Audiencia a los miembros de la Comisión Teológica Internacional
Señor cardenal,
venerados hermanos en el Episcopado,
ilustres profesores y profesoras, ¡Queridos colaboradores!
Es una gran alegría para mí poder acoger la conclusión de la Sesión anual Plenaria de la Comisión Teológica Internacional. Quisiera expresar, antes que nada, un sentido agradecimiento por las palabras que el señor cardenal William Levada, en calidad de presidente de la Comisión, ha querido dirigirme en vuestro nombre.
Las ponencias de esta Sesión este año han coincidido con la primera semana de Adviento, ocasión que nos recuerda cómo todo teólogo está llamado a ser hombre del adviento, testigo de la espera vigilante, que ilumina las vías de la inteligencia de la Palabra que se ha hecho carne. Podemos decir que el conocimiento del verdadero Dios tiende y se nutre de ese “momento” que nos es desconocido, en que el Señor volverá. Estar vigilantes y vivir la esperanza de la espera, no es, por tanto, un deber secundario para un recto pensamiento teológico, que encuentra su razón en la persona de Aquél que se encuentra con nosotros e ilumina nuestro conocimiento de la salvación.
Hoy tengo el placer de reflexionar brevemente con vosotros sobre tres temas que la Comisión Teológica Internacional está estudiando en los últimos años. El primero, como se ha dicho, está relacionado con la cuestión fundamental de toda reflexión teológica; la cuestión de Dios y en particular, la comprensión del monoteísmo. A partir de este amplio horizonte doctrinal habéis profundizado también en un tema de carácter eclesial: el significado de la Doctrina Social de la Iglesia, reservando, además, una atención particular a un tema que hoy es de gran actualidad para el pensamiento teológico sobre Dios: la cuestión del mismo estatus de la teología actual, en sus perspectivas, en sus principios y criterios.
Detrás de la profesión de la fe cristiana en el Dios único, se encuentra la cotidiana profesión de fe del pueblo de Israel: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor” (Dt 6,4). El logro sin precedentes de la libre disposición del amor de Dios hacia todos los hombres se ha llevado a cabo en la encarnación del Hijo en Jesucristo. En tal revelación de la intimidad de Dios y de la profundidad de su vínculo de amor con el hombre, el monoteísmo del Dios único se ha iluminado con una luz completamente nueva: la luz trinitaria. Y en el misterio trinitario se ilumina también la hermandad entre los hombres. La teología cristiana, junto con la vida de los creyentes, debe restituir la feliz y cristalina evidencia en el impacto sobre nuestra comunidad de la revelación trinitaria.
Ya que los conflictos étnicos y religiosos del mundo hacen cada vez más difícil acoger la singularidad del pensamiento cristiano de Dios y del humanismo inspirado por esto, los hombres pueden reconocer en el nombre de Jesucristo la verdad de Dios Padre hacia la cual el Espíritu Santo urge cada gemido de la criatura (cfr Rm 8).
La teología, en fecundo diálogo con la filosofía , puede ayudar a los creyentes a tomar conciencia y testificar que el monoteísmo trinitario nos muestra el verdadero Rostro de Dios, y este monoteísmo no es fuente de violencia sino que es fuerza de paz personal y universal.
El punto de partida de toda teología cristiana es la acogida de esta Revelación divina: la acogida personal del Verbo hecho carne, la escucha de la Palabra de Dios en la Escritura. Sobre este punto de partida, la teología ayuda a la inteligencia creyente de la fe y a su transmisión. Toda la historia de la Iglesia muestra, sin embargo, que el reconocimiento del punto de partida no basta para alcanzar la unidad en la fe. Cada lectura de la Biblia se coloca necesariamente en un contexto dado, y el único contexto en el que el creyente puede estar en plena comunión con Cristo es la Iglesia y su tradición viva. Debemos vivir nuevamente la experiencia de los primeros discípulos, que “se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). Desde esta perspectiva, la Comisión ha estudiado los principios y criterios según los cuales una teología puede ser católica, y también ha reflexionado sobre la contribución actual de la teología. Es importante recordar que la teología católica, siempre atenta al vínculo entre fe y razón, ha tenido un papel histórico en el nacimiento de la Universidad. Una teología verdaderamente católica con dos movimientos, intellectus quaerens fidem et fide quaerens intellectum, es hoy más que necesaria para hacer posible una sinfonía de las ciencias para evitar las derivas violentas de una religiosidad que se opone a la razón y de una razón se opone a la religión.
La Comisión Teológica estudia además la relación entre la Doctrina Social de la Iglesia y el conjunto de la Doctrina cristiana. El compromiso social de la Iglesia no es sólo algo humano, ni se resuelve en una teoría social. La transformación de la sociedad, realizada por los cristianos a través de los siglos, es una respuesta a la venida al mundo del Hijo de Dios: el esplendor de tal Verdad y Caridad ilumina toda la cultura y sociedad. San Juan afirma: “En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”(1 Jn 3,16). Los discípulos de Cristo Redentor saben que sin la atención al otro, el perdón, el amor incluso a los enemigos, ninguna comunidad humana puede vivir en paz; y esto comienza en la primera y fundamental sociedad que es la familia. En la necesaria colaboración a favor del bien común también con quien comparte nuestra fe, debemos hacer presente los verdaderos y profundos motivos religiosos de nuestro compromiso social, así como esperamos de los demás que manifiesten sus motivaciones, para que la colaboración se haga en la claridad. Quién haya percibido las bases de la actuación social cristiana, podrá encontrar así un estímulo para tomar en consideración la misma fe en Cristo Jesús.
Queridos amigos, nuestro encuentro confirma de forma significativa que la Iglesia necesita la competencia y fiel reflexión de los teólogos sobre el misterio del Dios, de Jesucristo y de su Iglesia. Sin una sana y vigorosa reflexión teológica, la Iglesia podría no expresar plenamente la armonía entre fe y razón. Al mismo tiempo, sin la fiel vivencia de la comunión con la Iglesia y la adhesión a su Magisterio, como espacio vital de la propia existencia, la teología no podría dar una razón adecuada del don de la fe.
Animando, a través vuestro, a todos los hermanos y hermanas teólogos que están en los distintos contextos eclesiales, invoco sobre vosotros la intercesión de María, Mujer del Adviento y Madre del Verbo encarnado, que es para nosotros, en su custodia de la Palabra en su corazón, paradigma de la recta teología, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Sea Ella, la Estrella de la esperanza, la que guíe y proteja el precioso trabajo que desarrolláis para la Iglesia y por y en nombre de la Iglesia. Con estos sentimientos de gratitud, os renuevo mi Bendición Apostólica. Gracias.
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 5 de diciembre de 2011 (ZENIT.org).-
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