Señores cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas.
Os dirijo a cada uno de vosotros mi cordial saludo por esta visita con ocasión de la reunión plenaria de la Congregación para la Educación Católica. Saludo al cardenal Zenon Grocholewski, prefecto del dicasterio, dándole las gracias por sus corteses palabras, como también al secretario, al subsecretario, a los oficiales y colaboradores.
Las temáticas que afrontáis en estos días tienen como denominador común la educación y la formación, que constituyen hoy uno de los desafíos más urgentes que la Iglesia y sus instituciones están llamadas a afrontar. La obra educativa parece haberse vuelto cada vez más ardua porque, en una cultura que demasiado a menudo hace del relativismo su propio credo, falta la luz de la verdad, al contrario, se considera peligroso hablar de verdad, infiltrando así la duda sobre los valores básicos de la existencia personal y comunitaria. Por esto es importante el servicio que llevan a cabo en el mundo las numerosas instituciones formativas que se inspiran en la visión cristiana del hombre y de la realidad: educar es un acto de amor, ejercicio de la “caridad intelectual”, que requiere responsabilidad, dedicación, coherencia de vida. El trabajo de vuestra Congregación y las decisiones que tomaréis en estos días de reflexión y de estudio contribuirán ciertamente a responder a la actual “emergencia educativa".
Vuestra Congregación, creada en 1915 por Benedicto XV, lleva a cabo desde hace casi cien años su obra preciosa al servicio de las diversas Instituciones católicas de formación. Entre ellas, sin duda, el seminario es una de las más importantes para la vida de la Iglesia y exige por tanto un proyecto formativo que tenga en cuenta el contexto arriba descrito. Muchas veces he subrayado que el seminario es una etapa preciosa de la vida, en la que el candidato al sacerdocio hace la experiencia de ser “un discípulo de Jesús”. Para este tiempo destinado a la formación se requiere un cierto desapego, un cierto “desierto”, porque el Señor habla al corazón con una voz que se oye si hay silencio (cfr 1Re 19,12); pero requiere también la disponibilidad a vivir juntos, a amar la “vida de familia” y la dimensión comunitaria que anticipan esa “fraternidad sacramental" que debe caracterizar a todo presbítero diocesano (cfr Presbyterorum ordinis, 8) y que quise recordar también en mi reciente Carta a los seminaristas: “no se llega a ser sacerdotes por sí solos. Se necesita la 'comunidad de los discípulos', el conjunto que quieren servir a la Iglesia común”.
En estos días estudiáis también el boceto del documento sobre Internet y la formación en los seminarios. Internet, por su capacidad de superar las distancias y de poner en contacto recíproco a las personas, presenta grandes posibilidades también para la Iglesia y su misión. Con el necesario discernimiento para un uso inteligente y prudente de éste, es un instrumento que puede servir no sólo para los estudios, sino también para la acción pastoral de los futuros presbíteros en los distintos campos eclesiales, como la evangelización, la acción misionera, la catequesis, los proyectos educativos, la gestión de las instituciones. También en este campo es de extrema importancia poder contar con formadores adecuadamente preparados para que sean guías fieles y siempre al día, con el fin de acompañar a los candidatos al sacerdocio en el uso correcto y positivo de los medios informáticos.
Este año, además, se celebra el LXX aniversario de la Obra Pontificia por las Vocaciones Sacerdotales, instituida por el Venerable Pío XII para favorecer la colaboración entre la Santa Sede y las Iglesias locales en la preciosa obra de promoción de las vocaciones al ministerio ordenado. Esta celebración podrá ser la ocasión para conocer y valorar las iniciativas vocacionales más significativas promovidas en las Iglesias locales. Es necesario que la pastoral vocacional, además de subrayar el valor de la llamada universal a seguir a Jesús, insista más claramente en el perfil del sacerdocio ministerial, caracterizado por su configuración específica a Cristo, que lo distingue esencialmente de los otros fieles y se pone a su servicio.
Habéis puesto en marcha, además, una revisión de cuanto prescribe la Constitución apostólica Sapientia christiana sobre los estudios eclesiásticos, respecto al derecho canónico, a los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas y, recientemente, a la filosofía. Un sector en el que reflexionar particularmente es en el de la teología. Es importante hacer cada vez más sólido el vínculo entre la teología y el estudio de la Sagrada Escritura, de forma que esta sea realmente su alma y su corazón (cfr Verbum Domini, 31). Pero el teólogo no debe olvidar que es también él quien habla a Dios. Es indispensable, por tanto, tener estrechamente unidad la teología con la oración personal y comunitaria, especialmente litúrgica. La teología es scientia fidei y la oración nutre la fe. En la unión con Dios, el misterio es, de alguna forma, saboreado, se hace cercano, y esta proximidad es luz para la inteligencia. Quisiera subrayar también la conexión de la teología con las demás disciplinas, considerando que ésta se enseña en las Universidades católicas y, en muchos casos, en las civiles. El beato John Henry Newman hablaba de "círculo del saber", circle of knowledge, para indicar que existe una interdependencia entre las diversas ramas del saber; pero Dios y sólo Él tiene relación con la totalidad de lo real; en consecuencia, eliminar a Dios significa romper el círculo del saber. En esta perspectiva las Universidades católicas, con su identidad bien precisa y su apertura a la “totalidad” del ser humano, pueden llevar a cabo una obra preciosa para promover la unidad del saber, orientando a estudiantes y profesores a la Luz del mundo, la “luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9). Son consideraciones que valen también para las Escuelas católicas. Es necesario ante todo la valentía de anunciar el valor “amplio” de la educación, para formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar sentido a la propia vida. Hoy se habla de educación intercultural, objeto de estudio también en vuestra Plenaria. En este ámbito se requiere una fidelidad valiente e innovadora, que sepa conjugar la conciencia clara de la propia identidad con la apertura a la alteridad, por las exigencias del vivir juntos en las sociedades multiculturales. También con este fin, se pone de relieve el papel educativo de la enseñanza de la Religión católica como asignatura escolar en diálogo interdisciplinar con las demás. De hecho, esta contribuye ampliamente no sólo al desarrollo integral del estudiante, sino también al conocimiento del otro, a la comprensión y al respeto recíproco. Para alcanzar estos objetivos deberá prestarse particular cuidado a la formación de los dirigentes y de los formadores, no sólo desde un punto de vista profesional, sino también religioso y espiritual, para que, con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, la presencia del educador cristiano se convierta en expresión de amor y testimonio de la verdad.
Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por cuanto hacéis con vuestro competente trabajo al servicio de las instituciones educativas. Tened siempre la mirada vuelta hacia Cristo, el único Maestro, para que con su Espíritu haga eficaz vuestro trabajo. Os confío a la protección maternal de María Santísima, Sedes Sapientiae, y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 7 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-
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