del trabajo». Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la
preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado
objetivo».
[132] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 128: AAS 107 (2015), 898. Cf.
Id., Exhort. ap. Amoris laetitia, (19 de marzo de 2016), n. 24: AAS 108 (2016),
319-320.
[133] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 5:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3.
[134] Juan Pablo
II, Cart. enc. Evangelium vitae (25 de marzo de 1995), n. 89: AAS 87 (1995),
502.
[135] Ibid.
[136] Francisco,
Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 67: AAS 112 (2020), 993;
citato in Id., Mensaje para la XXXI Jornada Mundial del Enfermo (11 de febrero
de 2023) L’Osservatore Romano, 10 de enero de 2023, 8.
[137] Francisco,
Mensaje para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo (11 de febrero de 2024):
L’Osservatore Romano, 13 de enero de 2024, 12.
[138] Francisco,
Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 de enero de
2016): AAS 108 (2016), 120. Cf. Id., Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de
2020), n. 18: AAS 112 (2020), 975; Id., Mensaje para la XXXII Jornada Mundial
del Enfermo (11 de febrero de 2024): L’Osservatore Romano, 13 de enero de 2024,
12.
[139] Cf.
Francisco, Discurso a los participantes en los “Minerva Dialogues” (27 de marzo
de 2023): AAS 115 (2023), 465; Id., Discurso a la Sesión del G7 sobre la
Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio de 2024):
L’Osservatore Romano, 14 de junio de 2024, 2.
[140] Cf.
Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), nn. 105, 107: AAS 107
(2015), 889-890; Id., Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), nn.
18-21: AAS 112 (2020), 975-976; Id., Discurso a los participantes en los
“Minerva Dialogues” (27 de marzo de 2023): AAS 115 (2023), 465.
[141] Francisco,
Discurso a los participantes de un encuentro organizado por la Comisión Caridad
y Salud de la Conferencia Episcopal Italiana (10 de febrero de 2017): AAS 109
(2017), 243. Cf. ibid., 242-243: «Si hay un sector donde la cultura del
descarte muestra con evidencia sus consecuencias dolorosas es el sanitario.
Cuando la persona enferma no ocupa el centro y no se considera su dignidad, se
engendran actitudes que pueden conducir incluso a especular sobre las
desgracias de los demás. ¡Y esto es muy grave! […] El modelo empresarial en
ámbito sanitario, si se adopta de forma indiscriminada […] corre el riesgo de
producir descartes humanos».
[142] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3.
[143] Conc. Ecum.
Vat. II, Decl. Gravissimum educationis (28 de octubre 1965), n. 1: AAS 58
(1966), 729.
[144] Congregación
para la Educación Católica, Instrucción para la aplicación de la modalidad de
la enseñanza a distancia en las Universidades/Facultades eclesiásticas (2021),
2. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Gravissimum educationis (28 de octubre 1965),
n. 1: AAS 58 (1966), 729; Francisco, Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de la
Paz (1 de enero de 2016), n. 6: AAS 108 (2016), 57-58.
[145] Francisco,
Discurso a la delegación del “Global Researchers Advancing Catholic Education
Project” (20 de abril de 2022): AAS 114 (2022), 580.
[146] «Si [el
hombre contemporáneo] escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio»
Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), n. 41: AAS
68 (1976), 31, que cita Id., Discurso a los miembros del «Consejo de Laicos» (2
de octubre de 1974), en AAS 66 (1974), 568.
[147] J.H. Newman,
The Idea of a University Defined and Illustrated, Discurso 6.1, London 18733,
125-126.
[148] Cf.
Francisco, Encuentro con los alumnos del Colegio Barbarigo de Padova a los 100°
años de su fundación (23 de marzo de 2019): L’Osservatore Romano, 24 de marzo
de 2019, 8; Id., Discurso a las comunidades académicas de las universidades e
instituciones pontificias romanas (25 de febrero de 2023): AAS 115 (2023), 316.
[149] Francisco,
Exhort. ap. Christus vivit (25 marzo 2019), n. 86: AAS 111 (2019), 413, que
cita XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Documento final
(27 de octubre de 2018), n. 21: AAS 110 (2018), 1592.
[150] J.H. Newman,
The Idea of a University Defined and Illustrated, Discorso 7.6, London 18733,
167.
[151] Cf.
Francisco, Exhort. ap. Christus vivit (25 marzo 2019), n. 88: AAS 111 (2019),
413.
[152] En un
documento estratégico del 2023 sobre el uso de la IA generativa en campo
educativo y de investigación, la UNESCO señala: «Una de las cuestiones clave
[del uso de la IA generativa (GenAI) en la educación y en la investigación] es
si los humanos pueden ceder los niveles básicos de pensamiento y los procesos
de adquisición de habilidades a la IA y concentrarse en las habilidades de
pensamiento de orden superior basadas en los resultados generados por la IA. La
escritura, por ejemplo, está asociada normalmente con la estructuración del
pensamiento. Con la GenAI […], los humanos pueden empezar ahora con un bosquejo
bien estructurado facilitado por la GenAI. Algunos expertos han caracterizado
el uso de la GenAI para generar texto de esta forma como “escribir sin pensar”»
(UNESCO, Guía para el uso de la IA generativa en educación e investigación
[2023], 37-38). La filósofa alemana-estadounidense Hannah Arendt había ya
previsto esta posibilidad en su libro de 1959, La condición humana, y nos ha
puesto en guardia: «Si sucediera que conocimiento (en el moderno sentido de
know-how) y el pensamiento se separasen definitivamente, nos convertiríamos en
impotentes esclavos, no tanto de las maquinas como de nuestros know-how» (H.
Arendt, The Human Condition, Chicago 20182, 3 ; tr. esp., La condición humana,
Ediciones Paidós, Barcelona 2009, 16).
[153] Francisco,
Exhort. ap. Amoris laetitia (19 de marzo de 2016), n. 262: AAS 108 (2016), 417.
[154] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3. Cf. Id., Cart. enc. Laudato
si’ (24 de mayo de 2015), n. 167: AAS 107 (2015), 914.
[155] Juan Pablo
II, Const. ap. Ex corde Ecclesiae (15 agosto 1990), 7: AAS 82 (1990), 1479.
[156] Francisco,
Const. ap. Veritatis gaudium (29 de enero de 2018), 4c: AAS 110 (2018), 9-10.
[157] Francisco,
Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia
(Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano, 14 junio 2024, 3.
[158] Por ejemplo,
podría ayudar a las personas a acceder a los «muchos medios para progresar en
el conocimiento de la verdad» recogidos en las obras filosóficas (Juan Pablo
II, Cart. enc. Fides et ratio [14 de septiembre de 1998], n. 3: AAS 91 [1999],
7. 3); Cf. ibid., n. 4: AAS 91 (1999), 7-8).
[159] Dicasterio
para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de 2024), n. 43.
Cf. ibid., nn. 61-62.
[160] Francisco,
Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de
enero de 2024): L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2024, 8.
[161] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past.Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 25: AAS 58
(1966), 1053. Cf. Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020),
passim: AAS 112 (2020), 969-1074.
[162] Cf.
Francisco, Exhort. ap. post-sinodal Christus vivit (25 de marzo de 2019), n.
89: AAS 111 (2019), 414; Juan Pablo II, Cart. enc Fides et ratio (14 de
septiembre de 1998), n. 25: AAS 91 (1999), 25-26: «Nadie puede permanecer
sinceramente indiferente a la verdad de su saber. […] Es la lección de san
Agustín cuando escribe: “He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno
que quisiera dejarse engañar”», que cita Agustín de Hipona, Confessionum libri
tredecim, 10, 23, 33: PL 27, 793.
[163] Dicasterio
para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de 2024), n. 62.
[164] Benedicto
XVI, Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24
de mayo de 2009): L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2009, 8.
[165] Cf.
Dicasterio para la Comunicación, Hacia una plena presencia. Reflexión pastoral
sobre la interacción en las Redes Sociales (28 de mayo de 2023), n. 41; Conc.
Ecum. Vat. II, Decr. Inter mirifica (4 de diciembre de 1963), nn. 4, 8-12: AAS
56 (1964), 146.148-149.
[166] Cf.
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de
2024), nn. 1, 6, 16, 24.
[167]Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 26: AAS 58
(1966), 1046. Cf. León XIII, Cart. enc. Rerum novarum (15 maggio 1891), n. 40:
Acta Leonis XIII, 11 (1892), 127: «A nadie es lícito violar impunemente la
dignidad del hombre, de quien Dios mismo dispone con gran respeto», citado en
Juan Pablo II, Cart. enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991), n. 9: AAS 83
(1991), 804.
[168] Cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2477, 2489; can. 220 CIC; can. 23 CCEO;
Juan Pablo II, Discurso con ocasión de la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (28 d enero de 1979), III.1-2: Insegnamenti, II/1
(1979), 202-203.
[169] Cf. Misión
del Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones, Declaración de la
Santa Sede durante la discusión temática sobre otras medidas de desarme y
seguridad internacional (24 de octubre de 2022): «El respeto de la dignidad
humana en el espacio digital obliga a los Estados a respetar también el derecho
a la privacidad, protegiendo a los ciudadanos de una vigilancia intrusiva y
permitiéndoles defender sus datos personales de accesos no autorizados».
[170] Francisco,
Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 42: AAS 112 (2020), 984.
[171] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3.
[172] Francisco,
Discurso a los participantes en los “Minerva Dialogues” (27 de marzo de 2023):
AAS 115 (2023), 465.
[173] El Informe
provisional del 2023 del Órgano Consultivo sobre la IA de las Naciones Unidas
ha identificado una lista de «expectativas iniciales sobre la ayuda de la IA a
la lucha contra el cambio climático» (Órgano Consultivo sobre IA de las
Naciones Unidas, Interim Report: Governing AI for Humanity, Diciembre 2023, 3).
El documento ha observado que «junto con los sistemas predictivos que pueden
transformar los datos en ideas y las ideas en acciones, las herramientas
basadas en la IA pueden ayudar a desarrollar nuevas estrategias e inversiones
para reducir las emisiones, influir en las nuevas inversiones del sector
privado en el net zero, proteger la biodiversidad y crear una amplia base de
resiliencia social», (ibid.).
[174] Se trata de
una red de servidores físicos repartidos por todo el mundo que permite a los
usuarios almacenar, procesar y gestionar sus datos a distancia, sin necesidad
de espacio de almacenamiento ni potencia de cálculo en los dispositivos
locales.
[175] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 9: AAS 107 (2015), 850.
[176] Ibid., n.
106: AAS 107 (2015), 890.
[177] Ibid., n.
60: AAS 107 (2015), 870.
[178] Ibid., nn.
3, 13: AAS 107 (2015), 848.852.
[179] Agustín de
Hipona, De Civitate Dei, 19.13.1: PL 41, 460.
[180] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), nn. 77-82:
AAS 58 (1966), 1100-1107; Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de
2020), nn. 256-262: AAS 112 (2020), 1060-1063; Dicasterio para la Doctrina DE LA
fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de 2024), nn. 38-39; Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 2302-2317.
[181] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 78: AAS 58
(1966), 1101.
[182] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 6:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3.
[183] Cf.
Catecismo de la Iglesia Católica nn. 2308-2310.
[184] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), nn. 80-81:
AAS 58 (1966), 11013-1105.
[185] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 6:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3; Cf. Id., Discurso a la Sesión
del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia (Puglia) (14 de junio
de 2024): L’Osservatore Romano, 14 de junio de 2024, 2: «Necesitamos garantizar
y proteger un espacio de control significativo del ser humano sobre el proceso
de elección utilizado por los programas de inteligencia artificial. Está en
juego la misma dignidad humana».
[186] Francisco,
Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial en Borgo Egnazia
(Puglia) (14 de junio de 2024): L’Osservatore Romano, 14 de junio de 2024, 2;
Cf. Misión del Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas,
Declaración de la Santa Sede al Grupo de Trabajo II sobre tecnologías
emergentes ante la Comisión de Desarme de la ONU (3 de abril de 2024): «El
desarrollo y la utilización de sistemas de armas autónomas letales que carezcan
de un control humano adecuado plantearía problemas éticos fundamentales, ya que
tales sistemas nunca podrán ser sujetos moralmente responsables capaces de
cumplir el derecho internacional humanitario»,
[187] Francisco,
Cart. enc. Fratelli tutti (3 de octubre de 2020),), n. 258: AAS 112 (2020),
1061. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de
1965), n. 80: AAS 58 (1966), 1103-1104.
[188] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 80: AAS 58
(1966), 1103-1104.
[189] Cf.
Francisco, Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024),
n.6: L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3: «Tampoco podemos ignorar
la posibilidad de que armas sofisticadas terminen en las manos equivocadas
facilitando, por ejemplo, ataques terroristas o acciones dirigidas a
desestabilizar instituciones de gobierno legítimas. En resumen, realmente lo
último que el mundo necesita es que las nuevas tecnologías contribuyan al
injusto desarrollo del mercado y del comercio de las armas, promoviendo la
locura de la guerra».
[190] Juan Pablo
II, Acto de ofrecimiento a María Santísima con ocasión del Jubileo de los
Obispos (8 de octubre de 2000), n. 3: Insegnamenti, XXIII/2 (200), 565.
[191] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 79: AAS 107 (2015), 878.
[192] Cf.
Benedicto XVI, Cart. enc. Caritas in veritate (29 de junio de 2009), n. 51: AAS
101 (2009), 687.
[193] Cf.
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Decl. Dignitas infinita (8 de abril de
2024), nn. 38-39.
[194] Cf. Agustín
de Hipona, Confessionum libri tredecim, 1.1.1: PL 32, 661.
[195] Cf. Juan
Pablo II, Cart. enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de1987), n. 28:
AAS 80 (1988), 548: «Hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y
servicios […] no basta para proporcionar la felicidad humana. Ni, por
consiguiente, la disponibilidad de múltiples beneficios reales, aportados en
los tiempos recientes por la ciencia y la técnica, incluida la informática,
traen consigo la liberación de cualquier forma de esclavitud. Al contrario […]
si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a
disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una
orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve
fácilmente contra él para oprimirlo». Cf. ibid., nn. 29, 37: AAS 80 (1988),
550-551.563-564.
[196] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 14: AAS 58
(1966), 1036.
[197] Francisco,
Cart. enc. Dilexit nos (24 de octubre de 2024), n. 18: L’Osservatore Romano, 24
de octubre de 2024, 6.
[198] Ibid., n.
27: L’Osservatore Romano, 24 de octubre de 2024, 5.
[199] Ibid., n.
25: L’Osservatore Romano, 24 de octubre de 2024, 5-6.
[200] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 105: AAS 107 (2015), 889. Cf.
R. Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg, 19659, 87ss. (tr. esp. El ocaso de
la Edad Moderna, Editorial Cristiandad, Madrid 1981).
[201] Conc. Ecum.
Vat. II, Cons. past. Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965), n. 34: AAS 58
(1966), 1053.
[202] Juan Pablo
II, Cart. enc. Redemptor hominis (4 de mayo de 1979), n. 15: AAS 71 (1979),
287-288.
[203] N. Berdjaev,
«Man and Machine», en C. Mitcham – R. Mackey (eds.), Philosophy and Technology:
Readings in the Philosophical Problems of Technology, The Free Press, New York
19832, 212-213.
[204] Ibid., 210.
[205] G. Bernanos,
«La révolution de la liberté» (1944), en Id., Le Chemin de la Croix-des-Âmes,
Rocher, Mónaco 1987, 829.
[206] Cf.
Francisco, Encuentro con los alumnos del Colegio Barbarigo de Padova en el 100°
año de fundación (23 de marzo de 2019): L’Osservatore Romano, 24 de marzo de
2019, 8; Id., Discurso a las comunidades académicas de las universidades e
instituciones pontificias romanas (25 de febrero 2023): AAS 115 (2023), 316.
[207] Francisco,
Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 112: AAS 107 (2015), 892-893.
[208] Cf.
Buenaventura, Collationes in Hexaemeron, XIX, 3; Cf. Francisco, Cart. enc.
Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 50: AAS 112 (2020), 986: «El cúmulo
abrumador de información que nos inunda no significa más sabiduría. La
sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni es una
sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada. De ese modo no se
madura en el encuentro con la verdad».
[209] Francisco,
Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de
enero de 2024): L’Osservatore Romano, 24 de enero de 2024, 8.
[210] Ibid.
[211] Ibid.
[212] Francisco,
Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), n. 37: AAS 110 (2018), 1121.
[213] Francisco,
Mensaje para la LVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2024), n. 2:
L’Osservatore Romano, 14 de diciembre de 2023, 3. Cf. Id., Cart. enc. Laudato
si’ (24 de mayo de 2015), n. 112: AAS 107 (2015), 892-893; Id., Exhort. ap.
Gaudete et exsultate (19 de marzo de 2018), n. 46: AAS 110 (2018), 1123-1124.
[214] Cf.
Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 112: AAS 107 (2015),
892-893.
[215] Cf.
Francisco, Discurso a los participantes en un Seminario sobre “El bien común en
la era digital” (27 de septiembre de 2019): AAS 111 (2019), 1570-1571.