NOTA DEL CONSEJO PONTIFICIO «JUSTICIA Y PAZ»
1. Los días 2 y 3 de junio de 2006 se llevó a cabo en
el Vaticano la Conferencia Internacional organizada por el Pontificio Consejo «
Justicia y Paz » sobre el tema: « La lucha contra la corrupción ». En ella
participaron altos funcionarios de Organismos Internacionales, estudiosos e
intelectuales, embajadores ante la Santa Sede, profesores y expertos. El
objetivo de la Conferencia, como afirmó el Cardenal Renato Raffaele Martino[1],
era tener un mejor conocimiento del fenómeno de la corrupción, precisar los
métodos mejores para contrarrestarlo y clarificar la contribución que la
Iglesia puede dar para llevar a cabo esta empresa. Diversos e ilustres
relatores, estudiosos y expertos del fenómeno en cuestión, ayudaron a los
participantes a tener un cuadro más amplio de lo que es la corrupción y de lo
que a nivel mundial se hace para contrarrestarla (Antonio Maria Costa)[2],
tanto en el sector privado (François Vincke)[3] como en el público (David
Hall)[4], en la sociedad civil (Jong-Sung You)[5], en los países ricos y en los
países pobres (Eva Joly)[6], poniendo en evidencia el fuerte impacto de este
fenómeno en los países pobres del mundo (Cobus de Swardt)[7] y las
características de una cultura de la corrupción (Paul Wolfowitz)[8]. S.E.
Monseñor Giampaolo Crepaldi[9] presentó las líneas de lo que la doctrina social
de la Iglesia enseña sobre tal cuestión.
2. El fenómeno de la corrupción siempre ha existido,
sin embargo es sólo desde hace pocos años que se ha tomado conciencia de él a
nivel internacional. En efecto, el mayor número de las convenciones contra la
corrupción y de los planes de acción, redactados por los Estados de manera
particular, por grupos de Estados y por Organismos Internacionales en los
ámbitos del comercio internacional, en la disciplina de las transacciones
internacionales y especialmente en el ámbito de las finanzas, pertenecen a los últimos
tres lustros. Esto significa que la corrupción se ha convertido ya en un
fenómeno relevante, pero también que se está difundiendo a nivel mundial su
valoración negativa y consolidándose una conciencia nueva de la necesidad de
combatirlo. Para este fin, se han elaborado instrumentos de análisis empírica y
evaluación cuantitativa de la corrupción que nos permiten conocer mejor las
dinámicas propias de las prácticas ilegales a ella vinculadas, con el objetivo
de predisponer instrumentos más adecuados, no sólo de tipo jurídico y
represivo, para combatir estos fenómenos. Este cambio reciente se produjo, en
particular, por dos grandes acontecimientos históricos. El primero ha sido el
fin de los bloques ideológicos después de 1989 y, el segundo, la globalización
de las informaciones. Ambos procesos han contribuido a poner más en evidencia
la corrupción y a tomar una conciencia adecuada del fenómeno. La apertura de
las fronteras a consecuencia del proceso de la globalización permite que la
corrupción sea exportada con mayor facilidad que en el pasado, pero también
ofrece la oportunidad de combatirla mejor, a través de una colaboración
internacional más estrecha y coordinada.
3. La corrupción es un fenómeno que no conoce límites
políticos ni geográficos. Está presente en los países ricos y en los países
pobres. La entidad de la economía de la corrupción es difícil de establecer en
manera precisa y, en efecto, sobre este punto los datos con frecuencia no
coinciden. De cualquier forma se trata de enormes recursos que se sustraen a la
economía, a la producción y a las políticas sociales. Los costos recaen sobre
los ciudadanos, ya que la corrupción se paga desviando los fondos de su
legítima utilización.
La corrupción atraviesa todos los sectores sociales:
No se puede atribuir sólo a los operadores económicos ni sólo a los
funcionarios públicos. La sociedad civil tampoco está exenta. Es un fenómeno
que atañe tanto a cada uno de los Estados como a los Organismos
Internacionales.
La corrupción se favorece por la escasa transparencia
en las finanzas internacionales, la existencia de paraísos fiscales y la
disparidad de nivel en las formas de combatirla, con frecuencia restringidas al
ámbito de cada Estado, mientras que el ámbito de acción de los actores de la
corrupción es con frecuencia supranacional e internacional. Es también
favorecida por la escasa colaboración entre los Estados en el sector de la
lucha contra la corrupción, la excesiva diversidad en las normas de los varios
sistemas jurídicos, la escasa sensibilidad de los medios de comunicación con
respecto a la corrupción en ciertos países del mundo y la falta de democracia
en varios países. Sin la presencia de un periodismo libre, de sistemas
democráticos de control y de transparencia, la corrupción es indudablemente más
fácil.
Hoy la corrupción despierta mucha preocupación ya que
también está vinculada con el tráfico de estupefacientes, el reciclaje de
dinero sucio, el comercio ilegal de armas y con otras formas de criminalidad.
4. Si la corrupción es un grave daño desde el punto de
vista material y un enorme costo para el crecimiento económico, sus efectos son
todavía más negativos sobre los bienes inmateriales, vinculados más
estrechamente con la dimensión cualitativa y humana de la vida social. La
corrupción política, como enseña el Compendio de la doctrina social de la
Iglesia, «compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo
negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una
creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un
progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes,
con el consiguiente debilitamiento de las instituciones» (n. 411).
Existen nexos muy claros y empíricamente demostrados
entre corrupción y carencia de cultura, entre corrupción y límites de
funcionalidad del sistema institucional, entre corrupción e índice de
desarrollo humano, entre corrupción e injusticias sociales. No se trata sólo de
un proceso que debilita el sistema económico: la corrupción impide la promoción
de la persona y hace que las sociedades sean menos justas y menos abiertas.
5 La Iglesia considera la corrupción como un hecho muy
grave de deformación del sistema político. El Compendio de la doctrina social
de la Iglesia la estigmatiza así: «La corrupción distorsiona de raíz el papel
de las instituciones representativas, porque las usa como terreno de
intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los
gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos
limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la
realización del bien común de todos los ciudadanos» (n. 411). La corrupción se
enumera « entre las causas que en mayor medida concurren a determinar el
subdesarrollo y la pobreza » (n. 447) y, en ocasiones, está presente también al
interno de los procesos mismos de ayuda a los países pobres.
La corrupción priva a los pueblos de un bien común
fundamental, el de la legalidad: respeto de las reglas, funcionamiento correcto
de las instituciones económicas y políticas, transparencia. La legalidad es un
verdadero bien común con destino universal. En efecto, la legalidad es una de
las claves para el desarrollo, en cuanto que permite establecer relaciones
correctas entre sociedad, economía y política, y predispone el marco de
confianza en el que se inscribe la actividad económica. Siendo un « bien común
», se le debe promover adecuadamente por parte de todos: todos los pueblos
tienen derecho a la legalidad. Entre las cosas que se deben al hombre en cuanto
hombre está precisamente también la legalidad. La práctica y la cultura de la
corrupción deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la legalidad.
6. Para superar la corrupción, es positivo el paso de
sociedades autoritarias a sociedades democráticas, de sociedades cerradas a
sociedades abiertas, de sociedades verticales a sociedades horizontales, de
sociedades centralistas a sociedades participativas. Sin embargo, no está
garantizado que estos procesos sean positivos automáticamente. Es necesario
estar muy atentos a que la apertura no socave la solidez de las convicciones
morales y la pluralidad no impida vínculos sociales sólidos. En la anomia de
muchas sociedades avanzadas se esconde un serio peligro de corrupción, no menor
que en la rigidez de tantas sociedades arcaicas. Por un lado se puede verificar
cómo la corrupción se ve favorecida en las sociedades muy estructuradas,
rígidas y cerradas, incluso autoritarias tanto en su interior como hacia el
exterior, porque en ellas es menos fácil darse cuenta de sus manifestaciones:
corruptos y corruptores, a falta de transparencia y de un verdadero y propio
Estado de derecho, pueden permanecer escondidos y hasta protegidos. La
corrupción puede perpetuarse porque puede contar con una situación de
inmovilidad. Pero, por el otro lado, fácilmente se puede notar también cómo en
las sociedades muy flexibles y móviles, con estructuras ligeras e instituciones
democráticas abiertas y libres, se esconden peligros. El excesivo pluralismo
puede minar el consenso ético de los ciudadanos. La babel de los estilos de
vida puede debilitar el juicio moral sobre la corrupción. La pérdida de los
confines internos y externos en estas sociedades puede facilitar la exportación
de la corrupción.
7. Para evitar estos peligros, la doctrina social de
la Iglesia propone el concepto de « ecología humana » (Centesimus annus, 38),
apto también para orientar la lucha contra la corrupción. Los comportamientos
corruptos pueden ser comprendidos adecuadamente sólo si son vistos como el
fruto de laceraciones en la ecología humana. Si la familia no es capaz de
cumplir con su tarea educativa, si leyes contrarias al auténtico bien del
hombre —como aquellas contra la vida— deseducan a los ciudadanos sobre el bien,
si la justicia procede con lentitud excesiva, si la moralidad de base se
debilita por la trasgresión tolerada, si se degradan las condiciones de vida,
si la escuela no acoge y emancipa, no es posible garantizar la « ecología
humana », cuya ausencia abona el terreno para que el fenómeno de la corrupción
eche sus raíces. En efecto, no se debe olvidar que la corrupción implica un
conjunto de relaciones de complicidad, oscurecimiento de las conciencias,
extorsiones y amenazas, pactos no escritos y connivencias que llaman en causa,
antes que a las estructuras, a las personas y su conciencia moral. Se colocan
aquí, con su enorme importancia, la educación, la formación moral de los
ciudadanos y la tarea de la Iglesia que, presente con sus comunidades,
instituciones, movimientos, asociaciones y cada uno de sus fieles en todos los
ángulos de la sociedad de hoy, puede desarrollar una función cada vez más
relevante en la prevención de la corrupción. La Iglesia puede cultivar y
promover los recursos morales que ayudan a construir una « ecología humana » en
la que la corrupción no encuentre un hábitat favorable.
8. La doctrina social de la Iglesia empeña todos sus
principios orientadores fundamentales en el frente de la lucha contra la
corrupción, los cuales propone como guías para el comportamiento personal y
colectivo. Estos principios son la dignidad de la persona humana, el bien
común, la solidaridad, la subsidiaridad, la opción preferencial por los pobres,
el destino universal de los bienes. La corrupción contrasta radicalmente con
todos estos principios, ya que instrumentaliza a la persona humana utilizándola
con desprecio para conseguir intereses egoístas. Impide la consecución del bien
común porque se le opone con criterios individualistas, de cinismo egoísta y de
ilícitos intereses de parte. Contradice la solidaridad, porque produce
injusticia y pobreza, y la subsidiaridad porque no respeta los diversos roles
sociales e institucionales, sino que más bien los corrompe. Va también contra
la opción preferencial por los pobres porque impide que los recursos destinados
a ellos lleguen correctamente. En fin, la corrupción es contraria al destino
universal de los bienes porque se opone también a la legalidad, que como hemos
ya visto, es un bien del hombre y para el hombre, destinado a todos.
Toda la doctrina social de la Iglesia propone una
visión de las relaciones sociales totalmente contrastante con la práctica de la
corrupción. De aquí deriva la gravedad de este fenómeno y el juicio fuertemente
negativo que la Iglesia expresa de él. De aquí deriva también el gran recurso
que la Iglesia pone a disposición para combatir la corrupción: toda su doctrina
social y el trabajo comprometido de cuantos se inspiran en ella.
9. La lucha contra la corrupción requiere que aumenten
tanto la convicción —a través del consenso dado a las evidencias morales—, como
la conciencia que con esta lucha se obtienen importantes ventajas sociales. Es
ésta la enseñanza social que encontramos en la Centesimus annus: « El hombre
tiende hacia el bien, pero es también capaz del mal; puede trascender su
interés inmediato y, sin embargo, permanece vinculado a él. El orden social
será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y no oponga el
interés individual al de la sociedad en su conjunto, sino que busque más bien
los modos de su fructuosa coordinación » (n. 25). Se trata de un criterio
realista bastante eficaz. Éste nos señala que: debemos apostar por los rasgos
virtuosos del hombre, pero también incentivarlos; pensar que la lucha contra la
corrupción es un valor, pero también una necesidad; la corrupción es un mal,
pero también un costo; el rechazo de la corrupción es un bien, pero también una
ventaja; el abandono de prácticas corruptas puede generar desarrollo y
bienestar; los comportamientos honestos se deben incentivar y castigar los
deshonestos. En la lucha contra la corrupción es muy importante que las
responsabilidades de los hechos ilícitos salgan a la luz, que los culpables
sean castigados con formas reparadoras de comportamiento socialmente
responsable. Es importante también que los países o grupos económicos que
trabajan con un código ético intolerante con los comportamientos corruptos sean
premiados.
10. La lucha contra la corrupción en el ámbito
internacional requiere que se actúe para aumentar la transparencia de las
transacciones económicas y financieras y para armonizar o uniformar la
legislación de los diversos países en este campo. En la actualidad resulta
fácil ocultar los fondos que provienen de la corrupción y de gobiernos corruptos,
que fácilmente logran trasladar capitales ingentes con la ayuda de múltiples
complicidades.
Dado que el crimen organizado no tiene fronteras, es
necesario también aumentar la colaboración internacional entre los gobiernos,
al menos en campo jurídico y en materia de extradición. La ratificación de
convenciones contra la corrupción es muy importante y es deseable que los
países ratificatorios de la Convención de la ONU aumenten. Además queda por
afrontar el problema de la verdadera y propia aplicación de las Convenciones,
dado que por motivos políticos éstas no se siguen al interno de muchos países,
incluso firmantes. Además, es necesario que en el ámbito internacional se
encuentre un acuerdo sobre procedimientos para confiscar y recuperar todo lo recibido
ilegalmente, puesto que hoy las normas que regulan estos procedimientos existen
sólo al interno de cada nación.
Muchos se auguran la constitución de una autoridad
internacional contra la corrupción, con capacidad de acción autónoma, pero en
colaboración con los Estados, y en grado de verificar los reatos de corrupción
internacional y sancionarlos. En este ámbito puede ser útil la aplicación del
principio de subsidiaridad en los diversos niveles de autoridad en el campo del
combate a la corrupción.
11. Se debe tener una atención particular con respecto
a los países pobres. Éstos deben ser ayudados, como se decía antes, allí donde
manifiesten carencias a nivel legislativo y no posean aún las instituciones
jurídicas para luchar contra la corrupción. Una colaboración bilateral o
multilateral en el sector de la justicia —para mejorar el sistema carcelario,
adquirir competencia para la investigación, lograr la independencia estructural
de la magistratura de los gobiernos— es muy útil y se debe incluir plenamente
entre las ayudas para el desarrollo.
La corrupción en los países en vías de desarrollo
muchas veces es causada por compañías occidentales o incluso por Organismos
estatales o internacionales, otras veces es iniciativa de oligarquías corruptas
locales. Sólo con una postura coherente y disciplinada de los países ricos será
posible ayudar a los gobiernos de los países más pobres para que adquieran
credibilidad. Una vía maestra, seguramente deseable, es la promoción de la
democracia en estos países, de medios de comunicación libres y vigilantes y de
la vitalidad de la sociedad civil. Programas específicos, país por país, por
parte de los Organismos Internacionales pueden obtener buenos resultados en
este campo.
Las Iglesias locales están comprometidas fuertemente
en la formación de una conciencia civil y la educación de los ciudadanos para
una verdadera democracia; las Conferencias episcopales de muchos países, en
repetidas ocasiones han intervenido contra la corrupción y a favor de la
convivencia civil bajo el gobierno de la ley. Las Iglesias locales también
deben colaborar válidamente con los Organismos Internacionales en la lucha
contra la corrupción.
Ciudad del Vaticano, 21 de septiembre de 2006 Fiesta
de San Mateo, Apóstol y Evangelista
Renato Raffaele Card. Martino
Presidente
Giampaolo Crepaldi
Secretario
Notas
[1] Presidente del Pontificio Consejo « Justicia y Paz
» y del Pontificio Consejo para la Pastoral de Emigrantes e Itinerantes.
[2] Director Ejecutivo, Oficina de las Naciones Unidas
para la Fiscalización de Drogas y Prevención del Delito (UNODC).
[3] Presidente, Comisión Anticorrupción de la Cámara
Internacional de Comercio (ICC).
[4] Director, Public Services International Research
Unit (PSIRU), Escuela de Negocios, Universidad de Greenwich.
[5] Kennedy School of Government, Universidad de
Harvard.
[6] Consejera Especial para combatir la corrupción y
el reciclaje de dinero, Noruega.
[7] Director de Programas Mundiales, Transparencia
Internacional.
[8] Presidente del Banco Mundial.
[9] Secretario del Pontificio Consejo « Justicia y Paz
».
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