Acerca de cómo se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa
PIO
PP. XI
6/1/1928
Venerables hermanos: Salud y bendición apostólica
1. Ansia universal de paz y
fraternidad
Nunca quizás como en los actuales
tiempos se ha apoderado del corazón de todos los hombres un tan vehemente deseo
de fortalecer y aplicar al bien común de la sociedad humana los vínculos de
fraternidad que, en virtud de nuestro común origen y naturaleza, nos unen y
enlazan a unos con otros.
Porque no gozando todavía las
naciones plenamente de los dones de la paz, antes al contrario, estallando en
varias partes discordias nuevas y antiguas, en forma de sediciones y luchas
civiles y no pudiéndose además dirimir las controversias, harto numerosas,
acerca de la tranquilidad y prosperidad de los pueblos sin que intervengan en
el esfuerzo y la acción concordes de aquellos que gobiernan los Estados, y
dirigen y fomentan sus intereses, fácilmente se echa de ver --mucho más
conviniendo todos en la unidad del género humano-, porque son tantos los que
anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre sí por esta fraternidad
universal.
2. La fraternidad en religión.
Congresos ecuménicos.
Cosa muy parecida se esfuerzan
algunos por conseguir en lo que toca a la ordenación de la nueva ley promulgada
por Jesucristo Nuestro Señor. Convencidos de que son rarísimos los hombres
privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza
de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en
materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas
doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin
suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso
número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles
de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente
de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.
3. Los católicos no pueden aprobarlo.
Tales tentativas no pueden, de
ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están
fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son,
con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas
nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que
somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.
Cuantos sustentan esta opinión, no
solo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión,
adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y
ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales
opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios.
4. Otro error - La unión de todos los
cristianos. - Argumentos falaces
Pero donde con falaz apariencia de
bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión
de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta
conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de
mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad?
¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus
fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos
fuesen una sola cosa? (Jn 17,21) y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso
que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo
y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que
os améis unos a otros? (Jn 13,35) ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos
los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad,
que, deslizándose y extendiéndose cada más, amenaza debilitar el Evangelio.
5. Debajo de esos argumentos se
oculta un error gravísimo
Estos y otros argumentos parecidos
divulgan y difunden los llamados "pancristianos"; los cuales, lejos
de ser pocos en número, han llegado a formar legiones y a agruparse en
asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de
hombres católicos, aunque discordes entre si en materia de fe.
6. La verdadera norma de esta
materia.
Exhortándonos, pues, la conciencia de
Nuestro deber a no permitir que la grey del Señor sea sorprendida por
perniciosas falacias, invocamos vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar
mal tan grave; pues confiamos que cada uno de vosotros, por escrito y de
palabra, podrá más fácilmente comunicarse con el pueblo y hacerle entender
mejor los principios y argumentos que vamos a exponer, y en los cuales hallaran
los católicos la norma de lo que deben pensar y practicar en cuanto se refiere
al intento de unir de cualquier manera en un solo cuerpo a todos los hombres
que se llaman católicos.
7. Solo una Religión puede ser
verdadera: la revelada por Dios.
Dios, Creador de todas las cosas, nos
ha creado a los hombres con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene,
pues, nuestro Creador perfectísimo derecho a ser servido por nosotros. Pudo
ciertamente Dios imponer para el gobierno de los hombres una sola ley, la de la
naturaleza, ley esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle: y pudo
después regular los progresos de esa misma ley con solo su providencia
ordinaria. Pero en vez de ella prefirió dar El mismo los preceptos que habíamos
de obedecer; y en el decurso de los tiempos, esto es desde los orígenes del
género humano hasta la venida y predicación de Jesucristo, enseno por Si mismo
a los hombres los deberes que su naturaleza racional les impone para con su
Creador. "Dios, que en otro tiempo hablo a nuestros padres en diferentes
ocasiones y de muchas maneras, por medio de los Profetas, nos ha hablado últimamente
por su Hijo Jesucristo"(He 1,1-2) Por donde claramente se ve que ninguna
religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra
revelada por Dios, revelación que comenzada desde el principio, y continuada
durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por el mismo Jesucristo con la Ley
Nueva. Ahora bien: si Dios ha hablado -y que haya hablado lo comprueba la
historia- es evidente que el hombre está obligado a creer absolutamente la
revelación de Dios, y a obedecer totalmente sus preceptos. y con el fin de que
cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria de Dios y salvación nuestra, el
Hijo Unigénito de Dios fundo en la tierra su Iglesia.
8. La única Religión revelada es la
de la Iglesia Católica.
Así pues, los que se proclaman
cristianos es imposible no crean que Cristo fundo una Iglesia, y precisamente
una sola. Mas, si se pregunta cuál es esa Iglesia conforme a la voluntad de su
Fundador, en esto ya no convienen todos. Muchos de ellos, por ejemplo, niegan
que la Iglesia de Cristo haya de ser visible, a lo menos en el sentido de que
deba mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes en una misma doctrina y
bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales entienden que la Iglesia
visible no es más que la alianza de varias comunidades cristianas, aunque las
doctrinas de cada una de ellas sean distintas.
Sociedad perfecta, externa, visible.
Pero es lo cierto que Cristo Nuestro
Señor instituyo su Iglesia como sociedad perfecta, externa y visible por su
propia naturaleza, a fin de que prosiguiese realizando, de allí en adelante, la
obra de la salvación del género humano, bajo la guía de una sola cabeza (Mt
16,15) con magisterio de viva voz (Mc 16,15) y por medio de la administración
de los sacramentos (Jn 3,5 Jn 6,48-59 Jn 20,22 Jn 18,18) fuente de la gracia
divina; por eso en sus parábolas afirmo que era semejante a un reino (Mt 13,
24, 31, 33, 44, 47) a una casa (Mt 16,18) a un aprisco (Jn 10,16) y a una grey
(Jn 21,15-17) Esta Iglesia, tan maravillosamente fundada, no podía ciertamente
cesar ni extinguirse, muertos su Fundador y los Apóstoles que en un principio
la propagaron, puesto que a ella se le había confiado el mandato de conducir a
la eterna salvación a todos los hombres, sin excepción de lugar ni de tiempo:
"Id, pues, e instruid a todas las naciones" (Mt 28,19) y en el
cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltara a la Iglesia el valor ni
la eficacia, hallándose perpetuamente asistida con la presencia del mismo
Cristo, que solemnemente le prometió: "He aquí que yo estaré siempre con
vosotros, hasta la consumación de los siglos"? (Mt 28,20) Por tanto, la
Iglesia de Cristo no solo ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre,
sino también ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos,
si no queremos decir -y de ello estamos muy lejos- que Cristo Nuestro Señor no ha
cumplido su propósito, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no habían
de prevalecer contra ella (Mt 16,18)
9. Un error capital del movimiento
ecuménico en la pretendida unión de iglesias cristianas.
Y aquí se Nos ofrece ocasión de
exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta
cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación el de
los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias
cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas
veces las palabras de Cristo: "Sean todos una misma cosa. Habrá un solo
rebaño y un solo pastor" (Jn 17,21 Jn 19,16) más de tal manera: las
entienden, que, según ellos, solo significan un deseo y una aspiración de
Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad
de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo,
no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá,
ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concordante
impulsión de las voluntades; pero en entre tanto, habrá que considerarla solo
como un ideal.
"La división" de la
Iglesia.
Añaden que la Iglesia, de suyo o por
su propia naturaleza, está dividida en partes, esto es, se halla compuesta de
varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes
en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con
los mismos derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia solo fue única
y una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos de los primeros
Concilios Ecuménicos. Sería necesario pues -dicen-, que, suprimiendo y dejando
a un lado las controversias y variaciones rancias de opiniones, que han dividido
hasta hoy a la familia cristiana, se formule se proponga con las doctrinas
restantes una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya
reconocerse, sino sentirse hermanos. y cuando las múltiples iglesias o
comunidades estén unidas por un pacto universal, entonces será cuando puedan
resistir sólida y fructuosamente los avances de la impiedad...
Esto es así tomando las cosas en
general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y conceden que el llamado
Protestantismo ha desechado demasiado desconsideradamente ciertas doctrinas
fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo ciertamente agradables
y útiles, los que la Iglesia Romana por el contrario aún conserva; añaden sin
embargo en el acto, que ella ha obrado mal porque corrompió la religión
primitiva por cuanto agrego y propuso como cosa de fe algunas doctrinas no solo
ajenas sino más bien opuestas al Evangelio, entre las cuales se enumera
especialmente el Primado de jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus
sucesores en la sede Romana.
En el número de aquellos, aunque no
sean muchos, figuran también los que conceden al Romano Pontífice cierto
Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin
embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los
fieles. Otros en cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus
asambleas, las que pueden llamarse "multicolores". Por lo demás, aun
cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno la
unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallaras pocos a quienes se ocurre que
han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando ensena o manda y
gobierna. Entre tanto asevera que están dispuestos a actuar gustosos en unión
con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea
de iguales a igual: mas si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harían
con la intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no
fueran obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por qué
continúan errando y vagando fuera del único redil de Cristo.
10. La Iglesia Católica no puede
participar en semejantes uniones.
Siendo todo esto así, claramente se
ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos,
ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes
intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana,
totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.
11. La verdad revelada no admite
transacciones.
¿Y habremos Nos de sufrir -cosa que sería
por todo extremo injusta- que la verdad revelada por Dios, se rindiese y
entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la
verdad revelada. Para instruir en la fe evangélica a todas las naciones envió
Cristo por el mundo todo a los Apóstoles; y para que éstos no errasen en nada,
quiso que el Espíritu Santo les ensenase previamente toda la verdad (Jn 16,13)
¿y acaso esta doctrina de los Apóstoles ha descaecido del todo, o siquiera se
ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola
y custodiándola? Y si nuestro Redentor manifestó expresamente que su Evangelio
no solo era para los tiempos apostólicos, sino también para las edades futuras,
¿habrá podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy
conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre si? Si esto
fuese verdad, habría que decir también que el Espíritu Santo infundido en los apóstoles,
y la perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma
predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda utilidad y
eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.
12. La Iglesia Católica depositaria
infalible de la verdad.
Ahora bien: cuando el Hijo Unigénito
de Dios mando sus legados que ensenasen a todas las naciones, impuso a todos
los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese ensenado por los
testigos predestinados por Dios (Ac 10,41) obligación que sanciono de este
modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvara; mas el que no creyere será
condenado (Mc 16,16) ) Pero ambos preceptos de Cristo, uno de ensenar y otro de
creer, que no pueden dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no
pueden siquiera entenderse si la Iglesia no propone, integra y clara la
doctrina evangélica y si al proponerla no está ella exenta de todo peligro de
equivocarse, Acerca de lo cual van extraviados también los que creen que sin
duda existe en la tierra el depósito de la verdad, pero que para buscarlo hay
que emplear tan fatigosos trabajos, tan :continuos estudios y discusiones, que
apenas basta la vida de un hombre para hallarlo y disfrutarlo: como si el
benignísimo Dios hubiese , hablado por medio de los Profetas y de su Hijo
Unigénito para que lo revelado por éstos solo pudiesen conocerlo unos pocos, y
ésos ya ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin ensenar la
doctrina moral y dogmática, por la cual se ha de regir el hombre durante el
curso de su vida moral,
13. Sin fe, no hay verdadera caridad.
Podrá parecer que dichos
"pancristianos", tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin
nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos, Pero, ¿cómo es
posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que
San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece
descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar
continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibió
absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, integra
y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no trae esta
doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis () Siendo, pues, la
fe integra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que
los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la
unidad de fe.
14. Unión irrazonable.
Por tanto, ¿cómo es posible imaginar
una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en
materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al
juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían
formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden
doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que
la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que
consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos,
presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía se ha
introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que
adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa
conversión del pan y del vino, llamada "transustanciación", y los que
afirman que el Cuerpo de Cristo esta allí presente solo por la fe, o por el
signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su
doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que solo es un
recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la
suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la
Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden
que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre
Dios y los hombres, Jesucristo? (Ver 1Tm 2,5)
15. Resbaladero hacia el
indiferentismo y el modernismo.
Entre tan grande diversidad de
opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la
Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola
ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos,
ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio
de toda religión, o "indiferentismo", y al llamado
"modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados,
sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea,
proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias
tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación
inmutable, sino siendo de suyo acomodable al a vida de los hombres.
Además, en lo que concierne a las
cosas que han de creerse, de ningún modo es licito establecer aquélla
diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no
fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser
aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre
arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la
autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte.
Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestaran la misma fe al
dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al
misterio de la augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio
infalible del Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el
Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor.
No porque la Iglesia sanciono con
solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes
edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni
creerse del mismo modo. ¿No las revelo todas Dios?
Pues, el Magisterio de la Iglesia el
cual por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las
doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y llegasen con mayor facilidad
y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los
Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin
embargo, al oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la
definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e
impugnaciones de los herejes deben más eficazmente oponerse o inculcarse en los
espíritus de los fieles, más clara y sutilmente explicados, puntos de la
sagrada doctrina.
Mas por ese ejercicio extraordinario
del Magisterio no se introduce, naturalmente ninguna invención, ni se añade
ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el depósito de la
revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén contenidas, por lo menos implícitamente,
sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aun parecen
permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los que algunos han puesto
en tela de juicio.
16. La única manera de unir a todos
los cristianos.
Bien claro se muestra, pues,
Venerable Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los
suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los
cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los
disidentes a la única :y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día
desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos
ciertamente conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer
siempre tal cual El mismo la fundo para la salvación de todos. Nunca, en el
transcurso de los siglos, se contamino esta mística Esposa de Cristo, ni podrá
contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa
de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto
pudor la santidad de una sola estancia (S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia
Migne P. L. 4, col. 518-519) Por eso se maravillaba con razón el santo Mártir
de que alguien pudiese creer que esta unidad, fundada en la divina estabilidad
y robustecida por medio de celestiales sacramentos, pudiese desgarrarse en la
Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las voluntades discordes (S. Cipr.
(De la Unidad de la Iglesia Migne P. L. 4, col 519-B y 520-A.) Porque siendo
Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia, uno (1Co 12,12)
compacto y conexo (Ep 4,15) lo mismo que su cuerpo físico, necedad es decir que
el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados; quien, pues,
no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es
Cristo (Ep 5,30 Ep 1,22)
Ahora bien, en esta única Iglesia de
Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia
la suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores. ¿No fue acaso al
Obispo de Roma a quien obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los
ascendientes de aquellos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de
otros novadores?
Alejáronse ¡ay! los hijos de la casa
paterna, que no por eso se arruino ni pereció, sostenida como esta
perpetuamente por el auxilio de Dios. Vuelvan, pues, al Padre común, que
olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostólica, los recibirá amantísimamente.
Porque, si, como ellos repiten, desean asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿Por
qué no se apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los fieles
de Cristo (Conc. Lateran. IV, c. 5 Denz-Umb. 436) Oigan como clamaba en otro
tiempo Lactancio: Solo la Iglesia Católica es la que conserva el culto
verdadero, Ella es la fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo de
Dios, quienquiera que en él no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de
vida y de salvaci6n, Menester es que nadie se engañe a si mismo con pertinaces
discusiones, Lo que aquí se ventila es la vida y la salvaci6n,'a la cual, si no
se atiende con diligente cautela, se perderá y se extinguirá (Lactancio Div.
Inst. 4, 30. Migne P.L. 6, col. 542-B a 543-A)
18. Llamamiento a las sectas
disidentes.
Vuelvan, pues, a la Sede Aposto1ica,
asentada en esta ciudad de Roma, que consagraron con su sangre los Príncipes de
los Apóstoles San Pedro y San Pablo, a la Sede raíz y matriz de la Iglesia Católica
(S. Cipr. Carta 38 a Cornelio 3. Migne P.L. 3, col. 733-B.) vuelvan los hijos
disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo,
la columna y el sostén de la verdad (1Tm 3,15) abdique de la integridad de su
fe, y consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y al
gobierno de ella. Pluguiese al Cielo alcanzásemos felizmente Nos, lo que no
alcanzaron tantos predecesores Nuestros; el poder abrazar con paternales entrañas
a los hijos que tanto nos duele ver separados de Nos por una funesta división.
Plegaria a Cristo y a María.
Y ojalá Nuestro Divino Salvador, el
cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la
verdad (1Tm 2,4) oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar a
la unidad de la Iglesia a cuantos están separados de ella.
Con este fin, sin duda
importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la intercesión de la
Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia, debeladora de todas las
herejías y Auxilio de los cristianos, para que cuanto antes nos alcance la
gracia de ver alborear el deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz
de su divino Hijo, y conserven la unidad del Espíritu Santo con el vínculo de
la paz (Ep 4,3)
19. Conclusión y Bendición Apostólica.
Bien comprendéis, Venerables
Hermanos, cuanto deseamos Nos este retorno, y cuanto anhelamos que así lo sepan
todos Nuestros hijos, no solamente los católicos, sino también los disidentes
de Nos; los cuales, si imploran humildemente las luces del cielo, reconocerán,
sin duda, a la verdadera Iglesia de Cristo, y entraran, por fin, en su seno,
unidos con Nos en perfecta caridad. En espera de tal suceso, y como prenda y
auspicio de los divinos favores, y testimonio de Nuestra paternal benevolencia,
a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro Clero y pueblo, os concedemos de
todo corazón la Apostólica Bendición.
Dado en San Pedro de Roma, el día 6
de enero, fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, el año 1928, sexto
de Nuestro Pontificado.
Pio Papa XI
No hay comentarios:
Publicar un comentario