Audiencia a los participantes en la Plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos
Señores cardenales,
Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas.
Os acojo con alegría a todos vosotros, Miembros y Consultores, participantes en la XXIV Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos. Dirijo un cordial saludo al presidente, cardenal Stanisław Ryłko, agradeciéndole por las corteses palabras que me ha dirigido, al Secretario, monseñor Josef Clemens, y a todos los presentes. La composición misma de vuestro dicasterio, donde, junto a los Pastores, trabaja una mayoría de fieles laicos procedentes del mundo entero y de las más diferentes situaciones y experiencias, ofrece una imagen significativa de la comunidad orgánica que es la Iglesia, cuyo sacerdocio común, propio de los fieles bautizados, y el sacerdocio ordenado, hunden sus raíces en el único sacerdocio de Cristo, según modalidades esencialmente diversas, pero ordenadas la una a la otra. Llegados casi a la conclusión del Año Sacerdotal, nos sentimos aún más testimonios agradecidos de la sorprendente y generosa donación y dedicación de tantos hombres “conquistados” por Cristo y configurados a Él en el sacerdocio ordenado. Día tras día, éstos acompañan el camino de los christifideles laici, proclamando la Palabra de Dios, comunicando su perdón y la reconciliación con Él, llamando a la oración y ofreciendo como alimento el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es desde este misterio de comunión de donde los fieles sacan la energía profunda para ser testigos de Cristo en toda la concreción y el espesor de sus vidas, en todas sus actividades y ambientes.
El tema de esta Asamblea vuestra: “Testigos de Cristo en la comunidad política", reviste una particular importancia. Ciertamente, no entra dentro de la misión de la Iglesia la formación técnica de los políticos. Hay, de hecho, varias instituciones con este objetivo. Su misión es, sin embargo, “dar su juicio moral también sobre cosas que atañen al orden político, cuando esto sea requerido por los derechos fundamentales de la persona y por la salvación de las almas… utilizando todos y solo esos medios que son conformes al Evangelio y al bien de todos, según la diversidad de los tiempos y de las situaciones" (Gaudium et spes, 76). La Iglesia se concentra particularmente en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su Presencia, en todas partes. Toda a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la esperanza cristiana alarga el horizonte limitado del hombre y le proyecta hacia la verdadera altitud de su ser, hacia Dios; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación; que los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia – como la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad – son de gran actualidad y valor para la promoción de nuevas vías de desarrollo al servicio de todo el hombre y de todos los hombres. Compete también a los fieles laicos participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia, compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común. Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural, sino, allí donde se comprometen, son movidos por a certeza de que Cristo es la piedra angular de toda construcción humana (cfr Congr. para la Doctrina de la Fe, Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y al comportamiento de los católicos en la vida política, 24 nov. 2002).
Retomando la expresión de mis Predecesores, puedo afirmar yo también que la política es un ámbito muy importante del ejercicio de la caridad. Esta pide a los cristianos un fuerte compromiso para la ciudadanía, para la construcción de una vida buena en las naciones, como también para una presencia eficaz en las sedes y en los programas de la comunidad internacional. Se necesitan políticos auténticamente cristianos, pero aún más fieles laicos que san testigos de Cristo y del Evangelio en la comunidad civil y política. Esta exigencia debe estar bien presente en los itinerarios educativos de las comunidades eclesiales y requiere nuevas formas de acompañamiento y de apoyo por parte de los Pastores. La pertenencia de los cristianos a las asociaciones de los fieles, a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades puede ser una buena escuela para estos discípulos y testigos, apoyados por la riqueza carismática, comunitaria, educativa y misionera propia de estas realidades.
Se trata de un desafío exigente. Los tiempos que estamos viviendo nos ponen ante problemas grandes y complejos, y la cuestión social se ha convertido, al mismo tiempo, en cuestión antropológica. Se han derrumbado los paradigmas ideológicos que pretendían, en un pasado reciente, ser la respuesta “científica” a esta cuestión. La difusión de un confuso relativismo cultural y de un individualismo utilitarista y hedonista debilita la democracia y favorece el dominio de los poderes fuertes. Hay que recuperar y revigorizar una auténtica sabiduría política; ser exigentes en lo que se refiere a la propia competencia; servirse críticamente de las investigaciones de las ciencias humanas; afrontar la realidad en todos sus aspectos, yendo más allá de todo reduccionismo ideológico o pretensión utópica; mostrarse abiertos a todo verdadero diálogo y colaboración, teniendo presente que la política es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, pero sin olvidar nunca que la contribución de los cristianos es decisiva sólo si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación. Es necesaria una verdadera “revolución del amor”. Las nuevas generaciones tienen delante de sí grandes exigencias y desafíos en su vida personal y social. Vuestro Dicasterio las sigue con particular atención, sobre todo a través de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que desde hace 25 años producen ricos frutos apostólicos entre los jóvenes. Entre estos está también el del compromiso social y político, un compromiso fundado no sobre ideologías o intereses de parte, sino sobre la elección de servir al hombre y al bien común, a la luz del Evangelio.
Queridos amigos, mientras invoco del Señor abundantes frutos por los trabajos de esta Asamblea vuestra y por vuestra actividad cotidiana, confío a cada uno de vosotros, a vuestras familias y comunidades a la intercesión de la Beata Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, y de corazón os imparto la Bendición Apostólica.
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 21 de mayo de 2010 (ZENIT.org).-
Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas.
Os acojo con alegría a todos vosotros, Miembros y Consultores, participantes en la XXIV Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos. Dirijo un cordial saludo al presidente, cardenal Stanisław Ryłko, agradeciéndole por las corteses palabras que me ha dirigido, al Secretario, monseñor Josef Clemens, y a todos los presentes. La composición misma de vuestro dicasterio, donde, junto a los Pastores, trabaja una mayoría de fieles laicos procedentes del mundo entero y de las más diferentes situaciones y experiencias, ofrece una imagen significativa de la comunidad orgánica que es la Iglesia, cuyo sacerdocio común, propio de los fieles bautizados, y el sacerdocio ordenado, hunden sus raíces en el único sacerdocio de Cristo, según modalidades esencialmente diversas, pero ordenadas la una a la otra. Llegados casi a la conclusión del Año Sacerdotal, nos sentimos aún más testimonios agradecidos de la sorprendente y generosa donación y dedicación de tantos hombres “conquistados” por Cristo y configurados a Él en el sacerdocio ordenado. Día tras día, éstos acompañan el camino de los christifideles laici, proclamando la Palabra de Dios, comunicando su perdón y la reconciliación con Él, llamando a la oración y ofreciendo como alimento el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es desde este misterio de comunión de donde los fieles sacan la energía profunda para ser testigos de Cristo en toda la concreción y el espesor de sus vidas, en todas sus actividades y ambientes.
El tema de esta Asamblea vuestra: “Testigos de Cristo en la comunidad política", reviste una particular importancia. Ciertamente, no entra dentro de la misión de la Iglesia la formación técnica de los políticos. Hay, de hecho, varias instituciones con este objetivo. Su misión es, sin embargo, “dar su juicio moral también sobre cosas que atañen al orden político, cuando esto sea requerido por los derechos fundamentales de la persona y por la salvación de las almas… utilizando todos y solo esos medios que son conformes al Evangelio y al bien de todos, según la diversidad de los tiempos y de las situaciones" (Gaudium et spes, 76). La Iglesia se concentra particularmente en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su Presencia, en todas partes. Toda a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la esperanza cristiana alarga el horizonte limitado del hombre y le proyecta hacia la verdadera altitud de su ser, hacia Dios; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación; que los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia – como la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad – son de gran actualidad y valor para la promoción de nuevas vías de desarrollo al servicio de todo el hombre y de todos los hombres. Compete también a los fieles laicos participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia, compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común. Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural, sino, allí donde se comprometen, son movidos por a certeza de que Cristo es la piedra angular de toda construcción humana (cfr Congr. para la Doctrina de la Fe, Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y al comportamiento de los católicos en la vida política, 24 nov. 2002).
Retomando la expresión de mis Predecesores, puedo afirmar yo también que la política es un ámbito muy importante del ejercicio de la caridad. Esta pide a los cristianos un fuerte compromiso para la ciudadanía, para la construcción de una vida buena en las naciones, como también para una presencia eficaz en las sedes y en los programas de la comunidad internacional. Se necesitan políticos auténticamente cristianos, pero aún más fieles laicos que san testigos de Cristo y del Evangelio en la comunidad civil y política. Esta exigencia debe estar bien presente en los itinerarios educativos de las comunidades eclesiales y requiere nuevas formas de acompañamiento y de apoyo por parte de los Pastores. La pertenencia de los cristianos a las asociaciones de los fieles, a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades puede ser una buena escuela para estos discípulos y testigos, apoyados por la riqueza carismática, comunitaria, educativa y misionera propia de estas realidades.
Se trata de un desafío exigente. Los tiempos que estamos viviendo nos ponen ante problemas grandes y complejos, y la cuestión social se ha convertido, al mismo tiempo, en cuestión antropológica. Se han derrumbado los paradigmas ideológicos que pretendían, en un pasado reciente, ser la respuesta “científica” a esta cuestión. La difusión de un confuso relativismo cultural y de un individualismo utilitarista y hedonista debilita la democracia y favorece el dominio de los poderes fuertes. Hay que recuperar y revigorizar una auténtica sabiduría política; ser exigentes en lo que se refiere a la propia competencia; servirse críticamente de las investigaciones de las ciencias humanas; afrontar la realidad en todos sus aspectos, yendo más allá de todo reduccionismo ideológico o pretensión utópica; mostrarse abiertos a todo verdadero diálogo y colaboración, teniendo presente que la política es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, pero sin olvidar nunca que la contribución de los cristianos es decisiva sólo si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación. Es necesaria una verdadera “revolución del amor”. Las nuevas generaciones tienen delante de sí grandes exigencias y desafíos en su vida personal y social. Vuestro Dicasterio las sigue con particular atención, sobre todo a través de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que desde hace 25 años producen ricos frutos apostólicos entre los jóvenes. Entre estos está también el del compromiso social y político, un compromiso fundado no sobre ideologías o intereses de parte, sino sobre la elección de servir al hombre y al bien común, a la luz del Evangelio.
Queridos amigos, mientras invoco del Señor abundantes frutos por los trabajos de esta Asamblea vuestra y por vuestra actividad cotidiana, confío a cada uno de vosotros, a vuestras familias y comunidades a la intercesión de la Beata Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, y de corazón os imparto la Bendición Apostólica.
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 21 de mayo de 2010 (ZENIT.org).-
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